Cap 6: Compañeros

Hacía ya bastante tiempo que abandonó ese templo para cumplir la encomienda de Atena. Viajar de ciudad en ciudad requería varios días, los cuales fueron acumulándose hasta convertirse en semanas. No es que ese templo de por sí abandonado tuviera algo de valor o interés para él. Además, tras haberse separado de León asumió que éste había ido hacia alguna nueva aventura o algo. Conociendo el retorcido sentido del humor de los dioses, creía a Atena capaz de asesinarlo y dejarle su cuerpo allí como "obsequio". O quizás repetiría algo como lo de Medusa y le arrojó alguna maldición horrible que sólo revertiría si él se le sometía. O algo peor. Su imaginación volaba con castigos, maldiciones y escenarios posibles esperándolo. Aterrizó en la entrada del lugar y tomó aire profundamente antes de ingresar e inspeccionar todo sin dejar detalle sin registrar. Ahí fue que notó algo curioso. El lugar estaba demasiado limpio. Todo estaba ordenado, libre de polvo y se encontró con camas y ropa en algunas habitaciones.

―¡¿Qué sucedió mientras no estaba, maldita Atena?! ―preguntó a gritos esperando que ella apareciera como sabía podía hacer.

―¿No te dije que no deberías blasfemar, Sísifo? ―respondió una voz por demás conocida por él.

―¡León! ―gritó el de cabellos oscuros corriendo hacia él inspeccionándolo de arriba abajo en busca de heridas―. ¡¿Estás bien?! ¿Esa bruja de Atena te hizo algo? ¿Te tiene amenazado? ¿Por qué no te has ido a una nueva aventura o algo así? ¿Por qué demonios no respondes a mis preguntas? ―interrogó de manera atropellada mientras agitaba sus alas como una avecilla furiosa.

―No puedo responder a la velocidad a la que preguntas ―habló el mayor con una sonrisa conciliadora.

―Entonces, comencemos por la principal, ¿qué haces aquí? ―interrogó el niño viéndolo fijamente.

―Verás, la diosa Atena me explicó todo ―respondió mientras se quitaba una caja de pandora de la espalda y la dejaba delante suyo haciéndolo abrir los ojos sorprendido estudiando los grabados en la misma―. Me ofreció convertirme en uno de sus santos.

―¡¿Y le dijiste que no?! ―preguntó desesperado negándose a creer que esa caja era símbolo de que aceptó, pese a saber que debía ser así―. ¿La rechazaste? Dime que la rechazaste y si aceptaste ahora mismo iremos a decirle que cometiste un error y… y… ―hablaba Sísifo de manera nerviosa al borde de la histeria.

Si había algo en lo que no quería meter a León era a esa estúpida pelea que tenía con Atena. Él estaba atrapado con ella porque no podía librarse aun del trato que hizo, pero seguía pensando en cómo remediar ese asunto. Sin embargo, verlo envuelto en situaciones peligrosas como en la que él estuvo metido recientemente no le apetecía en lo más mínimo. Criaturas monstruosas de gran poder y con un alto grado de antipatía o falta de compasión por los mortales eran algo fuera de discusión. Él podía lidiar con eso usando su cosmos, pero no expondría a nadie más a ese peligro y menos una persona a la que le tenía tanto afecto y cariño. Tenía preparada una buena sarta de insultos para la malcriada diosa a la que servía en cuanto la viera. ¿Cómo se atrevió a hacerle semejante cosa? Acercarse a León mientras no estaba presente y manipularlo para que se volviera su juguete era demasiado ruin. ¿Qué le habría prometido esa desgraciada? ¿Revivir a su familia acaso?

―Sísifo ―llamó el mayor con voz autoritaria y firme mientras lo sujetaba de los hombros para que dejara de aletear de una vez―. La diosa Atena me explicó todo, ¿entiendes? Incluso sé que no tienes esta edad que aparentas, sino que eres aquel a quien llaman "el estafador de dioses".

El niño bajó la mirada avergonzada por eso. No es que le molestara ser llamado de esa manera. Realmente le daba igual cómo se dirigieran a él, le tenía sin cuidado lo que las personas o los dioses pensaran sobre su persona. Después de todo, siempre actuó en beneficio propio sin darle importancia a si arruinaba o no la vida de algún pobre tercero que se metiera en su camino. Era lógico que se dijeran las peores cosas sobre quién era, pero no quería darle esa imagen a él. No a León. Era la única persona que lo hacía sentir sucio por su pasado y se había esforzado en ocultarlo lo más posible. "Y esa maldita Atena anda contando mi pasado. En cuanto la vea voy a…"

―También le llamaron rey impío ―intervino una nueva y, para Sísifo, desagradable voz.

―Oh por favor no ―se quejó sagitario dándose vuelta viendo en la entrada a Ganímedes y Adonis―. ¡¿Qué hacen ustedes dos aquí?! ―preguntó a gritos antes de acercarse al rubio―. Bueno, en tu caso yo te invité a visitarme ―recordó viendo directamente al ex amante de Afrodita―. Por favor dime que estás de visita.

―En realidad… ―intentó hablar el rubio siendo interrumpido por el ex copero de los dioses.

―La diosa Atena nos invitó a convertirnos en sus santos viendo nuestro valor. Estamos aquí para reemplazarte ―dijo Ganímedes con toda la intención de ponerlo nervioso o herirle el ego a sagitario, pero consiguió el efecto contrario.

―¡¿En serio?! ―cuestionó Sísifo volando literalmente hacia Ganímedes―. ¿Vas a reemplazarme? ―interrogó con gran ilusión―. Eso significa que al fin seré libre de esa maldita bruja fea ―celebró el santo revoloteando por los aires agitando sus alas emocionado.

―¿Por qué luces tan feliz? ―exigió saber Ganímedes al verse sorprendido por una reacción así―. Ya no eres el único santo de la diosa Atena, te estoy robando tu lugar como su protector personal y el más cercano a su persona.

―Sí y te lo agradezco. Ya no eres una ramera ―dijo el niño de cabellos oscuros con gran alegría.

Sin embargo, la charla se vio interrumpida por la presencia de la deidad a la que servían. Los santos de inmediato se colocaron en posición para recibirla hincando una de sus rodillas en el suelo y llevando una de sus manos a su propio pecho en la zona del corazón. Todos agachando la cabeza en señal de sumisión mostrando sus respetos, todos menos uno. Sísifo vio de reojo la actitud de los demás y se cruzó de brazos observando con molestia a la diosa. Ella sólo le sonreía cínicamente. Disfrutó ver a sagitario alterado y temeroso buscando con desesperación a una persona que no sufrió daño alguno. Jugar un poco con su mente era un precio justo por sus continuas faltas de respeto. Después de todo seguía vivo por su utilidad. Le había hecho ganar muchos adeptos en la ciudad y sus alrededores además de haberla conducido hacia dos mortales con conocimiento del cosmos. Los ex amantes de dioses tenían leves nociones de cómo usarlo gracias a su estancia en el Olimpo. Era ese el verdadero motivo de su padre para expulsarlos.

"Pero ahora que no están en el Olimpo son mortales que pueden unirse a mis filas y todo ha sido facilitado por Sísifo. Quiera o no, sus acciones no hacen más que traerme beneficios". Pensó regocijándose al ver esa avecilla de alas doradas no conseguir un escape de sus garras.

―No vas a ser reemplazado, Sísifo ―aclaró la diosa viendo severamente a Ganímedes―. La Tierra es muy grande y no puedes pelear solo ni al mismo tiempo. Teniendo compañeros sería mucho más sencillo resolver varios conflictos en el tiempo más breve posible.

―Y por eso deberías buscar gente competente como Ganímedes y dejarme libre ―sugirió sagitario señalando al mencionado como si fuera un premio nuevo―. Él puede hacer muchas cosas por ti, como dar su obediencia absoluta, pelear tus batallas hasta te calentará tu lecho si se lo pides ―dijo antes de esquivar un gran trozo de hielo que iba en su dirección cortesía del mencionado―. ¿Hielo? ―preguntó sorprendido al ver el estado del suelo.

―¿Creías que eras el único capaz de manejar el cosmos? ―interrogó con molestia el joven de acuario―. Jamás permitiría que alguien más use la armadura de acuario. Es mi constelación y por derecho la armadura es mía. Sólo he venido a reclamar lo que es mío, no intentes dar una mala imagen de mí ―reclamó al ofrecerlo como compañero de cama de una diosa virgen.

―Qué codicioso ―susurró Sísifo no entendiendo esa obsesión suya con lo divino o lo que se le relacionara siquiera levemente.

―Tú también lo eres ―señaló el otro con disgusto antes de hacer una mueca de superioridad―. ¿Acaso crees que no sabemos cómo te solían llamar? Era bien sabido por todos que tu padre no te tuvo nunca en alta estima por no ser tan perfecto como tu hermano Creteo. Aunque ¿quién puede culparlo? Luego de décadas de fallecido aun es conocido como un rey justo y recto. Su ciudad y gobierno marcaron la historia ―expresó con la admiración a la que Sísifo estaba tan acostumbrado en su primer vida―. De ti nadie se acuerda, excepto aquellos a los que les arruinaste la vida por tu codicia.

El niño se mostró molesto por los comentarios, creía tener superado el asunto de su hermano. Constantemente se mentía así mismo al respecto de eso. No quería recordar cómo se sentía cuando todos a su alrededor le exigían ser una copia de su hermano mayor. Siempre a su sombra, oculto, avergonzado por no ser tan hábil ni sabio como él. Sabía que el nombre de su hermano trascendería el tiempo por sus buenas acciones, mientras que el propio si lograba estar escrito en algún registro sólo sería la historia de un rey codicioso que derramó sangre inocente por unas cuantas monedas. León no había dicho nada al respecto de su sentir o pensar respecto a la vida que estuvo llevando anteriormente, pero él mismo se sentía indigno de mirarlo a los ojos. Sísifo estaba muy acostumbrado a las miradas de desprecio de su padre acompañadas de discursos sobre su origen y linaje, pero con el aventurero jamás sucedió algo así. Lo trataba bien, le enseñaba con paciencia y lo cuidaba con cariño. Ahora que sabía toda la verdad también lo odiaría.

―Yo pienso que es una ventaja que nadie se acuerde de él, así puede iniciar de nuevo con una vida totalmente nueva ―intervino León acercándose a Sísifo para colocar una mano en su hombro haciéndolo verlo a los ojos―. ¿No te gustaría? ―preguntó sin dejar de mostrarse amable.

―Yo no… no… ―intento hablar el niño. Por un lado, sabía que no quería decir nada que afectara a Adonis, pero tampoco quería hacerle creer a León que era su sueño estar atado a la mocosa divina.

―¿No crees que es muy tarde para que inicie de nuevo? ―preguntó Ganímedes con dureza―. Vivió durante décadas engañando y estafando. ¿Todo para qué? Para luego pasarse otra vez décadas pensando en estafar dioses. Tiene demasiados años siendo eso y sólo eso: un estafador.

―En eso tiene razón ―concedió sagitario sin sostenerle la mirada al navegante―. No deberías involucrarte en nada donde esté yo. No importa si Atena te prometió revivir a tu esposa e hijo, no vale el sacrificio que estás haciendo. ¡Ella te está manipulando, usando tus deseos y debilidades para tenerte! ¡Reacciona! ―gritó perdiendo la compostura al imaginar más o menos por donde fue esa conversación.

―Ella no me prometió nada de eso ―corrigió León viendo el rostro sonrojado del menor por la rabia y posiblemente por la falta de aire al gritar durante tanto tiempo―. Me explicó que tu trabajo como santo a su servicio consiste en ir a ayudar a varias ciudades derrotando a criaturas que causen problemas como esos centauros que te dejaron la cara así ―mencionó apoyando con cuidado uno de sus dedos en el muy visible moretón que le quedó a sagitario por su lucha―. Yo acepté ser también parte de sus santos para ayudarte. Aprenderé a manejar mejor mi cosmos y seré tan fuerte que no volverás a cargar todo solo ―prometió con una mano en la zona del corazón.

―No hace falta que hagas eso ―dijo Sísifo mirándolo con enojo por el riesgo que quería tomar―. Yo puedo lidiar con esto fácilmente, ya he muerto, me he enfrentado a dioses y los mortales tampoco son gran cosa. Además, tú no tienes ningún deber conmigo, no somos familia ni nada similar ―afirmó mirando hacia una esquina sin nada en particular, pero le ayudaba a no ver a nadie―. Tengo la edad suficiente para ser tu tatara abuelo, no necesito ayuda tuya ni de nadie.

―Aunque "tengas" la edad no así los conocimientos. Naciste en cuna de oro, destinado a la grandeza y siempre protegido por ser un príncipe, ¿estoy en lo correcto? ―preguntó el adulto antes de acercarse al distraído sagitario y abrazarlo contra su pecho―. Puede que no seamos familia de sangre y sé bien que no eres mi hijo, así como yo no soy tu padre, pero te quiero como si lo fueras ―aseguró con cariño sin dejar de abrazarlo―. Saber que estás esforzándote por proteger a los más débiles y luchar por una noble causa me hace sentir muy feliz. Más que mis propias aventuras y viajes, tú eres mi orgullo, Sísifo ―afirmó con sinceridad.

"Justo en mis problemas de falta de amor paterno". Se quejó mentalmente el niño cuando sintió las tibias lágrimas corriendo libremente por sus mejillas. Ni siquiera recordaba cuando fue la última vez que había llorado en su vida, o vidas, si tenía en cuenta que esta era la segunda. Su padre jamás le había dicho nada parecido pues sólo lo comparaba con su hermano mayor. Aunque le cayera mal Ganímedes, el maldito tenía razón, su padre sólo quería una copia de Creteo por lo cual, él era una decepción. Dolía ser consciente de que ni en su familia era lo suficientemente amado como para dejarle salir de la sombra de su hermano. Podía tener todos los lujos y cuidados básicos por su estatus como miembro de la realeza, pero nada más. Y fuera de su palacio las cosas no mejoraron. Era odiado con justa razón por sus congéneres y por los dioses, ―por razones un poco más debatibles―. No obstante, era odiado por todos; desde el Tártaro hasta el Olimpo, desde Eólida hasta Corinto, por mortales y deidades. En medio de todo el odio del que era receptor una persona se preocupaba por él nuevamente. Esto no sucedía desde Antíclea.

Mientras León abrazaba al más joven de los presentes intentando calmar su llanto para que no se ahogue, ―pues había comenzado a toser al intentar hablar mientras su rostro se llenaba de lágrimas y mocos―, la diosa Atena observaba curiosa. Seguía sin entender qué era eso del "amor". La experta en el tema sería una diosa como Afrodita, pero tenía el presentimiento de que ni siquiera ella conseguiría descifrar ese sentimiento. En el tiempo que llevaba vigilando, León nunca poseyó a Sísifo pese a tener tantas oportunidades. Cuando se conocieron su pequeño santo estaba vulnerable y frágil, con un cuerpo que ni podía manejar bien. Podría haberlo sometido y tomado lo que quisiera de él, pero no lo hizo. ¿Por qué? Si dijo que lo amaba. Llevaba en términos humanos cuidando demasiado de una mascota a la que no le sacó ninguna ventaja, salvo tal vez la usanza del cosmos, pero era pobre.

Otra cosa sumamente curiosa era la reacción del propio Sísifo. Ese sinvergüenza quien siempre tenía una sonrisa creída, cínica o burlona en su rostro ahora era un mar de lágrimas por unas cortas frases. Le habían proferido múltiples insultos y jamás se mostró afectado. Les respondía con el mismo sarcasmo o con algún insulto incluso peor al recibido. Ahora en cambio lo veía comportarse acorde a su apariencia, un simple niño asustado. ¿Quién diría que ese era el mismo Sísifo que le había plantado cara a los dioses y recientemente a los centauros sin temor alguno? Pese al daño a su cuerpo, los golpes y los insultos, no lo recordaba llorando de esa manera. En cambio, León lo había desarmado con gran facilidad. Cuando le ofreció volverse el santo de Leo, el mortal le dijo que sólo quería estar al lado de su pequeño. Aseguraba que sagitario tenía buen corazón, pero estaba desviado. León creía firmemente que si era él quien guiaba su educación tendría una segunda vida más honrada que la primera. Atena aceptó con una desesperación implícita. Ella estaba dispuesta a probar el método que fuera con tal de que su santo no fuera a faltar a su palabra.

Mas la curiosidad y confusión en la deidad seguía presente. Le era impensable imaginar a alguien cuidando de un hijo que no fuera de su sangre con tanta vehemencia. Entre los dioses incluso renegaban de la existencia de hijos concebidos de manera consciente sólo por no cumplir sus estándares o por motivos desconocidos. Por ejemplo, Ares no era amado por Zeus, mientras ella gozaba del privilegio de ser una de sus hijas favoritas. La distinción le era inentendible y poca atención le dio sabiendo que tenía la balanza a su favor. La parte negativa era que Ares disputaba con ella la legitimidad como deidad de la guerra. Por otro lado, Hera odiaba y buscaba matar a cualquier hijo de Zeus producto de sus infidelidades. Entonces, ¿cómo? ¿Cómo era posible que los mortales pudieran vincularse sin sangre? Tendría que ponerle más atención al santo de Leo para descubrir ese secreto. Revelarlo podría ser la clave para obtener la gracia de su hermana Artemisa a cambio de solucionar sus múltiples peleas con Hera.

―Diosa Atena ―llamó el ex amante de Afrodita sacándola de sus pensamientos―. ¿Hay algún motivo en particular para venir a vernos? ―preguntó de forma respetuosa.

―Sí, sus armaduras ya están listas ―dijo ella golpeando su báculo contra el suelo haciendo aparecer dos cajas de pandora delante de ellos.

Ganímedes no perdió el tiempo y se acercó acariciando la caja de pandora con la figura de la constelación de acuario. Por su lado, Adonis fue más precavido acercándose a la suya. En cierto modo le parecía una mala broma que le hayan dado una armadura que tenía como símbolo principal a los peces que representaban a Afrodita y Eros. Eso sonaba a ironía. Ya más calmado y sin hipidos molestos, Sísifo inspeccionó la caja de León dándose cuenta de la constelación que le protegía.

―¿Leo para León? ―preguntó sagitario arqueando una ceja antes de posar su mirada en la diosa―. No eres muy imaginativa, ¿verdad?

―Es la constelación que lo protege, su nombre es sólo una coincidencia ―replicó ella molesta de que la estuviera fastidiando con ese asunto.

―¿Un león alado de casualidad? ―interrogó el niño de cabellos oscuros con burla mientras aleteaba para volar a baja altura y se llevaba las manos detrás de su espalda en una postura de fingida inocencia―. Con eso de que te gustan tanto las alas…

―Ninguna de esas las tiene, no molestes ―ordenó Atena viéndolo de mala manera. Se había recuperado rápido de su llanto y ahora volvía a ser el mismo molesto niño malcriado de siempre―. Ahora tu trabajo será ayudarlos a ellos a que las abran. León no ha podido con la suya.

―¿Y si no pudieran abrirlas eso significaría que no podrán ser santos? ―interrogó con sus ojos azules puestos en la deidad con una curiosidad aplastante.

―Te conviene que puedan lograrlo, después de todo ahora usas tu armadura como si fuera parte de ti ―señaló la diosa de la guerra.

Esa era una verdad. Sísifo ni siquiera estaba pensando en usar su cosmos para volar y aun así estaba ahí revoloteando sin problemas a pesar de todas sus quejas iniciales. Los demás guerreros a su servicio debían lograr la misma soltura con sus armaduras. Convertirlas en una extensión de sus propios cuerpos y quien podría explicarles la manera de hacerlo era Sísifo. Aun así, no parecía demasiado convencido de permitir que personas de su agrado se unieran a esa lucha. Por lo mismo tendría que hablar en privado con él. Pidió con un gesto de la mano a todos que se retiraran para poner las cosas claras con su primer santo. El mencionado de todas formas tenía varias cosas que decirle a la impertinente diosa y esto era sólo era una buena oportunidad de dejarle las cosas claras. Una vez que todos se retiraron y sólo quedaron ellos dos en el lugar la diosa comenzó a hablar.

―Debemos poner las cosas claras entre nosotros, Sísifo ―dijo la diosa recibiendo un asentimiento de cabeza de su santo, pero ninguna palabra de su parte a la espera de que continuara―. Sabes que yo soy la regente de la Tierra, pero mi autoridad no es respetada.

―Eso es verdad ―concordó el santo encogiéndose de hombros sin intenciones de contradecirla―. Pero si te pusieras firme en echarlos de la Tierra, no podrían seguir divirtiéndose a costa de los mortales y a sus ojos te volverías su enemiga ―mencionó intuyendo que la diosa era tan sumisa ante caprichos ajenos por miedo a las represalias en su contra.

―Para mí sola enfrentarme al Olimpo sería imposible, pero gracias a ti encontré una pequeña esperanza ―mencionó ella con cierto desagrado por darle un cumplido al mortal con el que se la pasaba peleando.

―¿A mí? ―cuestionó Sísifo sin entender―. No he hecho nada por ti, mocosa ―aclaró deprisa sin creerse haberle ayudado.

―Escucha bien, caballo idiota ―llamó ella perdiendo un poco la paciencia―. Tú quieres echar a los dioses de la Tierra tanto como yo, si quieres que eso se haga realidad deberás ayudarme.

―Sólo te digo que no entiendo cómo te ayude si no hice nada extraordinario, a menos que estafar cuente ―respondió sagitario cruzándose de brazos con mal humor.

―Los dioses dependemos del cosmos de los mortales, aquel que nos entregan voluntariamente por medio de sus oraciones hacia nosotros ―explicó Atena sabiendo que estaba revelando un alto secreto del Olimpo, pero lo creía necesario para convencer al otro de colaborar―. En estos momentos muchos de los dioses tienen niveles de cosmos bastante bajos.

―Por sus fechorías cometidas contra los humanos, ¿verdad? ―interrogó Sísifo entendiendo por qué la diosa creía que era buena idea pelear.

"Y por tu culpa". Agregó mentalmente, pero sin decirlo en voz alta para no dejarse así misma al descubierto. Era mejor tener algunos pequeños datos guardados para sí misma, de manera que pudiera usarlos cuando requiriera. Eso sólo en caso de que Sísifo se alzara en su contra.

―Como dije, si queremos sacar a los dioses de la Tierra debemos actuar rápido ―explicó la diosa viéndolo con seriedad―. Yo quiero sacarlos y establecer mi dominio como regente legitima de los mortales y tú quieres sacarlos porque no soportas sus abusos continuos. Si tenemos el mismo objetivo, ¿no crees que es justo pensar en una tregua para lograr nuestras ambiciones? Sabes que ninguno de los dos puede lograrlo por su cuenta.

El niño entendía bien eso. Pese a haberse mostrado altanero en el inframundo, tenía sus dudas en ocasiones acerca de lo que podría hacer con su cosmos. Pese a sentirse como una fuerza infinita, él no tenía los medios para darle batalla a los dioses. Tenía todo en su contra, desde la diferencia de poder, de experiencia en batalla hasta la numérica. Atena era la diosa de la guerra y la sabiduría, la estrategia a vencer que ingeniara sería sin dudas exitosa, pero tampoco podría sola sin fuerza bruta. Él podía manejar su cosmos y los demás nombrados santos también. No era una mala idea para paliar la desventaja en cuestión de poder usar los números a su favor. La humanidad tenía más mortales que dioses en el Olimpo y si ellos eran quienes los hacían fuertes, ellos podrían volverlos débiles. Ya no habría que lamentarse por muertes, secuestros o ataques de criaturas aberrantes sólo porque la Tierra era usada de vertedero de los dioses. Aun no podía olvidar su rabia e impotencia al ver a un centauro matando a un niño delante suyo.

―Si hacemos una tregua debes prometer que no vas a usarnos como herramientas descartables ―advirtió Sísifo viéndola severamente mientras pensaba en la seguridad de León―. Entiendo que en las guerras ocurran bajas, pero me niego a permitir que nos uses como sacrificios innecesarios.

―Descuida ―tranquilizó ella con una mirada desinteresada―. Lleva mucho tiempo que ustedes aprendan a luchar, manejar su cosmos y demás. Cada guerrero es una gran inversión de tiempo y no voy a desperdiciarlos tan a la ligera. En lo posible, me gustaría expulsar a los demás dioses sin llegar a una guerra.

―Eso es bastante posible ―mencionó Sísifo meditando con calma sus opciones―. Muchos dioses no buscan destruir a los mortales como Démeter, ella me agrada ―reconoció pues nunca hallo motivos para odiar a la diosa de la agricultura. Era una madre amorosa que sólo quería recuperar a su hija de las garras de Hades y en consecuencia puso en peligro a los humanos, pero eso era nada comparado a otros dioses―. Podemos intentar negociar con ellos respecto a lo que pueden hacer en la Tierra y lo que no. Si ofrecemos beneficios y fiestas en su honor obtendrán todo el cosmos que deseen.

―Naturalmente no todos aceptaran y quienes se opongan pueden intentar arremeter en nuestra contra. Es por eso por lo que necesitamos de un ejército poderoso que pueda hacerles frente ―explicó con sinceridad el motivo de buscar más santos.

Sísifo creía en las explicaciones de la diosa debido a lo plausible que resultaba. El cambio repentino de actitud hacia los ciudadanos estando dispuesta a ensuciarse y mostrar una falsa benevolencia mientras tomaba crédito como la autora intelectual de su pequeño logro salvando la ciudad de los centauros, era explicado fácilmente ahora. Bueno, aunque los motivos no fueran los correctos, ¿quién era él para juzgar? Sus motivos seguían siendo egoístas y enfocados en evitar que mataran a León porque él le caía bien. En un inicio partió a cumplir su encomienda sin interés en la vida de ninguno de los desafortunados. Si la diosa no tenía las mejores motivaciones como él mismo, daba igual. Podían beneficiar a terceros y obtener lo que querían. Era una victoria por donde se lo viera. Además, no podía negar que fastidiar a los dioses le daba un placer perverso que rozaba el éxtasis del cuerpo durante un orgasmo.

―Entiendo tus motivos y estoy dispuesto a dar todo de mí por hacer fuertes a los santos. Ninguno de ellos morirá fácilmente ―prometió Sísifo con solemnidad.

Naturalmente no deseaba que León y Adonis perdieran la vida por unirse a las filas de Atena por influencia suya y ni al copero de los dioses le deseaba ese destino. Puede que Ganímedes no le cayera del todo bien, pero tampoco tan mal como para desearle la muerte. Si de él dependía, se esforzaría en que se volvieran poderosos. Mientras más pulieran sus habilidades y su manejo en el cosmos, menos posibilidades habría de que murieran durante una batalla. Eso era a lo que aspiraba. En caso de presentarse una lucha, si todos unían sus fuerzas podrían hacerle frente a una gran amenaza sin lamentarse. Nunca había trabajado en equipo y le resultaba incómoda la sola idea de comenzar a hacerlo, pero no quería ver a nadie más ser asesinado delante suyo. Suficiente tuvo con lo visto contra los centauros y sabía que habría más escenarios como esos si continuaban con las misiones, pero sin ellas la gente inocente moriría. "Maldita consciencia desearía no haberte encontrado". Pensó Sísifo con mala cara al estarse regañando así mismo por haber sucumbido a un sentimiento que creía no poseer. La diosa Atena estaba complacida con su respuesta sabiendo que pronto tendría un ejército en condiciones de luchar por lo cual estaba de acuerdo con la tregua.

Mientras ellos estaban en su charla los recientemente nombrados santos estaban cerca de la entrada por si volvían a ser requeridos en cuanto terminara esa conversación. A León le preocupaba un poco acerca de qué podrían estar hablando ellos a solas. Considerando lo mal que hablaba Sísifo y Atena uno del otro cuando hablaron a solas con él, le era difícil imaginar una charla tranquila. Mas, no podía meterse en ese asunto. Su mirada se desvió hacia los otros dos jóvenes santos que estaban cerca suyo. Detalló sus facciones y detalles a consciencia dándose cuenta de que tanto Adonis como Ganimedes hacían gala de una belleza acorde a sus mitos. Había oído las historias de ambos, ―de los tres si contaba a Sísifo―, en los múltiples cantares realizados en honor a ellos. Se sintió un poco avergonzado de no darse cuenta delante de quienes estaba, ¡pero no era su culpa! Se decía que aquellas personas no estaban en el mundo mortal, uno de ellos en el inframundo condenado para la eternidad y los otros dos vueltos inmortales habitando el Olimpo. ¿Quién le iba a decir que tendría la suerte de tenerlos a centímetros de su persona?

―Tal vez sea un poco tarde, pero me gustaría saludar como se debe ―habló León acercándose a los otros dos lentamente con la mano tendida hacia Adonis―. Mucho gusto, soy León.

El joven rubio lo miró un poco dudoso. Había mantenido sus brazos cruzados hasta ese momento en un pobre intento de sentirse protegido. Ver aquellos dos peces en su caja no hacían más que recordarle como fue usado por Afrodita y los demás dioses. Los adultos eran en verdad malvados. Habiéndose enamorado de él siendo un bebé y esperando el momento en que su cuerpo estuviera a tono para complacerles en sus lechos. Se sentía asqueado de sí mismo. Su cuerpo le parecía un simple instrumento de placer para ajenos, pero con Sísifo no sintió nada de eso. Sagitario no lo vio con lujuria y le hablaba animadamente sin pretender nada más. Si a él le agradaba el castaño cuya mano estaba suspendida en el aire delante suyo, debía ser una buena persona. Él no estaba aprovechándose de Sísifo como hizo Afrodita con él, ¿cierto? No, imposible. Sísifo era el estafador de dioses. Si alguien sabía de mentiras y manipulación sin dudas sería él.

―Mucho gusto, mi nombre es Adonis ―correspondió al saludo estrechando su mano finalmente―. He oído mucho de usted cuando cuidé de Sísifo ―mencionó recordando las anécdotas que el menor le había contado cuando aún tenía fiebre y yacía en su cama.

―Lamentablemente él no me ha contado aun nada de ti, pero me gustaría agradecerte el haberle ayudado ―dijo sonriéndole con gratitud―. Sé que le gusta jugar a ser todopoderoso, pero aún es un niño algo impertinente y travieso. Espero no haya causado demasiadas molestias a tu cuidado ―expresó educadamente pensando en que sería bueno asegurarse de que Sísifo le haya agradecido como correspondía y ofrecer algún regalo al rubio.

―No, la verdad es que… ―intentó negar Adonis mientras movía la cabeza de izquierda a derecha, mas fue interrumpido.

―Debiste dejarlo morir, habría sido un problema menos en este mundo ―mencionó Ganímedes con molestia―. Ese estafador sólo nos causara más problemas de los que ya tenemos.

―Por favor no digas eso. Es sólo un niño algo confundido ―pidió León desviando su atención al de cabellos oscuros y pronto se acercó a saludarlo también mostrando su mano abierta―. Según oí tú eres Ganímedes, ¿cierto? Haces honor a lo que dicen los cantares sobre ti.

―Al menos tú pareces algo decente ―respondió el azabache ofreciendo su mano un poco de mala gana correspondiendo al saludo por educación―. No deberías dejarte llevar por esa fingida inocencia de Sísifo. Te aseguro que esas lágrimas que viste antes eran sólo una actuación para obtener tu simpatía

―Yo no lo creo así… ―afirmó el adulto sin inmutarse por el tono hostil del otro.

Sin darse cuenta nuevamente estaban dejando a Adonis con la palabra en la boca. Le era algo molesto no ser capaz de terminar siquiera una oración sin ser interrumpido. Al menos cuando estaba en el Olimpo, pese a que era el objeto de deseo sexual de dioses y semidioses, mínimamente hacían el esfuerzo de oírlo, o al menos fingían hacerlo antes de intentar llevárselo a la cama. Jamás había lidiado con semejante falta de cortesía hacia su persona. Para colmo, ninguno de los presentes parecía demasiado interesado en su belleza. Aunque siendo claros, la diosa Atena era sobrenaturalmente hermosa por su divinidad, Ganímedes competía con él en belleza. Sísifo tenía un cuerpo demasiado joven como para sentir lujuria, pero León debería estar completamente enfocado en él. No obstante, todos parecían tratarlo como alguien normal y no como el centro de atención. Eso era nuevo y un poco incómodo. Ahora se sentía uno del montón sin nada en particular a destacar. Era complicado de describir. Odiaba el exceso de atención hacia su cuerpo y su belleza, pero ahora que nadie lo veía con perversión sentía que realmente eso era todo lo que tenía de interesante para ofrecer a los demás. Si no ¿Cómo explicaba que nadie le dedicara al menos unos minutos sólo a él?

―Ganímedes ―llamó el rubio con molestia viéndolo fijamente―. ¿Podrías dejar de meterte en mis conversaciones?

―¿De qué hablas? ―interrogó el aludido viéndolo confundido.

―Desde que llegó Sísifo que te la pasas hablando cuando yo lo hago ―reclamó cansado de no poder sostener una conversación―. ¿Tan necesitado de atención estás ahora que no andas rellenando copas? ―cuestionó hostilmente.

―¿Necesitado de atención? ―preguntó con enojo viéndolo con el ceño fruncido―. ¿Y me lo dices tú? El que literalmente estaba para satisfacer dioses y hasta semidioses, ¿o crees que no me enteré de que te follaba Hércules?

―¿Y tú crees que nos tragamos ese cuento de que sólo llenabas las copas de otros dioses mientras le calentabas el lecho a Zeus? ―interrogó con molestia al sacarle en cara su pasado en el Olimpo.

―¿Hablas de Sísifo y tú? ―preguntó con una sonrisa de sorna entrecerrando los ojos―. Vaya, qué bajo has caído. Ahora no sólo te montan seres divinos sino niños. Eres asqueroso.

―¡Cállate, ramera! ―ordenó el rubio con un gran grito.

Los insultos iban y venían entre ellos acusándose mutuamente de ser más zorra. La pelea en sí era bastante banal e infantil, cosa que llamó la atención de León. Le era fascinante el contraste entre lo que se decía de los protagonistas de tantos cantares. Sísifo y Atena le resultaban parecidos; ambos eran niños nacidos en cuna de oro, hijos de reyes que los criaron para liderar, caprichosos, mimados, acostumbrados a tener todo lo que deseaban sin siquiera pedirlo. La única verdadera diferencia entre ellos era la divinidad de Atena por su estatus de diosa, mas eso era levemente compensado por la inmortalidad del alma de Sísifo durante su estadía en el inframundo. Aun así, en esencia eran como niños que aún no comprendían del todo el mundo. Los dos ex inmortales delante suyo no pasaban de los quince años. Se comportaban igual que como los jóvenes que eran. Apenas si estaban descubriendo lo que era ser hombres y ya habían compartido el lecho con diversos dioses. Eso lo llevó a preguntarse algo básico: ¿Alguno de esos cuatro conocía el amor? A juzgar por sus historias y sus maneras de comportarse parecía que todos ellos se movían por la vida como podían haciendo uso de lo que aprendieron, pero entre todo lo que podrían haber aprendido en sus largos años de existencia parecía no encontrarse algo tan básico y esencial para el ser humano.

―Ya, ya ―pidió León colocándose entre ambos para poner distancia y evitar algún enfrentamiento directo―. Todos estamos aquí para dejar nuestro pasado atrás. No deberían decirse esas cosas sabiendo que lastimaran al otro ―pidió en tono conciliador.

―El punto es lastimarlo ―mencionó Ganimedes con mala cara.

―No tendríamos estos problemas si no fuera tan irritante ―acusó el rubio viendo de mala manera al copero de los dioses.

―Se supone que pronto seremos compañeros, debemos intentar llevarnos al menos un poco bien, ¿no creen? Será incómodo servir a la diosa si nos tratamos así ―explicó el adulto viendo a los adolescentes algo más tranquilos.

Ellos simplemente fruncieron el ceño y miraron hacia otro sitio cruzándose de brazos. Sin embargo, el adulto mantuvo una sonrisa cálida y tranquila. Ellos podían ser seres con décadas de existencia que superaban con creces a la propia, pero parecían tan perdidos y confundidos como el propio Sísifo cuando se lo encontró. No creía que ellos fueran malas personas, no se atrevía a dar una sentencia tan a la ligera cuando apenas si los estaba conociendo, pero creía que con un poco de paciencia podrían llegar a ser buenos hombres en el futuro. Ahora que volvían a ser mortales lo más probable es que volvieran a envejecer como personas normales. ¡Qué ironía! Él que tenía apenas unos treinta años mortales era más adulto entre seres con décadas o quizás siglos por encima de él. Quienes debían tener sabiduría sobrenatural en realidad de extraordinario sólo tenían la edad.

Ganímedes bufó mirando hacia otro lado. Al fin y al cabo, notaba la insistente mirada parda sobre su persona. Lo estaba juzgando y no dudaba de ello. No cuando el estafador se la pasaba mencionando a cuanta persona viera sobre su pasado. Ni siquiera necesitaba preguntar para saber que Adonis le veía de mala manera por culpa suya y seguramente ese adulto también lo veía como una ramera. Si pudiera volver al Olimpo lo haría sin dudarlo, pero para llegar a tener oportunidad de hablar con Zeus la mejor manera de hacerlo sería a través de la diosa Atena. Por ahora podría servirle como su herramienta y cuando consiguiera su oportunidad seduciría a su padre para dejar atrás esa asquerosa vida mortal llena de penurias.

CONTINUARÁ…

Notas: Existen varios mitos sobre la constelación de piscis. Una de ellas dice que Pan fue el primero en ver al Tifón y en alertar a los dioses. Entonces se transformó en una criatura mitad pez, mitad carnero y se lanzó al río Eufrates para escapar al monstruo, y de ahí es representado por la constelación de Capricornio. Al ver a Pan transformarse en pez le dio la misma idea a la diosa del amor, Venus / Afrodita, quien decidió escapar con su querido hijo Eros / Cupido

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