Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Shiori Teshirogi.


Día 1.


Es el primer día después de llegar a México. El clima es frío y el ambiente está animado. Apenas me encontré con Calvera el día anterior la abracé con fuerza, me aferré a ella, sintiendo que mi vida volvía a tener color y sentido. La extrañé como un desquiciado. Ella me abrazó de vuelta y sonrió, feliz, emocionada, con los ojos brillando como una niña pequeña y me dijo la frase, las palabras que sentenciaron mi vigésimo quinto viaje a México.

Llegué en la temporada del pan de muerto, ella sentenció una semana maratónica, sólo comiendo eso.

Esta mañana no tenía ni idea de lo que es el pan de muerto. Me sonaba tétrico y extrañamente llamativo. Después, cuando me reuní con Calvera en el bar-restaurante de su familia lo supe. Es un pan, sí, redondo, azucarado, mantequilloso, con un ligero sabor a naranja, una bolita en el centro y cuatro líneas; los huesos, me contó Calvera. Es una ofrenda, una representación y tributo a los muertos.

Calvera ama a los panes de muerto, y como amo a Calvera he aceptado embarcarme en su aventura culinaria.

Empezamos con la panadería frente a su casa. Nos sentamos en las escaleras de su hogar y comimos nuestros alimentos. El pan fue dulce, esponjoso, nada alucinante a decir verdad, no comparado con el resto de la repostería mexicana; Calvera le dio un ocho punto siete.

"Es por la nostalgia", me dijo, lo comía desde que tenía memoria.

Después nos quedamos en las escaleras, charlando. Me preguntó por mis hermanos, por mi padre, por mi país y mi vida; me tomó de la mano mientras charlábamos y cada vez que ella hablaba sentía que me dejaba atontado. Por momentos sólo veía cómo se movía su boca, sin ser capaz de escucharla, y quería tanto demostrarle cuánto la había extrañado.

Dentro de mi bolsillo pesaba el obsequio de mi padre, pequeño, redondo, con un hueco justo en el medio, hecho para una mano femenina. Quise sacarlo y preguntarle, hacerle la pregunta que ha rondado mi mente desde hace meses, tal vez desde la primera vez que la vi, pero resistí. No fue el momento, su hermano se acercó poco después, me miró de arriba a abajo, estoy seguro que me maldijo cuando comenzó a discutir con Calvera en español.

Después del pequeño incidente nos dimos la vuelta y nos fuimos. Caminamos por las calles de su ciudad, tomados de la mano, y como todas las veces que la visitaba ella hablaba de la misma, contando su historia, orgullosa, experta.

Probé de nuevo el pan. Esta vez me supo más a naranja; era más pequeño y caro, lo compramos en una cafetería. Nos sentamos en las mesas y continuamos charlando, acompañados de café. El pan era demasiado dulce, el café estuvo excelente, tomé dos tazas y Calvera pidió dos panes más para llevar.

Nos despedimos frente a su casa, le besé la mano porque sentía la mirada de su hermano sobre nosotros a través de la ventana. Mañana comeremos más pan, mientras tanto espero que la comida del hotel sea suficiente para llenar el vacío que me provoca estar tan lejos y tan cerca.


Comentarios:

¡Gracias por leer!

Antes de continuar con la historia de este universo que tengo pendiente, en el presente, hacemos un viaje al pasado, muy al pasado, para conocer un poco del romance de Kardia y Calvera.

Es una historia que me surgió de último momento, inspirada por las vísperas del Día de Muertos, algo que aquí en México es una tradición o muy arraigada o ya muy oxidada, dependiendo de dónde se viva, y por mi propia búsqueda de pan de muerto (que en realidad empezó en julio, cuando compré mi primer pan del año). Los capítulos son cortos, más o menos de este largo, y es una historia corta, un pequeño paréntesis.