Otro día más terminaba. Despertarse, desayunar, ir trabajar, almorzar, volver al trabajo, cenar, dormir y mañana vuelta a empezar. Jonh pensó que Japón sería distinto cuando pensó en dejar su empleo en Estados Unidos, huyendo del matrimonio y la posible paternidad, para irse a vivir al país de donde venían dos terceras partes de su entretenimiento. Ahora no es que no tuviera tiempo para leer mangas y ver animes, es que ni tan siquiera había noches de copas con amigos porque no había amigos, ni tiempo para desperdiciarlo en un bar, ni fuerzas para despertarse temprano si se acostaba demasiado tarde. Tenía gracia, su novia siempre le dijo que tenía que madurar, ir menos de fiesta y ahorrar para el futuro, y ahí estaba él, soltero, pero obligado a solo dejar pasar los días porque para sobrevivir tenía que hacer horas extra. Siempre.
Muchos clientes llegaban esa noche. Era sábado y además había una excursión de estudiantes al Parque Kameari, famoso en época de Halloween debido a los incidentes de diez años atrás. Hoy no era 31 de octubre, de hecho, ni siquiera estaban octubre, pero los jóvenes eran conscientes de que esperar a esas fechas para disfrutar de los escenarios era encontrarse con largas colas de gente, así que venían con días de antelación. Al menos, eso era lo que Jonh pensaba. El par de años que llevaba viviendo en el distrito Katsushika no le dio a entender que hubiese mayor atractivo para chicos que estaban en edad de salir con chicas y pasárselo bien, eso sí, sin beber, Japón era tan estricto con ese tema, si no más, que su país natal. De todas formas, mejor para él, ganaba más si hacía mucha caja. Lo bueno era que no había caras gruñonas, todo el mundo era muy educado, incluso los que no eran amables, por lo que le resultaba fácil sonreír mientras saludaba, atendía y despedía los numerosos clientes. Por lo general, funcionaba, mucho había llovido desde que llegó al barrio y ya no desentonaba por ser extranjero, quizá porque su japonés era de diez. Uno no podía esperar a que hubiese subtítulos para ver el primer capítulo de la serie que llevabas esperando años, y la mayoría de los mangas que le gustaban eran tan de nicho, que nadie se molestaba en traducirlos.
El problema era que el idioma no era tan sencillo de aprender como parecía en un principio. Saber el significado literal no siempre bastaba, y si se sumaban ciertas diferencias culturales entre países, podían ocurrir desastres.
—¿Qué hace una chica tan guapa como tú en la calle a estas horas?
La cliente, una chica bonita, de pelo castaño largo hasta el cuello, parecía muy nerviosa viendo una larga lista. Él solo quería animarla, pero ocurrió todo lo contrario.
—¿Estás intentando ligar conmigo? Lo siento, eso no pasará.
Dijo la disculpa muy rápido, cruzando y extendiendo los brazos. Al final bajó la cabeza, porque rechazar un supuesto intento de seducción no era excusa para dejar de ser educado. Ni siquiera si el hombre era un señor de treinta y tantos y la chica una estudiante de preparatoria. Jonh no se había fijado porque rara vez se fijaba demasiado en los clientes, sobre todo a esas horas en fin de semana que lo más que quería era dormir. Pero ahora que lo veía empezó a sudar, reflexionando sobre el potencial significado de su frase hecha. Las relaciones funcionaban de un modo muy distinto en Japón y Estados Unidos, décadas consumiendo medios de entretenimiento del país nipón le habían hecho intuir eso, pero de saber a aprehender había un trecho.
—No era mi intención… —Jonh trató de disculparse.
—Diablos —soltó la estudiante, más audaz de lo que uno esperaba de una chica así. No tenía pinta de delincuente—. Tengo que irme.
Se llevó las manos al estómago. Jonh no necesitó saber más.
—Oye, ¿qué te parece si me dejas la lista y yo voy preparando la compra? —La chica le miró raro, como a punto de rechazarlo de nuevo, solo que esta vez no dijo nada—. Venga, para cuando regreses ya estará todo en la bolsa.
Por un momento hubo silencio. Jonh se debatía entre seguir esperando y decir que él podía llevárselas a su casa si quería. Sabiamente, se quedó con la primera opción.
—Está bien —cedió la estudiante, dándole la lista.
Jonh no pudo evitar sonreír al ver que corría tras atravesar la puerta.
Pero las sonrisas genuinas, distintas a las sonrisas de trabajo, duraban poco. Su vida había tocado un nuevo fondo: una chica de preparatoria lo confundió con un pervertido que quería ligar con ella, ¡a su edad! Incluso minutos después, todavía sudaba.
—Tierra, trágame —pidió John, mientras preparaba la lista de la estudiante.
Poco después de terminar, dos chicas entraron en la tienda. Los sudores se incrementaron, el corazón le latía a la velocidad de la luz. ¡Eran policías!
Un par de agentes de la ley un tanto sucias. Estaba feo pensarlo en esos tiempos, pero le pareció que para ser mujeres eran un verdadero desastre. Los uniformes de ambas mujeres estaban sucios, con manchas aquí y allá, además de motas de polvo, partes descoloridas y algún remiendo. Jonh tuvo que convencerse de que no estaban en Halloween, pero en eso parte de sí mismo decidió que tenían que estar disfrazadas.
Cuando las chicas estuvieron cerca, dejó de importar cómo vestían. A medias, porque olían peor que un muerto. Eran preciosas, tanto la del pelo corto y negro, un tanto campechana en sus gestos, como la pelirroja de la coleta.
—Hola —dijo Jonh. La lengua trabada, los ojos traicionándole.
Se oyó un sonido raro, como el gruñido de un animal.
—¿Sabes que Naoko usa relleno, verdad?
La pregunta, hecha en un tono grave, impulsó a Jonh a levantar la mirada. Con reticencia, eso sí, pero cuanto lo hizo pegó un salto hacia atrás. ¡La chica campechana se había transformado! Su rostro era ahora más rudo, con la frente prominente, los ojos brillando de sed de sangre y una fuerte mandíbula. También tenía colmillos.
—Oh, Dios, de verdad estamos en Halloween —fueron las últimas palabras de Jonh.
Porque la chica, a la que Naoko llamó Komachi, saltó sobre él rápida como una gacela, derribándolo y luego clavándole los colmillos en el cuello.
Naoko no tardó en unírsele, mordiéndole en el otro lado del cuello.
«A lo mejor la paternidad no habría estado tan mal —pensó Jonh, aún en shock.»
IROHA THE VAMPIRE SLAYER
—Ser o no ser.
Esas eran las palabras de Iroha Isshiki dedicó al espejo del lavabo, en el baño del restaurante del hotel en que su clase se hospedaba. Esperaba una respuesta y obtuvo nada en absoluto, lo que bien podía tomarse como un camino a seguir.
Llevaba bien los estudios y era presidente de un club. No tenía novio, porque los chicos de su edad no la motivaban, ni podía decirse que fuera la más popular de la clase, incluso si la gente en el instituto tenía la idea de que tan confiable como para convertirse en la nueva presidenta del Consejo Estudiantil, pero consideraba que ya cargaba con toda la responsabilidad que una joven de quince años podía cargar. ¿Por qué añadir una nueva? Sería una mala idea confiarle todos esos festivales y eventos a ella. O, mejor dicho, le supondría muchos problemas que no quería en su vida ahora mismo.
«Es mi culpa —pensó Iroha, viéndose en el espejo—. Doy siempre una idea equivocada. —Pero era tarde para volverse atrás, eso lo sabía bien.»
Meguri Senpai, la actual presidenta del Consejo Estudiantil, que ya cursaba su tercer y último año, confiaba en ella para que le sucediera. En parte, ese era el motivo por el que tenía dudas y no solo decía, sin más, que no quería el puesto. Por otro lado, estaba que renunciar a un cargo para el que nadie más se proponía le provocaría más problemas que ocuparlos, muchos más. Acababa de empezar el último largo viaje del instituto, no quería pasarse tres años siendo la chica que no quiso arrimar el hombro.
—Tal vez si le pido ayuda a Hiratsuka Sensei… —murmuró Iroha.
Por supuesto, el espejo no le dio respuestas, solo ella podía tomar la decisión. Aun así, le daba algo de perspectiva ese momento, era un tiempo y lugar idóneos para pensar. Quizá, de no tener algo pendiente se habría quedado allí un rato.
«Tengo que volver a la tienda —pensó Iroha con disgusto.»
Las palabras del dependiente le habían disgustado. No por la edad, que también; incluso si a ella le gustaban mayores, tenía que haber límites. Un año más estaba bien, si estaba en la universidad podía hasta pensárselo, pero si aquel hombre cursó una vez una carrera, fue hace mucho. De todos modos, lo que le causó malestar fue el tono y la elección de palabras. No era ajena a confesiones de parte de los chicos, pero siempre estas eran sobre lo guapa que era. Lo normal, dirían algunos, sobre todo a esa edad, pero esa clase de acercamiento superficial no le convencía.
Ella quería algo más de la vida, solo que no encontraba las palabras para describirlo. Tal vez solo esperaba demasiado. Si pensaba en el chico que le gustaba ahora mismo, casi que podía poner la mano en el fuego por ello.
Salió del baño. El bar era tranquilo y no muy concurrido, así que enseguida pudo ver a Satsuki Hiratsuka en la barra, ebria y hablando de tontería.
—En cada generación nace una Cazadora: una chica en todo el mundo, una elegida. Ella sola empuñará la fuerza y habilidad para luchar contra los vampiros, demonios y las fuerzas de la oscuridad; para detener la propagación de la maldad y el aumento de sus números. ¿Me está escuchando?
—No puedo servirle más copas, señora, ya debe mucho dinero.
Adiós a la idea de pedir ayuda a la profesora. Ese día, al menos. Muy callada, Iroha Isshiki salió del bar y fue directa hasta la tienda. Por suerte tenía dinero encima.
Por el camino le dio alguna que otra vuelta al discurso místico de Hiratsuka. Estuvo bastante rara desde que empezó esa excursión. Preocupada, más de lo habitual, como si esperase que hubiese un ataque en cualquier momento. Nadie en la clase lo vio raro porque estaban viendo monumentos en el distrito Katsushika, el lugar donde sucedieron todos aquellos crímenes sin resolver. Incluso cuando la profesora les repartió unos papeles sobre vampiros, cómo reconocerlos y enfrentarlos, la gente rio y murmuró por lo bajo que aquella mujer necesitaba un marido pronto. No era normal que alguien de su edad y profesión estuviese metida en lo que hasta los jóvenes sabían que era una tontería. Los vampiros no existían, eran ficción para cuentos de terror.
A decir verdad, la propia Iroha no fue mucho mejor. Incluso si pensaba que era molesto meterse en si Hiratsuka tenía, o no, esposo, tanto más con sus gustos, lo cierto era que la propia profesora lamentaba tanto su suerte que hasta ella podía dejar de preocuparse de verla preocupada. Fue ahora, tras oírla decir disparates sacados de algún manga para chicos que empezaba a pensar que quizá no era lo mismo de siempre.
«Hablaré con ella al regresar. ¡Diablos! No quiero ir a la tienda…»
No le gustaba mucho que los compañeros y profesores la vieran como alguien en quien delegar toda responsabilidad. Era injusto.
Y, al tiempo, no quería experimentar el otro extremo.
Entró en la tienda. El dependiente no estaba, pero sí las bolsas.
—Debí pedirle a Hiratsuka Sensei que me acompañase —dijo Iroha, espantada al ver lo grandes y abultadas que eran—. Al demonio sus preocupaciones.
Por probar lo que le esperaba, y aunque intuía que tendría que esperar a que el dependiente acabara lo que fuera que estuviese haciendo en el baño, Iroha cogió las bolsas esperando que estuviesen pesadas como piedras. Ocurrió todo lo contrario.
—Es como cargar plumas —dijo Iroha, asombrada—. ¡Tal vez son plumas!
No era lo habitual que en una tienda te engañasen de ese modo, la fama era muy importante para llevar un negocio pequeño. Aun así, Iroha Isshiki llevaba el uniforme de instituto de Chiba. Tal vez el hombre pretendía estafarla aprovechando que luego estaría muy lejos como para tomarse la molestia para volver a plantar una queja. Así que puso las bolsas en su sitio y sacó todo, dándose cuenta de que no era el caso.
—No entiendo nada. —Iroha parpadeó tres veces. Luego se golpeó las mejillas, como para despertarse, y al ver que nada ocurría, volvió a poner las cosas en su sitio—. ¿Tanto me ha cambiado ser presidenta de un club?
Se miró los brazos delgados. Hacía deporte, pero, ¿podía ser tan fuerte?
De pronto se oyeron ruidos en la trastienda.
—¿Señor? —dijo Iroha—. ¿Todo…?
Al mirar por encima de la barra, vio unas gotas de sangre. Banderas rojas, en su libro y en los de cualquiera. Era hora de salir corriendo y llamar a la policía.
Pero las fuerzas del orden le estaban esperando. En plena huida, la cara de Iroha chocó contra el pecho con una agente pelirroja que apestaba a cloacas. Lo curioso fue que el impacto hizo que la mujer cayera al suelo, aduciendo dolor.
—¡Lo siento mucho! —dijo Iroha, tendiéndole la mano.
La pelirroja negó con la cabeza e hizo amago de acepar su ayuda.
—¡Naoko, ya me he deshecho del cadáver! —exclamó una voz en la trastienda.
Entonces el rostro de la tal Naoko cambió, transformándose en el de un monstruo.
—Pura fuerza, nada de cerebro, Komachi —gruñó Naoko con voz grave.
Iroha empezó a retroceder por instinto. No oía nada, ni siquiera su corazón. Apenas cuando chocó con la barra del dependiente y tocó las bolsas fue consciente de que estaba escogiendo el camino equivocado.
—Tranquila. No te va a pasar nada —aseguró Naoko, levantándose. Sonaría confiable si no tuviese el rostro de uno de los demonios de los que hablaba Hiratsuka.
La criatura vino hasta ella a una velocidad vertiginosa. Una persona tardaría más en parpadear. Aun así, Iroha tuvo tiempo de agarrar con fuerza las bolsas y arrearle con ambas. Fue puro instinto. Su cerebro era consciente de que algo que pesaba tan poco no iba a hacerle mucho a semejante ser, pero el cuerpo iba a su propio ritmo. ¡Y menos mal! Su compra, tan ligera, impactó contra Naoko con tal fuerza y velocidad que la mandó a volar contra una estantería llena a rebosar, derribándola y desparramando golosinas y otros productos por el suelo.
A Iroha no le dio tiempo para sorprenderse, por de algún lado vino un borrón. Ella, acostumbrada ya a la ligereza de las bolsas, hizo un barrido con ellas. Solo cuando el cuerpo chocó contra una columna, agrietándola, reconoció al ser como un humano. O algo tan humano como lo era la tal Naoko. También era policía.
«¿Y eso qué importa? ¡Corre, Iroha, corre!»
Se obedeció a sí misma. Eso le resultaba fácil, tal vez por ello sus compañeros tenían tantas ganas de que fuera presidenta del Consejo Estudiantil.
De nuevo dejó que el instinto le guiara. Si algo se interponía entre ella y la puerta, se llevaba un bolsazo. Al salir, sin dejar de correr, empezó a gritar pidiendo ayuda. Nadie respondió, cosa rara, porque había luces encendidas. Dos calles más abajo vio a alguien en un coche, durmiendo. En ese momento no era dueña de sí misma, fue hasta el vehículo desesperada, dando gritos y agarrando el tirador. Si el conductor no le dejaba entrar, entraría por la fuerza. ¡Tenía que salir de allí cuanto antes!
Y así ocurrió otro suceso extraordinario. O dos, más bien, porque el conductor resultó estar muerto. Para cuando Iroha vio las marcas en el cuello, ya había arrancado la puerta del coche, que le sirvió de escudo para un intento de Naoko de atacarla.
—¿De qué estás hecha? —preguntó Iroha, desesperada.
—¿Y me lo dices a mí? —lanzó Naoko—. ¡Komachi, ayuda!
—¡Esa hija de puta me rompió un colmillo! —decía Komachi, a lo lejos. Era el borrón al que arreó un bolsazo doble en la tienda.
Ahí estaba ella. Iroha Isshiki, quince años, estudiante. Presidenta de un club, una deportista solvente en lo suyo. Con dos bolsas en los brazos que pesaban un quintal y la puerta de un coche agarrada como si fuera un trozo de cartón. Solo que no lo era, porque los golpes y empujones de Naoko solo la abollaban.
—¡Pienso arrancarle los intestinos y sorberlos como unos spaghettis! —gritaba Komachi, ya próxima—. ¡Esa hija de puta me ha reventado los dientes!
—Seguro que hay dentistas vampiros, en Japón hay de todo —rio Naoko.
Iroha era consciente. En cuanto se sumara la morena, estaría perdida. Tenía que hacer algo, o acabaría igual que el conductor del coche tras su espalda, y el dependiente, quien quizá era un pervertido, pero no por ello merecía su fatal destino. Soltería de por vida, sí, muerte, no. Le sorprendió pensar en aquellas dos almas en esas circunstancias, y más aún cuando reflexionó sobre si la falta de ayuda se debía a que cada quien veía por sí mismo, o porque todo el mundo en aquel barrio fue asesinado por aquellos dos monstruos. De algún modo, esa posibilidad le causó, primero, malestar, y luego rabia. No estaba peleando contra personas, sino demonios, vampiros.
Una vez superó esa barrera, Iroha pasó de la defensa al ataque. Su escudo, mil veces abollado, se convirtió en un arma, que empleó primero para barrer con Naoko, y luego para apalear a Komachi la de los spaghettis. Uno, dos, tres golpes.
—Huyamos Komachi, esta chica no es normal —dijo Naoko.
—¡Mi colmillo! ¡Mi nariz! —reclamó Komachi con el rostro sangrante.
—Nadie iba a pedirte salir de todos modos —lanzó Iroha, lista para otro round.
Komachi golpeó con una mano la palma de la otra. Iroha, movida por algún impulso loco, soltó su arma, dejó caer las bolsas y se arremangó los brazos.
Pero no hubo pelea, Naoko agarró a Komachi del pelo y se fue corriendo.
Así que el récord de cero puñetazos de Iroha Isshiki se mantuvo.
El viaje de regreso fue raro, por decir lo menos. No volvió a coger la puerta del coche, claro, pero sí que cargó las bolsas, un tanto manchadas de rojo, y anduvo hasta el hotel con la cabeza vacía de todo pensamiento. ¿Qué había pasado?
«¿Ser, o no ser? —pensó Iroha, segura de no estar hablando del cargo de presidenta del Consejo Estudiantil. Aquella carga le parecía, ahora, muy ligera.»
Satsuki Hiratsuka la estaba esperando en la entrada en el hotel. Una mujer encantadora, de treinta años de edad, siempre cubierta por una bata y fumando un cigarro. También era la persona a la que el instituto le encasquetaba todas las tareas incómodas. Verla fue agradable. Le entraron ganas de llorar y pedirle ayuda.
—Así que eres tú —sonrió Satsuki—. La Cazadora.
—¿Eh? —No hubo lágrimas, ni voz. Iroha estaba perpleja.
—En cada generación hay una Cazadora: una chica en todo el mundo, una elegida… —Satsuki negó con la cabeza—. Pensaba que sería una de segundo. Kawasaki, tal vez, o Yukinoshita, jamás imaginé que podrías ser tú.
—¿Gracias? —dijo Iroha.
La profesora le dio un abrazo, fue bastante reconfortante, con una pizca de inquietud. Porque le daba un momento de respiro, indicándole que vendrían cosas peores.
Fue en el cuarto de la profesora que esta se animó a explicarle todo el asunto del poder sobrehumano que una chica en todo el mundo heredaba para combatir a las fuerzas del mal. Si no viniera de haber enfrentado a dos engendros del infierno con las manos manchadas de sangre, o las bocas más bien, se habría reído de semejante locura. Sintió que el estómago se le encogía ante la perspectiva de tener que lidiar con una carga nueva, mil veces más pesada que la anterior. Pero, una vez más, la sorpresa fue mayor al entender que no se sentía capaz de decir, sin más, que no la quería.
—¿Qué pasó con la anterior? —preguntó Iroha.
—¿Faith? Murió intentando detener el Apocalipsis. —Iroha la miró con los ojos muy abiertos. Satsuki se echó a reír—. Era su quinta vez.
—Me siento más tranquila. Un momento, profesora, ¿y usted cómo sabe todo esto?
—Pertenezco al Consejo de Vigilantes, en Londres, desde hace ya diez años. Nos encargamos de vigilar y asesorar a las chicas como tú.
—Anda, ¿es por eso que aún no se ha casado?
—La verdad es que tú eres la primera chica a la que me tocará vigilar.
Hiratsuka rio, amarga. Iroha se limitó a sonreír.
—Entonces, ¿sobre el Consejo Estudiantil? —dijo Iroha.
—Algo se nos ocurrirá —respondió Satsuki—. Hay un club que se encarga de ayudar a la gente, el Club de Servicio Social, estoy segura de que ellos encontrarán un modo.
Tiempo después, empezaría la verdadera aventura de Iroha, la Cazadora. Bastante más complicada de lo que debería, porque, lo que empezó como una buena vía para librarse del cargo de presidenta del Consejo Estudiantil, terminó convirtiéndose en un pequeño gran enfrentamiento dentro del Club de Servicio Social. Un enfrentamiento causado por ella, que fue elegida para salvar a la gente. Dios tenía el mismo sentido del humor que sus compañeros de clase, y tal vez su misma inteligencia y madurez, no estaba segura, ni conocía a Dios, ni tenía la menor gana de conocerlo.
Iroha Isshiki, Cazadora de noche, presidenta del Consejo Estudiantil y buena estudiante de día. Con el tiempo vinieron aliados. La profesora Hiratsuka, el club de Servicio Social y más gente. Pateó traseros de demonios, se enamoró y fue rechazada… Le pasó todo lo que podía pasarle a una chica de su edad y aún más gente.
Pero eso es otra historia.
Notas del autor:
Satsuki Hiratsuka e Iroha Isshiki pertenecen a la LN Oregairu.
Komachi y Naoko pertenecen al manga Kochikame.
El Consejo de los Vigilantes, la profecía de la Cazadora y Faith pertenecen al lore de Buffy The Vampire Slayer.
Buenos días/tardes/noches, a todos los que estén leyendo esto,
Lo primero que todo es una enorme disculpa. Hace ya unos cuantos años que vi Oregairu y no estoy seguro de haber podido representar al 100% la personalidad de Iroha Isshiki y Satsuki Hiratsuka, grandes personajes ambos. Hice lo que pude según mis recuerdos, animado después de ver los primeros dos capítulos de Buffy The Vampire Slayer como actividad de Halloween. De inmediato se me ocurrió plantear qué pasaría si a un personaje de una obra de Japón le tocara esa, digamos, lotería y decidí que fuera Iroha Isshiki la afortunada, intercalándolo con su reticencia a ser presidenta del Consejo Estudiantil. ¡Espero que lo hayan disfrutado!
Esto es un oneshot. Como acabo de decir, una actividad de Halloween que me propuse. No hay planes de continuarlo, ni mucho menos. Tampoco lo he revisado. Ha sido una experiencia curiosa, porque yo soy de historias largas y de revisar mucho, pero por lo mismo me lo he pasado muy bien, ha sido muy reconfortante.
A todos los que lean este pequeño proyecto, os deseo un muy Feliz Halloween. ¡Comed golosinas hasta hartaros! Y si no, haced travesuras.
