Érase una embrujada vez: un fic de Halloween
Capítulo 7. El antro de la bestia
—Vayamos a buscar a OA y Maggie y salgamos de aquí —insistió Jubal.
Tiffany iba a decir que no sabían dónde estaban, cuando unos gritos les llegaron desde lo lejos.
—¡OA! ¡OA, despierta! ¡OA!
Se trataba de la voz de Maggie, sin duda. Sin pararse a pensarlo, los cuatro se apresuraron hacia el origen de sus gritos, al fondo del pasillo.
Al pasar junto a la habitación maldita, Jubal los hizo apartarse hacia la otra pared. Más allá, sin embargo, se encontraron que no había nada.
—¡OA! ¡OAAA! —se volvió a oír, desde dentro del muro.
Stuart, Tiffany y Jubal se miraron desconcertados. Mientras, Isobel se acercó a la pared, mirándola detenidamente. Los demás la vieron agarrar un imaginario picaporte en el aire, y se temieron que Isobel había perdido la cabeza. Ella giró la mano.
—Isobel... —dijo Jubal preocupado.
Y entonces, ella empujó y su brazo desapareció dentro del entelado que cubría la pared.
—Por aquí —dijo y desapareció ella también.
Jubal jadeó pero la siguió casi sin pensarlo. Tiff y Stuart intercambiaron una mirada vacilante, y fueron detrás también. Fue como atravesar un frío cristal tintado. Al otro lado, Isobel mantenía abierta una puerta para ellos. Se encontraron al pie de unas escaleras.
—¿Cómo has sabido que ahí había una puerta? —le preguntó Jubal, anonadado.
—No lo sé —murmuró ella desconcertada, y un poco mareada—. Me ha parecido... verla.
—¿Estás bien?
Isobel parpadeó, como si no supiera qué contestar. Molesta por su propia confusión, echó a andar de inmediato hacia los escalones.
Jubal se interpuso.
—Espera. No, Isobel, tú no deberías venir.
—Por supuesto que voy —replicó Isobel.
—No. No puedes.
—¿Qué-? ¿Por qué no? —preguntó Scola.
—Estamos perdiendo el tiempo —dijo Isobel exasperada—. Estoy bien.
Sus rodillas eligieron aquel momento para fallarle. Se apoyó en la pared, rechazando la solícita ayuda de Jubal.
—¡No, no lo estás!
—¿Que por qué no puede venir? —repitió Scola.
—¡Porque ha llegado a morir ahí dentro! —exclamó Jubal señalando la habitación contigua.
Tiff y Stuart la miraron espantados.
Isobel empezó a esquivar a Jubal, pero él volvió a detenerla. Ella se le encaró.
—¡No voy a abandonar a Maggie y a OA a su suerte, Jubal!
—¡Yo tampoco! —replicó él.
—¿Y qué quieres hacer? —dijo Tiff consternada—. ¿Dejar a Isobel aquí sola?
Jubal pareció querer partirse en dos. Stuart cruzó una mirada con Tiff.
—No, vamos todos juntos —dijo con firmeza—. No podemos permitirnos el lujo de separarnos.
Su compañera lo respaldó con una expresión severa. Isobel y Jubal tuvieron que darles la razón. Tiffany y Scola los adelantaron y subieron corriendo las escaleras.
Isobel lo intentó, pero le fallaron las fuerzas. Miró avergonzada a Jubal, pidiéndole ayuda con la mirada. Él no la obligó a decirlo.
Encontraron el interruptor por fuera y encendieron la luz. Irrumpieron en la planta abuhardillada. Pero se detuvieron en seco cuando la escena que encontraron ante sus ojos desafió su mente racional. Las telarañas y los cadáveres cubriendo las paredes y el techo, la araña gigantesca cerniéndose sobre el postrado OA.
Scola y Tiffany dispararon por puro reflejo.
Jubal tuvo que sujetar a Isobel porque estuvo a punto de caer al suelo. Allí donde los demás veían una araña monstruosa, Isobel encontró además una densa sombra aún más grande; ocupaba todo el techo y manejaba la criatura como si fuera una marioneta. Tenía inserto uno de sus apéndices en OA y otro en Maggie; parecía estar disfrutando enormemente de lo que obtenía de ellos.
Los impactos de bala provocaron destrozo en la criatura, en medio de estallidos de repugnante y espesa sangre amarilla. Incluso había perdido una pata. Sin embargo, cuando el aberrante rostro humano de la araña se giró hacia ellos como cogido por sorpresa, no mostró ni un asomo de dolor. El rostro de Perséfone los miró a todos soltando una carcajada.
—¡Vaya! —exclamó con una voz chirriante como uñas contra una pizarra—. Sois tan deliciosos...
Sus heridas empezaron a restituirse. La pata se regeneró.
—Esto no... No es real. No puede serlo —jadeó Scola.
Jubal echó una mirada hacia Isobel.
—Puede matarte —gruñó, sombrío—. Así que no bajes la guardia.
Stuart apretó los dientes y cuadró los hombros.
Perséfone les sonrió burlona.
—¿Lo queréis? —preguntó refiriéndose a OA—. Venid a por él —los desafió.
Pasándose la mano por la cara, Jubal reunió resolución.
—Scola, conmigo—ordenó, haciéndole un gesto—. Tiffany. Cúbrenos.
Isobel apretó los puños al verlos correr hacia OA. Las patas de la araña se adelantaron bruscamente, protegiendo su "juguete". El suelo estaba pegajoso y era difícil moverse. A punto estuvieron de acabar trinchados los dos.
Con el corazón desbocado, Tiffany tomó puntería y le disparó a la cara a Perséfone, que se revolvió a ciegas. Les dio a Stuart y Jubal la oportunidad de alcanzar a OA. Lo cogieron por debajo de los brazos y lo arrastraron, apartándolo del monstruo.
Sin embargo, cuando el rostro de Perséfone se reconstruyó, seguía sonriendo. Inundada de desesperanza, Isobel supo por qué: el tenebroso apéndice seguía adherido al pecho de OA.
Ella y Jubal intentaron reanimarlo pero, aunque le encontraron pulso, tenía los ojos en blanco y no respondía a ningún estímulo.
La araña se acercó lenta, ominosamente. Stuart y Tiff apuntaron de nuevo sus armas.
Maggie, pensó Isobel entonces, y echó a correr agachada hacia ella, a la parte de atrás de la buhardilla.
—¡Isobel! —exclamó Jubal, muerto de miedo porque no sabía a dónde iba.
Ella era la única que había visto a Maggie en la pared. Soltando una maldición, Jubal tuvo que dejar a OA y la siguió.
Una pata acabada en garra descendió hacia ellos a toda velocidad. Al esquivarla, Isobel tropezó y cayó sobre manos y rodillas, sintiendo como si el pecho fuera a abrírsele como una nuez. Jubal tiró de ella, evitando en el último momento que la pata llegara a tocarla. Intentó hacerla retroceder, pero Isobel gritó.
—¡Maggie!
Y señaló en su dirección, para hacerlo comprender. Los dos corrieron evitando más ataques de otras patas de la monstruosa araña.
Afortunadamente, Tiff y Stuart estaban manteniéndola ocupada disparándole a los ojos.
Al llegar junto a Maggie, Isobel tiró de la cosa pegajosa, intentando liberarla. Perséfone emitió un cloqueo burlón.
—Esto va a ser tan divertido...
De los cuerpos en las paredes empezó a surgir otra docena de arañas más pequeñas, del tamaño de cachorros de mastín, que tenían el infantil rostro de Ariadne. Tiffany y Scola retrocedieron, momentáneamente horrorizados.
—¡No lo penséis! —les gritó Isobel—. ¡Acabad con ellas!
Pero Stuart tuvo que dejar la lucha a Tiffany para intentar mover a OA a un sitio donde pudieran protegerlo mejor.
—Joder, colega. Eres. Demasiado. Grande —masculló subiéndolo con gran esfuerzo a una mesa.
Volvió apresuradamente junto a Tiffany justo a tiempo de cubrirle el flanco del ataque de una de aquellas arañas con rostro de niña. Su mente se rebeló se nuevo ante lo que veía. Además, estaba preocupado por Tiff. Gotas de sudor perlaban su frente; apretaba los dientes por el dolor en su hombro. Parecía también visiblemente repugnada, pero se concentraba en mantenerlos con vida. Con profunda admiración, Stuart ignoró las señales de alarma del corte en su brazo, que se estaba quedando entumecido y decidió que tenía que hacer lo mismo.
—¡Scola! —lo llamó entonces Jubal. Él e Isobel seguían luchando contra la tela que cubría a Maggie—. ¡Navaja! —pidió.
Jubal no tenía la menor idea de por qué, pero Scola era el único que estaba totalmente vestido. Rezó por que su agente llevara encima la navaja como solían hacer cuando trabajaban en campo.
—¿¡Qué!? —preguntó Stuart, desconcertado, mientras esquivaba por milímetros el mordisco de una de las arañas.
A Jubal se le cayó el alma a los pies. No iba a haber forma de poder sacar a Maggie de aquella cosa sin contar con una hoja afilada.
—¡Oh! ¡Sí! —exclamó Stuart entonces, dando un paso atrás para buscarse en el bolsillo.
Agarrando un viejo perchero Thonet de pie, Jubal bateó las arañas para mantenerlas alejadas de Maggie. Isobel hizo lo mismo con una silla. No era posible vencerlas porque, aunque tardaran un poco, se regeneraban siempre que las mataban.
—¡Aquí va! —avisó Stuart.
Lanzó su navaja de bolsillo en un bien dirigido arco. Jubal se estiró, extendiendo el brazo para atraparla en el aire. Desgraciadamente, una de las patas gigantes acertó a desviarla; fue a dar contra una pared, donde rebotó, y cayó al suelo.
Sin pensárselo siquiera un segundo, Jubal se tiró en plancha para recuperarla, aunque eso supusiera que las arañas-cachorro se le echaran encima. Isobel tuvo que ver con angustia cómo Jubal rodaba por el suelo, evitando varios mordiscos de quelíceros. No lo consiguió con todos. Uno de ellos le rozó el brazo derecho.
A pesar de todo, Jubal regresó triunfante junto a Isobel, abriendo la navaja. Entre los dos, lograron cortar y arrancar el trozo que le tapaba a Maggie la boca. Ella escupió y jadeó.
Jubal volvió a utilizar el perchero para defenderlas, mientras Isobel seguía liberando a Maggie con la navaja, aunque tuvo que cortar varios trozos de su pijama de franela.
—¡OA! ¡OA, por favor! —gritaba Maggie— ¡Que alguien lo despierte!
Al otro lado del desván, esquivando patas gigantescas y despachando arañas a balazos y patadas, Tiffany y Scola protegían a OA, que seguía profundamente sumido en su trance.
—¡Maggie! ¡Maggie! —le dijo Isobel cogiéndole la cara—. Sólo tú puedes despertarlo. ¡Te necesita a ti!
Aquello logró sacar a Maggie de su desesperación. Tomó aire varias veces y una férrea resolución se condensó en sus ojos.
Isobel vio el apéndice que parasitaba a Maggie salir despedido con un chasquido silencioso. Eso hizo sonreír a Isobel, exultante.
Perséfone se giró hacia ellos de inmediato. Isobel pudo sentir su odio casi físicamente, robándole el aire. El dolor en su pecho casi la paralizó.
Ahora, sin embargo, las arañas pequeñas que ahora caían, no volvían a levantarse. Aun así, Jubal tenía serias dudas de que fuera a ser capaz de vencer al monstruo más grande.
—¡Isobel...! —la urgió para que se diera prisa.
A Maggie sólo le hacía falta soltarse los pies. Estaba ayudando a Isobel tirando de la pegajosa tela con las dos manos.
Emitiendo un gorgoteo rabioso, la araña lanzó las garras de sus patas delanteras contra Isobel.
Con un jadeo, Jubal se interpuso, enfrentándose a la criatura con el perchero, y deteniendo los ataques a duras penas. Con un movimiento inesperado y veloz, la demoníaca criatura se abalanzó. Partió el vástago de madera con sus descomunales mandíbulas, acortándolo casi dos palmos.
El cansancio estaba venciendo a Jubal. Y le dolía el brazo. Tuvo claro que el siguiente sería él.
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