Capítulo 25. Cuidado con el agua
En Lynn, todos los niños aprendían a tocar la flauta. La profesora Mariposa las hacía en persona, y después repartía entre los alumnos, para asegurarse de que todos estaban en igualdad de condiciones. Aprendían a tocar las siete notas musicales y a identificarlas en las líneas que la profesora llamaba pentagrama. Zelda no era la alumna más brillante de la escuela de Lynn, tampoco era la más torpe. Era buena en lo que le gustaba, regular en lo que menos, y directamente detestaba asignaturas como las matemáticas, que solo gracias a su amiga Miranda lograba superar. En música, era bastante mala. Su amiga le había dicho que porque era impaciente. Si no conseguía tocar bien a la primera la nota "la", se enfadaba. No llegó a presentarse al último examen, porque se escapó para encontrar a su padre. No era motivo de estar orgullosa, reconocer que no había terminado ni la escuela elemental.
Pero, en cierto modo, ya estaba graduada, ¿no? Sabía moverse por este mundo sin problemas, desde los 11 años. Sabría encontrar la melodía, la que abriría las puertas. Por eso, se concentró. Tocó la primera de las cuerdas: era un do. Fácil. Sin embargo, el arpa tenía más de siete cuerdas. ¿Es que había más notas que no le habían enseñado?
El espíritu que le había hablado ya no estaba, y desconocía no solo tocar, sino también qué tocar. ¿Valía cualquier canción? Lo dudaba. La Espada Maestra brillaba y vibraba, y Zelda se dijo que, para ser una prueba del espíritu, no la comprendía. Por más que tocaba la empuñadura, no percibió la ayuda de ningún sabio anterior. ¿Qué le dijo Darunia? Ruto, la anterior sabia del agua, era orgullosa. "Pues yo también lo soy, pero ya he aprendido por otras pruebas que pedir ayuda y dejarse guiar es beneficioso. Por favor, dime qué debo hacer, Ruto, Sabia del Agua".
Apretó la mano alrededor de la lira de Laruto. Recordó que Medli había dicho que su arpa no era tan antigua. En sus recuerdos, escuchó a Link decir que la diosa Hylia usaba la música como forma de hacer llegar sus dones, o algo parecido. Y, por último, recordó las palabras de la Saga del Fuego. Debía tener cuidado con el agua, y algo de que ella era la chica fuego, nada paciente, que solo sabía destruir, mientras que el agua era paciente y calmada. "Se nota que la saga ha pasado la vida en el desierto, no ha visto nunca una tormenta en alta mar".
Miró el arpa. Luego, a las paredes. Si fijaba su vista, veía que había grabados con formas circulares. Si se imaginaba un gran pentagrama cubriendo toda la pared, quizá, cada uno de esos círculos era una nota. Empezó a contar desde abajo, y por fin se atrevió a tocar un mi, luego un re, y así siguió identificando notas. Lo que salió del arpa sonó muy mal, como si alguien estuviera dando golpes contra las cuerdas. Suspiró, se puso en pie, se acercó. Quizá estaba contando mal, a lo mejor esas líneas tenues en la pared no eran las líneas del pentagrama, si no otra cosa. Dio pasos atrás, se movió por la sala, y le pareció ver que las sombras proyectaban una sombra que podría parecer líneas. Sí, estaba tocando las notas mal. Donde antes había tocado un mi, era un fa, y así todo el rato. Memorizó las primeras notas, y las tocó con cuidado en el arpa. Sonaba raro, pero ya parecía una canción.
No supo cuánto tiempo pasó en aquella húmeda cueva, tratando de descifrar las notas. Tras ensayar una y otra vez, y sentir el estómago vacío, consiguió tocar una canción. Y, por fin, la puerta tembló, pero no se abrió. Zelda insistió, ahora que se sabía las notas podía tocar sin tener que mirar la chuleta que había copiado en el suelo, usando un trozo de madera quemada. Pensó en Link, en lo mucho que disfrutaba cuando tocaba la flauta. Le había contado, una de sus primeras noches juntos, que sabía tocar más instrumentos, como el piano y la guitarra, pero que su madre había considerado que solo necesitaba perfeccionar la flauta por ser el instrumento de la familia real. Sentado en la cama, con solo un pantalón de campesino, tocó para Zelda la canción que le regaló, una que se llamaba Claridad. El recuerdo de él, sentado en mitad de la cama, con los rayos del sol de la mañana entrando por la torre del ayuntamiento, hizo sentir calidez en el pecho de Zelda. Pensó en él, en que cuando tocaba disfrutaba de cada nota, que parecía hablar cuando la música salía de él.
Abrió los ojos. Las puertas se estaban abriendo. La húmeda sala ya no estaba gris ni oscura, ahora toda ella estaba iluminada por una luz dorada que venía del arpa. Zelda siguió tocando, sin dejar de pensar en Link. Cuando se acababan las notas, volvía al principio, como las cajas de música. Con un crujido, las puertas por fin se detuvieron, y Zelda sonrió.
– Creo que ya me puedo presentar al examen de música, profesora Mariposa – se dijo, tras sonreír. Desde luego, le debía el mérito a ella, no a ningún sabio. Si no la hubiera enseñado, esta prueba habría sido imposible para ella. ¿A eso se refería la Saga del Fuego?
Tocó la espada, y sintió que vibraba, así que, en realidad, no había superado aún la prueba. Puede que estuviera compuesta por varias partes. Zelda ignoró su estómago vacío, y la frialdad de sus piernas y brazos por estar tanto tiempo allí dentro. También le picaba un poco la garganta, pero se le pasaría en cuanto se cambiara las ropas por otras más secas y comiera algo caliente. Aún le quedaba un sabio por rescatar, y una bendición que conseguir.
La sala en la que entró era mucho más grande, y hacía más frío. Tanto que empezó a temblar. En el centro, había una gran olla. Sería el lugar donde un gigante se haría un estofado. Cabría dentro la casa de Zelda, con amplitud. La chica avanzó, tratando de no pensar ni en el hambre ni en el frío. Tenía el arpa de Laruto atada en la espalda, junto a la ballesta. Se encaramó en la olla y se asomó. El objeto estaba lleno de agua, y esta estaba congelada. En el interior, distinguió una silueta azul, hecha un ovillo. Laruto estaba allí dentro. ¿Qué le había dicho esa mujer? La estaban protegiendo, que habían impedido que Zant la atacara… Pero…
¿Cómo habían entrado ellos? ¿Había esperado a que Laruto tocara? Si así fuera, ¿no estaría ya despierta Lady Faren? ¿Cómo era este dragón, por cierto? Lord Valú no le dio tanto miedo, era rechoncho y parecía un anciano agradable, a pesar de medir cientos de metros. Ráfaga, el dragón alargado que les ayudó a llegar a Términa, era tranquilo y algo bromista, pero había cumplido con la petición.
Bajó de la olla. Solo había una forma de encontrar respuesta: seguir adelante. Desenvainó la Espada Maestra, y se colocó bien el Escudo Espejo. Ahora, se arrepentía de no haber bajado con las semillas de ámbar. Le vendría bien encender un fuego. Estaba congelada, lo notaba.
Al final de esta estancia había otra gran puerta. Al acercarse, las paredes temblaron, y la puerta se deslizó a un lado. Zelda retrocedió un poco, porque el aire que salió de ese lugar era apestoso, y al mismo tiempo, helador. Tuvo que forzar a su propia mandíbula para que dejara de temblar. Tomó aire, se cubrió con el escudo y empezó a descender. Había poca luz, y al llegar a un escalón por la mitad del descenso, su pie se hundió en aguas más oscuras. Toda su pierna se encogió: estaba aún más fría que la del lago.
Se obligó a seguir caminando, se hundió y tuvo que envainar la Espada para empezar a nadar, siempre hacia abajo. Al menos, al moverse, generaba bastante calor y poco a poco pudo quitarse de encima la sensación de frío. La escama de Jabu–Jabu le daba otras dos horas, antes de dejar de funcionar, y al igual que antes, podía ver que seguía en un pasillo largo con escaleras. Si Link estuviera con ella, le habría preguntado ya por qué había escaleras en un lugar submarino. Zelda se detuvo. Si él estuviera aquí, ya habría dado una teoría… Y lo único que se le ocurrió pensar es que quizá estaba en otra arca.
Tendría sentido. Un arca en lo más profundo de las cuevas de la Montaña del Fuego. Otra en el enorme y oscuro lago Hylia, tan lleno de secretos que los Sapón habían vivido allí por generaciones y no habían llegado a descifrar más que una parte.
¿Lady Faren vivía en esta arca?
La respuesta le llegó de una forma inesperada. En el agua, apenas escuchaba nada, pero en ese momento, a sus oídos llegó algo que parecía un rumor fuerte, una vibración, como un lamento. Zelda se quedó paralizada: no había escuchado nunca un sonido así, y en la oscuridad y en el interior del lago, era intimidante. Bajó un poco más, y por fin, las escaleras terminaron, solo que no llevaban a ningún lugar. A ninguno, de verdad. Solo a un enorme vacío oscuro, sin nada. Por mucho que podía ver en la oscuridad gracias a la escama, seguía estando en mitad de un inmenso vacío.
"El agua es paciente, es tranquila, es calmada" dijo una voz en su cabeza. Zelda desenvainó la Espada Maestra: su hoja restaurada brillaba más que nunca.
"Eres Ruto, la Sabia del Agua, antepasada de Laruto, ¿cierto?" Zelda miró alrededor, usando la espada como antorcha. "¿Podrías ayudarme a entender esta prueba?"
"Este lugar, en el que estás, fue el hogar de los zoras, hace mucho, mucho tiempo" dijo la voz. Era una voz ruda, como si estuviera acostumbrada a hablar con seres inferiores y tuviera que explicarles las cosas constantemente. Zelda se habría ofendido, pero agradeció una voz así en ese momento, porque le hacía distraerse del hecho de estar flotando en mitad de la nada, y desconocer el origen de sonido que había escuchado segundos antes.
"La prueba del Espíritu de la Espada empezó en el mismo momento en que pusiste el pie en el agua. Debes derrotar a la criatura que ese ser malvado llamado Zant ha puesto en este lugar. Es quien mantiene el agua fría. Solo cuando la destruyas, podrás liberar a Laruto de la cárcel donde esas criaturas malignas han intentado protegerla" Ruto dejó de hablar. Zelda movió la Espada Maestra, hacia abajo. Debía de parecer un anzuelo, un gusano esperando a que el pez se moviera y la tragara. "Ah, ¿estás asustada? Creí que habías sido portadora del Triforce del Valor. ¿Tienes miedo a lo que no puedes ver?"
"Sí, claro que sí. Este lugar… Es peor… Peor que una tumba" y este pensamiento no solo la hizo estremecerse, sino que se le agitó el estómago vacío. Agradeció por un segundo no haber comido en mucho rato, porque puede que hubiera vomitado en ese momento. "No me queda mucho de la escama de Jabu–Jabu, así que hay que darse prisa. Al menos, dime dónde está esa criatura…"
Otra vez, el fuerte ruido la hizo estremecerse. Zelda supo enseguida de dónde venía: de algún lugar debajo de ella. La sensación de estar en peligro constante la hizo nadar con todas sus fuerzas para no quedarse en el mismo sitio. Aun así, cuando la criatura que emergió de las profundidades mostró su rostro, aunque esquivó la boca llena de dientes puntiagudos, el cuerpo lleno de placas de metal la golpeó y la lanzó por el agua con la fuerza de un cañón. No había paredes que la detuvieran, solo giraba y giraba sobre sí misma. Para lograr volver a incorporarse, Zelda apretó los músculos y nadó en la dirección contraria del giro.
Ahora veía un poco más, y casi deseó seguir en la oscuridad. El monstruo que Zant había puesto era algo parecido a una serpiente, pero de un tamaño tan grande que Zelda no encontraba forma de describirlo. Ella era pequeña, como una mota de luz en comparación. El cuerpo estaba cubierto de cientos de placas de metal, encajadas unas sobre otras. Emitían un resplandor iridiscente, como el de las perlas. No tenía ojos, no le hacían falta. Su enorme boca, llena de varias hileras de dientes, volvían a acercarse a ella.
Zelda nadó hacia arriba, esquivó otra vez la embestida, y ahora, para evitar volver a ser lanzada, se agarró a una de las placas de metal. No solo había placas, había también algo que parecían espinas, quizás restos de una aleta o un hueso. Zelda se sujetó a estas cuando la criatura empezó a moverse en espiral hacia abajo, hacia el lugar más oscuro. Levantó la Espada Maestra y golpeó, antes de que una sacudida la obligara a agarrarse con todas sus fuerzas. La criatura nadaba aún más rápido.
No veía un lugar donde atacar, no había huecos entre las placas de metal. "Ruto, ayúdame" pidió, pero la Sabia del Agua había decidido callarse. Al fin y al cabo, esta era la prueba. Agarrada con una mano, sintiendo que resbalaba, Zelda golpeó la espina, y por fin notó un cambio en la velocidad de la criatura, que soltó el mismo horrible sonido y se agitó. La mano resbaló, se vio de nuevo sin nada para sujetarse, allí, en mitad de la oscuridad, con la Espada Maestra como única luz.
Y entonces Zelda comprendió algo. La criatura no tenía ojos, pero debía de sentir la vibración de la espada, la sentía a ella cada vez que pataleaba y se agitaba. Por eso la localizaba en la oscuridad, sin problemas. Zelda envainó la espada, y entonces, se dejó arrastrar. Las palabras de la saga del fuego volvieron a ella. Siempre había tenido el impulso de luchar, era lo que había aprendido toda su vida. Ahora, en cambio, debía ir en contra de su propia naturaleza.
Mientras se dejaba mecer por las aguas, flotando sin más, sin moverse, Zelda se dio cuenta que ese quizá era el motivo por el que había tenido más éxito cuando iba a acompañada de Link. Él sí que era tranquilo. Incluso en situaciones peligrosas, mantenía la calma, la suficiente para buscar soluciones, en lugar de atacar sin más. Estaba segura de que, de haber estado con ella en ese lugar, le habría dicho ya cómo derrotar al monstruo marino. Tenía que haber una manera. Aunque fuera tan grande y duro, tenía que saber cómo derrotarlo.
Dos segundos después de tener este pensamiento, la enorme boca de la serpiente la atrapó, y se deslizó al interior de la criatura. Uno de los dientes puntiagudos la rozó en la pierna y otro en el brazo, y Zelda clavó la espada en un trozo de encía. Sabía por experiencia propia lo que podía doler clavarse una espinita en la boca, así que la criatura se quejó. Dentro de ella, había menos agua, y Zelda emergió, se aferró a las paredes de mucosas y empezó a golpear, una y otra vez, sin parar, sin preguntarse cómo había acabado en el interior de una criatura gigante, y que seguía siendo una pulga.
"Igual que el Héroe del Tiempo, también estás en el interior. Este ser es otro ejemplo de lo que te dijo la Sombra. Zant ha cogido a una criatura dormida y la ha sometido para convertirlo en algo metálico. Pero la carne es la carne. ¡Ataca!" dijo Ruto en su cabeza.
La Espada Maestra brillaba y brillaba, casi tanto que cegó a Zelda. La chica no retrocedió en su empeño. Siguió, con mandobles tan fuertes que hasta arrancó trozos de piel. La criatura se retorcía, se movía, abría la enorme boca y más agua entraba en el interior. Una corriente de agua arrastró a Zelda hacia lo que sería la garganta, y la chica notó el latir del corazón de la bestia. Levantó la Espada Maestra, pidió ayuda al Espíritu, y concentró todo lo que sentía, el miedo por la oscuridad, el frío, todas las criaturas que en el pasado también habían tratado de matarla, y levantó la espada por encima de su cabeza. Al descender, se formó un arco de luz, tan poderoso que destrozó a su paso cartílagos, carne y huesos. Las placas de metal estallaron, y Zelda emergió del interior, rodeada de fragmentos.
Nadó como pudo, pero no sabía dónde estaba. ¿Había una entrada, una salida? El broche de Jabu–Jabu estaba frío y sentía que empezaba a faltarle el aire. Se agitó, braceando como podía. Todo el cuerpo le pesaba, y la sangre que manaba de sus heridas formaba alrededor una burbuja que sabía a metálico. "No, no… Debía tener cuidado con el agua… El agua…"
No había terminado con la criatura. Algo se agitó bajo ella, y volvió a aparecer un cuerpo grande, pero Zelda ya no veía. Apretó los ojos, rezó a las diosas, y tuvo un último pensamiento, que no supo por qué le vino en ese momento, pero le hizo sonreír. Link, tocando la flauta en su habitación de la alcaldía, rodeado de luz dorada.
Quizá no era una mala imagen para irse al otro mundo.
