PRÓLOGO
12 años antes…
Detroit, Michigan. Lake Michigan Collage. 20:34 p.m.
Con las manos dentro de los bolsillos de su falda, caminaba con tristeza y nostalgia el largo pasillo del lugar que un día llamó hogar. Ya habían pasado dos años que había dejado atrás el Instituto, y la mayor parte de las cosas, seguían como antes. Absolutamente nada había cambiado. Ni siquiera la agitación y la euforia por parte de los estudiantes al escuchar la alarma que anunciaba el inicio del ansiado evento. Las porristas y los jugadores de futbol se pavoneaban como si fuesen dioses, haciéndoselo saber a los más inferiores, los cuales, no podían siquiera dirigirles la palabra. Vivían con pánico, y para evitar a toda costa ser asediados por ellos, apuntaban siempre la mirada hacia el piso. Se mantenía aún el mismo terror.
Inclusive, por fuera, su casillero se conservaba igual a pesar de ser asignado a otra persona. Con esa gran estrella dorada que adornaba la puerta siendo su estirpe. Posiblemente seguía igual porque simplemente no había sido asignado a otra persona. ¿Cómo poder saberlo?
Todo estaba tal y como lo recordaba. El pequeño pueblo de Detroit seguía siendo idéntico, uno de los más conservadores del país. Era como si vivieran en el pasado, mientras que, en Nueva York, se hallasen a siglos luz de adelanto.
Rachel estaba en una época difícil de su vida, regresando al mismo sitio donde había crecido y había vivido un sinfín de experiencias, unas buenas y otras no tanto. Donde había conocido a la mayor parte de personas que amaba, y que sabía que cuando necesitase de su ayuda, sin dudarlo, la apoyarían. Aunque no nacieran de una misma madre, eran casi como hermanos. Sintiendo la misma felicidad o tristeza, esa tristeza de haber perdido a un ser tan querido como había sido la de su líder, Allan Prescott.
Sin embargo, lo que sí había cambiado en ella, era que sentía un enorme dolor en el corazón por la partida de él meses atrás. No obstante, eso no le fue un impedimento para acudir al llamado de su generación y volver a recrear el baile de promoción donde había sido la ganadora de la corona años atrás. Sus amigos le argumentaron que querían reencontrarse y pasar una divertida y agradable velada. Ellos habían logrado su cometido, convencerla a pesar de no tener una agenda muy accesible por culpa de su trabajo. Así que a un lado de Troy y de Salma, sus mejores amigos y compañeros de apartamento, hizo el viaje de Nueva York a Michigan.
Pero hoy, simplemente nadie la reconocía y estaba dispuesto a tirarle un horrible frappé azul sobre su rostro, haciéndola parecer un ente venido de Avatar, como de los que se había obsesionado Liam Allen. A nadie le importaba que la chica irritante con aires de grandeza e hija de dos madres gay caminase a su lado. Había pasado de ser la más acosada, a ser la más ignorada, por esos mismos chicos que corrían a su lado ansiando llegar a la reunión a pesar de toparse con una celebridad. Y para aquellos pocos que sí la reconocían, debería verse como toda una diva y caminar con la frente en alto. Había conseguido la meta de llegar a su Olimpo, a su Oasis llamado Broadway.
Las cosas tenían que cambiar, por lo menos, hacia su persona. Por eso inhaló, y haciendo gala de su seguridad y orgullo, abrió la puerta del gimnasio. Descubrió a un grupo de chicos que bailaban desenfrenados en el centro de la pista y a todos sus amigos. Era como si el tiempo tampoco hubiese pasado para con ellos. Elijah Freedman mantenía una entretenida charla con Liam y Mike, seguramente de qué chica se veía mejor. Willow, Troy y Sophia estaban parados a un lado del escenario carcajeándose y poniéndose al tanto de todo lo que habían hecho en esos dos años. Salma y Taylor estaban dirigiéndose apenas la palabra; a pesar de que las chicas habían sido novias en el pasado, ahora parecían odiarse; y luego estaba Quinn.
Quinn estaba acompañada de un chico con un semblante serio y con un sutil aire de arrogancia. Ambos estaban sentados en el lugar que siempre había sido su asiento preferido por la tranquilidad que le brindaba y donde solía esconderse cuando la fastidiaban: en los asientos de las gradas.
Y cuando por fin Quinn notó su presencia, le sonrió avergonzada. Y eso tenía un porqué, la chica junto a Taylor habían sido las únicas que no acudieron al homenaje de Allan. Rachel no conocía aún la razón, Quinn solo se había tomado la molestia de escribirle un correo con sus condolencias y nada más. Todos esos años solo tuvieron ese contacto. Ninguna otra explicación por parte de la capitana de porristas. Así es que Rachel resopló y caminó hasta ellos, sentándose a su lado con la inquietud de conocer sus razones, pero la rubia con un casi imperceptible hola y siguiendo la plática de su acompañante, le hizo saber que no hablaría más que eso. Así que no insistió más, fue igual a las múltiples veces que tuvo que callar en el pasado, no quería que le hiciera una escena para avergonzarla o le lanzara un sinfín de ofensas delante de todos, por eso se mantuvo al margen.
Fue hasta entonces, cuando el director Morales arribó al lugar para volver a nombrar a los candidatos a reyes de promoción. Con Salma, Amelia Peterson y Quinn por parte de las mujeres, y por otro, Taylor, y Henry Cook, el chico que nadie recordaba. Los cinco como los protagonistas y subiendo por segunda vez al estrado ante las atentas miradas de los presentes. Solo faltaba que los demás alumnos votaran y dieran su veredicto.
Pero no fue hasta que la misma Salma intervino soltando palabras de furia y agrediendo a la morena delante de todos. Rachel creyó que al obtener el papel del afamado musical, Moulin Rouge, quizás, y solo quizás las personas la respetarían y la tratarían mejor. Eso era lo que esperaba, lo cual, no sucedió así.
—Disculpen todos, antes de que hagan su estúpida votación para saber quién es el más popular, y lo cual no tiene algún tipo de repercusiones positivas y relevantes porque Allan Prescott ya no está aquí, quisiera decir unas palabras sobre mi mejor amiga Rachel Brooks. Rachel Julie Brooks es la persona más egoísta que existe en el mundo.
Salma mantenían una dura y ardua batalla con la pequeña haciendo que su amistad pendiera de un hilo. Rachel aún conservaba la esperanza de que enmendarían sus diferencias que las iban aquejando desde hace unos días atrás. Creía que tenían solución, porque la chica desde que había llegado a vivir con ella y con Troy a Nueva York, la protegió como si fuera parte de su familia; inclusive, acosó y asustó a tal grado a Benjamin, su exnovio, y le hizo ver que el aspirante a actor no era buena compañía y se alejara de él. Pero dio un cambio drástico cuando, específicamente, Salma terminó con Taylor y cambió de actitud hacia todos, volvió a ser esa chica egocéntrica como lo había sido en el instituto y Rachel decidió correrla del departamento. Sabía que había tomado una estúpida actitud para con su mejor amiga, pero eso no quería decir que la latina como en el pasado, pudiese humillarla delante de todos los alumnos, por eso reaccionó con enojo e indignación ella también.
— ¿Qué? ¿De verdad vamos a discutir?
—Me toca exponerte como lo que en verdad eres. Alguien que solo le importa si misma. Eres la chica más egoísta y ambiciosa que conozco.
—Salma… —intervino el profesor Bennet apoyado por Olivia Watson, pero la chica lo ignoró retomando la conversación.
—Has ignorado a la mitad de tus fans más veces de las que recuerdo, solo porque te crees mejor que todos nosotros, y no te importó tratar mal a tu mejor amiga cuando terminó con su novia y necesitó de tu apoyo, además, apuesto a que no conoces los nombres de la otra mitad de estos perdedores, a pesar de los pocos que somos en este mediocre pueblo.
—Eso no es cierto, claro que los conozco—sonrió con superioridad.
—Ah sí ¿Cuál es su nombre? Es el que te ha estado enviando cartas hasta Nueva York —se dirigió al chico que estaba a su lado. Que no era otro más que su eterno enamorado, Christopher Cohen.
—Michael.
—¡Exacto! Gracias. Todos conocen a la gran estrella Rachel sí, pero yo he convivido con ella. Déjenme decirles lo que es compartir habitación con esta desesperante y egoísta cretina. Alguien en ese departamento, por las mañanas, deja sus asquerosas cremas en el baño, y ni siquiera se toma la molestia de levantarlas. Y no es el otro gay por si se lo preguntan —señaló a Troy, quien sostenía la mano de su novio, Andrew. No se atrevió tampoco a interponerse.
Él ya había sido el intermediario entre sus dos amigas, pero Rachel, con su actitud de arrogancia e indignación, y porque su mejor amigo le había dado la espalda, decidió irse del apartamento y romperle en la cara a Salma la única fotografía que tenían ambas. Rompiendo así su unión de amistad. Las dos eran igual de orgullosas y altaneras.
—¡Eso no es cierto! Soy yo quien levanto todas tus extensiones de horrible cabello. ¡No mientas!
— ¿Sabes qué no es cierto? Cuando fuiste la reina del baile. Ya está, ya lo dije.
—¿Qué? Eso es completamente falso.
—Sí así es, no ganaste ¿De acuerdo? Todos sintieron lástima por ti, y las dos personas que más odias en este mundo, Quinn y yo, llenamos las urnas con tu nombre para que ganaras. Incluso tu máxima rival, sintió lástima por ti.
Quinn dirigió su mirada hacia otro lado para así evitar descubrir el rostro de sufrimiento por parte de Rachel. La pena y un gran remordimiento de conciencia le invadían.
—Y hoy, por fin, tendrás tu merecido Brooks. Eso que debió pasar en realidad hace unos años.
Fue decir esas crueles palabras, y al más estilo de la película Carrie, del techo cayó pintura roja arruinando así su caro vestido. Su vestido preferido que había comprado en las pasarelas de Nueva York acosta de su primer sueldo de estrella.
Nadie podía creer que eso hubiese sucedido. Era cierto que la mayor parte del tiempo habían herido a la morena, pero jamás a ese nivel. Para la mayoría fue horrible y sintieron lástima al ver la que debería ser una divertida escena.
—Eres tan infantil, Salma… —sollozó limpiándose como pudo la pintura roja de su cara, mientras todos se quedaban en silencio. — Solo estás haciéndome esto, porque tengo el estelar de Moulin Rouge, además de ser una gran estrella, y tú no has logrado nada, a pesar de haber sido una de las más populares porristas, y quieres que me sienta mal por ello. Aquí tú eres la cretina —se levantó el vestido y salió rápidamente conteniéndose para que no se le salieran las primeras lágrimas.
—¡Vaya! Me siento mucho mejor. Ahora sí, voten y háganme la ganadora.
—Rachel tiene razón ¡Eres una cretina, Salma! No tenías por qué confesar lo que hicimos con buenas intenciones, porque si no mal recuerdo, tú también estabas muy conforme. ¡Tú más que nadie sabe exactamente por qué lo hice!
Quinn gritó enfurecida, le dedicó una de sus ya tan famosas miradas de odio, y después, salió corriendo detrás de Rachel.
Le siguió el paso con una prudente distancia para darle un poco de respiro. No quería hacerla sentir incómoda con su presencia. Así que permitió que entrara a uno de los baños y analizó con detenimiento el diminuto reloj de la entrada dándole el tiempo pertinente para relajarse. Y cuando creyó que había pasado los minutos oportunos, entró como un remolino por la puerta sin importar asustarla.
—Rachel, no tienes por qué creer lo que te dijo Salma. Es cierto que por nosotras ganaste la corona, pero no lo hice con malas intenciones… —guardó silencio por algunos segundos reorganizando sus palabras, mientras Rachel la ignoraba y se lavaba el rostro en el lavamanos— Mejor dicho, no lo hicimos con malas intenciones.
Su "casi amiga", que estaba muy alejada de serlo, insistió en no brindarle un poco de su atención. Y bueno, se lo merecía por no contarle la verdad cuando debía. Ahora se lamentaba por ocultarle eso tan importante.
—Ese discurso de Salma me hizo recordar lo cruel que fuimos. Realmente me siento fatal por cómo te habló en el gimnasio. Pude haber evitado que siguiera con esas egoístas e inadecuadas palabras. Esta era tu noche, Rachel.
—Ni siquiera sabes lo que es vivir en Nueva York. Salma y yo éramos íntimas amigas, pero ahora parece que todos los días son exactamente así. Y ahora parece que no importa dónde vaya o lo que haga, otra vez estoy aquí, con los mismos chicos que siempre han tratado de hundirme una y otra vez sin importarles mis sentimientos —se recargó en el lavamanos sin dejar de sollozar.
—Cada vez que un profesor me dice que no soy muy buena o que no estoy lista ¡Dios! —susurró apenada —es como si me sintiera como tú, como yo te hacía sentir o Elijah o Salma o todos los que estuvimos aquí para hacerte la vida imposible —Rachel la observó con interés— Y aunque no lo parezca, en ocasiones me ponías en tu lugar, a veces me hacías sentir la menos talentosa, la menos especial o el más insignificante insecto cuando subías sobre el escenario y nos deslumbrabas con tu gran talento y resplandor de estrella. Yo te tenía celos, Rachel. Siempre fuiste mejor que yo.
— ¿Soy uno de tus fantasmas? No lo creo, tú siempre has sido la chica más hermosa que he conocido, la más segura. ¿No lo recuerdas? Todos en los pasillos se hacían a un lado al ver pasar a la capitana de las Starburst. Tú movías a todos Quinn, los movías porque eras especial a tu manera.
—Lo ves, no necesariamente todo eso es malo Rachel. Sólo debes de usar esas cosas y dejar que te motiven. Así como yo las usé en su momento —caminó lentamente hasta ella.
—Me pone triste que creas que arruiné tu estadía en este lugar —Quinn la contempló conmovida —es sólo que, no lo sé, tenía la sensación de que siempre éramos tú y yo. Con esa rivalidad y conexión especial, con una conexión extraordinaria que nos hacía decirnos las cosas fríamente cuando eran necesarias. Con esa conexión para ayudarnos.
Y era verdad, a pesar de que Quinn siempre había sido parte de todas las bromas, cuando podía y veía que cometería alguna estupidez, se lo hacía saber, aunque después la siguiera agrediendo. Y todo eso tenía una obvia razón de ser, aunque no quisiese aceptarlo.
—Yo igual lo he pensado —se mordió el labio, signo indiscutible de nerviosismo. — Siempre he creído que eres la mejor cantante que haya escuchado, Rachel. Siempre he creído que serás la más grande estrella que haya nacido y sentirme orgullosa de decirles a mis hijos que eres mi amiga. De decirles que fui tu compañera de instituto.
—¿No crees que Julie Andrews y Brönte se sientan igual?
—No lo sé, pregúntame cuando ganes tu Tony y yo mi primer Emmy ¿Está bien?
—Bueno, supongo que habré ganado mi primer Tony para entonces.
—Seguramente... Vamos, ven aquí, cielo—la abrazó como nunca se había atrevido a hacerlo —Entonces ¿Me perdonas? ¿Me perdonas por todo lo horrible que te hice? ¿Saldado todo lo malo?
—No te preocupes Quinn, no era necesaria tu disculpa, estoy tan familiarizada con este tipo de cosas que ya no me afectan ni me interesan —mintió liberándose de su abrazo.
Y sí, mintió porque no quería verse frágil ante Quinn Spencer, quien la atacó gran parte de su paso por el instituto, y ahora mágicamente estaba cambiando su actitud de la noche a la mañana, y eso la hizo desconfiar, aunque no por eso no dejaría que saliera a flote el gen curioso Brooks.
—Sólo quiero saber algo ¿Por qué Quinn? ¿Por qué decidieron hacer eso si ambas pudieron ser las perfectas reinas de promoción? Específicamente tú. Ustedes dos eran la mejor opción, eran lo que todo el instituto esperaba, que las dos chicas más populares y hermosas ganaran, por eso no entiendo tus puntos ni las razones del por qué vienes y me pides esta disculpa. Sigo sin comprender por qué hicieron que una chica perdedora como yo ganara, y específicamente tú, me cedieras tu corona. Esa por la que peleaste tres años.
Siguió a pesar de que por sus mejillas volvían a caer varias lágrimas que no había podido retener. Quinn dulcemente se las limpió con su pulgar.
—Verás Rachel… Yo… no lo sé, simplemente quería hacer algo bueno por ti y enmendar todas las cosas horribles que te hice. No hay algo en específico… no hay una historia maravillosa detrás de esto.
Entonces esquivó la mirada y evitó a toda costa que Rachel la viera mentir, porque sí, Quinn Spencer también sabía mentir, y, sobre todo, con sus sentimientos.
—Está bien Quinn, si no quieres decir las verdaderas razones, no soy quién para obligarte a decirlas —no le creía nada, sentía que algo más le faltaba por decir, su mirada incómoda así lo demostraba, sin embargo, no insistió —De acuerdo, debería regresar ya a mi casa y quitarme esta horrible pintura. Te agradezco por tus reveladoras y contradictorias palabras Quinn, ya me siento mucho mejor — dijo de manera sarcástica y atravesó por enfrente de la rubia.
— ¡Agh! ¿Por qué siempre eres tan irritante? ¡Espera! —se interpuso en su camino y la detuvo del brazo atrayéndola hacia ella— Rachel, no sólo eres tú quien quiere saber ciertas verdades —vio directamente a unos cuantos centímetros de su rostro, los dos grandes orbes avellana que aún se mantenían rojos a consecuencia del llanto. En ese momento, supo que posiblemente se arrepentiría por lo que vendría después, pero ella también quería respuestas —¿Por qué ser tan insistente el día de tu boda? ¿Por qué me querías allí con tanta insistencia? Si lo fácil era casarte con Allan e ignorar todas las cosas que siempre te había aconsejado. El que era una estupidez que se casaran siendo tan jóvenes. Quizás hoy todo hubiese sido diferente.
Le era mucho más difícil a Rachel hablar por la escasa cercanía en la Quinn la retenía, incluso, podía sentir su delicada respiración correr de entre sus labios. Llamándola como un hipnotizante y poderoso imán.
— Dame una simple razón y yo respondo lo que tú quieras… —soltó suavemente las palabras y dirigió su mirada a los labios de la morena.
Y sucedió. Sucedió algo que por ninguna razón coherente pasó por la mente de Quinn, algo que llevaba esperando por más de tres años. Rachel no respondió con palabras, respondió con algo acorde a su teatral personalidad y dejándose llevar por ese par de atrayentes ojos grises. Con un beso. Un increíble beso que Quinn no tuvo las fuerzas para apartar. Un beso que Rachel llevaba esperando por el mismo tiempo que ella, y que después de que vio la oportunidad por la invitación de la sensual voz de Quinn, se atrevió a hacerlo. Duró el tiempo justo para que Rachel se diera cuenta, que sí, efectivamente, las peleas y celos que había tenido en el pasado para con ella solo tenían una razón de ser, una atracción por Quinn Spencer. Porque desde el primer día que la vio caminar por los pasillos del instituto con su uniforme de porrista, había sentido esa curiosidad hacia ella, y aunque Quinn hubiese tratado de alejarla de ella un sinfín de veces con ayuda de múltiples humillaciones, así había sido siempre. Y aunque hubiese salido con todos los chicos del Coro, que incluso, por un momento se olvidara de ella y saliera con Allan, no podía seguir haciendo como si nada pasara. Sin duda, pasaron los años y Rachel seguía profesando la misma atracción hacia esa hermosa rubia de ojos grises y sonrisa eterna.
—Yo… Lo siento… Yo no puedo Rachel —se tocó con nerviosismo sus propios labios.
—Espera Quinn, puedo explicarlo… espera… no puedes dejarme solo así, sin decirme nada. Sé que sentiste lo mismo que yo —sollozó cubriéndose la boca.
— Me casaré con Stephen—finalizó.
Rachel sintió como su corazón se rompía en mil pedazos por culpa del que creyó era el amor de su vida en esos núbiles y tiernos instantes de su vida. Ese primer amor de instituto, ese que es el más fuerte y difícil de olvidar. Ese amor ideal y onírico que es un imposible y se vuelve una loca obsesión.
¿Nunca han escuchado que el amor adolescente es con el que más experimentas sensaciones intensas y percibes que tu corazón late a mil revoluciones por minuto? ¿Ese qué crees que es nunca se terminará y será eterno? ¿Nunca te ha pasado que te ha gustado tanto alguien para querer encerrarte en tu habitación, poner música y brincar sobre tu cama? Pues ese era el que sentía Rachel Julie Brooks por Quinn Spencer y del que un día Miss Watson le había hablado.
