Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.

-Un gato en un piso vacío (wislawa szymborska)


#Tarth

El mar le calma. Tarth es una joya en medio del Mar Estrecho, no hay aquí las tormentas características de las playas de las Tierras de la Tormenta, ni tampoco la salinidad y rocas de las islas volcánicas que rodean Rocadragón. El mar es de un azul profundo, como verdadero zafiro hecho líquido.

Eso disculpa las borracheras de Robert al lado del pobre anfitrión. Lord Selwyn es un hombre alto, de cabellos comunes, castaños, pero poseedor de unos ojos tan azules como las aguas de su isla, a su lado, la rubia Lady Ginebra, se ve diminuta. Se aman, Cersei lo nota en la complacencia que toman esos ojos brillantes al mirar a la mujer embarazada.

—Esperamos que sea un varón —les comentó el hombre antes de iniciar la cena de la primera noche—, el heredero de toda la isla. Aunque, si es una chica, no le faltará la belleza de su madre.

Había emoción en lo que decía, tomando la pequeña mano de su esposa entre las suyas para depositar besos.

—Mi señor es demasiado amable —dijo la mujer—. El rey no ha venido hasta aquí para escuchar sobre los hijos de sus vasallos.

Inteligente. No solo inteligente, sino sabia. Cersei se inclina a pensar que la mujer ganó su posición por ello, siendo la hija de un caballero de poca monta, es fácil ver que usó su belleza e intención para conseguir el mejor partido posible.

—Esperemos que pronto mi reina también pueda presumir de lo mismo —dijo Robert, frente al puñado de caballeros, lores y guardias que compartían comida con ellos—. Necesitamos un príncipe.

Y entonces la había mirado, una cosa complicada, navegando en sus ojos de tormenta, pero inclinado a favorecerla. Cersei había sonreído, un gesto desnudo y descuidado, manchado con toda la ingenuidad que podía quedar en su cuerpo. Se dejó llevar por el enérgico Robert de la fiesta, el joven guerrero aficionado a las demostraciones de fuerza, compitiendo con quien tuvo el valor de presentarse ante el rey. A media noche aventó su corona a la multitud, Cersei se rio por el gesto, por el vino corriendo en sus venas, por Lady Ginebra llenando su copa cada vez que se vaciaba bajo el pretexto de tener que beber por las dos.

—Una dama no se pierde en la bebida —llegó a decir Cersei, desde la mesa, mirando a su sendo esposo competir con un hombre por una pieza de cordero—, aunque no creo estar en mejores condiciones que el rey.

—El rey —contestó Robert—, está en perfectas condiciones, mi señora. Solo déjame arreglar las cosas con el infeliz —y señaló hacia el verdugo del señor de Tarth, un hombretón de ojos y cabellos grises—, después iré a acompañarla para disfrutar de nuestros aposentos.

La sala había estallado en una seguidilla de risas fuertes, Lady Ginebra pareció un poco sorprendida. Cersei se había inclinado con una risa fingida para decirle que los hombres siempre parecían querer ganar algo de notoriedad con otros hombres antes que con sus mujeres, como si ellas no les soportasen todas sus molestias. La mujer no respondió, se mantuvo en su sitio hasta que debió disculparse por el sueño.

Robert no llegó a su cama. Durmió junto a ella, en la alfombra. Cersei lo está mirando cómo miraría a un jabalí en la mesa para cenar, evaluando si aquello se puede comer o si solo es un vano intento de los cocineros de dar buen aspecto a una pésima pieza; a veces lo logran, en otras ocasiones, la reina debe pedir que cambien el menú. Solo que, en este caso, cambiar de marido requiere de la muerte del anterior y, siendo el rey, sería un accidente con un fácil culpable (al menos en estos momentos de paz relativa).

La reina no puede culparlo tampoco, su cabeza zumba por la cantidad de licor ingerido. Debería pedir algo de agua y comida, pero solo se mantiene sobre el colchón, mirando las vigas expuestas del techo, pensando en las decisiones que la han traído aquí. Piensa en Jaime, en su discusión, en las otras discusiones de antes. Si ella no le hubiese pedido que se quedara en Desembarco, que se hiciera Guardia Real, nada de esto estuviese pasando, su padre los habría mantenido en Casterly Rock hasta que la guerra fuese ganada por un bando u otro. Jaime y sus rizos dorados, su piel blanca, sus besos limpios. Jaime nunca se emborracha ni pierde el control, Jaime nunca la contradice. Sabe que ella es la mayor, que llegó primero, que entiende mejor el mundo.

Robert hace un sonido pesado desde el suelo, luego se levanta. Tiene la barba llena de migas, pero su sonrisa es enorme, ignorando por completo el dolor de cabeza que debe llevar luego de todo el licor que ingirió. Cersei quiere gritarle.

Necesita algo a lo que aferrarse en este momento que no la lleve a simplemente huir. Debería escribir a su padre, suplicarle algún alivio a su situación… él no la dejaría de lado tan fácil, no cuando solo le queda Tyrion como hijo. Su hermano enano es una afrenta a todo lo que los dioses consideran correcto, ¿por qué no viraría hacia ella la atención paterna ante semejante contrincante?

―Cersei. ―La atronadora voz del rey es una advertencia. Se arrastra por el borde de la cama con pesadez―. Perdón. No dejaré que me vuelvan a ganar nunca.

El sonido de la disculpa se queda en el aire un buen tiempo, junto a la decepción que ocasiona la frase que le acompaña. Aún con eso, la reina logra sentirse apreciada. Ha sido el primer pensamiento de esta fiera, pese a la preeminencia de otras cuestiones en su vida; el rey, Robert de la casa Baratheon, piensa en su esposa con intensidad. ¿Quién más puede presumir de lo mismo? Su trabajo ahora es hacer que esta prestación se convierta en algo tangible, real, heredable.

Se gira sobre el costado y toma la fuerza necesaria para levantarse. Camina hacia la puerta, llama a las mucamas y súplica alguna solución para su resaca, así como un buen desayuno.

Dos horas más tarde, cuando Robert se levanta, ella está sentada, en todas sus galas, junto a la ventana, leyendo un libro. Le sirve agua y le ofrece algo de comida.

―Una buena reina, tiene que cuidar del rey ―dice, cuando él se sorprende por las atenciones del día―. Vinimos para cambiar un poco las cosas, ¿no?

#LaSelva

Ama el sonido del mar dentro del bosque. Ama la sensación de la sal pegándose a su ropa, el sudor que baja por su espalda, los músculos del caballo debajo de sus piernas, el sonido de la saeta saliendo de las ballestas, su maza colgando de la silla. Robert está hecho para el campo, para la adrenalina. Sus días lejos de la corte le recuerdan que hay más en el mundo que la política oxidada por la costumbre y las maneras, hasta Cersei se le hace más plácida aquí, donde puede coger con ella a las luz de la luna en el bosque o con el rugir del mar en la ventana, cuando regresan a Bastión de Tormentas para recargar alimentos.

La corte no es feliz, pero ellos sí.

Ha descubierto que su esposa recibió formación militar igual que su hermano, que puede llevar una espada y que tiene un apretado de sexo implacable, que lo aborda en las noches para acabar con él como no pueden las bestias de los bosques. Aun piensa en Lyanna, pero a ella no la puede mancillar, ni poseer, como a la leona que se pone su corona en burla y tiene el descaro de llamarlo bárbaro.

―Hacen buena pareja, la Lannister y tú ―comenta Renly, una tarde, a la sombra de un olmo. Cersei se ha quedado en Bastión de Tormentas, alegando que no ensuciará uno más de sus vestidos persiguiendo a una bestia.

―Eso creo ―responde, con amabilidad. Es la primera persona que opina sobre ello, en la capital, todos asumen que solo son uno más de los matrimonios destinados a tolerarse―. Ha resultado ser divertida y buena en la cama.

Su hermano menor escupe al piso.

―Eso no necesitaba escucharlo de ti. Hace dos noches que duermo con tapones de cera en los oídos.

Robert sabe que ella no llegó virgen a su lecho, no por la forma en que la ha descubierto haciendo las cosas; pero no le pesa, no va someterla al escrutinio por aprovecharse de la belleza que le han regalado los dioses y que seguramente muchos han codiciado, se ha cuidado y eso es lo importante. Robert será el primero en poner una semilla a germinar en su dorado vientre. Tendrán hijos, príncipes, con ansias de guerra y caza, quizá alguna princesa amazona.

Y podría ser feliz, si no estuviera la voz de Renly preguntando.

―¿Es igual cuando está el Matarreyes o Lord Tywin?

No. No es igual cuando el Guardia Real o la antigua Mano del Rey se pasean cerca, cuando ellos están allí, Cersei es solo una muchacha presumida que guarda la compostura, sobre todo cuando se trata del padre. Jaime Lannister es, más bien, el único amigo de su esposa en la corte. Solo hasta ahora ha conseguido tener una reducida corte de mujeres a su alrededor, las dos muchachas tímidas que se esconden de él en cuanto entra en una habitación ―no es que eso le impida mirarlas de más cuando nadie se entera―.

―Supongo que su familia es un tema que ninguno de los dos discute ―Tampoco lo va a hacer con Renly.

―Deberías hablar con Jon.

Jon. La constante en la vida de Robert y su viejo maestro es que no tienen la misma idea sobre gobernar, mucho menos sobre disfrutar la vida. Él hombre arregló este matrimonio, poniendo todas sus piezas en él, arriesgando una limitada y delgada línea de sangre para dar firmeza a la oferta. Robert no habría pensado en él mismo como rey, ni como esposo… no sin Lyanna, no lejos de las Tierras de la Tormenta; ni siquiera lejos del Nido de Aguilas.

Cuando va a buscar a su esposa esa noche, tiene una idea muy clara en mente.

―¿Por qué Tyrion no es el heredero de tu padre? ―pregunta, después de un par de copas y de convencer a Cersei de cenar en la habitación.

Ella no responde de inmediato. Picotea el plato en silencio… se lleva un pedazo de codorniz a la boca y traga.

―Es un enano. Ha hecho cosas reprochables. Padre le dio su apellido porque no quería incurrir en la ira de los dioses. ―Vista y escuchada de esta manera, hasta Robert podría creer que ella es una santa devota―. No va a heredar la Roca, papá la rescató de los idiotas que rodeaban a mi abuelo… no la dejaría en sus manos.

El silencio se hace con la estancia por los siguientes minutos. Solo los cubiertos en los platos y la madera en la chimenea emiten ruidos que llaman la atención, Cersei es reacia a mirarle a los ojos. Robert acaba con el ave en su plato y se sirve otra copa.

―Si tu padre muriera, él heredaría Roca Casterly.

Hay un siseo y luego los cubiertos son arrojados al plato, exentos de la delicadeza usual.

―¿A dónde vas con tus preguntas? ―Enojada. Cersei enojada puede abrir sus ojos de manera cómica―. Después de estar tantos días en el bosque has pescado alguna locura.

Controla su risa solo porque ella se lo tomaría a mal. Sirve una copa de vino y la estira hacia ella, necesita que las cosas estén bien.

―Estaba pensando en devolverle un heredero a tu padre, uno que esté completo y que no le incomode. ¿Jaime estaría feliz de volver a la Roca?

Los ojos de su esposa lo recorren de arriba abajo, como si esperase una broma.

―¿De qué estás hablando, ningún Guardia Real renuncia? ―tiene una sonrisa tensa. ¿Llevarse a Jaime la haría sentir sola? Ha escuchado que los hermanos gemelos Lannister han sido muy apegados el uno al otro; sin embargo, Cersei ahora está casada, y le pertenece.

―Pero soy el rey y puedo hacer lo que quiera. ―Ella sigue sin regresar a su lugar, las velas alrededor tiemblan con el viento, mientras Cersei le observa con los ojos verdes encendidos―. Primero quería preguntarte, para saber si sería algo que te agradaría.

¿Sería tan terrible que las cosas cambiarán? ¿Estaría tan mal separarla de las cosas que parecen hacerla menos libre? Robert no tiene ganas de gobernar, ni de pensar, ni mucho menos de extender el posible disgusto que su esposa lleva encima; porque la rabia bulle, aunque sorda, por los lugares donde se supone que ahora debería estar el amor; no quiere a Cersei, la desea, pero de eso no están hechas las historias que perduran.

―Pregúntale a Jaime ―se queja ella, ignorando su propio arrebato―. Yo solo quiero estar en paz.

Vuelve a la mesa. Eso está mejor. Se lo preguntará a Jon, hará que el hombre desaparezca de su vista, solo porque sabe que molestará a Cersei y le gusta Cersei enojada. Está mascullando aquella idea, viendo como ella corta de manera agresiva la carne en su plato. Cuando se pone el primer bocado en la boca, su expresión cambia. Sale corriendo antes de que Robert pueda preguntar qué pasa.

Las damas se van tras ella, en una seguidilla de gritos y taconazos que relajan su expresión ante la comida.