Dieciocho años


El dolor de cabeza se intensificó.

—Estás viejo, Arima Kishou. Los sacrificios que hiciste para evitar una tragedia en un choque de reyes, te han firmado factura.

Kaiko se burlaba, reía, ya anciano, en su celda.

Arima Kishou le entregó una mirada llena de desdén y se encogió de hombros. Entre menos demostrara afectación, antes olvidaría el episodio.

Kaiko lo dejaría en paz. Era casi el último prisionero ghoul, en una celda aislada de una cárcel regular.

Lo cual ni Arima mismo podía decir si hablaba bien del sistema propuesto por Haise o de sus falencias. Kishou mismo había bajado sus exigencias notoriamente.

—Pasarás el Día del Padre solo, Kaiko. Los hijos de Washuu a los que servías, ya no existen. Solo tú y yo —le dijo rotundamente.

El anciano sirviente soltó otra risa, ya apagada. Arima supo que era hora de irse.


Haise lo esperaba con sus propias pesadillas. Después de todo. Eran las fechas.

Las malditas fechas. Desde hacía casi veinte años. Qué rápido pasaba el tiempo cuando estabas contra las cuerdas y conseguías un poco más, como robado a las guadañas de la parca.

—¿Resolviste tus asuntos, padre?

Haise seguía en la habitación del hotel, Tooru le había administrado un ansiolítico a escondidas. Hubiera sido un tremendo escándalo que el diplomático internacional mitad ghoul fuese descubierto por los medios como...

Un adicto.

Arima estaba decepcionado pero ese sentimiento probablemente anidaba en lo profundo, ligado a su mera paternidad sintética, fingida, indispensable. Haise siempre tenía una triste sonrisa para él, un apretón de manos. Y esperanza.

No podía prescindir de eso. El pueblo tampoco.

Tal vez una monarquía había sido un proyecto ambicioso. ¿Y cómo no? Kishou lo desarrolló cuando era casi un niño. Y fue más idea de la hija de Yoshimura que de él.

Así lo recordaba. Así se lo repetía.

Era como ignorar un cadáver y taparlo con tierra y flores.

—Si, Haise. No creo que visite de nuevo la prisión este año. No nos da la mejor prensa.

—¡De hecho! Las noticias dicen que muestras mucha responsabilidad, padre. Con un sirviente anciano de Washuu, el único sobreviviente de su masacre. Aunque sea imposible no procesarlo y se trate de uno de los pocos prisioneros ghouls en el país, mantiene nuestra propuesta de humanización.

Haise sonaba un poco más enérgico que por la mañana.

—¿Te presentarás en el congreso al final?

Haise asintió.

—Si...la charla de apertura me causó cierta debilidad pero...Tooru ha estado cuidándome. Pude comer. Quería verte, padre. ¿Cenarás conmigo después?

—Si...

—No tengo otras figuras paternales, la verdad. Para mí, tú eres mi progenitor. No sé cómo hubiera sobrevivido...hace dieciocho años —los ojos de Haise se oscurecieron, su mirada se clavó en las sábanas de la cama en la habitación del hotel. Tooru, quien había permanecido en un rincón del cuarto, hasta ser nombrada, dio un paso al frente, esperando que Arima lo aprobara.

Kishou asintió. Los dejó solos.


—¿Tienes un informe que entregarme?

Esperó a la jovencita en la cafetería del hotel, que era atendida por ghouls rehabilitados. Haise llamó "Anteiku" a una cadena desarrollada en concordancia con los asuntos penitenciarios que involucraban ghouls e híbridos artificiales o naturales. Fue su manera de honrar al viejo Yoshimura que Arima mismo había matado, detalle que Haise no recordaba o no traía a tema, convenientemente.

Para Kishou era una especie de triunfo estar ahí, bebiendo el líquido caliente y oscuro, cuyos granos eran importados, mientras los huesos de Yoshimura estaban en algún frasco con formol y su kagune diseminado entre monstruos más o menos olvidados en la oscuridad.

Tooru Mutsuki llegó quince minutos después.

—Mis disculpas. Haise debía dormirse y...—suspiró ella, con una inclinación.

Arima había prestado gran detalle a su historial clínico, previo a meterla en el Chateau y sobre todo, después de cierto incidente, dieciocho años antes.

—¿Qué dijo? Antes de desmayarse, en esta ocasión y hacernos el centro de los tabloides. De nuevo y no por algo encomiable.

Tooru Mutsuki hizo una mueca y se sentó junto a él, su mentón temblaba, como si buscara valor. Ya no tenía un parche, un tratamiento propuesto por Shiba sanó su ojo. Con casi veinte años más sobre ella, casi no tenía arrugas y sus mejillas seguían sonrojadas.

Cada que hablaba de su amado.

—Él me dijo que la vio. No que soñó con ella o que esperaba verla. La vio. Eso dijo.

Arima no pudo evitar golpear la mesa, haciendo temblar la taza de café que le habían servido. Una mesera se acercó a servirles una taza más de cortesía para Tooru. Kishou pudo reconocer a una miembro de los Payasos, quien le sonrió nerviosa.

Bien hacía.

—Va a volver a tomar antipsicóticos. Puedo decir su parte en el cierre de mañana, solo tiene que cortar el listón en la biblioteca. Y nos vamos de este sitio.

—Yo...

—Has hecho bien tu parte. Sé que...me opuse al compromiso en un principio. Pero he razonado. No tienes que usar vestidos o darle hijos a Haise si no lo deseas. Tú sabes cuál es tu papel, no hubiéramos llegado tan lejos sin el Escuadrón Quinx y tu representación junto a Haise.

Arima palpó el hombro de Tooru, por encima de su camisa verde musgo. Ella suspiró y asintió, bajando la mirada hacia su nueva taza de café, sin tocar. Mutsuki solo lo bebía con entusiasmo junto a Haise y Arima imaginaba que no era el café en sí lo que disfrutaba, sino el acompañar a su pareja.

Haise era inmaduro e inexperto. Pero Arima hubiera aprobado cualquier esposa para él. Que no fuese Conejo, la mesera ghoul. Ni Takatsuki Sen, que solo vio a su pupilo como un juguete y una manera de llamar la atención de Arima.

—Todavía no me hago a la idea. No del matrimonio. Es lo que Haise y yo queremos, es lo que será beneficioso para ambos. Nunca he estado con nadie. Pero...él está lleno de fantasmas. Y me he tomado personal el perseguir y eliminarlos a todos para que Haise sea libre y pueda tener una vida feliz.

Arima disimuló una sonrisa. Cuando añadió a Tooru al escuadrón, sabía que sería leal. Pero ese nivel de obsesión...la hizo el arma perfecta.

De doble filo. Había que ser cuidadoso.

Pero él era Arima Kishou. Sabía cómo hacerlo. A la perfección.

Llevaba casi veinte años manipulando a Tooru y lejos de romperse, ella se adaptó a la situación, a él. Necesitaba a Haise como el oxígeno, no era nada sin él y Arima se encargó de alejarla del resto de los Quinx, para que su codependencia se agravara.

Ella hubiera matado por Sasaki. Lo había hecho, sin cuestionamientos, siguiendo las instrucciones de Kishou, despejando el camino del Rey sin corona.

La vasalla perfecta, fingiendo ser vasallo. Y una boda entre ella y Haise, sería visto como progresismo total.

Tenían la carrera política más prometedora.

Y Arima no permitiría que nada se los arrebatara.

En especial...una basura del pasado.

—¿Comprobaste lo que dijo, entonces?

Mutsuki asintió, entrelazando los dedos sobre la mesa y haciendo otra mueca. Arima bebió un sorbo de café. Había recuperado sus sentidos en los últimos años. No era como cuando fue joven. Pero nunca esperó vivir tanto y con semejante salud.

En el espectro de un viejo moribundo, Arima Kishou era aún realeza de un Ojo.

—Con el material al que tuve acceso...que no quedaba mucho. ¡Tantas veces en los últimos dieciocho años! La primera vez, yo era muy joven. Lo consulté a usted. No he conseguido más información. Haise me dijo que Touka Kirishima tenía un pasaporte y documentos falsos, que él le dio dinero para que comprara su pasaje, pero por seguridad de ella, le pidió que usara un intermediario remanente de la familia Tsukiyama. He interrogado al hijo sobreviviente pero prefirió tragarse su propia lengua que hablar, el pervertido. Es el quinque más caro de mi colección, después de Torso...

Ya habían tenido esa conversación. Pero Arima era minucioso. Cada palabra importaba, aunque fingiera que la conversación era rutinaria.

—Le debes tu vida a tu superior —observó Kishou, solo para que Tooru siguiera absorta en sus pensamientos y hablara desde una especie de monólogo.

Lo necesitaba. Funcionaba así.

Tenía suerte del ligero narcisismo de Mutsuki. No sospechaba nada.

—No estaría aquí, si Haise no hubiera intervenido a último momento en la avanzada de Ru. Me...buscó específicamente para decirme que habló con usted. Lloraba mientras que mataba. Lo escuché, reptó como un...un Cienpiés, bajo la tierra y me rescató, antes de que yo perdiera el sentido. Torso ya había arrojado a Ayumu en la corriente subterránea. No sé qué me hubiera hecho, si Haise no hubiese llegado...

Lo mismo de siempre. Arima no ponía los ojos en blanco fácilmente pero...Tooru podía desesperarlo. La guió de regreso al presente.

O casi.

—¿Los registros biométricos?

Ella volvió a suspirar.

—Puras reconstrucciones a partir de dos fotografías. Una de cuando Kirishima era adolescente. La otra de perfil, en el fondo de una toma donde visitamos su café ghoul, con el Escuadrón Quinx. Shirazu aún vivía.

—¿No arrojaron nada concluyente?

—¡Ese día fue un caos! Pude reconocer al menos a cien jóvenes con un rostro similar al de Kirishima. He entrevistado a la mitad de ellas a lo largo de meses y años, desentrañé varios casos de tratas ghoul y otros crímenes. Pero de Conejo, Kirishima, nada.

Arima disimuló una nueva sonrisa. Sus ojos chispearon. Bebió lo que le quedaba de café.

—Una pena. Sin embargo, Haise debe aceptar que hiciste una investigación minuciosa. No le estás ocultando nada.

—¡En absoluto! Al menos...no de ese caso. Solo pensé en su bienestar y el de...su hija.

Arima soltó un jadeo, ligeramente indignado.

—No me digas que crees en esa...fantasía que él tiene.

Mutsuki se encogió de hombros y alzó las manos, indicando que aquello estaba más allá de su control y deseos.

—No lo sé. ¡Ya no! Mi Maestro...mi prometido, él dice que tuvo una breve e impulsiva aventura con Kirishima. Ella...lo confundió con alguien más y él quería ser esa persona por el bien de esa mujer. No tiene importancia. Lo que sí, la tiene...Es que ella se embarazó. Cuando él se enteró, trató de dejar el CCG. Y tuvo...la discusión que usted bien sabe. Antes de unirse a la avanzada de Ru.

—Y rescatarte.

—Si...

—Pero no hay pruebas concluyentes de que Kirishima haya siquiera ingresado al aeropuerto ese día...

Tooru suspiró. Arima sintió que había ganado una partida de ajedrez contra un difunto.

—Bueno...ahora que lo menciona. Haise y yo vimos...una grabación. Solo una toma brevísima, de segundos. Él mismo le indicó a Kirishima cómo evadir las cámaras de seguridad pero esa...debe habérsele pasado. Si es ella, tenía prisa. Es la única pasajera cuya identificación no pudo acreditarse, ni siquiera la vemos ingresar o salir. Como si no existiera...Haise lloró cuando la ubicamos —observó Tooru, pensativa. Arima notó que su voz casi se quebraba. Como si le costara contener un sentimiento primitivo.

Los celos.

Él se permitió sonreír.

—¿Es lo único? ¿Una toma de segundos, de un rostro fantasmal? ¿El archivo que me adjuntaste la semana pasada?

Tooru asintió.

—Si...es lo único. Haise se pone inquieto durante estas fechas porque él siente que es el aniversario de la desaparición de...su familia. O lo más cercano que él ha tenido a una. En...sus propias palabras.

—Un error propio de la inmadurez. Su familia eres tú, Tooru. Son los Quinx. Y yo mismo. Haise está equivocado. Persigue a una fantasma.

—Supongo. Pero, ¿cómo se explica eso a un hombre con el corazón destrozado?

Ella parecía a punto de llorar. Arima no podía ni quería lidiar con eso. Pidió la cuenta, friamente.

—Hazlo. Vas a casarte con él. Si alguien tiene derecho a pedirle que ponga el punto final a sus fantasmagorías, eres tú.

—Si, pero...Haise...Haise cree que...Kirishima tuvo una hija. Las ghouls pueden saber el sexo de sus crías muy temprano. Hay alteraciones específicas en el kagune e influencias hormonales.

Arima se carcajeó, sacudió la cabeza.

—¿En serio? Debes aprender a frenarlo cuando comienza con esa ridícula fantasía.

—¡Lo sé! Pero...para él es real. La hija que nunca tuvo. La que yo...no puedo ni podré darle. Haise cree que este mundo está mal. Que todos estamos mal. Que él debería estar con esa familia que nunca formó y que...su nombre tendría que ser otro —susurró Tooru, con los ojos mojados y haciendo una mueca.

Arima no iba a conmoverse por esas manipulaciones. No, cuando él era el mayor manipulador.

—¿Y fue por eso? Que tú...engañaste a mi pupilo.

Llegó la cuenta. Tooru se limpió una lágrima con disimulo, hizo ademán de pagar pero Arima Kishou se le adelantó en un gesto firme.

—Es muy difícil que te traten siempre como si no fueras suficiente. Como si te estuvieran haciendo un favor al estar contigo. Urie...

—Kuki Urie está casado con Saiko Yonebayashi. Y tienen hijos. Adoptados. Pero los tienen.

Arima no quería regañarla. Tooru era su aliada. Pero tenían que tener esa conversación. La necesitaba tan devota a Haise (y por extensión, a él mismo) como fuese posible.

En especial, en aquellas fechas.

Que Arima esperó, fuesen las últimas tan complicadas en dieciocho años.

—¡Lo sé! Lo sé. Le juro que...no se repetirá.

—Más te vale. Instruí a mi pupilo, mi hijo, para que te perdonara.

—Lo hizo. Él...tuvo una discusión con Urie. Pero ya está todo resuelto. En cuanto a Saiko, ellos tienen una relación abierta, por los niños. Urie esperaba que yo...me mudara de nuevo al Chateau con Haise, definitivamente. Sin viajes, giras ni congresos, presentaciones o proyectos de leyes...Es solo que...

—Tú eres la compañía de Haise.

—Lo soy.

—Su sostén.

—¡Lo sé! Cumpliré mi deber.

—Confío en eso.

Tooru asintió. La mesera que se les acercó, se retiró de inmediato. Arima notó que se revisaba un brazalete en el tobillo, que indicaba un proceso reciente de roces con actividad criminal.

La tobillera estaba en contacto con un chip que liberaba una versión concentrada del inhibidor de células de kagune.

El futuro que Haise había hecho posible. Sin matar a los ghouls. Integrándolos.

Algo que solo un noble príncipe podía lograr. Campaña que había que proteger a capa y espada.

Y Tooru...Tooru era el escudo con el que Arima cubrió a Haise.

Ella no podía fallar.

Arima no lo toleraría.

Y ya había perdido el control por algo similar en el pasado.

—Yo...yo tengo una teoría. Pero contradice la de Haise.

Arima alzó una ceja.

—¿Cuál?

—Bueno...Haise cree, él insiste muchísimo con que Kirishima se marchó. A Alemania, Inglaterra o Canadá. Son los países que le recomendó. Pero...la cámara está cerca de una salida de emergencia. Yo sospecho que ella dejó el aeropuerto. Tenía su celular en la mano. Tal vez alguien la llamó para que saliera.

—¿Un terrorista remanente del Aogiri? ¿Alguien con un resentimiento por ella? ¿Otro amante? ¿El padre verdadero de su infanta?

—No...lo sé. Usted está al tanto de que la desaparición de Kirishima coincidió en fechas con la Masacre Washuu. Ese día hubo una desconexión informática por un ataque cybernético mayor. No encontré ninguna cámara en los alrededores que la captaran ingresando o saliendo del edificio. Incluso las tomas del aeropuerto en sí, fueron recuperadas tras un proceso largo. No hubo tanta suerte con las de la ciudad.

—¿Y cuál es tu teoría? —Kishou sonó profesional. Pero sus manos se crisparon levemente.

Tooru estaba demasiado absorta en sí misma para notarlo.

—Ella nunca se fue. Haise dice que si. Él...desvaría. Dice que solía escuchar el corazón de Touka latir a kilómetros de distancia, qué locura. Según Haise, hasta podía olerla. En la cueva de Ru...él me juró que siguió un rastro de mi aroma. Solo se entorpece un poco con cierta floración. Haise insiste con que Touka lo abandonó y que debe estar en otro lugar. No aquí.

—¿Y su...supuesta hija?

—Es diferente. No puedes "oler" algo que nunca conociste, no totalmente. Ayer, él...estaba convencido de que vio a su hija entre el gentío. Revisé las cámaras, tuve un deja vu con mis investigaciones por Conejo...pero nada. Había una chica cuya descripción podría coincidir con una foto que Haise me mandó a desarrollar.

—¿La del aviso internacional?

Tooru asintió, con una mueca más de pena que de incomodidad.

—Si, esa misma. Usé un programa para ubicar niños perdidos y desaparecidos. Combinó algunos rasgos al azar de Haise, como su cabello y el rostro de Kirishima, ya que las mujeres suelen crecer y envejecer como sus madres.

—¿Y fue por eso que tuvimos todas esas llamadas falsas el año pasado?

Arima estaba al borde.

—No pensé que tendría ese...impacto.

—Ahora cualquier muchacha demente cree que es hija de Haise Sasaki, Ken Kaneki, ¿sabes? Ese pedido de búsqueda hizo más mal que bien.

—¡Lo sé, lo sé! Pero él...se sintió tan esperanzado cuando yo usé el programa y elevé el aviso internacional. Hasta formó parte del documental de Getflix, "Misterios Ghoul Sin Resolver". No esperaba que tuviera tanta...relevancia.

—Le puso un nombre a su fantasía, Tooru.

—Si. Ichika. Kaneki Ichika. Él dice que si la niña nació, se debe haber llamado así.

Pamplinas —la maldición más fuerte del repertorio de Arima Kishou salió de entre sus labios pálidos, sorprendiendo hasta a Tooru Mutsuki.

—Lo lamento.

—Si. Y esa psíquica mexicana, Mani o como sea, la que dice que Touka murió, no ayudó en nada tampoco.

—Definitivamente. Pero esto es lo que pasa cuando ventilas tus problemas en lugar de resolverlos.

Tooru asintió.

—Haise...cree que Ichika cumplió dieciocho años ya y que vendrá a verlo en el aniversario de la desaparición de Touka. Como rebeldía a su madre. O que tal vez aparecerán juntas.

—¿Y tú qué harás?

—Yo...No puedo perdonar que una malvada ghoul se robara a la hija de Haise y no le permitiera verla. Odio tanto a Kirishima por eso que hasta la preferiría muerta y enterrada en donde fuera. Pero...la niña es inocente y Haise la quiere. Ese vínculo es sagrado. No soy nadie para interponerme.

—Tienes un lado muy permisivo con Haise, Mutsuki. Si quieres que yo siga dándole el visto bueno a tu relación, debes hacerte cargo.

La chica asintió.

Kishou se puso de pie, dio por terminada la reunión.

Tenía en qué pensar.


No podía volver con Haise. Salió del hotel, caminó sin rumbo. Las calles no eran lo que recordaba. Aún así, se dejó llevar, poseído por el Hombre de la Maquinaria que una vez fue Rey de un Ojo.

Que seguía siéndolo.

A pesar de los años, veía a Haise como un niño. Habían logrado mucho juntos desde los ámbitos frívolos de la política.

Pero las relaciones públicas podían ser tan encarnizadas como una guerra.

Arima tuvo que limpiar el rastro de Haise, toda posibilidad de que lo acusaran de ser menos que recto, desde su proceso de adaptación. Haise tuvo que ser perfecto, el ghoul recuperado e integrado como un humano, que colaboraba con una sociedad a la que amaba, el que convivía e invitaba a dejar las separaciones entre razas. Y castas.

La locura de Nimura le jugó a favor a Kishou. El tratamiento del Jardín le dio vitalidad. Y con Haise tuvo por qué vivir.

Veinte años.

Dieciocho años.

¿Había perdido el control antes?

No. Nunca. Él siempre supo qué era lo mejor para todos. Para Haise. Para sí mismo. Para el mundo.


Cochlea se había transformado en un museo. Haise mismo lo inauguró años atrás, durante una gira anterior por los derechos inhumanos.

En cuanto a Kishou...él se encargó de escoger medios hermanos que cuidaron la administración con la discreción necesaria.

El nivel inferior seguía intacto.

Arima saludó a Yusa. El chico era talentoso pero no brillante. Compartía con Haise la honestidad y era dócil, leal. Kishou nunca le había pedido más que eso.

En el museo podía hacer el recorrido, meditabundo. Necesitaba dialogar consigo mismo. A esa hora, ya casi habían cerrado. Arima Kishou contó a un par de jovencitas de menos de veinte años, que daban vueltas y observaban las mismas pinturas, fotos y recortes de noticias con curiosidad.

...Él envejeció aún muy joven. Estuvo sometido y condenado a los deseos del clán Washuu desde niño. No tuvo libertad. No pudo haber hecho lo mismo que esas niñas. Tenía las responsabilidades de un vasallo y eso solo empeoró cuando decidió nombrarse Rey.

—¡Arima Kishou! ¡Es usted! —dijo una de las chicas frente a él.

Tenía algo familiar, la muchacha llevaba el cabello corto y bicolor, con su cara redonda, los ojos de expresión risueña que mal disimulaban horrores vividos. Ella cargaba una maleta metálica enorme, con grabados extraños. Arima distinguió en la superficie, un conejo con una corona. Él supo quién era mucho antes de que la veinteañera se acercara a toda prisa a estrechar su mano, de manera enérgica. Odió que lo hiciera.

—¡No puedo creerlo, pero si es el Ángel de la muerte del CCG! Así le decían cuando era joven, ¿no? Es un placer conocerlo. Estuve en su último seminario...

...Si, a ella había visto Haise, probablemente. Tenía sentido.

—...Pero por supuesto, no vine a verlo a usted. No realmente.

No. Claro que no.

Yusa lo miró como si esperara una orden. Arima sacudió la cabeza. Él mismo se encargaría.

—Haise Sasaki. ¿Sabe dónde está?

—No puedo darte esa información. Sin importar quién digas ser.

La chica se carcajeó, lo soltó y se alejó dos pasos. Yusa no dejó de mirar a Arima. Fue idea de Haise que destinaran el edificio ya sin uso, a uno de interés humanitario y "pro ghouls en armonía con los humanos". Diez años atrás, Arima y él cortaron un listón antes de ir a tomar café con la hija de Mado y los Quinx.

—Tengo que ver a...—comenzó ella. Arima le hizo una indicación con un ademán firme de su mano.

—Caminemos...

Kaneki Ichika. Mi nombre es Kaneki Ichika. Pero usted lo sabe, ¿no?

Él se dirigió hacia los pasillos de las fotografías de investigaciones. Haise destacaba en ellas. Contaban una historia. Ghouls matando ghouls. Investigadores encarcelando ghouls que mataban ghouls. Luego...

Investigadores estrechando manos de ghouls sobrevivientes.

Había sido falso y forzado al principio. Pero no perdieron la fe. Haise y los Quinx fueron el vínculo con ese mundo.

La matanza de los Washuu marcó la final diferencia. Haise hizo todo lo que Arima le pidió.

Casi todo.

Ichika (jamás la llamaría Kaneki), avanzó a su lado, mirando con cuidado y conteniendo la respiración ante las imágenes enmarcadas, en blanco y negro.

Ella se humedeció los labios.

Yusa quedó atrás como para escuchar. La música ambiental podía tragarse la conversación de ambos pero...No había nadie más a esas horas.

El museo solo era visitado por multitudes de niños y adolescentes a horas más tempranas. Algunos extranjeros que compraban paquetes de tours y se preguntaban cómo es que ese fue el primer país en el mundo con políticas inclusivas para los ghouls. Estudiantes dedicados a ciencias humanas e inhumanas también lo hacían. Arima había aprendido a eludirlos cuando aparecían con sus celulares, grabando. Yusa los echaba en esos casos. Mutsuki cuando estaban en el exterior.

Tal vez ese hubiera parecido el caso. Si Arima no hubiera llevado a Ichika aparte.

—¿Y tu madre?

No quería preguntar. Él sabía perfectamente qué había sido de Touka Kirishima y estaba mejor así.

La chica, sin embargo, hizo una mueca llena de tristeza, mientras que avanzaba con la enorme maleta a cuestas.

—¿Pregunta por compromiso o...?

—Quiero escucharte decirlo —declaró Kishou, mirando de reojo a la maleta, que tenía un apellido escrito en romance.

—Mi madre se fue. Era casi una adolescente. Yo soy mayor que ella cuando se marchó de aquí, conmigo en el vientre...

—¿Debería sentirme culpable?

—No sé cómo es usted fuera de entrevistas, seminarios y conferencias, señor Kishou.

—Ese es un uniforme del CCG alemán, el que tienes puesto.

—Lo es.

—Y es una maleta de quinque.

—Si, también. Y pesa muchísimo. Más que un par de alas de ángel.

—¿Dónde está Kirishima?

—Mi mamá me dijo de usted. De mi...

—No lo digas.

—Padre.

Padre. Un padre educa, crea, acompaña. Por eso fui llamado el "padre" de Haise. Cualquier hombre puede derramar su semilla genética donde no debe.

—Pues derramó su semilla genética en mi madre, así que es mi padre. Haise Sasaki. He pasado meses tratando de localizarlo, con emails, llamados, todo. Su secretario personal poco más y me recomendó ir con un psiquiatra. Cuando me respondió algo.

...Arima sabía que el secretario personal de Haise era Tooru, dicha respuesta no le sorprendía en absoluto.

—Haise es un hombre famoso y rico actualmente. ¿Tienes idea de cuántas niñas de tu edad dicen ser sus hijas, sus amantes, hasta sus madres?

Ichika se carcajeó. Puso los ojos en blanco. Sacudió la cabeza y dejó de avanzar por los pasillos de fotografías y documentos enmarcados.

—¿Nadie más? Es conocido por no quedarse a solas con nadie. Sin usted o sus asesores, que solían ser su escuadra militar. En su autobiografía dice que fue torturado por otros ghouls de un grupo de crimen organizado y que nunca se repuso. Pero...pasó al menos una noche con mi madre, doy fe.

Si...nadie más. Arima le preguntó a su hijo si se sentía solo pero Haise aseguró que no. Incentivó el que tuviera una relación con Tooru porque eso podía verse como inclusión. Que tuvieran una familia. Una de verdad. Honrada.

Como la que Takatsuki Sen (la Reina Eto), jamás le hubiese dado a Arima.

—Vamos por aquí.

Recordaba perfectamente el pasadizo, la contraseña de acceso no cambió. Yusa los observó a ambos perderse hacia los confines del edificio discretamente clausurado, sin reconstruír. Arima solo caminó, como lo hizo por los caminos secretos de V., tiempo atrás.

Era un trabajo, después de todo.

Su persistente jaqueca aumentó, puesto que el tratamiento para alargar su vida, ya no tenía efecto.

La voz de la chica no ayudaba. Arima quería solo...

—¿Trajo a mi madre por aquí, alguna vez? ¿Para intimidarla?

Chica lista.

—¿A ti te intimida?

—Soy una investigadora ghoul, igual que mi padre a mi edad.

Arima le sonrió a la muchacha. Tal vez, en otro mundo...

—Haise era mayor cuando se unió a la Academia.

—Mi padre no tuvo opción. Es discutible si yo la tuve.

Siguieron pasillos más allá de la zona de entrada al público. Las puertas se abrieron automáticamente antes y detrás de ellos. Arima sabía que la chica temblaba, pero mantenía su porte. En esa...resistencia, se parecía más a Kirishima que a Haise.

Después de todo...Su hijo hubiera roto a llorar antes.

—¿Cómo llegaste a Alemania?

—Eso usted bien lo sabe. Mejor que nadie. Le dio a mi madre todo ese dinero para que ya no viera a mi padre.

—Y no bastó...

—¡Por supuesto que no! Ellos se amaban. Igual que mis abuelos. Usted no lo entendería. Nunca amó a nadie, ¿o me equivoco? Lo máximo que tuvo fue una aventura con esa escritora que desapareció.

Takatsuki Sen, al igual que Kirishima, se volvió un obstáculo. La única diferencia fue que Eto resultó útil alguna vez.

—¿Para eso pretendes volver a la vida de Haise? ¿Para remover todo lo que está podrido y mal en sus cimientos? ¿No te da ni un poco de verguenza estorbarle así?

La chica se detuvo un momento. Justo frente a la última puerta. La más importante. La que aclararía todo.

...Porque no iba a hacérselo fácil. No tenía por qué. Esa era su naturaleza.

—¡Mi padre tiene derecho a saber la verdad! —exclamó ella, poniendo a un lado la maleta del conejo.

Arima observó su quinque guardado. Sacó sus conclusiones. La chica se dio cuenta de lo que pensaba.

—Mi madre no quería irse.

—A ella no le importaba Haise ni mucho menos lo que él quería y necesitaba...

—¡Silencio! Iban a irse juntos. Pero usted lo impidió de alguna manera. Lastimó a mi madre y la metió en un buque de carga, como si fuera un animal. Ella estaba drogada y aterrorizada. Tuvo que esconderse, estuvo a punto de ser asesinada muchas veces. Y yo iba dentro suyo. ¿Tiene alguna idea de lo que fue?

Arima pensó que era irónico.

—Un castigo acorde a cualquier abominación.

Ichika apretó los puños e hizo una mueca. Su parecido con Kirishima se acentuó. La muchacha era un calco de la mesera, con los rasgos mal dibujados de Haise.

—¡Un pasaporte y documentos falsos no arreglan todo! Tampoco un montón de dinero. Ella tuvo suerte de no morir, ni perderme. Al llegar al país, saltó al agua y perdió muchísimo. Casi nos ahogamos. Yo nací en el extranjero, mi kagune era débil, así que ella buscó a una médica inmigrante, del mismo país del que nosotras éramos. Kimi Nishino...¿La conoces?

—No.

—Colaboradora del famoso y terrible doctor Kanou. No importa. Nadie se acuerda de quienes cumplen papeles insignificantes en el juego de tronos, ¿cierto? Ese donde triunfas o mueres.

Arima jadeó, conteniendo una risa seca y enfermiza. Introdujo el código final de la puerta, el que aún sabía de memoria, porque nada había cambiado. No tanto. No lo suficiente.

Afortunadamente para él.

—¿Y?

—Nishio Nishiki, esposo de Kimi, siempre tuvo aprecio por mi madre. Convencieron a la doctora de que me aplicara un tratamiento...invasivo. Pero necesario para que yo viviera a salvo en ese nuevo país —comentó la muchacha, tocándose un hombro y haciendo una mueca de dolor.

Arima se preguntó cuántos supresores y analgésicos tomaría una mestiza al día, solo para moverse como una persona normal. Intuía qué clase de intervención tuvo lugar.

—¿Fueron lo bastante lejos como para arrancarte el kagune? ¿Para que vivieras como una humana en tierras europeas? Eso es criminal.

—¡Silencio! Nishio Nishiki lo entendía mejor que su esposa. Él sabía que vivíamos en un mundo cruel y que nosotros, los ghouls y mestizos nunca seríamos aceptados. No tal y como éramos. Se hablaba de incluír a los ghouls pero la sociedad los siguió viendo como agresivos. Mi padre no cambió eso. No en seguida...

—¿Y te mutilaron para ocultar tu identidad?

—¡Me dieron una oportunidad! Dolió muchísimo. Pero con la asistencia adecuada, por parte de la doctora, fue posible que yo llevara una vida normal.

—Alemania tuvo una respuesta reaccionaria a las nuevas propuestas inclusivas. Igual que el resto de Europa.

—¡Lo sé! Por eso, mi madre tuvo que dejarme con Kimi y su esposo. Nishio Nishiki fingía ser su sirviente, disimulaban hasta su relación, porque no fue legal el matrimonio entre humana y ghoul hasta hace sino unos pocos años.

—¿Esperas que sienta lástima? Le di opciones a tu madre. Si iba a abandonarte, podía hacerlo conmigo y yo te hubiera encontrado una familia adecuada.

—¡Ella no hubiera podido confiar en ti! De haber tenido oportunidad, nos hubieras acabado. Ella sabía. Por eso se fue lejos de tus garras. Y para protegerme de sí misma, porque no podía quedarse de brazos cruzados ante tantas injusticias en todas partes contra los nuestros...Al fundar su propio grupo de resistencia, me dejó atrás. Tenía que hacerlo. Porque uno no abandona a los suyos. Tú deberías saberlo.

Las puertas se abrieron. Un aroma a flores podridas invadió el pasillo pero Arima fingió no sentirlo al entrar en el viejo jardín interior de Cochlea. La chica imitó su postura estoica, pero probablemente le pesaba más que a Arima hacerlo. Su nariz se torció.

—Este lugar...

—Batallé por última vez con tu padre aquí, antes de que tú nacieras. Algo de nosotros dos murió en este jardín.

—Sé esa historia.

—Haise y yo hicimos un pacto aquella noche. Él me apoyaría ciegamente. Y yo...Sería un padre sincero. Para siempre.

Ichika hizo una mueca irónica, antes de avanzar a través de la puerta.

—¿Y cumpliste?

Arima la siguió.

—Las cosas que hacemos por deber son inconcebibles.

—¿No te interesa saber por qué me uní a la rama europea del CCG?

—Puedo imaginarlo.

—Desde luego. Arima Kishou, siempre unos cuantos pasos por delante de todos.

—¿Y Touka Kirishima? Tu madre.

—...Lo sabes.

—Lo sé, pero quiero oírlo.

El parecido con Haise se acentuó más. La chica se frotó el mentón como su padre.

—Mi madre se perdió a sí misma cuando la separaste de mi padre. Renunció a su sueño de estar con él para que yo viviera. Y cuando nací, me dejó para que mi vida fuese menos difícil. Aún así, la vi con frecuencia en la ciudad. Sabía quién era. Fue difícil para ambas. Kimi me explicó lo importante que era mantenerme lejos de ella. La llamé "la señora del café", conseguí ir a la escuela cerca del negocio que logró ponerse allá. Me crié tomando lattes en su tienda.

—¿Te enseñó a fingir que comías?

—No fue necesario. Soy mitad humana y consumo lo que mi padre antes de ghoulizarse. Yo parecía normal. Pero me gustaba el café desde preescolar. Nunca me hizo daño.

—Un prodigio de bebidas tóxicas y complejos edipicos.

—...Traté de ser feliz. Sabía quién era mi padre pero tanto Kimi como mi madre me privaron de buscarlo. De adolescente estaba...obsesionada con él. Fui a sus charlas un par de veces, creí que si me vería...¿Nunca me vio?

Arima se negó a darle el gusto.

—¿Importa?

—Mamá tenía muchísimas fotos de él en su cuarto de la cafetería. Me cuesta creer que fuera un hombre tan delgado de joven. Se veía muy diferente en sus conferencias.

—Hice de Haise un guerrero.

Ichika asintió, pensativa. Clavó su mirada en unas flores arañas rojas que crecían desde la tierra. Arima se preguntó cuánto tardaría.

—Mi madre fue asesinada allá. Al igual que el Viejo Búho aquí...Protegía ghouls de todas partes que llegaban a su tierra. Solo pedía paz y convivencia entre humanos. Todos creían que ella era amiga de mi familia adoptiva. Ponia a los Nishiki como ejemplo del futuro. Como yo era una mestiza, nadie sospechaba. O tal vez sí. Los que conocieron a mi padre se daban cuenta de inmediato. Le tenían lástima a mi madre. Pero ella era fuerte...

—Y murió.

—Si...Unos investigadores la emboscaron por algo que no hizo. Sabes perfectamente cómo es. La esperé en su café pero nunca vino. Mi padre adoptivo y yo lo supimos por las noticias. El kagune de mi madre fue convertido en un quinque. Me obsesioné con esto durante algún tiempo. No creo en el más allá, así que solo había una forma de volver a verla —comentó Ichika, pasando la mano por el relieve de su maleta metálica.

Arima Kishou se acomodó sus lentes, de modo que sus ojos quedaron ocultos por el reflejo de la luz artificial en el jardín.

—¿Y no es suficiente? Tener un trabajo...Y a tu madre. O lo que queda de ella.

—¡Quiero a mi padre! Ya es tiempo de que sepa sobre mi. No puedes negar mi existencia para siempre ni excusarte en el deber. Mi madre te lo advirtió. Mi padre está mal de salud, todos lo notan. Saber que estoy viva podría curarlo.

Arima Kishou jadeó. Si hubiera sido más joven, jamás habría sido perceptible ese gesto de coraje.

—No lo conoces. No hay pruebas siquiera de que hayas sido su hija...

El dolor de cabeza que había asediado a Arima todo el día, se intensificó más. Él se tocó la sien. Logró ubicar algo que había dejado en la estancia, años atrás. Aún confundido.

La chica endemoniada no iba a aceptarlo.

—Sabe que es mentira. Mi padre tiene que saber la verdad...

Arima sonrió. De hecho, soltó una carcajada. Era tan raro verlo reír. Muchos de sus subordinados de décadas jamás lo vieron hacerlo.

—Esta comedia es absurda y ya no quiero escucharla. No me sirve. Me he figurado exactamente qué sucede...

Kishou jadeó por el esfuerzo que le representaba sacar su propia arma de una maleta olvidada. La chica también se armó, brevemente confundida y luego indignada.

Pero no era más contrincante que Haise. Y por algo, casi veinte años antes, Arima había resuelto dejar de pelear con él. Para no matarlo.

Una licencia que no tendría con la pequeña impostora. Ixa llevaba tiempo dormida. Se amoldó al brazo de Arima de inmediato, como una fiel amiga. Lo era.

—¡No!

Arima no perdió el tiempo respondiéndole. Todavía tenía el toque. No necesitaba mucho, además. La chica era un oponente mediocre.

Como su madre.

Pronto, Ixa bebió su sangre. Arima aprisionó su cuerpo contra las flores araña y otras más exóticas colocadas en el jardín de la prisión. Ichika ni siquiera pudo defenderse.

O como se llamara.

—Es imposible que seas la hija de Haise, ¿sabes por qué?

—¡Maldito...! —susurró ella, ahogada con su propia sangre negra. La muchacha tosió. Su cuerpo herido y corrupto ya empezaba a cambiar, cubriéndose de rojo enfermo brillante.

—Cuando supe que estaba embarazada, me deshice de ella. No iba a dejar que Haise arruinara su vida por una puta como tu madre.

Arima frunció los labios. Girar a Ixa le era trabajoso. Pero no faltaba mucho para desmoronar esa mentira.

—Mi madre...

—Está aquí...Bajo los lirios y las amapolas. Durmiendo el sueño de las rameras —explicó Arima, arrancando su espada. Dejando que los últimos fluídos vitales de la chica bañaran la tierra.

—Tú...Tú...

—El kagune de Haise a veces se descompone y toma fuerzas extrañas. Incluso inteligentes...Como tú. Nadie debe saberlo, claro. Es malo para la imagen de la Unión. Pero no tanto como una prostituta terrorista o una hija ilegítima. O ambos. Me he encargado de otros como tú. Y lo seguiré haciendo.

—Él sabrá.

—No hoy.

Ichika o lo que decía serlo, comenzó a deshacerse en un polvo espeso, rojizo, como si se quemara. Arima esperó a que dejara de tener forma humana para respirar hondo.

Podía aún llegar a la cena de Haise. Si. Y nadie tenía por qué saber nada sobre lo ocurrido. Arima Kishou se sacudió el traje perfumado con las marcas rojas de los restos del horror. Miró con desprecio la tumba improvisada de Touka. Y la que no era su hija porque nunca nació.

Horas más tarde, Haise lo recibiría en una fiesta. Arima Kishou usaría la misma ropa con la que ultimara a la fantasmagoría de una hija.

—Padre...No sé dónde estaría sin ti —le dijo Sasaki.

—Sin dudas, hijo, estarías desamparado —admitió Kishou.

Dieciocho años pasaban demasiado rápido.