Eso que nos da fuerza

NANATSU NO TAIZAI © NAKABA SUZUKI

Sinopsis: La nueva tentación de Gelda podría ser la respuesta al problema de Zeldris.


Eso que nos da fuerza


En medio de un silencioso prado, una brecha abismal apareció y una silueta rodeada en oscuridad emergió. Observando el panorama, y una vez que no detectó nada, hizo desaparecer el portal. Luego, pasaron instantes para que la tensión sobre sus hombros cesará.

La leve brisa movió los mechones de cabello que caían sobre su rostro mientras se acercaba al arroyo. Notó su rostro magullado y sucio por el entrenamiento. Soltando un suspiro, salpicó agua para limpiarse.

Se miró en el agua una vez más, frunciendo el ceño. La sesión de entrenamiento con Cusack había superado sus capacidades hasta ese momento y, una vez soltó la espada, sufrió un episodio de insuficiencia demoníaca. Se derrumbó en el suelo, sintiendo cómo la vida abandonaba su cuerpo.

Su último recuerdo nítido fue una mano del demonio sobre él.

Minutos después, yacía boca arriba, con la mirada preocupada de Cusack y la expresión austera de Meliodas encima de él.

—Meliodas, yo…

—No eres una cría débil de cincuenta años*. Encuentra algo que te dé fuerza o se lo diré a nuestro padre.

Meliodas solía tomar decisiones impulsivas y actuar sin pensar, pero esta vez había sido diferente. Aunque mostró su decepción por la falta de resistencia, Zeldris juró que su reacción había sido inusual. Había mostrado signos de amabilidad, y no era la primera vez que lo notaba.

Zeldris no podía precisar el momento exacto en que todo cambió, pero corría el rumor de que Meliodas estaba en una relación clandestina con una diosa, lo que justificaba su aparente debilidad. Eso lo hizo reír en voz alta.

¿El heredero al trono del Rey Demonio involucrado con una diosa? Era absurdo.

Sin embargo, agradeció en silencio que ese rumor estuviera desviando la atención de su propia relación secreta de la mirada pública. Mientras reflexionaba, escuchó la voz melódica de Gelda.

—Te encontré, Zel —dijo. Él se incorporó y la miró con cariño. Ella había llegado—. ¿Qué te ocurrió?

El demonio soltó una ligera risa. Después de recibir el tratamiento de Meliodas, no había tenido tiempo para arreglarse y salió del Reino de los Demonios con rapidez. Aunque ya no tenía rastros de daño físico, su traje estaba hecho un desastre, con cortes y raspaduras por todas partes.

En comparación con Gelda, que llevaba su habitual vestido amarillo de prominente escote y su cabello perfectamente trenzado, él estaba desaliñado.

—Hoy tuve entrenamiento —comenzó a decir mientras avanzaba para acortar la distancia entre ellos—. Cusack aumentó la presión, y tuve un episodio de insuficiencia mágica. Meliodas tuvo que socorrerme.

Gelda se detuvo cuando estuvieron frente a frente y exploró a Zeldris con preocupación. Por instinto, se acercó y comenzó a palpar diferentes zonas de su cuerpo, buscando pistas sobre lo que le había ocurrido.

Zeldris sintió un aumento de la tensión en su cuerpo y el calor. El delicado toque de Gelda sobre su piel era como una llama creciente en su interior. Su tacto era lento, delicado y suave, muy diferente a la esencia que la caracterizaba: fuerte, indómita y atrevida. Ella prolongó su recorrido sobre su brazo derecho con firmeza y le dio una intensa mirada.

—Sigue —le dijo Gelda. Aunque Zeldris no sabía si era un recordatorio para que no permaneciera en silencio o una advertencia de que ella continuaría con sus insinuaciones.

—Estuve desmayado por un rato. Cuando recuperé la conciencia, Cusack y mi hermano… —exclamó Zeldris, pero se detuvo en seco cuando su pareja tiró de su brazo y se acercó a la base de su cuello. Soltó un aliento cálido que provocó un estremecimiento que abrumó sus sentidos. Estaba volviéndolo loco—. Gelda…

La respuesta de ella fue sumergirse en su cuello. Respiró pesadamente. El escalofrío por su aliento cálido desató un estremecimiento y le arrancó un gemido profundo al demonio.

El peso del cuerpo de Gelda sobre el suyo hizo que se derrumbaran contra el prado. Zeldris jadeó con fuerza cuando ella aspiró debajo de su oreja y pasó a succionar. Sus sentidos estaban nublados, se estaban avivando sus instintos y su interior aullaba por tomar el control.

—¡Auch! —se quejó repentinamente.

Su estado de ensoñamiento se desvaneció al sentir un impacto de energía que lo trajo de vuelta a la realidad. Exhaló con dificultad, notando que su pantalón estaba ajustado con un problema evidente y estaba sudando.

—Oh, Zel —la escuchó decir.

—¿Gelda? —llamó él. Ella se había alejado bruscamente. Su rostro sin emociones—. ¿Gel...?

De pronto, algo frío recorrió su cuello. Zeldris se pasó la mano y notó una sensación de humedad deslizándose en su palma. La retiró y observó con espanto su mano teñida de rojo.

—Oh, sangre —expresó en un claro estado de shock—. Esto es sangre.

—Zeldris, déjame explicarte —exclamó Gelda y extendió su mano para tocarlo. El demonio retrocedió en respuesta—. Zel —dijo con su voz quebrada.

Zeldris se quedó perplejo, dudando. Cuando Gelda hizo un movimiento para acercarse, desplegó sus alas negras y se elevó por los cielos; sin embargo, ese golpe de energía pareció disiparse en el mismo instante en que la mordida comenzó a arder. Todo el control sobre su cuerpo se desvaneció y comenzó a caer.

—¡Te tengo!

Gelda lo agarró con destreza. Su sonrisa, con los colmillos manchados de rojo, brillaba ante su demonio. Zeldris se aferró a su cuello y se recostó contra su busto. El terror de lo que iba a suceder estaba presente en sus pensamientos.

—Ahora, ¿me dejarás hablar o volverás a escapar? —dijo con un tono que parecía divertido, pero la mirada que portaba inquietó al joven príncipe.

—Descuida —murmuró Zeldris, cohibido—. Te dejaré hablar.

Gelda soltó una carcajada.

—Así está mejor.

Cuando tocaron tierra, Zeldris no se alejó. Permanecía prisionero entre los brazos de Gelda y no deseaba darle otro motivo para que ella estuviera enfadada.

—Lamento haberte mordido, fue un impulso. Supongo que verte en ese estado después de tu entrenamiento, me inspiró a morderte —expresó Gelda, la última frase con un tono insinuante que no intentó ocultar.

El demonio inhaló con fuerza. Solo una frase y ya sentía una presión en sus pantalones de nuevo.

—También me disculpo. Hui como si fueras una enemiga cuando tú eres mi pareja —declaró. La satisfacción de llamarla así sin restricciones era una sensación placentera—. Aunque debo admitir que la mordida me gustó —vaciló en voz alta. Desde su posición, la chica lo miró a los ojos desde arriba—. No sé cómo explicarlo, pero cuando me mordiste, sentí cómo mi energía se restauraba. Fue mejor que con la sanación de mi hermano.

—Eso se debe a mis poderes regenerativos. El efecto sobre ti no te debilitó, sino que te restauró un poco.

—Pero cuando activé mis alas, la mordida ardió y caí.

—Es porque apenas tomé un poco de sangre de tu cuello —explicó Gelda mientras llevó sus manos hacia la marca en Zeldris—. Esto es apenas un pellizco en comparación con lo que está acostumbrado mi clan —le explicó—. De todas formas, tranquilízate, no te usaré como mi bolsa de sangre personal. Tú vales mucho más que eso.

—Gracias —dijo Zeldris y extendió su brazo para acercar la cabeza de Gelda y compartieron un beso. Sus narices se rozaron de manera graciosa junto con sus cabellos—. Pero me gustaría que lo hagas. Me refiero a morderme —añadió, después de separarse.

—¿De verdad? —preguntó Gelda. El demonio asintió—. ¿Acaso…?

La cara enrojecida del príncipe fue toda la respuesta que Gelda necesitaba.


El filo de la espada apareció en su cuello después de que su discípulo realizará un triple giro en el aire con gracia y, con una patada cargada de oscuridad, lo arrojará al suelo. Mientras Cusack jadeaba, denotando su cansancio por el combate, Zeldris llevaba una expresión altanera, satisfecho con la victoria.

Meliodas, quien había observado el enfrentamiento desde lejos, se mostró asombrado.

Desde su recaída, Zeldris se había mostrado más comprometido y sus resultados tanto dentro como fuera del campo de batalla lo demostraban. Su padre lo había notado y estaba enviando al joven príncipe a misiones en el exterior.

El heredero al trono se sentía satisfecho y consideró acercarse para felicitar a su hermano. Sin embargo, antes de que pudiera dar un solo paso adelante, Zeldris se encaminó hacia el interior del edificio de entrenamiento. Esto llamó la atención del demonio mayor, y miró a Cusack con misterio.

—Desde que ha mejorado su desempeño, el Maestro Zeldris siempre se dirige hacia el edificio. Sospecho que desea asearse.

Meliodas sabía que eso no era una razón lógica, pero asintió y acordó descubrir todo por su cuenta. Ocultó su presencia y avanzó hacia donde escuchaba los movimientos de Zeldris. Su sorpresa fue evidente cuando lo vio en la zona de las bañeras, y pensó que tal vez Cusack tenía razón.

Lo siguiente que vio borró cualquier rastro de esa idea.

Su hermano se había despojado de la camisa, exponiendo su espalda. La mayor parte, sino toda su piel, estaba marcada con arañazos y mordidas, algunas de las cuales parecían bastante frescas. Meliodas entrecerró los ojos mientras intentaba rastrear el origen, y casi activó su poder al reconocer la forma de las mordidas.

Eran de vampiro.

Tiempo atrás, Meliodas había arremetido contra Zeldris y cuestionado lo que estaba haciendo al relacionarse con alguien de esa raza. No obstante, el demonio que era ahora, uno enamorado de alguien del clan enemigo, encontró la situación divertida.

—¿Así que una mujer vampiro es tu fuente de poder?

Meliodas dio un último vistazo a su hermano y se retiró, pensando en cómo usar esa información a su favor para molestarlo más tarde.


Nota de la autora: Este es otro relato de Zeldris y Gelda que tenía que corregir y subir.

Por otro lado, este "*" hace referencia a que en la información oficial del manga revela que Zeldris tiene alrededor de unos trescientos años, esto sin contar el tiempo que estuvo sellado. Así que creo que cualquier demonio menor a cien años se puede considerar como cría o menor de edad.

Ciao.