Capítulo 9: Su competencia

Considerando lo poco fructuosa que resultó su misión de espionaje, el llamado de Ijichi lo atrajo como mosca a la mierda. A Satoru no le tomó más de cinco minutos montarse en un tren para encontrarse personalmente con él. Y, aunque no le encantaba en lo más mínimo la idea de que Kasumi pudiera estar paseándose por el resto de la ciudad con Kokichi, si lo que Ijichi había dicho era cierto, podría ponerle fin a esa naciente relación de un solo golpe.

—Sí, sí, sí, habla —le dijo al verlo y escuchar su bienvenida en la puerta de su casa, atravesando el umbral de la puerta como si fuera el dueño.

Él ya le había mencionado que sus padres trabajaban hasta tarde y que estaría solo, momento ideal para comentarle los resultados que había arrojado su improvisada investigación. A pesar de lo excitado que Gojo había llegado a su casa, le ofrece asiento en la mesa del comedor y, con manos temblorosas, le entrega un vaso de agua.

Los dedos largos de Satoru repiquetean contra la mesa, su otra mano sosteniendo su mejilla. Impaciente. Sus ojos clavados en Ijichi, chispeando irritación. Su pupila tan fija sobre su objetivo que Ijichi siente un escalofrío recorrerle la espalda mientras reúne un par de cosas para luego dejarlas sobre la mesa. Cada minuto aquí con él es un minuto más en el que Kokichi gana terreno, su terreno.

—¿Vas a contarme lo que descubriste, o no?

Él asiente y toma aire. Está concentrado a pesar de verse un poco nervioso y sudado.

—Bueno, primero tengo que confesar que cuando me pediste que averiguara algo sobre Muta-kun… pensé que estabas exagerando… Pero luego imaginé que, si habías llegado al extremo de pedir mi ayuda, algo realmente malo tenía que estar pasado.

Esto no tenía mucho de cierto, la verdad es que Satoru se basa en algo que él mismo llama presentimiento pero que, en realidad, no era más que un ruego desesperado que le dice 'algo tiene que andar mal con ese sujeto'.

—¿Podemos saltarnos el preámbulo?

Él asiente nuevamente.

—Lo siento… La semana pasada, como todas las tardes… ayudé a algunos profesores recolectando la tarea y, a organizar los eventos del festival…

—Sí, sí, al grano.

—¡Huh! Bueno… Uhm, el profesor Yamamoto me dejó solo en la sala de profesores para fumar un cigarrillo. Así que aproveché el momento para meterme dentro de los archivos digitales de la escuela. ¡Por favor! ¡No debe decírselo a nadie!

—¿Qué encontraste?

—Nada.

—¿Nada? ¿Cómo que nada?

—Exactamente eso… En principio buscaba algo malo, cualquier cosa, ya sea un antecedente familiar, algún informe. Pero, luego me di cuenta que no había nada. Muta-kun no tiene faltas, no tiene días enfermo, no tiene llamados de atención.

Ijichi extiende sobre la mesa copias que realizó sobre los reportes de Muta desde preescolar hasta el año anterior y Satoru los observa.

—¿Y eso qué? ¿Es ilegal no faltar a la escuela?

—Bueno, no ilegal, pero sí extraño. Muta-kun no tiene faltas desde primer año de preescolar. Además de eso, sus notas son excelentes… desde su primer a su último examen. Generalmente uno sólo observa las últimas calificaciones, pero… al ver el panorama completo resulta demasiado extraño para ser… normal.

—¿Crees que él mismo modificó sus registros?

Ijichi asiente.

—Y no sólo eso… Después de ver los registros supe que algo andaba mal. Por lo que hice algo de lo que tampoco estoy muy orgulloso… Yo… seguí a Muta después de clases.

Satoru se cruza de brazos y ensancha una sonrisa.

—¿Se dio cuenta?

—¡N-No! Tuve especial cuidado de no levantar sospechas y además mantuve mi distancia todo el tiempo.

—¿Y qué hizo? —pregunta intrigado, inclinándose sobre la mesa.

—En principio tomó un tren, luego un autobús y luego caminó diez cuadras. En ese momento me di cuenta que debí haber llevado binoculares…

—¿No viste lo que hizo?

—Fue muy sospechoso… Un grupo de diez muchachos de secundaria se reunieron con él en un terreno baldío. Reconocí el uniforme, eran de la secundaria Adachi.

—¿Y? ¿Qué hizo? Te juro por Dios, Ijichi, si tengo que sacarte las palabras a cucharadas voy a…

—¡No estoy del todo seguro! Hubo un intercambio, él les entregó algo y ellos pagaron. Luego se fueron…

—¿Drogas?

—No lo sé…

—Mierda… ¿cómo podemos estar seguros?

—Hay una cosa más… Uno de ellos le dijo un apodo al despedirlo. Él dijo… "Nos vemos luego, Mechamaru".

—¿Mechamaru? ¿Qué clase de nombre de Gundam es ese?

Ijichi se encoge de hombros.

—Es todo lo que sé.

—Entonces Muta-kun vende drogas. Vaya, es más interesante de lo que pensé.

—Bueno, no podemos estar del todo seguros.

—¿Qué otra cosa podría ser? Si fuera algo normal no lo llamarían por un pseudónimo y mucho menos se encontrarían en un sitio alejado para intercambiar algo.

La reunión termina poco después, con un Satoru más emocionado que antes. De hecho, sus sospechas eran ciertas. Había algo con muy mal olor acerca de Kokichi, o más bien sobre Mechamaru. ¿Qué podría ser peor que vender drogas? ¿Qué tal si fuera capaz de introducir a la inocente Kasumi en algo así?

Los dedos le picaron todo el resto del día y del siguiente. Quería ponerla en aviso lo antes posible pero, luego de haberse encontrado frente a frente durante su cita y prácticamente de la mano de Mei-Mei, no estaba seguro si un mensaje de texto sería de lo más sensato.

Se debatió todo el domingo si debía o no enfrentar a Miwa con esta presunta nueva información. Luego de una larga conversación consigo mismo llegó a la conclusión de que debía hacerlo en persona. Por supuesto, ella tenía derecho de saber.

Se repitió en su mente una y otra vez los cientos de razones por las cuales era su deber intervenir. Y además de asegurarse a sí mismo lo buen sujeto que debía ser por ponerla en conocimiento de algo tan peligroso como vender droga a un grupo de colegiales. Tan ansioso se encontraba que podría haber cavado un agujero en la tierra con sus propios pies tras su ir y venir en el mismo sitio.

A un lado de la escuela, entre un par de árboles, se ajustaba las gafas esperando que la próxima cabellera que viera fuera de un peculiar color cian. Entre cabellos castaños paseó comiendo ansias.

Cinco pasos a un lado, se ajusta las gafas, levanta la mirada, cinco pasos al otro lado. Da un salto cuando una voz lo sorprende por la espalda.

—¿Qué carajo estás haciendo?

Suguru lo observa con una ceja levantada, ambas manos en los bolsillos. Luego se inclina sobre él, estira su cuello contra el rostro de Satoru. Su mirada oscura refleja cierta sospecha que Satoru percibe de inmediato y frunce el entrecejo. Repentinamente siente que está haciendo algo malo. Patea suavemente una piedra junto a él y hace un gesto con los hombros, como si no supiera por qué lo están interrogando.

Suguru busca en su rostro algo de evidencia y espera una respuesta.

—Nada —responde Satoru y vuelve a mirar a las puertas del colegio cuando finalmente la ve entrar junto a Shoko.

Cuando está a punto de darse media vuelta para enfrentarla, Suguru lo toma por el cuello de su uniforme y lo arrastra hacia la sombra que proyecta la escuela.

—Vas a contarme ahora qué estás tramando. Llevas semanas comportándote así. ¿De qué se trata?

Satoru está a punto de levantar un puño, su oportunidad de hablar con Kasumi antes de que vuelva a encontrarse con Muta se esfuman entre sus manos y su mejor amigo no parece dispuesto a dejarlo ir.

—No molestes, tengo algo qué hacer.

—¿Y qué es? ¿Huh?

—Escucha, es importante —dice y toma muñeca que lo sostiene firmemente.

—¿Tiene que ver con Miwa-chan?

—¿Huh?

—No te hagas el desentendido. ¿Vas a declararte?

—¿Qué? No, no, no tiene nada qué ver con eso.

—Te conozco. Te he estado observando, ¿crees que no me he dado cuenta? Desde que Miwa-chan sale con Muta-kun te has vuelto un amargado. ¿Ahora quieres entrometerte? ¿Justo cuando ella sale con un buen chico? Eres despreciable. Tenías una oportunidad, ahora déjala en paz. Es una buena muchacha. Y tu siempre has sido un mal perdedor. No soportas la idea de no ser el número uno.

—¿Y crees que Muta es un buen hombre para ella? —cuestiona y Surugu afloja su agarre hasta soltarlo por completo—. No me preguntes cómo, pero llegó a mi cierta… información.

—¿Llegó a ti?

—Sí, mis fuentes son confidenciales —responde con una sonrisa arrogante.

—Es Ijichi, ¿no?

Gojo frunce el rostro de inmediato.

—En fin, aparentemente nuestro buen tipo Muta-kun vende drogas.

Suguru no se ve nada impresionado por la revelación de Satoru, quien esperaba una reacción más efusiva. Geto suspira y sus hombros caen tras sentirse derrotado, no hay manera de convencer a Gojo que todo esto no es más que un delirio.

—A ver, muéstrame las pruebas.

—¿Para qué necesito pruebas?

—¿Cómo para qué? ¿Crees que simplemente porque tú lo dices debe ser cierto? Lo que estás diciendo es muy grave para tomárselo tan a la ligera. Y… si no tienes nada que respalde tus palabras no parecerás más que un pobre idiota que quiere arruinar la felicidad de la chica que le gusta. No estás tan desesperado, ¿o sí?

Con el rostro fruncido, incluso frustrado, Satoru parece haber desistido.

—Entonces conseguiré las pruebas y te demostraré que estoy en lo cierto.

El rostro de Suguru vuelve a esbozar una sonrisa y empuja el hombro de su amigo para luego abrazarlo por la espalda camino a la escuela.

—Vamos, idiota, vamos a llegar tarde.

Su mejor amigo es hábil al distraerlo, le habla sobre su próximo partido y platica acerca de su fin de semana, aunque Satoru no ha tenido la cortesía de preguntarle nada al respecto.

Una vez en el salón de clases, Satoru siente repentinamente cómo su estómago se retuerce de sólo verla por la espalda. Está sentada en la misma silla de todos los días, el sol entra por la ventana y la ilumina, rodeándola con un halo amarillo. Su perfil desdibujado por la claridad mientras ella mira con atención a Shoko, parada, apoyada contra un banco conversando sobre algo que él no parece escuchar.

Y mientras camina en su dirección, se queda sin aliento por un instante hasta que ella siente su presencia alta y desvía sus ojos azul ultramarino para verlo a los ojos. Un saludo entorpecido se queda prendado de su garganta y no dice nada. Se queda parado a medio camino con los labios pegados hasta que Suguru lo empuja por la espalda para que continúe.

—Buenos días, chicas —dice él, con una sonrisa cordial mientras que Satoru simplemente se sienta detrás de Kasumi.

—¿Qué tal tu fin de semana, Suguru? —pregunta Shoko—. ¿Qué tal tu familia?

—Al menos alguien recuerda de lo que hablamos —responde él sin descuidar su grácil sonrisa.

—¿Tu tía se encuentra bien, Suguru-san? —pregunta Miwa.

—Excelente, gracias por preguntar Miwa. ¿Qué tal el suyo?

—¡Oh! ¡Es cierto! Lo había olvidado por completo —dice Shoko entusiasmada—. ¿Qué tal tu cita?

Satoru se revuelve sobre su asiento y percibe la mirada entrometida de su mejor amigo sobre él. Apoya su rostro en un puño y escucha desganado la conversación que se da en sus narices.

—E-estuvo muy bien… —responde Kasumi, visiblemente nerviosa.

—Vamos, detalles, Miwa —insiste Shoko.

—¿Detalles? Uhm… bueno. Fuimos a una heladería.

La dulce voz de Miwa le sabe amarga a Satoru, quien hace un gesto congestionado de sólo escucharla hablar de él. Y, como si una campana sonara dentro de la mente de ambos, Shoko y Geto comparten una mirada furtiva que luego se arrastra sigilosamente hacia Satoru. Ninguno ha olvidado la improvisada invitación de Gojo pocos días atrás. Tal conjución no podría ser una coincidencia, al menos no para ellos. Sin embargo, para Kasumi no ha sido más que una mera casualidad.

—Con que una heladería, ¿he? —dice Shoko.

Las miradas maliciosas, tanto de Shoko como de Geto, no le pasaron por desapercibidas a Satoru. Sabe que han unido los puntos y que, de esta, no tiene muchas escapatorias.

—¡Gojo-san!

Eufórico, Yu entra al salón y se une al grupo con una gran sonrisa. Camina hasta quedar en medio de Satoru y Suguru y con una expresión de admiración palmea la espalda de Gojo.

—¿Es cierto lo que escuché? ¿Estás saliendo con Mei-Mei?

Como si hubiera sido víctima de un hechizo, el cuerpo de Satoru parece volverse de piedra. Suguru y Shoko abren los ojos, la boca y los oídos. Pero no son los únicos impresionados ante semejante declaración. Todos sus compañeros parecen haberse llamado al silencio al escuchar las palabras de Yu. Satoru siente veinte pares de ojos volteándose a verlo, aguardando por una respuesta. Pero los únicos ojos que le importan son los que tiene frente a él.

La mirada tímida de Miwa está sobre él. Sus ojos parecen estar esperando una muy merecida explicación, o más bien una confirmación.

Una mano invisible rasga su pecho, sus ojos se ven tristes.

Él tartamudea por primera vez en su vida, no puede confesar que todo ha sido un plan para poder interrumpir la cita de Kasumi. Pero tampoco quiere decir algo que termine empujándola a los brazos de Muta, confirmando una mentira.

Justo cuando está a punto de decir algo, el profesor entra en el salón. E incluso él puede sentir la irritación de sus alumnos al verlo entrar y dejar el chisme a medio contar.

Luego de su saludo cordial de cada mañana, y oírlo aclarar su garganta, una suave risa se escucha desde el otro extremo del salón. Mei-Mei no puede ocultar lo divertida que le resulta toda esta situación. Luego gira el rostro y la mira por encima de su hombro.

Kasumi siente en esta mirada un dejo de competencia. Una burla descarada. Es como si ella supiera qué clase de relación solía tener con él. Y eventualmente se pregunta si Satoru habría tenido el descaro de contárselo todo.

La idea la pone nerviosa. Estaba bajo la idea de que nadie sabía sobre sus actividades extracurriculares y el rostro se le enciende tan sólo contemplando la idea de que él haya abierto la boca. Avergonzada, se da cuenta que si tuviera amigas cercanas tampoco se sentiría cómoda de mencionarlo.

Tanto Satoru como Kasumi guardan silencio, pero notan con rapidez los susurros que comienzan a repartirse entre sus compañeros. Y mientras Satoru contempla seriamente la idea de darle una paliza a Yu, Kasumi hace su mejor intento en concentrarse en lo que el profesor está diciendo.

Inquieto por la idea equivocada que se ha llevado su antigua amante, Satoru toma su celular y escribe escondido bajo su pupitre. Tan concentrado está que no se percata de los ojos afilados que lo observan disimuladamente a su lado. Casi de inmediato, Kasumi siente su celular vibrando en el bolsillo de su falda. Y aunque es sumamente aplicada, siempre revisa su móvil en caso de que sus hermanos puedan necesitar de ella por cualquier eventualidad.

"No es lo que parece".

Kasumi lee y deja nuevamente el celular en su bolsillo y hace un gran esfuerzo por volver su atención a la clase, pero resulta muy difícil. Es increíble los estragos que puede hacer este muchacho en su cuerpo sin ponerle un dedo encima. Su estómago da un vuelco y frunce el entrecejo. Mueve el lápiz que tiene sobre la mano derecha incansablemente y al cabo de unos segundos se da cuenta que no ha entendido ni una palabra de las tantas que ha dicho su profesor. Le revuelve las entrañas el descaro de Satoru, y no sólo eso, sino que después de todo aún crea que debe darle una explicación.

Luego de pocos segundos que en la mente de Miwa han sido suficientes para pensarse el asunto diez veces, saca su móvil del bolsillo y tipea mientras Suguru observa todo a corta distancia.

"No es asunto mío".

Él observa silenciosamente los mensajes ir y venir. Por lo que decide tomar cartas en el asunto y envía un mensaje.

"Miwa y Satoru". Escribe y envía. Shoko lee el mensaje casi de inmediato y, al igual que él, desliza sus ojos castaños hacia el intercambio constante que se da junto a ellos.

"Lo sé, pero no es lo que crees".

"No me interesa. Es tu problema".

"Hablemos después de clases".

"No es necesario".

"QUÉ TERCA ERES".

—El grupo de atrás. No crean que no los veo —dice el profesor y detiene la clase—. Los celulares de los cuatro a mi escritorio, los recuperarán después de clases.

Tras un vergonzoso trayecto hacia el frente del salón, los cuatro se levantan y dejan sus teléfonos sobre el escritorio y ante la mirada atenta y risueña de sus compañeros regresan a sus asientos.

Cuando suena el timbre anunciando el primer receso del día, Kasumi sale del aula disparada. No está muy dispuesta a continuar compartiendo oxígeno con Satoru, pese a que él hace un pequeño intento por retenerla.

—¡Tengo cosas qué hacer! ¡Nos vemos luego!

Para este momento cada una de sus interacciones son observadas con sospecha, pese a no darse cuenta. Y cuando Suguru hace lo mismo y toma a su amigo por la manga de su uniforme para obligarlo a sentarse, él extiende una sonrisa y lo ve antes de marcharse.

—¡Voy por un refresco, ya vengo!

Suguru suspira y Shoko, parada frente a él cruzada de brazos, lo ve alejarse para desaparecer por la puerta detrás de Kasumi.

—¿A Satoru le gusta Miwa-chan? —le pregunta, cuando la mayor parte de sus compañeros se marcha.

Geto se encoje de hombros.

—¿Sabías algo sobre él y Mei-Mei?

—Nada, ¿tú estabas al tanto de algo?

—No. Es decir, entiendo lo de Miwa, pero… ¿Mei-Mei?

—¿Esto amerita una intervención?

—Supongo.

Tras evadirlo por varios corredores. Kasumi termina escondida detrás de un árbol junto al patio y se sienta a ver a los muchachos de primer año corriendo en la pista de carreras. En la distancia reconoce a Yuji Itadori en primer lugar, sin derramar una sola gota de sudor, detrás de él Todo y muy al final Kokichi.

Se sonríe mientras lo ve, tomando de una botella de agua, limpiándose el sudor con una toalla blanca hasta eventualmente notar su presencia. Y mientras él camina hacia ella, acortando la distancia, Kasumi se pregunta si él pudiera ser la respuesta correcta para borrar por completo sus sentimientos por Satoru.

No ser correspondida es mucho más doloroso de lo que podría haber anticipado. Compararse con una de sus compañeras también está jugándole una mala pasada a su autoestima. Sin embargo, él es el tipo de muchacho que parece tener ojos para nadie más que ella y en este momento es algo que alivia su corazón magullado.

—¿Leíste mi mensaje? —le pregunta Kokichi con una suave sonrisa cálida en el rostro.

—Lo siento, el profesor me encontró enviando mensajes en clase y me lo quitó.

—¿Te metiste en problemas? —pregunta extrañado y se sienta a su lado bajo la sombra de un árbol de castañas.

Ella niega, y cuando él se sienta junto a ella encuentra algo difícil sostenerle la mirada.

—Ahora p-puedes decírmelo en persona.

Él asiente.

—Pregunté si te gustaría compartir el almuerzo.

Kasumi ensancha su sonrisa. Algo en su corazón se encoje de sólo escuchar su propuesta, ya que pese a lo inocente que ésta suena, es lo que hubiera esperado que Gojo hubiera hecho para pasar tiempo con ella.

Conversar con Kokichi es mucho más fácil que hacerlo con Satoru. Posiblemente porque uno de ellos dos la deja constantemente sin aliento, mientras que el otro se siente más natural. Encuentra que puede conversar y reír con él tal y como lo hace con sus hermanos. No hay expectativas que cumplir, ni miradas atentas a cada uno de sus movimientos. Esta calma también puede deberse a que Kokichi no va más allá de lo que comparten, una agradable conversación, una mañana de verano, la sombra de un árbol.

Él parece feliz con esto y nada más, mientras que Satoru es una tempestad que toma más y más de ella dando casi nada a cambio.

Tras despedirse y habiendo evitado a Satoru con éxito, Kasumi regresa sobre sus pasos al aula pocos minutos antes de que suene el timbre. Pero, antes de regresar procura pasar por un baño.

El baño de señoritas del primer piso está desocupado cuando entra y elige el segundo retrete junto a la puerta. Se sienta, cierra la puerta y escucha pasos que se detienen frente al espejo. Una llave se abre y cierra poco tiempo después y, al salir, Kasumi se encuentra frente a frente con la mujer que le ha hecho dudar de sí misma los últimos días.

Mei-Mei, inclinada contra el espejo retoca su labial rojo. Los gráciles ojos de Mei-Mei se desvían de su reflejo hacia el de Miwa y le sonríe. Ella se detiene, cerrando la puerta detrás de ella y la ve un instante antes de desviar la mirada.

—B-buenos días, Mei-Mei-san.

—Miwa-chan… —dice ella en un tono que le deja la piel helada.

A consciencia empuja un pie detrás del otro para pararse junto a ella para lavarse las manos mientras que Mei-Mei guarda su labial en el bolsillo y se reclina contra el secamanos eléctrico.

Los uniformes son idénticos, el mismo color de tela y las mismas franjas blancas en los bordes de los cuellos azules. Sin embargo, se ven totalmente diferentes. Miwa se cuestiona sus proporciones mientras intenta no observar las de Mei-Mei.

—¿Qué tal estuvo el resto de tu cita?

—E-estuvo muy bien, jugamos juegos electrónicos y me acompañó hasta la parada del autobús —. Para Kasumi ha sido una victoria tartamudear tan sólo una vez, aunque aún no logra sostener la mirada inquisitiva de Mei-Mei. Repentinamente, se hace una pregunta que termina diciendo en voz alta. —¿Qué tal la tuya?

—Muy interesante —dice y su sonrisa enmarcada de borgoña se extiende sutilmente.

Kasumi no sabe qué decir tras escucharla, tampoco sabe cómo pedirle que se haga a un lado para secar sus manos. Tanto le agobia la idea de hablar con ella que incluso sería capaz de marcharse con las manos empapadas, o terminar secándolas en su falda.

—Adelante —le dice suavemente, como si se hubiera metido en sus pensamientos, da un paso al costado, pero permanece ahí observándola acercarse—. Miwa-chan, ¿estás enamorada de Satoru?

Los ojos de Kasumi se abren como platos, con ambas manos pendiendo en el aire bajo el secamanos. Mei-Mei se ríe a carcajadas con tan sólo ver su reacción y termina por cubrirse la boca con una mano, tan delicadamente que parece una muñeca de porcelana.

—Tranquila, te guardaré el secreto. Pero no te preocupes, lo cuidaré bien mientras tanto…

'Lo cuidaré bien'. Las palabras se graban en su mente como un tatuaje y arden como tal. Siente su corazón estrujándose dentro de ella y repentinamente las dudas se vuelven certezas, Satoru le ha contado la verdad y ella se regocija en su victoria. Pero Kasumi es bastante buena cuando se trata de fingir sonrisas.

Sonríe con ojos muertos a Mei-Mei, pretende estar confundida.

—No sé de qué estás hablando. No tengo interés alguno por Gojo. Pero me alegra que encontrara una persona exactamente igual que él.

Al final del día, cuando ya todos comienzan a dejar la escuela a las tres de la tarde. Satoru pierde la esperanza al ver a Kasumi marcharse con rumbo al club de ciencias. No volteó a verlo en todo el día ni le ha dirigido la palabra. Tampoco pudo acosarla con mensajes.

Lo más complicado fue media mañana, cuando la encontró compartiendo su almuerzo en una banca junto a su nuevo némesis. Verla reír y conversar con él ha sido más de lo que pudo soportar y simplemente se dio media vuelta sin saber cómo lidiar con sus propios sentimientos.

Cuando está a punto de salir de la escuela, un mensaje de Suguru ilumina la pantalla de su celular y su corazón se desboca bajo la idea de que quizás, sólo quizás, podría ser ella.

"Te espero en la sala de economía doméstica".

Se detiene, frunce el ceño y se da media vuelta para regresar arrastrando los pies. Cree intuir a qué se debe esta cita sorpresa y aparentemente secreta. Seguramente busca disuadirlo de contarle a Kasumi que su pretendiente tiene un negocio extracurricular que podría terminar por expulsarlo de la escuela. Y, aunque no siente deseo alguno de hablar del tema con él una vez más, decide enfrentarlo.

Cuando arrastra la puerta de madera de la sala de economía domestica lo encuentra parado junto a la ventana, pero no está solo. Shoko abrió una ventana y está fumando un cigarrillo junto a él, bastante cerca.

—¿Interrumpo un momento íntimo? —dice sonriendo—. Debe gustarte el sabor a nicotina, Suguru.

—Siéntate —contesta Suguru ignorando su comentario.

Shoko tampoco parece muy divertida y a él no le hace mucha gracia la idea de sentarse allí para ser regañado por una chica de un metro sesenta.

—Creo que puedo escucharlos perfectamente desde aquí —contesta tras cerrar la puerta detrás de él—. ¿Qué clase de emboscada es esta?

—Le conté todo —contesta Suguru.

—¿Qué esta idiotez sobre Muta-kun? Jamás te vi así de celoso antes.

—¿Celoso? No, escuchen, ¿acaso no les preocupa que Kasumi se relacione con un tipo de esa clase?

—Muta no vende drogas, Satoru. No seas ridículo —responde Shoko acariciando ambas cejas con una mano—. No tienes pruebas, ¿de dónde sacaste esa idea?

—Mis fuentes son…

—¡Idiota! Si alguien te escucha podrían terminar expulsándolo.

—¿Y cuál es el problema? ¿Qué pasa si tengo razón? ¿He? ¿Qué tal si después de todo Kokichi sí está metido en algo turbio? Ustedes serían los peores amigos del mundo por no haberle advertido a Kasumi. Quién sabe en qué clase de mierda podría terminar metida por su culpa. Si no dicen nada serían sus cómplices.

Suguru suspira.

—Te lo dije. Ha perdido completamente la razón.

—Es cierto, quizás incluso sea verdad que está saliendo con Mei-Mei.

—No, no, eso es un rumor —contesta Satoru alzando la voz.

—¿Lo es? Le pregunté a Mei-Mei directamente y ella dijo que salieron juntos el fin de semana.

—Satoru, eso es grave. ¿Sales con ella por despecho? ¿Es porque Miwa-chan sale con Muta? Es decir, podrías haber salido con cualquier otra, pero ¿Mei-Mei? ¿Tuviste que hacerle un depósito?

Gojo no tenía una excusa preparada para este interrogatorio y tampoco puede mentir con tal facilidad tan rápido. No sabe exactamente qué decir bajo presión y esto no sirve más que para confirmar que, de hecho, sí hubo un intercambio de valores.

—¿Tan bajo has caído? ¿No conseguiste alguna animadora que lo hiciera gratis? No vas a decirme ahora que realmente te gusta Mei-Mei, ¿te pidió dólares o yenes?

—No saben de qué están hablando.

—Entonces, ¿Mei-Mei miente? ¿No salieron juntos?

—Sólo como amigos.

Suguru se lleva una palma al rostro y se voltea.

—Quieres arruinar la relación de Muta y Miwa y además sales con Mei-Mei por despecho. ¿Por qué mejor no eres sincero con ella y aceptas su respuesta como una persona normal? ¿Qué es lo peor que puede pasar?

—Kasumi no me interesa de esa forma, solamente quiero protegerla de él. ¿Por qué no me creen?

—Satoru, entra en razón. Estás hablando como un desquiciado, hablas de drogas, sales con una mujer que te ve como una caja de ahorros andante…

—Dile la verdad a Miwa, dile que te gusta y termina con esta tontería de las drogas. ¡Te prohíbo que le digas una estupidez como esa!

—Así que los dos están en mi contra.

—Estamos de tu lado, idiota. Solo no queremos que hagas estupideces.

—Bien, cuando les traiga la evidencia tendrán que pedirme disculpas por todo esto. No sólo a mí, a Kasumi también, por ser unos amigos de mierda.

Tras cerrar la puerta de un golpe Satoru se marcha, fastidiado no sólo por la actitud de sus amigos sino también porque en el fondo sabe que hay algo de razón en sus palabras. Tal vez también por el olor a cigarrillo que le quedó encima.

Sabe que haber metido a Mei-Mei en todo esto no ha sido una buena jugada, pero tal vez pueda sacarle un poco de provecho a la situación y mientras elabora un plan para cerrarles el hocico a sus llamados amigos, saca su móvil del bolsillo y la llama para acordar una nueva cita. Tras un pequeño deposito en la cuenta de su cómplice, la encuentra en una cafetería esperándolo sentada en una pequeña mesa redonda para dos.

—¿Haremos de esto algo habitual? —le pregunta ella cuando él se sienta.

—Espero que no, no tengo tanto dinero.

Mei-Mei se sonríe y espera se le revelen las intenciones de Satoru.

—Necesito ayuda, pero no puedo contar con mis amigos y sólo te tengo a ti. Ya sabes, ni una palabra de esto a nadie, especialmente a Kasumi.

—La vi más de cerca esta mañana. Tiene bonitos ojos, no tan lindos como los tuyos, claro.

Esto le sabe bastante incómodo, abandona su seria fachada y la mira a los ojos esperando que este bromeando, aunque nunca está del todo seguro con ella.

—¿Hablaste con Kasumi?

—Yo hablé, ella tartamudeó un poco y habló otro poco. Es tan tierna, quisiera guardarla en mi bolsillo. Creí que era como un cachorro, pero es como un pequeño gato, con garras pequeñas pero afiladas.

—No sé por qué no me agrada mucho la idea de que hables con ella.

—¿Temes que rompa nuestro acuerdo de confidencialidad?

—Confieso que temo cualquier cosa que hagas cerca de ella… ¿De qué hablaron?

Ella se encoge de hombros.

—Cosas de mujeres, me platicó sobre cómo terminó su cita y me pareció de lo más inocente. No hay nada como un chico malo que se comporta como un caballero con la persona correcta, es un cliché popular, vuelve loca a las mujeres.

Satoru no es tan despistado como para no caer en la trampa que la viuda negra teje frente a él, aunque comienza a irritarle.

—En fin, ¿tienes amigos en otras escuelas?

—Podría hacerme nuevos amigos, ¿por qué?

—Necesito encontrarlo infraganti… Se hace llamar Mechamaru… pero es Muta Kokichi. Vende drogas a chicos de otras escuelas.

—Vaya, esto se puso interesante. Quieres tener algo contundente qué mostrarle a Miwa-chan para que termine su relación con Kokichi y… ahí entras tú, el príncipe azul. ¿Cierto?

—No, sólo quiero que se aleje de ella.

—Claro. Bueno, ¿tienes alguna otra información sobre Mechamaru? ¿Cómo lo contactamos?

Satoru se detiene a pensar un instante y la única persona que se le viene a la mente es Ijichi.

—Te haré llegar los detalles.

—Qué profesional.