Capítulo 8: El Némesis
Sin demasiada información, se pasea por las calles mirando heladerías desde la calle. Se pregunta cuál de todas será la correcta y termina por tomar su celular en busca de su más confiable cómplice.
—¿Qué estás haciendo? ¿Qué te parece un helado?
—¿Ya olvidaste lo que te conté el jueves?
—¿Me contaste algo?
Suguru suspira del otro lado del celular y tras recomponerse y armarse de paciencia, se dirige nuevamente a Satoru.
—Visitamos familia en Okinawa, ¿recuerdas? ¿mi tía? ¿la hermana mayor de mamá?
—Ah… —responde y cuelga sin mayor ceremonia. —¿Nanami? —dice y luego escucha el tono—. ¿Me colgó? —se pregunta con fastidio y pasa al siguiente candidato—. ¡Yu! —vuelve a extender una cortés y especialmente eufórica invitación mientras camina de lado a lado por la vereda frente a una plaza—. ¿Ya tenías planes? Okay… —contesta y se despide—. ¡Shoko! ¿Cómo estás? ¿Huh? ¿Una cita? Claro…
Comienza a sentirse intranquilo, su lista de amigos comienza a acortarse peligrosamente y el tiempo corre. Observa el reloj en la pantalla de su celular y se pregunta cuánto más faltará para que ese par se encuentre en alguna de las heladerías que tiene marcadas en el mapa.
—Utahime —pronuncia mientras sonríe e inmediatamente la escucha gritando del otro lado—. ¿Te despertaste con el pie izquierdo hoy? No me digas que interrumpo algo, como si tuvieras citas. Claro que no, no con ese carácter. Escucha, ¿no crees que es un día excelente para tomar un helado? ¿Eh? ¿Resfriado? Bueno, no soy adivino. Oh, faltaste toda la semana… no lo había notado. Claro, bueno, sí, lo siento, hasta el lunes.
Toma asiento en un banco frente a una fuente de agua y deja su cuerpo extenderse a lo largo y ancho mientras piensa a quién más podrá llamar a esta hora.
Luego de llamar a Itadori y Megumi está a punto de darse por vencido, los dos tienen un importante examen la siguiente semana y Fushiguro le prohibió explícitamente a Itadori tomarse la tarde. Ni siquiera pudo dar con Ijichi, lo cual lo hace sentir completamente miserable.
Un último nombre suena dentro de su cabeza, aunque le hace sentir como si estuviera a punto de contratar un servicio.
—¿Mei Mei? —pregunta anticipándose al rechazo—. Helado, ¿qué dices?
—Depende, ¿estás invitándome a una cita?
—No.
—Asumo que ya llamaste a Suguru y Shoko, y muchos otros nombres antes del mío.
—Buena conjetura, Mei Mei.
—Ya te he visto comer dulces solo, ¿por qué necesitas compañía para comer un helado en esta ocasión?
Satoru, completamente al descubierto y conociendo casi a la perfección a la persona con la que habla decide por la ruta que lo exponga menos.
—¿Cuánto quieres?
—¿Por cuánto tiempo precisas mi compañía?
—Tal vez dos horas.
—¿Tal vez? Eso implica la posibilidad de tiempo extra.
—¿Cuánto Mei Mei?
—Nada que Gojo Satoru no pueda permitirse. Dime la dirección y estaré ahí en veinte minutos.
—Hecho.
Tal y como prometió, tras tan solo quince minutos, Mei Mei baja de un vehículo negro ante la poco interesada mirada de Gojo. Nunca le ha agradado demasiado la idea de que sus amistades le aprecien por su dinero y Mei Mei suele ser muy explícita al respecto.
Ella trae abotonada una camisa negra con detalles en encaje y una falda larga con pliegues que se mueve al compás de sus caderas. Su figura exuberante contoneándose no le produce el más mínimo pensamiento furtivo, pero no puede negar que se ha robado todas las miradas de los hombres muy mayores que caminan por la misma vereda.
Ella lo ve con una sonrisa que siempre le ha resultado un poco espeluznante. Mei Mei es demasiado analítica para su edad, y por demás observadora. A veces llega a sentir que tiene ojos en todas partes.
—¿Esta es la heladería? —pregunta deteniéndose, deja caer todo su peso sobre una pierna y descansa una mano sobre su cadera. Echa un vistazo a la cartelería: fondo celeste y letras blancas con contorno rosa, una paleta de chocolate en uno de sus rincones.
—No lo sé aún —dice y medita por un momento antes de continuar—. Tal vez tengamos que ir a un par más —confiesa.
—¿Acaso estamos buscando algo? Uhm… —murmura mientras delibera—. No hay razón para que necesites un acompañante si se tratase de un objeto. Es una persona a la que estás buscando. No creo que sea alguien que trabaje en una heladería… podrías echar un vistazo por las ventanas por ti mismo sin levantar sospecha. Buscas a alguien que fue a comer a una, ¿estará en una cita? ¿estará con amigos? A juzgar por el grado de desesperación al que has llegado apostaré todo mi dinero a que estás detrás de una chica y tengo un vago recuerdo de alguien en tu círculo de amigos que casualmente tendrá una cita este fin de semana. ¿Por qué estás persiguiendo a Miwa Kasumi?
Completamente petrificado, Satoru no logra articular palabra alguna. Luego termina por sonreírse tras salir de su sorpresa y sus dientes brillan mientras sonríe.
—Eres una maestra de la deducción. Bueno, ya que casi todas las cartas están sobre la mesa voy a ser completamente sincero. Miwa saldrá con Muta, de primero. Ese chico no tiene un pelo de honesto y quisiera mantenerlo vigilado.
Mei Mei se ríe suavemente, luego se cubre los labios y deja salir una carcajada.
—¿Eso es tu intento de ser completamente sincero, Gojo Satoru?
—¿Qué quieres decir?
—Nada que importe realmente en este momento. No compartiré tu secreto con nadie, si es que ese pensamiento se te había cruzado por la cabeza.
—Pero mi cuenta se incrementó, asumo.
—No, la cuenta es la misma. Sólo ten en cuenta que estás en deuda conmigo.
—¿Un favor? ¿No prefieres dinero?
—Gojo Satoru, hay muchos tipos valores. El dinero es uno de ellos, pero un favor de alguien que va a heredar un imperio puede ser exponencialmente más valioso que un par de miles de yenes.
—Bien, como tu quieras. ¿Empezamos?
—Propongo que nos dividamos. Dame la lista de heladerías que tienes en mente y cubriremos más terreno así. Pero déjame aclararte, esto no cambia mi tarifa. Tal vez terminemos con esto antes de lo esperado.
—Por supuesto que no… —contesta incómodo, mientras comparte con Mei Mei el mapa de las heladerías que tenía en mente.
—Te llamaré si los veo. Tendremos que pretender que estamos en una cita.
—¿Por qué?
—Cualquier idiota se daría cuenta que estamos ahí para espiarlos. Miwa peca de inocente, ella creerá instantáneamente que tenemos una cita y que no es más que una coincidencia que nos encontremos. Muta-kun sabrá la razón por la que estaremos ahí si no ponemos una puesta en escena.
—¿Es completamente necesario?
—¿Quieres que ella sepa que la espías? ¿Qué costo tiene tu dignidad?
Para este momento, Gojo venía sintiendo que de hecho no le quedaba dignidad en absoluto, así que aferrándose a lo último que quedaba de ésta, asiente. Inmediatamente después ambos emprenden caminos opuestos y pasean por las calles buscando en todas las heladerías que Satoru tenía marcadas en el mapa.
Camina casi sin cuestionarse demasiado la razón por la cual los persigue, como si realmente Kasumi le estuviera siendo infiel. Se autoconvence continuamente de que sus intenciones son legítimas. Nadie con una cicatriz tan fea en el rostro puede ser una buena persona, o tal vez esa es la impresión que le ha dejado Toji Fushiguro.
Tras pasearse sutilmente por fuera de la tercera heladería, su móvil suena dentro de su bolsillo entonando la canción del intro de Chainsawman, su anime favorito. El nombre de Mei-Mei ilumina la pantalla.
—¿Y bien?
—Ice Uoca —responde ella en un tono suave, viendo desde lejos a la joven pareja entrar juntos.
—En camino.
A pasos agigantados, Satoru llega en tiempo récord a la heladería. Su cómplice lo espera, limándose las uñas, apoyada contra la pared de una tienda. Levanta la vista con ligero interés y cierra los ojos.
—Entremos —dice con premura.
—Si me permites opinar —dice con los ojos cerrados y pasa a limar la uña siguiente—. Creo que deberíamos darles unos minutos…
La idea de darle más tiempo de ventaja a Kokichi Muta cerca de Kasumi le parece inconcebible. No está seguro de cuánto terreno pudiera ganar cuando él mismo le ha dejado la cancha considerablemente despejada. Por supuesto, él no estaba esperando que él hiciera su movida justo en el preciso momento en el que se dio su discusión.
Mei-Mei percibe la irritación de Satoru y con tranquilidad mantiene su sonrisa.
—¿No será muy evidente si entramos al mismo tiempo que ellos?
—Tarde diez minutos en llegar aquí.
—¿Qué podrían haber hecho en diez minutos? ¿Mirar el menú? —cuestiona mirándolo a los ojos.
Sus ojos celestes parecen incómodos por un instante en el que no se atreve a mantener el contacto visual. El fastidio en el rostro de Satoru es más evidente que la ansiedad que siente por interrumpir esa cita. Pero no parece muy inclinado a llevarle la contraria a Mei-Mei. Chasquea la lengua y se cruza de brazos, se inclina junto a su compañera y trata de pensar en algo diferente.
—La paciencia es amarga… —dice ella en un tono suave—, pero su fruto es dulce.
Al cabo de quince minutos, Satoru está a punto de entrar por sí mismo a la tienda, pero Mei-Mei parece haber determinado que han pasado suficiente tiempo fuera como para hacer de su entrada algo más convincente.
Él la observa dar el primer paso para luego detenerse y mirarlo fijamente.
—Camina a mi lado —le dice ella en el mismo tono espeluznante y engatusador.
Al hacerlo, por primera vez Satoru siente la incomodidad de pretender estar en una cita. Admite por un instante que no le agrada la idea de darle esa impresión a Kasumi pero luego recuerda que ella ha aceptado salir con este perdedor para ponerle los pelos de punta. No hay otra explicación que justifique una cita con un pobre diablo como él.
Al pasar por el umbral de la puerta hace un esfuerzo sobre humano para no buscarla con la mirada. Su espalda se vuelve un manojo de nudos cuando Mei-Mei entrelaza su brazo con el suyo y lo acompañan hasta el exhibidor de postres.
—Tienes los brazos más musculosos de lo que creí —le comenta ella mientras observa los pasteles.
—¿No me has visto entrenar?
—Admito que suelo mirar más a Suguru.
Una cosa extraña merodea en su abdomen. Se pasea incansable, y se lanza por dentro como cayendo por un vacío. Las manos le tiemblan de vez en cuando y se le hace casi imposible sostenerle la mirada.
Del otro lado de la mesa él parece estar en la misma situación. Ambos con las manos debajo de la mesa, alternando la mirada entre la mesa de madera y los ojos de su acompañante.
Kasumi aprovecha para mirar por la ventana intentando en vano encontrar un tema de conversación. Pero es muy difícil inventarse algo interesante cuando lo que ocupa su mente la mayor parte del tiempo es otra persona.
Cancelar la cita, o la simple idea de hacerlo, se volvía más inconcebible con el pasar de las horas. Kokichi no había sido otra cosa que amable desde el momento en el que lo conoció y parecía, a su vez, ser la antítesis de Gojo Satoru. Mientras uno era extrovertido y escandaloso, el otro era introvertido y callado. Kokichi valoraba mucho el tiempo que pasaba a solas mientras que Gojo llenaba cada espacio disponible en su vida con nuevas personas, nueva mujeres también para su desgracia.
Pero, tras su fracasada pseudo relación con él, la idea de darle una oportunidad a un sujeto agradable como Kokichi parecía ser de lo más acertado. Nadie la culparía por intentarlo, aunque se sintiera como si estuviera borrando las huellas que le dejó Satoru.
Kasumi suspira sutilmente y reúne las fuerzas para esbozar una sonrisa cálida. No hay razón alguna para no permitirse pasar un buen rato con alguien que realmente considera un buen amigo.
Mira el menú que les dejaron al sentarse y pasea sus ojos hasta detenerse en un postre helado con forma de oso panda. Se ve tan adorable como apetitoso. Cuando está lista para comentarle a Kokichi su elección, levanta la vista para encontrarse con sus ojos oscuros clavados en el mostrador.
Hasta este momento no habían hecho más que compartir saludos, hablar sobre el buen tiempo y comentar un par de cosas acerca del club de ciencias. Todo esto entre largos espacios copados de silencio.
Kasumi gira su rostro y reconoce la espalda de Gojo Satoru como si hubiese dedicado años al estudio de su cuerpo. Trae una camiseta blanca bastante holgada y nos pantalones ajustados, pero lo que más llama su atención es la muchacha que lo toma por el brazo y por un instante se pregunta si será la muchacha que vio en el partido de baloncesto.
Se queda boquiabierta al verla de perfil. El rostro etéreo de Mei-Mei es inconfundible, su porte y su presencia también lo son. No es la típica adolescente, se comporta y mueve como una mujer experimentada a sus cortos diecisiete años.
Aunque siempre le ha resultado una de las muchachas más bonitas de la escuela, ella jamás había considerado la idea de que pudiera resultarle atractiva a Satoru y por un momento se encuentra absorta en el par.
—¿Estás bien? —pregunta Kokichi en voz baja, del otro lado de la mesa.
Kasumi parece volver a la realidad, bastante avergonzada por haberse quedado hipnotizada por el abrazo estrecho entre Mei-Mei y Satoru. Esfuerza una sonrisa mientras siente su corazón comenzando a salir de su pecho y luego gira sus ojos azules al menú.
—Yo voy a ordenar el kuma-chan kakigori—dice con una sonrisa.
Kokichi no sonríe en lo absoluto, tiene la mirada distraída y los labios apretados. Su sospecha crece al notar la forma disimulada en la que Gojo Satoru les observa desde lejos, alzando sus gafas mientras gira el rostro por sobre su hombro.
—Estamos muy lejos, no vamos a escuchar de qué están hablando —dice Satoru con un menú entre las manos.
—El kusa-an se ve delicioso.
—¿Puedes oír algo?
—Aunque un parfait de fresas sería más romántico, podríamos compartirlo.
—Seh, pide cualquier cosa. ¿Sabes leer los labios?
—No, aunque me gustaría aprender.
—Qué lástima, ¿notaste algo?
—Que Miwa-chan es sumamente tierna, pidió un postre que tiene forma de oso. Helado… las orejas de durazno. ¿Te atrae por lo inocente que es?
Satoru posa una mano sobre el mentón y ve a la otra pareja con cierto desparpajo. No parece ni siquiera esforzarse en disimular su presencia. Tal vez esto se deba a que Kasumi le está dando la espalda.
—Me cae bien porque es una buena persona —dice sin sentir la necesidad de esconderse. Mei-Mei ya lo ha visto todo, pero aún no está completamente dispuesto a develarle los por menores de su relación.
—Debe haber pedido vainilla. Ella parece el tipo de chica vainilla, ¿no te parece?
Satoru arquea una ceja sin responderle.
—Kokichi nos está mirando —le dice calmadamente.
—Lo sé. Quiero que sepa que lo estoy viendo.
Cuando una empleada se aproxima a Kokichi y Kasumi, los ojos azules de Miwa se pasean por la habitación. Ya lo ha visto, pero hizo un esfuerzo sobre humano para evitarlo. Incómoda por la idea de que pudiera estar realmente teniendo una cita con nada más que Mei-Mei. Está más dispersa de lo que le gustaría, se miró el menú varias veces más incluso después de ordenar y se muerde los labios compulsivamente.
—Podemos irnos si estás incómoda —le dice Kokichi en voz baja y le hace sentir completamente en evidencia.
Lo mira a los ojos, su mirada refleja un dejo de pena. Probablemente él siente más pena por la situación que ella misma, aún desconociendo la naturaleza de la relación entre Miwa y Gojo. Su sólo aspecto le produce culpa. Ha aceptado una cita por impulso, empujada por el rechazo del mismo muchacho que está saliendo con una de sus compañeras. Lo correcto en este instante, cuando la culpa le revuelve las entrañas, sería despedirse de Kokichi tras una sincera disculpa, pero su lengua parece estar atrapada detrás de labios apretados.
Kasumi niega. Satoru no merece que arruine lo que podría ser una esplendida tarde con un gran muchacho, comiendo un postre que jamás había probado.
—Parece que Gojo-san finalmente ha invitado a alguien a salir —dice tras recobrar la compostura. Una sonrisa se dibuja en su rostro, toma su cuchara y se sirve una porción—. Me da mucha pena comerlo, se ve tan lindo. Y seguro les habrá costado trabajo.
Él le devuelve la sonrisa, aunque no está demasiado convencido de que ella se sienta del todo cómoda. Desiste, suspira suavemente y mira por el rabillo del ojo a la pareja del otro lado.
Mei-Mei se cruza de piernas. Su parfait de fresas sobre la mesa y dentro de él dos cucharas. Es rápida y sigilosa, y con cuidado le extiende una cuchara a Satoru, quien no ha tenido la discreción de ordenar algo.
—Come de mi postre, Satoru. No rompas la ilusión.
Frustrado, Satoru se lleva una fresa a la boca sin saber que Kasumi le ha echado una mirada. Lejos estaba él de verse a sí mismo de la perspectiva de ella. Sentado a pocos metros sin reconocer su existencia, compartiendo un rimbombante postre servido en una copa larga de vidrio, helado, crema batida y fresas.
Para Kasumi sería imposible en este momento articular correctamente en palabras lo que está revolviéndole el estómago. Y es que, ver a la persona que le ha quitado el sueño por muchas noches salir públicamente con otra persona, después de haber hecho cosas indescriptibles con su cuerpo, no es más que la mezcla más vomitiva de culpa, vergüenza y el inicio de un enorme complejo de inferioridad.
¿Qué es lo que tiene Mei-Mei que ha llevado a Satoru a invitarla a salir? Con ella jamás tuvo tal galantería, sino más bien todo lo contrario.
Están allí, juntos, a solas, hablando entre susurros y comiendo del mismo plato como un par de tortolitos.
Kasumi admite, con vergüenza —que no es suya propia—, que Mei-Mei puede estar interesada en él, no por su aspecto ni su personalidad, sino más bien por su apellido y la cuenta bancaria de su padre. Y ella suponía que Satoru no podría ser tan tonto como para caer a los pies de una mujer con esas intenciones. Sin embargo, Satoru no es más hormonal que el muchacho siguiente. Mei-Mei es probablemente una de las muchachas más atractivas de toda la preparatoria. Le es inevitable comparar mentalmente la talla de su sujetador con el de Mei-Mei, es más alta, más curvilínea, tiene una postura y una cadencia al caminar que ella no podría imitar ni con un año de entrenamiento.
Tal vez sea que a Satoru siempre le ha gustado, pero no como le gustaba ella. No le gusta para manosearla a escondidas, sino para exhibirla en un lugar público a la vista de todo el mundo.
Es bastante difícil para Kasumi llegar a esta conclusión a la vista de Kokichi, disimulando la forma en la que los ojos comienzan a humedecérsele.
Él, en cambio, puede ver todo con la más perfecta precisión. Tanto él como Mei-Mei pueden observar la situación que se desenvuelve frente a sus ojos y sacar al unísono una inequívoca deducción. Kasumi y Satoru sienten algo por el otro que no están dispuestos a admitir, o no completamente. Y mientras Kokichi observa miserablemente la forma en la que Kasumi se limpia la comisura del ojo con cautela, Mei-Mei se sonríe maliciosamente, alzando el mentón y analizando la forma furtiva en la que Satoru observa a su némesis por el rabillo del ojo.
Kasumi, con el estómago revuelto pasea sin ganas su cuchara frente al oso hecho de helado que comienza a derretirse. Ya no se ve tierno ahora que sus orejas de durazno se han caído hacia los lados y uno de sus ojos se desliza a través de su barriga.
—No tienes que terminarlo si no tienes hambre —le dice Kokichi, interrumpiendo sus pensamientos.
—Me apena haber pedido algo tan grande y no terminarlo —admite sin poder levantar la vista y se lleva una cucharada de helado a la boca.
Tal vez sean los constantes reproches de su madre, pero para Kasumi siempre ha sido importante no desperdiciar la comida. No puede admitirle, por supuesto, esto a Kokichi. Pero él parece no necesitar explicación alguna. Originalmente Kokichi ordenó un té verde, sin acompañamiento. Y por algún motivo el comentario de Kasumi resulta en una suerte de hechizo que lo obliga a limpiar su cuchara para ayudarle a terminar de comer ese oso a medio derretir.
Verlo haciendo un esfuerzo por acabarlo en grandes bocados le roba una sonrisa. Parece determinado a ayudarla, aunque ella desconoce que lo que más desea Kokichi es sacarla del alcance de los impertinentes ojos de Gojo Satoru.
—¿Te gusta el helado?
—No particularmente —responde Kokichi.
El estómago de Kasumi no es el único revuelto dentro de la heladería. Satoru siente su abdomen hundiéndose en un vacío cuando Kokichi metió su cuchara en el postre de Miwa.
—¿Puedes creerlo? —le susurra a Mei-Mei.
—Su tosquedad le da cierto encanto.
—¿Huh? ¿No lo viste bien?
—Sí, lo estoy viendo con atención. Pero sabes algo, Satoru. Esos muchachos que poco se preocupan por su apariencia suelen tener un par de cosas buenas.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
—No lo sé —responde en un ronroneo, entrelaza los dedos de sus manos y se afirma sobre sus codos en la mesa. Deja caer gentilmente su mentón entre sus dedos y desliza sus ojos hasta Kokichi—. Míralo, es bruto, es agresivo, parece un poco soberbio, no necesita de nadie. ¿No te parece atractivo?
—Lo único que veo es un pequeño idiota engreído.
—Tal vez a Kasumi-chan le gustan los idiotas engreídos.
—¿Crees que a Kasumi le gusta este tipo?
Mei-Mei se encoge de hombros.
—Sólo digo que, si le gustara, entendería el por qué.
Kokichi ha pasado de empalagarse a lo siguiente, pero todo tiene sentido al ver la tierna sonrisa que tiene Kasumi en el rostro. Toma una servilleta y se limpia rápidamente los labios.
—Ya podemos irnos —dice y se pone de pie para pagar la cuenta.
Su cita asiente y espera, no sin antes echarle un último vistazo a la mesa en la que la otra pareja se sienta, pero se arrepiente casi de inmediato cuando su mirada se cruza con la de Mei-Mei. Ella, lejos de cohibirse, ensancha su sonrisa y levanta una mano para saludarla.
—¿Qué haces? —pregunta Satoru y voltea para ver el rostro casi petrificado de Kasumi, una sonrisa incómoda, torcida, y su mano derecha levantada y sacudiéndola como si la articulación estuviera oxidada.
—Vamos a saludar, Satoru. No olvides tus modales.
Ver a Mei-Mei ponerse de pie y caminar grácilmente hasta la silla libre frente a Kasumi logra bajarle la presión. Pero él no puede mostrarse consternado ante los grandes ojos de su antigua amante. Por lo que sigue los pasos de su compañera y permanece parado junto a la mesa.
—¿Interrumpimos tu cita Kasumi-chan? —pregunta Mei-Mei con una sonrisa encantadora en el rostro y Kasumi no puede evitar sonrojarse de oreja a oreja, pero niega.
—Ya íbamos a marcharnos.
—¿Tan pronto? Satoru y yo acabamos de terminar de comer, ¿qué te parece si hacemos de esto una cita doble?
La cita de Kasumi llega justo a tiempo para contestar por ella.
—No, gracias.
Kasumi, a punto de hiperventilar, se levanta de la mesa y se despide con toda la cordialidad que le es posible. Tanto es su desparpajo de modales que no es capaz de darse cuenta la mirada que sostienen Kokichi y Gojo durante todo el tiempo, y no es sino hasta que salen de la tienda que puede volver a respirar. Instintivamente lleva una mano a su pecho, como si pudiera ayudarle en algo a ralentizar el acelerado ritmo de su corazón. Y cuando al fin levanta la mirada, él está ahí esperando con una sonrisa tranquila.
Ella parece haber recobrado el aliento, como si todo el oxígeno dentro de la heladería se hubiera esfumado y finalmente respira una bocanada de aire puro. Su rostro se revitaliza aunque no puede evitar echar un último vistazo a Mei-Mei dentro de la tienda junto con Satoru.
—Se ven bien juntos, es decir… son… son una bonita pareja. Ella es muy bonita, ¿no crees? —pregunta Kasumi comenzando a caminar en cualquier dirección.
Kokichi frunce el entrecejo.
—Es rara.
—¿Rara?
—Sí, tiene una presencia extraña, pero supongo que es ideal para alguien como Gojo.
Kasumi se ríe intencionalmente.
—¿Son ideales?
—Sí, los dos me parecen malas personas.
—¿Por qué piensas eso?
Él se encoge de hombros, evita contestar y lleva ambas manos a los bolsillos mientras camina a su lado. Se piensa a dónde se dirigen y se da cuenta de que Gojo ha arruinado la única idea de una cita medio decente que le había ocurrido. El cine, luego de pensarlo, le pareció de lo más impersonal y tampoco sabe qué genero será el que más le guste. Ya no podría, aunque quisiera, llevarse un bocado de cualquier cosa a la boca. Atrapado en la encrucijada de lo que deberían ser sus próximos pasos, se detiene al ver a Kasumi interponiéndose.
—¿Qué te parece si vamos a un patio de juegos? Te gustan esas cosas, ¿cierto?
Kokichi asiente y repentinamente se deja guiar por Kasumi.
Del otro lado de la cuadra, Satoru los ve desde lejos, entusiasmados, sonriendo. Mei-Mei sale por la puerta con un papel entre las manos y un bolígrafo, escribe una cifra y luego deposita el papel entre sus manos. Se cruza de brazos y se detiene junto a él, alineando sus lascivos ojos al objetivo de Gojo.
—Llámame si me necesitas. Ya conoces mi tarifa.
No mucho tiempo después, el mismo vehículo oscuro recoge a Mei-Mei y Satoru permanece deambulando por la calle preguntándose a dónde pudo haberse llevado ese idiota a su tutora. Aunque ya sin ánimos de hacer de detective privado. Ni siquiera había podido probar bocado y media hora después de salir de la tienda, termina en un puesto de comida ambulante ordenando una salchicha frita.
La única que salió exitosa de la situación ha sido Mei-Mei, pero no sólo económicamente, sino que también ha logrado insertar una idea venenosa dentro de la mente de Satoru. ¿Será posible que a Kasumi realmente le guste un tipo tosco como Kokichi Muta? La idea de que él pueda ponerle las manos encima a la inocente Kasumi le revuelve el estómago lo suficiente como para terminar por botar la salchicha a la basura.
—Mierda… —dice limpiándose la comisura de los labios cuando su celular comienza a sonar—. ¿Ijichi?
—Gojo-san. Tengo noticias, creo que he averiguado algo…
—¿De qué estás hablando?
—¿Ya lo olvido? Uhm… —susurra—, es sobre Muta-kun. Creo que tenía razón, definitivamente está involucrado en algo… ilegal.
Nota de Autor:
Hola! Ha pasado tiempo desde que actualicé esta historia.
Después de los infames eventos del manga me ha costado mucho pensar en los fics que escribí dentro del canon, así que decidí retomar este. Muchas gracias a todos por sus comentarios! Espero que les guste el capitulo y perdonen mis errores
gramaticales y ortográficos. Que tengan un lindo fin de semana!
