El día de San Valentin se hace presente con las numerosas decoraciones alusivas a éste día. Parejas de todas las edades invaden los lugares mostrando su amor al mundo sin importar el qué dirán. Y en la residencia de la familia Suárez Mondragón, apenas se preparan para recibir el día como cualquier otro... O algo así.
—¡No quiero saber nada del día de San Valentin! —reprochó Frida antes de dar un bocado a sus hotcakes.— Me traen malos recuerdos de la secundaria.
—Ay, mija. No sólo se trata de las parejas. —repuso Carmela sabiendo a lo que se refería.— El día de San Valentin también puede celebrarse con amigos o con seres queridos.
—Sería más fácil para mí si no fuera porque Manny también fue mi amigo. —la chica de overol apoyó las manos en su barbilla y sus codos en la mesa.— Tal vez por eso lo quería tanto.
—Bueno, pero las cosas han cambiado, ¿no es cierto? tienes amigos, como Rosa y Tenny. —insistió Carmela tocando la espalda de su hija.
—O como ése niño que se disfraza de burro. —agregó Anita.
—O ése chico de camisa roja con el que pasas tiempo últimamente. —terció Nikita. Y las gemelas se rieron entre dientes.
Frida las evadió con un sonrojo notorio. Emiliano se vio obligado a interferir, en especial porque no quería imaginarse a ese chiquillo bribón queriendo ser un galán con su pequeña.
—Tranquilas, niñas. Su hermana entendió el punto. Lo importante es que tienes con quien pasar este día, mija. —dio dos palmaditas a la cabeza de su hija menor y siguió.— Incluso si no lo tuvieras, te tienes a ti. No hay nada más importante que el amor propio.
Frida sonrió. Sabía que su papá tenía un punto a favor.
—Tienes razón.
Un pitido cercano desconectó a la chica. Revisó su reloj y descubrió que era tiempo de ir a la escuela.
—Debo irme. Diviertanse. ¡Adiós! —dijo deprisa, marchándose de casa.
Carmela entonces miró a su esposo.
—¿No la llevarás a la escuela?
—Iré más tarde al trabajo. —respondió el hombre del hogar después de beber café. —¿Puedes pasarme mis llaves mientras prendo el auto?
—Claro. Ahora vuelvo. —la mujer se dirigió a su habitación. Entró y luego...
—Un segundo, ¿cómo prenderá el auto sin sus...? —mirando a su mesita de noche, descubrió un pequeño ramo de rosas con una nota que sólo decía "E".
El corazón de la mujer dio un vuelco, su cara enrojeció y sólo se cubrió el rostro como si el obvio remitente la estuviera viendo.
—Am... Cielo, t-tus llaves no están aquí. —habló tratando de calmarse.
—Descuida, ya las encontré. —respondió Emiliano sacándolas de su bolsillo como si tuviera el tiempo del mundo. —Bien, ya debo irme. —se levantó a punto de salir.
—Espera. —Carmela lo alcanzó hasta la puerta aún con el obsequio en la mano, logrando darle un beso en la mejilla.— Gracias. —le susurró casi al oído, ruborizándolo un poco.
Las gemelas quedaron enternecidas por el momento.
...
Preparatoria Chitas.
Feliz día de San Valentin.
Frida observaba nostálgica a las parejas felices alrededor de la escuela. Llegó incluso a observar a Sergio tomando de la mano a una Frida-Bot y a Diego acompañado de una Guaca-Frida.
La peliazul soltó un "Ugh". Parecía que el amor simplemente no estaba de su lado desde que Manny la traicionó. Ahora todo lo que quería hacer era terminar la escuela para ir a casa y encerrarse en su habitación hasta que la marea de amor desapareciera.
—¡Hola Frida! —escuchó que la llamaban. Los Sombreros Atómicos ahora caminaban por los pasillos de la escuela con destino a clase de Historia.
—¿Tienen planes hoy? —preguntó Frida.
—¿Te parece practicar en mi casa después de clases? —propuso Tenny.— Ciudad Milagro apesta a amor.
—Suena bien. Tengo cosas que hacer, pero intentaré llegar a tiempo.
—¿Te refieres a ir con tus hermanas a entrenar?
—No. Tengo cita con el Dr. Butterman. —agregó la peliazul una vez estaba frente a su casillero. Al abrirlo, lo primero que vio fue una tarjeta en forma de corazón.
—Vaya, Freeds, parece que tu lista de pretendientes no termina. —bromeó Rosa al ver el detalle.
La peliazul suspiró. —¿Saben? Ahora no quiero saber nada de San Valentin. —sacó un libro de su casillero mientras miraba la tarjeta con molestia.— Y eso incluye a los pretendientes. —con eso, cerró el compartimento.
...
Policía.
—Cielos papá, eso...
—Fue muy romántico de tu parte. —apremiaron las gemelas a su padre, hablando del detalle que hizo para Carmela.
—Bueno, si eso les pareció romántico esperen a que vea la sorpresa que le tengo para esta noche.
—Oye papá, ¿pero cómo supiste que mamá era la indicada? —inquirió Nikita con mucha curiosidad.
—Bueno, yo conocí a su madre en la universidad. —comenzó a narrar el Jefe Suárez.— La verdad no puedo dar una razón exacta de porqué me enamoré de su madre. Sólo sucedió. —dijo rebobinando los momentos en su cabeza.— Aunque recuerdo más cuando no tenía dinero para comprarle un collar de perlas en la fiesta de graduación, y sólo le compré una de imitación. Le prometí que cuando fuera policía le compraría uno de verdad. Pero a ella sólo le hacía feliz que yo se la diera. —jugó con el anillo en su dedo y finalizó: —Ése día recordé el porqué la amaba, y el porqué estaba dispuesto a hacer todo por ella.
Los ojos de Anita y Nikita estaban casi cuajando de lágrimas. Era lindo ver a su padre con una sonrisa genuina y lleno de historias legalmente cursis. Esto debido a que era una faceta del mayor que no mostraba a menudo; cuando lo hacía, era exclusivamente en familia y lo debían aprovechar.
—¡Aw, papá! —las cadetes rodearon al mayor en un abrazo que fue correspondido.
...
Los laboratorios de la guarida oficial de La Parvada de Furia ahora estaban ocupados por Cuervo Negro y Dr. Chipotle Jr., quienes creaban una fórmula especial para un día tan especial como lo era San Valentin.
—Bien, está casi listo. —apremió Zoe luego de quitarse el casco protector.— Pronto Ciudad Milagro se volverá la Ciudad de los Corazones Rotos.
—Sí. —secundó el joven científico.— Este San Valentin será recordado como el peor San Valentin de la historia. —agregó con una risa malvada, solo para girarse a su "nueva novia" cambiando a un tono empalagoso.— ¿No es así, mi Guaca-Frida?
Esta última balbuceó alegre. Contrario a Zoe, quien rodó los ojos denotando asco.
—Ugh. —soltó.— No entiendo qué tiene de especial Frida Suárez como para crear una réplica suya en guacamole.
—Te sorprendería saber las cualidades que tiene; pero si te las digo, te enojarás. —respondió una silueta en la oscuridad del laboratorio, mostrando unos vivos ojos rojos.
—¿Sabes? das un poco de miedo cuando estás ahí parado. —terció Diego apuntándole con su dedo robótico.
—Gracias. —el villano salió de su lugar, revelando su sombrero, botas y clásica guitarra negra.— Siempre estoy dispuesto a infundir terror en héroes y villanos por igual.
—Infundir terror no nos bastará para hacer funcionar el vapor, Django. ¿Lo sabías? —atacó Zoe con petulancia.
—Es cierto. Si estás aquí, tal vez deberías ayudarnos. —dijo el chico de bata fingiendo valor.
—Primero que nada, estoy aquí porque son los únicos villanos que me caen "bien". —respondió Django carismático. — Además, ¿quién dijo que no iba a ayudar? Claro que... Si me dijeran qué están haciendo... —persuadió.
—Se supone que este es un gas creado para...
—¡Alto! —interrumpió el esqueleto.— ¿Quien lo inhale se enamorará de la primera persona que vea, cierto?
Ante el desdén del villano, Zoe respondió con un casi apenado: —Ajá.
Django dejó caer los brazos.
—Por favor chicos, ya no estamos en la Edad Media. Si queremos hacer maldad, debemos hacer maldad jamás vista. —propuso con orgullo en sus oraciones.
—Y... ¿Qué es lo que tú propones? —inquirió Diego ladeando su cabeza.
El contrario se acercó aún más al experimento, apuntó su guitarra hacia él y deslizó sus filosas garras sobre una cuerda de guitarra en especial. Un chirrido se coló en los oídos de los otros dos villanos, los cuales hicieron muecas a causa del desagradable sonido.
Tras soltar la cuerda, una melodía negra salió de la clavijera, flotó hacia el frasco de perfume, y cuando ambos se tocaron, desapareció. Fue entonces cuando el perfume pasó de ser un rosa chillante a un morado tan oscuro que podría confundirse con negro.
—¿Es todo? —inquirió Zoe luego de un silencio.
—Sip. —le contestó el guitarrista tomando el frasco de su lugar.— Ahora todo aquel que inhale el gas amará a los que odia... Y odiará a los que ama. —sonrió perverso.
Pese al miedo, los villanos sonrieron.
—¡Bien! —espetó Zoe malignamente.— Ahora solo queda esperar al festival de San Valentin de La Ciudad Milagro, ¡para romper miles de corazones! —rió a carcajadas.
Django sólo la miró fijamente.
—Qué lástima. A mí no me gusta esperar. —dicho esto, lanzó el frasco de gas, (que más parecía un perfume) a una chimenea vieja. Desde luego que el frasco se quebró y el humo de la fórmula ascendió por el tubo de la chimenea hasta llegar al cielo, dispersándose a sus anchas.
La Ciudad Milagro.
La tríada miró por la ventana como si esperaran una explosión.
—Y... ¿ahora qué? —preguntó Diego.
—Ahora, a disfrutar el espectáculo. —contestó Django con suma tranquilidad y se marchó.
...
Justicia.
Carmela terminaba de envolver una caja de regalo para su marido en su oficina. Había esperado mucho tiempo para darle este regalo y qué mejor que hacerlo en un día tan romántico.
—¡Perfecto! —exclamó para sí en un aplauso.— Ahora sólo queda esperar hasta la noche. —guardó el obsequio en un cajón de su escritorio para retomar su trabajo.
Un humo violeta se paseaba sobre el enorme edificio. Un mal momento para que Carmela dejase las ventanas de su edificio abiertas de par en par. El humo entró libremente a la habitación y, sin que la castaña lo notara, inhaló la poción. Su reacción se manifestó en un estornudo que la hizo derramar su café sobre el escritorio.
—¡Ay no! —se quejó con lástima.— Ahora debo ir por más café. —acto seguido, sacó un pañuelo y limpió la bebida esparcida por su escritorio.— Menos mal no manchó las hojas.
Mientras tanto, Emiliano llevaba una comida para su esposa; con bebida y postre incluido. Acompañado de sus hijas mayores, esperaba salirse con la suya sin ser descubierto.
—Entonces, ¿seguirás dándole regalos a mamá hasta que llegue a casa? —inquirió Anita siguiéndolo.
—Sip. Este será el segundo del día. El tercero se lo daré una vez que termine su turno. —respondió el mayor caminando hacia la institución.
—¿Quieres que nos quedemos en la estación policíaca cuando ella llegue a casa? —propuso Nikita.
—¿Quedarnos en la estación policíaca? —repitió su gemela con incredulidad.— ¿Dónde se supone que dormiremos? ¿Debajo del escritorio?
—Oye, ellos tendrán una noche romántica. Y nosotros no tenemos novios. No hay nada que hacer en casa.
Mientras las mellizas discutían, Emiliano divisó a una extraña mujer detrás de una columna cerca de la entrada al edificio. Y le parecía extraña porque poseía un largo cabello blanco, un vestido azul con tonos morados y unos ojos que mezclaban el violeta y el dorado; los cuales, a la luz del sol, brillaban como el oro. Emiliano la contempló por un rato. Jamás la había visto en Ciudad Milagro, por lo que supuso que se trataba de una extranjera. Pero, ¿de dónde venía? ¿Y qué hacía ahí en primer lugar? Dio un paso adelante sin esperar el repentino dolor que se coló en su pecho, justo en el corazón, obligándolo a doblarse.
—D-duele... —levantó la mirada hacia la mujer misteriosa, sólo para descubrir que había desaparecido. Escuchó una risilla traviesa que hizo eco por el lugar, pero que, al parecer, solo él pudo oír.
—¿Papá? —escuchó que le hablaban. Desvió la vista a sus hijas gemelas.
—¿Está todo bien?
—¡Ah! Claro niñas. —el mayor se enderezó enseguida.— Sólo estoy algo nervioso. Bueno, llevemos esto rápido para volver a trabajar. —agregó como si nada mientras subía las escaleras de la entrada.
Las hermanas se miraron extrañadas. Pero finalmente siguieron a su padre hasta los pasillos de la jurisdicción. Allí, se encontraron con una mujer de traje color crema y cabello cobrizo.
—¡Emiliano! —saludó la mujer con los brazos abiertos.— ¿O debería decir, Jefe Suárez?
—Hola Abigail. —correspondió el oficial tranquilamente.— Qué bueno verte para poner en marcha mi plan.
—Oh, una misión secreta. —bromeó ella.— Y, ¿qué es?
—¿Podrías dejar esto en el escritorio de Carmela sin que ella lo sepa? —pidió Emiliano mostrando la comida envuelta.
—Será un placer, caballero.
El sonido de algo rompiéndose interrumpió la interacción. Al voltear, Emiliano quedó en seco: Carmela llegó justo cuando le dio la comida a Abigail y lo interpretó como un escenario de infidelidad, lo que provocó que dejara caer su (nueva) taza de café. Sus ojos azules ahora se volvieron dos corazones rotos de color fucsia.
—Tú...Ustedes... —Dijo tratando de procesar lo que estaba viendo.— Han estado juntos... Desde hace tiempo y... Yo nunca sospeché nada.
—¡No, Carmela! No es lo que parece.
—¿Y qué se supone que parece si no es lo que parece? —inquirió una Carmela enojada y a punto de llorar, que ahora se encontraba frente a frente con su marido.
—Mamá, no es lo que piensas. —intervino Anita. A lo que su gemela le siguió:
—Sí. Papá estaba planeando un regalo para ti. —Nikita no estaba convencida de que eso funcionara, pero ahora reducir los malentendidos era lo primordial.
—¡No lo defiendan! ¡Su padre no me ama y esa es la verdad! —acto seguido, Carmela seguía llorando incluso después de cubrir su rostro.
—Carmela. —terció Abigail.— Tus hijas están diciendo la verdad.
—¡No me hables, traicionera! —gritó la señora Suárez en un arranque de ira.— De todos los hombres que pudiste conquistar, ¡tenía que ser mi propio esposo!
—Querida, yo... —alcanzó a decir Emiliano apunto de tomarla de los hombros, pero la ahora frenética mujer apartó su mano más cercana en un manotazo. Era incapaz de escucharlo.
—¿Crees que no puedo ser joven y bonita? ¡Bien! Yo también puedo ser más bonita de lo que crees. Y empezaré quitándome esta tonta camisa de cuello de tortuga. —Carmela empezó cumpliendo su palabra, quedando en camisa de tirantes gruesos del mismo color rojo.
Sus hijas soltaron un "Wow".
—¡Me largo se aquí! ¡Adiós! —espetó enojada. Y después, se marchó del lugar pasando enfrente de su familia.
—Esto definitivamente no es...
—Lo que se supone debía pasar. Papá, ¿tienes...? —las gemelas terminaron más confundidas cuando su padre salió del pasillo sin decir palabra. Cuando lo siguieron hasta la puerta, ya era tarde. Había encendido su coche y se fue.
—¡Esto no es posible!
—¿Y ahora qué se supone que haremos? —las mellizas pensaron un buen rato hasta que se miraron una a la otra con la única solución en mente.
—¡Frida!
...
Centro médico de la Ciudad Milagro.
Nuestra peliazul favorita apenas estaba por entrar al edificio cuando vio a su terapeuta en turno dirigiéndose a su coche.
—Hola Frida. —dijo el rubio al verla acercarse.— Mandé un correo de voz a tus padres. No tendremos sesión hoy.
—Rayos. —soltó Frida. Mirando al doctor, arqueó la ceja y preguntó: — ¿Tiene planes?
—Hoy tendré una cita a ciegas con una dama que conocí por internet. —el mayor se acercó a la chica de goggles y le dijo: —Pero tú no lo intentes; no hasta que seas mayor. ¡Adiós! —con eso, el hombre prendió los motores y se marchó de allí, dejando atrás una nube de humo que cubrió a su paciente.
Después de toser y quitarse el humo de encima, Frida optó por marcharse, todavía tosiendo.
—Vaya forma de ayudar a su paciente. —renegaba al caminar.
...
Rodolfo acomodaba su corbata frente al espejo. Estaba listo para encontrarse en una cita (de amigos, por supuesto) con su ex-esposa. Incluso con la vista sobre su reflejo, notó a Manny pasar por la sala.
—Hola papá. ¿Estás listo para la cita con mamá? —le preguntó el niño con regalo en mano.
—Claro que sí, mijo. Al fin podré tener una cita romántica con tu bellísima madre. —respondió Rodolfo haciendo ojos de cachorrito.
—Ah... ¿Qué no se supone que es una comida amistosa?
White Pantera volvió a la realidad en menos de una mitad de segundo. Tosió y se enderezó.
—Claro. Una comida amistosa.
Una vez más el humo violeta se entrometió por la ventana hasta la sala. Para su mala suerte, ambos lo respiraron. Ahora los ojos de White Pantera se volvieron dos corazones invertidos, mientras que los de Manny eran un corazón rosa y uno negro.
—¡Vaya! —exclamó el menor de repente.— Ahora que lo dices, tal vez deba invitar a Zoe a una cita romántica.
—Como sea. —espetó su padre tajantemente.— Para serte sincero no me importa. Siempre haces lo que quieres. Y ahora que lo pienso, no sirve de nada ir a esa cita con tu madre. Meh. —sin más ni menos, se quitó la corbata de rayas, la lanzó a alguna parte y procedió a retirarse.
El moreno estaba confundido.
—Bueno. Ahora debo preparar el regalo para Zoe antes de verla. —al mirar la caja de regalo que tenía en sus manos, sus ojos se abrieron con intensidad: El destinatario decía…
Para Frida.
—¡Buaj! —exclamó asqueado.— Al parecer puse el destinatario equivocado. Necesitaré un marcador.
Fue entonces que se le ocurrió entrar a puerta abierta al cuarto de su Grandpapi, quien dormía y roncaba apaciblemente en su cama.
—Lo siento Grandpapi, tomaré prestado tu marcador. —dijo Manny mostrando el objeto en cuestión. Al mirar hacia su mesita de noche, se le ocurrió agregar: —Y tal vez... Un poco de efectivo. —tomó algunos billetes y se fue entre risillas traviesas.
—Sí, Sandra. Tengamos dos hijos y pongámosles "Rodolfo" y "Emiliano". —murmuraba Puma Loco entre sueños.
...
Restaurante.
María reposaba la barbilla con su mano admirando los adornos del lugar, anunciando la época más romántica del año. Ya había pasado casi una hora y Rodolfo no daba señales de presencia. Pensó que tuvo inconvenientes con algún villano; cosa rara porque en toda la tarde no se presentaron incidentes de ningún crimen.
A punto de darse por vencida, escuchó un estruendo externo que la hizo saltar de la silla.
Era Buitrila, sobrevolando los cielos después de un robo exitoso.
Antes de que volara más lejos, la villana se detuvo al ver a White Pantera estampando su zapato en su cara de una patada, que la llevó cuesta abajo al restaurante donde se encontraba la señora Rivera.
María no podía creer lo que veía. No sabía si estaba sorprendida por el hecho de ver a Rodolfo siendo superhéroe o por el hecho de que había golpeado directamente a una mujer. Usualmente siempre fue un caballero, pero esta vez "había cruzado la línea".
Justo cuando quiso acercarse a ayudar a Butrila, esta se incorporó echando humo por las orejas mientras White Pantera aterrizaba en pie con estilo.
—¿Cómo te atreves a-? —no pudo continuar.
—No exageres. —contestó el hombre ya enderezado.— Tú patearías a un niño si quisieras hacerlo.
La morena que fungía de espectadora no podía estar más boquiabierta. Nunca creyó que su ex-esposo fuera tan cínico.
—¡Eres un hombre malo, White Pantera! —sentenció Butrila.— Ahora veo porqué terminé contigo en la secundaria.
—Ah... Yo terminé contigo. —soltó el héroe como si fuera la cosa más obvia del mundo.
—¡¿Cómo voy a olvidarlo?! —rugió la contraria, apunto de hacer un berrinche.— Tal vez yo no sería tan malvada si tú no me hubieras roto el corazón. —y empezó a lloriquear.
—Agh, bien. ¡No llores! Nadie quiere verte actuar como una niñita. —trató de calmarla Rodolfo. Se agachó para verla a la cara una vez se acercó a ella y le preguntó como si nada; como si fuera la cosa más sencilla del planeta.
—¿Quieres casarte conmigo?
Tanto María como la criminal estaban sorprendidas, aunque cada una por diferentes razones. En ése momento, la señora Rivera quedó más boquiabierta que antes. Sintió un aguijón en el pecho que jamás creyó volver a sentir desde la vez en que le pidió el divorcio a su ex-marido.
A diferencia de Buitrila, sintiéndose a punto de estallar de la alegría.
—¡Sí! —exclamó la villana, después de ahogar un suspiro al borde de las lágrimas.— ¡Sí! ¡Sí! ¡Un millón de veces sí! —finalizó abrazando a su nuevo cónyuge.
—Oye, tampoco te me pegues. —dijo el pantera sintiéndose un tanto asqueado.— Y de preferencia que sea hoy, ¿de acuerdo? No sé si tenga la agenda libre el resto de la semana.
Buitrila no podía ser más feliz y lo demostraba abrazando al héroe con la fuerza que le permitían sus brazos, riendo juguetona y sonriendo de oreja a oreja.
—¡Un momento!
La nueva pareja matrimonial volteó súbitamente la mirada hacia el origen de esa voz: María Rivera. La bibliotecaria de la escuela Leone.
—Rodolfo, ¿pero qué estás haciendo? —inquirió ella con justificada consternación.— Te casarás con ella, ¿así nada más? —apuntó a su rival de amores con la mano.
—¿Cuál es el problema? —desafío Burtila con arrogancia.
—Sí, ¿cuál es el problema? —siguió su nuevo prometido.— Tú y yo ya no estamos casados.
Esas palabras dolieron. Y dolieron mucho. Aún así, la señora Rivera no estaba dispuesta a quedarse callada. Porque sin importar el motivo, ése matrimonio se estaba forjando en muy poco tiempo; y bien dicen que lo que fácil viene, fácil se va.
—¡Lo sé! Y lo entiendo perfectamente. Pero no puedes... No debes... —a los pocos segundos su boca y su mente se desconectaron, quedándose sin palabras.
—¿Por qué no sólo admites que estás celosa de que White Pantera por fin se fijó en una verdadera mujer? —dijo la villana mirándose cara a cara.
—¿Tú una mujer? ¡Urraca de quinta! —le gritó María roja de la ira.— ¡Tú no tienes ni la menor idea de lo que es ser una verdadera mujer! —finalizó apuntándole con el dedo índice. Había perdido la paciencia.
—Bueno. —se burló su nueva adversaria.— Dejemos que él mismo lo decida. ¡Oh, espera! Ya lo hizo. —se dio la vuelta caminando hasta Rodolfo, quien se quedó callado en toda la discusión.— ¡Vámonos, mi amor! —finalmente, despegó y se marchó no sin antes llevarse al héroe con ella, riendo por su victoria.
Los ojos de María transmitían enojo, mas no pasó mucho para que se apaciguaran hasta reflejar la consternación y la más profunda de las tristezas. Le costaba admitir en su interior que todo esto le dolía. Lo único que pudo hacer, era terminar al borde de las lágrimas.
—¡Órale! —soltó una voz cercana. La morena volteó y miró al grupo de comensales, los cuales salieron del restaurante para ver todo desde la puerta.
—Esa ruptura no era para mí, y hasta a mí me dolió. —dijo uno de los clientes.
Una peliazul con goggles rojos regresaba a casa, pero se encontraba confundida al ver a su alrededor: Las personas ya no parecían celebrar el día de San Valentin, ahora hasta parecían odiarse. Claro que también habían algunas parejas románticas, pero no parecían parejas verdaderas. Era como si estuvieran... Hechizadas.
—Todos se ven muy extraños hoy. ¿Tú qué opinas, Guante? —el guante místico sólo asintió con el índice. Pronto los gritos de personas conocidas harían reaccionar tanto al arma como a su portadora.
—¡Frida! —Gritaban unas gemelas cadete a la distancia dirigiéndose presurosas a la mencionada.
Una vez la tuvieron enfrente, la peliazul preguntó:
—¿Anita? ¿Nikita? ¿Qué sucede?
—¡Mamá enloqueció! —gritó Anita.
—Ella cree que papá la engañó y ahora quiere separarse de él. —le siguió su gemela con gran temor.
—No es posible, papá jamás le haría eso.
—Lo sabemos. Pero ahora ambos se fueron y no sabemos cómo hacer...
—...Que se reconcilien de nuevo.
En ése momento las cadetes de policía miraron a su alrededor: Había parejas románticas en las calles, cosa apropiada para el día festivo excepto porque las parejas no parecían... Parejas. Todo se sentía forzado o actuado. Era algo que no podrías explicar a menos de que lo vieras en persona.
Después de un silencio incómodo, Frida dijo:
—Este es el día de San Valentin más raro que he tenido.
—No parecen estar enamorados de verdad.
—Parecen hechizados. —en ese momento, las tres hermanas tuvieron una revelación.
—¡Un hechizo!
—¿Creen que eso fue lo que le pasó a mamá? —preguntó la chica de goggles.
—Es la única posibilidad...
—...Que nos queda. De otro modo sólo nos queda aceptar la separación de nuestros padres.
—No podemos permitirlo. Debemos hallar la cura y salvar San Valentin. —Frida apuntó al cielo y gritó: —¡Juro que lo haremos!
Hablando de Carmela, esta se encontraba algo lejos de sus hijas. Pero no las notó, pues caminaba hacia un edificio alto y aparentemente lujoso. Subió hasta el penthouse usando el elevador y, luego de abrazarse a sí misma dudosa por lo que estaba por hacer, se armó de valor y tocó el timbre de la puerta.
—¡No molesten! Estoy a punto de casar- —una mujer de pelo negro y corto se estaba arreglando el cabello; pero al ver a la mujer frente a ella, sintió que su voz se desvanecía.
—Hola, Carmelita. —saludó apenada la señora Suárez.— Soy Carmela.
...
Cuando María Rivera se dirigía a la Casa del Mariachi mientras limpiaba las pocas lágrimas que humedecían su rostro, pasar justamente por la residencia Suárez fue toda una sorpresa para ella. Y aún más al ver la puerta de entrada entreabierta; sin señal de los perros policía que la familia tenía a su disposición.
A pesar de ser una mujer discreta, su intriga era mucho más grande; por lo que decidió aventurarse al lugar. Todo estaba en buenas condiciones, pero extrañamente quieto. El sonido de sus tacones contra el piso terminó frente a una puerta que acechaba a su curiosidad como el piquete de un mosquito. Aquella puerta de color marrón la llamaba tentadora para descubrir lo que ocultaba al otro lado de esta. Entonces, María tragó saliva y acercó la mano hasta tocar la perilla. Pero, antes de girarla, una mano más grande que la suya la tomó de la muñeca, impidiendo su cometido.
—¡Ah! —gritó la morena con el corazón casi saliendo de su pecho. Al girar su cabeza hacia el dueño de esa mano, miró unos aterrorizantes ojos azules, los cuales parecían escudriñar en su alma mientras una voz ranchera y grave le advertía diciendo:
—Ni siquiera lo pienses.
María empezó a sudar frío tratando de recobrar la respiración, mientras obedecía silenciosamente la orden del Jefe Suárez.
—Discúlpame. —habló ella.— La puerta estaba abierta y…
—Traspasar propiedad privada sin autorización puede hacerte sospechosa, ¿sabías eso? —inquirió Emiliano con un tono serio. Aterrador de principio a fin. Tan aterrador como su mirada en un inicio.
—Tú más que nadie sabes que soy cualquier cosa menos una criminal. —replicó la mujer zafándose de su agarre.— ¿Acaso olvidaste…? —de pronto notó que los ojos del policía estaban rojizos. Todo indicaba que estaba llorando.— ¿Qué te pasó? —le preguntó preocupada mientras retrocedía unos cuantos pasos.
Silencio. Después de mirar un poco, el rostro de Emiliano parecía demacrado, como si no hubiera dormido en todo el día.
—Carmela me pidió el divorcio.
María ahogó un suspiro, casi tapando su boca mientras Emiliano desviaba la mirada a otra parte. Daba tanta vergüenza decir que la mujer con la que estabas dispuesto a envejecer ahora se separaba de ti por un malentendido.
—Oh, cielos. Como lo siento. —le compadeció la morena.— Y yo que pensaba que Rodolfo casándose con Buitrila era lo más extraño del día.
—Espera. —Reaccionó el policía mostrando absoluta confusión en sus facciones.— Que Rodolfo, ¿qué?
—¡Lo sé! No es la clase de persona que toma esas decisiones de manera repentina. —María sobó su brazo mostrando una vergüenza parecida al del contrario.— Pero sucedió. Oye, ¿por qué Carmela te pidió el divorcio? —inquirió de pronto.— ¿Acaso…?
—No.
El Jefe Suárez pasó de largo a su visitante, casi empujándola para salir del pasillo.
—Iba de camino a dejarle un obsequio a su trabajo, pero lo dejé a cargo de una de sus amigas. Ella lo descubrió.
—¿Y?~
—Y por algún motivo lo tomó a mal. Y ahora cree que le he sido infiel. —Emiliano se detuvo de manera inconsciente en medio de la sala, mientras María lo seguía.— Ha pasado mucho tiempo desde que vi la decepción en sus ojos rosados. Creí que jamás volvería a ver esa mirada desde la universidad.
—¿Rosados? No sabía que Carmela usara lentes de contacto. —repuso María con el índice sobre la barbilla y mirando a su lado izquierdo.
Los ojos del policía se dilataron como nunca. ¡Eso es! Carmela siempre tuvo los ojos de color azul. ¿Cómo pudo ser tan despistado?
—Es cierto. —volteó a ver a la señora Rivera.— ¿Por qué no lo vi antes? —buscó entre los muebles una hoja de papel y un plumón. Dibujó tan rápido como el recuerdo de su futura ex-esposa volvía a su cerebro. Una vez terminó, volvió deprisa con la mujer que lo esperaba en la sala.
—En la discusión ella tenía los ojos de este color y de esta forma. ¿Te recuerdan a algo?
María tomó el papel: dos corazones rosados. Y rotos. ¿Así estaban los ojos de Carmela? No lo creía.
—Los corazones rotos simbolizan un amor no correspondido o un engaño. Suena a una especie de hechizo si sus ojos se veían de esta forma justo cuando ibas a dejar el regalo.
—Y conociendo a tu ex esposo, puede que él también esté bajo uno. —terció Emiliano. En esta ocasión con una seriedad más tranquila.
…
Una patrulla salía de la residencia Suárez y transitaba por las calles de Ciudad Milagro. Policía y bibliotecaria estaban más que decididos a recuperar a sus parejas y resolver el misterio.
—Sólo hay algo que no entiendo. Rodolfo y tú están separados. ¿En qué te afecta que se case con otra mujer?
—En que es un matrimonio apresurado. Y en que su futura esposa es una villana, una chica mala. —respondió María un tanto enojada.
—Que yo sepa tu hijo engañó a mi hija con una "chica mala". Así que voy a suponer que a tal hijo, tal padre. —dijo Emiliano apretando el volante con fuerza. Era capaz de aplastarlo con las manos desnudas, pero se estaba conteniendo para no accidentarse junto con María.
—¡Oye! A mí tampoco me hizo feliz saber que Manny traicionó a Frida después de tantos años de amistad y tantas ilusiones que ella tenía con él. —replicó la mujer de cabello rizado.— Y antes de que digas lo contrario, sí. Sí me importó mucho cuando sucedió todo, en especial cuando tú decidiste golpear a mi hijo con un martillo.
—Y no me arrepiento. —repuso el policía con algo de cinismo.
—¿Podrías dejar de vernos como enemigos por una vez en tu vida, Emiliano? —pidió enojada la señora Rivera.
—Jamás dije que te veía a ti como un enemigo. Desde que tengo uso de la memoria no te has comportado como tal.
—Ah, entonces sí recuerdas todo desde la universidad, ¿no es cierto? —insistió María cruzada de brazos.
—Conocí a Carmela en la universidad y tú me ayudaste a conquistarla. ¿Cómo olvidaría esa etapa de mi vida?
Silencio. El transporte policíaco avanzaba hacia una esquina. El semáforo parpadeaba en verde, dando aviso a una parada.
—Emiliano. —dijo María.— ¿A ti en qué te afecta que Carmela y tú se separen?
Fue en ése momento en que el conductor designado frenó debido al semáforo en rojo. Coincidencia o no, aquella pregunta lo detuvo en seco; no sólo física sino mentalmente.
Rara vez se imaginó una vida sin Carmela. Y cada vez que lo hacía se sentía insípido. Sin nada interesante por qué vivir. Si, seguiría siendo un policía que se esforzaba por limpiar las calles de malhechores y villanos, pero ¿sería lo mismo?
¿Seguiría siendo el mismo sin la compañía de esa mujer que siempre soñó con ser abogada? ¿Sin esa mujer que lo enamoró día a día desde el momento en que la conoció?
De pronto sus pensamientos se volvieron un pozo infernal del que parecía caer sin vuelta atrás. En la vida real, su mirada quedó atrapada en el vacío que volvía cada vez más incómoda la espera de la luz verde en el semáforo.
—¿Emiliano?
Su pozo interno era tan profundo que ignoró todo ruido del exterior. No podía imaginar a Carmela pidiéndole el divorcio, haciendo maletas para irse de la casa o casándose con otro.
Casándose con otro.
Antes prefiero estar muerto. Pensó el hombre entrecerrando los ojos.
En cuanto el semáforo volvió al color verde, el jefe Suárez pisó el acelerador, quemando las llantas de su coche de trabajo y recorriendo las calles de la ciudad como si se tratara de un auto volador. La velocidad era tal, que Maria tuvo que aferrarse a la puerta y al techo del auto para soportar la adrenalina que le producía.
—¡Emiliano, por favor baja la velocidad! —le gritó suplicante.— ¡Creo que me desmayaré!
El pelinegro no hizo caso a las peticiones de la morena, pero al mirar hacia arriba por la ventana frontal, se dio cuenta de cierto vapor que se paseaba en el cielo como una nube barrida por el viento. Giró el volante hacia la derecha dispuesto a encontrar el origen de esa anomalía.
—Hay una bolsa de papel en la guantera. —le señaló a María luego de verla hiperventilarse.
La susodicha acató la sugerencia hasta que pudo calmarse y hablar, todavía preocupada.
—¿A dónde vamos con tanta prisa?
—Mira arriba.
—¿Ah? —al hacer lo que él policía le dijo, María se topó con un vapor violeta cubriendo el ambiente con más fuerza cada vez.— ¿Por qué hay nubes violetas en el cielo?
—Lo averiguaremos. —con eso, Emiliano condujo decidido hacia el origen de ése cúmulo de gas.
…
Sentado en una banca del parque, Manny sostenía la caja de regalo que había preparado para Zoe. Esperaba que dicho regalo le gustara a su novia y así no notaría que "se equivocó" en el nombre del destinatario: Tachó el nombre de Frida y escribió el de Zoe arriba de este.
Tan pronto ella llegó, se puso de pie sin soltar el presente.
—Hola Manny. —saludó una sonriente Zoe.— ¡Oh! Mi regalo de San Valentín. —tomó el regalo apenas lo notó. Como su novio no hizo mas que sonreír y esconder las manos en la espalda, se convenció de que, lo que hubiera en la caja, era todo suyo.— Espero que sea el broche de obsidiana en forma de flor ¡que te pedí desde hace meses! —exclamó enojada, acercando su rostro al de Manny.
—Em… —debido al susto, el contrario se rascó la nuca y sonrió tímido.— Pues, podría no serlo… o podría serlo.
Después de apartarse del moreno, Zoe abrió su obsequio.
—Sí.~ Al fin.~ —Entre risitas malvadas deshizo el moño que lo cubría y destapó la caja.— Tendré mi tan esperado… —al mirar el interior, su reacción fue… bueno, digamos que el regalo definitivamente no cumplió sus expectativas.
—¿Juguete?
Se trataba de un peluche en forma de El Tigre. Estaba perfectamente bordado, así que no sería de sorprender que su novio lo hubiera pedido por encargo, debido a su nulo talento para las manualidades.
—Manny. —dijo la pelimorada mirando el peluche dentro de la caja.— ¿Qué es esto? —le preguntó dirigiendo su vista hacia él.
—Pensé que te gustaría. Lo compré especialmente para ti. —respondió Manny genuinamente con una sonrisa de lado a lado.
—¡Por supuesto que no! —exclamó Zoe lanzando el presente a la cara de su novio.— Cómo se nota que no me conoces después de todo nuestro tiempo juntos. —le reclamó con los brazos cruzados al pecho.— ¡Eso no llama la atención ni de los niños del orfanato! —finalizó tajante.
—Lo siento, mi amor. En verdad trato de darte lo mejor de mí.
—¡Pues no es suficiente! ¿Para qué quiero un ridículo peluche de ti? —la chica de ropas oscuras seguía sin ver al joven Rivera.— Mejor me voy. Debo ayudar a mi madre a arreglarse para una boda a la que la invitaron. ¡Adiós! —acto seguido se marchó sin dar vuelta atrás, dejando a un Manny callado y triste.
—¡No, linda! ¡Vuelve! —gritó el chico apunto de llorar, en un vano intento de detenerla. Pronto dejó "caer" su cabeza, cerrando los ojos con desilusión.
…
La determinación a flor de piel y el humo púrpura guiaron a Emiliano y a María hasta los laboratorios de la familia Chipotle. El Jefe Suárez ni siquiera abrió la puerta: saltó por la ventana a lado de su asiento para lanzarse a patear la puerta principal del edificio. Dentro, el Dr. Chipotle Jr. se hallaba analizando el perfume que tantos problemas había causado a la ciudad.
—¡Alto ahí! ¡Policía de Ciudad Milagro! —exclamó Emiliano.
—¡Jefe Suárez! —gritó acobardado el joven científico.— Le juro que esto no es lo que parece. —agregó con una sonrisa nerviosa.
—¡Quedas detenido por embrujar a la Ciudad Milagro! —apuntó el oficial con el dedo. Corrió hacia el criminal, quien sonreía despreocupado. ¿La razón? Apenas iba a atraparlo, Emiliano fue golpeado por su Monstruo Guacamole que lo mandó a volar contra una pared.
—¡Ahora contemple! —Diego sacó un aerosol y apuntó victorioso hacia el policía.— ¡Una versión sofisticada de nuestro perfume anti-amor! —gritó con toda la malicia que le permitía su garganta.
—¿"Perfume anti-amor"? —repitió María lejos de la pelea. Cuando vio el perfume esparcirse hasta llegar al pelinegro, temió lo peor y apenas pudo estirar su mano deseando intervenir.— ¡Emiliano!
El mencionado inhaló el perfume morado, para su desgracia. Aquel aroma era tan fuerte e invasivo que comenzó a estornudar violentamente hasta caer de rodillas con las manos apoyadas en el suelo.
El Dr. Chipotle Jr. reía descontrolado.
—¡Ahora el Jefe de policía Suárez será un supervillano! Sin duda mi reputación se irá a los cielos por esta hazaña. —celebraba el joven villano mientras soñaba despierto.
Sus sueños se desvanecieron al escuchar gruñidos y respiraciones graves provenientes del mayor f, quien enterraba las uñas en el concreto. La saliva goteando y el crujir de sus dientes hizo que tanto niño como mujer sintieran escalofríos. Sin que ellos pudieran verlo, los ojos de Emiliano mutaban a una velocidad lenta pero llena de suspenso. Hasta que por fin, este mira a su enemigo a la cara, pertrificándolo en el acto.
La parte del glóbulo ocular que debería ser blanca ahora era de un magenta que parecía salir de sus cuencas. Las iris azules alcanzaban un nivel de dilatación que podría considerarse inhumano. Pero lo que hizo retroceder al científico adolescente fueron los colmillos de su nuevo rival. Colmillos afilados como dagas, saliva recorriendo sus comisuras hasta llegar a la barbilla goteando sobre el piso; todo esto pasó a ser una mera sombra del imponente rugido que emitió el jefe de policía, haciendo temblar todo a su alrededor.
Su siguiente acción fue correr con la velocidad de un animal salvaje. Desde luego que el Monstruo Guacamole lo interceptó iniciando una pelea que no duraría mucho: Emiliano se lanzó contra él sin titubear y de un zarpazo desgarró su pecho. De nada sirvió que la bestia se regenerara. Sus próximos golpes fueron inútiles contra el hombre uniformado, quien los evadía sin ningún esfuerzo. En algún punto la criatura trató de golpearle en la cara, pero no contaba con que Emiliano detendría el puño y se lo arrancara del brazo, lanzándolo a alguna parte.
Tanto creador como creación se sorprendieron ante su brutalidad. Y más sorprendidos quedaron cuando el policía tiró al monstruo al suelo y procedió a despedazarlo lenta y dolorosamente con sus manos desnudas. Grandes cantidades de guacamole quedaron esparcidas por todos los rincones del laboratorio hasta que el Monstruo Guacamole fue reducido a un charco de sazón.
—¡No! ¡No se supone que debería pasar esto! —exclamó el supervillano enterrando los dedos en su cabello. Con las manos manchadas de salsa verde, el Jefe Suárez se puso de pie y le vio, dispuesto a hacer exactamente lo mismo con él.
Incapaz de mostrar piedad alguna, Emiliano atacó al más joven de los Chipotle. María solo ponía las manos sobre su boca o escondía el rostro para no mirar cómo el adolescente gritaba de dolor y suplicaba por misericordia. Cuando menos lo esperó, empezó a hiperventilar de nuevo; pero antes de empeorar, se esforzó en relajarse y avanzar cuidadosamente hacia el hombre hecho bestia. Casualmente, antes de que diera el golpe final al villano.
—¡Emiliano! ¡Despierta! Este no eres tú. —la mujer de rulos se sobresaltó apenas el mencionado volteó a verla.— Por favor… piensa en Carmela. Piensa que este niño de hojalata puede ayudarte a salvarla… Por favor. —imploró una vez más.
En todo el tiempo que María habló, el Jefe Suárez se quedó quieto, mirándola a los ojos. Exhalaba sacando humo por nariz; lento y fuerte como un toro enfurecido. Poco a poco su cuerpo dejó de tensarse hasta que retrocedió unos cuantos pasos. Cayó de rodillas como peso muerto, esta vez mirando al vacío. Todo esto mientras sus ojos tomaban su color original.
—Funcionó. —murmuró Maria. En ese instante en el mayor se levantó revelando su estado original: había recuperado la cordura… tanto como su intención de acabar con Diego.
Se acercó al menor y antes de que a este se le ocurriera escapar, lo tomó del rostro y lo levantó. Apretó lo bastante fuerte como para hacerlo mover piernas y brazos tratando de liberarse. Justo antes de que la señora Rivera interviniese otra vez, Emiliano habló.
—¿Tienes algo que decir antes de que te dé un vuelo con todo pagado al volcán de la Ciudad Milagro?
—¡Habla! ¿Cómo revertimos ése perfume? —insistió María visiblemente enojada.
—¡No tengo idea! —respondió el Dr. Chipotle Jr. sin dejar de moverse.— Cuervo Negro y yo hicimos el perfume pero Django de Los Muertos lo perfeccionó. Hace que las personas odien a los que aman y amen a los que odian. ¡Es todo lo que sé! —agregó con desesperación, para sorpresa de los adultos.
—Mira, escuincle. Tú decides. Puedes hablar por las buenas o por las malas. Y cuando es por las malas siempre llevo esto conmigo. —dijo Emiliano mientras sacaba un taser de su pantalón y subía la intensidad a la máxima potencia.
—¡Oiga! No puede hacer esto. —se defendió el chico.— ¡Esto es violencia policiaca! ¡Conozco mis derechos!
—Bueno, si eso quieres… —terció el señor Suárez con desdén. Dirigió la pistola eléctrica hacia el cuello del criminal y entonces…
—¡Le juro que no sé! ¡Django sólo lanzó el perfume al aire pero no tenemos idea de cómo revertirlo! Es posible que la única forma de deshacer los efectos del perfume sea amor verdadero o algo así. Pero no sé nada más… Juro por todas las salsas que no sé nada más. —confesó un asustado Diego mientras Emiliano alejaba su taser de él lentamente, antes de soltarlo con brusquedad.
Diego cayó sentado al piso y observó cómo los mayores estaban por irse del lugar.
—¡Les recomiendo que se den prisa! —agregó un tanto burlón, haciendo que el policía se quedara quieto.— ¡Si los efectos del perfume continúan en una persona por mucho tiempo, será imposible devolverlo a su estado original! —terminó con una risotada, importándole un comino las consecuencias de su insolencia. Mejor dicho, qué tanto afectaron sus palabras al hombre que estuvo a punto de rostizarlo, imaginando a una Carmela que jamás volvería a amarlo.
En cuestión de segundos, el Dr. Chipotle Jr. fue atacado por una descarga eléctrica más allá de lo que su cuerpo -por naturaleza- podría soportar. El mayor ni siquiera apuntó al cuello: apuntó justo al corazón. Los gritos de Diego y las facciones atónitas de María no tuvieron oportunidad contra su determinación. Cuando despegó su taser del pecho, el chico estaba carbonizado en todas sus letras; agonizando en el piso. Era una sorpresa que siguiera vivo.
La castaña volvió a la realidad tan pronto el oficial pasó de lado con un suave pero firme "Vámonos".
Y ambos se fueron.
…
Frida y sus hermanas corrían por las calles de Ciudad Milagro en busca de respuestas y, si era posible, de su madre. No importaba a dónde fueran, las personas estaban bajo el efecto del perfume anti-amor.
Café.
Cine.
Restaurante.
—¡Cielos! Todo este lugar…
—¡Está infestado de ése violeta! ¡Cuánto odio ése color!
—¡Yo también! Pero no estaremos seguras al aire libre. —agregó Frida tapando su boca y nariz lo suficiente para que las otras dos pudieran entender lo que decía.— Debemos ocultarnos en un lugar donde esa nube no nos alcance. —corrieron sin detenerse hasta llegar a un contenedor de basura que se encontraba dentro de un callejón sin salida. Las tres hermanas lograron deshacerse de aquel olor con otro peor, pero igual servía; y menos mal no tuvieron que ensuciarse.
—Huele a popó de perro, pero nos servirá.
Y las tres suspiraron.
—Bueno, creo que es más que obvio que esa nube rara es lo que puso de cabeza a toda la ciudad. —habló Anita tomando las riendas de la conversación.
—Justamente el día de San Valentín. —agregó su gemela, temerosa por lo que sucedía.
—Y justamente tuvo que afectar a nuestros padres. —terció Frida agachando la cabeza.
De pronto una lata cayó sobre el pavimento. Las hijas de la familia Suárez Mondragón voltearon enseguida y descubrieron que había un chico detrás del contenedor.
—¡Oye! —lo señaló la chica de goggles rojos.— ¿Qué estás haciendo ahí? —le preguntó creyendo que las espiaba.
—Lo siento, me escondí aquí para evitar el aroma del perfume. —respondió el chico asomando su cabeza.
Frida lo reconoció en segundos con el ceño fruncido.
—¿Pedro? —soltó abriendo sus ojos por completo.
—Hola, Frida. Es bueno verte después de lo qué pasó en La Noche de Brujas. —saludó el chico después de salir de su escondite.
—¿Ustedes se conocen? —inquirieron las gemelas al mismo tiempo.
—Sí. Pertenece al Club de la Fuerza Maestra. —dijo Frida dándoles la mirada.— Pero… ¿cómo llegaste aquí? —preguntó volteando hacia Pedro.
—Estaba en el restaurante con mis padres y de repente un temblor apareció de la nada. En cuanto salimos vimos a White Pantera… pidiéndole matrimonio a Buitrila. —explicó el muchacho como si hubiera leído un cuento de terror.
—¡¿White Pantera?! —exclamó la peliazul.
—¡¿Matrimonio?! —agregó Nikita.
—¡¿Con Buitrila?! —finalizó Anita.
—¡Lo sé! Yo tampoco entiendo como sucedió, pero al parecer no sólo el papá del Tigre enloqueció. ¡Todos en Ciudad Milagro están locos!
Y tenía razón: Un choque automovilístico seguido de un fuerte maullido distrajo a los cuatro adolescentes dentro del callejón. Se asomaron por la pared uno encima del otro y para su sorpresa se encontraron con una ciudad más caótica que antes. Las parejas disparejas ya no eran suficientes; ahora las personas dormían bajo los autos, se ponían cajas en la cabeza y algunos rayaban las paredes con crayones. En resumidas cuentas, todos estaban fuera de control.
—¡Esto ya no es un hechizo! ¡Es un virus!
—Y si logró afectar a un superhéroe, significa que nadie está a salvo de él.
—¡Rápido! Vayamos a un lugar cerrado. Estamos en peligro aquí. —propuso Pedro. No pasaron mucho tiempo corriendo cuando Frida chocó con Rosa y Tenny. Se distrajo viendo al cielo hacerse cada vez más púrpura.
El golpe hizo que las tres chicas cayeran sentadas en la acera. Por suerte los demás frenaron a tiempo usando sus pies.
—¡Rosa! ¡Tenny! ¡Están bien!
—¡Frida! —exclamó la afroamericana levantándose.— Qué bueno encontrarte por aquí… eso creo.
—Pero… —la peliazul se levantó también.— ¿Qué hacen aquí? ¿Y por qué tienen cubrebocas? —les apuntó con el dedo.
—En primer lugar, estábamos buscándote para nuestra práctica de hoy. —explicó Tenny con preocupación.— Y en segundo lugar, usamos cubrebocas para evitar el perfume violeta. —agregó dándole a Frida un puñado de cubrebocas para ella y el resto.— Todos los que lo respiran se vuelven locos.
—Y que lo digas. —repuso Frida poniéndose su cubrebocas.— Temo que nuestra práctica musical tendrá que esperar.
—¡Démonos prisa! Hay que hallar la forma de revertir esto…
—O no habrá ciudad en la que puedan practicar. —con eso, las gemelas Suárez miraron al cielo con un aura determinado y música épica de fondo.
Un momento que fue cortado inmediatamente por su hermana de goggles rojos.
—Disculpen, ¿se los van a poner o no? —preguntó una Frida fastidiada con cubrebocas en la mano para las cadetes.
Anita y Nikita se le quedaron viendo.
…
El teléfono del penthouse de Carmelita sonaba a tal grado que el aparato brincaba en el mueble como si tuviera vida propia. La pelinegra tomó el teléfono y lo colocó sobre su oreja.
—¿Bueno? —soltó irritada.
—Carmelita, ¿en qué crees que estás pensando? ¡No puedes casarte con un Rivera! —le dijo una voz femenina y rasposa.
—No veo el problema. El está soltero y me pidió matrimonio enfrente de su ex-esposa. Debiste ver su cara de derrota cuando le dije que sí. —respondió Carmelita mientras sonreía orgullosa por su victoria. Soltó una risa digna de su maldad, tomó aire por la boca, y siguió:— Pero entonces, ¿ésta es tu forma de mostrar lo enojada que estás por perder tu oportunidad de reconquistar a Puma Loco?
—¡No me hables con ese tono, jovencita! L-lo de Puma Loco n-no tiene nada que ver con esto. —replicó Guajolota casi tartamudeando.— Pero de todas formas esa boda se está realizando muy rápido. Incluso yo tuve que deshacerme de posibles intereses amorosos de Puma Loco para lograr casarme con él. —Hizo una pausa y colocó sus dedos en el puente de la nariz diciendo: —No lo logré, pero no me arrepiento de todos modos.
—Entonces… ¿Vas a ir a la boda o no? —insistió Buitrila con una postura más orgullosa que su tono.
—Sí, sí iré. Pero no sé cómo lo tomará Zoe tampoco. —y la llamada se cortó.
La futura novia despegó el auricular de su oído y lo miró por unos segundos. Cualesquiera que hayan sido sus pensamientos, estos desaparecieron a causa de ruidos somnolientos provenientes de una cama. Carmelita giró la mirada hacia el mueble, contemplando a Carmela Suárez levantándose del colchón con un bostezo. Por motivos que sólo la supervillana conoce, la mujer de pelo castaño llevaba una bata y nada más que una bata.
—¿Ocurre algo? —inquirió Carmela tallando su ojo izquierdo con el dorso de la mano.
—Se nos hace tarde. —contestó Carmelita Aves con una ceja alzada.— Debemos prepararnos para la boda.
Tres horas habían pasado desde que las "mejores amigas" se habían levantado de la cama hasta terminar de arreglarse. De pronto Carmela se vio envuelta en un deja vu o mejor dicho un arrebato de recuerdos: Toda la vida, o al menos en su juventud, Carmelita siempre se llevaba lo mejor. Siempre era la chica popular por la que todos los chicos babeaban ¿Y cómo no hacerlo con su notable "desarrollo"? Cualquier cosa que ella deseara se le cumplía gracias a su enorme poder adquisitivo y mejor no hablemos de la cantidad de chicos apuestos -y otros no tanto- que le declaraban su amor.
Allí estaba. Frente al espejo. Con un lindo y largo vestido azul oscuro. Repasando aquello como si el tiempo se hubiese ralentizado. No tiene idea de porqué esos recuerdos la atormentan de nuevo. Todo esto mientras se ponía un collar plateado con zafiros. A pesar de verse tan linda, no se sentía así. Tenía la certeza de que Carmelita luciría un vestido más hermoso para ser la envidia en la boda y opacar a la novia si se lo proponía. Era su estilo.
—Entonces… ¿Quién va a casarse?
—Una amiga. —respondió tajante la pelinegra mientras se colocaba el rímel.— ¿Ya te divorciaste de Emiliano o algo así? —le preguntó volteándola a ver.
—N-no. Aún no. Pero es cuestión de días para que pase. —dijo Carmela con suavidad, pero sintiéndose incómoda.— Después de todo este tiempo…
—Ya. —espetó la señora Aves.— A nadie le importa que tu matrimonio se haya terminado. Mucho menos a mí. Así que no arruines mi día, ¿de acuerdo?
—¿Tu día? Pero si tú no vas a casarte. —refutó la peli castaña, todavía con tono suave.
—No, pero muchos hombres millonarios estarán invitados. —mintió Carmelita poniéndose unos aretes de lujo.— Lograré conquistar a uno de ellos y para eso evitaré que me vean contigo. Dudo que tenga suerte si estoy cerca de una divorciada. —agregó con un ademán arrogante.— Así que pase lo que pase no intentes opacarme, y olvídate de Emiliano. Si se aburrió de ti después de muchos años, debe tener una buena razón. —la miró como si fuera el ser más repugnante de todos y, reposando el codo en una mano, se acercó a Carmela.— Es lo que te ganas por robar los novios de tus amigas. —dicho esto salió de la habitación, dejando a su "amiga" sola frente al espejo.
Todo lo que Carmela pudo hacer en ese momento fue desarrugar la falda de su vestido, suspirando al final.
—Emiliano. —dejó escapar con dulzura.
…
Con las manos en el volante, el señor Suárez Mondragón contemplaba el vacío a través de la ventana frontal de su automóvil.
Exhaló por la boca. Sólo podía pensar en una cosa; una persona en particular.
—Carmela. —murmuró.
Dirigió su mirada a María Rivera entrando al auto. Esto le permitió "volver a la normalidad".
—¿Lo conseguiste?
—Sí. Aquí está. —confirmó la mujer sacando una invitación.— Buitrila sí se tomó la boda muy en serio. Invitó a supervillanos muy ricos.
—Por supuesto que se lo tomó en serio. Esa boda marca fin a su triste soltería. —bromeó un apático Emiliano antes de prender el auto.— Además su futuro esposo es un galán de telenovela. Hace que sea más obvio. —agregó ya conduciendo.
Las palabras "futuro" y "esposo" mosquearon a Maria por un rato. Prueba de ello fue que pegó la cabeza a la ventana, tratando de no pensar en ello. Lo cual era contraproducente si quería salvar a Rodolfo de una decisión tomada contra su voluntad.
—¿Estás segura de que esto no te molesta?
—Ya te lo dije. Me molesta porque Rodolfo se está casando sin estar en sus cinco sentidos y encima con alguien que no es su tipo.
—¿Por qué no sólo admites que estás celosa? —insistió Emiliano mirándola.
—¡No estoy celosa! ¿Por lo menos me estás escuchando?
—Te estoy escuchando fuerte y claro, excepto porque lo que sientes no coordina con lo que dices. —argumentó el policía mientras miraba de vuelta a la carretera.— Lo cual es raro si consideramos que tú le pediste el divorcio.
—¡No estoy mintiendo!… Espera, ¿tú cómo sabes eso? —le reclamó María después de reaccionar.
—María, por favor. No es un secreto. Hablamos de un superhéroe legendario. ¿De verdad te creíste que eso no tendría consecuencias? No tienes idea de la cantidad de gente que se muere por saber de la vida personal de Pantera. —dijo Emiliano refiriéndose a ciertos titulares de periódicos dirigidos al mencionado. Titulares como:
¿Cuántas tazas de café toma White Pantera al día?
¿Por qué es White Pantera el héroe mejor peinado?
¿White Pantera usa ropa de rayas bajo su traje?
—Así que no te sorprendas de que casi todos en la ciudad sepan de su divorcio... —agregó el pelinegro.— En especial porque Pantera se lo contó a cada persona que le preguntó sobre ti después de eso. —finalizó mirando a otro lado.
Silencio. La mujer de cabello rizado volvió a observar el paisaje. Repasando su relación con el Rivera en su cabeza, supo que nunca estuvo en sus planes jugar con los sentimientos del héroe. Nunca estuvo en sus planes el divorciarse de él. Pero verlo sufrir en cada batalla la quebró hasta llegar a ése punto. De modo que Emiliano podría tener razón: Estaba celosa. El problema es que, estándolo o no, Maria no estaba mintiendo con respecto a lo anterior. Quizá no le agradaba ver a Rodolfo estar con otra mujer, pero podría tolerarlo si no estuviera con esa otra mujer por fuerza externa.
Y mucho menos si esa otra mujer era una villana de tan poca monta como Buitrila.
—Yo sólo… —dijo sin pensar.— Ya no quise verlo lastimado en cada pelea que tenía.
Emiliano parpadeó e hizo un movimiento de cabeza como prueba de su incredulidad. Bajo su perspectiva, esa respuesta carecía de todo sentido.
—Entonces, ¿asumiste que era inmune a los golpes o que era inmortal? ¿Y después te decepcionaste al descubrir que era un ser humano como cualquier otro pero con botas mágicas que le daban poderes?
—¡Sólo tenía miedo de perderlo! ¡¿Ya?! —explotó María mirándolo fijamente.
Pasaron unos segundos para que se diera cuenta de que estaba a punto de llorar. Y pasaron otros segundos más para que se diera cuenta de lo que había dicho. Movida por la vergüenza, sólo pudo mirar a la ventana otra vez.
—El hecho de que fuera un superhéroe me deslumbró por completo. —aclaró la bibliotecaria limpiando las lágrimas de su cara.— Tal vez si dejara de serlo… ya no tendría miedo.
De pronto el vehículo frenó. Si no hubiese tenido el cinturón puesto, la cabeza de María habría chocado sobre la guantera.
—¿Es en serio? ¿Le pedirás a Rodolfo que deje de hacer cosas heroicas solo para que tú estés tranquila? ¿Qué quieres que haga entonces? ¿Que se convierta en un criminal o en un supervillano? —le reprendió el Jefe Suárez.
—Yo no dije eso, sólo no quiero verlo lastimado o en peligro. —se defendió María.
—Oye, estamos en un lugar inmundo de crimen e infamia. Pantera busca proteger a los que no pueden hacerlo. Deberías sentirte orgullosa. Sí, se pone en peligro, pero por un bien mayor. —terció Emiliano haciendo enfoque de sus palabras con las manos.
—¿Estás de su lado? —inquirió la contraria con una pizca de sarcasmo.— Qué curioso. Hasta donde sé a ti no te agradan los superhéroes.
—Nunca dije lo contrario. Pero acabas de demostrarme que no se separaron por desamor. Lo que significa que todavía lo amas. —sonrió el policía. Se recostó en su asiento con las manos detrás de nuca y respiró hondo.— Ya me lo sospechaba. Pantera puede ser un bribón pero sé que no es una mala persona.
Ante su descarado tono de voz y actitud, Maria no pudo hacer sino formar una mueca reprobatoria ya que, en teoría, Emiliano le había hecho confesar. Miró hacia la ventana por cuarta vez, pero ahora con la mano sobre su barbilla.
—Entonces, ¿tenemos un plan?
—Nope. —contestó el otro.— Lo único que nos queda es infiltrarnos en la boda para salvar a tu superhéroe favorito y a la dueña de mis quincenas.
—Sí, ya sé. ¿Pero cómo? —agregó la Rivera ya harta mientras volteaba a verlo.
Emiliano encendió el coche.
—Simple: consigamos un buen disfraz. —y así, continuaron su trayecto.
La Ciudad Milagro.
Cierto antihéroe se encontraba sin ganas y ánimos de nada. Tenía las manos en los bolsillos y la cabeza gacha al caminar, por eso no notaba el desastre en el que la ciudad se había vuelto. Y de todos modos, no podría hacer algo para detenerlo.
Tenía que hallar una forma de contentar a su novia y ese broche de obsidiana era la solución. Aunque en estos momentos sólo se la pasaba renegando por su mala suerte.
—Changos, ella tiene razón. ¿Por qué pensé que el muñeco le gustaría? ¡Soy un bobo! —se lamentaba el chico moviendo los brazos.— Seguramente ya vio que taché el nombre de Frida. Y ahora que lo pienso, sólo a Frida le gustarían esas cursilerías como el muñeco hecho a mano. —agregó moviendo la cabeza de un lado a otro mientras hablaba de lo último en tono sarcástico.— Lo que no entiendo es porqué empaqué el regalo para ella. ¡Ni siquiera es mi amiga! —se autocastigó mirando al cielo.
En sus charlas consigo mismo ignoraba que su cuerpo estaba pasando por una metamorfosis; o tal vez varias: Le había crecido una cola de tigre, su pierna izquierda ahora era una pata de perro, pronto su brazo derecho adquirió la forma de una garra de pájaro, y manchas blancas aparecieron en su cara y cuello. Manny no se dio cuenta de todo esto por pensar en el broche y en cómo comprarlo.
Hasta que se le ocurrió una idea.
—¡Pero claro! No necesito comprarlo si puedo robarlo. —sonrió ante tal revelación.— De acuerdo, es hora de… —giró la hebilla de su cinturón místico y en un rugido se transformó en: —¡El Tigre!
Sorpresivamente sus anteriores cambios desaparecieron al tener si alter ego, así que si antes no los había notado, ahora menos.
Joyas Miguel.
Más tardó en subir al tejado del lujoso edificio que en llegar a él. Avanzó gateando hasta una ventana y observó con detenimiento: Joyas de todo tipo colocadas en escaparates de cristal dispersas en todo el salón de exhibición. El preciado broche de obsidiana se hallaba a la izquierda del sitio junto con muchos otros más de diferentes gemas y colores.
—Peeerfecto. —sonrió malicioso entrecerrando los ojos. Sólo tenía que pensar en un plan para tomarlo y marcharse de ahí.
…
Una patrulla conducida por el Jefe de Policía Suárez aceleraba su velocidad para llegar a la tan aclamada boda entre Buitrila y White Pantera. Por otro lado, la morena en el copiloto se ocupaba en cepillarse y maquillarse con ayuda de su espejo de mano.
—Tienes suerte de que la tienda de disfraces estuviera abierta. En estos momentos no podría llamar a Anita y Nikita para ayudarnos. —habló Emiliano al volante.
—"Suerte" es que tu disfraz sea aterrador sin esfuerzo. El mío requiere de varios retoques para que no me descubran. —replicó María entre dientes mientras se pintaba las uñas.
—¿Qué no se supone que sólo son las uñas? —le inquirió el conductor viéndola pintar también sus dedos con el esmalte rojo.
—Es parte del disfraz. La realeza femenina de la civilización Teca destacaba el color rojo en varias partes superiores de su cuerpo. —sacó un libro de tapas mostaza y finalizó con: —Es un hecho.
Moda femenina Teca.
—Bien. Espero que eso nos sirva para rescatar a tu príncipe de las garras de la buitrila. ¿Entiendes? "Garras de la buitrila." —y el policía se río entre dientes.
—… Yo espero que algún día seas tan bueno para los chistes como lo eres atrapando criminales. —sentenció la Rivera con mirada juzgadora.
—Soy bueno en más que atrapar criminales. También soy bueno dándoles una paliza. A ellos, a los supervillanos, al Tigre o a cualquier niño que quiera pasarse de listo con mi pequeña Frida, por ejemplo. —afirmó el pelinegro sin borrar la curvatura en sus labios.
—Ay por favor, Emiliano. —le regañó la castaña.— Quieras o no, Frida tendrá novio algún día. —le apuntó con el dedo y siguió: —Además, tú no fuiste ningún santo tratando de conquistar a Carmela en la universidad.
El contrario mantuvo la vista en el camino. En un formato audiovisual, la cámara sólo enfocaría la parte derecha de su cara.
—Es por eso que estoy tan preocupado. —argumentó con ceño fruncido.
Siguió al volante hasta llegar a un edificio de lujo. Tan lujoso como para tener adornos de oro en partes clave de la estructura: marcos de puerta y ventanas, aristas de los tejados. Era curioso que los ladrones no la saquearan. Eso, o simplemente era oro falso.
Salón de eventos de la Ciudad Milagro.
En la entrada del estacionamiento, un hombre alto, delgado y con bigote los esperaba con una actitud déspota.
—Lo siento. No permitimos héroes en el evento de hoooOOOOOY- —antes de terminar sus líneas, el vidrio frente suyo bajó hasta revelar el rostro de un lobo… Bueno, una parte. Pero fue suficiente para causarle un infarto al recepcionista, haciéndolo apretar su pecho.
Fue así que Emiliano giró la cabeza, mostrando su "lado humano".
—¿A quién le dijiste "héroe"?
—Ho, lo lamento. Es que vi el auto de la policía y pensé…
—¡Se lo robamos al Jefe Suárez! —interrumpió María asomándose.— ¿Algún problema? —le desafió sacando la cabeza por la ventana.
—¡¿Al Jefe Suárez?! Pero cuanta maldad. Por favor pasen. —el sujeto hizo un ademán cambiando su actitud y dejó pasar a los villanos falsos.
—Oye, tienes talento. —apremió el policía a María ya en el estacionamiento.
—Bueno, tú también sabes interpretar tu papel. —ella arqueó una ceja mientras sonreía.
Luego de llegar al gran salón, ambos abrieron las puertas de par en par acaparando la atención de todos los invitados que habían llegado hasta ahora. Y lo lograron; no solo por su aparición sino por la imponencia que mostraban en sus disfraces.
María usaba un vestido blanco con detalles prehispánicos, zapatillas blancas con tirantes alrededor de sus piernas y pintura en la cara, en los brazos y en los dedos.
Emiliano usaba un traje de color negro, salvo que la mitad izquierda de este se componía con partes y pelaje de lobo, al menos de la cintura para arriba sin contar la cola.
Su acto de presencia ocasionó murmullos entre los supervillanos alrededor mientras caminaban por la sala principal. Todo a su alrededor estaba lleno de listones y flores, principalmente rosas blancas y rojas en puntos estratégicos: esquinas, floreros de porcelana o mármol pulido, centros de mesa y en los marcos de las gigantescas ventanas.
—… Ella en verdad se tomó enserio la boda. —sentenció María avanzando por el lugar.
—Concéntrate. —ordenó Emiliano suavemente.— ¿Logras ver a Pantera?
—No. —contestó la bibliotecaria disfrazada mirando a tantos lados como fueran posibles.— Veo a la Mafia Bigote, los villanos de la Casa Del Adiós… Dr. Chipotle Padre… Bandidos Robots…
—Seguramente sigue arreglándose para la boda. El cuarto de los novios debe estar cerca.
Bajaron escaleras hasta llegar a un salón de baile. La decoración no cambiaba mucho excepto por corazones verdes y rojos simbolizando la unión de héroe y villana, colocados en los balcones.
Haciendo fila para entregar la invitación, notaron que un sujeto con ropa de mozo mencionaba a los supervillanos que pasaban.
Y cuando llegó el turno de ambos, María mostró su pase de entrada sin dirigir la mirada.
—"La Reina Teca" y "El Príncipe Lobo". —dijo curveando sus labios.
Luego de comprobar que todo estaba bien, el sirviente repitió en voz alta y pomposa:
—¡La Reina Teca, y El Príncipe Lobo! —con eso, los villanos impostores siguieron su camino.
—¿Sabes que pudiste llamarte "El Rey Lobo", cierto?
—Culpo a mi padre biológico por no querer tomar ése apodo. —respondió el pelinegro.
Ambos avanzaron hasta el centro de la pista buscando al superhéroe en silencio. Sin embargo, Emiliano nunca pensó encontrar algo o alguien más cuando giró la cabeza hacia la entrada del salón: Una hermosa dama de vestido azul y cabellos marrones entrega su invitación. Al ingresar, sus ojos contemplan maravillados todos los detalles del lugar. Emiliano se quedó sin palabras. No tenía la menor idea de porqué Carmela estaba allí en primer lugar, pero lo pasó de largo con solo admirar su belleza.
—Oye Emiliano, encontré el cuarto de novios en… —al darse cuenta de que el mencionado no le prestaba atención, Maria volteó a la causa y sonrió pícaramente al policía.— Bueno, ¿qué estás esperando? Ve a reconquistarla. Yo me ocupo de Rodolfo. ¡Suerte matador! —y lo empujó por la espalda.
—¡Aaah! —El Jefe Suárez terminó en el centro del cuarto debido al empujón. Perdiéndola de vista, se propuso buscar a Carmela.
…
Frida y amigos se asomaron por una pared observando a contraesquina de su ubicación una casa de colores neutros (principalmente cafés). ¿Motivos? Pedro los guió hasta ahí, argumentando que sería un lugar seguro.
—Oye, tu casa se ve muy moderna. —señaló Frida con el dedo.
—En realidad es la casa de Raheem. —corrigió el chico.— Su papá trabaja en telecomunicaciones.
Habiendo dejado en claro de quién era la morada, todo el grupo se reunió en la puerta de entrada. El rubio tocó el timbre y fue recibido por un chico alto, moreno y con lentes de mica gruesa.
—¡Hola amigo! Y… compañía. —saludó ladeando la cabeza al notar a las chicas.
—No hay tiempo para explicar. —dijo Pedro con las manos frente a su amigo.— Hay un vapor afuera que…
—Lo sé. Está en las noticias. —lo interrumpió Raheem poniéndole la mano enfrente.— Entren. —con esta orden todos entraron a la casa. El anfitrión los dirigió a su cuarto, el cual consistía de una habitación gigante con pantallas de diferentes tamaños en una esquina. Había además una lámpara de lava en su mesita de noche del tamaño de esa misma mesita de noche, un refrigerador personalizado de chucherías para él solo, y hasta tenía su propio arcade que incluía más de 50 juegos en él.
Arcade. 50 juegos.
—¡Santos tecnológicos! —exclamó Anita.
—Es como si un pedazo del futuro se hubiera desgarrado y se hubiera quedado aquí. —sentenció Nikita.
—¡Es como si pagaras renta en la casa de tus padres! —terció Frida.— Sólo que… no pagas renta. —finalizó con una sonrisa mientras miraba a sus hermanas.
—Bien, escuchen. Ahora Ciudad Milagro ya no es segura. En especial al aire libre. —dijo Raheem con las manos sobre su escritorio.— Esta especie de virus apareció casi a las 9 de la mañana y se esparció por toda la ciudad hasta el mediodía. —agregó sin dejar de mirar las pantallas, las cuales mostraban todo lo que estaba contando con solo presionar una tecla.
—Entonces, ¿sabes de dónde vino el vapor? —inquirió Tenny.— Quizá si lo descubrimos podemos encontrar la cura más fácilmente.
—No lo había pensado. Pero veamos qué dice la membresía satelital de papá. —tecleando como un maníaco, Raheem mostró en la pantalla más grande el proceso de ubicación a la fuente del perfume.
Hallando ubicación…
Ubicación encontrada.
La pantalla mostró, ante los ojos de todos, la imagen de un edificio púrpura con la cabeza de un pájaro justo en la parte más alta.
—Esa es…
—La guarida de la Parvada de Furia. —finalizó Anita.— Conozco las coordenadas. Papá las tiene en su base de datos.
—¡Sopes! Esto tiene lógica. Si la Parvada de Furia está detrás de esto, eso explica que White Pantera y Buitrila se vayan a casar. —terció Frida con ímpetu.— Es obvio que están detrás de esto.
—Pues no sería coincidencia. —opinó un temeroso Pedro.
—Entonces… ¿Ellas tienen la cura? —inquirió Rosa apuntando a la pantalla.
La conversación se ve interrumpida cuando se abre la puerta de la habitación. Detrás de esta se presenta una chica de suéter rosa, mal peinada y con el fleco cubriendo sus ojos.
—¡El guacamole está listo! Solo faltan los… —cuando vio al grupito juvenil dentro del cuarto, su sonrisa se borró enseguida.— …Totopos.
—… ¿No quieres…?
—¿Un cambio de imagen? —le propusieron las gemelas Suárez después de un silencio.
…
Minutos después, Frida y sus amigos estaban sentados en círculo en medio de la habitación de Raheem planeando qué hacer.
—De acuerdo. ¿Entramos y tomamos la cura? —dijo Tenny arqueando una ceja.
—Pero es la guarida de supervillanas. Seguro está resguardado hasta las ventanas. —intervino Pedro.
—La pregunta sería: ¿Siquiera tienen una cura? —terció Frida comiendo frituras.— A lo mejor se les olvidó hacerlo.
—Hmm… —el chico alto del grupo rozó su barbilla con el índice.— En teoría si todo el aire está contaminado, podríamos filtrarlo y sacar el virus de ahí. Lo difícil sería crear la cura.
—¡Ya se! Toquemos el timbre y digamos que es una pizza de pollo. —señaló Frida con sus dedos manchados del queso de sus frituras. Su idea fue descartada en el momento en que le lanzaron un fijador para cabello en la cabeza. Ironías.
—¡Frida, concéntrate! —reclamó Nikita después de lanzarle el fijador.— Tenemos un asunto que atender. Debemos salvar a mamá y al resto de los infectados por ese apestoso virus púrpura.
—Bueno, tampoco están ayudando. —argumentó la peliazul al verla peinando a Marni desde un lado del cuarto.
—¡Claro que sí! —reclamó Anita.— Estamos ayudando a Marni con su nuevo look. —agregó con más calma y volvió a lo suyo.
Frida la miró con una expresión de "¿Es en serio?". Expresión que tuvo que borrar cuando Rosa habló.
—Tiene que haber un punto ciego para entrar. Como la ventilación.
—Bien, entonces, entramos por la ventilación, tomamos muestras y hacemos la cura. —hiló Raheem. Hizo una pausa procesando el plan y sentenció: —Suena más sencillo de lo que parece.
—¡Hagámoslo! —exclamó Frida mostrando los puños en señal de emoción. Levantándose del piso, fue interrumpida por sus hermanas.
—Oigan, antes de que se vayan…
—¿Qué les parece? —preguntó Nikita mostrando a una Marni con medias coletas.
—Es… ¡preciosa! —apremió Frida.
Los chicos del grupo recién creado se sonrojaron un poco. Sus coletitas estaban (intencionalmente) desalineadas, pero eso no quitaba que se veía linda.
—Vamos. Sean caballerosos y digan algo. —se les acercó Tenny, mordiendo su labio inferior en señal de picardía.
Todos en la prestigiosa joyería actuaban de toda forma posible menos como seres humanos. Así que tomar el regalo para su novia fue más sencillo de lo que Manny podría imaginar. Literalmente sólo agarró el broche de su lugar y se fue a saltos con el objeto ya envuelto en su cajita de regalo mientras reía victorioso.
Joyas Miguel.
—¡Listo! Ahora sólo debo buscar a Zoe y darle el broche. ¡Estará muy contenta cuando lo vea!
Por desgracia la emoción le duraría poco ya que había tropezado con algo y cayó de bruces en el pavimento, salvando victoriosamente el regalo entre sus manos.
—¡Fiu! —resopló aliviado. Giró y se sentó con la esperanza de descubrir aquello que se interpuso en su camino. Distinguió su pierna izquierda convertida en una pata de perro. Tras comprender lo que pasaba, gritó con las manos sobre su cara. Miró su mano derecha para descubrir que esta era una garra de pájaro; cosa que obviamente lo asustó más. Se miró las manos y luego todo el cuerpo.
—¡Esto no es posible! —se lamentó poniéndose de pie.— ¿Cuándo fue que pasó? ¿Tiene que ver con con el cinturón? No me puedo presentar con Zoe así. —al mirar hacia arriba observa decenas de nubes violeta esparcidas por el cielo.
—Órale. —dijo avanzando un poco.— No había visto eso. Seguramente tiene que ver con lo que me está pasando. Tengo que buscar respuestas.
Debido a su condición corporal, le costaba más trabajo saltar entre los edificios sin tropezar. Pero esto no lo detuvo para cruzarse casualmente con el rascacielos que La Parvada de Furia tenía por guarida. La sorpresa no era esa, sino ver un grupo de chicos a un lado del lugar.
—¿Niños exploradores? —se cuestionó Manny antes de usar sus cadenas para descender. Al llegar a donde ellos, su sorpresa fue mayor.— Oigan, es peligroso que estén… aquí. —finalizó al ver con más claridad de quienes se trataban.
Anita y Nikita tronaron sus nudillos con sólo verlo.
—De casualidad, ¿tú tienes que ver en esto? —le preguntó Rosa después de un silencio.
—¿De qué hablas? Me estoy convirtiendo en una especie de alebrije. —trató de explicar el mencionado señalándose completo.— Y no tengo la menor idea de cómo pasó.
—¡Iuuuuuuuugh! —exclamaron los jóvenes al unísono.
—Nosotros estamos aquí porque un perfume púrpura creado por la Parvada de Furia hace que las personas sientan amor por quienes odian y al revés. —le contó Tenny.
—Está volviendo loca a toda la Ciudad Milagro. La cura debe estar dentro. —agregó Raheem.
—Pero, ¿Qué tiene que ver conmigo? —inquirió el felino insinuando que le estaban pidiendo ayuda.
—Que si no llevas mucho tiempo en ese estado, quizás el perfume sea lo que te hizo eso. —le señaló Marni.
Arqueando una ceja, Manny giró la mirada hacia la única peliazul de todo el grupo. Ambos hicieron contacto visual por un rato; un rato en el que Frida supo con certeza que al antihéroe no le hacía gracia tenerla cerca.
—Ash. Bien.~ —espetó el moreno.— Andando.
…
Una rejilla de ventilación dentro del edificio es quitada de su lugar. El Tigre asoma la cabeza y mira a su alrededor, comprobando que los ductos del techo lo llevaron a una zona segura. Justo se preparaba para saltar al suelo cuando lo empujaron bruscamente al intentar salir todos a la vez, aplastando al felino en la caída.
—Auch.
Una vez que se levantaron, los adolescentes caminaron por los pasillos mirando a su alrededor considerando que nunca habían estado en una guarida tan grande.
Frida, quien iba al frente, escuchó sonidos de computadoras cerca de ella. Los ruidos la guían hasta un cuarto lleno de aparatos. Se asoma por la entrada y descubre que ha llegado a un lugar lleno de máquinas.
—Oigan, hallé algo. —susurró llamando la atención del grupo.
—Su laboratorio. —murmuró Anita.
—Bien hecho, Frida. —apremió Nikita en voz baja, revolviendo su cabello.
—Aquí debe estar el antídoto. Iré primero. —Manny trepó silencioso por el techo, sin que nadie pudiera detenerlo. Logrando una mejor vista del cuarto, jamás esperó ver al mismísimo Django de los Muertos analizando su creación infame.
—¿Django de Los Muertos aquí? —soltó con curiosidad. —¡Ja! —sonrió decidido.— Esto se pone más interesante.
Como pudo, tomó impulso desde el techo ayudándose de los pies. Salió disparado hacia el joven esqueleto dirigiendo sus afiladas garras hacia él. Apretó los tienes para calmar sus ansias de rugir queriendo no arruinar su emboscada.
No obstante, en una fracción de segundos, Django tomó su guitarra mística con toda la tranquilidad del mundo. Y antes de que siquiera sus garras se posaran en él, este le propinó un golpe en la cara. Bastó aquello para mandarlo a volar saliendo por la puerta y terminó de espaldas contra la pared del pasillo.
El resto miró de principio a fin la penosa derrota, volviendo la mirada hacia el villano.
—¡Intrusos! —gritó Django antes de rasguear las cuerdas de su guitarra. Pronto Frida y sus amigos fueron empujados por una fuerza invisible que los condujo a sus pies.
—Así que eres tú. —gruñó Tenny levantándose.— Tú eres quien está detrás de todo este escándalo.
—¡Ja! Mentiría si dijera que lo hice solo. Pero, siendo sincero… —levantó su brazo libre y finalizó: —Yo hice la mejor parte. —una vez tocó su guitarra, las computadoras y demás aparatos en la habitación se desarmaron y elevaron para formar un gigantesco monstruo de metal. Este alcanzó el tamaño del cuarto y, cuando completó su construcción, emitió un poderoso rugido que por poco mando a volar a nuestros amigos.
—¡Tenemos que hallar la cura del perfume y rápido! —dijo Manny apresurado.
—Pero también debemos quitarle la guitarra a Django. Si no, nos hará puré antes de que siquiera nos acerquemos a él. —repuso Frida.
—Nosotros podemos tomar la cura mientras ustedes lo distraen. —les propuso Pedro a los más fuertes del equipo.
—Sé cómo hacer que se distribuya el vapor por toda la ciudad. Confíen en nosotros. —secundó Raheem.
Después de pensarlo, Frida asintió.
—Bien, hagámoslo.
Asegurándose de no ser vistos, las Entes y los Sombreros Atómicos fueron en busca de la cura mientras las hermanas Suárez y El Tigre se ponían frente a frente con el enemigo.
—Es tu última oportunidad, Django. Pon fin a esto y te dejaremos ir. —le advirtió el felino.
Pero el mencionado lo ignoró totalmente, al posar sus ojos en la preciosa peliazul en medio del cuarteto.
—Hola Frida. —saludó Django con la sonrisa más pícara posible.
—Hola Django. —contestó ella, pero con una sonrisa forzada en señal de nervios.
—… ¿Acaba, de ponerte ojos de "bésame"? —preguntó una consternada Anita.
—¡Ya cállense y peléemos! —espetó un furioso Manny.
Dejando la tensión amorosa de lado, el villano rasgueó las cuerdas de su guitarra otra vez.
—Si tanto quieren el antídoto… ¡Entonces vengan por él! —gritó malévolo, haciendo gala del gigantesco monstruo metálico detrás de él.
Después de que todos tomaron posiciones de combate (a su manera), el monstruo les dirigió un zarpazo brutal, oscureciendo todo.
…
Tras unos minutos de búsqueda, Emiliano pudo notar entre la multitud que Carmela estaba platicando con ¿un villano?. Parecía que ese tipo tenía intenciones de coquetear con ella. ¡Esto no lo iba a permitir!
Avanzó hacia su mesa hasta escuchar la conversación cada vez con más claridad.
—Y eso no es todo. Una vez logré anular el sistema de seguridad del Banco de la Ciudad Milagro. Fue más sencillo de lo que parecía. —presumió el maligno riendo al final.
—¡Vaya! Eso es muy… informático. —apremió una nerviosa (e incómoda) Carmela.
Sin que ella se diera cuenta, el policía disfrazado colocó las manos sobre el respaldo de su asiento. Tomó una postura imponente, empalideciendo al villano.
—Pero dime, ¿cuál fue tu…? —la señora Suárez trató de hallar las palabras correctas.— ¿Hazaña más difícil? —finalizó intentando darle toda su atención.
De inmediato el hombre empezó a tartamudear ante la presencia del "hombre lobo" que lo miraba fijamente sin dejar de gruñir, haciéndolo más aterrador con la sombra que producía.
Con un movimiento de cabeza, este ordenó al villano que se largara. Y así lo hizo; probablemente orinado de miedo.
—¡Nos vemos, adiós! —alcanzó a despedirse rápidamente antes de salir huyendo.
—¡Espera! ¿Dije algo malo? —preguntó la pelicastaña sin recibir respuesta.
—Genial. —se quejó después de un bufido.— Parece que esta es mi bienvenida de vuelta a la soltería. —finalizó recargando una mano bajo su mejilla.
El señor Suárez sólo se quedó viendo a su esposa, indignado por sus palabras. Luego de acercarse más a ella, recargó la mano sobre la mesa (con la intención de que ella lo notara), se acercó a su oído y con voz grave, le dijo:
—¿Estás perdida, bonita?
Carmela giró súbitamente al portador de ese acento ranchero. ¿Será posible?
—Hola, am… ¿Emiliano? —preguntó ignorando la cercanía de sus caras.— ¿Qué haces aquí?
—Eso mismo te iba a preguntar yo. ¿Qué haces tú aquí? Este lugar no es apropiado, ¿sabías? Hay muchos maleantes aquí. —replicó el pelinegro con justa razón.
—Espera, si esta es una fiesta de villanos, entonces… ¿estás encubierto? —señaló ella con el dedo.
—No me cambies el tema. —insistió Emiliano engravando más la voz.— ¿Qué. Haces. Aquí.?
—¿Cómo sabría yo que era una boda de supervillanos? Carmelita me dijo que nos veríamos a esta hora. —la mujer buscó con la mirada a su amiga por toda la sala.— Me pregunto dónde estará.
—¿Carmelita Aves? —exclamó un estupefacto Emiliano con un movimiento de cabeza.— Sabes perfectamente que ella no es de fiar.
—No tenía a donde ir. Y no tengo en quien más confiar ahora al parecer. —se excusó la jueza apartando los ojos de él.
El contrario se enderezó antes de hablar.
—Carmela, te juro que entre Abigail y yo no hay nada que no sea amistad. Tienes que creerme.
—Pues te he creído en todos estos años y mira cómo resultó; así que dudo hacerlo de nuevo. —sentenció ella cruzando los brazos, dándole la espalda a un muy triste Emiliano.
…
Lejos de ahí, Maria Rivera se asomó por los pasillos dejando atrás el salón de baile. Mirando a su alrededor por fin logra hallar lo que tanto buscaba.
Cuarto de novios.
Con la esperanza de que Rodolfo estuviera ahí, toca la puerta guardándose los nervios.
—¿Quién está ahí? —preguntaron desde el otro lado.
—Vengo por… parte de la novia. —se le ocurrió contestar a la morena. Temiendo que no le creyera, abrió la puerta y entró de todos modos. La ansiedad la hace ponerse de espaldas contra la puerta una vez la cierra y, para sorpresa de nadie, se encuentra cara a cara con su ex esposo, acomodando su corbata. Maria logra distinguir dos corazones invertidos en sus ojos, que la miran fijamente. La tensión en el ambiente crece, pero antes de que la bibliotecaria sintiera pánico… :
—¿Tú otra vez? ¿Qué quieres ahora? —preguntó el novio con desdén.
—Solo quería… —Maria no pudo hablar. Se sintió amenazada al procesar que Rodolfo la reconoció con todo y disfraz. Tragó saliva silenciosamente y acumuló valor.— Sé que debe ser raro verme aquí.
—No mucho. —el héroe volvió a lo que hacía y agregó: —Dicen que cuando deja de importarte alguien, ese alguien lucha más por tu atención.
Ahora ella ya no sólo se sentía amenazada, sino también atacada. Entonces, decidió ir al grano.
—¿Estás seguro de querer hacer esto?
—¿Y qué si no lo estoy? Ese no es tu problema, ¿o sí? —inquirió el Rivera acomodando el saco de su traje frente al espejo.
Maria apretó los puños con el fin de ocultar su enfado. No estaba para estos jueguitos.
—Mira, no debería intervenir. Pero estás viviendo una mentira. Estás hechizado y quiero ayudarte.
—Vaya. Sí que eres creativa. ¿No pudiste inventar algo mejor? —se mofó él con descaro.
—Quisiera con todas mis fuerzas que fuera así, pero no. —insistió entre dientes la mujer.— ¡Por favor escúchame! —suplicó en un pisotón.
Rodolfo se giró hacia ella estallando en cólera.
—¡No! Tú escúchame a mí. —le ordenó apuntándose con el pulgar.— He pasado estos 11 años tratando de ganarme tu amor una vez más. De probarte que puedo cuidarme solo y cuidarte a ti. Pero ya me cansé. Ahora solo quiero superarte y-
—¡Oh! ¿Y esto califica como "superarme"? —interrumpió la morena acercándose a él.— ¿Casándote con una supervillana? ¿No eras tú quién decía que quería lo mejor para que Manny se volviera un héroe? ¿Éste es el ejemplo que quieres darle?
—Bah. Todos sabemos que Manny es más proclive a ser un supervillano. En el fondo nunca le tuve fe. —sentenció el bienhechor provocando un suspiro ahogado por parte de María.— Además, somos humanos y podemos cambiar de opinión. ¿O qué? ¿Acaso creíste que rogaría por tu amor el resto de mi vida?
—Tenía miedo de quedar viuda, de quedarme sola. Sólo tenía miedo de que te fueras. ¡Sólo tengo miedo a que te vayas! —exclamó la mujer, ya con lágrimas en los ojos. Instantes después, Maria no puedo evitar quebrarse y cubrir su rostro.
Rodolfo sintió un pinchazo en el corazón, reflejándolo en su mirada. Maria y Manny eran lo que él más quería en todo el planeta; al fin y al cabo eran su familia. Le dolía verla así porque tenía razón. La angustia y el temor que sentía cada que él salía a combatir el crimen eran justificables. Y él podría insistir en que era su deber, pero el miedo ¿quién se lo quitaba?
Sin darse cuenta, los corazones en sus ojos desaparecieron, retornando a su antiguo yo.
—Sé que no puedo pedirte que te separes, porque mereces a una mujer que esté a tu ritmo siendo superhéroe… —dijo ella limpiando sus lágrimas.— Pero al menos… trata de seguir vivo, ¿sí? —finalizó atreviéndose a mirarlo a los ojos.
El contrario miró un rato al piso, buscando las palabras correctas.
—Ahora que lo recuerdo… tú eres… junto con mi hijo… lo que me motiva a seguir vivo. —tomó sus manos y entrelazaron dedos.— Incluso si llegaras a casarte de nuevo, con alguien que no te estrese tanto… aún estarías aquí. —colocó la mano de su amada sobre su pecho.— En mi corazón.
—No me sorprendería. —sonrió la morena con ternura.— A pesar de todo eres un hombre muy dulce.
—Creo que puedo serlo mientras… —Poco a poco Rodolfo acercó su rostro al de la bibliotecaria.— Sea… —la distancia entre los labios de ambos se hacía más pequeña, tanto por la cercanía de sus caras como por tomarla de la cintura; como si ella fuera la cosa más frágil del mundo.
— …Contigo.
Y sucedió.
Él la besó.
No sabía si ella quería esto. No sabía si sólo aceptó por el calor del momento. Sin importar el motivo, Rodolfo quería atesorar ese momento. Quería atesorarla a ella. A su Maria.
Esta inconscientemente jugó con los cordones de su máscara de luchador, demostrando que ella también quería disfrutar de ese acto de amor. Aquello lo sorprendió por dentro, pero lo tomó como una prueba de que ella también lo amaba. De modo que acarició su largo y rizado cabello a partir de su nuca, permitiéndole continuar hasta que ella quisiera.
Y mientras tanto…
—Aaaash, ¿dónde se metió? La boda ya está por comenzar. —renegaba Buitrila buscando a su futuro esposo con puños cerrados. Al llegar al cuarto del novio, descubrió que la puerta estaba entreabierta. La abrió completamente con una sola mano y su exasperación se convirtió en sorpresa.
Vio a su prometido besarse con "otra villana". Una de ropas muy anticuadas para su gusto. Tan pronto los encontró en el acto, ambos se separaron mirando a la novia petrificada por la escena.
—White Pantera… —soltó al borde del llanto.— ¿Cómo pudiste?
El héroe miró a su ex esposa por unos segundos antes de soltarla. Se enderezó y tosió un poco.
—Buitrila… —dijo educadamente a pesar de su crimen.— Termínanos.
—Ups. —sonrió Maria con burla para rematar. Ya que Buitrila se había burlado de ella antes, ahora era su turno.
Buitrila apretó los dientes y procedió a atacarlos con un arma láser de su brazo. Por fortuna para nuestra reciente pareja, ambos lograron salir del cuarto antes de que el arma disparase. Ahora se hallaban corriendo por los pasillos buscando una salida.
—¡Corre, Maria! —exclamó el Rivera tomándola de la mano.— ¡Aquí espantan!
Juntos aceleraron sus pasos casi topando con las paredes mientras la furiosa novia despechada volaba con ayuda de sus propulsores; pisándoles los talones.
…
—Mi amor, ese almuerzo era una sorpresa para ti. Abigail sólo iba a ayudarme a ponerlo en tu oficina. —explicó el pelinegro.
Carmela se levantó repentinamente de su asiento y le miró.
—No tienes que inventar una excusa, ¿sabes? —sentenció con tristeza. Pero después de un rato desviando la vista pensando en las palabras adecuadas, lo miró ya más tranquila.
—Mira, has sido muy bueno conmigo en estos años. Pero si amabas a otra mujer, sólo tenías que decirlo. —respondió ella gentilmente. Ni siquiera dejó hablar a Emiliano cuando siguió: —Por mí no te preocupes. Me mantendré lejos de tu nueva relación… mientras me dejes ver a mis hijas. —y sonrió ocultando su desilusión.
Derrotado, Emiliano miró a su esposa con inmensa agonía. Su alma se desgarraba y se desprendía de su ser con esas crueles palabras. Le mataba la simpleza con la que Carmela se expresaba, como si fuera tan habitual dar su corazón para después ser traicionada sin ningún reparo. Se dio la vuelta en señal de vergüenza y recordó entonces cómo se veía ella cuando la conoció en la universidad. Recordó también haber jurado amarla hasta la muerte y nunca ser de los numerosos chicos que al final la dejaban de lado para perseguir el lindo cuerpecito de Carmelita Aves. Pero ahora por un malentendido fuera de su control estaba a un día de perder (si los cálculos son correctos) 16 años de matrimonio. Aceptar ese hecho equivalía a ser uno de los pútridos habitantes del Distrito Zombie: Sin corazón, sin una pizca de su alma.
El silencio se ve interrumpido por una agradable música. Después de echar un vistazo al ambiente, el pelinegro siente la necesidad de hacer un último intento.
—Bueno, ya que este es el fin de nuestro amor… —se giró y extendió la mano hacia ella.— ¿Me concederías esta última pieza? —le invitó con voz ronca.
A pesar de las circunstancias, la mujer no pudo evitar sonrojarse ante el escenario frente suyo. No sabía porqué, pero esto volvió a agitar su corazón como cuando eran jóvenes y los sentimientos mutuos apenas florecían. Cautiva de un hechizo en el que solo basta cruzar miradas, aceptó sin decir palabra.
En cuanto sus manos se tocaron, Carmela avanzó permitiéndole a Emiliano tomarla de la cintura, comenzando el baile. Sus pasos sincronizaban con la música del salón y sus dedos se entrelazaron. Ninguno quiso romper el contacto visual; quizá porque intentaban adivinar qué pensaba el otro. La magia del momento tejió sus hilos hasta que el policía se perdió en la mirada de su abogada favorita. No importaba que sus ojos ahora tuvieran forma de corazones rotos, para él seguían siendo los mismos ojos que tanto lo flecharon.
La misma suerte corrió la mujer al perderse en la mirada de su querido esposo. Parecía que trataba de decirle cuánto la amaba con solo verla fijamente.
Pero ella ya no podía creerle.
Sin importar lo mágico que fuera el momento, ya no podía desprenderse de la realidad ni atreverse a soñar con un "felices por siempre".
Es difícil medir la cantidad de desgracias que puede causar la traición en una persona.
—¿Por qué? —le murmuró.— Esto es tan hermoso. ¿Por qué tenías que arruinarlo?
—Shhh~… —la silenció Emiliano con un dedo sobre sus labios.— Sólo baila.
Dejó en paz su cintura y la hizo girar. Separándose en cámara lenta, sus corazones se unieron a través de una mirada. Él con ojos fijos y profundos cuya intensidad aumentó en un pestañeo; ella, con ojos cálidos y brillantes que se negaban a cerrarse.
Apenas Carmela completó el giro, el tiempo volvió a su curso. Fue tomada por la cintura pero esta vez con más fuerza, ya que el pelinegro quería asegurarse de no dejarle escapatoria. Juntos retomaron los pasos de baile al compás de la música, girando como si estuvieran en el salón de un castillo. Fue inevitable volverse el centro de atención del resto de villanos invitados, quienes en cuestión de segundos soltaron un "Aaaaaaw~" colectivo.
—¡Pronto! —apareció Don Baffi con ojos llorosos sosteniendo una vela con su bigote.— Abran su corazón de villanos.
Y dicho y hecho. Todos en el salón sacaron velas blancas y empezaron a moverse de un lado a otro sin dejar de contemplar a la pareja digna de mención en un cuento de de hadas. El cuarto se llenó de luces que brillaban como estrellas y -en la mente de Emiliano- poco a poco la multitud se desvaneció hasta verse a sí mismo en un limbo, pero a él no le importó. Al fin y al cabo, estaba a lado de su querida esposa. No tenía nada que temer.
Cuando notó que la música estaba por terminar, giró a Carmela en una media vuelta y la inclinó, asegurándose de no dejarla caer. La música acabó, conectándolo a realidad y finalizando el baile de manera triunfal. ¿Se mencionó además que tampoco apartaron la mirada del otro?
—Emilian-
—Carmela. —el mencionado la interrumpió sin querer, deseando decirle tantas cosas. Tragó saliva en silencio y se acercó para besarla. Dejándose llevar, ella cerró los ojos, dándole su permiso. Era todo lo que él necesitaba para continuar. Así que, haciendo honra a la seducción, se acercó aún más. Y justo cuando faltaban centímetros para lograr su cometido…
Un estruendo hizo temblar el sitio. Los villanos saltaron de golpe mientras los Suárez perdían el equilibrio y caían al suelo: Carmela de espaldas y Emiliano encima de ella.
—Ah… —el policía no tardó en notar la bochornosa posición.
—Tranquilo. No pasa nada. —repuso la contraria, sonrojada por los trabajados brazos que le acorralaban.
Entonces se escuchó otro estruendo. Las puertas de los pasillos se abrieron de par en par, revelando al futuro esposo tomando de la muñeca a Maria Rivera.
—¡Corran si no quieren morir! —advirtió Rodolfo deteniéndose en el marco.— ¡Buitrila está enojada!
A sus espaldas se presentó una explosión que los mandó a volar por el salón hasta caer cara abajo, deslizándose justo a lado del matrimonio Suárez.
—¡Jefe Suárez! —dijo el héroe después de incorporarse ayudado de sus manos.— Que bueno verlo por aquí.
—Yo no diría lo mismo, Rivera. —respondió Emiliano, mirando a otra parte debido a la molestia que le causaba verlo. Y más molestia le causaba que su gran momento fuera interrumpido por culpa de terceros.
Los saludos tuvieron que pasarse de lado apenas los cuatro miraron frente suyo. De la puerta salió una Buitrila vestida y alborotada. Literalmente: Su vestido de novia estaba roto, su peinado arruinado y su maquillaje desparramado por todo su rostro -a pesar de tener el casco puesto.-. La cereza del pastel fue su respiración acelerada, pupilas dilatadas y crujiendo los dientes de tanto apretarlos.
—¡White Pantera! —rugió— ¡Voy a hacerte pa-! —miró incrédula al matrimonio Suárez levantarse del suelo y su enojo rebasó los cielos. Sobretodo porque "notó" que Carmela la había opacado ¡en su día especial!
—¡¿Qué. Significa. ESTO?! —gritó al aire con más fuerza y rabia que antes, como a punto de transformarse en una bestia salvaje.
Ambas parejas heroicas la miraron espantados, pensando en cómo salir del embrollo.
—Ustedes, arruinaron el que sería el día más feliz de mi vida. ¡Los haré pagar! —vociferó Buitrila en una rabieta.
—A la que debería hacer pagar es a ti, por arruinar mi momento. —Emiliano se quitó la máscara; ya no valía la pena ocultar su identidad.
—…Jefe Suárez. —gruñó la pelinegra entre dientes.
Ninguno de los villanos parecía entender lo que pasaba hasta que alguien de fondo gritó "¡Es el Jefe Suárez!". Y todos se asombraron por semejante revelación.
Todos menos Buitrila, quien se dirigió a la pareja y les apuntó con el dedo.
—Yo no entiendo que tiene de especial su matrimonio. ¿Un policía y una jueza? ¡Es obvio que se trata de un truco!
Carmela, herida por las palabras de la villana, bajó la mirada con lentitud, evidenciando su derrota. Pero su esposo se rehusó a dejarla sola. Así que miró a Buitrila y habló con toda seguridad.
—En eso tienes razón. La verdad es que nuestro matrimonio es un truco.
Carmela alzó inmediatamente la vista hacia él.
—Cuando la conocí, no tuve ojos para ninguna otra mujer en la ciudad. Pasaban los días y jamás borré su cara de mis pensamientos. Usé sucias artimañas para llamar su atención. —decía Emiliano con la frente en alto. Todo esto mientras Carmela lo miraba consternada y confundida al mismo tiempo.— A la larga, no tuvo más opción que casarse conmigo, cuando se dio cuenta de que no descasaría hasta tenerla a mi lado. Para decirlo en otras palabras, ella es el amor de mi vida. Y me aseguraré de que cada persona que habita en esta ciudad lo recuerde. Puede que para ti una devoción como la que yo tengo por mi esposa te parezca un truco, pero no creo que lo sea. ¿Y cómo podrías entender lo que digo cuando ni siquiera tu prometido sintió algo por ti? —le humilló con un ademán elegante, pero acompañado de una sonrisita vulgar.
Buitrila ahogó un suspiro mientras su mano se cerraba frente a sus labios, misma mano que usó para sacar un cañón láser y apuntarlo contra él, sin importarle que Carmela estuviera a su lado. Emiliano reaccionó a tiempo y tomó a su esposa en sus brazos saltando a otra parte del lugar para ponerla a salvo. Rodolfo imitó su acción casi de inmediato, y juntos tomaron posturas de ataque, listos para la batalla.
La primera en atacar fue la pelinegra, disparando incesante hacia los héroes en turno. Ambos se dispersaron y evadieron su puntería a su estilo: White Pantera con su velocidad sobrehumana y Emiliano con maniobras y volteretas.
Hubo un punto en el que ambos se cruzaron e intercambiaron miradas sin dejar de correr. Ni siquiera tuvieron que dirigirse palabra para coordinar lo que harían a después, solo asintieron y siguieron.
Se separaron obligando a Buitrila a separar los brazos sin dejar de disparar, arruinando la decoración del salón en el proceso. Ambos aprovecharon esta oporunidad para cruzarse a pocos metros de ella y así darle un doble golpe. Emiliano con puño cerrado y Rodolfo usando su bota derecha. El golpe deslumbró literalmente a la villana, haciéndola caer de espaldas al piso.
Ni tiempo le dieron de atacar de nuevo cuando Emiliano siguió lanzando puños, los cuales eran evadidos sin problema por su contrincante. La ex-novia trató en más de una ocasión usar sus armas, pero la velocidad del oficial era superior.
…
Mientras esto ocurría, Frida esquivaba todos los ataques de la bestia metálica que Django había creado. Con ayuda de sus hermanas, lo mantenía distraído para que Raheem y sus amigos hallaran la cura. Este monstruo tenía garras filosas a base de metales punzocortantes, lo que hacía más arriesgado su plan.
—Debe haber una forma de quitarle la guitarra a esa bolsa de huesos. —se quejó Anita después de evadir un golpe.
—Lo primero sería deshacernos de esta cosa. Pero está controlado por la guitarra. Detenerlo sin quitarle la guitarra será como mezclar agua con aceite. —sentenció Nikita sin perder de vista los ataques de la criatura.
Frida dió un respingo.
—¡Agua! ¡Eso es! —aprovechó que Manny estaba cerca y le dijo: —¡Manny! Hay que buscar una fuente de agua para vencer al monstruo de Django.
—¡No me digas qué hacer! —espetó el moreno. Y hubiera dicho algo más de no ser porque una mano del tamaño de un camión lo aplastó como lata vacía. Una vez levantó su mano, el monstruo reveló a un antihéroe con muchos huesos rotos pegado al suelo.
Después de incorporarse y mover la cabeza, Manny entendió que no tenía opción.
—Aunque no es mala idea ¡Corran!
Los cuatro huyeron iniciando una persecución contra la criatura que rasgaba las paredes al seguirlos. Arriesgándose el pellejo, llegaron hasta hasta un cuarto lleno de tubos, donde se distribuía el agua por todo el edificio.
—¡Aquí es! —celebró Frida. Se giró al escuchar un rugido cercano. Al voltear tenían al monstruo cubriendo su única salida de la habitación.
…
En el salón de eventos, Emiliano y Rodolfo luchaban con todo lo que tenían para vencer a Buitrila. Sus esposas, escondidas bajo una mesa, observaban todo desde lejos.
Carmela giró la vista a sus espaldas y notó que los invitados estaban huyendo. Su moral le gritaba que no los dejara ir como si nada; y eso estaba por hacer.
—Llama a la policía por refuerzos. Yo intentaré ganar tiempo. —le pidió a María antes de irse.
—No, vuelve. —susurró ella sin poder detenerla. Decidió entonces resignarse y pedir ayuda. —¿Aló, policía?
Carmela corrió hasta el candelabro, se quitó una zapatilla y la lanzó a la cadena que lo sostenía. Al desprenderse del techo cayó justo frente a la entrada, dejando sin escape a los villanos.
—¡Perfecto! —cerró el puño como muestra de su triunfo. Mas tuvo que agacharse para que los láseres de Buitrila no la alcanzaran. —¡No tan perfecto! —se dijo a si misma mientras corría.
…
Y volviendo con los más jóvenes…
—¡Ya está! —espetó Raheem moviendo una palanca. —Esto tiene que funcionar.
—Espero que sí. —dijo Rosa golpeando un botón de un puñetazo.
Activar mezclador.
¡Beep! La máquina mezcló en diferente orden los ingredientes del perfume hasta convertir el líquido violeta en un rosa rojizo que brillaba como si le hubieran agregado brillantina.
—Según la teoría del color, este debe ser el antídoto. —mencionó Pedro.
—Que bueno, a ver si así mis clases de química sirven para algo. —sentenció Rosa; ya harta de saber de sustancias en menos de cinco minutos.
—Esperen, ¿cómo se supone que salvaremos la Ciudad Milagro con esto? —interrumpió Tenny.
—Hora de averiguarlo. —sin más preámbulo, Rosa tomó el recipiente que contenía el perfume y lo lanzó por la vieja chimenea. El viento hizo su trabajo y brillos rosados se esparcieron por todos los rincones. Uno a uno todos recobraron la conciencia, separándose bruscamente de sus falsas parejas para buscar a las verdaderas. Y los que no estaban acompañados de alguien más volvieron a su humanidad y dejaron de comportarse como animales, autos o aviones.
—¡Funcionó! —exclamó Pedro con alegría.
—¡Qué maravilla! —celebró Tenny con la misma emoción.
—¡Rápido! Tenemos que ayudar a Frida y a Manny antes de que sean saco de boxeo para monstruo. —advirtió Marni apuntando a la puerta.
Dicha ayuda no sería (tan) necesaria: Las hermanas Suárez intentaban zafar las tuberías para liberar agua y vencer al montón de chatarra que estaba encerrado con ellas mientras Frida y El Tigre lo mantenían ocupado. Pero estas estaban demasiado adheridas entre sí como para removerlas usando las manos.
—¡Frida! —hablaron a su hermana pequeña al verla aterrizar cerca de ellas.
—Nuestra fuerza no es suficiente para romper los tubos de agua. —dijo Anita.
—¿Se te ocurre alguna idea? —inquirió Nikita.
La peliazul miraba a Manny luchar contra la bestia de Django a duras penas debido a sus limitaciones físicas. En uno de sus ataques fallidos, el monstruo dejó un agujero en la pared. Y entonces tuvo una idea.
—Dejemos que él mismo nos ayude a romperlas. —sonrió decidida a sus hermanas.
La criatura terminó por atrapar a Manny entre sus manos y lo ofreció a su creador, quien estaba listo para aniquilarlo bajo el poder de su guitarra mística, apuntando la clavijera hacia su rostro.
—Hasta nunca, Rivera. —dijo levantando su mano. Pero antes de acabar con él…
—¡Oye, señor Oxidado! —gritó Frida. —¡Métete con alguien de tu tamaño! —y le sacó la lengua.
Su plan para atraer al gigante funcionó, pues estuvo a punto de propinarle un golpe. Si no fuera porque Anita y Nikita la apartaron a un lado, estaría pegada como chicle a la pared.
El puñetazo fue tan fuerte como para agrietar lo que tocara. Tal y como Frida lo predijo, los tubos se rompieron expulsando todo el agua que contenían en un chorro gigante, bañando totalmente robot mágico.
Pronto el monstruo se tambaleó entre choques eléctricos hasta explotar. Justo cuando Las Entes y Los Sombreros Atómicos llegaron a ayudar, un pedazo de pantalla resbaló hasta sus pies.
—¡No! ¡Mi bestia metálica no! —lamentó Django con las manos en la cabeza.
Frida no perdió el tiempo y al verlo distraído le arrebató la guitarra de las manos. Acto seguido, rasgueó sus cuerdas ferozmente. Una luz verde iluminó el lugar, expandiéndose por todo el cuarto. En cuestión de segundos, Django desapareció en un estallido que destruyó la mitad del edificio, dejando un enorme agujero en él… y a Frida cubierta de pólvora, producto de la explosión.
…
Rodolfo, entre sus confiables maniobras aterrizó en una pared con la cual tomó impulso para atacar a su "ex-futura-esposa", mientras esta se enfocaba en derrotar a Emiliano. Vio su oportunidad cuando el jefe de policía tomó distancia de los rayos láser que tiraba su contrincante. El momento perfecto para que el Rivera la empujara por detrás, casi lanzándola.
Finalmente, el Jefe Suárez lanzó una patada en el abdomen de Buitrila, estrellándola contra la pared. Luego de eso, ella se desplomó cayendo boca abajo en señal de derrota.
—Lo logramos, chicos. ¡Salvamos a la Ciudad Milagro! —felicitó Frida.
—¡De lujo! —todos chocaron los cinco a la vez en señal de victoria.
—Gracias por su ayuda, chicos. El perfume "trae al amor de vuelta" funcionó de maravilla.
—Gracias a ustedes por distraer a ese monstruo. Si no estuvieran aquí nos hubiera tomado más tiempo hacer la cura. —respondió Pedro con una sonrisa.
—Si, si, salvamos la Ciudad… —habló un sarcástico Tigre alejado del equipo.— Pero por si no lo han notado… ¡Sigo convertido en monstruo! —exclamó señalándose completo.
—...Pues para mí luces como un lindo alebrije. —confesó Frida con algo de ternura.
—¿Y si pruebas tomando aire? —propuso Tenny señalando con el pulgar.
Manny obedeció acercándose al borde del hueco que había quedado en el lugar. Respiró hondo y esperó.
Los demás se miraron entre sí para después mirar al chico de rulos. Pasaban los segundos y seguía igual que como estaba antes.
—¿No funcionó? —se preguntó Manny mirando sus manos. —¿Cómo se supone que voy a revertir esto? —agregó con ansiedad.
—Esto no es posible. —se lamentó Raheem.— Pusimos los elementos completamente.
—Tranquilos. Entonces significa que el virus no tiene nada que ver- —habló Frida para calmar a todos.
—¡Cierra la boca! —interumpió el felino.— ¿No lo entiendes? No puedo presentarme con Zoe así. Necesito… —su vista empezó a nublarse y la cabeza le empezó a dar vueltas.— Necesito… —un dolor en el pecho lo obligó a postrarse en el piso. Los presentes frente a él pasaron de la confusión a la preocupación en menos de un segundo.
—Pero si no es obra del perfume anti-amor, ¿Qué lo está afectando? —preguntó una estupefacta Rosa.
—Frida, ¿qué hacemos? —preguntó Marni con la piel de gallina.
Ella no supo ni qué responder. Sus ojos posaban directamente hacia un Manny en el suelo, rasgando el frío suelo para resistir el dolor que lo carcomía de adentro hacia afuera.
—¡Frida! ¿Qué hacemos? —repitió Tenny, tratando de hacerla reaccionar.
Frida quería saber qué hacer. Lo quería sin duda. Pero algo la detenía. Algo no la permitía procesar lo que estaba pasando. Ese algo se manifestaba en destellos de recuerdos, haciéndola negar con la cabeza. Era algo que de solo pensarlo le daban ganas de llorar y retroceder con lentitud.
La traición.
—¡No! ¡No quiero ayudarlo! ¡No se lo merece! —negó antes de salir corriendo.
—¡Frida! —exclamaron las cadetes Suárez sin poder pararla.
Devolvieron la mirada al resto de los adolescentes, y finalmente, juntos observaron como Manny perdía todo rastro de su humanidad física: La manchas blancas en su cara se expandieron, de su espalda salieron espinas de puercoespín, creció pelaje en todo su traje y por si fuera poco, sus dientes se volvieron colmillos. Descubriendo su cabeza, el felino alzó la vista revelando un par de ojos dilatados mientras gritaba de agonía y dolor. Su metamorfosis acabó en un poderoso rugido, digno del Antiguo Espíritu del Tigre. Que más que rugido, parecía un llanto de dolor, por las lágrimas emanando de sus cuencas.
…
Frida estaba sentada en la banqueta de una calle después de haber corrido más de diez manzanas seguidas; ignorando cualquier cosa que estuviera a su alrededor. Abrazando sus piernas y escondiendo la cabeza, no pudo evitar llorar en silencio. Sabía que de cierta forma era egoísta no ayudar a Manny pero no quería hacerlo de todas formas. En su mente, no lo merecía, al menos no por parte de ella.
—¿Por qué tengo que ayudarlo después de lo que me hizo? —se preguntaba con voz quebrada.
—Tal vez porque es lo correcto.
La peliazul giró hacia el origen de esa voz: ¡Cuál fue su sorpresa al ver al clásico rubio de bata blanca que siempre sabía qué decir!
—¡Doctor Butterman! —soltó.— Creí que tendría una cita.
—Y la tuve. Pero resultó ser un hombre. —respondió el mayor mirando a la nada.— Ahora. —se sentó a lado de Frida y siguió: —Veo que estás en una situación complicada. ¿Puedo saber cuál es?
—Nada. —dijo la chica de goggles bajando la mirada.— Es solo que… Manny está en un problema… muy animalista. —intentó decir mientras movía la cabeza conforme hablaba.— Podría ayudarlo… pero no quiero hacerlo. No después de lo que me hizo. No después de que me rompiera el corazón. —y escondió su cabeza entre sus rodillas.
—¿Sabes? Cuando tenemos la oportunidad de hacer lo correcto, a veces tenemos que hacerlo. Sobretodo cuando nadie más puede. Ya no sólo por ellos como en tu caso; puede ser para librarse de una culpa, por deber moral o simplemente para probarte a ti misma que puedes ser mejor. Cualquiera de esos tres motivos es válido para hacer un bien a alguien.
—Pero si lo ayudo seguramente me lastimará de nuevo y no quiero. No quiero que me traicione otra vez. —le explicó Frida llorando un poco.
—El hecho de que lo ayudes no significa que permitirás que te lastime de nuevo. Al dejar atrás el pasado para ayudarlo, liberas a la persona de una carga, y tú te liberas de una más grande.
La heroina no entendía a qué se refería hasta que el Dr. Butterman finalizó con:
—En teoría, de eso se trata el perdón. —y se levantó.— Pero como dicen ustedes ahora: Escucha a tu corazón. Sólo recuerda que el final del cuento de hadas depende de ti.
Frida lo miró atentamente, grabando su consejo en su cabeza.
—Tiene razón. —dijo mirando a la calle.— ¡Gracias Doc! —le sonrió al final.
—Fue un placer. —el doctor marchó hacia su destino, pero antes de que Frida creyera que estaba sola, se asomó para decir: —Esto califica como tu sesión de hoy. —y se fue.
Ignorando lo de "la terapia extra", Frida recargó su barbilla sobre sus rodillas. El Doctor tenía razón: a final todo esto terminaría cuando ella quisiera que terminara.
Su guante místico se trepó como araña hacia su hombro en un intento de confortarla. Algo que funcionó pues la chica sonrió un poquito más animada.
Levantó la cabeza en señal de decisión: Tenía que ayudar a Manny.
—Ni modo, Guante. —le miró.— Es tiempo de ser heroína. —y chocó el puño con él.
Zoe caminaba por las calles de Ciudad Milagro con teléfono en mano. Su madre no contestaba las docenas de mensajes que le ha mandado desde hace horas.
—Aaaash. —se quejó.— ¿En dónde será esa tonta fiesta de la que habló mamá? —renegaba sin detener sus pasos.
De pronto siente un jalón en el brazo y es cargada sin problemas. Al mirar hacia abajo, una cara de repulsión se forma en su cara.
—¡¿Frida?!
—No hay tiempo. —contestó la mencionada corriendo a su destino. —Manny te necesita.
Sin rodeos, llevó a la pelimorada con su novio-mitad-animal dejando nubes y nubes de tierra en el camino. Al llegar frenó con ayuda de sus pies al observar la monstruosa transformación de Manny, irradiando temor en quien fuera que lo viera en ese estado.
—¿Qué es esa cosa? —preguntó una Zoe en pánico.
—... Es Manny. —respondió Frida con más temor que ella, viendo a sus hermanas y amigos ya heridos al intentar detenerlo en su ausencia.
Con la culpa inundando su mente, Frida sujetó a Zoe y se puso frente a frente con el Tigre-híbrido.
—¡Manny! —le gritó.— Por favor vuelve a ser tú.
Mientras la saliva escurría por sus dientes, el joven Rivera miró fijamente a ambas chicas, pero sobretodo a la peliazul que sostenía a su novia. Al principio se mostró sorprendido de verla, pero luego volvió a su actitud irracional y disparó las garras de su mano derecha. Zoe huyó de las manos de su archirival, dejándola a su suerte. Todo pasaba tan rápido como para permitirle a Frida reaccionar o correr. Pero entonces, sus hermanas se pusieron en medio y lo patearon lejos. No iban a permitir que lastimara a su hermanita otra vez.
El moreno voló por unos metros hasta caer al suelo con todo y cade-mano colgando.
—¡Ahora, chicos! —ordenaron. En un dos por tres los demás enredaron a Manny alrededor de sus propias cadenas. Entre los siete se turnaron para sujetarlo, porque se movía de un lado a otro con brutalidad; como lo haría un animal salvaje al ser capturado.
Las cadenas apretando su abdomen sacaron la cajita de regalo que tenía guardado. Este voló a los pies de la pelimorada Aves, quien lo recogió y abrió. Sus ojos brillaron de codicia al ver el contenido.
—Wooooooh~ Es mi broche de flor de obsidiana que tanto quería. —sonrió obsesiva. Realizado su sueño, dió media vuelta.
—Bueno, ustedes ocúpense de él mientras yo me ocupo de mi nuevo obsequio. —dijo apunto de irse sin una pizca de preocupación o remordimiento.
—Espera, ¡¿no vas a ayudar Manny a volver a la normalidad?! —le reclamó Frida con los brazos abiertos, incapaz de creer lo que estaba escuchando… y de quién.
—No. Ya obtuve lo que quería: mi precioso broche de obsidiana. Seguro volverá a la normalidad para mañana. No es necesario ser tan dramático. —se excusó la chica de piel blanquecina girando su muñeca.
—Manny se convirtió en un monstruo, todos en Ciudad Milagro enloquecieron, ¡¿Y a ti sólo te importa tu estúpido broche?! —insistió la heroina.
—¿Y a ti qué te importa? Es mi novio, no el tuyo. Puedo actuar como yo quiera con él.
—¡Me importa porque es mi amigo!
—¿En serio? Te recuerdo que él mismo te dijo que ya no quería seguir siendo amigo de alguien como tú.
Frida abrió la boca para contraargumentar, pero su voz desapareció al darse cuenta de que Zoe tenía la razón. Los recuerdos que tanto se empeñó en borrar el día de hoy ahora regresaban con más fuerza. Como si estuviera viviendo todo de nuevo.
—Yo…
—¡Ja! ¿Lo ves? No importa cuanto quieras negarlo. Yo soy su novia, y tú ¡No eres nada! —exclamó la pelimorada en un tono malvado y triunfal.
Nuestra chica de goggles rojos sólo se quedó ahí, mirando al piso. Su respiración empezó a agitarse poco a poco mientras los dedos le temblaban. Los consejos que el Dr. Butterman le dio retumbaron en su mente una y otra vez hasta que, pronto, concentró todas sus emociones en los dedos temblorosos que se convirtieron en un puño cerrado, aguantando las ganas de insultar de mil maneras posibles a la chica frente a ella.
—Es verdad. Tú eres su novia. Y como su novia deberías preocuparte por él. —dijo decidida.
—¡Frida! —exclamó Nikita sujetando a Manny con todas sus fuerzas.
—¡Si tienes un plan en mente que sea rápido! ¡No vamos a… resistir más! —le siguió Anita. Sus brazos ya entumecidos sólo seguían funcionando con la esperanza de que toda esta locura terminara.
—¿Ah sí? —desafió Zoe con su tonito de niña mala.— ¿Y si no lo hago qué harás?
—Si no lo haces devolveremos a Manny a la realidad, pero en venganza le contaremos todo a la señora Maria, y en cuanto ella lo sepa, hará cualquier cosa por evitar que su hijo siga saliendo con… una chica como tú. —respondió una orgullosa Frida señalándola completa de pies a cabeza.— Y antes de que digas que ella nunca me creería, ellos están de testigos. —señaló con el pulgar a sus hermanas y amigos.— Así que sé una buena novia por una vez en tu vida y te prometo que ella nunca lo sabrá. —finalizó como toda una diabla.
Viéndose acorralada, la pelimorada no tuvo más opción que tragarse el orgullo: Sabía que Frida tenía razón.
Ahora que los papeles se invirtieron, ya no era tan divertido.
—¡Ay, está bien! —gritó Zoe con manos en la cabeza; admitiendo la derrota.— ¡Lo haré! ¡Lo haré! —y caminó pasando de largo a su archirival.
Avanzó hacia El Tigre encadenado por su propia mano, gruñendo y luchando para liberarse de la fuerza de los chicos que lo sujetaban. No supo si era por el temor a la transformación de su novio o por la reciente amenaza, pero, poniendo un rostro acobardado, la chica se detuvo estando a cinco pasos de Manny.
—Manny, escucha. Soy yo, Zoe. —dijo tímidamente.— Sé que puedes volver a la normalidad. Quiero decir, tú siempre terminas bien en cada batalla o… situación que se te atraviese, así que… Haz un esfuerzo. —le pidió casi entre dientes como si fuera una orden.
Para este punto Manny se tranquilizó conforme ella hablaba, así que la de vestido negro se acercó más.
—¿Sabes? El broche es muy lindo. —dijo tocando el accesorio en su cabeza.— Agradezco el detalle porque, después de todo me lo merezco. —sonrió. Miró de nuevo al chico y siguió.— Eres un novio muy lindo, torpe y el más macho que he conocido. Por favor vuelve. —lo tomó del rostro y dijo en voz baja.— Vuelve conmigo.
Y lo besó.
Frida sólo pudo girar la cabeza para no contemplar esa escena. El recuerdo de Manny traicionándola seguía latente en su cerebro pero sentía que ese beso era necesario para salvarlo. Mientras esto ocurría, Los Sombreros Atómicos se miraron una a la otra. No sabían por qué, pero las palabras de Zoe no eran convincentes en lo absoluto. Sus dudas se esfumaron al sentir las cadenas aflojarse: El Tigre había dejado de luchar y se quedó quieto.
Cuando Zoe se separó de él, observó un par de ojos fijos en ella. Si a esto sumamos el estado estático de Manny, nos da como resultado una inquietud que lo cubrió todo por un rato.
—Oigan. —soltó Marni ligeramente asombrada.— Creo que funcionó.
Menos de un segundo pasó para que el felino rugiera al cielo con tal intensidad, que se liberó de sus ataduras. Todos sus captores se vieron en cámara lenta siendo lanzados al suelo. Zoe solo pudo quedarse inmóvil mientras su novio de cabello rizado le rugía amenazante, al grado de esparcirle saliva en la cara.
Anita y Nikita se las ingeniaron para encadenarlo de nuevo, atacando por la espalda. El resto se unió a la misión y redoblaron sus fuerzas para que el Rivera no escapara a ningún lado.
La única (además de Zoe) que no hizo nada fue Frida. Pero ella no estaba dispuesta a dejar a su ex-amigo a su suerte. Ya no.
—¡Iré a pedir ayuda! —exclamó al grupo mientras se echaba a correr. Se escondió en algún lugar seguro y fue entonces cuando el guante místico salió de su nuca.
—Bien, Guante. Hora de usar nuestro último recurso. —se colocó el artefacto, se transformó y soltó un grito ranchero anunciando la llegada de: —¡Plata Peligrosa!
Justo cuando los brazos de todos dejaban de responderles, la superheroína surcó los cielos para finalmente aterrizar en pie. Tomó las cadenas que aprisionaban a Manny y les pidió a los demás que se fueran.
—¡Déjenmelo a mi! ¡Ustedes váyanse!
Después de que los adolescentes obedecieran, la peliazul rodeó aún más al Tigre con las cadenas, las cuales usó para llevárselo consigo; todo esto después de evadir torpemente los rugidos e intentos de mordida por parte de su nuevo prisionero.
Chicas y chicos sólo pudieron verlos alejarse en el panorama, pero ninguno estaba más preocupado que Anita o Nikita. Ambas esperaban que el plan de su hermana resultara, cualquiera que fuese.
—Entonces… ¿No le dirán nada a la señora Rivera? —les preguntó la joven Aves a lado suyo, poniendo una cara de cachorrito como si no bastara su descaro.
Las gemelas se miraron ofendidas, pero después sonrieron con malicia por lo que estaban apunto de hacer.
Anita quitó el broche del cabello de Zoe y lo tiró al suelo con la fuerza de un beisbolista enojado. Como golpe final, Nikita lo pisó, convirtiéndolo en cientos de pedacitos.
—Nos cobraremos con eso.
—Tal vez eso te enseñe a valorar lo que de verdad importa. —con eso, las cadetes se fueron con el pecho en alto.
Tras unos segundos mirando su broche destruído…
—¡VENGANZA! —Zoe cayó de rodillas y gritó con toda la furia que logró sacar de sus pulmones.
…
Salón de Eventos de la Ciudad Milagro.
Las patrullas rodeando el salón y los policías llevándose a los villanos fueron la señal de que todo había terminado. Mientras Rodolfo ayudaba a los uniformados a encerrar a los criminales, María se acercó al Jefe Suárez mientras este arrestaba a uno de cabello verde y daba órdenes de llevarlo a prisión.
—¿Por qué tienes que ser bueno en todo? —le inquirió un tanto bromista llamando su atención.
El contrario se giró. Al ver de quién se trataba, sonrió de lado aceptando la camaradería que recién habían creado.
—Hay algo en lo que no siempre fui bueno… —sonrió con más confianza y finalizó.— Dar las gracias.
La morena quedó ligeramente sorprendida por su respuesta, pero después de captar la indirecta, sonrió confiada.
Ninguno de los dos se dio cuenta de que Buitrila estaba recuperando la conciencia. No necesitó mucho tiempo para analizar lo sucedido, por lo que apuntó su láser hacia ambos con las pocas fuerzas que le quedaban.
—Voy a … —murmuraba con trabajos.— Voy a hacerte pagar. Los haré pagar a los dos. —dijo entre dientes, concentrando su ira en cada palabra. Dobló fuerzas para mantener su arma fija, ya que su brazo se negaba a responder, bajando y subiendo más de una vez.
Carmela, por el contrario, sí descubrió sus intenciones. Miró a Emiliano por unos segundos y luego a la villana.
—No… ¡no! —negó para sí con las manos en la cabeza.— Aunque él ame a otra persona, ¡no puedo ver lastimado al padre de mis hijas! —reunió todas sus fuerzas (físicas y mentales) y corrió extendiendo su mano hacia Emiliano.
Buitrila disparó. La distancia sobre tiempo fue vital para que la jueza alcanzara a proteger a su marido del vil ataque furtivo.
—¡Emiliano!
El mencionado se giró. No le tomó mucho darse cuenta del panorama en el que -ahora- estaba involucrado.
—¡Carmela! —alcanzó a gritar en un intento de detenerla. Pero ya era demasiado tarde.
—¡Noooooo! —su amada ya se había lanzado a brazos extendidos. En cámara lenta, el policía vio a Carmela recibió el disparo láser en el pecho. El impacto la estrelló de espaldas contra una pared, como si la gravedad de su herida no fuera suficiente.
Desde luego, los héroes presentes quedaron boquiabiertos.
—¡CARMELA! —gritó Emiliano con más fuerza y rabia que antes. Las lágrimas pronto cubrieron sus ojos al ver a su esposa caer como muñeca de trapo, hasta finalmente desplomarse en el suelo.
El Jefe Suárez corrió hacia ella mientras Maria cubría su boca con las manos y Rodolfo, de lado suyo, era incapaz de mover un dedo. Casi patinó por el piso hasta arrodillarse ante la mujer con la que compartió gran parte de su vida. La tomó de la espalda y apretó su mano.
—Háblame. Por favor no me dejes. —suplicó con voz quebrada.
—Yo… —respondió una débil Carmela luego de un quejido.— Sé que nada será como antes. Pero… —no logró continuar. Cayó desmayada en brazos de su marido; soltando su mano.
Al pelinegro le tomó segundos procesar la desgracia con labios temblorosos, pero menos de un segundo apretar los dientes y girar su cabeza hacia la causante de la misma, quien con suerte se incorporaba apoyándose de sus brazos. Alzando la vista, Buitrila miró incrédula al jefe de policía con sus ojos volviéndose completamente rojos. Más rojos que el fuego. El rostro inexpresivo y él aura maligna saliendo de él lo empeoraban todo.
El terror pasó a ser adrenalina, de modo que trató de levantarse y escapar. Aquí lo más coherente sería activar sus alas propulsoras; y lo hizo. Pero algo pesado la hizo caer de bruces. Tan cerca de la salida y a la vez tan lejos. Buscando la causa, se sorprendió al ver una bota negra pisar su espalda, justo en medio de sus alas. Estas soltaron chispas. Luego humo. Ya no eran de utilidad, señalándole a la villana que estaba perdida.
Carmelita no pudo hacer nada cuando el contrario pisoteó su espalda. Gritó desgarradoramente al sentir como sus huesos se rompían cual galleta salada. El oficial ignoró aquello y continuó torturándola hasta que el suelo se agrietó por el peso y la intensidad de los golpes.
—Basta… basta… —agonizó la villana.
El hombre pasó de la espalda a los brazos, y de los brazos a las piernas. Los Rivera se horrorizaban por la escena ante sus ojos y el llanto incesante de Buitrila. Finalmente, fue suspendida en el aire gracias a una patada en el estómago para luego ser pateada otra vez como balón de fútbol, pero ahora hacia la pared.
Durante el tiempo que su cara estrelló contra el material y alcanzó a darse la vuelta, la pelinegra no quería saber lo que ocurriría después. Apuntó su láser de nuevo, pero la mano de Emiliano apretó ahí mismo. Mientras lo hacía, la mujer notó como de esa mano salían garras. Garras que aplastaron el aparato de su brazo hasta hacerlo añicos. Un poco más y destruía sus huesos también… Oh, esperen, lo hizo. Sobretodo los de su muñeca. Las cosas se tornaron aún más aterradoras cuando Emiliano sonrió lentamente y pegó la carcajada. No fue una de clásico villano, sino una que infundía el terror absoluto. Una en la que miraba fijamente a su victima y la enmudecía a ella y a cualquiera que estuviera alrededor.
—¡La está matando! —exclamó Maria.— Tenemos que detenerlo.
—¡No! —intervino Rodolfo.— Él va más allá de toda fuerza humana. Lo único que puede detenerlo es él mismo.
—Pero ése no es él. —a Maria la invadió un arrebato de recuerdos: el cuerpo destruído de Manny en aquella noche lluviosa. Aquella noche donde Emiliano vengó la traición contra su hija.
—¡Tiene que haber una forma! —no dio ni tres pasos cuando el superhéroe la tomó del brazo.
—Maria, por favor. —imploró él.— Hazme caso. Lo conozco desde que éramos niños. Una vez que alguien se cruza con él en ése estado, ¡ya nada puede salvarlo!
Inconscientemente, la morena desvió la vista a una Carmela desmayada en el suelo. Se le acercó tratando de ayudar, pero Emiliano la miró por instinto y emitió un fuerte gruñido en señal de amenaza. Maria debió suponer que no se lo dejaría fácil; y esa suposición creció cuando, de un salto, el pelinegro protegió a Carmela con su cuerpo en una postura cuadrúpeda, advirtiendo una vez más a todo aquel que intentara acercarse.
La Rivera mantuvo la mirada en él, convenciéndolo sin necesidad de las palabras. Una vez que Emiliano entendió que ella no era una enemiga, cargó a su esposa con un solo brazo y se marchó del salón.
Rodolfo, viéndolo todo con preocupación, escuchó los gemidos agónicos de Buitrila quien todavía seguía moribunda contra la pared. Él y su ex-esposa se acercaron para ver mejor el despojo humano en el que el Jefe Suárez la convirtió.
—Tranquila, llamaré a una ambulancia. —intentó animarla el héroe, sacando su teléfono.
Y después de que el coche llevara a la villana de casco verde a urgencias, Rodolfo aprovechó para reiterar lo que él y María habían "hablado" en el cuarto de los novios.
—Tengo una duda, ¿en verdad estabas celosa de que me casara con Buitrila?
María respingó. La había acorralado otra vez.
—No estaría feliz de que te casaras estando hechizado. Es todo. —le miró con sinceridad.— Bien. Vayamos a buscar a Manny. Quiero asegurarme de que no se volvió un zombi del amor como tú. —y emprendió el viaje entre risillas.
—Oye, no te creo nada. Seguramente no parecía un zombi. —refutó el héroe mientras le seguía el paso.
—Es cierto. No parecías un zombi. Parecías más un oso caminando en dos patas con sedante para alces. —bromeó ella.
Lejos, un desconsolado Emiliano marchaba de vuelta a casa con Carmela en sus brazos, sin saber que la hermosa mujer de cabello blanco que vio por la mañana, ahora estaba escondida tras una pared. Mirándolo, esbozó una sonrisa maliciosa que acompañó con una risilla.
Al parecer esta era su forma de mostrar lo atraída que se sentía por él.
…
Llevar volando a Manny fue, para Frida, más difícil de lo que esperaba. Más que nada porque este no paraba de luchar por su libertad, provocando que la heroina perdiera el equilibrio moviéndose de un lado a otro cada tanto.
Divisó entonces un bosque cerca de la ciudad y pensó que ahí Manny podría hacer su desastre sin peligrar a terceros. El problema fue que al descender, el felino maldito le dio una patada tremenda en el estómago que la hizo sobarse con una mano y, al ladear, ambos cayeron cerca de unos árboles. El impacto hizo que Plata soltara por completo a su ex-novio, alejándola de él. Así que, aún con el dolor de vientre, se incorporó como pudo e intentó acercarse al joven Rivera.
A punto de tocarlo, el contrario le rugió con la intención de espantarla. Y lo logró. Pero entonces Frida lo miró llorar entre quejidos, arrastrar los pies para avanzar hacia ella. Pasar de la ira a la desesperación y de la desesperación a la ira como un círculo vicioso.
La chica retrocedió cuando Manny logró zafar un brazo y empezó a enterrar las garras para acercarse a su presa. Al final, Frida se levantó y se echó a correr escondiéndose en un árbol. Se dio cuenta de que no podía razonar con Manny siendo Plata Peligrosa. Ya no se le ocurrían más formas de revertir los efectos del perfume. Este era literalmente su último recurso y no sirvió de nada.
A menos que…
Tomó el guante místico y lo miró por mucho, mucho tiempo (o al menos así lo sintió ella). Se asomó un poco y vio al chico liberándose de sus ataduras. Hay que recalcar que seguía gruñendo y gritando como un maniático. Para empeorar las cosas, se puso de pie y comenzó a olfatear por el aire, probablemente buscando algo o a alguien. La chica de traje plateado se escondió de nuevo. Ahora que era libre, el Tigre era una amenaza en todas sus letras. Pero enfrentarlo como superheroina no sirvió de nada y no serviría de nada. De modo que, acorralada por las emociones, y después de mirar al cielo y al guante, tomó su decisión final.
Se quitó el artefacto, desprendiéndose de su alterego. Volviendo a ser la chica de goggles rojos que siempre fue, se dejó ver ante la fría mirada de Manny Rivera. Ni siquiera había pasado una mitad de segundo cuando el felino la volteó a ver. Los ojos de ambos chocaron una mirada que bien podría interpretarse como el de una escena romántica, pero en realidad era más como el de un depredador acechando su comida. El viento sopló revoloteando con ligereza el cabello de Frida y el bigote y orejas del traje de Manny, apareciendo en el silencioso ambiente. Ella lo ve apoyar las manos en el pasto, tomando la postura de -vaya- un tigre. Se acerca gateando y los latidos del corazón de Frida se aceleran. Da un paso atrás y provoca la ira de su antiguo amor, quien enseña los colmillos ordenándole no escapar, a lo que ella obedece. Es como si pudiera leer su mente.
Estando cerca, El Tigre comienza a rodear a chica de overol al mismo tiempo que la olfatea sin ningún decoro. Por obvios motivos, Frida se sonroja y se encoge, siguiendo al antihéroe con la vista, girando su cabeza a la dirección que él tomara. Más acorralada no podría estar.
Manny se levantó creando en ella una sensación de alivio. Alivio que desapareció apenas el contrario acercó la nariz a su cabello; justo entre este y su cuello. Invasión definitiva al espacio personal.
—¡No! —Sus instintos de defensa obligan a Frida a empujarlo con un manotazo en el pecho, haciéndole retroceder unos cuantos pasos. Los segundos en los que Manny tarda en reaccionar son vitales para que la peliazul se eche a correr. No se toma la molestia de mirar atrás porque sabe que es en vano comprobar si la velocidad de un humano promedio se equipara al de un animal salvaje.
Aquí es cuando todo se vuelve en su contra y cae al suelo. Intentando levantarse, un rugido anula sus sentidos. Se gira y observa con horror a cierto tigre antropomorfo abalanzarse hacia ella, acorralándola en cuatro patas.
Acto seguido, Manny rugió en su cara, al mismo tiempo que ella gritaba ladeando su cabeza. Las lagrimas pronto escaparon de sus ojos; ojos incapaces de mirar al antihéroe. Nuestra chica de goggles solo pensaba en cómo terminaría esto: ¿La mataría? ¿Se la comería como el lobo a Caperucita Roja? Sus ojos se cerraron mientras su corazón se aceleraba con la espera de un final horrible. Es tanto el miedo que no se da cuenta de que el otro lo único que hacía era seguir inspeccionándola, guiado por el perfume que emanaba de ella. Sobretodo en su cuello. De alguna manera eso lo calmaba, por más vergonzoso que fuera para la peliazul.
Con suerte (y algo de trabajo) se sentó despacio para no asustarlo. Lejos de enojarse, Manny se incorporó a la altura de su presa y le salivó la mejilla en una lamida.
—¡Blegh! —se quejó Frida a punto de sacar la lengua, levantando un poco el antebrazo. La lamida fue tan invasiva que babeó hasta su cien. Costó trabajo para ella deducir que era su forma de mostrar cariño; esa deducción la llevó a tranquilizarse un poco más y, con el fin de garantizar que se había amansado, le acarició la cabeza como a un gatito.
En respuesta, Manny empezó a ronronear, justo como un gatito. Restregando suavemente su rostro en la mano de Frida, esbozó una sonrisita dulce. De forma no irónica esto le gustaba tanto como a la chica que lo hacía, quien tampoco pudo evitar sonreír con ternura.
—Te ves tan lindo cuando haces eso. —rió la peliazul. Pero la alegria le duraría poco ya que el felino abrazó su cintura y hundió la cabeza en su abdomen. A Frida le humearon los oídos como teteras. Todo su cuerpo temblaba y una arritmia cardiaca no tardó en hacerse notar. Luego de tragar saliva, se resignó a continuar acariciándolo mientras el antihéroe ronroneaba sin parar.
Este escenario, aunque vergonzoso, a la chica le parecía tierno y divertido. El único problema era que… Bueno, Manny ya tenía una novia. Sin embargo no estaba lista para averiguar lo que pasaría si se apartaba. Decidió quedarse así. Esperando a que él volviera a la normalidad. Aun si eso significaba que estaría con Zoe.
Aún si eso significaba que volverían a ser no-amigos.
De pronto El Tigre cayó como peso muerto a la hierba, llevándose a la heroina consigo. Ambos terminaron acostados de lado, creando en Frida un sonrojo que llegó a su más alto nivel. No quería ni imaginar la avalancha de leperadas que Zoe lanzaría contra ella si los veía juntos de esa manera. La razón venció al corazón y pensó únicamente en cómo salir de las garras del depredador lo más rápido posible.
—Manny, yo… —dijo mientras ejercía presión sobre sus hombros para escapar.
—¡Mghhhh! —gruñó el mencionado, hundiéndose lo más posible en su vientre.
Y Frida por fin entendió que no tenía escape de él hasta que regresara a su forma "humana". Decidió simplemente tomarse su tiempo, relajarse y acariciar la cabeza del chico de rulos.
—No lo entiendo. —se dijo a sí misma.— Zoe te ama tanto como para robarte de mi lado. ¿Por qué el beso no funcionó?
El Tigre ni siquiera le prestó atención. Estaba muy ocupado ronroneando cómodamente sobre el estómago del ratón azul.
Poco a poco Frida cerró los ojos, esperando a que todo acabara más rápido.
…
Al abrir sus ojos, Carmela se vio a sí misma acostada de lado. Mientras se incorpora, mira a su alrededor: todo es negro. La primera hipótesis que invadió su cabeza era que estaba muerta tras el disparo que recibió de Buitrila, pero este pensamiento se esfuma tan pronto mira a un conejo frente a sus pies. Un conejo marrón que ladeó su cabeza, con posibles intenciones de examinarla.
La jueza queda encantada con la presencia del animal hasta que escucha un ruido a espaldas suyas. Voltea y mira otro conejo, esta vez blanco. Pronto más conejos aparecen hasta ser más de una docena, casi rodeándola en un círculo. A pesar de esto, Carmela no se siente intimidada. De hecho, estos animalitos le parecían muy tiernos.
—Esta es una forma muy adorable de morir. —sentenció con el índice frente a sus labios.
—Porque no estás muerta en realidad.
Aquella voz dulce invadió el espacio en el que se hallaba. Giró su cabeza por todos lados hasta mirar frente a ella: una mujer alta, figura promedio y de un vestido largo con detalles azules. Pero lo que más resaltaba de esa mujer era su cabello azul y sus goggles rojos.
—Sólo estás en un estado crítico. —agregó la mujer misteriosa caminando a su dirección.
Después de escarbar en sus recuerdos, Carmela abrió los ojos tanto como pudo.
—¡Señora Suárez! —se lanzó hacia ella y la abrazó, casi haciéndola caer. Esta reacción sorprendió de forma positiva a la mayor, por lo que correspondió el gesto con mucho cariño.
—También te extrañé, querida. —Grandmami se separó de ella y tomó su rostro entre sus manos.— Pero puedes llamarme Sandra nada más.
—Lo siento. —sonrió Carmela un tanto nerviosa mientras se acomodaba un mechón de cabello.— Es bueno volverla a ver, señora Suá-… ¡Señora Sandra! —corrigió para sí apuntándola con el dedo.
—El sentimiento es mutuo. —la mencionada agachó la mirada con algo de tristeza y dijo:— Pero… Desearía que no fuera en estas condiciones.
—¡Oiga, es cierto! —reaccionó la jueza.— ¿Dónde estoy?
—No tengo idea. —contestó Sandra encogiendo sus hombros con una sonrisa sincera.— Ni siquiera sé cómo es que llegué a ti. Pero… —miró a un lado suyo.— Sé qué hay un motivo por el cual nos encontramos. Así que, ¿te parece si charlamos un poco? —preguntó con las manos tras su espalda.
—Claro. —ambas se sentaron en el "suelo", donde aparecieron de la nada dos cojines enormes. Estos eran bastante cómodos, algo que Carmela agradeció para sus adentros.
—Ahora, cuéntame. —inició la madre de Emiliano.— ¿Qué es lo que te trajo aquí?
—Bueno… —respondió la castaña con las manos sobre sus rodillas.— Lo último que recuerdo es que una supervillana intentó liquidar a Emiliano con un rayo láser. Y yo… intervine. —miró a otra parte, recordando aquel momento.
—Aww, qué adorable. —apremió Sandra con la mano bajo su mentón.— Espera, ¿está en peligro él también? —inquirió preocupada.
—No, no… no lo sé. —admitió Carmela.— Cuando recibí el ataque, todo se puso negro. Pero conociendo a su hijo, estoy segura que salió ileso. —tras recordar el comienzo de todo, suspiró y abrazó sus piernas.— Pero eso dejará de preocuparme muy pronto.
—¿Qué? —soltó la mujer de goggles rojos.— ¿Tuvieron un problema? ¡Oye! —se acercó a su rostro abruptamente.— ¿Por qué tus ojos tienen forma de corazones rotos? Me gusta el color, pero no el estilo. —dijo ladeando la cabeza de un lado a otro, analizando el detalle de estos.
—Es que… lo vi con otra mujer. Con una compañera de mi trabajo. —explicó Carmela apunto de llorar.— Me siento traicionada. Sólo quiero alejarme de él y terminar con todo esto. —acabó enredando sus dedos sobre su cabello, como intentando sacar los recuerdos de su cabeza.
—Como lo siento. Te juro que no esperaba eso de él. —se disculpó Sandra.
—No hay problema. No es como que sea su culpa. Pero… verlos juntos, regalándose comida… —la jueza colocó sus manos en forma horizontal para mostrar su punto.— Quiero decir, el podría decir que no significa nada, pero he aprendido que esas cosas siempre significan algo. Así que…
—Alto. —la detuvo la mayor.— Ellos… ¿No se besaron o algo por el estilo?
Carmela se quedó pensando. —No… y ahora que lo pienso, Emiliano no parecía mirarla con amor, sino con… gratitud. —concluyó en voz baja.
—¿Por qué no lo platicas con él? Estoy segura que debe haber una explicación. —propuso la señora Suárez Mondragón.
—¿Usted cree?
—Bueno… —cabizbaja, la peliazul acomodó un mechón de cabello detrás de su ¿oreja?— No es como que yo pueda darte consejos al respecto, considerando que… mi matrimonio estuvo muy lejos de ser algo agradable. —explicó penosamente.— Aurelio nunca me trató bien y en teoría jamás iba a hacerlo. Para él sólo fui una herramienta para vengarse de mis padres. —fue entonces cuando se atrevió a levantar la mirada.
—… Oh. —soltó Carmela ante la confesión. Le enternecía y entristecía al mismo tiempo el hecho de que su suegra pasara por tanto dolor y aún así tuviera el corazón para venir y platicar con ella. Tal vez sólo lo hacía por su hijo, pero no dejaba de ser un lindo gesto.
—Si quiere… no me dé consejos sobre lo que sabe. —continuó amablemente.— Deme consejos sobre lo que usted sienta al respecto. —luego ladeó la cabeza, mostrando su confusión ante la aparición de Grandmami Suárez en su "sueño".— Lo que no entiendo es por qué está aquí, ayudándome.
Cuando Sandra notó a Orejitas frente a sus pies -ahora como un conejo blanco como la luna-, lo subió a su regazo y empezó a acariciarlo esbozando una sonrisa.
—Eres de la familia. No hay ninguna otra mejor razón… Y con respecto a mis consejos, no creo que sirvan de algo si no estás dispuesta a seguirlos. —dijo sin quitarle la vista a su mascota.
—¡No! No quise decir eso. Yo no… —trató de explicarse la abogada negando con las manos, pero una risilla gentil la detuvo.
—Tranquila, sé que para ti mis consejos son útiles. Pero lo que intento decir es que aunque yo te aconsejara de todas la formas posibles, seguirías lo que dijera tu corazón, ¿No es así?
Las pupilas de Carmela se dilataron por un instante. —¿Eh?
—Tú conoces el dolor que sientes y solo tú sabrás cómo sanarlo. Nadie puede obligarte a sanar el dolor o ignorarlo, porque está ahí. —sonrió Sandra acariciando a su conejo.
—Pero entonces… ¿qué hago? ¿Lo hablo con él? ¿Cómo sabré si me miente?
La sonrisa de la mujer de goggles se borró al instante a la vez que su mano se congeló estando a punto de tocar la cabecita del conejo, creando un rostro de preocupación en Carmela.
—Querida… —intentó buscar las palabras adecuadas.— No puedo responder por las actitudes de Emiliano, pero confío en que lo eduqué lo suficiente como para que vaya por ahí jugando con las personas. No me es fácil encontrar el consejo adecuado pero, lo que siento que deberías hacer es… Hablarlo. —volvió a acariciar a Orejitas y prosiguió mirando al vacío: —Decir las cosas en vez de ocultarlas ayuda, y mucho. Entiendo que aveces se callan los sentimientos para proteger a alguien. Pero callarlos por mucho tiempo hará que estallen y lastimen a los demás. Hablar tus sentimientos abre las puertas a la sinceridad. Es el único consejo que puedo darte: Hablen y lleguen a algo mutuo. Si no funciona, entonces… —giró la cabeza hacia su nuera en una pausa y finalizó: —Procura cuidar lo que queda.
Carmela desvió la vista un par de veces procesando las palabras de la contraria. No necesitaba procesar mucho en realidad porque era lo más lógico por hacer. Tampoco tenía la certeza de que esto acabara bien pero tenía que hacerlo. Tenía que probar que la dignidad era más importante. Que sus hijas eran más importantes.
—¡Tiene razón! Tal vez Emiliano se haya enamorado de otra mujer. —mostró los puños con determinación y siguió:— Pero estoy segura de que lo arreglaremos. Solo debo ser valiente. —se puso de pie con entusiasmo.— No sabe cuánto significa para mí que esté aquí. Gracias de verdad.
—De nada, querida. —respondió la mayor una vez la tomó de las manos.— Ahora, creo que es tiempo de… despertar. —dicho esto tocó la nariz de Carmela con la punta de su dedo. Y por arte de magia…
Despertó en su cama.
La abogada parpadeó un par de veces antes de sentarse, procesando lo ocurrido.
Hay un cielo lleno de estrellas en alguna parte del mundo. Y en la lejanía de esas estrellas, aparece ¡Una estrella gigante! Dos adolescentes montan sobre ella sintiendo el aire en sus rostros, con ojos bien abiertos explorando todo a su alrededor. Entre risas, Frida y Manny se pierden entre las nubes y las constelaciones para pasar a un gigantesco rio de horchata. Dentro de un bote sin remos, ambos se dejaban llevar hasta caer cuesta abajo por una cascada. Un splash los envuelve antes de verse juntos en ropa de esquimal, deslizándose por montañas hechas de nieve de limón y mango. Los dos siguen riendo y pasándola bien, dominado las pendientes mientras dejan olas de nieve detrás de sí.
Ahora, en una fortaleza de malvaviscos, están sentados admirando la lluvia de chocolate que cae afuera.
—¿Sabes, Frida? Esta es la mejor velada que he tenido en mi vida. —dijo Manny con una brocheta de malvaviscos en la mano.
—Tengo que reconocerlo, Manny. También me hacía falta un día de estos. —respondió la mencionada con una sonrisa.
Después de un rato mirándose, el moreno continuó.
—No puedo esperar la próxima aventura que tendremos. ¿Qué quieres hacer? ¿Derrotar villanos en un volcán? ¿Hallar reliquias místicas? ¿Visitar a nuestros ancestros? —le propuso ligeramente entusiasmado.
—Me encantaria, pero… creo que ya no podremos hacer nada de eso juntos.
Al chico de rulos se le borró la ilusión.
—¿Por qué no? El día está perfecto. Claro, está lloviendo chocolate; pero en cuanto acabe la lluvia, podemos…
—Tú fuiste el que dijo que ya no querías que fuéramos amigos. —interrumpió Frida viéndolo directo a la cara.— Y yo no quiero tener problemas contigo o con Zoe. —agregó dándole la espalda.
Manny giró el abdomen hacia ella.
—Oye, si es por lo que hice, lo siento. Sé que no debí ser tan grosero contigo. —confesó triste.— Pero déjame mostrarte que podemos seguir siendo amigos. En verdad quiero que sigamos siendo amigos.
La peliazul apretó los labios. Esas disculpas la mosquearon hasta hacerla llorar. Después de meses de sufrimiento, ahora le pedía perdón. Incluso ella haciendo tonterías sabía cuando pedir perdón. ¿Pero entonces qué? ¿Qué había de todo su dolor? ¿De la soledad que experimentó después de eso?
—¿Por qué no lo pensaste cuando me engañaste con Zoe Aves? ¿Acaso te di motivos para que me traicionaras así? —le reclamó volteandolo a ver súbitamente.— Sabías que ella era mi peor enemiga, y aún así… —no se le ocurrieron más palabras. Apretó los puños creyendo que así sus ganas de llorar terminarían. Inevitablemente estas rodaron por sus mejillas, obligándola a ser más cuidadosa con lo que hiciera… y dijera.
Manny se acercó apunto de tocar su mano.
—Frida, yo…
—Ya no importa. —espetó la contraria, deteniendolo.— No me importa porque aunque tus decisiones no me agraden, no interferiré en lo que te hace feliz.
Una sofocante pausa se hizo presente en el lugar. Frida no volteó a ver al moreno en todo lo que duró esa pausa, pensando en cómo acabar con este asunto. Y antes de darse por vencida, dijo:
—Adiós Manny. Espero que a ella la trates como me hubiera gustado que me trataras a mí.
Con eso, caminó alejándose del chico que le gustaba. Caminó más rápido hasta que empezó a correr. Sus lágrimas no fueron excusa para detenerse. Ni siquiera los gritos del chico.
—¡Frida, espera! —le imploraba Manny.— ¡No me dejes solo! ¡Frida! ¡Yo de verdad te quiero! ¡De verdad quiero que seamos amigos! ¡Frida no me dejes! ¡Quiero que volvamos a estar juntos!
La chica de goggles no le hizo caso en ninguna de sus oraciones. Solo corrió tan rápido como le permitían sus piernas. Todo esto le dolía, pero le dolía más que su amor no fuera correspondido. Patalear y culpar a todos no ayudaría. Quedarse en este "sueño" y fingir que era real no ayudaría. Solo alejarse.
"Pero como dicen ustedes ahora: Escucha a tu corazón. Sólo recuerda que el final del cuento de hadas depende de ti." Recordó del Dr. Butterman.
—¡Frida! ¡Regresa! —gritaba el chico sin resultado. Aún alejándose, la peliazul podía escuchar esos gritos retumbando en sus oídos, obligándola a correr con más fuerza y desesperación.
—¡FRIDAAAAAA! —gritó Manny en medio de la oscuridad, desgarrando su garganta en ese nombre.
…
Los ojos de Frida se abrieron inmediatamente. Al percatarse de que todo fue un sueño, se llamó "tonta" en voz baja. Pero entonces miró a un chico de rulos abrazando su cintura y acurrucado en su estómago. Fue más que suficiente para sonrojarse como nunca en su vida y sacar humo de las orejas. En cuestión de tiempo recordó cómo terminó en esa posición y en esa situación. Movió ligeramente la cabeza para comprobar que Manny estuviera dormido y con la poca libertad que tenían sus brazos se separó de él esperando no despertarlo. A tientas se pone de pie y se esconde en el mismo árbol de antes. Se asoma: Manny sigue dormido. Además, había vuelto a la normalidad, pues ya no tenía las manchas blancas ni las partes de animales de antes. Suspira de alivio y recarga la cabecera contra el tronco del árbol.
—Adiós Manny. —Murmuró con ojos cerrados. Con eso, emprendió su camino a casa; una vez más, sin intenciones de volver.
Luego de unos instantes, Manny despierta. Se incorpora con lentitud mirando el ambiente en el que estaba rodeado. De rodillas en el césped, se miró las manos y recordó de principio a fin el sueño que tuvo. Lloró al saber que aquella chica que conoció desde su infancia tal vez nunca volvería a ser su amiga y mucho menos algo más.
—Adiós Frida. —Como no había nadie más en medio del bosque, se levantó limpiando sus lágrimas y se marchó por otro camino.
…
Leone.
—...Y la única forma que encontré de ayudarlo a ser normal fue quedándome con él hasta que se tranquilizara. Ni siquiera el beso de Zoe funcionó. —le explicó Frida a la señora María al día siguiente.
—Eso es bastante raro. —sentenció pensativa la mayor.— Pero me alegra que hayas podido salvar a Manny sin salir herida. —agregó sonriendo con espontaneidad.
—Físicamente no, pero emocionalmente sí. —repuso la peliazul.— Tuve un sueño en dónde me pedía que fuéramos amigos de nuevo. Pero después de lo que me hizo en secundaria no quiero ni volver a acercarme a él. En fin. —se levantó de su asiento y tomó su mochila.— Debo irme a entrenar con mis hermanas. Pero haré un espacio el fin de semana para visitarla. ¡Nos vemos, señora María! —y se fue de la biblioteca.
La sonrisa de la Rivera se borró tan pronto Frida salió de ahí. Aquello que le había contado invadió su curiosidad por los posibles sentimientos de su hijo.
—¿Por qué Manny volvió a la normalidad cuando Frida estuvo con él y no cuando Zoe lo besó? —preguntó para sí con un dedo bajo la barbilla.— ¿Será que él no ama a Zoe? —hizo una pausa mientras caminaba hacia la ventana. Se detuvo en seco al descubrir la otra cara de la moneda. Algo que pasó por alto segundos atrás.
—¿O Zoe no ama a Manny? Ay, mijo. ¿En qué estarás metido? —soltó en bajo, consternada por su propia revelación. Miró al cielo con las manos sobre la cornisa de la ventana, como si le pidiera respuestas al mismísimo sol que irradiaba con su luz a toda la Ciudad Milagro.
