Cap 8: León y Sísifo
Entre ruinas y cenizas habían quedado diversas casas de la ciudad salvada por Sísifo y Atena. Con la quietud de la noche nadie caminaba ya por esos lares. Los sobrevivientes habían buscado sitios temporales para instalarse en lo que iban reconstruyendo todo poco a poco. Aunque la diosa y su ángel habían hecho un gran favor quitando los peores escombros, la reconstrucción corría por cuenta de los habitantes. Tras una larga jornada trabajando en las nuevas casas y edificaciones más importantes bajo los incandescentes rayos del Sol, la noche se volvía un momento sagrado para dormir y descansar. Pues una vez que el astro rey se alzara en la mañana, ellos volverían a trabajar. Todos estaban completamente despreocupados. Soltando ronquidos en algunos hogares, otros simplemente dormían profundamente sin emitir sonido alguno. Quizás algún ave nocturna podría romper el silencio. Mas en un sitio tan arruinado como ese y con un aire cargado de muerte, ningún ser vivo podría acercarse sin que sus instintos de supervivencia le advirtieran que debían huir rápidamente o correrían el mismo destino que los infelices que allí perecieron.
Ese ambiente evitado por todos era el sitio ideal para el Dios de la Muerte, Thanatos, quien respiraba profundamente el aire cargado de dolor, odio, resentimiento, miedo y demás emociones humanas. Aquellos sentimientos que existían en los humanos antes de morir. Los saboreaba con gracia a sabiendas que su presencia era motivo de terror para cualquier mortal. Una imagen cruzó por su mente por breves segundos. O ningún mortal debería ser inmune al miedo a su persona. Gruñó de malhumor por pensar en cómo ese pequeño bastardo había vuelto a salirse del inframundo y esta vez con permiso del regente del Olimpo. Revivido y bajo la protección de una diosa haciéndolo difícil de alcanzar. Sacudió su cabeza queriendo olvidarlo. Su señor Hades había sido forzado por el mismismo rey de los dioses a liberarlo y les dejó claro que nada podían hacer hasta que volviera a morir. La vida mortal era efímera. Aun si muriera de viejo en poco tiempo volverían a tenerlo con ellos y le harían pagar todo lo que les hizo anteriormente.
―El sabor del dolor y la desesperanza por la noche es el mejor postre que podría pedir ―murmuró Thanatos para sí mismo mientras recolectaba aquellos pequeños fuegos fautos de las almas de los difuntos―. ¿Qué es esto? ―preguntó repentinamente con molestia.
Algunas ánimas revoloteaban alegremente a su alrededor como si celebraran con algarabía su llegada. Cosa extraña. ¿Dónde estaban las emociones negativas características de una muerte brutal? Muchos de esos mortales encontraron su fin a manos de criaturas monstruosas que destrozaron sus cuerpos y acabaron con la vida de sus seres amados delante de sus ojos. Aun si las almas de familias enteras permanecieran juntas brevemente, el dolor de no salvarse mutuamente siempre estaba allí. Incluso existía el rencor hacia el causante de la desgracia. En ocasiones maldecían sólo al perpetrador del asesinato y en otras maldecían a los dioses a los cuales en vida les habían rendido tributo. Esa era una de las partes favoritas del Dios Hades, cuando los difuntos renunciaban a su fe en los dioses a quienes tan fervientemente les rezaron pidiendo vidas prósperas y longevas. La decepción los volvía excelentes súbditos de su señor, incluso aquellos que brevemente despertaban el octavo sentido, renunciaban al mismo en poco tiempo cediendo todo de sí mismos en honor al señor del inframundo.
―Dime, pequeña alma, ¿qué celebran? ―cuestionó Thanatos sujetando entre sus manos uno de aquellos fuegos fautos―. Hablen ―ordenó perdiendo la paciencia cuando varias se le acercaron.
―Celebramos el bienestar de nuestros seres queridos ―respondió el ánima con una voz alegre.
―¿Bienestar? ―interrogó el Dios de la Muerte con gracia y ciertamente mucha burla por sus palabras―. La ciudad está devastada, muchas muertes sucedieron, incluyendo la tuya. ¿Cuál bienestar? ―Volvió a preguntar aplastando el fuego en la palma de su mano casi extinguiéndolo.
―Mi hijo está a salvo ―respondió con dificultad al estar siendo estrujado por la deidad―. El ángel de la diosa Atena le salvó.
―¿Ángel? ¿Desde cuándo Atena tiene un ángel? ―demandó saber sin entender sus palabras.
―Sísifo de Sagitario ―agregó para esclarecer más la situación siendo secundado por otras almas quienes pronto mencionaron algunas cosas más para irritación del Dios.
―Aquel que se escapó del inframundo.
―El estafador de dioses.
―El que se ríe en la cara de la mismísima muerte.
―Lo oí decirle a Atena que no puede morir y no dejara que nadie muera tampoco.
Esa última frase había logrado ofenderlo de manera muy personal. Así que la diosa Atena dejó de intentar ganarse el favor de su señor Hades y ahora buscaba hacerle la guerra. No había peor ofensa contra el inframundo que evitar que llegaran las almas mortales al reino de los muertos. ¿Quién se creía Atena para robarles fieles seguidores? ¿Quién se creía Sísifo para presumir no poder morir? Esos dos estaban desafiando al averno de manera muy directa y obtendrían su contestación. Lamentablemente le era imposible actuar por su cuenta, pues siendo que Zeus les concedió el permiso de hacer su voluntad. De llegar a matar a la mascota de Atena, ésta no dudaría en ir a llorar con su padre por el juguete roto. Lo reemplazaría con facilidad ciertamente, pero seguro exigiría algún tipo de compensación por la molestia. Y no permitiría que su señor Hades se viera nuevamente humillado accediendo a otro capricho de la diosa de la guerra. No quería imaginarse qué pediría esa astuta deidad si se sabía que Sísifo fue muerto por intervención del inframundo.
―No canten victoria ―murmuró Thanatos sonriendo mientras hacía arder aquellos fuegos fautos a su alrededor en un fuego negro lleno de maldad―. Si quieren guerra, la tendrán. La vida humana es tan efímera que tengo todo el tiempo del mundo para encargarme de esa alimaña. El verdadero problema es Atena ―gruñó con descontento antes de regresarse al inframundo con las almas recolectadas.
Mientras tanto en el templo de la diosa de la guerra las cosas marchaban con tranquilidad. Habían pasado ya varios días desde que los cuatro mortales comenzaron a vivir juntos allí. Habían conseguido algunas cosas para mayor comodidad como mantas y provisiones, pero de momento no tenían habitaciones propias ni camas siquiera. En las noches hacían pequeñas fogatas alrededor de las cuales comían y dormían. Pese a no llevarse bien, tenían que compartir según León, quien actuaba de mediador cuando Ganímedes discutía con Adonis y Sísifo. La diosa no permanecía allí demasiado tiempo, pero solía ir a visitarlos cada cierto día. Especialmente conversaba con Sísifo acerca de los dioses con los cuales podría negociar sin guerra alguna. Para disgusto del de acuario, esas charlas eran privadas por un motivo el cual no terminaba de entender. Era un santo dorado del mismo nivel de sagitario, incluso se atrevería a decir que superior, pero Atena lo prefería a él.
La razón de esa distinción en realidad era bastante sencilla. El estafador de dioses ya conocía el valor que tenían las oraciones y la fe de los mortales en los dioses. Y ese era un secreto que ninguno de ellos dos quería liberar de momento a los demás. Lógicamente, tener ese conocimiento les daba ventaja sobre quienes lo ignoraban y por lo mismo lo guardaban como su carta de triunfo para cuando lo necesitaran. Existían dioses con quienes se veían capaces de hablar. Entre las candidatas para formar alianzas se encontraban las diosas vírgenes, quienes reprobaban vehemente los actos de perversión de los dioses. Atena tenía en mente evitar pelea alguna con Hestia y Artemisa. Por su parte, Sísifo le sugirió probar dialogar con Deméter. Si la diosa de la cosecha y el pan se ponía en su contra podía castigarlos, ―si esa diosa se enojaba con ellos, podía aplicarles lo mismo que a Zeus, cuando dejó sus deberes aquella vez que Perséfone fue secuestrada por Hades―, y la humanidad misma volvería a correr peligro. Y en mención de la reina del inframundo, sería buena idea usarla para tantear terreno respecto a la posición que podría tomar Hades ante el nuevo régimen de Atena. ¿Aceptaría dócilmente reconocerla como diosa legitima de la Tierra o pelearía por seguir haciendo su voluntad?
―¿Crees que Perséfone nos diga algo? ―interrogó la diosa de la guerra a su santo.
―Considerando que está divorciada de Hades yo diría que no puede darnos mayor información ni queriendo ―comentó Sísifo mientras ponía un gesto pensativo.
―Pero debe ir al inframundo durante seis meses por haber probado el fruto de allí ―le recordó Atena intentando deducir si eso era bueno o malo.
―Está obligada a ir de visita cuando mucho, pero ¿qué tal está su relación con Hades? ―preguntó al aire mientras seguía pensativo―. Con eso de que se divorciaron por su enamoramiento de Adonis, quizás esté más dispuesta a hablar contigo ya que tienes aquí al objeto de su afecto.
―¿Venderías a Adonis a la reina del inframundo por información? ―interrogó la deidad con una sonrisa cínica al pensar en que justamente el santo que no quería fueran usados de carne de cañón ahora proponía vender a uno de los suyos.
―No, por supuesto que no ―negó el niño sonriendo traviesamente―. Sólo debemos despertar su curiosidad respecto a él y cuando quiera información sobre Adonis le pedimos información sobre Hades.
―Tienes prohibido estafar a los dioses, Sísifo ―le recordó la deidad con un tono de advertencia―. Mi padre podría devolverte al inframundo si incumples tu parte.
―Eso es verdad, yo tengo prohibido estafar dioses, pero no aconsejarte a ti cómo hacerlo, ¿o sí? ―preguntó con entera confianza viéndola fijamente.
―No es mala idea, no incumples tu parte y tendríamos una fuente de información muy confiable ―concordó la diosa satisfecha por la resolución táctica a la que habían llegado en esa reunión.
Tanto para Sísifo como Atena la nueva naturaleza de su relación era extraña. Desde un punto meramente objetivo, eran compañeros ideales para las estratagemas. Ninguno de ellos recordaba haber tenido jamás conversaciones tácticas tan… ¿coordinadas? No sabían cómo explicarlo exactamente, porque desconocían si había una palabra para ello. ¿Cómo le llamas a esa sensación de tener a alguien que no sólo comprende tus ideas, sino que las complementa? Sin importar lo loca o arriesgada que fuera, en el intercambio mutuo, pulían el plan del contrario y lo volvían uno para los dos. En ocasiones se molestaban consigo mismos por sentirse tan cómodos con el otro a sabiendas de que seguían en una guerra silenciosa. Sí, habían hecho una tregua, pero los acuerdos de paz no son para siempre y debían estar preparados para cuando el otro volviera a sus andadas. Atena sabía que si descuidaba a Sísifo se largaría de su lado sin que nadie pudiera detenerlo y sagitario sabía que si se confiaba demasiado la caprichosa diosa intentaría doblegar su voluntad.
"No perderé contra ti". Pensaban ambos cada vez que aquel sentimiento extraño los hacía bajar la guardia en presencia del otro.
Al terminar esas reuniones la diosa abandonaba el templo y sagitario volvía a sus cosas. Tal y como habían prometido, Adonis enseñó el arte del arco y la flecha a Sísifo, quien hacía su esfuerzo por mejorar su puntería. La parte de sujetar el arco y la flecha parecía sencilla, pero el rubio varias veces le corrigió el ángulo en el cual pretendía disparar. Además de que era difícil mantener la atención del hiperactivo y curioso niño. Era cuestión de quitarle la vista de encima unos cuantos segundos para que éste intentara escaparse de la lección. No es que sagitario fuera malagradecido con la ayuda del rubio, pero es que, pese a todas las buenas intenciones del rubio, la explicación del uso del arco y flecha le provocaba sueño. Cuando no estaba escapándose se quedaba dormido sentado. Los parpados le pesaban demasiado cuando oía una y otra vez sobre la tensión, ángulo, cuerda y quien sabía que más cosas sobre el arco y la flecha.
―Sísifo pon atención ―pidió el rubio con voz tenue mientras tensaba la cuerda del arco para apuntar a una diana―. Debes enforcarte en mi postura si quieres lograr un tiro en el blanco.
―¡Despierta! ―gritó Ganimedes metiendo su mano entre su ropa para colocarla en su espalda al mismo tiempo que usaba su cosmos para hacerle sentir el frío hielo.
―¡Estoy despierto! ―exclamó furioso al sentir la técnica de acuario en su piel―. Maldito ―susurró viendo con odio al de acuario.
―No podía dejarte dormir plácidamente ―comentó Ganimedes con una sonrisa de burla alejándose de él para ir donde León viendo que aún seguía intentando abrir su caja de pandora.
Para Ganimedes era sumamente aburrido pasar el día. Habiendo manejado tan bien su cosmos, se encontraba muy por encima del nivel de los demás. Adonis y León no habían conseguido abrir sus cajas y ya había bastante tiempo desde que se las entregaron. Sísifo por su lado seguía lidiando con el arco y la flecha. Para ser un arma típica de su constelación le estaba dando demasiado trabajo. El santo de acuario era el único que se sentía satisfecho con sus habilidades. La armadura no le pesaba, podía crear hielo cuando quisiera sin siquiera necesitar estar cerca de una fuente de agua, cosa bastante útil cuando quería molestar a sagitario. Si se quedaba dormido en sus lecciones o simplemente le apetecía. De vez en cuando aplicaba un poco de hielo para hacerlo saltar de sorpresa. Le daba gracia como hacia pucheros y a veces iba llorándole a León como un niño pequeño. Al fin y al cabo, eso es lo que era y no debía olvidársele. A veces le era difícil recordar que ese mocoso era la mano derecha de Atena.
―¿Aun no puedes abrir tu caja? ―preguntó a León queriendo hacer tiempo para no aburrirse tanto.
―No, aun no consigo hacerlo y no comprendo en qué estoy fallando ―expresó soltando un fuerte suspiro.
―Yo tampoco lo entiendo ―admitió cortamente el de acuario―. Siendo alguien fuerte y aparentemente de buen corazón como es que no puedes y el estafador sí ―meditó más para sí mismo que para el otro.
―El cosmos es algo realmente misterioso ―comentó el castaño sintiéndose bastante decaído por su pobre desempeño.
Y no era el único ansioso al respecto. La diosa Atena comenzaba a perder la paciencia al no ver resultados en esos dos y no veía a Sísifo muy desesperado por enseñarles cómo abrir sus cajas. De hecho, ese pequeño bastardo había dejado claro que de nada servía enseñarles demasiado acerca del cosmos si no podían abrir sus cajas. La deidad no quería perder a los candidatos a leo y piscis, pues perdería dos importantes vínculos de Sísifo. Mientras menos ataduras tuviera con ella más fácil sería que la traicione. Y no dudaba de un posible escape junto a las dos personas que le importaban. Si se llevó a Anticlea cuando regresó a la vida, no le sería difícil llevarse a esos dos. Debía detenerlo, pero también tenía otro problema. El tiempo seguía corriendo y ni Sísifo estaba trabajando mientras las oraciones en su nombre crecían a cada momento. Ella personalmente tuvo que atender algunos de esos llamados en lo que sagitario aprendía a usar el arco y la flecha y los demás abrían su caja. Aún no se atrevía a enviar a Ganimedes solo por su personalidad. Era evidente que no le era leal a ella y dejarlo ir por su cuenta era igual o incluso más peligroso que con sagitario. Decidió llamarlos a los cuatro para una reunión respecto a un trabajo que sintió sería propicio para su pequeño plan.
―Los he citado a esta reunión porque existe un nuevo trabajo a realizar ―habló ella sentada en el trono de piedra de aquel templo―. Los centauros han vuelto a atacar otro de mis templos, así que pensé que podrías hacerte cargo, Sísifo ―dijo con tranquilidad.
―¡Claro! ―resolvió alegremente por tan fácil trabajo―. Si ya pude vencerlos antes, otra vez será pan comido.
―Ganímedes ―llamó Atena mirando al otro santo―. En lo que sagitario esta fuera será tu deber proteger este templo, recuerda que tenemos a dos aspirantes a santos que no pueden manejar su cosmos ―afirmó señalando a los mencionados―. ¿Podrás encargarte de protegerlos?
―Por supuesto que podré, diosa Atena ―aseguró haciendo una respetuosa reverencia.
Tras aquella breve, pero informativa conversación los santos se retiraron. Ganímedes pese a haber aceptado la orden de la deidad seguía sintiéndose subestimado. ¿Acaso sus habilidades no eran suficientemente buenas? ¿Cómo lograría destacar entre las filas de Atena cuando el único que se llevaba la gloria era Sísifo? Sólo él estaba ganando fama y alabanzas. No dudaba que sus logros llegaran a oídos de los demás mortales y por ende a los dioses. Ellos con suma facilidad podían enterarse de sus actividades y de momento él no había conseguido nada grandioso. No tenía nada que presumir desde que regresó a la vida, mientras que aquel pequeño miserable era motivo de celebración por propios y extraños. Gruñó por lo bajo al darse cuenta de que le habían dejado una tarea sumamente aburrida. ¿Quién atacaría un templo de Atena supuestamente abandonado? Y en caso de que se supiera habitado era visible que no contaban con tesoros, joyas ni sacerdotisas vírgenes que violar como sucedía en otros sitios. Aunque… si se sabía que dos bellezas como Adonis y él mismo estaban allí solos, ―a León no lo contaba por no ser presa de otros hombres―, en medio de la nada, seguramente varios irían a intentar divertirse con ellos en contra de su voluntad.
Y hablando del castaño, la deidad se le acercó sin que ninguno de los otros se diera cuenta. Lo llevó a un lugar apartado y le sugirió ser partícipe de la misión de Sísifo para aprender a manejar su cosmos. Según la lógica de ella, sería mejor para aquel hombre ver en acción al menor para poder replicar sus actos y convertirse en santo. Con una pena fingida Atena le hizo saber que, si no conseguía abrir su caja de pandora tras ese viaje, sería mejor que renunciara y le permitiera la oportunidad a algún otro joven que deseara portar la armadura. Eso alertó de inmediato al mayor. Él no quería renunciar, no deseaba alejarse de sagitario. Le había prometido a su niño estar a su lado en su lucha, pero comprendía a la deidad. Si no conseguía volverse un santo, sería mejor dejar de hacerle perder su tiempo. Se sintió sumamente egoísta por haber estado consumiendo el tiempo del azabache sin dar ninguna retribución. Mientras él estaba feliz de pasar tiempo con Sísifo, las personas inocentes seguían sufriendo cuando podrían haber sido rescatadas si no monopolizara al menor para sí mismo.
―¡Sísifo! ―gritó el adulto corriendo hacia él para alcanzarlo, pues éste ya había emprendido la marcha rumbo a su destino.
―¿Qué sucede? ¿Me olvidé de algo? ―preguntó curioso ladeando la cabeza.
―Sí ―respondió el mayor jadeando por el esfuerzo que hizo de correr con su caja de pandora en la espalda―. A mí.
―¡¿Qué?! ―exclamó el niño viéndolo con incredulidad―. Estoy yendo a un sitio muy peligroso. Podrías terminar muerto.
―Con mayor razón debo ir entonces. No puedo dejar que vayas a un sitio como ese tú solo.
―No hay de qué preocuparse ―aseguró sagitario señalándose así mismo con completa confianza―. Ya he vencido antes a los centauros, puedo hacerlo de nuevo sin ningún problema.
―Entonces, aunque vaya no cambiará nada. Yo sólo quiero ir para verte en acción y aprender a abrir mi caja de pandora.
―Quiero decir que es sencillo para mí yendo solo ―declaró el niño de cabellos noche intentando hacerle volver al templo.
―¿Quieres decir que yo sería un estorbo para ti? ―cuestionó León con una cara de culpa y decepción de sí mismo al sentirse un estorbo para el menor.
―¡No, por supuesto que no lo eres!
―Entonces, ¿puedo acompañarte? ―preguntó el mayor viéndolo insistentemente hasta que finalmente cedió a su pedido.
―Supongo que no habrá problemas ―accedió sagitario no muy convencido de haber hecho lo correcto.
Con eso aclarado emprendieron el viaje juntos mientras en el templo se quedaban Ganímedes y Adonis. El primero se sintió irritado cuando al comunicarle la ausencia de León a la diosa, ésta le respondió que había dado permiso de ir con sagitario si ese era su deseo. Cuestionó por alguna misión de relevancia que pudiera completar, siendo negado por la deidad. Su tarea era cuidar de ese templo en ruinas y nada más. Al rubio no es que le agradara tener que quedarse a solas con el ex copero de los dioses, pero supuso que eso era mejor que quedarse solo. Además, considerando lo callado que era el otro, seguramente tendría mucho tiempo para sí mismo de manera que podría tomar una decisión de una vez por todas. Aún permanecía en la incertidumbre sobre volverse o no un santo de la diosa Atena. ¿Era eso lo que quería hacer con su vida? Seguía sin tener nada en claro. En esos días había aprendido a convivir con los demás y no deseaba volver a la soledad. No obstante, sagitario le dejó claro que si se ponía la armadura no todo sería diversión, habría batallas, peligros y males a vencer que pondrían su vida en riesgo.
"¿Yo sería capaz de arriesgar mi vida por desconocidos como hizo Sísifo?". Se preguntó el rubio notando más quietud de la normal en el templo. "Claro, como el más ruidoso de nosotros no está presente, todo se ha vuelto demasiado calmo". Ganimedes se encontraba sumido en sus propios pensamientos. No tenía ningún deseo de poner su vida en riesgo por otros, pero con sus habilidades podría salvarlos sin ninguna dificultad como sucedía cuando la diosa Atena brindaba ayuda. Sería un héroe aclamado en poco tiempo y no dudaba en conseguir su propio sobrenombre heroico, así como cantares alabando su belleza y fuerza. "Sin dudas seré el protagonista más perfecto que jamás haya visto la humanidad. Una combinación única de virtudes capaz de igualar a los mismismos dioses. Ese soy yo. Completamente único en mi tipo".
Por su parte, Sísifo y León habían llegado a la ciudad donde habían estado atacando los centauros llevando a sus espaldas las cajas de pandora con sus armaduras. El viaje había sido bastante tranquilo. No hubo percances a mencionar y tenían provisiones para el camino preparadas de antemano. Pudieron soportar ese trayecto sin problemas. Para su alegría al arribar al lugar no había edificios en llamas ni cadáveres en las calles. Cosa que sagitario agradeció infinitamente. Lo último que deseaba era que la primera misión que le mostrara al adulto tuviera un ambiente como el que le tocó vivir. Aún seguía lamentándose un poco de no haber abierto su caja antes. Quizás aquel niño ejecutado frente a sus ojos lo habría logrado de haber estado mejor preparado o tener algún plan más efectivo, pero no volvería a suceder nada de eso. Ellos debían presentarse en la entrada como correspondía para que los soldados les dejaran ingresar al corazón del lugar donde estaban los nobles más adinerados refugiados.
—Venimos de parte de la diosa Atena —habló educadamente León con una sonrisa.
—Usted debe ser el poderoso guerrero que envió la diosa —dijo de inmediato el soldado mirándolo de arriba abajo.
—¿Ya llegó? —preguntaron alguno de habitantes acercándose curiosos.
—Sí, sí —afirmaron algunos viendo el fornido cuerpo de León mientras le jalaban del brazo haciéndolo ingresar de inmediato.
—¡El Ángel de Atena ha venido a salvarnos! —gritaron haciendo que más y más personas se acercaran a ver al castaño.
El pobre santo de Leo estaba realmente avergonzado por aquellas palabras dirigidas hacia él. Muchos lo veían con esperanza y admiración haciéndolo sonrojar de pena. ¿Cómo podía sacarlos amablemente de su error? Él ni siquiera sabía manejar correctamente su cosmos. Ni tampoco había podido abrir su caja. Buscó con la mirada a Sísifo sin hallarlo. Éste había sido empujado por la multitud emocionada que se acercaba a ver al poderoso guerrero enviado por la misericordiosa diosa de la guerra. Así que, si bien no estaba lejos de él, por la cantidad de personas amontonadas, el niño se perdía fácilmente de la vista por su estatura y tamaño. Estar en el cuerpo de un infante hacia sencillo que los adultos lo empujaran accidentalmente. Cuando León logró encontrar al menor, estaba tirado en el suelo quejándose por las pisadas de los más grandes que no se fijaban que estaba ahí abajo y esquivando como podía para que no terminaran aplastándole la cabeza. El de Leo se abrió paso rápidamente. Lo levantó del suelo sujetando los costados de su abdomen y lo alzó por encima de su cabeza.
—Lamento la confusión, pero ¡éste es el Ángel de Atena, Sísifo de sagitario! —gritó con orgullo mostrando a su hijo adoptivo ante todos.
El de la constelación del centauro se sentía de lo más avergonzado. Si bien no era su ideal que lo confundieran con León, era por mucho algo más tolerable que ser expuesto de esa manera ante todos. Para colmo sus miradas de decepción e incredulidad no hacían más que aumentar su pena. Sus mejillas mismas estaban rojas por el bochornoso momento protagonizado por su persona. Y lo que comenzó como simples cuchicheos entre la estupefacta multitud de personas pronto escaló a gritos y risas poco disimuladas al verlo. Lo peor para sagitario es que no le extrañaba. Si un grupo de gente cualquiera podía tirarlo al suelo y pisotearlo, ¿qué no le harían los centauros? Con facilidad podía adivinar, sin temor a equivocarse, que ese el pensamiento común de todos los presentes. Esos malditos idiotas que no dejaban de hacer mofa de su edad y tamaño. "Si supieran que tengo más años que todos ustedes juntos". Se quejó mentalmente.
—¿Un niño?
—¿La diosa Atena está jugando una broma con nosotros?
—Pobre pequeño será asesinado fácilmente por los centauros —se lamentó una mujer comenzando a rezar por su alma.
—¡Oiga, señora aún estoy vivo y no moriré por un montón de medio animales! —gritó Sísifo con molestia mientras la multitud se dispersaba decepcionada.
Los ilusionados habitantes habían pasado de la tranquilidad y la esperanza de que todo mejoraría a un estado de desesperación. Algunos creían que sus rezos no fueron suficientes o quizás sus ofrendas no fueron del agrado de la diosa Atena y su fe en ella sólo alcanzó para recibir un niño en vez de un guerrero. Varios se dirigieron al templo en honor a ella dispuestos a demostrar su lealtad con esperanza de que su ofensa fuera perdonada y enviara verdadera ayuda. Por su lado, el santo de sagitario seguía batallando con la vergüenza. Sabía bien que, si él estuviera en el lugar de los habitantes, también dudaría si enviaran a un niño con la promesa de que los salvaría, pero no dejaba de ser humillante siendo él quien protagonizaba tan embarazosa escena.
—León por favor bájame —pidió el de cabellos oscuros cansado de estar suspendido en el aire—. No importa lo que digan, nuestro trabajo no es presumir —dijo viéndolo fijamente. Buscando la forma más rápida de que dejara de exponerlo.
—Lo lamento —se disculpó apenado por haberle hecho pasar un mal bajándolo lentamente—. Es sólo que quería hacerles ver su error al confundirnos.
—No es lo más preocupante en estos momentos —mencionó Sísifo mirando el lugar—. Para ser un lugar que es asediado continuamente por los centauros no se ve tanta destrucción.
—Ahora que lo mencionas tienes razón —coincidió mirando el lugar.
—Necesito saber cómo es que esos salvajes han estado atacando sin dejar su típico rastro destrucción.
Ambos emprendieron la marcha rumbo al templo de la diosa Atena siendo recibidos por las sacerdotisas. El lugar parecía haber sido atacado hacia no demasiado tiempo. Había pilares aun con rajaduras, estatuas destruidas y zonas que parecían haber sido quemadas. La explicación dada fue sencilla, pero alarmante. Según explicaron ellas, un jovencito de aproximadamente la edad de Sísifo ingresó en solitario a rezarle a Atena llevando la correspondiente ofrenda y poco después el lugar estaba prendiéndose fuego. Las sacerdotisas abandonaron el sitio por ser demasiado peligroso separándose para ir a pedir ayuda a los hombres más cercanos al templo. Fue en el momento en que se separaron que algunas de ellas fueron capturadas por los centauros. El niño responsable del incendio fue detenido por los propios civiles e interrogado brutalmente hasta que confesó iniciar el fuego por orden de un centauro que tomó de rehén a su mamá con la advertencia de que si no obedecía ella moriría.
―Qué malvados, pero astutos ―susurró sorprendido León tras oír todo ese plan.
―Alguien los está ayudando ―murmuró con molestia el santo de sagitario.
―¿Cómo dices? ―interrogó el adulto viéndolo fijamente.
―Los centauros son más animales que hombres, atacan de manera impulsiva sin medir consecuencias, pero en este caso se tomaron semejante trabajo, ¿por qué? ―preguntó Sísifo de manera retórica―. Con su fuerza acabar con toda esta ciudad no les sería problema, pero se han tomado toda esta molestia, como si estuvieran queriendo demostrar algo o tender alguna clase de trampa.
―Pero si se trata de una trampa ―habló el adulto intentando colaborar en los análisis del niño―. ¿No habría sido mejor fingir ser tontas bestias salvajes y sorprender a su presa con su inteligencia?
―Eso depende de quién o quiénes sean sus presas ―afirmó el de ojos azules contrariado por la situación.
Si él fuera los centauros se guardaría ese plan para conseguir algún premio de gran valor. Tomando en cuenta que atacaron el templo de Atena, sería lógico esperar que se llevaran algún tesoro de allí, pero éste no poseía alguno. Tal vez los medio animales creían que sí y el plan era bajo la creencia de poder hacerse con un arma mística u objeto divino. Si ese era el caso probablemente habrían abandonado la ciudad actual para ir en busca de otro templo que sí poseyera aquello que deseaban robar. Mas, la pregunta persistía, ¿qué deseaban exactamente? Conociendo a esos bichos lujuriosos, su interés era fornicar con las sacerdotisas de la diosa, cosa que seguramente hicieron con aquellas desafortunadas que secuestraron. La pregunta era si seguían vivas. De estarlo sólo podía significar dos cosas; eran esclavas sexuales o la carnada para algo más. Y de nuevo volvía a su callejón sin salida. ¿Era la moneda de cambio en algún trato o el sacrificio a algún dios? Si no las habían violado, o al menos no a todas, su sangre era un tributo digno del favor de algunos dioses.
―¿Sabes? ―habló León sacándolo de sus reflexiones al respecto de la situación―. Cuando debía enfrentarme a algún enemigo solía esperar hasta el último momento para atacar. Los vigilaba hasta que se creían vencedores y con la guardia baja les daba el tiro de gracia.
―Pero no tenemos a quién vigilar ―protestó soltando un largo suspiro.
―Aún existe la posibilidad de que regresen a este templo ―mencionó el de cabellos castaños.
―¿Con qué fin? Ya deben tener todo aquello que querían o les interesaba.
―El niño al que amenazaron aún está en custodia de las personas del templo ―habló el adulto viendo con seriedad al menor―. Si lo liberamos y seguimos es probable que nos lleve directo hacia ellos.
―¡Es verdad! ―exclamó Sísifo dándose cuenta de que estaba obviando a aquel pequeño―. Como mínimo irá al lugar donde fue interceptado y si tenemos algo de suerte se encontrará de nuevo con ellos.
―Lo malo es que tendremos que hacerlo a escondidas porque si lo tienen bajo amenaza seguramente creerá que mataran a su madre por culpa de nuestra presencia ―advirtió el santo de Leo con preocupación y lástima por tener que usar de esa manera al pequeño.
―No importa ―declaró de manera contundente el de cabellos oscuros―. Puedo seguirlo de manera sigilosa por mi cuenta y nadie sabrá que estuve tras sus pasos.
―De ninguna manera ―negó de inmediato el adulto―. Yo iré contigo. No he venido a esta misión para quedarme en la seguridad del templo de Atena mientras espero rezando que salgas ileso.
―¡Estaré bien! ―se impuso el menor intentando sonar convincente.
―No, iré contigo sin importar lo que digas, Sísifo ―afirmó León mientras se cruzaba de brazos y lo miraba con severidad―. Si no obedeces estarás castigado por una semana cuando volvamos al otro templo.
―Sí, papá ―respondió el menor con evidente sarcasmo por aquella amenaza. Mas al ver la cara estupefacta del mayor se dio cuenta que quizás se había excedido y se retractó de inmediato―. Yo… este, perdón. No quise decir eso, en verdad lo lamento, no era mi intención… ―comenzó a disculparse apresuradamente.
El santo de sagitario conocía bien la historia del mayor y cómo una de sus mayores penas seguía siendo la muerte de su pequeño hijo. Atribuía ese empeño en ayudarlo a ese trauma. Aunque le había dicho que lo quería por quien era, le costaba creer que fuera cierto. Es decir, él era todo un fenómeno. Un adulto, un anciano, un casi inmortal si tenía en cuenta sus décadas en el inframundo atrapado en el cuerpo de un infante. Era raro se mirará por donde se mirará. Y aun así León intentaba ser esa figura paterna que siempre anheló. Claro que deseaba eso, le gustaba sentirse querido y protegido, pero siempre existía una vocecilla al fondo de su cabeza recordándole que estaba ahí para darle quehacer al mayor. Podía hasta jurar que León mismo buscaba convencerse de que él no era un reemplazo. Ese era el mejor de los escenarios que podía imaginarse en su situación actual. Por lo mismo, haberle dicho "papá" así fuera por mero sarcasmo, no dejaba de sentirse fuera de lugar. Algo cruel y estúpido que se le salió por no pensar antes de hablar como era su costumbre.
―Deberíamos ir a buscar a ese niño cuanto antes ―dijo el castaño interrumpiendo al otro antes de comenzar a caminar hacia otra zona del templo de la diosa dándole la espalda a sagitario―. Hay vidas en juego y cada segundo cuenta ―dijo de manera seria.
Continuó caminando sin siquiera dirigirle una mirada en ningún momento. De no ser porque sagitario se apresuró a seguirlo seguramente lo habría perdido de vista. No obstante, pese a haberlo seguido sin perder demasiado tiempo lo hizo manteniendo cierta distancia por temor a verle la cara. ¿Qué expresión tendría en esos momentos? ¿En qué estaría pensando? Por una parte, quería hacerle esas preguntas y varias más, pero era un tema delicado del que nunca quiso hablar. O más bien jamás se atrevió a hablar. Realmente no se dedicó a ponerle un nombre a la relación entre ellos. Asumió por lógica que era de amistad, pero ¿era amistad? Ahora que lo pensaba en su primera vida no tenía amigos, sólo compañeros, aliados, sirvientes o víctimas. Nunca se permitió confiar en nadie por ser potenciales traidores. Como estafador que era conocía bien esa regla de oro: los amigos de hoy, son los enemigos de mañana.
Se había apegado a la idea de que podría vivir toda su vida sin tener relaciones cercanas y acertó. Vivió hasta su vejez sin contacto estrecho con su familia sanguínea, sin amigos y con una esposa a la que apenas pudo reconocer como su compañera tras su primera muerte. Para colmo la reconoció cuando lo perdió todo y la convirtió en una pecadora. ¿Debía llamar a León su amigo? ¿Su compañero por trabajar juntos para Atena? Aunque le haya dicho que lo quería como a un hijo, eso no necesariamente quería decir que tenía la libertad de llamarlo "papá". Eso seguramente le traía recuerdos dolorosos y hasta podía estar mancillando la memoria de su hijo biológico. Eso explicaría porque se puso de esa manera cuando lo dijo. ¿Ahora cómo se disculpaba por su error? Había intentado retractarse al momento de decirlo y lo interrumpió. Tendría que sacar el tema cuando se diera la oportunidad.
Sin dirigirse la palabra llegaron nuevamente donde las sacerdotisas y pidieron que se liberara al niño que mantenían en custodia. Ellos no intercambiaron ninguna frase y se limitaron a cumplir su deber. Nada más ver al pequeño siendo liberado notaron que comenzó a correr por las calles de la ciudad. Sísifo se puso su armadura en el templo y lo siguió por aire. Lo cual no fue muy buena idea de su parte porque un niño volando en una armadura hecha de oro llamó de inmediato la atención de todos. "¿Por qué no se quedan callados, maldición"? Se quejó mentalmente cuando oía a los habitantes gritar su condenado apodo. "Hoy definitivamente no es mi día". Pensó soltando un largo suspiro al ver al niño comenzando a correr a mayor velocidad al sentirse acechado por el ángel de Atena. "O quizás sí lo es. Parece que me llevará más rápido al escondite de esos centauros". Dedujo al verlo adentrarse en un bosque cercano.
―Les llegó su fin, estúpidos centauros ―habló de manera confiada el niño antes de girar la cabeza hacia atrás para ver si León estaba siguiéndole el paso―. Es lo mejor ―susurró al no verlo―. Debo terminar con esto por mi cuenta antes de que se involucre con el peligro ―pensó en voz alta con completa decisión.
CONTINUARÁ…
