La alarma sonó repentinamente rompiendo la quietud de la mañana. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de la desordenada habitación. Lentamente, y de un modo casi mecánico, una mano salió de entre las cobijas para detener el molesto ruido.

"Las siete" dijo en voz baja y sin emoción mientras se levantaba para dirigirse al baño. Siguiendo una misma cadencia y rutina, abrió el grifo, dejando correr el agua durante unos segundos antes de tomar un poco del líquido entre sus manos para lavarse el rostro. Levantando la mirada, se quedó mirando el espejo apenas parpadeando ante su reflejo.

La piel demacrada, las ojeras y las bolsas debajo de sus ojos no le eran extrañas, especialmente estos últimos días en los que no había podido dormir. Aunque ahora que lo notaba, lucía bastante delgado, más de lo normal. Siempre había sido delgado, nacido en la pobreza con pocos recursos e incluso cuando consiguió un trabajo y un propósito para su vida, siempre había sido delgado.

Merlín suspiró con cansancio antes de regresar a su habitación para cambiarse las ropas de noche y ponerse algo limpio. Una vez con una muda limpia, y tomando la primera fruta que vio en el frutero de la mesa, salió de su casa para dar un pequeño paseo.

No eran todavía las ocho de la mañana y Londres ya estaba lleno de vida. No debería sorprenderle, después de tantos años viviendo en la Tierra (¿cuántos? Él ya ni lo sabía), debería estar acostumbrado a los nuevos ritmos de este estilo de vida. Pero no era así. Todavía recordaba aquellos días lejanos cuando los poderosos e imponentes castillos se alzaban, rodeados de bosques donde la gente vivía arduamente día a día. Aquellos días eran los de una tierra de magia, pero que ahora son sólo eran mitos.

Merlín resopló con cansancio, no tenía más de una semana en la capital del Reino Unido ('No de Albión'), y ya estaba cansado de este lugar. No tenía un lugar fijo de residencia. Siempre viajando, yendo de un lugar a otro, lo que no le era difícil. Con el paso de los años, o siglos, había generado la suficiente riqueza como para vivir una vida placentera y apacible. Sin embargo, no podía encontrarla. No importaba si trataba de aprovechar su inmortalidad, o la riqueza que había acumulado después de su experiencia con la alquimia en París, cuando había adoptado el nombre de Nicolás Flamel, y trataba de encontrar un medio para revertir su inmortalidad, pero fracasando estrepitosamente. Lo irónico de este asunto, es que había generado una nueva leyenda en torno a la piedra filosofal, la inmortalidad y la riqueza. Pero al final, todo lo que había hecho o hacía, lo hacía sentir vacío.

|No había ya nada en el mundo para él. Albión y sus reinos habían desaparecido, la magia se había retirado de este mundo, las criaturas mágicas habían desaparecido de la faz de la tierra, aquellos que más amaba se habían ido, pero él permanecía en la Tierra. Él seguía en la Tierra, esperando. Siempre esperando. Atado al destino de Albión, ¿o era el de Inglaterra? Había días en lo que ya no estaba seguro.

Un claxon sonó de golpe sacándolo de sus pensamientos. Estaba tan distraído que no se había dado cuenta que el semáforo le estaba dando el paso a los autos. Ignorando al furioso conductor, Merlín continuó caminando hasta llegar a las orillas del Támesis. Con la mirada perdida, se sentó en una de las bancas mirando el horizonte con tristeza.

Había venido a Londres huyendo de Gales. Huyendo de los recuerdos que plagaban esas tierras. Rara vez se alejaba de ahí, temiendo perderse el retorno de su rey desde el misterioso Avalón, pero él nunca apareció. Nunca regresó. ¿Lo haría alguna vez? La historia de Albión tras su caída en Camlan había sido pacífica, pero posteriormente llena de disturbios, guerras y conflictos que hicieron estremecer al mundo entero, pero él no había regresado. Pensó que Londres podría distraerlo del pasado, pero no fue así. Nuevamente tenía que irse, y esta vez mucho más lejos.

-oOo-

"Aeropuerto Internacional de Londres, señor" dijo el taxista nada más al frenar frente a la entrada del aeropuerto, mirando a su pasajero con expectación por el retrovisor.

"Gracias" respondió Merlín desviando la mirada de la ventanilla del pasajero mientras le entregaba el dinero por el viaje.

"En un momento le entrego su cambio, señor" contestó el taxista mientras se daba la vuelta para sacar el dinero cuando escuchó que la puerta del pasajero se cerraba de repente.

"¡Señor! ¡Su cambio!" llamó el taxista una y otra vez antes de ver a su pasajero desaparecer tras las puertas del aeropuerto. Negando con la cabeza una y otra vez, el taxista se subió a su auto y salió de ahí.

'Un joven bastante extraño' pensó el taxista antes de detenerse y recoger a un nuevo pasajero, sacando al anterior de su mente.

-oOo-

Merlín caminó por el aeropuerto rumbo a las taquillas, afortunadamente, una de ellas estaba vacía, por lo que se apresuró a ella, esperando alejarse lo más pronto posible del país. "Un boleto, por favor" dijo en voz alta, sorprendiendo a la agente de boletos.

"Buenas tardes, señor" dijo la mujer enfatizando el saludo "¿En qué puedo ayudarle?"

"Un boleto, por favor" repitió Merlín con impaciencia.

"¿Cuál es su destino, señor?" preguntó la agente.

"A dónde sea" contestó "Deme un boleto para el siguiente vuelo internacional".

"El vuelo próximo para salir es…"

"Deme ese. No importa" la interrumpió Merlín mientras le daba el dinero.

"Aquí tiene, señor" dijo la agente dándole el boleto y mirándolo con curiosidad, ya que no tenía ningún equipaje con él.

"Gracias" dijo Merlín al tomar el papel y alejándose lo más pronto posible rumbo a las puertas para tomar el avión sin poner atención a su destino.

-oOo-

Era de noche cuando llegó a su destino. El vuelo había durado 12 horas, y prácticamente había dormido todo el viaje, pero sin descansar. Había despertado al sentir la insistencia de la azafata que lo instaba a ponerse el cinturón de seguridad para el aterrizaje.

No estaba seguro a donde había llegado, lo único que sabía era que había llegado a otra gran ciudad. Conclusión a la que había llegado nada más al asomarse a la ventana de su asiento y ver todas aquellas luces encendias. '¡Genial!' pensó Merlín con amargura '¡Más bullicio!'

"Atención pasajeros" sonó la voz del capitán a través de los intercomunicadores "Aterrizaremos en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en 5 minutos".

"¿México?" preguntó sorprendido Merlín.

Había pasado un tiempo desde que había estado en aquellas tierras. Todavía le divertía recordar su primer y única aventura en aquellos lejanos parajes. Había ocurrido unos meses después de la batalla final contra Morgana y Mordred. Para distraerse, había estado practicando con su magia intentando perfeccionar la aparición, y de alguna manera había aparecido en aquel lejano continente.

Por aquellos días, América todavía era habitada por sus pueblos originarios. De alguna manera le recordaban a los pictos por su fiereza y belicosidad, excepto que ellos tenían pieles blancas y no morenas. Lo que había ahí eran pueblos agresivos y bárbaros, o eso creyó en su momento, hasta que fue capturado y llevado a una de las antiguas ciudades de lo que los historiadores llaman Mesoamérica, y lo que vio lo dejó sin palabras. Unas ciudades de piedra magníficas con grandes palacios de piedra y madera con diseños que nunca antes había visto. Pero no sólo eso, sino también llenos de sistemas de ingeniería y de grandes conocimientos en ciencias como la medicina y la astronomía.

A pesar de su desconocimiento de la lengua de aquellas gentes, se había ganado la simpatía de un sacerdote y líder de aquella sociedad. Su nombre sonaba como Ácal, Topilt… No estaba seguro del nombre, pero él en cambio lo llamaba Quetzalcoa después de descubrirlo haciendo magia. Una vez recuperada su fuerza, pudo hacer el hechizo de transporte de nuevo, esta vez regresando a Albión.

Por un tiempo creyó que había estado en algún reino desconocido de África o de Asia, pero no fue hasta esos años que ahora se conocen como el Renacimiento, cuando supo que en realidad había estado en una tierra desconocida que no formaba parte del mundo conocido de aquel entonces. Siglos después, llegó a sus manos algunas investigaciones sobre aquel continente y país, entre esos, una historia de un hombre llamado Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, gobernante y sacerdote civilizador, y quien pronto sería mitificado como una deidad para aquellos pueblos. ¡La ironía de estar dentro de otra gran leyenda y mito!

No había puesto un pie en aquel lugar desde aquella ocasión. Quizás había hecho alguna que otra visita, pero nunca se quedaba mucho tiempo. No obstante, sabía algunas cosas de la Nación Azteca. Había que reconocer que llegar a vivir en la Era de la Información tenía sus ventajas. Todo el conocimiento, real o falso, estaba al alcance de sus manos, especialmente ahora con la llegada de esos teléfonos inteligentes.

No estaba seguro de a donde ir en esos momentos, pero una pequeña búsqueda en el teléfono y pudo encontrar un hotel de 24 horas para solicitar una habitación. Nuevamente, tomando un taxi, y haciendo un pequeño "truco" para pasar su moneda al peso mexicano, Merlín salió del aeropuerto, adentrándose en la capital del país.

-oOo-

Habían pasado tres días desde su llegada a México, y había cambiado varias veces de hospedaje. No le gustaban los hoteles, demasiado ruidosos, y si no, demasiada gente. Finalmente había encontrado un nuevo lugar, esta vez en una casa que se rentaba a un modesto precio.

A diferencia de los hoteles, se sentía más tranquilo y más cómodo en esa casa. Lo suficientemente cómodo como para salir a conocer el lugar, y quizás turistear un poco. Había elegido un sitio bastante calmado y tranquilo, pero bastante arbolado. Había gente, pero no se lograban grandes aglomeraciones, y quizás estaba en un barrio muy internacional, pues se encontraba gente de todas las naciones y hablando en diferentes lenguas.

Fue entonces cuando sintió un pequeño cosquilleo. Era cálido, y de alguna manera lo hacía sentir nostálgico, pero de una forma positiva. No era la nostalgia que te apretaba el corazón y que te hacía imposible hablar, cortándote la respiración. Era una nostalgia que te llamaba hacia tu hogar, donde uno sabe que es amado y querido, donde sabes que estás protegido y seguro.

No sabía el cómo ni el porqué, pero Merlín siguió aquella sensación, aquel sentimiento divertido del que se burlaría su rey, sólo que en esta ocasión no era uno de peligro, sino de anhelo. Sus pasos finalmente lo llevaron a la entrada de una iglesia. Deteniéndose, Merlín miró con curiosidad el edificio, era moderno, habían desaparecido las clásicas torres, pero aún se mantenía la cruz que adornaba todos los templos cristianos.

Merlín no se consideraba un cristiano, aunque reconocía, valoraba y respetaba el mensaje de paz y amor que predicaban los seguidores de esta religión. Lamentablemente, había tenido duras experiencias con sus simpatizantes, bueno, con algunos. Había conocido cristianos que eran un ejemplo del mensaje que predicaban, pero también había algunos que tergiversaban las palabras a su voluntad, convirtiéndolas en palabras y actos de odio.

El sentimiento de agitación lo devolvió de nuevo al presente, llevándolo hacia un pequeño puesto de flores al costado de la iglesia, donde una señora de piel morena, rostro curtido por el sol y cabellos negros con varios mechones grisáceos, pregonaba y ofrecía su mercancía a todo aquel que pasara frente a ella.

El pequeño puesto callejero, conformado por cubetas en su mayoría, las cuales estaban llenas de todo tipo de flores: rosas, girasoles, claveles, azucenas, etc., pero también algunas en macetas, las cuales eran bastante llamativas, pues sus flores eran de un tono amarillo anaranjado, redondeadas como pequeñas nubes en medio de las hojas verdes. Como hipnotizado, Merlín se acercó a aquellas flores, poniéndose de cuclillas para verlas más de cerca.

"¿Busca alguna flor en específico, joven?" preguntó la vendedora con amabilidad.

"Perdone" dijo Merlín desviando la mirada de la flor "¿Qué planta es esta?"

"Es cempasúchil, joven" respondió la señora.

"Cempa…Cempaso…" repitió Merlín con dificultad.

"Cempasúchil" repitió la vendedora con calma "Es la flor de muertos".

"¿Flor de muertos?" repitió Merlín con curiosidad.

"Sí, joven. Flor de muertos" continuó la vendedora con paciencia "Hoy es primero de noviembre. Es el Día de Todos los Santos, y mañana es el Día de los Fieles Difuntos. Son los días para recordar a todos aquellos que se han ido y ya no están con nosotros".

"Ya comprendo" respondió Merlín mirando de nuevo la flor. Es verdad, no se había detenido a pensar en los días. Día de Muertos… Una festividad por la que este país era famoso. Todavía le sorprendía que coincidieran las festividades en fechas y temáticas en regiones tan separas, como ocurría con el Samhain de su tierra y el Día de Muertos de México.

"¿Y esta flor significa algo?" preguntó Merlín con curiosidad.

"La luz del Sol, joven" respondió la vendedora "Es para iluminar el camino de las almas de nuestros difuntos que vienen de visita".

"¿Vienen de visita?" continuó interrogando Merlín.

"Sí, y como es un largo viaje, pues llegan hambrientos y sedientos" siguió explicando la mujer "Por eso les ponemos la comida que más les gustaba y agua fresca, para que recuperen fuerzas y se sientan bienvenidos. Y también oramos y prendemos velas y cirios para que no se pierdan y lleguen con bien a nuestros hogares y de regreso".

"¿Y no les asusta?" preguntó Merlín, pensando en aquella ocasión en la que Morgana rasgó el velo, liberando a los dorocha, y causando la muerte de cientos de personas en todo Albión.

"No, joven" respondió la mujer con una sonrisa divertida "Es una fiesta de alegría, porque vienen nuestros familiares y amigos que se nos adelantaron. ¿Por qué habrían de hacernos daño? Además, ellos ya están muertos, joven, no pueden hacernos daño. Es mejor preocuparse por los vivos que de los muertos. Esos si nos pueden dañar".

"Claro" murmuró Merlín regresando su mirada a la flor, la cual lo atraía con demasiada fuerza.

"Debería llevársela, joven" le indicó la vendedora mirándolo con detenimiento y preocupación "Tal vez le sea de utilidad".

"¿Perdón?" preguntó Merlín tomando la maceta, listo para llevársela.

La mujer sonrió con pena. "Es demasiado joven, joven. Demasiado joven como para tener esa mirada".

"¿Cuál mirada?" preguntó Merlín con voz plana.

"Esa mirada muerta, joven" respondió la mujer con tristeza "Muerta por tantas perdidas. Muy joven como para haber perdido tanto".

Merlín no respondió. Después de recuperar su magia, y de perder a su rey en la batalla de Camlan, él había dejado de envejecer, conservando su juventud. Siempre joven y congelado en el tiempo, a la espera del destino y del regreso de su rey. A pesar de su aspecto, él era viejo, muy viejo, mucho más viejo que esta amable vendedora de flores. Pero también, no podía negar las palabras de la señora. Había perdido mucho. Muchas personas, amadas y queridas habían fallecido. Y él no podía seguirlos más allá del velo de este mundo.

"¿Cuánto sería por la flor?" preguntó Merlín deseando retirarse.

"No es nada, joven" dijo la mujer "Considérelo un regalo".

"Gracias, pero no puedo aceptarlo" respondió Merlín sorprendido por la amabilidad de la señora quien seguía insistiendo en que lo aceptara.

"Bueno, gracias" cedió Merlín antes de que un pequeño brillo traviesa apareciera en sus ojos "Me llevaré esta de regalo, pero estas otras flores las compraré".

La mujer sonrió. "De acuerdo, joven".

-oOo-

Merlín llegó a donde se hospedaba a toda prisa, cargado de cinco macetas con la flor de muertos o cempasúchil, como recordó que la llamaban. Durante su camino, notó que las casas estaban llenas de adornos que conmemoraban la festividad. Había estandartes de papeles de color de diversos coloridos, todos grabados y cortados con figuras caricaturizadas de esqueletos comiendo o bailando, haciendo alusión a que estos esqueletos o muertos estaban de fiesta. Había también adornos hechos con estos adornos, cruces y arcos. Aunque también algunos adornos que eran propios de otras festividades.

Una vez dentro, Merlín se sintió perdido. No entendía el porqué se había sentido atraído a esta flor, o porque tuvo que conseguir varias. ¿Debía poner un altar u ofrenda? ¿Pero a quiénes? 'Para ellos' se respondió Merlín recordando a las personas que más amaba y extrañaba.

Yendo a un rincón de la casa, Merlín colocó una mesa. La cubrió de un mantel blanco, puso un vaso de agua, sal y un poco de comida que tenía en el refrigerador, junto con algunas velas. Finalizando con unas hojas de papel con los nombres de las personas que más extrañaba. Tras colocar las flores alrededor de la mesa, se quedó mirando la pequeña ofrenda. Preguntándose que debía hacer ahora. ¿Orar? ¿Hacer como que estaban sus seres queridos y hablar con ellos?

Nuevamente, ese extraño sentimiento lo invadió, recordándole que no había colocado todas las flores que había traído de aquel puesto. Lentamente, recogió la última maceta con la flor de muertos, aquel cempasúchil que lo había atraído con tanta insistencia. Finalmente la colocó frente a su ofrenda, desatando su magia.

Por primera vez en más de mil de años, su magia estaba actuando por su cuenta, iluminando la ofrenda al encender todas las velas que había colocado, pero también impregnando de magia las hojas de papel donde había colocado sus nombres, los cuales, lentamente se desdibujaban y reformaban en cuadros e imágenes.

Frente a él, donde estuvieron los nombres de sus amigos y seres queridos de Albión, ahora se encontraban las imágenes de su rey y su reina, de pie, mirándose de frente. Ambos tomados de las manos y ataviados de ricas vestiduras y sus imponentes coronas, pero lo más importante, viéndose con tanto amor y dulzura después de todos los retos que habían enfrentado para poder estar juntos. También estaban los caballeros, juntos o en grupo, de pie y ataviados con sus armaduras y capas rojo escarlata con el dragón dorado bordado del lado izquierdo. También sus padres y mejor amigo, todos con amplias o discretas sonrisas.

Con manos temblorosas, Merlín tomó cada una de las fotos que su magia había conjurado, rescatando a todos sus amigos y familiares desde las profundidades de sus recuerdos. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que los había visto, que ya no estaba seguro de recordarlos bien. ¿Quién había sido el hermano de su reina, el Primer Caballero o el herrero? ¿Quién era el caballero estoico y musculoso como un oso, pero con un corazón amable? ¿El Primer Caballero era el más joven o el más viejo? ¿Quién era el noble en secreto?

El sentimiento lo embargó por completo hasta desbordarse por su rostro. Él simplemente lloró. No sabía cuando había comenzado, pero no podía detenerse. Las nieblas que empañaban su memoria se disipaban, trayendo viejas caras y aventuras en Camelot e Ealdor. "Los extraño tanto" lloró Merlín llevando las fotos hacia su corazón "Me hacen tanta falta" susurró finalmente.

Una suave y cálida risa resonó de repente en la habitación, sorprendiendo al brujo, quien se giró tratando de encontrar a la persona que la había generado. Sorbiendo la nariz, Merlín reparó en la presencia de un suave perfume de lavanda en la habitación, además de un pequeño tufo de alcohol y hierbas medicinales

"¿Qué está pasando?" preguntó el brujo a nadie en particular mirando con sorpresa hacia la ofrenda y las flores que había colocado. "¿Podrían ser?" se preguntó esperanzado.

Invisible a los ojos del brujo, un rey, una reina, una doncella, un médico, un alborotador, cinco caballeros, una madre campesina y un padre exiliado lo miraban con cariño.

"Mi niño. Mi pequeño halcón" se lamentó Hunith acercándose a su hijo para limpiar sus lágrimas, pero sin poder tocarlo. No obstante, ella sonrió al ver como Merlín se llevaba una mano al rostro, como si hubiera podido sentirla.

"No puede ser" murmuró Merlín con incredulidad.

Con una pequeña risa, el rey se acercó y comenzó a alborotar el cabello del brujo, tal y como lo hacía en antaño, generando una pequeña brisa sobre la cabeza del brujo, transmitiendo sus sentimientos con aquel pequeño gesto.

"Idiota" murmuró Arturo cariñosamente a su mejor amigo.

"Imbécil" respondió Merlín afectuosamente con una gran sonrisa. Y por primera vez, en más de mil años, una luminosa y auténtica sonrisa apareció en el rostro del brujo.

F I N

Nota del autor: Durante mucho tiempo he pensado en una historia sobre el Día de Muertos con Merlín, esperando hacerle justicia a esta celebración, y finalmente la he podido escribir. Soy mexicano y esta celebración es una de mis favoritas, no sólo por la historia y todos los simbolismos que tiene, ya que está llena de elementos prehispánicos y españoles, herencias culturales de mi país. Durante estos días, 1 y 2 de noviembre, recordamos a todos nuestros parientes y amigos que fallecieron. Para eso, nuestra tradición incluye en hacer altares, ofrendas o adornando las tumbas, colocando comida (las favoritas de nuestros difuntos), agua, sal, dulces, fruta, fotos, incienso, flores de cempasúchil, papel picado y elementos religiosos como los crucifijos o rosarios.

La tradición dice que en estos días vienen nuestros difuntos de visita, por eso festejamos y nos alegramos. Recordamos que vivieron y estuvieron con nosotros. Recordamos su amor, su cariño, experiencias y momentos. No sólo eso, oramos y pedimos a Dios Padre por ellas, de tal manera que la celebración nos hace sentir que de verdad están con nosotros.

Simplemente me imaginé la premisa de Merlín, el Emrys inmortal, viviendo pero pareciendo estar muerto en vida, incapaz de avanzar por su dolor, pena y culpa por todo lo ocurrido con Arturo y Camelot, finalmente viviendo la experiencia de esta festividad, para finalmente sentir la presencia de Arturo, Gwen, Gwaine, Elyan, Percival, León, Elyan, Hunith, Balinor, Will, Gaius y Freya ayudándolo a salir adelante.

También, la historia de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl que se menciona en la historia. Sí, es un mito o leyenda dentro de la historia prehispánica de México, de quien se cree que deriva el culto a la Serpiente Emplumada, Quetzalcóatl, quien se le conoce como un dios civilizador.

Finalmente, muchas gracias por leerla, y espero que la hayan disfrutado.