«Secrets I have held in my heart
Are harder to hide than I thought
Maybe I just wanna be yours
I wanna be yours, I wanna be yours»

I wanna be yours, Arctic Monkeys.


-Alguien a quien amar-

Can anybody find me somebody to love?

Capítulo 4. Inmersión


Las dos primeras semanas se pasaron tan rápido que Charlotte comenzó a sentirse extrañamente aliviada. Si el ritmo del paso de los días continuaba a esa velocidad, pronto aquella misión acabaría y volvería a su vida.

Yami y ella no se llevaban mal. Habían encontrado un punto intermedio en el tira y afloja que caracterizaba sus interacciones, se repartían las tareas de la casa, salían juntos todas las mañanas a explorar las mazmorras, que ya habían comenzado a aparecer a costa de su poder mágico, y por las tardes pasaban su propio tiempo a solas.

Charlotte normalmente se iba a dar un paseo por la costa, porque la relajaba el sonido de las olas rompiendo en la arena, ver las gaviotas dispersas que se atrevían a volver a pesar de que el invierno aún no había acabado y sentir la brisa marina en el rostro.

En esas dos semanas, había conocido a una chica que vivía muy cerca. Era unos años menor que ella, pero estaba casada desde hacía poco tiempo y embarazada de cinco meses. Su prominente vientre se lo dijo en cuanto la conoció. Fue al puerto una tarde de frío intenso y la vio recogiendo el contenido de una bolsa que se le había caído. No pudo hacer otra cosa que ayudarla.

La mujer, que se llamaba Emily, le agradeció una y otra vez e insistió tanto en invitarla a un té que tuvo que aceptar. Su carácter extrovertido y risueño complementaba sus silencios, así que se llevaron bien al instante. Desde ese día, solía ir a visitarla por las tardes a su casa, porque además ella pasaba mucho tiempo sola, ya que su marido era pescador, y no quería que tuviera problemas con el bebé y que se encontrara sin compañía.

A veces, observaba su vida y sentía una ligera envidia. A Charlotte le encantaba proteger a la gente, servir al reino, ser independiente, fuerte, valerosa y luchar, pero echaba de menos la calidez de un hogar lleno de tranquilidad y amor. En el fondo, sabía que nunca lo iba a obtener, así que tal vez lo que le sucedía era que se sentía triste al observar directamente la vida que nunca tendría.

Si se detenía a pensarlo, la rapidez con la que pasaba el tiempo en esa misión, paradójicamente, también le daba vértigo. Porque era complicado estar al lado del hombre que amaba constantemente, sentir su rechazo directo, aun sin palabras, y cómo se esforzaba por ser natural y que tuvieran una buena relación, pero sería insoportable cuando los tres meses finalizaran y ella se encontrara de bruces con su insulsa realidad: su futuro esposo la estaría esperando en el altar y Charlotte, completamente desolada pero consciente de que debía cumplir con su promesa y obligación, se entregaría a una vida monótona y hundida en la que la falta de cariño lo impregnaría todo.

Se sentía como si se estuviese asomando a un precipicio enorme, del cual no podía ver el fondo. Era oscuro, prácticamente negro, y de él salía un humo espeso, como el de aquel sueño perturbador que tuvo el mismo día en el que se enteró de que debía llevar a cabo esa misión.

Cada día que pasaba, el precipicio se hacía más profundo y sabía que su único destino sería saltar en su interior y quedarse perdida para siempre en la más lúgubre oscuridad. Yami la observaría desde el borde mientras se fumaba un cigarro y ella sentiría su mirada oscura clavada en la negrura del hoyo, pero a su vez mirándola directamente con los ojos inundados de decepción.

Sin embargo, esos ojos oscuros solían observarla con curiosidad y una suerte de familiaridad que no se imaginaba que le dedicarían nunca. Las noches entre ellos eran muy íntimas; lo habían sido casi desde el comienzo de la misión. Yami quería que se llevaran bien, él mismo se lo dijo, y se notaba mucho que se esforzaba tremendamente por conocerla y sacar temas de conversación que tampoco le molestaran demasiado.

De esa forma, prácticamente todas las noches se sentaban juntos delante de la chimenea y charlaban distendidamente; algunas veces de temas triviales y otras, de asuntos mucho más complejos y que concernían a su vida privada.

A Charlotte le gustaba mucho escucharlo, ya fuera hablando sobre técnicas de pescar, sobre el cariño que le tenía a sus idiotas o sobre lo solo que se había sentido durante muchos años en el Reino del Trébol.

Ella, por su parte, se había ido abriendo poco a poco también. Empezó contándole sobre sus dos relaciones sentimentales fallidas en la primera noche, pero le había hablado de la relación que tenía con sus padres también, y de la preocupación que sentía cuando notaba que todas las Rosas Azules dependían demasiado de ella.

Sin embargo, no había sido capaz de contarle sobre su compromiso y mucho menos sobre los años que pasó enamorada de él ni sobre cómo se sentía con respecto a su presencia en la actualidad. Y le gustaría, le encantaría de hecho, hacerle partícipe de sus sentimientos y de cómo había lidiado y lidiaba con ellos en el presente, pero finalmente se acobardaba, siendo totalmente incapaz de hacerlo.

Si Yami sabía que estaba aún enamorada de él, el ambiente se enrarecería y la relación que se estaba forjando entre ellos se derrumbaría. No quería sentirse incómoda durante todo el tiempo de misión que quedaba y tampoco estaba preparada para hablarle del pasado o de cómo él erradicó su maldición, porque bien sabía que acabaría hilando acontecimientos hasta llegar al encuentro del té y al rechazo. No era buen momento para afrontar esos dolorosos recuerdos.

Así que continuaría fingiendo. Aunque el amor que sentía por Yami seguía arraigado con una fuerza sobrenatural en su corazón, lo mejor para los dos era esconderlo. Se centraría en el ahora, en la misión y en disfrutar de su compañía, que cada vez le resultaba más agradable, llevadera y sencilla, aunque eso también le producía cierto temor.

Se dio la vuelta en la cama. Esa mañana estaba remoloneando de más, pero le dolía la cabeza y se sentía muy cansada, probablemente debido al percance que había tenido el día anterior.

Habían estado explorando una mazmorra. Hasta ese día no se habían encontrado ningún problema. Extraían todos los recursos que encontraban, se comunicaban con el despacho del asistente del Rey Mago y les mandaban algunos magos espaciales para que los recogieran. Sin embargo, la mañana anterior se habían topado con unos saqueadores que no se lo habían puesto nada fácil.

A pesar de que finalmente había salido todo bien, Charlotte estaba herida. Eran apenas un par de magulladuras y hematomas sin importancia, pero también tenía una brecha bastante profunda en la frente. Yami le insistió en llamar a un médico, porque sostenía que esa herida necesitaba tratamiento o al menos puntos, si no quería que mandaran a nadie de la capital, pero ella lo rechazó. Sin embargo, le estaba comenzando a pasar factura, porque el dolor y el escozor estaban empezando a ser demasiado molestos. Estaba segura de que pronto incluso comenzaría a sangrar de nuevo.

Se giró otra vez sobre la cama. Sintió un dolor incipiente en el vientre, pero lo ignoró. Se sentó en el borde del colchón, dispuesta a levantarse de una vez, pero entonces sintió un líquido espeso bajando de entre sus piernas que manchó incluso las sábanas. Se levantó enseguida y se fue lo más rápido que pudo al baño, dejando la puerta de su habitación abierta y la mancha de sangre visible desde el salón.

La puerta del baño sonó dos minutos después y pudo escuchar la voz de Yami desde el otro lado.

—Charlotte, ¿te encuentras bien?

—Sí, sí, estoy bien. No tienes de qué preocuparte.

—He visto la mancha de sangre en tu cama. —Charlotte enrojeció por completo. Ese hombre era insensible como pocos y no tenía ni un mínimo de delicadeza con ciertos asuntos que debería abordar de otras maneras—. Ya te dije que la herida de tu frente tenía muy mala pinta.

La Capitana de las Rosas Azules parpadeó en un par de ocasiones con incredulidad ante sus últimas palabras. ¿Cómo había llegado Yami a la conclusión de que una mancha de sangre que está en el borde de un lateral de la cama procedía de una herida en la frente?

—Estoy bien.

—Déjame entrar. Sé coser heridas. No lo hago muy bien, pero aguantará hasta que pueda verte un médico.

Charlotte escuchó a Yami moviendo el picaporte desde fuera. Llegó incluso a empujar la puerta y a asomarse por una rendija que entreabrió, pero ella se abalanzó sobre la superficie de madera para detenerlo y que no la viera. Podían apenas verse una parte de sus rostros.

—Yami, necesito que te vayas.

Él se quedó observando su frente. Negó con la cabeza y la miró a los ojos con seriedad y determinación.

—No seas así. ¿Cuántas veces te he dicho que tienes que confiar en los demás? No puedes hacerlo todo tu sola. Sé que te sientes mal y…

—Tengo la regla. De eso es la mancha de sangre de la cama —interrumpió mientras veía su gesto cambiando drásticamente—. Así que, por lo que más quieras, vete de aquí.

—Oh… vale… Lo siento.

Su tono de voz parecía completamente avergonzado e incluso pudo notar que no sabía bien dónde posar su mirada, pero no se preocupó demasiado por eso porque su propia vergüenza no la dejó.

Cerró al fin la puerta, logró echar el pestillo y abrió la llave de paso del agua. Se desnudó y, una vez que estuvo llena la bañera, se sumergió en el agua caliente para tratar de relajarse. Además del dolor de vientre, costados y espalda, se le sumaba el de la frente. Yami tenía razón; era más grave de lo que creía y al menos necesitaría algunos puntos.

Cuando por fin acabó su baño, se envolvió una toalla en el cuerpo y salió de la pequeña estancia —habiendo suspirado previamente para armarse de valor—, siendo consciente de que se podría encontrar a Yami en cualquier momento, pero no le quedaba más remedio, pues no se había llevado ni una sola prenda de ropa.

Sin embargo, cuando llegó al salón descubrió que la casa estaba vacía. Aprovechó para ir a su cuarto a vestirse y peinarse. Se puso la ropa más cómoda que tenía en el armario mientras esperaba a Yami, pues debían ir de nuevo a las mazmorras.

Se dirigió a la cocina y de camino pudo captar un olor muy agradable. En la encimera había un plato tapado y una nota.

Cogió el papel, lo desplegó y lo leyó: «Siento no haber respetado tu espacio, pero para compensarte te he hecho el desayuno. Trata de descansar y tómate tu tiempo; hoy no iremos a las mazmorras. Volveré en un par de horas». Después, destapó el plato; había varias tortitas, y un bote de sirope y una tetera al lado, los cuales no había visto anteriormente.

Charlotte dejó la nota justo en el lugar en el que se la había encontrado, se llevó el desayuno a la mesa, se sentó y sonrió sin remedio antes de servirse una taza de té y empezar a comer.

¿Cómo se suponía que iba a dejar de estar enamorada de ese hombre si la trataba de aquella manera tan especial?


Yami cerró la puerta con sumo cuidado al salir. Se sacó un cigarro del bolsillo con urgencia y el mechero para encenderlo de la manera más rápida posible y empezar a fumar. No recordaba bien la última vez que había sentido cierta vergüenza por algo.

Él convivía con varias mujeres a diario, pero por un motivo que aún no entendía completamente bien, todo lo que tenía que ver con temas íntimos femeninos estaba siempre tapado, disimulado; era como una especie de tabú del que las chicas no hablaban abiertamente, al menos no con los hombres.

Por una parte, lo entendía, pero estaba completamente seguro de que si algo similar le sucediera de forma mensual a los hombres, el mundo entero sabría cada mínimo detalle del proceso.

Igualmente, era un tema delicado y se arrepentía de haber presupuesto su estado sin primero analizar la situación. Había visto a Charlotte muy apurada y no quería que se sintiera así; después de todo aquella también era su casa, así que quería que se sintiera lo más cómoda posible.

Por ese mismo motivo, decidió prepararle el desayuno e irse unas horas para que se relajara y descansara. Yami sabía que la menstruación era un proceso que afectaba de forma distinta a cada mujer, por lo tanto, no podía predecir los síntomas de Charlotte ni su nivel de dolor. Sería mejor dejarla sola un buen rato.

Decidió irse a la aldea de al lado. Iría a comprar algo para preparar el almuerzo y un botiquín, porque le gustara a esa mujer testaruda o no, le curaría la herida de la frente. Se había fijado en su estado y no era bueno; parecía que se estaba infectando y era lógico porque no estaba cerrada.

La actividad principal del pueblo era la pesca y la venta de mariscos y pescado, así que Yami se sentía como si estuviera en casa. Incluso se pasó por el puerto y la zona de pesca para observar a los hombres y mujeres que trabajaban allí.

Fue a comprar los alimentos y utensilios que le hacían falta. Compró además una botella de whisky y algunos cigarros sueltos, pero no los lograba encontrar en paquetes completos, así que debería decirle pronto a Finral que le llevase algunos.

De vuelta a casa, se fumó dos cigarrillos mientras pensaba. Llevaba dos semanas pensando sin parar, de hecho. Trabajar con Charlotte era un placer; siempre lo había sido. Era metódica, ordenada y eficaz, además de ser la responsable sin quejas de todo el papeleo que él tanto odiaba.

Pero eso ya lo sabía desde hacía muchos años realmente. Lo que lo tenía muy sorprendido era lo sencillo que era vivir con ella. La comunicación entre ambos era muy fluida y se llevaban bien. Estaba conociendo a una Charlotte completamente nueva, que no sabía que existía. Y le gustaba mucho.

Siempre le había parecido alguien hermosa y fuerte, pero descubrir su faceta más cercana y personal lo tenía fascinado. La máscara de apatía había caído para siempre, y Charlotte, la auténtica Charlotte, se mostraba ante él a diario, demostrándole así que era alguien resolutiva, entregada, responsable, interesante e inteligente.

Se sentía muy confuso. ¿Tal vez se había precipitado al rechazarla? Cuando lo hizo, era cierto que estaba dolido y llevando a cuestas un duelo enorme, aprendiendo a lidiar con la pérdida y el sufrimiento, pero no la conocía. Ni siquiera le había dado la oportunidad de acercarse a él, para que viera directamente sus luces y sus sombras, y su corazón pudiera decidir si le agradaban o no quería adentrarse en ellas.

De todas formas, ya era muy tarde. Charlotte estaba centrada en su trabajo, estaba sanando, se había olvidado de él e incluso estaba conociendo a alguien más. No debía inmiscuirse en su vida sentimental y en sus asuntos, porque sabía que esos tres meses eran una burbuja, un espejismo y que, cuando llegaran a su fin, ambos regresarían a su vida cotidiana y no volverían a comportarse el uno con el otro con esa confianza.

Tiró al suelo la colilla que quedaba en sus labios, la pisó para no provocar problemas y sacó las llaves del bolsillo. Entró despacio, tanteando primero el terreno para saber dónde estaba Charlotte. Le debía una disculpa sincera, así que fue a buscarla directamente.

Para su suerte, no tuvo que hacerlo durante mucho tiempo. Estaba en el sofá del salón sentada, con las piernas flexionadas y los pies apoyados en la superficie del asiento. Leía con concentración. Yami miró a su alrededor; había una taza de té posada en la mesa y justo al lado estaba el periódico, que ella seguramente habría recogido ese día porque él no estaba.

Tras fijar su vista durante unos segundos en su perfil, ella se notó su presencia. Apartó sus ojos azules de las hojas del libro, pero lo siguió sujetando. Lo miró y luego sonrió efímeramente, en un gesto que le decía que todo estaba bien.

Él se sintió tremendamente aliviado. Soltó la comida que había comprado en la cocina y se dirigió al salón de nuevo tras lavarse las manos. Llevaba el botiquín, así que, tras dejarlo encima de la mesa, Charlotte se quedó mirándolo.

Yami se sentó a su lado y ella bajó las piernas y se giró un poco para mirarlo. Soltó finalmente el libro en la mesa también. Parecía serena.

—¿Cómo te encuentras?

—Mejor. Me duele un poco el cuerpo, pero estoy bien.

—Eso es bueno —razonó Yami. Carraspeó un poco antes de volver a hablar, esta vez con cierta inseguridad—. Charlotte, lo siento. Intentaré no entrometerme en tus cosas.

—No te preocupes —le dijo ella con comprensión—; no tienes que pedirme disculpas. De hecho, tengo que agradecer tu preocupación y tus atenciones. No son necesarias.

—No lo son, pero me salió así.

Yami se quedó en silencio unos instantes, pensando en lo que acababa de decir. Hay ciertos gestos que nadie nos pide y que realmente no son una necesidad, pero que igual hacemos por personas que nos importan. Quería que Charlotte se sintiera especial, que sintiera realmente que era alguien relevante en su vida y ni siquiera sabía por qué. Ni siquiera tenía sentido realmente, porque aquella era una misión más con una compañera, pero era cierto que no se podía imaginar haciendo lo mismo por Dorothy o Mereoleona en caso de que ellas hubieran sido designadas para ese cometido.

La vio sonreír mientras bajaba la mirada. Cada día que pasaba la sentía más cerca, la veía más bella y sabía reconocer mejor los rasgos de su personalidad. El tipo que estaba con ella era muy afortunado y realmente esperaba que lo supiera. En ese momento, sintió unos celos terribles; él podía haber sido ese hombre y dejó la oportunidad pasar.

—¿Qué es eso? —preguntó Charlotte mientras señalaba el botiquín con la cabeza.

—He traído un botiquín para la herida de tu frente. Como te dije esta mañana, sé coserla. Aguantará unos días hasta que podamos pedir un médico de la capital o nos acerquemos a una aldea cercana que tenga uno. Así no te quedará marca. No me gustaría que un rostro tan bonito tuviera una cicatriz por mi culpa.

Charlotte se sonrojó violentamente y su ki tembló. Yami se rio con una carcajada seca ante su reacción, pero se arrepintió de haber hecho ese comentario en voz alta. Parecía que estaba intentando algo con ella y no debía, porque Charlotte ya no lo quería y no tenía ni la más mínima posibilidad.

En silencio, Yami le desinfectó la herida con cuidado mientras veía algunas muecas de dolor por parte de Charlotte. La limpió lo mejor que pudo, sacó una aguja quirúrgica con hilo para coser heridas y lo preparó todo.

—Esto va a doler un poco.

—Lo sé. No te preocupes, lo aguantaré bien.

—Te daría un trago para que te relajaras, pero sé que no te sienta bien el alcohol, así que lo dejaremos así.

Charlotte asintió. Un leve sonrojo no abandonaba sus mejillas desde hacía un buen rato. Estaban muy cerca, él estaba diciendo algunas cosas que sabía que la desestabilizaban y era una situación en general bastante extraña, así que entendía su reacción.

La vio suspirar y cerrar los ojos. Al menos, su semblante estaba relajado y su cuerpo le decía que confiaba en él. Eso lo alegraba mucho, porque hacía tan solo dos semanas no podía imaginar que un acercamiento tan grande se fuera a producir entre los dos. Su relación nunca había estado tan desgastada que en ese entonces, pero ahora, era completamente distinta y más estrecha que nunca.

Yami se acercó aún más y clavó la aguja debajo de la herida. Charlotte siseó por el dolor y su rostro se contrajo ligeramente, pero sabía que era por la impresión inicial. Fue cosiéndola de manera lenta pero decidida hasta que la cerró completa.

—Ya está —musitó.

Charlotte abrió los ojos y él solo pudo observar sus espesas pestañas moviéndose. Estaban muy cerca. Estaban tan cerca que Yami solo quería besarla, aprovechándose de la proximidad de sus cuerpos. No podía entender que esa mujer hiciera que su cerebro experimentara esos pensamientos impulsivos tan irracionales, pero su presencia tenía un efecto muy extraño y hasta casi perturbador en él.

Fue ella la que se separó un poco y Yami sintió alivio, porque sabía que no sería capaz de contenerse si se quedaban así durante mucho tiempo, pero también un vacío insondable.

—Gracias.

—De nada. ¿Te he hecho mucho daño?

—No, está bien.

Yami asintió y se quedó mirándola unos segundos. Sin embargo, pronto se levantó, porque no quería seguir perpetuando un momento que ponía en serio riesgo su autocontrol. Informó a Charlotte de que empezaría a preparar la comida y se fue a la cocina mientras ella cogía el libro de la mesa y empezaba a leer de nuevo.


Charlotte se miró en el espejo de su habitación. La cicatriz de la frente había desaparecido por completo. Pasaron cuatro días desde que Yami se la había curado, pero él no se había quedado tranquilo con el resultado así que enviaron a alguien de la capital con magia curativa que hizo desaparecer el rastro de la herida en un instante.

A ella verdaderamente no le importaba demasiado tener cicatrices. Tenía algunas en la espalda del día en el que se activó su maldición y una muy pronunciada cerca de la rodilla derecha que se hizo en una misión cuando era una novata.

Le gustaba conservarlas realmente. Eran testigo de que hacía su trabajo, de que se desviviría salvando a la gente del reino que había jurado proteger cuando apenas tenía quince años.

En un principio, le daba igual conservar la de la frente. Yami solo le había dado cinco puntos, así que sería pequeña. Pero él estaba tan empeñado en que se la quitara que no tuvo más remedio que aceptar. Tal vez, como no era un profesional, se sentiría culpable si le quedaba una marca muy visible. Todavía se le erizaba la piel cuando recordaba sus palabras, su cercanía, la forma en la que le sujetaba la barbilla mientras le movía la cabeza para acomodársela y que pudiera coser la herida con comodidad.

Ese día se sintió algo fuera de lugar, pero no podía negar que el contacto con su piel había sido una experiencia que jamás sería capaz de olvidar. Yami nunca había sido alguien cuidadoso y que la tratara con tanto mimo y cautela había suscitado una reacción curiosa en su mente; Charlotte comenzaba a pensar que tenía esperanzas con él.

Su corazón latía con calidez al sentir sus atenciones, que cada vez eran más frecuentes, y su trato genuinamente cercano y abierto. Sin embargo, todas esas ilusiones se desmoronaban cuando recordaba la realidad que le esperaba fuera.

Esa casa en la costa parecía un refugio. Fuera de ella el tiempo pasaba, la vida seguía, la gente continuaba viviendo, pero tenía a veces la sensación de que el interior del habitáculo conformaba un universo propio y nuevo donde el tiempo era exclusivamente suyo y lo que sucedía en el exterior no les afectaba en absoluto. Aquella era solo una sensación, claramente.

Estaba muy confundida. No sabía si Yami estaba jugando con ella o si realmente sentía más, si que se comportara así le salía del alma y no era producto de su aburrimiento. No quería pensar en eso, porque ni quería hacerse demasiadas ilusiones ni que le volviera a romper el corazón, pero Charlotte no podía parar de darle vueltas a las posibilidades y a sus expectativas, que cada día se expandían más y más.

Se hizo la trenza del flequillo y salió del baño para no pensar más. Miró por la ventana del salón; el cielo se estaba nublando cada vez más, pero aún no había empezado a llover, así que debían darse prisa.

Esperó algunos minutos más a Yami, que le preguntó si no deberían dejar la exploración de las mazmorras para otro día, porque se esperaba una tormenta muy fuerte, pero ella declinó la idea y se marcharon.

La lluvia comenzó a caer cuando estaban volviendo a la casa. Tuvieron que correr algunos minutos y, al llegar, ambos completamente empapados, el Capitán de los Toros Negros le cedió el lugar en el baño a Charlotte.

El día pasó de manera tranquila y Yami se acostó inusualmente temprano esa noche. Ni siquiera se quedaron a charlar un rato enfrente de la chimenea y eso a ella le extrañó mucho e hizo que se preocupara. Empezó a pensar que tal vez había hecho algo que pudiera haberle enfadado, pero no encontraba absolutamente nada. Solo podía pensar en que tal vez le había molestado su insistencia por ir por la mañana a la mazmorra, pero eso no tenía sentido porque Yami no se veía disgustado mientras estaban allí ni cuando regresaron.

Tratando de no darle más vueltas al asunto, se fue a su habitación a dormir.

La mañana siguiente fue extraña, porque Yami no salió de su cuarto. Ella, algo enfadada porque suponía que había vuelto a modificar su horario de sueño, se decidió a ir a despertarlo, aunque la puerta estaba cerrada. Tocó un par de veces, pero no recibió respuesta. Esperó y volvió a llamar; obtuvo el mismo resultado.

—Yami, voy a entrar —anunció el voz alta para que la escuchara.

Así lo hizo. La molestia que sentía se esfumó en cuanto le vio la cara. Estaba tumbado en la cama, más pálido que nunca y muy tapado. Le entreabrió los ojos y supo que algo no andaba bien, así que se acercó a la cama y se sentó a su lado.

—No me encuentro demasiado bien hoy, Charlotte. Pero no te preocupes, solo tengo que descansar un poco.

Charlotte alzó la mano y se la colocó en la frente. Su piel estaba muy caliente. Ató cabos rápidamente; la tormenta les pilló fuera, él insistió en que ella se bañara primero y como resultado había caído enfermo. Se sintió muy culpable al saber que por su empeño habían ido a las mazmorras en vez de quedarse en la casa aunque fuera un solo día. Ella era alguien muy responsable y no le habría importado estar enferma por hacer su trabajo, pero no le gustaba que otros pagaran por su exceso de compromiso y exigencia.

—Estás ardiendo —susurró y después salió de la habitación. Volvió rápidamente con un paño húmedo para colocárselo en la frente—. Voy a prepararte algo para comer, ¿vale?

Yami asintió, ella salió de la habitación tras cerrar la puerta y contactó con Emily con el dispositivo de comunicación que tenía. Le explicó que necesitaba la receta de un caldo y que era nula para la cocina, así que también le pidió supervisión y guía. La mujer le preguntó que para quién era, porque pensaba que vivía sola.

—Es para mi compañero. Ayer volvimos bajo la tormenta y tiene fiebre. No se puede mover de la cama.

—¿Vives con un hombre?

—Sí. Es algo temporal. Somos compañeros de trabajo, ya te lo he dicho.

—¿Solo compañeros? —preguntó Emily mientras arqueaba las cejas y después las movía con complicidad.

Charlotte suspiró y sintió un ligero rubor cubriendo sus mejillas. Ya le gustaría que fueran algo más, pero no era posible.

—Emily, en serio necesito la receta y que me ayudes. Nada más.

La mujer asintió entre risas y la ayudó con todo lo que necesitó; no solo a preparar el caldo, sino con otros trucos que podrían hacer que a Yami le bajara la fiebre.

Cuando terminó, se despidieron y sirvió un poco de la sopa que había preparado en un cuenco. Lo puso en una bandeja y se lo llevó a Yami. Él, en cuanto la vio entrando, se incorporó un poco. Charlotte soltó la bandeja en la mesita de noche, lo ayudó a acomodarse y le colocó una almohada en la espalda. Le resultaba curioso verlo así. Yami era un hombre muy fuerte y nunca lo había visto enfermo, así que estaba un poco sorprendida.

—No te preocupes, no estoy tan mal. Pero soy un hombre, ya sabes que somos un poco exagerados.

La Capitana de las Rosas Azules se rio ante el comentario. No perdía el sentido del humor ni bajo esas circunstancias. Como persona negativa que era, una de las características de Yami que más apreciaba era que siempre parecía tener comentarios graciosos y motivadores que hacer, incluso en sus peores momentos. Eso contrastaba mucho con su personalidad y hacía que se sintiera más calmada.

—Eso es cierto. Pero bueno, hoy te lo concedo; tienes mucha fiebre. —Charlotte se levantó para marcharse y dejarlo descansar—. Te he preparado un caldo. Tómatelo y descansa, y si necesitas algo me llamas. Estaré en el salón.

Cuando Charlotte iba a irse, sintió la mano de Yami aferrándose a su muñeca. Se puso un tanto nerviosa, pero lo miró al instante con algo de preocupación.

—¿Por qué no traes un poco para ti y comes conmigo?

Dudó un segundo, pero finalmente lo hizo. Se sentó a su lado al volver con un cuenco de sopa para ella, comieron juntos mientras charlaban menos que de costumbre y, al terminar, Charlotte dejó los utensilios en la bandeja y lo ayudó a acostarse de nuevo. A los pocos minutos, Yami se quedó dormido.

Lo observó concienzudamente; su sueño era tan profundo que un impulso la recorrió y no pudo evitar acariciarle el rostro tras haberse sentado a su lado.

No sabía bien qué hacer: su corazón le gritaba constantemente que se dejara llevar, que le diera alas e intentara aprovechar una oportunidad que ni siquiera veía clara, pero su cerebro trataba de ponerle los pies en la tierra constantemente recordándole su compromiso, que estaba en una misión y que ese hombre ya la había rechazado y había destrozado su ánimo en consecuencia.

La lucha entre ambos acababa de comenzar y sabía bien que solo uno podía ganar.


Continuará...


Nota de la autora:

Aquí estoy de nuevo. Estoy tardando un poco más de lo que dije en actualizar, pero bueno, los capítulos me están saliendo más largos de lo que me esperaba. Me conformo con que me está gustando el resultado y ya. Espero que a vosotras y vosotros también.

Muchas gracias por leer.

Nos vemos en el siguiente.