Jairo De la Croix: Me alegra que te interesaras en la historia.
¿Qué puedo decir? Lincoln será un maldito en esta historia, pero tiene carisma refachera.
simm36: jeje Taby está a sólo un empujoncito de volverse diabetica a causa del estrés
J0nas Nagera: ahora sí que se puede decir que es amor futbolista, osea que es amor a las patadas (¡JA!) ok... ya conozco la salida ;-;
Lincoln intenta cogerse a Ronalda, su criada, quien le responde afirmativamente si él logra dominarla en una pelea. Ronalda vence en este primer combate y, para humillar aún más a su empleador, se niega a acostarse con él hasta el día en el que se concrete el matrimonio de conveniencia que le permitiría a ella conseguir la ciudadanía legal. Tras varias derrotas consecutivas, Lincoln finalmente viola a Ronalda después de lograr derrotarla en una nueva lucha cuerpo a cuerpo, pero ella jura vengarse. Ahora ha llegado el combate definitivo ¡Ha llegado la noche de bodas!
Matrimonio de conveniencia 3 - Batalla decisiva por el dominio
A pesar de que el sol acababa de ocultarse tras el horizonte y de la gruesa capa de nieve gris, –nieve pegajosa y sucia a causa de innumerables vehículos y transeúntes–, que cubría completamente el asfalto de las avenidas y calles del pueblo, una pareja paseaba tranquilamente agarrados de la mano sin reparar en nada de lo que les rodeaba en aquella noche de febrero… o al menos así parecía hasta que una ráfaga de aire helado voló con fuerza sobre la avenida central, consiguiendo levantar el grueso abrigo de piel de la mujer latina.
—¡Hijoesuputamadre! —farfulló en su nativo español Ronalda, la mujer que hacia sólo un par de meses había sido sólo una simple criada, de un sólo suspiro al sentir como todo su calor corporal la abandonaba de improvisto—. ¡Odio este maldito frio y esta maldita nieve! ¡Los odio!
—Y aun así pediste como postre una copa grande de helado de fresa durante la cena —comentó a su lado Lincoln, quien había sido su empleador, mientras que, con su mano libre, pues la izquierda seguía sosteniendo la de ella, procuraba abrigar un poco mejor a la mujer—. Aún recuerdo la cara de incredulidad del mesero cuando insististe en que querías comer helado con este clima.
Pero aquel no era uno de los paseos habituales de aquella peculiar pareja, si es que podía contarse como "paseo" a sus habituales competencias de insultos discretos (ya llevaban meses sin pelearse a gritos) durante sus acostumbradas caminatas a través del pueblo cada que necesitaban comprar víveres. No, este paseo era especial, pues antes de que Lincoln y Ronalda decidieran cenar acompañados por dos de sus amigos más cercanos en el café de siempre, habían acudido con un juez del Registro Civil para que los casase…
—¡¿Y qué con que me guste comer helado?! Además, estoy hablando del asqueroso clima de este maldito país, no de mis gustos gastronómicos —alejando por fin de un revés la mano con la que Lincoln no paraba de toquetear su abrigo, fue Ronalda la que retomó primero la marcha hacia el departamento en el que ambos vivían—, porque espero no tener que recordarte que tú pediste de postre un sándwich de mantequilla de maní y chucrut.
Sin molestarse en defender su refrigerio favorito, pues sabía que Ronalda sólo seguiría burlándose, Lincoln optó por hacer lo más maduro antes de seguir caminando junto a su esposa: imitar con voz chillona las últimas palabras de la latina.
Si alguien ajeno a ellos dos se encontrase de repente observándolos desde lejos, quizá pudiera confundir lo que había entre Lincoln y Ronalda con una juguetona camaradería forjada desde la misma infancia, misma que se había transformado naturalmente en afecto romántico. Y si dicho alguien se enterase, por pura casualidad, de que ambos habían sido prometidos y de que acababan de casarse, quizá creyera que en efecto los unía el más puro amor y confianza.
Pero esa persona no podría estar más equivocada, pues la de ellos era una relación, un matrimonio, sin rastro alguno de amor. Lo único que Lincoln deseaba era humillar y masturbarse con el coño de la mujer que siempre había visto como una estúpida inmigrante ilegal, y lo único que Ronalda deseaba de él era obtener el papeleo y el dinero que le permitirían vivir cómodamente en el país. Ambos se encontraban atrapados en un empate en una lucha física y de voluntades, una lucha que decidiría quién tendría las riendas mientras durara aquel matrimonio por conveniencia.
Durante los cinco meses que siguieron a aquel combate en el que Lincoln logró cogerse por primera vez a su sádica prometida, quedó claro que la ramera latina no se daría nunca por vencida, pues no pasaba ni siquiera un par de días sin que aquella furcia saltara sobre su antiguo patrón e intentara doblegarlo usando sus puños y patadas. Pero Lincoln tenía bien memorizado el método para contrarrestar los envites de Ronalda, y fue así que tras cada nuevo combate fue él quien le demostraba a la criada el poderío y vigorosidad de un verdadero hombre, follándola contra su voluntad después de darle una paliza.
Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha en la que ambos habían decidido concretar la boda, los combates se iban alargando y el bastardo albino tenía más y más dificultades en dominar a la bruja latina. Finalmente, pues ninguno de los dos quería llegar al registro civil con el cuerpo lleno de moretones y levantar así sospechas, acordaron una tregua un mes antes de casarse… y también acordaron que el que resultara victorioso en la noche de bodas fuese quien llevaría, figurativamente hablando, los pantalones en el año que duraría aquel matrimonio falso.
Fue así, manteniendo ese falso aire de cordialidad frente a la vista de los demás, que ambos esposos llegaron finalmente al edificio de paredes de ladrillo rojo en el que vivían y, aún agarrados de la mano, subieron por las escaleras que conectaban los tres departamentos sin encontrarse con ningún vecino hasta que llegaron al suyo, en el último piso.
—Cuando dijiste que invitarías como tú testigo de nuestra boda a la chica de la lavandería china, no creí que se tratara de una chinita tan extrovertida y agradable —Sólo hasta que cruzaron el umbral y cerraron la puerta a sus espaldas, fue que Lincoln volvió a hablar en voz alta mientras le ayudaba a su esposa a quitarse el abrigo de piel—. Sigo sin creer que una chinita apellidada Chang sepa hablar mejor el idioma que tú cuando te conocí.
Ante el comentario burlón del que ahora era su marido, Ronalda se limitó a tronar su boca mientras le quitaba con un poco más de brusquedad el saco que él había elegido usar para salir.
—¿Cuántas veces debo recordarte que, aunque la lavandería le pertenezca a su padre, Sid trabaja en el zoológico de…? —pero la queja murió en sus labios tan pronto como ella terminó de quitarle el abrigo y le dio la espalda a Lincoln—. ¡NOS HAN ROBADO!
—No, esto es obra mía —aclaró tranquilamente el albino, aún desde la puerta del departamento mientras se quitaba la corbata—. Les pedí a unos amigos que se deshicieran de nuestros viejos muebles mientras nosotros estábamos fuera, creí que renovar nuestro "nidito de amor" reforzaría nuestra mentira. El camión de la mudanza con los nuevos llegará por la mañana.
Aún con la boca abierta por la incredulidad, Ronalda volteó a ver a Lincoln sólo para inmediatamente después volver a fijar su vista en la sala del departamento. Casi todos los muebles habían desaparecido, dejando tanto el piso como las paredes desnudas.
—Me… me parece bien. Un buen plan para no levantar sospechas, y también no nos conviene destrozar la casa… porque el día de hoy te castraré, malnacido—respondió Ronalda, recuperándose rápidamente de la sorpresa inicial, sin embargo, algo volvió a distraerla—. Espera… dijiste "unos amigos" ¿Cuáles de tus pendejos amigos entraron a mi casa sin que yo me enterara?
—Descuida, sólo entraron Liam y Zack —al oír esos nombres, la latina sonrió y se relajó casi por completo; si bien no eran perfectos, aquellos dos no eran quienes la molestaban—, Ay no ¡¿cómo pude olvidarme?! también vinieron mis otros dos grandes amigos: Rusty y Stella. De hecho, en lugar de ayudar a sacar los muebles, Rusty sólo vino a comerse tu comida mientras que Stella se probó algunos de tus suéteres… creo que incluso se llevó algunos a casa.
Tan rápido como había aparecido la sonrisa en el rostro de Ronalda, también desapareció.
Sí había una persona que sacaba completamente a Ronalda de sus casillas, ese era indudablemente el engreído Russell Spokes. Pero ni el desagrado que la latina sentía por ese patético y mentiroso pelirrojo era comparable con el odio que sentía por la larguirucha zorra asiática que se empeñaba en coquetearle a Lincoln.
—¡Muy bien, si querías que te matara sólo debías decirlo!
Lincoln apenas y pudo terminar de desabrocharse la camisa cuando la amenaza de Ronalda de castrarlo se cumplió finalmente, pues la rodilla derecha de la mujer impactó contra sus testículos casi al mismo tiempo en el que la frente cobriza de ella le aplastaba la nariz.
Desplomándose directo al suelo con ambas manos cubriendo su ingle y con sangre escurriéndole por la cara, Lincoln no pudo impedir que Ronalda lo agarrara por su blanco cabello y que aventara su cráneo contra la dura duela del piso. La cabeza del albino hizo un sonido sordo al impactar limpiamente contra la madera y su cuerpo se estremeció, perdiendo al instante casi toda la fuerza. Procurando presionar su ventaja, Ronalda se le subió a la espalda y comenzó a pisotearlo como si pretendiera hacerlo puré debajo de sus pies.
Aquello pronto demostró ser un error, pues cuando el albino finalmente reaccionó, le bastó con medio incorporarse para que Ronalda cayera aparatosamente al suelo, y entonces él sólo tuvo que cerrar su mano derecha y dejarla caer con fuerza para reventarle el labio de un puñetazo.
Advirtiendo que de quedarse en el suelo se hallaría en absoluta desventaja, Ronalda se alejó tanto como pudo de él e intentó levantarse, logrando incorporarse al mismo tiempo que Lincoln.
Ahora que ambos volvían a estar de pie, empezaron a girar frente a frente, con las ropas nupciales desarregladas y parcialmente desgarradas, buscando un ángulo por el cual atacar. Macho contra hembra, blanco contra latina, amo contra criada. La suya no sólo era una lucha entre razas, ni una lucha entre clases o sexos, sino una lucha entre orgullos, una lucha a muerte por la supremacía.
La primera victoria había sido para la hembra, cuando forzó al macho a reconocer la superioridad de sus puños y así consentir en aquel matrimonio de conveniencia. Pero después el macho había tomado su revancha, al doblegar tanto el cuerpo como el sexo de la criada. Ahora estaban empatados, y peleaban por dominar definitivamente al otro.
Sintiendo el sabor de su sangre bajar por sus respectivas gargantas, y con adrenalina y odios puros llenando sus venas, ambos cargaron el uno contra el otro, ciegos y rabiosos por luchar, chocándose de frente como dos trenes sin frenos, a mitad del departamento; golpeándose con pies y puños, castigando sus cuerpos sin piedad durante largos minutos hasta que Ronalda demostró que, entre los dos, ella poseía la mejor técnica, derribando al bastardo con una patada circular en la sien.
Lincoln, por su parte, dejó en claro que tenía una mayor claridad de mente al contestar antes de terminar de caer al suelo con un par de puñetazos; uno que se clavó en el pubis de la ramera y otro que impactó contra su rodilla izquierda, derribándola a ella también.
Al tener ahora a su odiada adversaria en el suelo frente a él, Lincoln intentó ponerla boca abajo al tiempo que le retorcía el brazo derecho para inmovilizarla, pero la diablesa reaccionó a tiempo y logró atontar a Lincoln con un nuevo cabezazo. Pero mientras volvía a desplomarse, el albino alcanzó a aferrarse al sudoroso cuerpo de la latina, provocando que ambos contrincantes rodaran por el suelo y se retorcieran como serpientes intentando lograr una ventaja contra su contrincante.
Así duraron por bastante tiempo, sin lograr una clara ventaja sobre el otro, hasta que valiéndose de sus fuertes muslos Ronalda logró envolver con ellos la cadera de Lincoln, y Lincoln consiguió rodear el cuello de Ronalda con sus grandes manos. Él poseía una fuerza superior a la de su diminuta adversaria, pero ella había demostrado en incontables ocasiones que su resistencia al daño era muy superior.
Durante varios segundos se torturaron mutuamente hasta quedar al borde mismo del desvanecimiento. Las costillas de él tronaban bajo la musculatura de la latina al tiempo que el aire dejaba de circular hacia los pulmones de ella. Sin embargo, fue Ronalda la que cedió primero y quién quedó inerte en el suelo del salón. Notando que había logrado doblegarla, Lincoln levantó el rostro de ella por medio de su larga cabellera, y le aplastó la nariz de un rodillazo.
Tras tener que sufrir aquella sucia táctica un par de veces más, la mañosa luchadora reaccionó finalmente y logró liberarse al propinarle a Lincoln un puñetazo que impactó a escasos centímetros de sus genitales, logrando así alejarse a gatas. Sin embargo, no llegó lejos, pues el albino se recuperó en tiempo record del ataque y se le aventó encima, aplastándola boca abajo entre el piso y su cuerpo.
Parcialmente inmovilizada debajo del hombre que ella más odiaba, Ronalda ya esperaba escuchar uno de los acostumbrados comentarios burlones de su antiguo patrón, comentarios con los que ofendía a su nacionalidad o su estatus de ilegal, pero lo que obtuvo a cambio fue la sensación de una mano moviendo a un lado lo que quedaba de sus bragas sólo momentos antes de que la pelvis de Lincoln impulsara hacia su ingle un pene completamente erecto.
Debido a la brutalidad de aquel empujón por parte de sus caderas, la verga de Lincoln no tuvo problema alguno en enterrarse hasta la parte más profunda del sexo de Ronalda, y de arrebatarle a ella un grito de dolor… junto con uno de placer. Tras el mes en el que ambos se abstuvieron de pelearse y de masturbarse con el cuerpo del otro, Ronalda descubrió que se había desacostumbrado a la considerable envergadura del pene de Lincoln; pues tras cada penetración que él le propinaba, un nuevo gemido se le escapaba a ella desde la garganta.
—Ya… extrañaba… abrirte de piernas… pinche prietita —Y ahí estaba, el maldito comentario de Lincoln finalmente hacía acto de presencia.
—¿Cómo… me dijiste, maldito… blanco de… mierda? —bufó Ronalda, sintiendo como su sangre comenzaba a hervir a causa del coraje—. ¡Aquí lo único prieto es tu futuro! ¡MALNACIDO!
Y ni bien dijo eso, Ronalda comenzó a luchar con renovadas fuerzas por evitar que Lincoln continuara violándola y reclamara para sí la victoria definitiva. El semental albino advirtió la increíble resistencia que aún exhibía la latina, pues de repente apenas y lograba seguir penetrándola mientras la mantenía sujeta.
Tomando aquella resistencia férrea por parte de su esposa como un reto a su virilidad misma, Lincoln puso todo su empeño en someter de una vez y por todas a Ronalda, pero ella seguía retorciéndose ferozmente, dificultándole en gran medida el mantener su posición favorable, sin contar que ahora era él quien comenzaba a sudar a mares y a faltarle el aliento a causa del esfuerzo.
Advirtiendo la debilidad de Lincoln, Ronalda redobló sus esfuerzos y logró finalmente darse la media vuelta para encarar una última vez al albino, aunque contra la verga que seguía arrancándole gemidos nada pudo hacer.
Consiguiendo, gracias a su nueva posición, envolver el tórax del albino entre sus piernas y brazos, la zorra latina utilizó la fuerza que le quedaba para empezar a apretar el abrazo del oso en el que había logrado atrapar a Lincoln.
Sin forma alguna de zafarse, y sin ninguna otra alternativa, Lincoln tuvo que responder a la táctica de Ronalda redoblando los envites de su verga contra el sexo de ella, pues aún con todo y que ella intentó liberarse, no pudo evitar que Lincoln continuara cogiéndosela con gusto.
Lincoln oscilaba sus caderas con poderosas embestidas, clavando tras cada nuevo intento aún más profundo su verga en la vagina de su odiada rival, mientras que ella cerraba con mayor intensidad la pinza de sus muslos alrededor del cuerpo del macho, como sí quisiera partir al albino en dos. Sin embargo, pronto la pasión también empezó a afectar a Ronalda, pues inconscientemente ella comenzó a impulsar sus propias caderas al encuentro de las del maldito que pretendía violarla cuando en realidad era ella quien lo domaba, mientras que las manos y dientes de Lincoln se aferraron con abandono a la cabellera y al cuello de la latina respectivamente, marcando como propio aquel cuerpo sensual, bronceado y poderoso.
Verga invasora y brazos musculosos, coño húmedo y muslos seductores. Su lucha sexual por la supremacía los redujo a ambos a un estado pasional casi animal, hasta que finalmente el ancestral combate entre sexos terminó como siempre lo ha hecho durante los últimos miles de años; la vagina triunfante de Ronalda comenzó a ordeñar toda la lefa que la verga vencida de Lincoln podía proporcionar. Aquel orgasmo fue uno colosal y prolongado, no obstante, el colapso sexual del albino fue el detonante para el colapso físico total de ella. Pues mientras el sexo de Ronalda había logrado vencer la verga de Lincoln, ella había dejado de luchar por liberarse y alejarse del albino. Con un último gemido, uno compartido, ambos perdieron el conocimiento tal como estaban; abrazados, magullados, sudorosos y satisfechos.
Tan agotados estaban tras su combate que lo más seguro era que, bajo otras circunstancias, hubieran podido quedarse dormidos juntos hasta el mediodía del día siguiente, pero al ser aquel uno de los inviernos más severos en la historia del pueblo y al ellos sólo poder abrigar sus cuerpos desnudos con los restos de sus ropas hecha jirones, fue que Lincoln y Ronalda recuperaron la conciencia sólo un par de minutos después de haberla perdido.
Y apenas volvieron en sí, con el cuerpo adolorido a causa de su reciente pelea, así como los dedos de pies y manos ligeramente entumecidos a causa del frio, tanto Lincoln como Ronalda ahogaron un grito de sorpresa al descubrir cuan cerca estaban el uno del otro.
Lincoln fue el primero en reaccionar, ponerse en pie y apartarse, aunque el estado aturdido de su mente no le permitió alejarse más que un simple par de pasos de la latina, quien, por su parte, y mostrando una timidez poco característica de ella, intentaba procurar cubrir su desnudez con los jirones de tela que tenía cerca. Y es que esta situación no era para menos; en los poco más de once meses que llevaban juntos, ellos dos nunca habían dormido juntos. ¡Ni siquiera desayunaban a la misma hora!
—Oye… Ronalda… —Decir que Lincoln estaba incomodísimo sería minimizar demasiado la situación—, sobre lo que acaba de pasar… yo…
—¡Cierra el pico! —lo interrumpió ella, recuperando al menos en apariencia algo de su carácter abrasivo —. Fui yo la que empezó todo esto, ¿lo recuerdas? Buscaba desquitarme de ti, de tus abusos a los que me habías sometido desde que empecé a trabajar para ti…
Al oír esas palabras, al oírlas dichas por Ronalda, Lincoln sintió como su rostro se coloraba por la vergüenza y una buena parte de arrepentimiento. Ya estaba por disculparse ante la acusación de su esposa, pero la mujer siguió hablando, no dejándole oportunidad a él.
—Así que planeé hacerte una oferta que sabía que no rechazarías… te ofrecí lo que sabía que deseabas ¿No es así? sexo y pelea. Fui yo quien te buscó pelea y… ¡bueno! la encontré. Y créeme, si yo te hubiera vencido en este último combate, como planeaba hacer, te hubieses enterado de lo que te convenía, pero no gané… —¿Acaso eso significaba que ella le concedía la victoria? Entonces ¿por qué él no se sentía satisfecho con eso?—. Lo único que te pido, antes de que me obligues a cumplir con mi parte del trato, es que me des un tiempo a solas para poder vestirme y pensar.
Lincoln reaccionó a esa petición como si se hubiese tratado de una orden, y casi sin fijarse en lo que hacía, volvió a su dormitorio, se puso el primer pantalón que vio, así como un par cualquiera de zapatillas, antes de volver a la sala de estar para tomar su abrigo del perchero junto a la puerta y finalmente salir del departamento. Ronalda ni siquiera se había movido de su lugar durante los pocos minutos que duró aquella operación.
Salió del apartamento hacia el pasillo y sin miramientos empezó a bajar por la única escalera, sin encontrarse en todo su trayecto a la planta baja con nadie. Pero la situación cambió tan pronto como llegó a la planta baja; una solitaria persona estaba frente a la puerta principal del edificio. Lincoln bajó la cabeza y caminó hacia allí. No quería que lo reconocieran, ni entenderse con ningún vecino.
Iba casi a medio camino del largo corredor hacia la puerta principal cuando notó que aquella persona ignoraba el cigarro prendido que tenía en la mano mientras que lo observaba inmóvil. Intentando aparentar desinterés, Lincoln miró de reojo a la mujer y advirtió que no solo lo estaba observando fijamente, sino que también descubrió su identidad. Se trataba de Gaby McCann, o "Giggles", su nueva vecina del departamento de abajo del suyo. Y sin poder mantener su fachada de apatía, Lincoln finalmente dejó de avanzar al advertir la forma en la que su rostro rechoncho se contraía en una máscara de odio conforme él se acercaba. Era obvio que ella estaba ahí para bloquearle la salida.
La mujer había llegado al edificio el mes pasado, tras que las extrañas dos inquilinas anteriores se mudaran tras sólo haber ocupado el departamento durante poco más de tres meses. Según les había dicho tanto a Ronalda como a él cuando recién se mudó, Gaby trabajaba como comediante física… significase eso lo que significase.
—Buen día… yo… adiós —se apresuró a saludarla fría pero cortésmente, justo como ella venía haciendo todos los días desde que se mudara, pero antes de que pudiera Lincoln desaparecer tras la puerta de entrada, la rechoncha mujer castaña habló.
—¡¿Qué le has hecho?!
—¿Qué… a quién…? —Lincoln no había querido decir aquello, no había querido decir nada, pero la inquietud creciendo en su pecho sólo se intensificó al ver el rabioso estado anímico de su vecina.
—¡¿Hablo de la pelea que acabas de tener con tu mujer! ¡Esta se escuchó mucho más intensa que las anteriores! —El corazón de Lincoln dio un vuelco al escuchar las palabras de su vecina. ¡Nunca había siquiera sospechado que lo que hacían Ronalda y él pudiera ser escuchado por alguien desde afuera del departamento! Con razón tantas personas se habían marchado del apartamento debajo del suyo desde que todo aquel plan del matrimonio de conveniencia empezara—. Ya que parece que tu estúpida mente de neandertal no me escuchó, repetiré mi pregunta ¡¿QUÉ LE HAS HECHO?!
Lincoln, quien desde la infancia siempre fue conocido por todo el mundo como "el hombre del plan" se encontró sin palabras frente a su furiosa vecina. Su mente, incapaz de proporcionarle de alguna excusa, sólo atinó en congelarlo en el lugar y palidecer su rostro. Y al ver el estado pasmado, casi catatónico, del albino, la actitud de la castaña mujer tampoco mejoró… sino todo lo contrario.
—¡Respóndeme o si no…! —justo entonces Gaby McCann reparó en el estado ensangrentado y magullado en el que Lincoln se encontraba frente a ella. Eso, anudado a su propia histeria apenas y contenida, fue que la agitación de ella de se intensificó hasta transformarse en un arrebato frenético e irascible—. No me digas que la has matado... ¡Asesino! ¡CERDO ASESINO! ¡Llamen a la policía! ¡POLICÍA!
—Vecina ¿puedo saber por qué está haciendo tanto escándalo? —Al oír aquella enérgica, pero extrañamente gentil voz, una voz a la que él había llegado a acostumbrarse y reconocer entre una multitud, Lincoln volteó para ver a la mujer que acababa de llegar a la planta baja.
Parada al pie de la escalera que conectaba los tres pisos del edificio, y vestida de modo discreto; pantalones de mezclilla y blusa, Ronalda lucía tan agotada y golpeada como Lincoln sabía que lo estaba él, sin embargo, su rostro sólo demostraba calma y seguridad.
—¡Ya no tienes por qué cubrir a este bastardo! —volvió a gritar Giggles, centrando toda su atención en la pobre mujer migrante que planeaba proteger—. ¡SÓLO NECESITAS LLAMAR A LA POLICÍA Y ÉL YA NO PODRÁ VOLVER A HACERTE DAÑO!
Si Lincoln había sentido alguna clase de alivio al oír y ver a su esposa, todo eso fue reemplazado por un pánico absoluto al oír a la vecina del departamento de abajo. El caos provocado por sus peleas y violaciones mutuas aparentemente podía ser escuchado por todo el mundo dentro del edificio, por lo que todos los vecinos y conocidos seguramente pensaban que él maltrataba a Ronalda tanto física como sexualmente ¡Ningún Juez dudaría siquiera en encerrarlo y dejarlo pudrirse en alguna cárcel por el resto de su vida!
—¿Y yo por qué le haría eso a mi esposo? —Respondió Ronalda, manteniendo su tono calmo de voz mientras avanzaba a paso constante hasta poder envolver entre los suyos el brazo derecho de Lincoln, reconfortándolo nuevamente—. Escuche Gabriela, agradezco que se preocupe por mi bienestar, pero esto de los golpes e insultos no es más que un juego que nos gusta jugar antes de hacer el amor. Quizá lo hemos llevado muy lejos, lo admito, pero eso fue porque no sabíamos que podían oírnos desde afuera de nuestro apartamento.
—Pe…pero… la sangre… los moretones… —cómo todo perro de presa que ha seguido por mucho tiempo el rastro de un animal herido, Gaby McCann parecía resistirse a cambiar de opinión, sin embargo, Ronalda fue rápida en darse cuenta e insistir.
—Yo dejo que Lincoln me haga lo que quiera porque me gusta que lo haga, sé que tanto puede que yo gane la pelea y me gane así el derecho a violarlo a como que la gane él. Es eso lo que me excita, lo que nos excita y une como pareja. Permito que él me folle como quiera, porque lo he aceptado a él como mi pareja ¿entiende? Él es mío y yo suya.
Lincoln se quedó en silencio. Sentía su rostro colorado y caliente. Miró hacia abajo. —Yo pensaba que... —dijo, pero al advertir que no podía decir más nada a no ser que revelara la naturaleza falsa de su matrimonio, volvió a guardar silencio.
En esas palabras de Ronalda vio, de repente, el otro lado de la impaciencia e irritabilidad de su esposa, su ferocidad, sus silencios. Había intentado mirar a Ronalda como a alguien intocable, mientras que lo que ansiaba en realidad era tocar su suave piel morena, sus brillantes cabellos negros. Cuando ella lo miraba fijamente, como desafiándolo repentina e incomprensiblemente, él pensaba que estaba enfadada con él. A pesar de que a diario lo hacía, Lincoln temía insultarla de verdad, ofenderla imperdonablemente. ¿A qué le temía ella? ¿Al evidente deseo de él? ¿Al de ella? Y sin embargo no era una muchacha sin experiencia, era toda una mujer, una amante experta, ¡ella, que presumía de haberse ganado a todo un pueblo con sus encantos!
Mientras permanecía de pie la planta baja del edificio junto a Ronalda y a su vecina, todo esto pasó como una ráfaga por la mente de Lincoln, como una inundación que se abre paso a través de una represa. —Yo pensaba que las paredes de nuestro apartamento eran lo suficientemente gruesas —dijo finalmente—. No creí que se escuchase lo que hacía en la intimidad con mi esposa, lo siento mucho, señorita McCann.
—Exacto, lamentamos el malentendido, y le agradezco su preocupación por mi bienestar—concluyó Ronalda suavemente, antes de despedirse de la confundida mujer castaña.
Lincoln se pasó todo el corto viaje de regreso a su departamento confundido, furioso, y muy apenado. Cuando Ronalda abrió finalmente la puerta del hogar y se dirigió inmediatamente hacia la cocina, él fue hasta allí, sin molestarse siquiera en pensar en una excusa.
—¿Ronalda, puedo hablar contigo? —le preguntó.
Ella asintió brevemente con la cabeza, frunciendo sus pobladas cejas negras y mordiéndose el labio inferior con sus torcidos dientes de conejo.
Sin embargo, Lincoln no dijo nada por lo que Ronalda aprovechó la oportunidad para volver a huir, metiendo toda su cabeza en una alacena.
—No sé tú, pero yo tengo mucha hambre así que me prepararé un tentempié —exclamó con voz temblorosa, mientras buscaba inquietamente el contenido de la despensa.
—¿Lo que dijiste allá abajo lo dijiste solamente para evitarte una visita al Ministerio público? —preguntó él de repente.
Ella no dijo nada, seguía empeñada en estudiar cuantos comestibles se le cruzaran en el camino.
—¿O dijiste esas palabras porque en realidad las sientes? —le volvió a preguntar él. Y ella finalmente dejó la despensa en paz.
—Sí —le contestó. Y se quedó allí de pie sin poder decir una palabra más. Después de casi dos minutos de silencio ella volteó la vista para mirarlo—. Sí, lo que dije lo dije en serio —repitió con una voz suave y muy baja—, y lo dije porque quería decirlo. Sí queremos que este matrimonio falso funcione necesitamos ser sinceros; me gusta cómo luce tu cuerpo sin ropa, tampoco eres mal peleador ni mal amante… y también me gustan los libros con dibujos que haces para ganarte la vida —Él todavía seguía allí de pie, con el rostro reflejando la más absoluta incredulidad—. ¡Por dios que hambre tengo! Se me antoja un sándwich. ¿Quieres que también te haga uno a ti?
—Si te digo algo privado —dijo él—, algo que solo lo saben las personas en las que más confió...
—Yo te diría un secreto mío —dijo ella—. Sí, así... quizá era así como debimos comenzar este matrimonio falso.
Comenzaron, sin embargo, con un aperitivo de media noche.
Al perder la excusa de tener que seguir aparentando que se odiaban a muerte, ambos descubrieron que eran igualmente tímidos. Cuando Lincoln cogió la mano de ella, la de él tembló, y Ronalda, quien había revelado que las personas que la querían la llamaban "Ronnie", se apartó de él con el ceño fruncido, pero no tardó en ser ella quien retomó suavemente el contacto. Cuando él acarició su suave y brillante cabellera, ella parecía solamente estar soportando sus caricias, y entonces él se detuvo. Cuando trató de abrazarla, ella estaba rígida, rechazándolo. Luego ella se dio vuelta y, feroz, repentina y torpemente, lo cogió entre sus brazos.
No fue la primera noche, ni las primeras noches en las que no quisieron tener sólo sexo, sino que verdaderamente intentaron hacerse el amor, las que les dieron a ninguno de ellos demasiado placer o comodidad. Pero juntos aprendieron el uno del otro, y juntos pasaron por la vergüenza y el temor, hasta llegar a la pasión. Fue entonces cuando sus largos días en su solitario apartamento, y sus largos paseos por el pueblo, fueron una verdadera alegría para ellos.
El desgraciao que había comisionado esta historia (junto con otras tres) dejó de responder mis mensajes de un día para otro, al principio iba a dejar la historia inconclusa pero dije #YOLO
#yapaquechillo
#hashtag
