Durante los últimos días que Rose estuvo en su casa, antes de volver a Hogwarts, la ansiedad fue una compañera de cuarto recurrente y demasiado omnipresente. Hugo y ella se habían vuelto más unidos durante los últimos meses, por lo que a veces, cuando notaba que Rose estaba demasiado pensativa, la sacaba fuera de la casa a dar paseos largos, en los que sobre todo evitaba mencionar la situación de Rose.

Ella amaba demasiado a su hermano, pero casi hubiera estado dispuesta a gritarle que por favor, por lo que más quisiera, dejara de dar rodeos al asunto. No servía de nada fingir que no había sucedido. Casi se cumplía un año, faltaban apenas unos meses, no más de dos, para que la fecha terrible que Rose estaba retrasando llegara, implacable.

Lo cierto es que aún estaba llena de temor. Pese al hermoso gesto que sus familiares habían tenido con Rose y Scorpius en Hogwarts, el jardín conmemorativo que habían hecho en los jardines para que ellos pudieran sentir que había un lugar de descanso para su hijo, había algo que aún no se despegaba por completo del corazón de Rose, una melancolía constante. Sólo Scorpius sabía que ella, a veces, lloraba por las noches mientras se duchaba, para evitar que alguien la escuchara a otra hora del día. Y sólo él sabía, porque la comprendía perfectamente, el miedo que se asentaba en su alma.

Ver cumplido un año de aquel terrible suceso y aún no lograr superar la tristeza. Sentirse estancada en aquel duelo por siempre. Y a la vez, tampoco quería salir de él. Sentía que si se olvidaba del dolor, estaría dejando ir para siempre a Antares.

Sí, por supuesto que ella sabía que Antares siempre estaría con ellos. Y sabía que probablemente no era la mejor decisión aferrarse al dolor. Sólo tenía tanto miedo. Había convivido con esa pena durante lo que ahora parecía una eternidad. Ansiaba, más que nada, liberarse de ello, y a la vez, más que nada, necesitaba agarrarse a eso.

Recostada en su cama, el último día antes del colegio, con el sombrerito de mago diminuto, gastado, entre sus dedos, Rose se preguntó si en algún momento las cosas mejorarían. Las vacaciones de verano, igual que las de primavera aquel año, habían sido absolutamente incómodas y angustiantes para ella. Habría deseado quedarse en Hogwarts durante todo el año, en aquel lugar tan privado que se había convertido en el rinconcito más frecuentado por Rose y Scorpius. Estaba ansiosa de volver. No soportaba ni un minuto más las náuseas que le provocaba la mirada de desaprobación y ansiedad que su padre le daba cuando creía que no estaba mirando. O la constante preocupación de Hermione de tener una hija descarriada. Hugo, al final, era su refugio mientras tanto.

El día de volver a Hogwarts por fin había llegado, después de lo que se había sentido como un siglo. Rose intentó que todo su cariño se vaciara en la despedida a sus padres. Ese era uno de los tantos momentos en que lo único que ansiaba era aquella aprobación nuevamente, ese amor que hasta hacía unos meses había creído incondicional. Besó a su papá en la mejilla, diciéndole lo mucho que lo quería e intentando no llorar ante la falta de ganas en los brazos de Ron al abrazarla, pero Hermione la despidió con un beso en la frente, como hacía todos los años, y eso bastó para que Rose subiera al tren con el corazón un poco más cálido.

Albus había apartado un vagón, y cuando el expreso partió, Scorpius no tardó en encontrar su camino hacia ellos. Aunque se habían visto varias veces durante las últimas semanas de verano, sobre todo en la casa de Albus, Rose lo extrañaba terriblemente. Y por la forma en que Scor sujetó su mano durante prácticamente todo el camino al colegio, podría decir que él también la había echado de menos. Albus no se inmutó. Durante el último año se había acostumbrado a las muestras de afecto de sus mejores amigos.

Rose estaba emocionada por el último año en el colegio. Estaba dispuesta a disfrutar tanto como fuera posible, incluso con todos los problemas que tenía que sortear en el colegio. Estaba el asunto de los profesores, cuya mayoría, incluido el profesor Longbottom, estaban profundamente decepcionados de su desempeño en clases el año anterior, y por otro, a pesar de que Rose y Scorpius raramente hacían caso en estos días, las constantes burlas de sus compañeros, especialmente a Rose, que se había convertido en una especie de paria social.

Aún así, volver a ver aquel lago reluciente, y los muros de piedra con esos ventanales antiguos, perfectamente otoñales… dio a Rose alivio, alegría y esperanza.

Ella intentó dormir esa noche, antes de permitirse visitar su espacio privado. Y Scorpius decidió dejarla reposar en la tranquilidad de su cama por unas horas, antes de despertarla temprano, temprano por la mañana, para que el vaho de la madrugada cubriera sus pasos desde el castillo hasta el jardín de Hagrid, hasta sus flores favoritas. Estaban verdes y relucientes en color por el verano. Rose y Scorpius se sentaron a contemplarlas mientras hablaban, antes de volver adentro y prepararse para sus primeras clases del año.