Debido a que uno de los personajes inicia la historia como un inmigrante que no habla inglés, les recuerdo que las partes escritas en cursiva son dichas en "español"


Matrimonio de conveniencia 01

Aquella mañana de abril de 1987 empezó tan cálida y llena de vida como cualquier otra del mismo mes. Con el sol levantándose lentamente sobre el horizonte, desvaneciendo con su luz dorada las pocas sombras que aún se aferraban a las montañas y al pueblo, dándole a Royal Woods una apariencia mágica y apacible que sólo se logra apreciar durante algunos pocos momentos tanto en el amanecer y como en el anochecer.

Los miles de pájaros, que recién habían vuelto de sus respectivas migraciones para la puesta de huevos, despertaron rodeados por el hambriento piar de sus polluelos tan pronto como la totalidad del firmamento fue ocupada por la brillante luz del sol. En las afueras del pueblo, y al igual que las aves, Liam Hunnicutt terminó de despertarse y se dispuso a comenzar la jornada laboral en su granja; una de muchas que recién descubrían la facilidad con la que la soya se adapta a la fría temperatura de Michigan.

Al contrario de lo que sucedía en el denso bosque de pinos que le daba el nombre y delimitaba los bordes del pueblo -lugar en el que los muchos animales que vivían en libertad despertaban con gracia y tranquilidad-, la nueva interestatal que desembocaba en Detroit y en otras grandes ciudades al sur, ya empezaba a llenarse por cientos de conductores groseros y apresurados. Uno de esos conductores groseros y apresurados era Chandler McCann, quién ya iba veinte minutos atrasado y cuyo jefe, su padre, le había dicho el mes pasado que lo despediría tan pronto volviese a llegar tarde.

Pero incluso el pueblo mismo de Royal Woods ya comenzaba a vibrar con actividad. Los jóvenes repartidores de periódicos pedaleaban a toda velocidad en sus bicicletas por las zonas residenciales mientras arrojaban el ejemplar más reciente de El Informador de Royal Woods a las puertas, y no pocas ventanas, de todos los hogares a la vista, y Rusty Spookes, también conocido como "el lechero sin suerte", conducía su blanco camión mientras repartía la tambien blanca bebida a no pocas mujeres atractivas y solteras... pero como lo indicaba su apodo, ninguna estaba interesada en él.

En una de las zonas más densamente pobladas de toda la villa, justo sobre la avenida central, en un viejo edificio de paredes rojas y de tres pisos, Tabitha "Tabby" Adlon ya estaba cerrando con llave la puerta de su departamento en la segunda planta para dirigirse a su trabajo en la tienda de discos de vinilo e instrumentos musicales a unas calles de allí, dispuesta, como todos los demás en el pueblo, a iniciar su día con el pie correcto.

Debido al perpetuo bullicio que envolvía la zona, sus padres nunca dejaron de tratar de convencerla de mudarse a otra parte, pero Tabby siempre les decía que sería extremadamente difícil encontrar otro lugar para vivir tan cerca del centro y de todas las oportunidades laborales que sólo estaban disponibles ahí, además que su departamento era perfecto para ella, o al menos así le parecía a la joven mujer; las habitaciones eran amplias y tenían el techo alto, los suelos de duela estaban en perfecto estado, las gruesas paredes lograban aislar casi cualquier ruido proveniente del exterior y el agua caliente apenas y se cortaba o enfriaba. En realidad, Tabby adoraba su hogar… pero sí tenía que reconocer que no todo era perfecto en el edificio.

—¡¿Cómo que tú no tener dinero?! —gritó en un mal inglés una furiosa voz femenina desde las escaleras al primer piso.

Tan pronto como la oyó, todos los músculos de Tabby se congelaron con algo muy parecido al terror, impidiéndole apresurarse a volver a abrir la puerta y huir al interior de su departamento como planeaba hacer.

—Mira chica, lo que pasa es que ahora estoy algo corto de dinero. Ya te pagaré el mes que viene ¿de acuerdo? —contestó el característico vozarrón de su vecino del departamento de arriba, con un tono en extremo desinteresado que ya le resultaba a ella igualmente característico.

Antes de que Tabby lograra coordinarse al menos lo suficiente para siquiera poder exhalar el aire que seguía dentro de su pecho, por las escaleras que conectaban los tres pisos del edificio con la planta baja apareció un rostro albino, el barbudo rostro de su vecino, un tipo extremadamente serio y mal encarado que siempre usaba camisas en un muy específico tono de naranjado.

Con ojeras debajo de sus ojos apáticos e indiferentes, con un bello espeso y grueso asomándose por entre los botones de su vieja camisa a la altura del pecho, mismo que cubria tanto sus antebrazos como casi la totalidad del metro con noventa de su fuerte cuerpo; Lincoln Loud parecía más una estrella porno retirada que un escritor de historias de misterio y ciencia ficción para la editorial de novelas gráficas Wunderbar.

—¡No! ¡No de acuerdo! ¿Tú deberme ya dos meses! ¡Tú pagar ahora! —volvió a ladrar la furiosa voz de Ronalda Santiago, una mujer menuda de piel morena que había trabajado durante el último año como la criada del albino.

Tanto el hombre como la mujer pasaron de largo a Tabby, quién seguía congelada afuera de su departamento por el miedo, y gritándose siguieron subiendo por las escaleras hasta el último piso del edificio; el departamento de Lincoln.

—Bueno. ¿Y si te pago con otra cosa en vez de dinero? ¿Este reloj de bronce, quizás? —Lincoln señaló el viejo reloj de pulsera que había obtenido de una venta de garaje por unos pocos dolares.

—No. Reloj bonito, pero no suficiente. Tú deberme más. Sabes que más. Mucho más.

Finalmente, enfrente de su departamento, Lincoln abrió la puerta y entró a su hogar antes de cerrar la misma con una patada, sin esperar a que su criada lo siguiera dentro. Ronalda, sin embargo, ya esperaba que su patrón hiciera aquello por lo que se apresuró a pasar antes de que la puerta la golpeara en la nariz.

Al ver que no había podido deshacerse de la latina, no le quedó más opción a Lincoln que seguir negociando.

—Pues no puedo pagarte con dólares este mes, así que dime ¿Qué es lo que quieres a cambio de dejarme en paz?

Aquella pregunta ciertamente tomó por sorpresa a la mujer, pero siendo consiente que nunca tendría una oportunidad igual de buena que aquella no tardó ni siquiera medio segundo en responder.

—Yo, inmigrante ilegal. Para mí lo mejor ser casarme. Así no deportar. Yo no quiero volver México. Si tú hacer conmigo matrimonio de conveniencia tú saldar deuda y yo hacer gratis todo lo que tú querer todos los días por un año hasta divorcio.

Al oír hablar a su criada una sonrisa burlona se posó en el rostro de Lincoln, ¡aquella inmigrante idiota le acababa de confesar que era una ilegal! Deshacerse de ella sería tan fácil como levantar el teléfono y llamar a la policía… aunque al fijarse un poco mejor en la delgada blusa que ella estaba usando, tan llena en el área de los pechos, el peliblanco se convenció de que quizá podría obtener algo más de su criada antes de deshacerse de ella.

—Estás loca. Sé que se dice que las de tu país son expertas en la cama, pero tienes que admitir que tú eres bajita y muy amargada, y a mí me excita que las mujeres sean voluptuosas y apasionadas. Solo me casaré con una mujer con esas características.

Ronalda no dejó que aquello la desanimara.

—Yo follar mejor que diez blancas juntas —aseguró Ronalda, y al escuchar esa respuesta, Lincoln supo que había logrado engañarla—. Yo antes vivía en pueblo. En pocas semanas todos los chicos vienen sólo yo. Nada las demás. Yo hacerme famosa. Las demás envidia. Las demás pegarme. Tres en total. Yo, sola. Ellas más que yo. Ellas más grandes que yo. Gran pelea. Ellas malas en la cama, malas en la lucha. Ellas perder. Ellas llorar y pedirme perdón. Después, ellas ser mías en la cama muchas, muchas veces.

El gesto burlón desapareció del rostro de Lincoln, pues realmente no esperaba oír algo como aquello ¡En especial nunca creyó que su huraña criada fuera capaz de esa última parte!

Al empezar con su plan, Lincoln sólo esperaba engañar a la latina estúpida para convencerla de dejarlo tener sexo con ella sólo para después denunciarla a inmigración… pero la sonrisa que ahora le dedicaba Ronalda delataba que quién había caído en la trampa del otro había sido él y no al revés.

Sabiendo que tenía a su empleador justo dónde quería, Ronalda siguió hablando.

—Desde entonces mandé yo en pueblo. Ya ves. Yo, pequeña, sí, pero muy fogosa y fuerte. Todas las mexicanas somos muy, muy fogosas y yo lo soy más. Tú, más grande y más fuerte, claro, pero yo poder dominarte. Limpiando encontré tus revistas pervertidas debajo de cama. Sé lo que te gusta. ¿Tú gustas cuero y látigos? ¿Tú querer dominación? ¿Tú querer sexo muy violento? ¿Querer todo eso todos los días y gratis por un año?

Con el rostro colorado al saber que su fetiche secreto había sido descubierto, Lincoln tuvo que hacer grandes esfuerzos para no sonreír, en parte por la incredulidad y en parte por un creciente interés ante aquellas palabras. ¡Aquella mosquita muerta no le llegaba ni a las clavículas, pero aun así aseguraba poder dominarlo en la cama!

Pensó en llamar a la policía en el acto y así desembarazarse de su creciente problema con la criada, pero no pudo evitar echarle un segundo vistazo a la mujer delante de él. Con cejas pobladas y los dientes frontales algo chuecos, Ronalda era algo fea de cara, pero tenía labios gruesos y llamativos, sus ojos cafés tenían un destello intenso que le daba a su mirada un aspecto feroz y desafiante, el cabello negro y lustroso que le caía en una cola de caballo casi hasta la cintura despedía un aroma dulce e intenso que sólo podía compararse en encanto con su piel naturalmente bronceada y reluciente. El menudo cuerpo de la latina dejaba ver, bajo la suavidad realmente seductora de sus curvas, una constitución firme y fibrosa, casi musculosa. Sus pechos, aunque no eran nada pequeños, lucían tan firmes y tan bien formados como los de una adolescente y su trasero siempre lograba desviar la mirada de Lincoln cada vez que ella se agachaba. La criada vestía de modo discreto como siempre; pantalones de mezclilla y blusa, sin adornos ni joyas, pero la verdad sea dicha, ella aun así podía resaltar de entre la multitud.

Mientras el albino, aún indeciso, estudiaba su cuerpo desde abajo hacia arriba, Ronalda empezó lentamente a tomar diferentes poses provocativas y cuando sus ojos volvieron a encontrarse con los de ella, Lincoln descubrió que ella lo estaba retando con la mirada, relamiéndose los labios antes de sentarse en el sofá abriendo las piernas y contoneándose. Lincoln decidió aprovecharse de esta oportunidad que recién se le presentaba.

—Te propongo un trato. Si eres capaz de dominarme como dices, me caso contigo. De lo contrario te abriré de piernas aquí mismo antes de echarte a la calle. ¿De acuerdo?

Al oír aquello, la sonrisa de Ronalda se acentuó y sus ojos refulgieron con satisfacción.

—De acuerdo. Tú ahora reír, pero luego tú llorar y yo mandar.

Lincoln se aproximó a la pequeña latina y ella se puso de pie.

En honor a la verdad Lincoln no tenía intención de hacerle daño. Sólo planeaba agarrarla con fuerza, quizá zarandearla tras un breve forcejeo, tumbarla en el sofá, abrirle la camisa, abrirle las piernas, clavársela hasta el fondo y pasar un buen rato a expensas de ella. Por desgracia para él, la criada latina tenía otros planes.

Un pie que parecía hecho de hierro se clavó como un cañonazo en el estómago de Lincoln, provocando que el incrédulo albino cayera al suelo doblado en dos.

Sin perder tiempo, Ronalda comenzó a patearle la espalda y los brazos, mismos que apenas y habían logrado reaccionar lo suficientemente rápido para cubrir su pálido rostro de la paliza. Sin embargo, y aún tomado por sorpresa por el ataque, Lincoln logró aferrar con una de sus manos un pie que se dirigía a su cara con toda la intención de partirle el cráneo, y tirando de él la hizo caer.

Estando ahora los dos en el suelo, ambos rodaron entrelazados en una nube de patadas y puñetazos hasta que Lincoln logró terminar encima de ella y aprovechando su recién adquirida ventaja logró darle una bofetada a su atacante. Ronalda respondió a la cachetada con los puños, logrando conectar un gancho de derecha a la mandíbula que lo derribó, quedando ambos nuevamente de costado sobre el piso alfombrado, pero esto tampoco los ralentizó pues siguieron atacándose con pies y manos hasta poder ponerse de rodillas uno enfrente del otro.

Lincoln aprovechó que tenía brazos más largos y la envió al suelo de un puñetazo, pero ella volvió a levantarse en un segundo. Un nuevo golpe tuvo el mismo efecto, tres, cuatro, siete veces Lincoln logró derribar a su pequeña rival de un solo golpe, pero ella volvió a levantarse como un muñeco de resorte tras cada vez. Con sus finos y musculosos brazos tensos y sus puños cerrados, Ronalda logró conectar un directo en la cara de Lincoln que prometió dejarle un ojo morado.

Gracias al shot de adrenalina que aquel puñetazo le obsequió, Lincoln logró reunir la fuerza suficiente para sacudirse el dolor y volver a tumbarla de una trompada, pero la diablesa volvió a levantarse y devolvió el golpe. Tres veces más volvieron a intercambiar golpes de esta manera, pero a la cuarta fue Lincoln el que cayó.

Lincoln, a diferencia de Ronalda, no tuvo tiempo suficiente para levantarse. Aquella guerrera de piel canela cayó sobre el atacándole con las rodillas y los puños tan pronto como su espalda tocó el suelo.

Aun así, Lincoln logró ponerse boca abajo y colocar ambas manos sobre su nuca para protegerse de tantos golpes y patadas como fuese posible y así permaneció por casi un minuto completo, hasta que sintió como ella se montaba en su espalda para poder golpearlo mejor. Sólo entonces decidió actuar y se puso a cuatro patas bruscamente para quitársela de encima. Ronalda no logró reaccionar a tiempo por lo que cayó al suelo con toda la gracia de un costal de cemento y Lincoln aprovechó esta oportunidad dorada para inmovilizarla entre sus brazos y el piso, quedando ambos en una versión mucho más violenta de la posición del misionero.

Ardiendo de deseo y excitación como nunca antes, Lincoln afianzó el agarre de sus brazos sobre el cuerpo de ella antes de comenzar a restregarse contra su prisionera, rozando su entrepierna con la de ella mientras Ronalda intentaba por todos los medios liberarse del doloroso abrazo en el que el albino la había atrapado.

Justo por eso, Ronalda no pudo girar la cabeza a tiempo para esquivar los labios de Lincoln cuando estos reclamaron su boca en un beso voraz, un beso que tenía más en común con una mordida que con un gesto de amor. Teniendo tanto los brazos como las piernas inmovilizadas, Ronalda no pudo hacer nada para evitar que aquel beso durara más de dos minutos.

Ya todo parecía que estaba a favor del albino cuando él la agarró de la blusa, haciendo que los botones de la prenda reventaran, cometiendo así un error del cuál no se recuperaría; pues fue tanta su lujuria que Lincoln nunca reparó que por arrancarle la ropa había soltado a su presa cuando esta no estaba aún vencida.

Descubriendo que de pronto tenía uno de sus brazos libres, Ronalda usó toda su fuerza en un puñetazo que logró aterrizar en medio del rostro del albino.

Lincoln quedó medio aturdido por aquel golpe que ya no esperaba y Ronalda aprovechó para quitárselo de encima.

Se levantaron a la vez, pero Lincoln logró terminar un poco más arriba gracias a su ventaja en cuanto a altura y lanzó un directo de izquierda a la boca de la criada que lo había retado, logrando hacer que esta estuviese a punto de desplomarse contra una de las paredes de la sala. Allí la persiguió con un gancho de derecha al hígado y otro al estómago. Ronalda, a causa del menor alcance de sus puños, falló un golpe recto a la barbilla del albino y tuvo que soportar un golpe en represalia que le amorató un ojo.

Lincoln ya se creía nuevamente vencedor cuando sintió como le aplastaban la nariz con un golpe que parecía salido de la nada. Sabiendo que estaba en desventaja, Ronalda comenzó a lanzar golpes como una posesa mientras intentaba escapar del rincón donde estaba acorralada.

Al sentir su sangre escurrir por sus labios, Lincoln empezó a castigar con sus puños las delgadas costillas de su diminuta rival. El primer golpe hizo que Ronalda mascullara de dolor, pero los demás no parecieron tener efecto alguno.

Poco a poco, golpe a golpe, Ronalda hizo retroceder a Lincoln. Este tenía en favor su posición, su peso y su tamaño, pero nada de eso logró evitar que Ronalda se liberara de su posición desfavorecida y lo empujara a punta de puñetazos hasta el centro del salón donde Lincoln decidió plantarse. Su honor como hombre se lo exigía. No podía seguir retrocediendo frente a aquella zorra en miniatura.

Se la imaginó vencida y desnuda en el suelo, con las piernas abiertas, gimiendo y llorando de impotencia mientras él la poseía. Ese pensamiento multiplicó sus fuerzas y durante cuatro o cinco minutos el centro del salón presenció una tormenta de puñetazos y patadas de incomparable bestialidad, hasta que una patada en la barbilla envío volando a Lincoln a la alfombra y al reino de los sueños.

Cuando Lincoln despertó, ya habían pasado más de cinco minutos, estaba completamente desnudo y Ronalda estaba sentada sobre su pecho, mirándole con expresión divertida.

—¡Tú perder! Ahora nosotros prometidos. ¡Nosotros casarnos! Yo, tu esposa. Tú, mi marido.

Al escuchar esas palabras, Lincoln sintió una sensación aterradora, muy parecida al vértigo… o a una excitación monumental, recorrer su estómago.

—¡Oye, espera un momento! No podemos casarnos así como así.

—Tú prometer.

—Era broma.

—Nuestra pelea no broma. Tus puños no broma. Mis puños tampoco broma. ¿Tú recordar? —insistió Ronalda, sentándose en su cuello y aplastándole la cara a Lincoln con su ingle. A través de la tela de su pantalón, su sexo se sentía húmedo y caliente—. Ahora tú cumplirás tu promesa. Yo, buena esposa, buena en la cocina, buena en la casa, buena en pelea, muy buena en la cama —añadió con expresión lasciva, arrancándose lo que quedaba de su blusa con una mano.

—Bueno, si así está la cosa vamos a celebrarlo.

—No hasta boda.

—Pero eso tardará meses mientras lo organizamos como es debido. ¿Por qué esperar?

—Porque tú ser hombre que miente mucho, y porque mis puños son mejores.

—Pues eso vamos a verlo.

Cuando Ronalda quiso reaccionar, Lincoln se la quitó de encima y azotándola contra el suelo le desgarró el sujetador. Sus pechos morenos y firmes oscilaron libres mientras Lincoln atacaba el cierre de los pantalones de mezclilla. La primera mitad del cierre cedió, pero antes de poder terminarlo de abrir, Ronalda le clavó el talón del pie izquierdo en las costillas.

Lincoln estuvo a punto de soltarla, pero logró mantenerla sujeta por el cuello y la estampó de nueva cuenta contra el piso. Ronalda gimió de dolor y Lincoln repitió el golpe. La resistencia de Ronalda se derrumbó y Lincoln finalmente soltó su cuello para poder terminar de arrancarle los pantalones. Debajo de ellos, y leal a su forma de vestir, ella llevaba unas braguitas grises de lo más corrientes, pero prácticas. Lincoln ya estaba por tomarlas cuando de pronto Ronalda entrelazó sus dos piernas con el brazo de su pálido atacante, amenazando con romperle el codo y obligándolo así a dejar en paz su ropa interior.

Viendo la oportunidad, Ronalda intentó ponerse de pie, pero Lincoln alcanzó a agarrarla por su largo cabello y la arrojó de nuevo al suelo. Luego tiró de su cabeza hacia arriba y sosteniéndola firmemente por su trenza, comenzó a golpearla como si fuera una pera de boxeo. Ronalda ya estaba inconsciente cuando Lincoln agarró finalmente sus bragas y le arrancó la última cobertura de su feminidad.

La criada, sin embargo, tenía una resistencia asombrosa. Al cabo de un par de minutos ya estaba recuperando el conocimiento. Lincoln estaba de rodillas a su lado, y lo único que vestía eran los restos desgarrados de las bragas de Ronalda, colgando de su pene erecto como un adorno excéntrico.

—Vamos dormilona. Aún nos falta el desempate y no tenemos todo el día —Ella lo miró con asombro.

—¿No me violaste?

—No, yo peleo limpio —una sombra de incomodidad pasó fugazmente por el rostro de Lincoln al oír las palabras de su criada—. Además, sólo estamos empatados. ¿Te quedan ganas de continuar?

Gringo de mierda, el día en que me falten agallas para golpear no mereceré mi nombre.

—¿Y qué tiene de especial tu estúpido nombre?

—¡Era el nombre de mi bisabuela! —y tras rugir aquello, Ronalda se lanzó contra Lincoln con una ferocidad aún mayor al de una tigresa hambrienta. Usando los pies y los puños le hizo retroceder sin cesar hasta expulsarlo del salón y acorralarlo al final del pasillo que llevaba a la puerta de salida. Al borde de sus fuerzas, Lincoln logró colocarle un golpe en la base del estómago que la dejó momentáneamente sin aliento.

—¿Y qué con que tú estúpida bisabuela se llamara así? ¡Apuesto a que sólo se trataba de otra estúpida zorra frijolera!

Los ojos de Ronalda llamearon de furia. Antes de que Lincoln pudiera comprender su error, cayó sobre él tal diluvio de golpes que solo la pared a su espalda le impidió caer.

Lincoln intentó defenderse desesperadamente y sólo tras conectar un nuevo golpe en la sien de la latina fue que logró escapar del pasillo y regresar al salón. Ronalda lo persiguió allí y lo remató con una patada lateral a la cabeza que acabó definitivamente con él.

Lincoln despertó diez minutos después sintiendo algo suave, cálido y muy húmedo que se frotaba con fuerza contra su rostro. ¡Era el pubis de la criada, la criada luchadora que ahora era su prometida! Sintiendo que el albino acababa de despertar, Ronalda tomó con mucha más fuerza la cara de su vencido rival antes de restregarla con renovado ímpetu contra su clítoris hasta que se derrumbó entre gemidos de placer. Cuando Lincoln intentó tumbarse sobre ella para poseerla, ella le rechazó.

—No. Esperar boda.

—¡Pero si ya estamos comprometidos!

—Da igual, tu esperar boda. Antes no.

—¡Tú ya te has divertido! ¿Por qué yo no?

—¡Porque mis puños son los mejores!

Lincoln dio la única respuesta posible en aquella circunstancia. Lanzó un gancho ascendente contra las tetas de Ronalda que la hizo aullar de dolor cuando su pecho izquierdo fue lanzado hacia arriba hasta casi tocar su mandíbula, y luego le clavó un nuevo gancho al hígado que la dobló en dos. Lincoln intentó patearla mientras yacía sobre la alfombra, pero la latina rodó por el suelo y se aferró a sus piernas haciéndolo caer a él. Rodaron en una confusión de puñetazos, patadas y maldiciones en dos idiomas hasta que Ronalda quedó nuevamente encima de él y procedió a machacarle la cara con una lluvia de golpes que le hicieron perder nuevamente el conocimiento.

Cuando él albino despertó una última vez, no sólo volvió a encontrarse con que la criada estaba masturbándose con su cara una vez más, sino que ahora Ronalda también lo tenía bien agarrado de su dolorosamente erecto pene, impidiéndole así volver a resistirse hasta que ella terminara de disfrutar.

Y sabiendo que él ya no podría resistirse, Ronalda usó la cara del albino para llegar al orgasmo no una, sino tres veces.

Sólo hasta después de que ella terminara de divertirse a expensas de él, fue que Lincoln comprendió que estaba atrapado en su propia trampa, y que, en lugar de lograr tener sexo rápido y fácil con una estúpida inmigrante, era ella la que había obtenido lo que deseaba de su patrón.

En el departamento de abajo, y tras escuchar toda la pelea de sus locos vecinos, una Tabby completamente aterrada y anegada por los nervios contaba afanosamente su poco dinero ahorrado tras meses de trabajo, ya completamente convencida de que tenía que mudarse a otra parte.


Si esta comisión fue de su agrado (tanto como si no) le pido querido lector que me deje un comentario. Todo vale; desde quejas y mentadas de madre, hasta sugerencias para una historia nueva.

Lo importante es que comenten, por favor.