Todo lo que reconozcas pertenece a Rick Rordan
XIV Muerte en el desierto
Me incorporé de golpe en el asiento del coche. Percy me sacudía un brazo.
-Andy, ya es de día. El tren ha parado. ¡Vamos!
Intenté sacudirme el sueño. Thalia, Zoë, Bianca y Grover habían alzado la malla metálica. Fuera se veían montañas nevadas con grupos de pinos diseminados aquí y allá; un sol encarnado asomaba entre dos picos.
Con las imágenes del sueño todavía flotando en mi mente miré fijamente a la cazadora, preocupado.
-¿Estás bien?-preguntó Percy.
-¿Qué? -contesté, sobresaltado-Sí, sí, solo sigo un poco dormido.
Percy me siguió mirando preocupado y luego a Zöe.
-Bueno, ¿alguna idea de dónde estamos?-pregunté, frotándome las manos por el frío.
Miré alrededor. Habíamos llegado a los alrededores de una población de esquí enclavada entre las montañas. El cartel rezaba: "Bienvenido a Cloudcroft, Nuevo México". El aire era frío y estaba algo enrarecido. Los tejados estaban todos blancos y se veían montones de nieve sucia apilados en los márgenes de las calles. Pinos muy altos asomaban al valle y arrojaban una sombra muy oscura, pese a ser un día soleado. Hacía mucho frío, incluso acostumbrado a los inviernos neoyorquinos.
Mientras caminábamos Percy nos contó una conversación que tuvo con Apolo y su consejo de buscar a un adivino llamado Nereo en San Francisco. Yo no les conté la conversación que había tenido con mi padre, por supuesto.
Grover parecía inquieto.
-Está bien, supongo -dijo-. Pero antes hemos de llegar allí.
Sólo faltaban cuatro días para el Solsticio de Invierno, cuatro días para salvar a Artemisa y a Annabeth. Y estábamos tirados en medio de la nada.
Nos detuvimos en el centro del pueblo. Desde allí se veía casi todo: una escuela, un puñado de tiendas para turistas y una cafetería, algunas cabañas de esquí y una tienda de comestibles.
-Estupendo -dijo Thalia, mirando alrededor-. Ni estación de autobuses, ni taxis ni alquiler de coches. No hay salida.
-¡Hay una cafetería! -exclamó Grover.
-Sí -estuvo de acuerdo Zoë-. Un café iría bien.
-Y unos pasteles -añadió Grover con ojos soñadores-. Y papel de cera.
Thalia suspiró.
-Está bien. ¿Qué tal si vais vosotros dos por algo de desayuno? Los demás iremos a la tienda de comestibles. Quizá nos indiquen por dónde seguir.
Aunque no parecía hacerle mucha gracia, Bianca nos siguió.
En la tienda nos enteramos de varias cosas interesantes sobre Cloudcroft: no había suficiente nieve para esquiar, allí vendían ratas de goma a un dólar la pieza, y no había ningún modo fácil de salir del pueblo si no tenías coche.
Aunque no parecía que fuera a cambiar nada, Thalia se fue a preguntar a otras tiendas. Bianca, Percy y yo nos quedamos esperando sentados en unos bancos medio congelados a que nuestros amigos volvieran con el desayuno.
Me quedé mirando al infinito mientras Percy jugueteaba con la rata de goma que había comprado en la tienda.
-¿Y cómo va eso de ser cazadora? -le preguntó el hijo de Poseidón.
Ella frunció los labios.
-¿No estarás enfadado aún porque me uní a ellas?
-No. Mientras tú… eh… seas feliz.
-No creo que "feliz" sea la palabra indicada cuando la señora Artemisa ha desaparecido. Pero ser una cazadora es superguay. Ahora me siento más serena en cierto sentido. Es como si todo lo que me rodea fuese más despacio. Supongo que debe de ser la inmortalidad.
No lo había pensado pero, siglos más tarde, cuando todos estuviéramos todos muertos y siendo parte de un pasado lejano, Bianca seguiría pareciendo una chica de doce años.
-Nico no ha comprendido mi decisión -murmuró Bianca, y me miró como si quisiese que la tranquilizara.
-Estará bien en el campamento -le dije-. Están acostumbrados a acoger a un montón de chicos.
-Annabeth vive allí desde los siete años-comentó Percy.
-Tiene suerte de tener unos amigos que se preocupen tanto por ella. Espero que la encontremos.
-Gracias, Bianca.
-Gracias a vosotros. Si no os hubiera conocido, si no hubiera visto como intentabais salvarnos, no me habría planteado siquiera dejar a Nico.
A mí no me sonó tan bien como ella pensaba, pero no le di muchas vueltas. Percy le preguntó por su vida antes de Westover Hall.
-Creo que estuvimos en un internado de Washington. Parece como si hiciera muchísimo tiempo.
-¿Nunca vivisteis con vuestros padres? Es decir, con vuestro progenitor mortal.
-Vivíamos con nuestra madre en Vencia, pero un día de repente nos mudamos a Estados Unidos. Éramos muy pequeños, yo tendría cinco años. Nos dijeron que nuestra madre habían muerto. Había un fondo en el banco para nosotros. Un montón de dinero, creo. De vez en cuando aparecía un abogado para comprobar que todo fuese bien. Luego tuvimos que dejar aquel colegio.
-¿Por qué?
Ella arrugó la frente.
-Teníamos que ir a un sitio. Un sitio importante, recuerdo. Hicimos un largo viaje y nos alojamos en un hotel varias semanas. Y entonces… No sé. Un día vino otro abogado a sacarnos de allí. Nos dijo que ya era hora de que nos fuéramos. Nos llevó otra vez hacia el este. Cruzamos Washington, subimos hasta Maine y tomamos el camino a Westover.
Una historia bastante extraña. Claro que Bianca y Nico eran mestizos. Nada podía ser demasiado normal en su caso.
-¿O sea, que tú te has ocupado de Nico durante casi toda tu vida? -pregunté ¿Simplemente vosotros dos?
Ella asintió.
-Por eso me moría de ganas de unirme a las cazadoras. Ya sé que suena egoísta, pero quería tener mi propia vida y mis propias amigas. Quiero mucho a Nico, no me entiendas mal, pero necesitaba descubrir cómo sería vivir sin ser la hermana mayor las veinticuatro horas del día.
En ese momento un luz se encendió en mi cabeza, el recuerdo de la primera vez que vi a los di Angelo.
-Bianca, ¿ese hotel en el que estuvisteis fue el Casino Lotus?
-Exacto, fue allí donde nos conocimos. Nos cruzamos en el hotel-explicó a un desconcertado Percy-. A Nico se le cayeron las cartas y...
-Pero eso fue hace más de un año-la interrumpió Percy.
Pero, antes de poder concretar la idea que se abría paso en mi mente, llegaron Zöe y Grover con el desayuno.
Estaba comiendo una magdalena cuando noté algo. Una cálida brisa pasó por mi lado,
como si en mitad del invierno se hubiera extraviado una ráfaga primaveral. Aire fresco perfumado de sol y flores silvestres. Y algo más: como una voz que tratara de decir algo. Una advertencia.
Zoë sofocó un grito.
Grover dejó caer su taza decorada con un estampado de pájaros. De repente, los pájaros se despegaron de la taza y salieron volando: una bandada de palomas diminutas. La rata de goma soltó un chillido; correteó por la barandilla y se perdió entre los árboles. Una rata con pelaje y bigotes reales.
-¿Qué está pasando?-pregunté.
-No lo sé-respondió Thalia.
Bianca miraba a Zöe, confusa y Percy tenía cogido a nuestro amigo cabra inconsciente.
Y entonces, aparecieron de nuevo de nuevo los guerreros esqueleto, vestidos de policía y empuñando sendas pistolas.
-Tenemos que irnos-dijo Thalia. Esta vez nadie discutió y todos salimos corriendo en dirección a la salida del pueblo. Percy y yo llevábamos a Grover.
Cuando llegamos al cartel vimos que allí había más esqueletos y, al vernos rodeados, decidimos pasar al ataque.
Los cortábamos en pedazos, pero volvían a levantarse. No había manera de matarlos. Percy protegía a un Grover medio inconsciente y los demás íbamos cerrando un círculo a su alrededor.
Las cazadoras dejaron los arcos porque estaban demasiado cerca para dispara y sacaron unos cuchillos de caza. Bianca se abalanzó sobre uno de los esqueletos y lo apuñaló en el corazón.
Y para sorpresa de todos el guerreros esqueleto se desintegró.
-¿Cómo has hecho eso?-preguntó Thalia.
-No lo sé-respondió Bianca.
-¡Chicas, cuidado!-grité, porque otro esqueleto se les tiraba encima.
En ese momento un chillido resonó por las montañas y un gigantesco jabalí apareció en la entrada del pueblo.
De un golpe se deshizo de los esqueletos y los mandó volando a kilómetros de distancia. Así tardarían un rato en encontrarnos.
Thalia levantó la lanza.
-¡No lo mates!-pidió Grover.
-Es el jabalí de Enmanto-explicó Zöe-. Dudo que podamos matarlo.
-¡Es un regalo! ¡Una bendición del Salvaje!-Grover estaba muy emocionado.
El jabalí se lanzó sobre nosotros.
-¡No os quedéis quietos!-advirtió Zöe, antes que la perdiera de vista.
Salí corriendo hacia la derecha y el monstruo se fue en dirección contraria. En dirección a Percy y Thalia.
Los vi salir corriendo y luego los perdí. Pero el jabalí no.
Zöe, Bianca, Grover y yo comenzamos a seguir al monstruo, intentando no perder a nuestros amigos. Después de bajar una enorme pendiente, encontramos al jabalí tirado en la nieve y a Percy y a Thalia con pinta de haber bajado de una montaña rusa.
-¿Qué le ha pasado al jabalí?-pregunté.
-Se ha dado un buen golpe-contestó Percy-. ¿Qué hacemos ahora? No va a estar mucho tiempo inconsciente.
-¡Es un regalo del Salvaje!-repitió Grover.
-Pues menudo regalo-comentó Thalia, que tenía pinta de haber estado a punto de vomitar.
-Si ha llegado a nosotros es por una razón-dijo Zöe-. El sátiro tiene razón, es un regalo y tiene que servir para algo.
-A lo mejor... A lo mejor podemos subir a él cuando despierte e intentar dirigirlo hacia el oeste-propuse.
A la vista de no tener mejor plan, y con el jabalí a punto de despertarse, decidimos segur mi plan suicida. Atamos un cuerda y se la pasamos por el morro al jabalí a modo de de riendas. Subimos a él y, cuando despertó, la teniente de las cazadoras lo dirigió hacia el sol que salía por el horizonte.
Tras todo el día cabalgando (¿jabalando?), las montañas dieron paso al desierto. Al caer la noche, el jabalí se paró y se puso a beber de un arroyo.
-Ya no irá más lejos -dijo Grover-. Tenemos que marcharnos mientras come.
No hizo falta que insistiera. Nos deslizamos por detrás mientras él seguía devorando su cactus y nos alejamos renqueando con los traseros doloridos.
Acabó de comerse un cactus, con púas y todo, y se volvió hacia el este, de vuelta a las montañas.
Ante nosotros se extendía una antigua carretera de dos carriles cubierta de arena.
Al otro lado había un grupo de construcciones demasiado pequeño para ser un pueblo: una casa protegida con tablones de madera, un bar de tacos mexicanos con aspecto de llevar cerrado desde antes de que naciera Zoë y una oficina de correos de estuco blanco con un cartel medio torcido sobre la entrada que rezaba: "Gila Claw, Arizona".
Más allá había una serie de colinas… aunque de repente me di cuenta de que no eran colinas. El terreno era demasiado llano para eso. No: eran montones enormes de coches viejos, electrodomésticos y chatarra diversa. Una chatarrería que parecía extenderse interminablemente en el horizonte.
-Me parece que aquí no alquilan coches-comentó Thalia.
Grover sacó unas bellotas y comenzó a analizar un dibujo sin mucho sentido.
-No huelo nada, lo cual no tiene sentido-comentó, inquieto-. Pero las bellotas no mienten. Nuestro próximo desafío…
Señaló directamente la chatarrería. A la escasa luz del crepúsculo, las colinas de metal parecían pertenecer a otro planeta.
Decidimos acampar allí y recorrer la chatarrería por la mañana. Nadie quería zambullirse en plena oscuridad entre los escombros. Zöe y Bianca sacaron todo un equipo de acampada de sus mochilas (claramente encantadas) y nos tiramos en los sacos de dormir a ver las estrellas.
Zöe se puso melancólica sobre todas las estrellas que ya no se veían y Grover divagaba sobre que habría hecho para sentir la esencia de Pan en medio de Nuevo México.
Pronto se pusieron a discutir sobre como Bianca había matado el zombi. Ella decía que solo le había clavado el cuchillo, pero este no era mágico ni nada por el estilo. Una corazonada me decía que no tenía que ver con su arma ni con el hecho de ser cazadora.
Alguien propuso intentar llegar a Las Vegas, pero antes de que pudiera decir que no era buena idea, Bianca gritó que no podíamos ir allí.
-Nico y yo... Estuvimos allí un tiempo.
-El Casino Loto. Dónde nos conocimos-dije yo.
Después de explicar a Thalia y Zöe que era ese lugar, empezaron a entender la idea que me rondaba desde hacía tiempo.
-Dijiste que Washington estaba muy cambiado cuando fuiste el verano pasado. Que no recordabas que hubiera metro allí.
-Sí, pero…
-Bianca -dijo Zoë-, ¿podrías decirme cuál es el nombre del presidente de Estados Unidos?
-No seas tonta -resopló ella, y pronunció el nombre correcto.
-¿Y el presidente anterior? -insistió Zoë.
Ella reflexionó un momento.
-Roosevelt.
Zoë tragó saliva.
-¿Theodore o Franklin?
-Franklin.
-Bianca -dijo Zoë., el último presidente no fue Franklin Delano Roosevelt. Su presidencia terminó hace casi setenta años, en mil novecientos cuarenta y cinco. Y la de Theodore, en mil novecientos nueve.
-Imposible -se revolvió Bianca-. Yo… no soy tan vieja. -Se miró las manos como para comprobar que no las tenía arrugadas.
Thalia la miró con tristeza. Ella sabía muy bien lo que era quedar sustraída al paso del tiempo transitoriamente.
-No pasa nada, Bianca -le dijo-. Lo importante es que tú y Nico os salvasteis. Conseguisteis libraros de ese lugar.
-¿Pero cómo? -pregunté-. Nosotros pasamos allí sólo una hora y escapamos por los pelos. ¿Cómo podrías escaparte después de tanto tiempo?
-Ya te lo conté. -Bianca parecía a punto de llorar-. Llegó un hombre y nos dijo que era hora de marcharse. Y…
-Pero ¿quién era? ¿Y por qué fue a buscaros?
Antes de que pudiera responder, un fogonazo repentino nos deslumbró desde la vieja carretera. Eran los faros de un coche surgido de la nada. Casi tuve la esperanza de que fuese mi padre, dispuesto a echarnos otra vez una mano, pero el motor era demasiado silencioso para ser el carro del sol y, además, era de noche.
Recogimos los sacos de dormir y nos apresuramos a apartarnos mientras una limusina de un blanco inmaculado se detenía ante nosotros.
La puerta se abrió y un tipo bajó y le puso la espada en el cuello a Percy.
Sonrió con crueldad.
-Ahora no eres tan rápido, ¿verdad, gamberro?
Era un tipo fornido con el pelo cortado al cepillo, con una cazadora de cuero negro de motorista, tejanos negros, camiseta sin mangas y botas militares. Llevaba gafas de sol, pero yo sabía lo que ocultaba tras ellas: unas cuencas vacías llenas de llamas.
-Ares-refunfuñó Percy.
El dios chasqueó los dedos y nuestras armas, que todos habíamos sacado, cayeron al suelo.
-Este es un encuentro amistoso-dijo Ares-. Alguien quiere hablar contigo, hijo de Poseidón.
-¿Quién?-preguntó Thalia, pero la ignoró.
-Ahora os lo devuelvo-y entraron en la limusina, todavía con la espada de Ares en el cuello de Percy-. Tomaos unos tacos-chasqueó los dedos y las luces del bar cobraron vida súbitamente. Saltaron los tablones que cubrían la puerta y el cartel de "Cerrado"
se dio la vuelta: ahora ponía "Abierto".
No dirigimos allí a regañadientes. Había una mesa fuera y nos sentamos a observar la limusina, intentando adivinar quien estaba dentro con Percy y Ares.
No habían pasado ni cinco minutos cuando el mundo dio un giro y aparecimos en medio de montones de chatarra. Percy también estaba allí y nos explicó que había hablado con Afrodita y que le dijo que no podíamos coger nada de la chatarrería o su marido, Hefesto, se enfadaría.
Noté que Percy no nos contó algo, pero tampoco lo presioné.
-¿Cómo salimos de aquí ahora?-pregunté.
-Por allí- Zöe señaló con el brazo-. Ese es el oeste, ahí está la Osa Mayor.
-Chicos -nos interrumpió Grover-. Mirad.
Habíamos llegado a la cima de la montaña de chatarra. Montones de objetos metálicos brillaban a la luz de la luna: cabezas de caballo metálicas, rotas y oxidadas; piernas de bronce de estatuas humanas; carros aplastados; toneladas de escudos, espadas y otras armas. Todo ello mezclado con artilugios modernos como automóviles de brillos dorados y plateados, frigoríficos, lavadoras, pantallas de ordenador…
-Guau -dijo Bianca-. Hay cosas que parecen de oro.
-Lo son -respondió Thalia, muy seria-. Como ha dicho Percy, no toquéis nada. Esto es la chatarrería de los dioses.
-¿Chatarra? -Grover recogió una bella corona de oro, plata y pedrería. Estaba rota por un lado, como si la hubiesen partido con un hacha-. ¿A esto llamas chatarra? -Mordió un trocito y empezó a masticar-. ¡Está delicioso!
Thalia le arrancó la corona de las manos.
-¡Hablo en serio!
Seguimos a Zöe entre montañas de metal, parándonos a admirar los sorprendentes objetos que había allí tirados. Estaba deseando salir de allí, porque tenía la sensación de que algo malo iba a pasar, justo en ese lugar...
Finalmente, a un kilómetro divisamos el final de la chatarrería y las luces de una autopista que cruzaba el desierto. Pero entre nosotros y la autopista…
-¿Qué es eso? -exclamó Bianca.
Justo enfrente se elevaba una colina más grande y larga que las demás. Tenía unos seis metros de altura y una cima plana del tamaño de un campo de fútbol, lo que la convertía en una meseta. En uno de sus extremos había diez gruesas columnas metálicas, apretujadas unas contra otras.
Bianca arrugó el entrecejo.
-Parecen…
-Dedos de pies —se adelantó Grover.
Bianca asintió.
-Pero colosales.
Zoë y Thalia se miraron, nerviosas.
-Daremos un rodeo -dijo Thalia-. A buena distancia.
-Pero la carretera está allí mismo -protestó Percy-. Es más fácil trepar por ahí.
Necesitaba salir de ese lugar. Decidimos dar el rodeo y, tras un rato, llegamos a la carrtera.
-Por fin-dije, pero todavía notaba la sensación.
Se oyó un estruendo metálico y todos nos dimos la vuelta. Los dedos de los pies habían dado paso a un gigantesco cuerpo de metal que se levantaba del suelo.
Lo que se alzó por fin entre los escombros era un gigante de bronce con armadura de combate griega. Era increíblemente alto, un rascacielos con piernas y brazos que relucía de un modo siniestro al claro de luna. Nos miró desde allá arriba con su rostro deforme. Tenía el lado izquierdo medio fundido. Sus articulaciones crujían, oxidadas, y en el polvo de su pecho blindado un dedo gigante había escrito: "Lávame".
-¡Talos! —gritó Zoë.
-¿Quién es Talos? -balbuceé.
-Una de las creaciones de Hefesto -dijo Thalia-. Pero éste no puede ser el original. Es demasiado pequeño. Un prototipo quizá. Un modelo defectuoso.
En ese momento el gigante no atacó. Defectuoso o no, no había manera de vencerlo.
Lo atacamos una y otra vez, pero los pequeños cortes de las espadas no parecían hacerle nada y las flechas no eran más que pinchacitos para él. Nos dispersamos.
Bianca, Percy y yo acabamos juntos tras un carro.
-Alguien se ha llevado algo-dije.
-Has sido tú-acusó Percy a Bianca, viendo su cara de culpabilidad.
-¿Qué te has llevado?
Antes de que pudiera responder, oí un chirrido colosal y una sombra nos tapó
el cielo completamente. Nos separamos y un pie aplastó el lugar en el que habíamos estado. Seguí a Bianca hasta un nuevo escondite.
-¡Tienes que devolverlo, Bianca!
Ella sacó una figurita de su bolsillo.
-Era para Nico. Es la única que le falta.
-Bianca, sé que quieres a Nico, pero me parece que él preferiría que sigas viva a una figurita. Tírala, a ver si nos deja en paz.
Lo hizo, pero nada cambió. Recogió el muñeco del suelo.
En ese momento llegó Percy.
-El gigante tiene un agujero en el talón, pone mantenimiento. Creo que dentro tiene un interruptor o algún control-explicó el hijo de Poseidón-. Me voy a meter para intentar apagarlo.
-¡No puedes hacer eso, Percy!-dije-. Morirás.
-¡No tenemos otra opción!
-Lo haré yo.
-¿Qué? No, Bianca.
-Sí. Esto es culpa mía, y yo seré la que arriesgue la vida para arreglarlo.
-Pero Nico...
-Cuida de él. Sé tú su hermano, y hazlo mejor que yo.
La cazadora me entregó la figurita de Mitomagia y su cuchillo de cazadora.
-Confío en ti, Andy.
-Adiós, Bianca- contesté, con lágrimas en los ojos igual que ella. Sabía que no podría detenerla.
Thalia había conseguido atraer su atención por el momento. Había descubierto que el monstruo era grande pero muy lento. Si lograbas permanecer cerca sin que te aplastara, podías correr a su alrededor y mantenerte a salvo. Al menos, a ella le estaba funcionando.
Bianca se situó junto al pie del gigante y procuró mantener el equilibrio sobre los hierros que se movían y balanceaban bajo aquel peso colosal.
-¿Qué vas a hacer? -le chilló Zoë.
-¡Haz que levante el pie! -gritó ella.
Zoë disparó una flecha a la cara del monstruo que le entró por un orificio de la nariz. Talos se enderezó de golpe y sacudió la cabeza.
Percy y yo corrimos también hacia el gigante, espada en mano. De un golpe le corté uno de los dedos del pie, y Percy hizo otro tanto. El gigante levantó el pie para aplastarnos y salimos corriendo.
Pude ver a Bianca por un segundo antes de que el pie la aplastara. Talos siguió corriendo tras nosotros, pero de repente paró, como cortocircuitado.
Había funcionado. Bianca estaba muerta.
El gigante cayó hacia atrás. Se lo dije a los demás, pero no me quisieron creer. Buscamos hasta el amanecer, pero no encontramos a Bianca.
Tuvieron que darme la razón.
Mientras observaba el cuchillo que me había dejado, el mismo con el que había matado al guerrero-esqueleto, y la figura del dios para Nico, tuve claras dos cosas.
La profecía se estaba cumpliendo, Bianca se había perdido en las tierras sin lluvia.
Y acababa de perder a una hermana. No tenía sentido, pero sabía que era cierto. Lo sabía en el fondo del alma.
Lo primero, perdón con el retraso con este capítulo.
Lo segundo, nooooooo Bianca :'(
En uno o dos capítulos en principio acabamos con La Maldición del Titán.
Más o menos ahora hace ya un año que acabé mi otra historia y empecé en serio con esta, y la verdad, estoy orgulloso de lo que he avanzado.
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Gracias por leer
Erin Luan
