Gui: ¡Capítulo nuevo! Con pov de Rose nuestra segunda protagonista y el primer encuentro de nuestras chicas yey. Lanzamos la parte "enemies" del Enemies to Lovers.
Confirmo que he publicado el fic en ao3 también.
Disclaimer: Jotaká blablablá
It's a Kind of Magic
y no el tipo de magia habitual en Hogwarts
Capítulo 1 - La cápsula del tiempo
ROSE
Habían llegado demasiado pronto, pero es importante Ronald, no querrás que la niña pierda el tren como quien yo me sé. Luego habían repasado cómo se cartearían, cuándo la visitarían, si organizaban algo por el cumpleaños de Hugo, si de verdad no quería una lechuza, si tenía todos los libros que necesitaba, si no se había dejado en casa Historia de Hogwarts. Rose lo había cogido, era el ejemplar de Hermione, y también le había robado a su padre Quidditch a través de los tiempos.
–¡Hola! –oyeron por detrás. Esa era la voz de Albus. Rose se giró para ver a su primo correr hacia ella. Sonrió.
Iba vestido de calle, de muggle, y estaba pálido. Seguro que estaba nervioso. Se habían pasado todo el verano imaginándose escenarios. Y qué pasaría si, imagínate que nos cruzamos con Peeves, que nos caemos por las escaleras, que un fantasma nos asusta, que se nos olvida la contraseña, que nos perdemos yendo a clase… Rose había adoptado la voz cantante: mientras estuvieran juntos, no pasaría nada.
Rose le acarició el brazo, alzando las cejas. Los ojos verdes de Al tardaron en aparecer, detrás de sus pestañas. Asintió, tragando saliva. Rose le frotó un poco la espalda.
–No quiero que te sientas presionado –dijo entonces Ron a Hugo–, pero si no te ponen en Gryffindor te desheredo.
El corazón de Rose se agitó en su pecho. Albus se pegó a ella aún más.
–¡Ron! –le gritó tía Ginny.
Parecía que Albus iba a vomitar. Rose quería que la mirase y se calmase. Seguro que si dejaba de ponerse nervioso todo iría bien. Pero Albus no era capaz de mirarla a los ojos, así que Rose se contentó con pensar muy fuerte que no iba a pasar nada mientras le miraba las pecas de las mejillas a su primo preferido.
Pronto subirían al tren y los padres se callarían y Albus estaría tranquilo y todo iría bien. Pero de momento los padres seguían hablando de viejas batallitas. Que si el hijo de cual o la hija de tal.
–Vámonos –le dijo Rose a Albus–. Vamos a subir al tren.
–¿Estás segura?
–Por supuesto.
–Eres más valiente que yo –dijo Albus.
–Tonterías –le calló Rose. Y anunció a la familia–: Vamos a subir al tren.
Abrazos y llantos, últimos mensajes, Ginny diciéndole a Albus que todo iría bien. Rose estaba preparada. Albus lo estaría en cuanto se cerrasen las puertas.
Y se cerraron.
Albus tardó medio viaje en estar cómodo pero poco a poco se fue tranquilizando. Aceptó comprar caramelos y al cabo del tercer caldero de chocolate decidió que Hogwarts era lo mejor.
–Vamos a comer caramelos todos los días, Rose.
–Bueno, igual no todos los días.
–¿Por qué no? No habrá adultos.
–Estarán los profes.
–Vamos Rose. Al menos cada dos días.
–Bueno vale –aceptó Rose, hundiéndose un poco en el asiento. Miró por la ventana. Estaba anocheciendo–. Hay que ponerse las túnicas.
–¿Estás nerviosa? –Albus miró a su vez afuera, y luego a Rose, inquieto.
–Voy a avisar a los demás.
Rose salió de su compartimento y se fue a buscar a niños y niñas de primero. Decidió no intentar los compartimentos con las ventanas tapadas, porque serían los de los mayores. Su madre le había contado que ella había avisado a todo el tren que era la hora de ponerse las túnicas y Rose no sería menos. Hermione estaría orgullosa y a Ron le parecería adorable.
Por fin encontró un vagón con niños que parecían de su edad. Cogió el pomo y tiró de él soltando aire. Allá vamos. Soltó su frase de corrido al abrir la puerta:
–Más os vale ir poniéndoos las túnicas. Estamos llegando.
Lo había hecho, lo había dicho. Miró a los ocupantes del vagón para ver cómo se agitaban para ponerse las túnicas. Entonces vio que todos los que estaban allí tenían las túnicas puestas. El silencio se instaló en el compartimento. Entre todos ellos, Rose reconoció a la chica rubia. Alta, impecable como su madre, con el pelo bien peinado como su padre. Un pelo hecho de gasa, brillante, sedoso, que le resbalaba por los hombros. Rose habría dado cualquier cosa por tener el pelo largo y liso como esa chica.
Así que ésa es Scorpia. Asegúrate de superarla en todos los exámenes, Rosie. Suerte que has heredado la inteligencia de tu madre.
Scorpia Malfoy levantó una ceja, muy despacio. Se le escapaba la sonrisa por las comisuras de la boca.
Pero no te hagas demasiado amiga suya, Rosie. El abuelo Weasley jamás te perdonaría si metieses a una sangre limpia en la Madriguera.
Rose sintió cómo su labio empezaba a temblar. Todo menos eso. Se controló y soltó:
–Pues eso. Bienvenidos a Hogwarts –y cerró la puerta de un portazo.
A partir de ahí, todo empezó a ir mal.
SCORPIA
Como había previsto, el sombrero seleccionador la puso en Slytherin. De momento, ponerse a prueba parecía bastante fácil. Se sentó en la mesa verde, a uno de los lados del Gran Comedor, de espaldas a las ventanas, con las manos pegadas a la madera de los bancos, pulida de tanto ser usada. Hogwarts era aún más bonito en persona. Había cada detalle tallado en piedra y madera…
Polly Chapman, con quien había hablado en el tren, estaba sentada en Gryffindor, dándole la espalda a Scorpia. De cualquier forma no le había caído muy bien. Era mucho más interesante Anabelle Higgs, Hufflepuff. Ninguna de las chicas con las que había coincidido habían sido llamadas a Slytherin.
Scorpia intentó recordar cómo se llamaban las otras chicas sentadas a su mesa. La de la túnica ribeteada se llamaba Leslie o Lucy. O quizá no.
En esas estaba cuando llamaron a Albus Potter, y todo el Gran Comedor se concentró. El niño subió las escaleras despacio, como si quisiese salir corriendo. El subdirector, el profesor Legendre, jefe de Slytherin, esperó a que se sentase para ponerle el Sombrero Seleccionador en la cabeza. Ni siquiera se había posado sobre el pelo negro del niño cuando gritó:
–¡Slytherin!
Scorpia miró fijamente al chico. Cuando Scorpia fue seleccionada, el Sombrero le había rodeado prácticamente la mitad de la cara antes de anunciar la casa que sería la suya. Pero con Albus Potter no había esperado ni a tocarlo.
Tanto el niño como el comedor se quedaron boquiabiertos. Los cuchicheos que habían acompañado al nombre de Albus Potter (Scorpia se preguntaba si le molestaba) se habían escapado como si se hubiese hecho el vacío en la sala. En medio del silencio, Albus Potter soltó un "¡Eh!" indignado, señalando con el dedo al Sombrero. A Scorpia le entró la risa. No pensaba que uno pudiese insultar así a un objeto mágico que tenía más de mil años.
El Gran Comedor estalló en cotilleos. Albus Potter, el hijo de Harry Potter, el héroe de Gryffindor que había salvado al mundo mágico de los villanos de Slytherin, acababa de ser seleccionado para la casa de los mortífagos. El tema sería noticia. La oveja verde de los Potter. El protagonista de tanto bullicio, encogido y con el rabo entre las piernas, avanzaba entre murmullos hacia la mesa de Scorpia. ¿Qué diría Draco Malfoy ante semejante acontecimiento? Scorpia decidió que le escribiría esa misma noche.
La última en ser llamada fue Rose Weasley. La chica de las túnicas. Había entrado en el compartimento de Scorpia con tanta vehemencia que parecía que había ensayado el discurso. "Más os vale ir poniéndoos las túnicas" había dicho. Scorpia todavía sonreía. Parecía que el papel de sabelotodo le iba demasiado grande. Ni siquiera se había fijado en la gente del vagón. Era más importante soltar su discurso. Rose Weasley fue a Gryffindor y aquello calmó las inquietudes de la multitud. Por lo menos la hija de Ron Weasley y Hermione Granger sí honraba la tradición familiar.
La directora se levantó entonces para hacer un anuncio.
–Como quizá sabéis algunos, Hogwarts empieza este año un nuevo proyecto. La idea ha sido lanzada por una alumna en particular a la que me gustaría llamar para que la presentase con sus propias palabras. Molly Weasley.
Scorpia alzó las cejas. Quizá su padre tenía razón en pensar que los Weasley habían "colonizado" Hogwarts. Pero su madre no estaría de acuerdo, así que Scorpia decidió dejar la mente abierta.
Una chica menos pelirroja que Rose Weasley se levantó de la mesa de Gryffindor y avanzó hacia el púlpito frotándose las manos temblorosas. Por lo menos los Weasley eran humanos: ellos también sentían nervios. La directora, la profesora McGonagall, la acogió y cuchichearon juntas unos instantes. Entonces McGonagall apuntó a Molly a la garganta con su varita.
–Hola –dijo Molly, y su voz retumbó por el Gran Comedor. Miró a los lados, como para verificar que se la oía bien, y, de repente, se irguió cuan alta era y sonrió–. ¡Hola a todos! Este es el plan: cuando llegamos a Hogwarts, tenemos miedo, tenemos aprensión por el futuro, somos niños demasiado pequeños. Pero al salir, somos adultos de verdad, y en general, con los TIMOS y los EXTASIS se nos ha olvidado lo que es ser pequeños. ¿A que sí? ¿No preocuparse por cómo hacer una poción imposible? ¿Los encantamientos no verbales?
Los alumnos más mayores se rieron. Scorpia quiso ser como ellos.
–Total, que se nos ha ocurrido que teníamos que cuidar de nuestros pequeños yos. A nuestro yo de primero, darle esperanzas de futuro. A nuestro yo de séptimo, recordarle todo el camino recorrido. La idea es hacer una cápsula del tiempo. Nos dejamos un mensaje, un objeto, o cualquier cosa que se os ocurra, realmente, a nuestro yo del futuro. Lo escribimos o damos en primero, y en séptimo lo recuperamos, y lo leemos.
La sonrisa de Molly había crecido tanto que ya no parecía la misma persona que se había levantado estrujándose las manos unos minutos antes. Miraba hacia algunas personas en las mesas de Ravenclaw y Gryffindor y parecía estar cumpliendo un sueño. Scorpia se quedó muda de admiración.
–La profesora McGonagall –Molly se giró para mirar a la directora– me ha hablado de un encantamiento con el que se podrían esconder estos mensajes. Un encantamiento con fecha de caducidad, se podría decir, porque al cabo del tiempo decidido, desvela de nuevo lo que había escondido. Hemos pensado que podríamos hacer cuatro urnas, una por casa, y en cada curso. Como empezamos este año podríamos hacer todos una cápsula del tiempo aunque no estemos en primero, y a partir del año que viene, ya serán siempre los de primero los que lo hagan.
Cuando terminó de hablar, Molly cogió aire de forma exagerada y el hechizo que le hacía hablar más alto multiplicó el sonido del suspiro. Molly se echó a reír nerviosa y McGonagall se apresuró a quitarle el hechizo para que su risa no les dejase a todos sordos.
Los alumnos se pusieron a comentar todos a la vez. La chica que se había sentado al lado de Scorpia estaba entusiasmada. Scorpia estaba orgullosa de haber llegado a Hogwarts el año en el que aquello se organizaba por primera vez. Al cabo de un tiempo de discusión, McGonagall alzó la mano y se hizo el silencio.
–Los prefectos se ocuparán de recoger los objetos o las cartas que queráis dejar en la cápsula del tiempo durante la primera semana de clases. Los de primero tienen una hora reservada, una vez que lleguen a su nueva sala común, para escribir o dejar un objeto que les signifique algo importante. Tendrán a su disposición pergamino, plumas y tinta para lo que necesiten. Los prefectos que os enseñarán el camino a las salas comunes se ocuparán de explicarlo todo. Y ahora, parece que se hace tarde y que todo el mundo ha tenido tiempo de comer más postre del que le cabía en el estómago.
Dio una palmada y la comida de las mesas desapareció como había aparecido. Entonces Scorpia se dio cuenta de que Albus Potter no había comido nada.
–¿Quieres mi postre? –le propuso. Albus Potter la miró como un cervatillo asustado.
–B… Bueno.
Siguieron juntos al prefecto de Slytherin que les enseñó la Sala Común y les anunció la contraseña del mes. Se sentaron alrededor del fuego, Scorpia en medio con Albus Potter a un lado y la chica que se había sentado al lado de Scorpia al otro.
–Bienvenidos a la Sala Común. Yo soy Benedict Blackweather, y conmigo hay otros prefectos en Slytherin. Suelen llevar este pin –se golpeó dos veces con el dedo en el pecho, donde una insignia roja con una P en el centro brillaba mágicamente– para que los podáis reconocer. Nos podéis hacer preguntas como por ejemplo cómo se va al aula de Transformaciones. Si hacéis cosas bien os daremos puntos para la casa, pero si hacéis alguna trastada también os los quitaremos. Los prefectos de las demás casas también os pueden dar y quitar puntos.
Los niños estaban hablando, y Scorpia los chistó. Se cruzó con la mirada agradecida de Albus Potter. Su tez estaba más verde que los muros de la Sala Común.
–Bueno, ¿por qué no hacemos lo de la cápsula del tiempo primero y luego ya os cuento las reglas? –comentó Benedict Blackweather con una sonrisita de lado. El corro de niños se calló en seguida y todos los ojos se posaron en el prefecto que estaba sacando su varita de la manga de su túnica–. Bien, tenéis ahora un rato para escribir algo o dejar algún objeto en esta urna –y con un golpe de su varita apareció una urna plateada decorada de plantas verdes. Tenía un asa en forma de S.
Era impresionante, por mucho que Scorpia estuviese acostumbrada a la magia, ver a un chico de quince años hacer aparecer esa urna. De repente, se dio cuenta de que ella y los demás niños se habían quedado asombrados. Decidió tomar la iniciativa: atrapó un trozo de pergamino y una pluma, la mojó en el tintero y se puso a escribir. Una vez que Scorpia había demostrado que no pasaría nada, los demás de primero se pusieron a ello.
Scorpia tenía claro lo que quería escribir. Sobre su vida actual y su confianza absoluta en que la Scorpia del futuro lo seguiría haciendo todo bien. Fue la primera en entregar su trozo de pergamino doblado, en el que escribió su nombre con una floritura.
Miró a su izquierda a la chica que estaba garabateando con mala letra:
Rowena, esto es una pasada. Seguro que tú te habrás acostumbrado pero es una PASADA. No me quiero acostumbrar nunca.
A su derecha, Albus Potter escribía un parrafazo.
Para Albus.
El plan no está saliendo como previsto. Yo creo que el Sombrero Seleccionador se equivocó, porque mandó a Gryffindor al chico que iba detrás de mí. Seguro que iba con retraso de una persona, con lo viejo que es, yo creo que es posible. Espero que cuando estemos en séptimo ya hayas conseguido corregir el entuerto, porque papá me ha asegurado que era posible. Le voy a escribir luego para ver si puede hacer algo. Es Harry Potter, ¿no? O sea que debería. Creo que voy a ir a hablar con la profesora McGonagall, o Nev
–¿Qué miras?
Scorpia, sobresaltada, se echó atrás ante los ojos entrecerrados del chico. Levantó las manos.
–Lo siento.
Pobre chico. Ya se acostumbraría. Tenían siete años por delante.
Mención especial al pobre Albus que está más perdido que la una. ¿Qué os parece esta primera toma de contacto? Ya veréis todo lo que está por venir.
Los reviews son mi alimento, alimentadme plis.
Gui
SdlN
