Ranma 1/2 es una obra cuyos derechos pertenecen a Rumiko Takahashi. Este fanfiction está realizado sin ningún ánimo de lucro y con el mero objetivo de divertir y entretener.

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Sueña conmigo

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—Háblame de ella.

Giro la cabeza muy lentamente, miro durante unos segundos a la mujer que tengo delante y doy un largo suspiro, me llevo la mano al rostro, cierro los ojos y con el dedo pulgar e índice frotó con fuerza el espacio entre la conjuntiva y el tabique nasal. No me duele la cabeza, es otro tipo de sensación, como si algo espeluznante se abriera paso en mi cerebro. Algo ajeno y aún así cálido acaricia mis pensamientos produciéndome un desasosiego que me dejaba sin respiración, al borde del llanto.

—No hay mucho que ya no sepas...

—¿La has vuelto a ver? —dice con interés, y yo meneó la cabeza cediendo a la evidencia.

—Sí.

—¿Y te ha dicho algo?

Niego, aunque no especialmente convencido. Siempre que me voy a dormir tengo la esperanza de no ser perturbado en mis horas más íntimas, en el descanso que tras un día de agotamiento tanto necesito, y sin embargo al final siempre aparece ella.

A veces en medio de la noche, otras en la duermevela, cuando ya comienza a despuntar el alba. Nunca habla, solo me mira, nuestros ojos se encuentran durante instantes eternos hasta que comienza a llorar.

Al principio es tenue, una respiración que se acelera, luego un lamento breve como el de un cachorro abandonado. Y después las lágrimas corriendo por sus blancas mejillas resbalan imparables mientras ella solloza cada vez más alto, hasta que se vuelve insoportable.

Yo me tapo los oídos, aprieto los párpados muy fuerte esperando que se vaya, y es entonces cuando despierto. Y en la soledad de mi cama la noche siempre es demasiado silenciosa, siempre escucho un pitido insistente y sordo que, estoy seguro, solo existe en mi cabeza.

Igual que ella.

—No habla, sólo llora.

—No deja de ser curioso que siempre sueñes con una persona que no conoces, ¿seguro que nunca la has visto?

—Créeme, si la hubiera visto, la recordaría —respondo entre dientes. Es un poco vergonzoso de admitir, pero la chica de mis sueños es guapa, muy guapa. Es un producto imaginario creado por mí, así que tampoco sería raro que hubiera recreado a mi mujer ideal, ¿verdad?

Aunque he de decir que jamás pensé tener un subconsciente tan detallista.

—Quizás deberías hablarle tú —sugiere mi terapeuta, estoy en una de nuestras sesiones semanales y lo cierto es que hace tiempo que no veo progresos. A pesar de eso no se corta lo más mínimo a la hora de clavarme la factura.

Estamos sentados en su cocina y tomamos café con las galletas de la marca más barata del supermercado. Con lo que le pago ya podrá estirarse un poco.

—No sé… —respondo dubitativo.

—¿Te da miedo? —mete el dedo en la llaga y yo la miro rencoroso.

—Puede.

Se echa a reír de forma escandalosa, a veces creo que es la persona menos empática sobre la tierra, no entiendo cómo se dedica a la psicología.

—Un hombre tan grande como tú tiene miedo de la chica de sus sueños.

—No es "la chica de mis sueños", sólo es la chica que aparece en mis sueños.

—Es lo mismo.

Gruño y me concentro en mi café.

—¿Y si no sabe hablar? ¿Y si grita? ¿Y si...?

—¿Desaparece? —aventura inclinándose sobre la mesa—. Entiendo que temas no volver a verla, pero no puedes seguir siendo un sujeto pasivo en esta historia.

—Te mueres de curiosidad, ¿verdad? Quieres saber qué ocurrirá. No lo dices por mí, lo dices por tí —ataco, y ella sonríe ladina sabiendo que me tiene contra las cuerdas.

—Claro, pero siendo honestos esos sueños no te hacen ningún bien. Desde que empezaron te sientes ansioso y no descansas. Además, es obvio que sientes algún tipo de interés romántico hacia ella y eso condiciona tus relaciones con otras mujeres.

—¡No es verdad! —protesto dejando de golpe la taza en la mesa.

—Si lo es, ¿por qué entonces no aceptaste salir con esa chica que te invitó a comer?

Vuelvo a gruñir y aparto la mirada cabreado. El caso es que no debería molestarme que se metiera en mi vida, para eso le pago.

—Estaba ocupado.

—Pues nada, sigue tirando tu dinero en venir a verme, como entenderás no me importa lo más mínimo. ¿Quizás es que te gusto? —pregunta con toda intención de ser hiriente, y lo consigue.

Por supuesto que ella no me gusta, pero hay algo… Tiene algo que me intriga, no sé decir qué es exactamente, pero me resisto a tirar de ese hilo.

—No me gustas de esa forma —respondo, y en contestación obtengo una nueva y brillante sonrisa.

—Mejor, no es ético que salga con mis pacientes.

—Vaya, ¿no será que el que te gusta soy yo? —contesto a su ofensa, y ella bebe café mientras ladea la cabeza.

—No te ofendas pero no eres mi tipo, los prefiero con la cartera más llena.

Y no me ofende, sé mejor que nadie que es una maldita materialista. Otra razón más para cambiar de terapeuta. Pago lo que le debo por la inutil sesión y salgo a la calle más pobre y con el mismo problema de sueño, aunque un poco más ligero después de compartir con alguien lo que ocurre en mi cabeza.

Ha comenzado a llover. Levanto las solapas de mi abrigo gris de lana y me interno en la tormenta, la noche cae antes de que llegue a mi apartamento.

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Me resisto a dormir aunque lo necesite con toda mi alma. Miro el reloj, es la una de la mañana y debo levantarme a las seis para iniciar el entrenamiento matutino. Me muero de cansancio, pero la ansiedad lo supera por mucho. No quiero verla, no quiero que esa chica, esa especie de fantasma siga rondándome con sus tristes lágrimas.

Me siento en el sofá de mi pequeño salón y enciendo la televisión. Están dando un programa repetido de variedades sobre el escándalo de una idol que ya no le importa a nadie. Lo miro sin interés con tal de pensar en cualquier otra cosa, la que sea.

Y sin saber cuando, vuelvo a dormir.

En el sueño ella me da la espalda. Me quedo quieto, casi aliviado, no soporto ver su rostro. Es tan hermoso que lo único que anhelo es correr hacia ella y consolarla del mal que la aflige. Pienso que al menos hoy me libraré de ese deseo, de esa pena que me empuja a mi propia perdición. Pero ella parece haberse percatado de mi presencia, se gira lentamente y ahí están esas malditas lágrimas. Me mira directamente, yo le devuelvo el gesto apenas un instante antes de apartar la mirada.

Ella comienza a llorar más fuerte, como siempre hace. Su pecho sube y baja entre hipidos de pánico, es puro desconsuelo. No lo soporto, no puedo seguir así.

—B-basta por favor —Le ruego avanzando un paso, ella no parece haberme escuchado, pues se ha llevado las manos al rostro y continúa llorando mientras sus hombros se sacuden—. Deja de llorar.

Avanzo otro paso e involuntariamente extiendo una mano, la alzo para tocarla, quizás para saber si no es un fantasma dentro de mi sueño. Con dedos temblorosos consigo agarrar su fina muñeca, la piel es caliente y suave. Ella se detiene súbitamente, deja de llorar y alza la vista. Contengo el aliento, jamás la he visto tan de cerca y la visión me abruma hasta el ahogo.

Su rostro es ovalado y sus cabellos negros lo arrullan como una noche sin luna. Sus ojos son dos gigantescos lagos de color oscuro, rodeados de larguísimas pestañas salpicadas de relucientes gotas que brillan como diamantes, y su piel es blanca como la crema. Sus labios están agrietados y sus mejillas asoladas por la sal de sus lágrimas. Es una preciosidad, una visión del amanecer.

—Por favor, no llores —repito sintiéndome arder de vergüenza, de puros nervios—. Yo… No lo soporto, no soporto verte tan triste.

Ella parece aún más sorprendida que yo. Mira mi mano anclada a su brazo, lo hace con intensidad, frunciendo el ceño. Se seca los restos de lágrimas del borde de los ojos.

—¿Quién… eres? —dice cauta, y en ese instante siento que voy a vomitar. Habla, puede hablar. Oh mierda, esta chica ha podido hablar todo el tiempo. Eso significa que soy un completo idiota.

—M-me llamo Ranma —tartamudeo sintiendo arder las mejillas.

—Ranma… —paladea mi nombre, quizás es la primera vez que lo oye, no suele ser muy común—. ¿Y qué haces aquí?

—¿Cómo?

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Ehh… No lo tengo claro —respondo, y de repente me percato de que aún no la he soltado. Aparto la mano de su piel de golpe, casi con un brinco—. Y tú… ¿Tú qué haces aquí?

Ella vuelve a mirarme ceñuda.

—¿No debería estar aquí?

—No he dicho eso, pero estarás de acuerdo en que es raro.

—Sí, eso es verdad. Es raro —dice mirando a su alrededor, como si por primera vez se diera cuenta de que no estamos en ninguna parte—. Creo que debería irme.

—¿Irte?

—Sí.

—¿A dónde?

—A otro sitio.

—¿Necesitas que te acompañe?

Ella sopesa la propuesta.

—¿Quieres venir?

—Sí —respondo sin más, entendiendo que ahora que ha dejado de llorar la encuentro cien veces más interesante que antes, mil veces más.

Ella comienza a caminar entre la caprichosa neblina, yo intento seguirla apartando de mi vista los nubarrones de oscuridad.

Y despierto.

El sueño nunca me ha parecido más cruel ni el ruido del televisor más molesto. Lo apago con rabia y me levanto dispuesto a meterme en la cama, me he quedado helado.

Me acurruco entre las colchas esperando que el sueño venga a buscarme de nuevo, que me deje regresar a ella y seguir sus pasos entre las brumas, pero apenas unos minutos después suena el despertador. Tengo la impresión de no haber dormido absolutamente nada, de haber pasado la noche caminando con la respiración contenida, buscando y buscando sin encontrar nada.

Cuando me pongo en pie me siento como si me acabara de atropellar un camión, el cansancio me aplasta, me convierte en una sombra encorvada y de mal humor. Aún así me obligo a avanzar, me obligo a alejarla de mis pensamientos.

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El entrenamiento ha sido atroz. Día a día me doy cuenta que mi estado mental está pasando factura a mi rendimiento. Sé que no puedo seguir así, que me estoy volviendo loco. Antes el brutal entrenamiento físico me ayudaba a concentrarme en lo importante, despejaba mi mente y alistaba mis músculos. Me convertía en una máquina bien engrasada, poderosa, imparable… quién podría haber imaginado que el no poder dormir, el hecho de encontrarme en una penumbra espesa, ahogándome en malas noches y pesadillas crípticas podría arrastrar todas mis aspiraciones hasta convertirlas en cenizas.

Mi maestro no está contento, y esta vez me temo que tiene razón. Si esto sigue así todos nuestros esfuerzos por alzarme con el título del campeonato nacional se verán enfangados. Todos los años de trabajo tirados por la borda.

—¡Estás distraído! —Me grita, ha terminado por perder la paciencia—. ¡Lento, atontado!

Yo le miro con el sudor empapando mi pecho, los jadeos del esfuerzo aún resoplando en mi pecho tras la paliza que acaba de darme.

—Últimamente no duermo bien —digo con un gesto de dolor, agarrándome el costado donde me ha dado un puñetazo descomunal. Es increíble que un tipo tan reseco y pequeño sepa golpear de esta manera.

—¡Bah! —deshecha mi excusa con un gesto—. No me tomes el pelo, conozco de memoria esos síntomas —Me da la espalda y toma su pipa de fumar. Es larga y fina, con una boquilla diminuta y dorada en la que suele aplastar el tabaco que compra al peso en el mercado. La enciende con una cerilla, lo cual es una temeridad teniendo en cuenta que el jodido dojô en el que entrenamos está hecho de madera.

Da una larga calada y expulsa el humo por las fosas nasales, como si fuera un dragón furioso.

—Es por una mujer —concluye. Yo he tenido tiempo de recuperarme y me sostengo en precario equilibrio sobre mis agotadas piernas.

—Estás senil, vejestorio —sonrío, aunque la duda se deja entrever en mi tono. El rostro de esa chica aparece ante mí, ahora sin lágrimas, mirándome atenta.

—Por hoy se acabó el entrenamiento, no puedo hacer nada contigo en estas condiciones. Haznos un favor a ambos y ve a suplicarle una noche de cariño, quizás así puedas volver a pensar con la cabeza.

—¡Ya te he dicho que no es eso! —protesto, pero él ha vuelto a dar una larga calada a su pipa y se aleja aparentemente desinteresado en lo que tenga que decir. Me desbarato en el suelo. Mierda de viejo. Mierda de entrenamiento. Y maldito sea, porque tiene razón.

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Apenas son las siete de la tarde y ya he cenado. Me he preparado un katsudon con mucha salsa, un tazón bien merecido en mi opinión. La noche cae silenciosa y tras una larga ducha me meto en la cama. Me he hecho una promesa, la promesa de no volver a huir. Soy un guerrero al fin y al cabo, no puedo seguir por este camino de perdición, debo enfrentar a lo que sea que me está pasando. Y porqué no, quiero volver a verla.

La emoción previa al encuentro hace que me cueste dormir. Me esfuerzo en cerrar los ojos y afortunadamente me siento tan agotado que no tardo en seguir la placentera sensación de sopor.

Estoy delante de una puerta. Qué raro, hasta el momento no había visto ninguna puerta. Ni siquiera sé en qué momento he llegado ante ella, ¿o es que ha aparecido aquí, sin más? Miro alrededor, la bruma se despeja y me deja ver las estrechas formas de un pasillo, la puerta de repente se enmarca entre las paredes, como si siempre hubiese estado así y fuera yo el incapaz de verlo.

Tomo la manilla y esta cede sin esfuerzo, atisbo conversaciones y susurros. Hay risas y sonido de vajilla. Abro y me asomo.

Parpadeo incrédulo, a mis ojos les cuesta entender lo que se muestra ante ellos. Estoy en la entrada de una cafetería. No se trata de una cafetería normal, tiene algo raro. Es como si hubieran despejado las habitaciones de un piso, tirado los muebles, arrancado las puertas y en su lugar hubieran situado mesas y sillas, manteles blancos, de cuadros y de flores. El lugar está lleno de mesas colocadas de forma anárquica y las conversaciones se superponen unas con otras. Doy un paso hacia el interior y varias personas me miran, detienen sus conversaciones y sus ojos se posan en mí.

Sonríen cómplices, cabecean con aceptación y regresan a sus conversaciones.

¿Qué ha sido eso?

Me fuerzo a caminar, ahora todos me ignoran y eso me reconforta. Camino por un pasillo, la pared está decolorada, antiguamente debía lucir en un color parecido al verde musgo, y en ella, figuras fantasmas de cuadros descolgados me devuelven el verdadero tono que alguna vez alguien pensó que se veía bonito.

Me asomo a otra de las habitaciones sin puertas, no puedo evitar pensar que esto debía ser el dormitorio de alguien. La sombra de un antiguo armario aún destaca contra el papel pintado de flores amarillas, viejo y sucio.

Cuatro personas conversan cerca de una esquina, sentados alrededor de una mesa, con tazas y cucharillas. Son jóvenes y viejos, de edades diversas. Detrás de mí escucho una voz infantil, una niña corre por el pasillo y lo atraviesa antes de que llegue a verla.

¿Qué sitio es este? Siento un escalofrío.

Y entonces la veo, ¿cómo no he reparado en ella antes? ¡Es la chica de mis sueños!

Se encuentra sentada, meditabunda en otra de las mesas dispares con una taza entre sus manos. Lleva un vestido bonito, verde y blanco, y espera. De alguna forma lo sé, me está esperando a mi.

Mis pasos me llevan irremediablemente hasta su orilla.

—¿Está libre? —pregunto señalando la silla que se encuentra frente a ella. Sus ojos dejan de estar perdidos, se posan rápidamente en mi. Y ahora, a la extraña luz de las lámparas gastadas veo que sus ojos no son negros, son marrones, de un color cálido, salpicado de motas doradas.

—Sí —dice mostrándome, por primera vez, una pequeña sonrisa. Contengo la respiración, reprimo la sorpresa—. Te estaba esperando —continúa tendiendo hacia mí una taza, la acepto fascinado.

—¿A mi? —pregunto sin perder detalle de sus gestos, se lleva un mechón de su negro cabello tras la oreja y le da un sorbo a su bebida.

—¿Te perdiste de camino?

—Tu te adelantaste —respondo contrariado—. Nunca había estado aquí antes.

—No hace mucho que llegué, hay veces que ni siquiera recuerdo el camino de vuelta.

—¿A este lugar? —pregunto de nuevo mirando con horror una mancha de humedad con forma de perro acostado que se encuentra en el techo—. ¿Vives aquí?

—Qué gracioso —dice con desdén, y de verdad piensa que le estoy gastando una broma y no que me encuentro tan fascinado como confundido—. ¿Qué eres?

—¿Cómo dices? —respondo, y sus ojos me miran con impaciencia.

—Que a qué te dedicas —repite, ¿soy yo o esto parece una cita a ciegas? Parpadeo incómodo.

—Yo… soy artista marcial. Estoy entrenando para un campeonato.

—¿En serio? Me encantan las artes marciales, las practico desde niña —Sus ojos se estrechan como rendijas, sospechando —. ¿De dónde eres?

—Nací en Kansai pero el año pasado me mudé a Tokyo. Mi maestro regresó de China, y yo le seguí.

—¿Vivías en China?

—Sí.

—¿Y sabes hablar chino?

—¿A qué vienen tantas preguntas? —inquiero, y no es que me resulte molesto su interés, o que en realidad sea una parlanchina con una curiosidad aterradora, pero creo que estamos perdiendo el punto importante—. ¿Puedo preguntar yo algo?

Ella pestañea, confundida.

—Supongo que sí.

—¿Por qué llorabas? —digo conteniendo el aliento, mirándola sin pestañear, y ella parece incómoda, acaricia la taza que tiene entre sus manos.

—Pensaba que no querías hablarme —contesta abochornada, con una expresión de pena infinita—, me sentía muy sola en ese lugar.

—E-es que yo… pensaba que no sabías hablar —tartamudeo tratando de excusarme, eso parece divertirla y suspiro aliviado, viendo que regresa a ella la sonrisa tímida en sus perfectos labios. Me sonrojo como un maldito adolescente delante de la chica que le gusta, me sudan las palmas de las manos—. A partir de ahora te hablaré, lo haré siempre.

—Qué bien, no sabes lo que me alivia saberlo.

—Tú prométeme que no volverás a llorar —digo, y ella ladea la cabeza, como si lo estuviera pensando seriamente.

—Hay veces que no puedo evitarlo, simplemente ocurre. No puedo librarme de la tristeza.

—¿Y por qué estás triste?

—No lo recuerdo —frunce el ceño—. Pasó algo… algo que me hizo sentir mal.

Contengo la respiración y comprendo que quiero abrazarla, necesito estrechar entre mis brazos a esta desconocida, a la preciosa chica triste. Sus ojos se cuajan en lágrimas, soy un estúpido.

—Podemos ir a pasear —aventuro levantándome de la mesa—. Podemos ir a ver el cielo, a tomar el aire.

Ella me mira condescendiente.

—¿Qué dices? ¿Qué cielo?

—Ahí fuera; que nos golpee el viento, el sol… La lluvia.

—¿Fuera? —vuelve a preguntar, sus manos agarrando el bajo de su vestido, arrugadas en fuertes puños. Toda ella tiembla, es pura frustración, su rostro una máscara de dolor—. Yo no puedo salir de aquí.

Despierto.

Estoy jadeando, mi pijama lleno de sudor a pesar del frío de la habitación. El despertador suena histérico, lo apago de un golpe seco. Me levanto de la cama, me duele la cabeza. Y por extraño que parezca lo recuerdo todo, como si de verdad me hubiese pasado la noche hablando con ella en ese lugar.

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—Hablasteis —repite mi terapeuta lentamente, se inclina sobre mí para asegurarse que no miento, que cuento la verdad, ¿es que tendría algún sentido mentir a la persona que debe arreglarme la cabeza?

—Sí —asiento convencido.

—¿Respuestas lógicas?

—Más bien preguntas. Estaba muy curiosa respecto a mi.

—Interesante… Creo que eso podría significar un marcado narcisismo en tu carácter, nada que no sepamos ya —concluye encogiéndose de hombros, y aún así anotando todo en una libreta—. ¿Y qué cosas quería saber?

—Pues parecía como si estuviéramos en una primera cita…

—Oh.

—No, no. No de forma romántica, solo conociéndonos. Quería saber a qué me dedicaba, de donde era, cosas normales.

—¿Cómo reaccionó cuando se lo dijiste?

—Muy interesada, dijo que a ella también le gustaban las artes marciales, que las practicaba desde pequeña.

—Una chica convenientemente ideal. Hecha a tu medida.

—Bueno, supongo, es mi sueño. Aunque también dijo algo raro.

—¿Raro?

—Dijo que le había pasado algo triste, y que no podía salir.

El silencio se apodera de la conversación, mi psicóloga entrecierra los ojos y baila su pluma estilográfica en su mano derecha, pensativa.

—¿Será una representación de algún trauma de tu infancia? Según dijiste, tu madre te abandonó siendo aún un niño.

—Ella no me abandonó, me fui de viaje de entrenamiento con mi padre.

—De tu padre mejor hoy no hablamos. Pero debió dolerte que ella renunciara a ti tan fácilmente, ¿recuerdas algo de tu madre?

—Esa chica no es mi madre —gruño ofendido, mi terapeuta resopla con fastidio.

—¿Cómo lo sabes si apenas la recuerdas? Sería una explicación plausible, podríamos avanzar algo si enfocáramos el asunto hacia ese tema.

—Te digo que no es mi madre, ¡no tengo… esos deseos por mi madre!

—No serías el primero que…

—Quizás debería cambiar de terapeuta —murmullo hastiado, ella sacude la cabeza.

—Bien, de acuerdo, ella no es tu madre. ¿Entonces quién es?

—No lo sé, para eso te pago.

Nos observamos hoscos, a veces dudo de que realmente tenga un título y no se trate de una estafadora que de igual forma podría haber abierto una sala de juego ilegal en un sótano. De hecho eso le pegaría bastante más. Sus ojos me escrutan y frunce los labios. Me siento incómodo, así que aparto la mirada.

—De acuerdo, entonces voy a darte instrucciones y necesito que las sigas. Quiero detalles. Si vuelves a hablar con ella interésate por su vida, que te diga los libros que ha leído, donde estudió o si tiene familia. En algún punto tu propia inventiva claudicará y empezará a darnos detalles sobre qué es lo que enfrentamos. Y apúntalo todo, no te olvides de ningún detalle.

—Bien, deberes —rezongo, aunque lo cierto es que me reconforta que ella me crea, que me señale los pasos, la dirección a tomar.

Salgo de la consulta sintiendo algo parecido al alivio, el entrenamiento de hoy ha vuelto a ser nefasto, aunque el maestro parecía menos enfadado. Me apresuro por las calles deteniéndome a comprar comida en un restaurante cercano, necesito dormir, necesito verla.

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En el sueño estoy de nuevo frente a la puerta.

El mismo pasillo mohoso, el mismo lugar oscuro que se abre hacia ese extraño piso-cafetería. Hoy nadie me mira, perciben mi llegada como un hecho normal, de repente convertido en cotidiano. Veo a las mismas personas que la noche anterior, son las mismas caras aunque… echo en falta algunos rostros, y hay un par nuevos.

Me adentro por el pasillo, hasta la mesa donde ella se encontraba. Suspiro de alivio al verla de nuevo, sola y con su taza entre las manos. La sostiene pensativa, hasta que se percata de mi presencia. Noto en su rostro cierto deje de molestia. De alguna manera esa ligera muestra de enfado despierta mi curiosidad, se sigue viendo preciosa, es más, se me antoja absolutamente irresistible.

Tomo asiento en la silla de enfrente, esta vez sin pedir permiso. Y sin pretenderlo me encuentro sonriendo como un estúpido.

—¿Por qué estás tan contento? —dice ella a la defensiva, ha dejado su taza y se ha cruzado de brazos, molesta.

Yo me encojo de hombros, esto es un sueño así que no tengo motivos para mostrarme indeciso o tímido, en mis sueños puedo ser tan atrevido como quiera. Tan arrogante y osado como jamás podría con una chica de carne y hueso.

—Tenía muchas ganas de verte —confieso, y aún a pesar de todo me siento morir de vergüenza ante sus ojos marrones, duros y enojados.

—¿Ah, sí? —dice haciéndose la dura—, ¿has venido a disculparte por decir disparates?

—Si te molestó algo de lo que dije entonces sí, te pido perdón.

—Sólo lo dices porque no quieres que siga enfadada —dice ella apartando el rostro en un gesto encantador.

Tiene razón, ni siquiera sé qué fue lo que dije que le molestó tanto. ¿Es que acaso no puede ver más allá de lo que yo lo hago? ¿Quizás no sabe que soy yo quien sueña, quien decide? El pensamiento me perturba, sobre todo porque entiendo que un encarcelamiento así molestaría a cualquiera. Al menos a cualquier persona real. Me aclaro la garganta y recuerdo que tengo trabajo, si quiero saber lo que me está pasando antes debo saber quién es ella.

—¿Tienes nombre? —pregunto intentando pasar página, dejar atrás su enfado. La pregunta la golpea con fuerza.

—Por supuesto que tengo nombre, ¿qué te has creído? —contesta indignada, sin poder creerse lo que acaba de oír.

—Y… ¿cuál es?

—No pienso decírtelo —dice cabezota, apretando el nudo de sus brazos, Yo jadeo como si acabara de recibir un puñetazo en la boca del estómago.

—¿Qué? ¡No puedes hacer eso!

—¡Hacer el qué!

—¡Negarte a contestar a mis preguntas! —exclamo perdiendo los nervios y levantándome—. ¡No deberías!

—Oh, pues fíjate cómo lo hago. Es más, no quiero volver a hablar contigo.

—¿Eh?

—Vete —dice tomando su taza y pareciendo mucho más interesada en su bebida que en mi.

—N-No voy a irme, necesito… Quiero saber cosas sobre ti —Me encuentro exigiendo, y ella ni me mira, es más, hace todo lo que puede por ignorarme activamente, pero no se mueve de la mesa—. Por favor.

Sus ojos vuelven a caer sobre mí en un gesto amenazante que hacen que retome mi silla y me sienta diminuto en su presencia. Tiene carácter y es orgullosa. Lo anoto mentalmente.

—Vale, pero sin preguntas raras —dice apartando la vista, esquiva, pero sin abandonar la mesa. Algo dentro de mi grita victorioso, sonrío para mis adentros sabiendo que ella, en el fondo, también desea esta interacción.

—Sin preguntas raras, bien —asiento pensando rápidamente en algo vago, una pregunta inocente pero que pueda aportar información—. ¿A qué te dedicas? —pregunto nervioso.

Ella medita un instante.

—Soy profesora en un instituto.

—¿De veras? Seguro que tienes mucho éxito entre los alumnos, pareces muy joven.

Ella sonríe de forma pícara, he dado en el clavo.

—Es mi primer año, y los adolescentes siempre andan con las hormonas revueltas.

—No me cabe duda —sonrío tomando una taza que se encuentra a mi alcance, hago amago de beber el té que creo que contiene, miro hacia el fondo y descubro que está vacía. Alzo una ceja y veo a la chica frente a mí, sostiene nerviosamente su taza, vuelvo a mirar alrededor. No he visto a una sola camarera en este extraño lugar.

Pero lo dejo estar, ella parece perdida en sus recuerdos con una expresión de plácida felicidad.

—Se pasan el día persiguiéndome por los pasillos —continúa—. "Señorita Tendô, no entiendo este ejercicio", "Señorita Tendô, necesito clases de apoyo", "Señorita Tendô, mi nota en este examen es injusta". Son encantadoramente agotadores.

"Tendô". Mierda. Ahí está el fallo.

Aprieto los dientes sintiendo un frío helado en mi interior, las tripas retorcerse llegando a una conclusión en absoluto satisfactoria.

—Sí, lo entiendo —asiento estoico en contrapunto a su expresión soñadora.

Ella me observa y su expresión cambia.

—¿Ocurre algo? —pregunta de forma inocente, yo niego.

—No, es solo… Es que conozco a alguien que se apellida igual que tú.

Ella se lleva una mano a los labios, como si acabara de darse cuenta de su transgresión, aparta la mirada enfadada consigo misma, pero después vuelve a fijar esos enormes ojos en mí, ligeramente entrometida.

—Qué curioso. No es habitual.

—No, no lo es —digo enfurruñado.

—¿Cómo se llama?

—¿Cómo te llamas tú? —contraataco en cambio.

Ella se yergue en la silla, me mira ruda y esquiva mi mirada.

—Creo que no quiero que lo sepas.

—¿Por qué? —inquiero—. Yo te dije mi nombre.

—Sí, lo recuerdo. No debiste.

—¿Por qué? —repito.

—¿Cambiaría algo? En este lugar nadie necesita nombres —susurra inquieta, y no lo entiendo por más que lo intente. No entiendo dónde estamos ni qué es esto. No entiendo quién es ella. No entiendo qué es ella.

—No puedo dejar de pensar en tí —confieso sin embargo, sin razón ni vergüenza, siento las mejillas ardiendo mientras sus ojos como la miel me escrutan sorprendidos—. No consigo sacarte de mi cabeza.

Sus mejillas también se sonrojan de forma adorable, mira hacia su regazo donde retuerce la tela de su vestido entre las manos antes de dirigirme una nueva mirada esquiva.

—Eso no está bien —dice—. Quizás tengas novia o…

—No hay nadie, solo tú —interrumpo de forma abrupta, ella se queda muy quieta y después se levanta, yo la imito pensando que pretende escapar, que quiere huir de esta conversación y de mis estúpidos sentimientos.

—Ni siquiera me conoces —gime, y puedo ver sus ojos cuajados en lágrimas, en esas lágrimas que yo mismo le pedí que no volviera a derramar.

—Déjame conocerte.

—Eso es imposible.

—Tú… ¿Tienes a alguien? —pregunto tentativo, ella parece dudar.

—Tenía a alguien… —dice taciturna—. Y luego vine aquí, no sé ni cuánto tiempo llevo atrapada en este lugar.

—Yo te ayudaré a salir —prometo, aunque no tenga ni la más mínima idea de cómo hacerlo—. Ven conmigo —Le tiendo la mano, y ella duda, la mira entre lágrimas antes de tomar mis dedos con un jadeo.

Tiro de ella, la estrecho entre mis brazos y la siento contra mi. Su corazón latiendo rápido como el de una liebre, su piel pálida y aún así caliente, sus lágrimas humedeciendo mi camisa.

—Ranma —susurra, y mi nombre entre sus labios hace que la cabeza me de vueltas, que el pulso se dispare en mi garganta—. Quiero ver el sol, quiero ir a pasear.

—Bien, entonces iremos de paseo por la playa. Te compraré un helado y después comeremos en una terraza, donde el sol nos llegue más.

—Suena como una cita —dice en un ronroneo, suspira dejándose llevar por el momento, estoy en el cielo, lo rozo con los dedos.

—¿Te gustaría? —pregunto muerto de nervios.

—Sí, tengamos esa cita —Y desaparece entre mis brazos.

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Despierto estúpidamente abrazado a mi almohada. ¡Joder, justo en la mejor parte! Intento regresar, intento volver pero es imposible, apenas resta una hora para que amanezca y no puedo dormir. Aún siento su maravilloso calor, el tacto de su estrecha cintura entre mis brazos. Inspiro intentando serenarme, hasta que recuerdo aquello que dijo, precisamente ese apellido.

Tendô.

No es posible que sea casualidad. Me obligo a salir de la cama, a darme una ducha. Pondré una excusa para no ir a trabajar, hay algo mucho más importante que ocupa mis pensamientos. Necesito ir a verla.

Sé que es temprano, y conociendo su horrible temperamento me mandará a la mierda o peor, pretenderá cobrar un extra, pero me da igual. Salgo de casa con mi ropa deportiva y comienzo a trotar, quiero que parezca casual y al mismo tiempo entiendo que es imposible. Que nadie cuerdo se presenta en casa de su terapeuta a las ocho de la mañana.

Me planto en el lugar jadeando, he cubierto la distancia en menos de treinta minutos. Llamo al timbre y espero impaciente, al ver que no abre insisto. Me da tiempo a calmar mi respiración, a pensar en algo inteligente que decir.

Mi psicóloga abre la puerta al rato y entiendo que algo no va bien. Lleva el mismo traje que la última vez que hablamos, arrugado y algo descolocado, nada que ver con la imagen de absoluta perfección que muestra siempre. Sus cabellos están lacios y despeinados, tiene ojeras, pero lo peor de todo son sus ojos: Es obvio que estaba llorando.

Me siento un imbécil al entender que ella, quizás, también tiene problemas. Que no deja de ser una persona normal.

—No sé qué haces aquí a estas horas, pero hoy no doy citas. Vete a dormir, Saotome.

Su voz suena resquebrajada, como hojas secas aplastadas. Sé que no lo dice con mala intención, pero suena ofensivo. Aún así asiento, no puedo meterme en su vida personal, mañana intentaré llamar por teléfono y hablar con su secretaria.

.

..

En el sueño ella no está.

Recorro desquiciado las habitaciones del piso, mirando una y otra vez las caras grises, difuminadas. Las habitaciones de horribles papeles pintados, descascarillados, las manchas de humedad. Pregunto por ella a un par de personas, quienes me miran con extrañeza, quizás con condescendencia. No la recuerdan, o hacen como si no lo hicieran.

—Es lo normal —dice un hombre, no puedo averiguar su edad—. Nadie pasa mucho tiempo aquí.

Niego, no lo entiendo. Nada de esto tiene sentido.

Salgo por la puerta y afuera solo encuentro ese espacio grisáceo, como si el cielo estuviera lleno de nubes, como si el suelo se extendiera por las paredes. Me encuentro gritando en soledad.

—¡Eh! ¡Oye! ¡Chica triste! ¡Me debes una cita! —chillo a la nada, y después echó a correr. Ella debe estar aquí, solo que aún no se donde. Siempre está, siempre vuelve.

Tiene que estar.

..

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Dos días después me he transformado en un miserable. Las noches se han convertido en una tortura, cuando consigo dormir despierto agotado, con la sensación de haber estado toda la noche corriendo, buscando como un desquiciado. Las ojeras en mi rostro no engañan a nadie.

El día en el gimnasio en el que me pagan por impartir clases se hace eterno y monótono, y al caer la tarde apenas encuentro fuerzas para arrastrarme hasta el durísimo entrenamiento de preparación para el campeonato regional. Mi maestro vuelve a pegarme una paliza y esta vez me voy con varios e importantes moretones, e incluso cojeo de un pie. Por no hablar del rapapolvo y la bronca.

Además, no he podido adelantar la maldita cita con mi psicóloga. Esperar un día más va a terminar conmigo, aunque por otro lado… Por otro lado, confesarle lo que he averiguado me llena de vergüenza.

Ceno de forma ligera e intento alargar todo lo posible el momento de meterme en la cama. Veo una película, hago unas cuantas flexiones, miro mi teléfono y consulto las redes sociales. Cualquier cosa con tal de no sumergirme temprano en la desesperación de no poder verla.

¿Pero y si esta noche es diferente? ¿Y si hoy es el día en el que nos volvemos a encontrar?

A regañadientes y sintiendo el peso de los párpados me arrastro hasta la cama, y el sueño me engulle.

..

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No quería volver, así que no he vuelto.

De alguna manera entiendo que yo no estoy atrapado en ese extraño lugar, soy algo así como un invitado ocasional, un turista en un sueño entre sueños.

Y sin embargo, el ser consciente de su abandono, el no verla frente a mí en el sueño despejado que no es ninguna parte me hace temblar. Me hiela la sangre y resquebraja mi corazón.

¿Es que acaso no voy a volver a verla? ¿Es que su existencia se limitaba a hacerme entender que mi vida real estaba vacía? ¿Qué me queda?

Pero espero, ¿si no que más? Es mi sueño, así que la espero en la extraña vigilia que embarga mi sentidos dormidos. Intento soñarla otra vez, pero no funciona así.

Ella siempre vino y fue sin que mi voluntad mediara, sin que pudiera hacer nada por impedirlo. Ella existe aparte de mi psique, la creé sin pensar, no puedo invocarla a voluntad.

—Ranma.

Es un susurro directo a mi interior, alzo la cabeza veloz, buscando, como un lobo olisqueando a una pieza en el bosque.

—Ranma.

Repite, sé que es ella, sé que me necesita.

—¿Tendô? —pregunto comenzando a caminar hacia ningún lugar, y antes de entenderlo estoy corriendo, corro a toda capacidad intentando alcanzar una voz que solo suena para mí—. ¡Tendô! —grito, no la alcanzo, no puedo alcanzarla.

—¡Ranma! —exclama, pero esta vez la oigo justo detrás de mí.

Me giro y ahí está, la chica de mis sueños me mira angustiada, jadea como si ella también me hubiera estado persiguiendo.

El alivio que siento es tan grande, es tan inmenso que no puedo evitar estrecharla entre mis brazos con demasiada fuerza. Tengo miedo de que desaparezca, tengo miedo de que mi propio sueño se vaya, ¿no es absurdo?

—¿Dónde te habías metido? —le recrimino, y sé que es la tontería más grande que ha salido por mi boca, ella gime, siento sus brazos rodear mi cuello y solo ese gesto me hace sentir como si flotara. Hay una bandada de mariposas en mi estómago, hay un agujero inmenso en mi corazón.

—No lo sé —dice, su voz amortiguada sobre mi pecho—. No lo entiendo, creo que… Creo que casi desaparezco.

La abrazo aún más fuerte, intentando reconfortarla, entiendo que está asustada. Yo también lo estoy.

—No te vayas, no desaparezcas —me encuentro rogando, sintiendo lágrimas en los ojos, el pecho compungido mientras entierro el rostro en el hueco entre su clavícula y su cuello—. Por favor, te necesito.

Sus manos se crispan, las siento en mis hombros, ancladas a mí con pavor.

—Ranma, he recordado algo —dice con voz trémula, yo alzo la mirada, me alejo solo un poco para mirar sus hermosos ojos repletos de lágrimas—. Fue él, él me empujó. Y ahora no me deja salir.

—¿Él? —repito frunciendo el ceño—. ¿Quién?

Ella me observa infinitamente triste, sus labios se arquean en un sollozo reprimido. Sus manos se enredan en mis cabellos y tira de mí hasta que me encuentro con sus labios.

Sus dulces y salados labios, que tiemblan y me buscan como su único consuelo. No protesto, por supuesto que no.

Alzo las cejas en respuesta, con sorpresa y algo parecido a una exclamación atorada en mi garganta, ella se separa bruscamente de mí, avergonzada.

—N-no debí, lo siento, lo siento, lo siento —dice llevándose las manos al rostro, intentando ocultarse, pero sigue llorando, solo que ahora, además, está completamente abochornada.

—Ah —respondo demasiado conmocionado para articular cualquier otra cosa.

Sus lágrimas me rompen, el miedo que siente me conmociona. Que me haya besado es un fenómeno sencillamente inexplicable.

Intento ordenar los acontecimientos, pero desisto, porque ella me necesita, eso es todo lo que importa. No tengo que entender su dolor, no tengo que dilucidar sus problemas, todo eso le pertenece, y si quiere, me encantaría que también me perteneciera a mí, pero mientras tanto me necesita.

—Tendô —susurro bajito, lleno de intenciones, apartando dulcemente las manos de su cara, intentando que abandone la vergüenza—. Te prometí sacarte de aquí, te prometí un paseo bajo el sol. No lo he olvidado.

Ella reprime un sollozo y asiente, quiero curarla, quiero librarla de todo ese mal que la aqueja.

—Me gustas, Tendô, me gustas muchísimo —confieso, y puedo asegurar que es la maldita primera vez que me declaro en mi vida, y lo he hecho en un sueño, a una chica que no existe. A un amor que yo mismo he creado, alguien que me necesita.

Aún así me sonrojo furiosamente mientras ella me mira igual de azorada, encantadoramente bella vestida con un sencillo vestido blanco.

—¿De veras? —pregunta sorbiendo—. ¿Por qué?

—Porque tienes una sonrisa preciosa —respondo sin pensar, acariciando sus mejillas con mis pulgares, retirando los restos de humedad.

Y guarda silencio, sus mejillas rosadas, sus manos aferradas a mis antebrazos, sus ojos fijos en los míos, dos profundos pozos de desesperación.

—Ranma… Sálvame —suplica, y siento el picor de las acuciantes lágrimas.

—Dime qué tengo que hacer —contesto rotundo.

—No lo sé —responde frustrada—. Me cuesta mucho pensar —dice llevándose una mano a la cabeza—. Lo siento, lo siento…

—No tienes que disculparte por nada —Le recuerdo acunando su bello rostro, intentando que me mire, que preste atención—. Cuando lo sepas, dímelo.

Asiente trémula, ya no hay restos de lágrimas en su rostro, pero aún jadea agotada. Oh, si yo pudiera consolarla, si me diera la oportunidad de…

—Quiero besarte —digo con el anhelo bailando histérico en mis dedos, en la punta de mi lengua, ella da un respingo, y no entiendo por qué se sorprende cuando ya le he confesado todo lo demás. Es mi sueño, ella es mi sueño. Entrecierra los ojos y se ofrece. Maldita sea, lo hace de forma deliberadamente encantadora mientras se pone de puntillas. Alza el cuello, pronunciando unas palabras que fulminan mi cordura.

—Yo también quiero besarte —susurra. Y yo caigo. Caigo con la inevitabilidad de quien se sabe cautivo de un embrujo. La beso con el fervor de un adolescente, y ella me responde hambrienta, con sus manos pequeñas asidas a mi.

Es un sueño, solo es un sueño. No debería sentirme así, no debería… Y sin embargo la siento real, más que ninguna otra mujer con la que haya estado.

Mis manos arrugan la tela de su vestido, sus manos recorren mis brazos hasta mis hombros y vuelven a bajar. Ahoga una exclamación. Sonrío sabiendo que le gusta lo que adivina bajo la ropa.

Nuestros labios chocan, se entrelazan húmedos. Ella sabe a todos los placeres, a todos los desvelos. Siento su tristeza soterrada, aislada de su franco anhelo de contacto. Ella no me ama, no de la misma manera en la que lo hago yo.

Ella necesita mi contacto para no sucumbir a la oscuridad que le persigue. No sé cómo salvarla, pero podemos tener esto. Podemos ser esto en mis sueños.

La tumbo en mi cama, me mira, observa alrededor. Parece confundida, pero no permito que se distraiga. Mis manos acarician sus piernas, palpan sus rodillas, elevan su vestido con veneración. Toco con las manos plenas, aprieto sus muslos hasta su trasero y la escucho gemir.

Oh, joder. Dejo de besarla un instante, embebido en esos soniditos gloriosos que salen de su boca.

—Tendô… —paladeo con voz ronca, ella me besa, entierra las manos en mis cabellos en un impulso que me hunde, y cedo descubriéndome listo, me empujo contra ella haciéndola gemir de nuevo, suelta mi boca con los ojos repletos de brillos. Tan hermosos, mil veces más hermosos que llenos de lágrimas.

—Akane —dice mientras me observa, mientras sus uñas se clavan a mis costados.

—Akane —repito lento, tortuosamente consciente de que sus caderas se retuercen contra las mías en una cadencia perfecta, de que su pelvis sigue mi ritmo, como los golpes de un tambor—. Akane. Me encanta tu nombre.

Ronronea, se muerde los labios. No puedo contenerme y no lo hago.

—Akane —paladeo cada una de sus letras—-. Akane… —recorro el camino de su largo cuello, reparto besos húmedos en su piel, en sus clavículas, en sus hombros mientras bajo las tiras de su vestido. —Akane —Me desvisto, la desvisto y la reclamo superado por mi afán.

Toda ella es suave, me envuelve a su alrededor como una flor, con la levedad de un sueño, con la gravedad de una pesadilla. Me hundo y salgo, subo y bajo dominado por mis más terrenales deseos. Ella me mira con sus ojos castaños llenos de dorados, es gloria pura. La sostengo contra mí, hundo mi dedos en su preciosa y blanca piel, la siento temblar en la lujuria de nuestro pecado.

El pensamiento se desvanece mientras jadeo sobrevenido por los espasmos, se siente tan bien, tan bien… Tan jodidamente bien.

Caigo agotado sobre ella, sonriente y complacido. Me recuerdo que esto es un sueño, uno de esos pervertidos que hacía tanto que no me asaltaban. Akane también resuella, intentando recuperarse.

La abrazo, atraigo su menudo cuerpo contra mi pecho mientras la cubro con las sábanas. La miro mudo, pleno y feliz. Ella sin embargo parece avergonzada.

Se tapa la cara en un gesto que adoro.

—Soy una pervertida —confiesa compungida, y yo rio.

—Entonces yo también.

—No, tú no.

—¿No? —alzo una ceja lleno de buen humor.

—No, tu no tienes la culpa de que yo… —Me mira de forma intensa—. Es igual.

—Dímelo —insisto acomodándola entre mis brazos, no quiero despertar, no quiero que esto termine.

—No tienes la culpa de que te sueñe así —confiesa apenada, ante lo que yo frunzo el ceño.

—¿Que me sueñes?

—Que te sueñe tan idiota y tierno, tan perfecto para mi. Da igual, no puedes entenderlo —dice frustrada con un hondo suspiro.

Y no lo entiendo. No lo entiendo.

—Akane… —Las palabras salen ásperas de mi garganta mientras mi ceño se frunce hasta lo más profundo—. Soy yo el que sueña contigo.

Contiene la respiración, asustada.

Despierto.

Parpadeo confuso, dolorido. Estoy en el mismo lugar, solo que la cálida presencia de su cuerpo desnudo apretado contra el mío ha desaparecido. Intento incorporarme y me doy cuenta de forma absolutamente bochornosa que tengo una mano dentro de los pantalones.

Oh mierda.

La prenda está pringosa de forma indecente. Me limpio como puedo y me tambaleo hasta el baño donde intento recuperar algo de dignidad con una ducha. El sueño ha sido tan intenso que aún persisten sus efectos, la conversación que hemos mantenido me rezuma por el cerebro. No puedo más, necesito saber qué está pasando.

Termino el aseo y me visto rápido tras tomar un escueto desayuno. Camino con pasos decididos y firmes hacia el piso de mi muy ocupada psicóloga, pero hoy no me iré, pienso sentarme muy amablemente en su sala de espera y no moveré el culo de allí hasta que no me atienda.

Ahora conozco su nombre. Estaba asustada. Ella… ella quiere que haga algo, necesita mi ayuda.

.

..

Cuando llamo al conocido timbre no pasan de las nueve de la mañana. Y es sábado.

Tarda un rato, pero finalmente abre la puerta. Me observa con un fastidio difícil de disimular.

—Vuelve el lunes —dice—. Haremos sesión doble.

—No puedo esperar al lunes, tiene que ser ahora —contesto como un desquiciado, ella lleva ropa cómoda, se rasca la mejilla y asiente de forma pesada, abriendo por completo la puerta e invitándome a pasar.

Le agradezco con un cabeceo y me apresuro al interior. Me retiro el abrigo.

Ella suele recibirme en su despacho o en la cocina, a veces hablamos sin más mientras observamos el pequeño jardín de su casa unifamiliar. No es una seguidora de viejos métodos, y eso me gusta. Me indica que le espere en la cocina, tomo asiento en un taburete alto y tras un rato aparece con su consabida libreta.

—Supongo que quieres un café —dice mientras toma un par de tazas, yo asiento mientras recibo la bebida caliente, parece recién hecho.

—Siento molestarte, pero es una emergencia.

—Oh, no te preocupes, no tenía una cita agendada hasta las 11 y podría haberme aburrido haciendo cosas tan poco necesarias como la colada, o doblar calcetines… No me quedan calcetines, ¿sabes?

—De veras que lo lamento.

—No importa, te pienso cobrar doble —sonríe de medio lado—. Dime, ¿qué te ha tenido tan inquieto?

Y de repente no sé por dónde empezar. Siento un nudo que se aprieta, un puño en mi estómago.

—He vuelto a verla varias veces.

—Ajá, ¿hiciste lo que te pedí?

—Sí.

—¿Y bien?

—Tiene… personalidad. Es terca y orgullosa, además es profesora en un instituto.

—Vaya —dice impresionada, su bolígrafo no para de rasgar el papel—. ¿Recuerdas algo más?

A lo lejos escucho el retumbar de una inminente tormenta. Miro por la ventana, el cielo gris anuncia algo, ominoso e imparable.

—Tuvimos… Sexo —confieso azorado, ella alza la mirada un instante de sus apuntes antes de volver a ellos con una caligrafía rápida e insidiosa.

—¿Y fue bien?

—Más que bien.

—Ummh… —Sus labios se aprietan en una línea, sé que no está contenta—. Entiendo que te sientes satisfecho respecto a esta "relación", pero al mismo tiempo sabes que no es real, ¿verdad? Solo te estás poniéndo cómodo para no tener que enfrentarte a tus problemas reales. Y eso me recuerda… ¿Por casualidad has vuelto a saber de tu padre?

Que la parta un rayo. Odio ese jodido tema, y además no tiene nada que ver con esto.

—No he venido a hablar de mi padre.

—Lo sé, pero recuerda que fue ese acontecimiento el que dio inicio a los sueños.

Eso es cierto, y al mismo tiempo no lo es. Llevo teniendo sueños extraños desde los dieciséis años, pero hasta el momento nunca había conocido a nadie dentro de ellos. Siempre había neblinas, sombras… pero ella apareció hace apenas unas semanas, no tiene nada que ver con mi padre.

—Ese "tipo" al que le viene grande el nombre de padre casi me mata, prefiero no volver a mencionarlo.

—Pero fue un accidente.

—¡Un accidente a causa de un entrenamiento extremo! Estuve tres días en coma en un hospital rural de China, casi me muero —repito indignado la historia que ya se sabe de sobras.

Mi psicóloga apunta un par de palabras y luego las subraya.

—Quizás la conociste entonces, mientras estabas en el hospital —apunta—. Quizás ella es el único buen recuerdo de aquel acontecimiento traumático, y tu cerebro interpreta que…

—No —La interrumpo cansado de tanta diatriba—. No, es así. Me dijo su nombre.

Mi psicóloga alza las cejas y abandona por completo sus apuntes. Expectante.

—Tendô —suelto de golpe, sin paños calientes.

Ella parpadea lento, la veo tomar su taza de café. Le tiembla la mano.

—¿Tendô? —repite mientras su ceño se frunce—. Es poco habitual.

—Lo sé.

—Y dijiste… que es profesora en un instituto —continúa—, y que le gustaban las artes marciales.

—Sí.

—Creo que nunca has llegado a describirla físicamente —dice dejando su taza, ahora evita mi mirada.

Trago saliva.

—Es muy bonita. No es alta y tiene complexión atlética, a veces me parece que está demasiado delgada. Lleva el pelo negro y corto, más corto que el tuyo. Y sus ojos son enormes y preciosos, de color marrón claro.

Las manos de mi psicóloga están sobre la mesa, apoyadas de forma anormal. Toda ella es rigidez.

—¿Y su nombre?

Entiendo que temo responder, que la tormenta se acerca, que sus preguntas me conducen a un lugar inhóspito.

—Akane —susurro sintiéndome extrañamente avergonzado, sin saber por qué.

Ella pega un respingo, pero se recupera de inmediato. Me mira unos instantes antes de cerrar su cuaderno. Toma aire.

—¿Cuánto quieres? —pregunta, yo la miro y alzo una ceja.

—¿Cuánto?

—Dinero —aclara como si yo fuera idiota—. Es a eso a lo que has venido, ¿no? La verdad es que tengo que admitir que te has esforzado, en serio, bravo. Jamás pensé que nadie en su sano juicio me tomaría como víctima de una estafa, pero fíjate, aquí estás.

—No entiendo lo que…

—Es ahora cuando me dices que lo harás de forma altruista, vamos, no abandones tu papel —se levanta impaciente y se cruza de brazos—. Si busco tu foto en el archivo de la policía, ¿estarás en la carpeta de videntes y mentalistas? ¿O en la de estafadores de mujeres?

—¿De qué demonios estás hablando?

—Fuera de mi casa. Ya —dice señalando hacia la salida, y yo me pongo en pie, alterado.

—¡Si es por tu apellido, te juro que no me siento atraído por tí! —trato de explicarme, porque entiendo que debe haberle resultado un detalle muy violento.

—¡Que te largues!

—¿P-pero qué he hecho?

—¡Fuera! ¡Voy a llamar a la policía si no te marchas, pedazo de desgraciado pervertido! —estalla abriendo la puerta de par en par. Pero yo sigo sin entender qué demonios es lo que está pasando, ni por qué se ha puesto de esa forma cuando le he dicho su nombre…

—¿Por qué piensas que quiero estafarte? —razono mientras doy pasos lentos hacia la puerta, escucho las gotas de lluvia golpear el pavimento de la calle. He olvidado mi abrigo—. ¿Cómo podría hacerlo?

Ella me observa mortificada, saca el teléfono de su bolsillo y hace lo que ha dicho que iba a hacer, llama a la policía.

—Agente, hay un estafador en mi casa y temo que se ponga violento, ¿puede mandar una patrulla?

—¿Violento? —repito incrédulo.

—Sí, les espero —cuelga y vuelve a mirarme—. Será mejor que te largues antes de que lleguen.

—¡No voy a irme porque no he hecho nada!

—Yo no llamaría "nada" a investigar a mi familia, y además tener el jodido descaro de decir que te has acostado con mi…

Se calla, su mandíbula se pone rígida, pestañeo. De pronto la pieza que faltaba encaja en el imposible puzle de mi cabeza. Es como un golpe, me da tan duro que siento que me he quedado sin aire.

—La conoces —jadeo incrédulo, abriendo los ojos, tirando de los párpados hasta que los siento tensos—. ¿¡La conoces!? ¿Existe? ¿¡Ella es real!?

—¡FUERA! —grita perdiendo los nervios, intentando cerrarme la puerta en las narices, pero mi fuerza física es por mucho superior, y estoy demasiado consternado.

—¿Quién es? —digo perdiendo los nervios, agarrándola por los hombros y zarandeándola—. Nabiki, necesito saberlo. ¿Es de tu familia? ¿Dónde está? ¡CONTÉSTAME! —estalló, pero sobre todo ruego, mi frustración resbala por mis poros, se derrama en mi torrente sanguíneo en forma de adrenalina pura.

Una patrulla de la policía aparca en la puerta, pero no les dirijo la mirada, ella sin embargo me ve con lágrimas de rabia, aprieta los dientes en un gesto de ira y dolor.

—Vas a lamentarlo —farfulla, y justo en ese momento siento las manos de los agentes tirando de mi, apartándome de Nabiki.

Mis manos se aflojan, la lluvia me empapa, no escucho sus reclamos, solo la veo a ella, y sus ojos… esos ojos. Debería haberlo entendido mucho antes.

—¡No te resistas! —chillan a mi oído, y me arrastran hacia el coche patrulla, podría defenderme pero me encuentro demasiado consternado. Me ponen unas esposas y uno de los agentes me empuja por la cabeza para que me meta de una vez. Pero no he terminado, ahora lo entiendo, tengo una promesa que cumplir.

—¡Necesita ayuda! —grito desesperado—. ¡Ella me pidió que la salvara!

Nabiki se gira y hace ademán de entrar en su casa.

—Dijo… ¡Dijo que él la empujó! ¡Dijo que no la deja salir! —boceo con toda la fuerza de mis pulmones, tratando que me escuche a través de la lluvia y las sirenas de policía.

Se detiene, los agentes me empujan dentro del coche y cierran la puerta con un suspiro de agotamiento.

Pego las manos esposadas a la ventanilla mientras siento el corazón saltando en mi pecho desesperado, y de repente Nabiki está ahí, empapada, mirándome con ojos desquiciados a través del cristal.

Toma la manilla y abre la puerta sin escuchar las protestas de los agentes.

—Repítelo —susurra, y yo sólo puedo observarla lleno de inquietud.

—Me dijo que él la empujó.

La veo temblar antes de componer una sonrisa desquiciada que dirige a los incrédulos policías.

—Me he confundido —dice—. ¿Pueden soltarlo, por favor?

.

..

El coche de mi psicóloga es caro y nosotros estamos empapados, pero a pesar de que estamos echando a perder la tapicería ella no protesta.

Conduce rápido, con la mirada espídica. Yo muevo una rodilla nervioso, me tiemblan las manos.

—Lleva poco menos de un mes allí —dice de corrido, respirando de forma entrecortada—. ¡Ese jodido hijo de puta! —acelera rabiosa.

Mis manos se empuñan apretando la tela de mis pantalones.

—Tu hermana —jadeo, porque sólo hace cinco minutos desde que he descubierto que la chica de mis sueños es una persona de verdad. Akane Tendô existe.

Me echaría a reír si no estuviera a punto de perder la cabeza.

Y de pronto Nabiki agarra el volante con una mano, se mete la otra en el bolsillo de su pantalón y me tira su teléfono móvil tras desbloquearlo.

—Hay fotos —dice con los labios apretados, y yo no puedo más que agarrar el aparato con reverencia y abrir la galería.

Ahogo una exclamación al verla por primera vez, tan hermosa, tan real. Siempre estuvo cerca de mi.

—Oh Dios —Se me escapa al borde de las lágrimas. Es ella, ella sonriendo, ella comiendo un helado, ella en la playa. Ella de la mano de un tipo alto, con sonrisa perfecta y bien vestido…

Miro a mi psicóloga con un velocísimo movimiento de cuello, necesito saberlo.

—Es su novio —dice como si pudiera leerme el pensamiento—. Y también su médico.

Mi pensamiento se despeja, a la sorpresa le sigue una especie de sospecha. Un malestar que se extiende poco a poco por mi sistema.

—Tuvo un accidente, se cayó por las escaleras y se dio un mal golpe en la cabeza. Él la encontró. Desde entonces no despierta —aprieta el volante hasta que se le blanquean los nudillos, su expresión es una máscara que anuncia violencia.

—Fue él —digo sin dudarlo.

—Lo sospechaba —asiente con las cejas tan fruncidas que dudo que vea bien la carretera—. Cuando viniste a verme el otro día acababa de llegar del hospital.

La observo tenso aguardando su relato.

—Discutí con ese psicópata, le dije que quería una segunda opinión. Se puso histérico echándome en cara gilipolleces en su jerga, le amenacé con llamar a la policía… Y apenas dos horas después nos avisaron del hospital diciendo que Akane estaba a punto de morir.

Doy un respingo, siento que me quedo sin aire, ella niega como si quisiera echar afuera todo pensamiento que la distraiga de su relato.

—¿¡Pero ahora está bien!? —pregunto como un imbécil. Nabiki toma la salida de la autopista sin usar los intermitentes. Las gotas de lluvia golpean grueso contra los cristales.

—Se recuperó gracias a la brillante y oportuna intervención del doctor. Qué conveniente, ¿verdad?

Y yo recuerdo algo, su ausencia que casi me arrastra a la locura.

—Ella me lo dijo… No la encontré en mis sueños y cuando regresó dijo que había estado a punto de desaparecer.

Nabiki me echa un rapidísimo vistazo antes de volver a fijarse en la carretera.

—Si todo esto es un puto engaño, juro que te mataré —dice de corrido, yo me hundo en mi asiento.

—El único que va a morir es ese bastardo —gruño en voz baja, la amenaza escapa de mis labios tan natural como el aire que respiro. Fijo mis ojos en la carretera, deseando que el camino termine, que nuestro destino aparezca de una maldita vez. Y no tardo en ver cumplido mis deseos.

El hospital aparece entre edificios con sus luces mortecinas y su rígida fachada. Nabiki aparca ocupando dos plazas de forma poco civilizada. Se baja, la sigo.

—¿Cuál es el plan? —pregunto alcanzándola a grandes zancadas, porque a pesar de ser mucho más bajita que yo camina a toda velocidad.

—¡Ese tipo no se separa de ella, le está haciendo algo! Si le dejamos fuera de juego puede que…

Aprieto los puños y me crujo los nudillos.

—Dalo por hecho —digo mirando firme hacia delante.

Nabiki se mueve con la facilidad de quien sigue un camino aprendido, yo la secundo como un fiel guardaespaldas, y en pocos minutos estamos delante de una puerta amplia y pulcra.

—¿Preparado? Crearé una excusa, tú solo… —duda, con los labios apretados—, ya sabes.

Y la abre. Jamás he sentido el corazón tan apretado en toda mi vida, contengo la respiración y me sostengo contra el marco de la puerta mientras se perfila ante mi una habitación bien iluminada, con ventanales altos y paredes ocres de aspecto acogedor. Y en medio una cama.

Mi psicóloga se adentra sin miedo, pero yo me quedo allí, quieto como un auténtico imbécil.

No puedo apartar los ojos de ella. Me cuesta tanto mover las piernas que me parece que sigo sumergido en el sueño, que si la toco desaparecerá.

Está más delgada y pálida, bajo sus ojos se adivinan marcadas y amoratadas ojeras. Los labios resecos, las manos laxas. Un tubo de oxígeno pegado a su diminuta nariz, media docena de cables con extraños goteros hasta sus brazos.

Miro por primera vez a Akane, y entiendo. Ella está ahí y a la vez no está. Ella solo sueña.

Me acerco a paso vacilante sintiendo las lágrimas al borde de los ojos. Quiero agarrar su mano, quiero decirle que voy a cumplir mi promesa de salvarla, de llevarla a ver el sol.

A su lado reconozco a ese tipo, el mismo de la fotografía. Viste una bata blanca y se encuentra leyendo con actitud relajada, ocupando la butaca que hay junto a su cama. Levanta la vista de su libro, nos escruta con sospecha.

—Sólo se permiten visitas de los familiares —dice señalándome con el mentón, desafiándome. Nabiki le ignora y se sienta al borde de la cama, junto a ella.

—Akane, he traído a Ranma —dice inclinándose sobre ella—. Él tenía muchas ganas de verte.

—He dicho que…

—Es un buen amigo de Akane —Le interrumpe —. Tiene derecho a visitarla.

—¿En serio? No he oído hablar nunca de él —dice alzándose y acercándose un par de pasos con las manos metidas en la bata. Es unos centímetros más alto que yo, lo cual no me impide mirarle como si le fuera a partir todos los dientes.

—¿Y te extraña que mi hermana no te hablara de su mejor amigo de la infancia? Asúmelo Kuno, eres un pirado del control. Jamás la habrías dejado mantener una amistad con un chico tan guapo.

El aludido se gira consternado, la mira temblando de ira antes de tomarla conmigo, justo lo que quiero.

—Fuera de la habitación, el riesgo de infección es altísimo. ¡Akane está muy grave! —dice con voz implacable, imponiéndose en altura.

Yo le observo furibundo, Nabiki sin embargo sigue tomando la mano de su hermana, sus ojos desesperados prendidos en la frágil muchacha.

Quiero ir, quiero tocarla. Tengo que salvarla.

—En realidad… —interrumpo encogiéndome de hombros, con lo que espero que tome como un gesto desenfadado y no por pura histeria—, éramos mucho más que amigos. Nos veíamos a menudo: paseábamos, tomábamos café… Yo la escuchaba. Me habló de ti, y dijo que quería dejarte.

Pega un respingo, sus ojos amenazan con salirse de sus órbitas.

—¡Mentira! —estalla en un gesto que no me esperaba en alguien tan aparentemente sosegado—. ¡Es mentira! ¡Ella jamás se acercaría a un don nadie como tú!

—¡Kuno, basta! —grita Nabiki más alto de lo necesario.

—Por eso la empujaste por las escaleras, ¿verdad? Descubrió quién eras en realidad, y se asustó demasiado. Ella te dejó, por eso intentaste matarla —adivino apretando los dientes lleno de profunda y palpitante rabia.

Sus manos me agarran por el cuello de la camisa china, está poseído, parece un loco. Me estrella contra las altas ventanas que iluminan el dormitorio y hago un gesto de dolor al sentir el golpe.

Los cristales se desprenden como una cascada, siento uno de ellos enterrarse en mi hombro y crujir, el estruendo espantoso y el palpitante dolor llenan mi cabeza. La ventana se astilla por el colosal empujón y deja paso al cruel viento de la tormenta, las gotas de lluvia se mezclan con la sangre que cae por mi torso.

Escucho a Nabiki gritar, y esta vez lo hace de verdad. La rabia lo tiñe todo de rojo.

Empuño mi mano derecha y golpeo.

No se lo espera, y aunque parece en forma él no es un artista marcial. El poderoso gancho le embiste en la mandíbula, y el gusano se bambolea aturdido cuando comienzan a llegar muchas más personas.

"Akane" —pienso intentando alzarme entre el barullo para ver a la chica de mis sueños. El viento me empuja en su busca, la lluvia se cuela por todas partes.

Ese tipo no ha caído. Su sangre se derrama como petróleo desde sus narices, denso y asqueroso, resaltando sobre su impoluta bata blanca.

—¡Socorro! —chilla intentando frenar la hemorragia—. ¡Llamad a seguridad!

Y entiendo que pretende huir.

—¡No volverás a tocarla! —escupo mirándole a los ojos, doy un paso hacia él a la vez que me quito un pedazo de cristal que se había quedado clavado en mi hombro. Ni siquiera me duele, lo tiro con desprecio ante su incrédula mirada. Lo veo temblar, me teme y hace bien.

Atisbo a Nabiki por el rabillo del ojo, se encuentra protegiendo a Akane mientras intenta dar explicaciones a varias enfermeras. Kuno observa la escena espídico.

—No… tú no… Vosotros no podéis hacerlo. ¡Akane y yo nos amamos! —dice alternando la mirada desde la cama hacia mi, y de nuevo a la cama.

Aprieto de nuevo los puños, me da igual los testigos, se que estoy dispuesto a seguir golpeándolo hasta que se me caigan las manos.

Kuno se abalanza sobre mí desquiciado, intenta empujarme. Su miedo rebosa por todas partes, sabiéndose atrapado. Las voces de toda la gente que ingresa en la habitación se conviertene en un barullo ininteligible.

—¡Te mataré! —exclama mientras sus manos manchadas de sangre intentan que mis pies se muevan hacia el ventanal, pero me siento más firme que una roca, le miro como el desgraciado que es y armo un nuevo puñetazo antes que la seguridad del hospital se eche sobre él.

—¡La ha estado drogando! —escucho a Nabiki incriminarle sin separarse del borde de la cama—. ¡Es un psicópata!

Los minutos siguientes son un caos. La habitación de Akane es un desastre y la seguridad del hospital no solo se lleva a ese tipo, si no que después vienen a por mí, y yo me dejo conducir manso como un corderito, sin avergonzarme un ápice de mi comportamiento.

Me alejan de ella, me interroga la policía, y finalmente aparece alguien con vendas que termina declarando que necesito puntos. Para cuando quiero darme cuenta estoy con Nabiki interponiendo una denuncia en la comisaría, han detenido a Kuno después de realizarle a Akane unas pruebas de drogas. Yo espero que ese cabrón no vuelva a salir de una celda en mucho tiempo, pero en el momento en el que lo haga… Tengo por seguro que voy a ir a darle una cálida bienvenida.

Termino conociendo al padre de Akane y a su hermana mayor en el pasillo del hospital. Ambos lloran mientras Nabiki les pone al día de los acontecimientos. Me miran reticentes, afortunadamente mi psicóloga evita explicaciones acerca de experiencias oníricas y me presenta como un amigo de Akane. ¿Es eso lo que soy? ¿Su amigo?

Una de las nuevas doctoras que la atiende nos informa que le están administrando antídotos, pero que su organismo puede tardar unos días en reaccionar. Nabiki parece quedar satisfecha e insiste para que me vaya a casa, pero yo soy incapaz de estar más tiempo lejos de su presencia. No quiero seguir soñando, quiero pasarme la noche en vela, esperando su regreso.

La han cambiado a una nueva habitación prácticamente igual que la anterior, y yo tomo asiento en el sillón que hay junto a su cama, haciéndome con el espacio que antes ocupaba ese desgraciado. En un acto lleno de atrevimiento acaricio los dedos de su mano, y los siento débiles, fríos. Aprieto los dientes.

No. No quiero que me encuentre así, sumido en necia impaciencia. Quiero que me conozca, quiero ser ese amigo que he dicho que soy, quiero…

Un momento. ¿Y si para ella solo ha sido un sueño? Uno de esos que se olvidan al despertar, abrumado por los primeros rayos del alba. ¿Y si no sabe quién soy? ¿Y si sólo me mira confusa?

La impaciencia deja paso al fatal augurio, y entiendo que es más que posible que así sea. Una presencia no querida, un tipo raro y desconocido, mirándola inclinado desde un sillón junto a su cama.

Tampoco lo quiero así.

Las respiraciones se vuelven rápidas, necesito aire. Salgo al pasillo y me derrumbo abrumado, quiero entrar, quiero salir.

Y allí encuentro a esa mujer. La representación humana de la virtud, de todo lo bueno. La hermana mayor de Akane me sonríe y apoya una mano sobre mi hombro.

—¿Cambio de turno? —dice sin que asome ni un ápice de agotamiento en su rostro, la miró como si fuera un ángel, quizás lo es—. Ranma, ¿verdad? Creo que es mejor que te marches a casa. Si ella despierta… Cuando despierte —Se corrige rápidamente—, te avisaré.

Entra en la habitación decidida y yo me quedo allí como un perfecto imbécil.

.

..

Tengo un mensaje.

Es de Kasumi, dice que hace apenas una hora ha abierto los ojos, pero que aún se encuentra muy adormilada. Siento alivio, también una tremenda alegría. Y nervios, todo revuelto como el desayuno en mi estómago.

Esta noche no he soñado nada.

Simplemente he dormido con la ayuda de unos cuantos analgésicos para la herida del hombro.

Voy a trabajar como en un día cualquiera, entreno con mi maestro sin que le importen lo más mínimo mis heridas recientes y a la salida, después de una paliza y una buena ducha, compro flores.

Dos girasoles. Los miro sintiéndolos tan inadecuados como yo mismo, y camino, corro hacia el hospital. Y siento las manos temblar de anticipación.

Con la bolsa de deportes al hombro y el pelo aún húmedo me enfrento a una puerta diferente, a la que la guarda de verdad en cuerpo y alma. En un arranque de timidez intento relajar los hombros, me echo hacia atrás el pelo, me muerdo los labios. No soy un cobarde.

Tomo aire, llamo brevemente y abro la puerta, me asomó discretamente para contemplar una escena en la que soy un extraño.

Ella continúa en la cama, igual de pálida y débil que ayer, pero sus ojos están abiertos, y sonríe débilmente mientras toda su familia la rodea y le toman las manos entre lágrimas de alegría.

Algo se encoge dentro de mí cuando Nabiki alza la cabeza, percatándose de mi presencia. Me sonríe de forma cálida, jamás le he visto esa expresión. Le susurra algo al oído a Akane, y veo sus ojos enormes hacer contacto con los míos, siento como si me atravesara un rayo y me quedo en el sitio, tieso como una estatua, sin poder respirar.

—Vamos a buscar algo de comer —dice la mayor de las hermanas, levantándose y sonriéndome también. El padre de Akane no hace más que llorar de manera escandalosa, pero cuando pasa junto a mi me da una fuerte palmada en un hombro, justo en el que tengo la herida. Aguanto una mueca de profundo dolor.

Los tres salen de la habitación y cierran la puerta tras ellos. Yo no puedo dejar de pensar que debo parecer un imbécil, allí quieto, con los girasoles apretados en una mano.

—¿Son para mi? —escucho la voz débil y áspera salir de su preciosa boca.

Doy un respingo, siento la misma sensación de caída que cuando me habló en el sueño por primera vez.

—¡Si! —exclamo sonrojándome hasta las orejas, me acerco un paso y miro hacia el sillón junto a su cama, no sé si debería…

La observo por el rabillo del ojo, y la palidez de su piel hace que el sonrojo de sus mejillas sea maravillosamente evidente. Le tiendo las flores, levanta las manos para recibirlas, pero entiendo que le cuesta un mundo, lleva demasiado tiempo sin usarlas.

Las pongo en su regazo, ella me sonríe radiante.

El nudo en mi estómago se aprieta hasta asfixiarme.

—Nabiki dijo que saliste herido de la pelea —continúa mientras acaricia suavemente los pétalos y aparta sus ojos de mi.

Yo cabeceo restándole importancia.

—No es nada.

—Eres real… —continúa siguiendo un hilo de pensamiento ajeno a nuestra conversación—, no te soñé.

—Ah, yo… Yo pensaba que era el único que…

—Qué vergüenza —Su vista está fija en los girasoles, cierra los ojos absolutamente abochornada—. Mi comportamiento no fue… pensaba que era solo mi sueño…

—¡N-no tenemos que hablar de eso! —interrumpo gesticulando de forma nerviosa, porque es cierto, no tenemos que hablar de lo que ocurrió en un sueño, aunque fuera tan perfecto y maravilloso.

Ella sigue sin mirarme, sus manos asidas a las flores.

—Gracias por ser mi amigo allí, gracias por rescatarme —dice temblando, y yo me dejo caer en el sillón con un profundo suspiro.

—No tienes que darlas, en todo caso de haberlo averiguado antes llevarías semanas fuera de aquí.

—Aún así no sé cómo agradecértelo.

Trago saliva, precisamente no quiero que lo haga, No quiero agradecimiento de ella, ni que sienta que me deba algo, yo con ella no quiero deudas. Quiero conocerla de verdad, quiero una cita, un paseo bajo el sol. Quiero verla correr lejos de esta jodida cama de hospital.

—¿Puedo venir a verte? —pregunto sin embargo, ella pega un respingo y sus ojos color chocolate vuelven a enfrentarme.

—Sólo si tú quieres hacerlo —dice dubitativa, no me puedo creer que piense lo contrario.

—Entonces vendré todos los días —declaro firme, y un silencio lleno de incomodidad se abre entre nosotros, me aclaro la garganta, me pongo en pie—. Te dejo descansar.

—Ah, vale —dice inclinándose hacia delante, sus finos brazos tiemblan mientras endereza la espalda—. Ranma…

Un estremecimiento me recorre de arriba a abajo al escucharla decir mi nombre, hasta se me escapa un vergonzoso jadeo que intento disimular con un carraspeo estúpido.

—¿Si?

—Las flores son preciosas —vuelve a sonreírme, y yo trago saliva entendiendo que ella va a ser mi absoluta perdición. Que si en el sueño me pensaba enamorado, en el mundo despierto voy a convertirme en su entregado guardián.

—C-come algo, estás demasiado delgada —respondo sin embargo, dando pasos de espalda, buscando la puerta a tientas—. A-adiós.

Y salgo, respiro tan agotado que apenas y me tengo en pie. Me tambaleo atontado hacia la salida del edificio, con una sonrisa imborrable en mi cara.

.

..

—Solo un paso más —Me encuentro diciendo, ella me mira agarrada a las barras paralelas, apretando los dientes y con grandes surcos de sudor en su frente, intentando que sus piernas terminen de despertar. Apenas lleva en pie dos días y ha hecho enormes progresos.

Hasta sus médicos le recomiendan que se lo tome con más calma, pero ella es tan cabezota que se pasa las horas en el gimnasio, tirando de pura fuerza de voluntad. Y yo, por supuesto, me he ofrecido a acompañarla.

Akane mueve los pies despacio y frunce tanto el ceño que parece que me vaya a pegar un buen grito por mi insistencia. Camina, y cuando llega al borde de las barras sonríe triunfal, yo también lo hago.

Si sigue así en pocos días le darán el alta.

—¡Ah! —protesta cayendo directa a mis brazos.

La agarro, pero no con la dureza que me gustaría. Me mira a los ojos, con sus manos asidas a mis brazos.

Sonrió nervioso.

—Te siguen fallando las piernas… —murmuro sin querer romper el contacto.

—Un poco —jadea agotada.

—Puedo llevarte a tu habitación.

Duda un instante, pero después asiente. La alzo en brazos sin ningún problema, es toda piel y huesos, pero poco a poco va recuperando las energías. Comienzo a caminar ruborizado por el largo pasillo, ella se agarra a mi cuello y reposa la cabeza en mi hombro, si está tratando de seducirme alguien le debería advertir que ese camino ya lo tiene bien asfaltado.

—¿Estás comiendo bien? —pregunto mientras siento su respiración suave en el cuello—. Sigues demasiado delgada.

—Como todo lo que me dan, pero de todas formas, ¿cómo estás tan seguro de que he perdido peso? —dice con curiosidad.

Yo alzó una ceja, repentinamente me siento con ganas de jugar.

—Tienes razón, pero tuve un sueño… y recuerdo muy bien esas piernas mientras me rodeaban la cintura.

Ella se estremece y la veo sonrojarse con la boca abierta, después me golpea en el pecho, más débil que un gatito.

—Pervertido —susurra, y yo sonrío en silencio con la batalla ganada. Entro en su habitación empujando la puerta con el hombro y la deposito en la cama.

—Ponte bien, necesito cumplir una promesa —concluyo, y ella me dedica una pequeña sonrisa.

.

..

Apenas unos días después, Akane se marcha a su casa. Me envía la dirección y yo casi pego un brinco al descubrir que queda muy cerca del dojô en el que entreno con el pirado de mi maestro.

No sé si es educado pasarme por allí todas las tardes, pero Kasumi me recibe con sonrisas y té, y el señor Tendô insiste en hablar conmigo de artes marciales.

A Akane le gusta sentarse en el engawa que rodea la casa, la comida de su hermana le está sentando de maravilla y está recuperando su figura y el color en la piel.

Ya camina casi sin ayuda, y dice que está deseando comenzar a correr por las mañanas. También dice que quiere verme entrenar y practicar conmigo.

—Mañana es sábado —digo cuando nos estamos despidiendo, ha insistido en acompañarme a la puerta, y lo ha hecho sorprendentemente estable. Se yergue orgullosa de sus propios avances.

—¿Tienes planes? —dice con un poco de tristeza en su voz, como si tenerme todo el día metido en su casa no fuera suficiente.

—Quiero que vayamos a pasear —declaro, y no se porque me sonrojo, cuando es más que evidente que estoy loco por ella—, una cita —añado, como si quedara alguna duda.

Akane me mira azorada y asiente lentamente mientras una gigantesca sonrisa asoma en su perfecta boca. Últimamente no para de regalarme esas sonrisas, y yo me siento ahogado de calidez ante todas y cada una.

Trago saliva ante la visión que me ofrece y me fuerzo a alejarme.

No puedo, no puedo. Llevo demasiado tiempo queriendo gritarlo, deseando estrecharla entre mis brazos. Avanzo tembloroso, ella me mira atenta. Me acerco lo suficiente para que Akane tenga que alzar la cabeza, expectante ante mis actos.

Y yo, como un valiente y aterrorizado bueno para nada deposito un beso en su mejilla, ella me observa muda, después me muestra un gesto osado, lleno de exuberante determinación.

—No tengo claro si estás siendo prudente o solo te muestras tímido —dice sin más. Yo jadeo ofendido.

—¡S-soy tímido! —me excuso enrojeciendo.

—No te recuerdo tímido.

A este juego pueden jugar dos.

—Mira quien fue a hablar —ataco viéndola enrojecer.

Akane se muerde los labios en un gesto que acabo de averiguar que me encanta.

—Nos vemos mañana —dice cerrando la puerta.

.

..

Camina lento, pero lo hace estable y llena de satisfacción. Yo le he ofrecido mi brazo en varias ocasiones, el cual rechaza amablemente. Ahora la que se muestra tímida es ella.

Hemos tomado el tren bien temprano, y en este momento nos encontramos cerca de la costa, en una playa con el mar picado y grandes olas. No hay sol. En su lugar sopla un viento desapacible, una tormenta en ciernes. Y sin embargo Akane se deja mecer por el viento salado y las diminutas gotas de lluvia que mojan su rostro y el hermoso vestido que se ha puesto. Me arrebujo en mi abrigo con fastidio, solo había una cosa que quería: un día cálido aunque fuera en invierno, y ni eso me sale bien. Sin embargo ella cierra los ojos y sonríe.

—Gracias por todo, Ranma —dice bajito, aspirando el aire—. Llevo tiempo intentando entenderlo, tener el valor de hablarlo contigo, pero es confuso.

La observo, su rostro saludable, su cabello hermoso y brillante. Su expresión sin rastros de debilidad. Asiento despacio.

—No he vuelto a soñar —digo mirando hacia el mar—, creo que solo pude encontrarte porque tú deseabas con toda tu alma ser encontrada.

Akane parece pensárselo ladeando la cabeza.

—Me sentía tan sola y triste. Tú no solo me encontraste, me sacaste de allí.

Y ella no lo sabe, quizás nunca llegue a hacerlo, pero en realidad con su llanto, con toda esa tristeza que cargaba, en cierta manera me rescató a mi. Me salvó de una vida sin sentido. Akane me dio un por qué.

Suspiro de forma audible.

—No estás en deuda conmigo —insisto de nuevo, porque odiaría que ella estuviera tolerando mi presencia por eso. Akane me mira con lágrimas en los ojos, lo cual me hace pegar un brinco. Esa expresión otra vez, la agarró por los hombros con urgencia—. ¿Te encuentras mal? ¿Te llevo a casa?

—Eres idiota —responde sin embargo agachando la cabeza—, qué debes pensar de mi…

—¿Qué?

—No le quería —confiesa sin mirarme, y siento que sostengo su peso con mi agarre—, solo insistió tanto que accedí a salir con él, y cuando quise dejarlo…

—No tienes que darme explicaciones —La interrumpo apremiante, ella aprieta los dientes y alza su mirada anegada de brillantes lágrimas.

—¿Aún te gustó? ¿A pesar de todo?

Me quedo sin habla, enrojezco y mis manos tiemblan mientras la arrastro a un fuerte abrazo. Y una vez la tengo prisionera descubro que no me salen las palabras, que soy un torpe.

—¡S-si! —exclamo sin atreverme a mirarla, a salir de la incipiente tormenta—. ¿Y yo… te gusto?

Ella se retuerce entre mis brazos, siento mis labios temblar mientras su expresión sonrojada me escruta.

—¿No lo sabes?

Me paralizo como una estatua. Ella agarra mi mano, la enlaza con la suya mientras el viento revuelve sus ropas de forma violenta. Miro sus labios a un solo suspiro, esperando.

—Deberíamos regresar —digo por encima del ruido del viento, en sus ojos solo veo decepción, y me odio por ello. Soy un maldito cobarde con demasiado miedo a cumplir mis sueños.

Con sus dedos engarzados entre los míos caminamos contra el fuerte vendaval hasta la estación de tren, donde varias personas atienden a los enfadados viajeros.

Al parecer se acerca un tifón con vientos huracanados y los trenes no volverán a circular hasta que cese. Miro a Akane, quien a todas luces está haciendo un esfuerzo colosal por seguir en pie.

Mis dedos se aprietan aún más fuerte entre los suyos.

—No hay más remedio, tendremos que pasar la noche aquí. Vamos a buscar un hotel —Le digo, ante lo cual ella parpadea adorable mientras sus mejillas se tornan rosadas.

Lo digo firme, pero desde luego no me siento así en absoluto.

Salimos hacia afuera y me peleo por un taxi. Cuando paramos uno, Akane se recuesta en el asiento, agotada, y yo suspiro sintiéndome un afortunado imbécil. Me tiemblan las piernas mientras doy indicaciones de que nos lleven a algún alojamiento bueno por la zona.

Puestos a tener una primera cita en un hotel, que al menos merezca la pena.

El taxi se adentra en la montaña que franquea la playa, y de pronto nos encontramos frente a un onsen tradicional. Sería una idea maravillosa si no estuviera diluviando. Bajamos, y el escaso camino vale para calarnos hasta los huesos.

—Míralo por el lado bueno, seguro que somos los únicos clientes —sonrió nervioso, y ella me devuelve el gesto.

—Me encantan los onsen —dice mientras terminamos de dar los datos en la entrada y una amable mujer nos entrega la llave de nuestra habitación.

Se trata de una casa de huéspedes familiar, no parece que tenga muchas habitaciones. Avanzamos por un bonito pasillo hasta el lugar indicado y una vez nos quedamos a solas en la habitación nos acecha el silencio.

Akane se deja caer hasta el tatami con un quejido exhausto, yo la miro sin saber muy bien qué es lo que sigue a todo esto.

—Hay baños interiores… —tiento, ella alza la mirada interesada—, y los yukatas estarán más secos.

—Suena bien, solo dame un momento —dice mientras recupera el aliento, yo le tiendo la mano y ella la acepta. La ayudo a alzarse con un gesto de suficiencia.

—Esas piernas ya han dado mucho por un día —señalo.

—Están muy recuperadas —contesta orgullosa—, deberías verlas.

—¿D-debería? —pregunto atragantándome con mi propia saliva, Akane alza las cejas como si acabara de percatarse de lo que ha dicho.

—¡Voy a bañarme! —exclama saliendo de la habitación con pasos fuertes, demasiado fuertes.

Y yo la sigo atontado, en busca del baño de hombres.

.

..

Una hora después me encuentro hecho un manojo de nervios con mi yukata limpio y seco, esperando en la mesa central la habitación en la cual han tenido a bien servirnos una espléndida cena tradicional. Esto ya no parece una primera cita, sino una maldita luna de miel.

Akane aparece al rato con su ropa en una pequeña cesta y vistiendo un sencillo yukata, exactamente igual que el mío. Su pelo encantadoramente húmedo. Mira la mesa, después me mira a mí, luego vuelve a mirar la mesa.

—Vaya —dice sorprendida—. Te estás tomando en serio lo de que coma bien.

—Más te vale terminártelo todo —digo intentando sonar estricto, pero la sonrisa me delata.

Ella toma asiento frente a mí y agarra los palillos maravillada. Quien me iba a decir que la comida podía poner a las mujeres de tan buen humor.

Comienza a degustar la cena emitiendo sonidos de auténtica satisfacción que hacen que me tiemblen las manos y se me escurran los palillos. Mierda, se supone que sé controlarme…

Pero Akane solo le presta atención a su sashimi de atún, y eso hace que me sienta aún más miserable. Bueno, para ser justos fue ella quién mencionó lo de sus piernas.

Rebusco los palillos debajo de la mesa, y cuando los encuentro intento centrarme en la comida.

Ella me mira divertida, a pesar de todo parece estar pasándoselo bien.

—Al final no he podido cumplir mi promesa —protesto removiendo con los palillos un plato de huevas con arroz y soja—, no hemos ido a pasear.

—Hemos paseado desde la estación, y en taxi por la montaña —contesta sin embargo mientras picotea algunas verduras encurtidas.

—Eso no es…

—Es perfecto —Me interrumpe—, para mi lo es. Necesitaba salir de casa donde todo el mundo me trata como si me fuera a romper. Nabiki insiste en que después de todo lo que he vivido necesito terapia, Kasumi no deja de perseguirme con comida. Mi padre está a todas horas ofreciéndome infusiones raras o insistiendo en que me vaya a descansar. No me dejan hacer nada y es agotador.

—¿Yo también te agobio? —pregunto temiéndome su respuesta, ella parece pensárselo un instante.

—Tú eres diferente. Tu presencia les tranquiliza… No me entiendas mal, sé que lo hacen porque me quieren y han estado muy preocupados por mi, pero echaba en falta un poco de independencia. Una noche fuera de casa roza lo suficiente la rebeldía para que dejen de comportarse como paranoicos y pueda retomar mi vida. Me he perdido demasiadas cosas, quiero regresar al trabajo y volver a entrenar.

Su energía me contagia, pero una parte pequeña y egoísta dentro de mi se retuerce al pensar que ya no acapararé toda su atención por las tardes, que su mundo es más grande e interesante que las paredes de su casa. Que si no hago algo ella puede terminar alejándose de mí.

—Seguiré yendo al dojô, pero esta vez para darte clases —digo obligándome a comer, ella me sonríe como sabe que me encanta que lo haga.

—¿Das clases particulares habitualmente?

—Solo a ti.

Toma aire y lo suelta de golpe, deja los palillos sobre la mesa y me mira muy seria.

—Maldito seas Ranma Saotome —dice con los dientes apretados y el ceño fruncido—, ¿de verdad vas a obligarme a dar el primer paso por segunda vez?

Me quedo muy quieto, con los palillos clavados en mi plato y siento como se me afloja la mandíbula. En serio que debo parecerle el estúpido más grande que pisa la tierra, el hombre más lento de la historia. Dejo todo lo que tengo en las manos y bebo un poco de agua, ella sigue ahí, desafiante.

Me pongo en pie y rodeo la mesa, le tiendo la mano, y ella de nuevo la acepta. La alzo de un tirón, lo suficientemente fuerte para que suelte una exclamación de sorpresa cuando su cuerpo queda pegado al mío. Sus manos se prenden de las solapas de mi yukata mientras que las mías se afianzan en su espalda.

—Entonces… ¿puedo? —pregunto mientras inclino el rostro, acercándome a sus labios. Ella se alza de puntillas impaciente, uniendo nuestras respiraciones por primera vez.

La siento temblar, jadea y me libera mientras me mira con ojos neblinosos. Sin separar nuestras bocas más de un centímetro.

—Estoy cansada de dormir y no poder soñar contigo —dice de corrido, como si esos pensamientos llevaran demasiado tiempo trabados en su cerebro, esperando para escapar de su boca impertinente.

—Entonces dormiré contigo todas las noches—Me ofrezco más que dispuesto, pasando mis manos posesivas sobre su cintura—. No quiero ser un sueño nunca más, ni que tu seas el mío. Quiero… te quiero desvelada y en mi cama —digo eso tan vergonzoso que hierve y aprieta. Ella alza una ceja con una sonrisa traviesa, sus manos se agarran con desesperación alrededor de mi cuello y yo me encuentro sumergido hasta lo más profundo de su boca, borracho de pasión.

Trastabilamos hasta los futones y nos dejamos caer, y aunque me hubiera conformado con dormir cerca de ella, lo que me depara la noche es mucho más prometedor.

El sueño se mezcla con la realidad, la textura de su piel es más cálida, sus gemidos más altos, sus uñas se clavan más fuertes, jalándome del pelo.

Toda mi ternura con su estado me lo devuelve en forma de agitada delicia. Se sube sobre mí a horcajadas y me mira con su yukata descolocado, con sus ojos inundados de pecado y ruego. No quiere que sea delicado, no quiere que la trate como si se fuera a romper, pero no puedo evitarlo. Deseo venerarla como a una diosa.

—He estado a punto de morir, ¿lo sabías? —dice mientras se inclina sobre mí y apoya las manos a ambos lados de mi cabeza, yo alzo la barbilla, nunca le huyo a un reto.

—Algo he oído —susurro mientras mis manos recorren sus piernas desnudas.

—Quiero sentirme viva —jadea cuando aprieto sus muslos sin perder detalle de sus reacciones.

—Yo también —replico sintiéndome mareado—. Pero tengo miedo.

—¿De mi? —dice mirándome atenta, aún en esa postura endiablada.

—De lo que siento por ti —confieso olvidándome de mis reparos y de la timidez, aquí, entre ella y yo solo está la verdad descarnada. El sueño hecho carne y sangre. El encuentro en piel de dos almas ciegas en la oscuridad.

Akane toma aire y me observa con una envidiable seguridad en sí misma.

—He estado a punto de morir —repite, como si en esa afirmación yaciera la verdad más absoluta, la respuesta a todas mis preguntas—. No quiero guardarme nada nunca más. Sé que te quiero, aunque ni siquiera recuerdo bien el instante en el que me enamoré de tí, ¿no es extraño?

—No —sonrío más que complacido, estoy en éxtasis de mil formas diferentes. La giro con un movimiento rápido y me pongo sobre ella, quién me mira sorprendida antes de que yo relaje su gesto regalándole pequeños besos cargados de intenciones—. Akane… —susurro a su oído—. Akane, Akane, Akane… Te quiero… Akane.

Sus manos se aferran a mi espalda acompañadas de suspiros de placer, un ronroneo asciende por su garganta mientras la desvisto y me entrego. No es un sueño, de eso estoy seguro.

Me siento muy despierto.

FIN

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¡Hola otra vez!

No sé si (de nuevo) he vuelto a escribir un fic para Halloween que no da nada de miedo, y además, con dos días de retraso :( .

He de decir que este fic lleva varios años a medio escribir, y no fue hasta hace unos meses cuando decidí que debía ver la luz.

El concepto es uno muy habitual en las historias de terror, y es el del espacio liminar entre la vida y la muerte, ese lugar del que algunos vuelven y otros no. Aquí está representado de esa manera tan peculiar, como si fuera una cafetería extraña, pero ese concepto no es del todo inventado, si no que está tomado de una historia, supuesta mente real, que me contaron hace tiempo.

Ese "espacio liminal" como un lugar real, anodino para los despiertos, de reunión para todos los demás. Hasta me dijeron como llegar, y es un lugar localizado en el centro de mi ciudad, ahora ya no puedo pasar por allí sin que se me pongan los pelos de punta.

En fin, como iba diciendo, espero que os haya gustado este fic, es mi pequeño aporte para Halloween.

Y gracias a mis betas Lucita-chan y SakuraSaotome (aunque esta vez ha ido super mal de tiempo, la pobre) por los comentarios y correcciones.

¡Nos leemos en mi siguiente fic!

LUM