Los Dioses Del Amor

Conferencia Archiducal

Era la primera vez que se presentaba cómo primer consorte a la conferencia Archiducal, la ironía del asunto era que originalmente se presentaría como consorte de Aub Arsenbach y aunque el territorio era el mismo, el nombre y la mujer a la que acompañaban eran otros por fortuna.

Ferdinand dio las gracias en silencio a Dregangurn y Ventuhite por este tejido en que su hijo estaba completamente atado y torcido con el de su hermosa Rozemyne.

–Mi Lord, Aub reclama su atención, al parecer, ella desea que sea usted quien termine de prepararla para salir.

Hizo memoria en lo que se ponía en pie. Rozemyne jamás había solicitado que él ayudará a prepararla para salir, salvo por los momentos en que ambos se escapaban a la ciudad baja para visitar a su familia de plebeyos y visitar sus diversas industrias.

–¿Aún, me llamabas?

–¡Ferdinand! –exclamó su diosa de la luz con más entusiasmo de lo usual, casi como si la estuviera salvando, pero, ¿de qué?

–Estoy aquí –no pudo evitar arrodillarse frente a ella, tomarle las manos y besar sus dedos sin dejar de mirarla, seguro de que una sonrisa burlona afloraba en su rostro ante el profundo sonrojo de su esposa–, ¿qué es?

La hermosa archiduquesa frente a él tardó un poco en reaccionar, haciendo más divertido aún su búsqueda de sonrojarla tan temprano.

–Yo… bueno… –Rozemyne volteó atrás, era como si se estuviera disculpando con alguien. ¡Ah, claro! Llevaba casi un mes mirando a Lieseleta con cara de disculpa cada vez que él se mostraba afectuoso con ella… era como echar más leña al fuego–… ahm… ¿podrías colocarme mis encantos? ¡Por favor!

Seguía sonrojada de un modo tan dulce, que era tentador molestarla un poco más, en especial con su reciente pedido.

–¡Por supuesto! ¡lo que mi Aub ordene!

Estaba por tomar el primer amuleto cuando ella volteó, despejando la habitación y dejándolos solos… no sería tan divertido sin la asistente de Rozemyne para ponerla más nerviosa pero, esto tendría que servir también, aunque se sentía extraño algo en todo aquello.

–¿Listo para pasar las próximas dos semanas en la Academia Real, Ferdinand?

Su tono le parecía nervioso conforme colocaba el palo para el pelo con las cinco piedras de arcoiris junto a la hermosa horquilla de invierno que su esposa portaba, completamente a juego con…

–Lo estoy, sin embargo, no puedo evitar preguntarme que es lo que intenta todas mis diosas con ese atuendo.

Era escandaloso por decir lo menos.

El busto de Rozemyne estaba cubierta por tela blanca repulgada con algunos copos del mismo tono claro de su cabello teñidos de manera diagonal desde la izquierda, bajando hasta encontrarse con la tela del vientre cambiando poco a poco a un hermoso color rosa tenue, dónde el camino de los copos se veía ahora seguido por un par de copos y varios círculos dorados que seguían bajando en diagonal, ampliándose cómo si fueran bendiciones hasta llegar a los muslos de su esposa, dónde una bella falda se volvía cada vez más roja, en dónde los copos de Liz se convertían poco a poco en flores de otoño y pétalos que terminaban decorando todo el ruedo de la falda.

Ferdinand no sabía que era más escandaloso, que los colores de Ewigeliebe y Geduldh se fundieran cómo si los dioses estuvieran consumando su unión o que los brazos, hombros y la espalda de Rozemyne se encontraban descubiertos por completo.

–¿Te gusta? –preguntó ella con inocencia antes de señalar el extraño artefacto que ella había replicado de su mundo de ensueños para colgar ropa y otros objetos–, la parte que va por encima está ahí, son mis mangas y el cuello del vestido, además de mi cinturón de cuero y el sash que me han preparado.

–¿Tenías que asustarme mostrándote tan… descubierta?

–Mis encantos deben tocar mi piel, casi todos al menos, ésta era la mejor manera.

Ferdinand sonrió, era cierto que sería más fácil colocar los encantos de esa manera, también era cierto que era más fácil disfrutar de la piel tersa y suave de su esposa.

Poco a poco le colocó un par de collares, sus brazaletes, las pulceras, los anillos unidos a su muñeca por finas cadenas que él mismo había confeccionado, cada objeto colocado con afecto en las yemas de los dedos y un poco de mana extra para deleitarse con los escalofríos de su esposa y los ligeros gemidos de placer de ella.

Ferdinand tomó un liguero con gemas, levantó la falda de su esposa y se lo colocó con mucho cuidado por debajo de la ropa interior. Cualquier persona normal habría dicho que era demasiado, ella en cambio lo miraba complacida, apretando con fuerza los brazos de su silla antes de pedirle que le colocara más.

–¿Cuál es tu plan, pequeña gremlin? –interrogó él, divertido–, ¿temes que te ataquen y tomen nuestra piedra fundacional?

Ella no respondió, solo sé inclinó para tomarle el rostro y besarlo despacio, mordiéndolo de forma juguetona y robándole el aliento antes de reacomodarse en su lugar.

–Aun me faltan encantos, querido Ferdinand, ¡si fueras tan amable…!

El modo descarado en que ella mantenía su falda en alto, ofreciéndole uno de sus pies cubierto de calcetas blancas y carente de zapatos solo sirvió para hacer hervir su sangre.

Tomó su pie, masajeando poco a poco, besándola por encima de la tela justo antes de tomar una de las cadenas con piedras arcoiris y el imperdible dorado de mana para jalar delicadamente el tobillo de la tela y cerrar ahí la primer cadena.

Rozemyne se levantó el otro lado de la falda, ofreciendo su otro pie con menos descaro. Un hermoso rubor rosa cruzaba su cara y sus ojos lanzaban un par de destellos que conocía bien. A Bluanfah se había unido Brenwarme según podía ver.

Ferdinand repitió el mismo proceso, luego le colocó los zapatos y se puso en pie. La ayudó a colocarse las mangas etéreas y transparentes, blancas en el cuello rígido en que se habían bordado copos de nieve que rodeaban su espalda y bajaban en diagonal hasta superponerse sobre su seno izquierdo, dejando que pequeñas cuentas de perla colgaran de manera uniforme donde terminaba su pecho, bajando delicadamente para cubrirle la espalda y parte de su cintura.

Las mangas se habían confeccionado de modo que dejarán sus hombros descubiertos, la tela teñida en el mismo degradado indecente del vestido.

–¿Puedo preguntar porque has escogido un degradado tan escandaloso para vestir?

–Porque habla de mi amor por ti, ¿te gusta?

Ella dio una vuelta con los brazos ligeramente levantados a su lado y él no pudo evitar sonrojarse. Era una declaración escandalosa y sensual. Una pena que las próximas dos semanas dormirían en habitaciones separadas por primera vez desde que unieran sus estrellas.

Cuando ella se detuvo, Ferdinand le acomodo la capa y el broche del mismo color azul nocturno que el cabello de Rozemyne, entonces le sonrió, la atrajo y luego se agachó para besarla sin que ella se pusiera en puntas como acostumbraba.

–Ferdinand, ¿podrías quedarte así un momento?

Fue extraño, pero aceptó.

Su diosa de la luz abrió una pequeña caja lacada en blanco, en cuyo negro interior refulgían dos encantos más, idénticos y opuestos.

Ella tomó uno, observándolo un momento antes de besarlo otra vez en los labios y luego, besó su oreja izquierda.

La sintió colocarle algo en su lóbulo, algo que se ajustó cómo un anillo de mana y luego otro algo más arriba que también se ajustó.

Cuando ella lo liberó, Ferdinand se asomó al espejo. Ella le había colocado un vistozo arete con una pequeña gema de arcoiris, atado por una cadena dorada a un arete aún más largo del que colgaban una piedra arcoiris delgada.

–¿Podrías colocarme el otro sobre mi oreja derecha, por favor? –pidió ella.

Ferdinand sonrió sin poder evitarlo, tomando el arete compuesto y examinándolo a detalle. Podía notar cada uno de los pequeños círculos mágicos en las piedras y el grabado que simulaba plumas de ave.

–Si le ponemos un poco de mana, nos permitirá escuchar lo que diga el otro, sin que otros escuchen los que digamos y sin importar en que parte del edificio de la academia estemos, lamentablemente, Raymundo, Harmut y yo aún no logramos que funcionen en un rango más amplio.

La observó sorprendido. Este artefacto parecía bastante útil, un artefacto antiescucha cómo éste podría valer una pequeña fortuna.

Más entusiasmado, Ferdinand le colocó el arete compuesto a su esposa, dando un paso atrás y regodeándose en lo bella que se veía, indecencia y escándalo a parte.

–¡Estoy lista ahora! –anunció Rozemyne con la seriedad de un caballero avisando que está listo para ir a la guerra y la sensación de que algo no estaba bien lo atacó de nuevo.

Decidió ignorarlo, era hora de partir, se había tomado su dulce tiempo para acariciarla y consentirla, para beberse su imagen y ahora, podía escuchar a alguien tocando la puerta.

–En ese caso, permítame escoltarla, todas mis diosas.

Él ofreció su brazo y ella lo tomó, apretando su brazo más de lo que debiera.

.

El inicio había sido lo usual. Archiduquesa y su séquitos en el auditorio escuchando los avisos de la Zent Eglantine y su cónyuge, Anastasius, quien ahora estaba a cargo de la Iglesia principal del reino.

Todos se retiraron a comer y después dio inicio a la socialización. Por más que lo deseara, no podía asistir a todas las reuniones con Rozemyne, uno de los problemas de ser solamente el primer esposo de una Aub, aún así, escuchar la voz de Rozemyne en su oído cada tanto haciendo algún tipo de comentario sarcástico, irónico o alguna broma con respecto a las personas con que debía reunirse y poder informarle donde estaba lo tenían tranquilo… al menos hasta que…

–No esperaba que me siguiera desde la biblioteca, Aub Colinzdaum… cómo expliqué en la fiesta del té de hace un rato, Lord Ferdinand no necesita otras esposas… le agradezco su ofrecimiento, pero tampoco necesito otro consorte… no, igual que el año pasado, me temo que NO, Sigiswald…

Estaba furioso, apenas tuvo que hacer un gesto a Justus antes de abandonar las negociaciones que intentaba llevar a cabo con Klassenberg para salir al pasillo y correr hacia la biblioteca, escuchar como se desarrollaba la conversación, o al menos las respuestas que daba su esposa lo tenían más que nerviosos, no supo cómo logró llegar a tiempo de encontrar a Aub Immerdick acosando a Rozemyne sin que nadie de su séquito pudiera hacer gran cosa para detener al otro Aub.

–… ¡Ferdinand! –exclamó Rozemyne con fingida sorpresa–, ¡que agradable sorpresa encontrarnos en el pasillo!, deben ser los designios de los dioses.

Ferdinand lanzó una mirada helada al ex primer príncipe Sigiswald justo antes de mirar a su esposa con afecto, tomándola de las manos y atrayendola para poder besarla brevemente, justo antes de cubrirla con su propia capa.

–¡Los dioses son misericordiosos al permitirme verte antes de la cena, todas mis diosas!

Ella lo aferró del cuello entonces, escondiendo su cara en el cuello de él.

–¡Gracias por venir a rescatarme! –murmuró Rozemyne con alivio antes de separarse de él, lo suficiente para que se besaran una vez más, luego de lo cual se enderezó para mirar al intruso.

–Aub Colinzdaum, le agradezco que acompañará a mi esposa a pesar de que NO ERA NECESARIO, cómo verá, el séquito de Aub Alexandria está justo aquí.

–A diferencia del séquito de Lord Ferdinand –musitó el rubio con una ligera mueca de desagrado que intentaba ocultar el miedo refulgiendo en sus ojos.

–Se sabe que Ewigeliebe siempre estará atento para mantener a Geduldh a salvo.

–También es sabido que Leidenshaft luchó junto a sus hermanas para liberar a Geduldh del hielo de Ewigeliebe.

–Y aún así, Geduldh parece solo aceptar a Ewigeliebe como su compañero y padre de sus hijos con cada año que pasa.

Una mueca de preocupación se escapó de la máscara noble de Sigiswald, quien debía estar desesperado por la súbita caída de su ducado del cuatrto al noveno en una sola temporada. Ferdinand se sintió complacido con eso, este molesto mosquito no volvería a molestar a su Geduldh.

–Lord Ferdinand –le llamó Rozemyne con voz clara y decidida–, estaba comentando con mi séquito que no deseo dormir sola en la academia, y dado que todos nuestros estudiantes han vuelto a casa…

–Aub Alexandria, ¿no fue suficiente con darme uno de sus encantos para sentirme más cerca durante estás dos semanas? –mencionó Ferdinan acariciando el artefacto antiescucha que pendía de su oreja, deleitándose en la cara de horror que podía notar en Sigiswald y su séquito en la periferia de sus ojos.

–Podemos estar encerrados en el hielo el uno del otro y aún así, no me es suficiente, he tenido que esperar todos estos años para tenerlo a mi lado como un igual y ahora ¿debo volver a dormir sola? ¿no le parece que es algo cruel?

Ferdinand observó disimuladamente el fuerte sonrojo y el ceño fruncido en el rostro de Aub Colinzdaum, estaba seguro que solo con eso se le había escapado una sonrisa satisfecha, era probable que está conversación se regara como la nieve del Señor del Invierno por toda la academia.

–Pero, Aub Alexandria…

–¡Entonces te ordeno que duermas en MI habitación las próximas dos semanas!, eres mi Geduldh, Lord Ferdinand, no pienso tolerar tu ausencia más allá de lo absolutamente necesario.

Ferdinand se arrodilló entonces cruzando ambos brazos en su pecho sin dejar de mirar de soslayo al antiguo miembro de la antigua falsa realeza, quien todavía los observaba con incredulidad.

–Se hará como usted ordene –respondió Ferdinand antes de tomar la mano de su esposa para besarla, luego de lo cual volvió a levantarse, mirando a Sigiswald con algo de saña para luego ofrecer su brazo a su Aub y escoltarla.

–Tu sonrisa de Rey Demonio da miedo, Ferdinand –susurro su diosa de la luz con ayuda del artefacto antiescucha–, pero me pone tan [caliente] en este momento, que estoy tentada a irme a la cama contigo de una vez.

La miró divertido, caminando todavía sin saber muy bien a dónde.

–Klassenburg ha estado tratando de estafarme la última media campana para conseguir uno de mis últimos inventos, ¿te gustaría estafarlos?

Rozemyne se llevo una mano a su mejilla, poniendo la misma cara de inocencia que ponía Angélica a veces.

–¡Lord Ferdinand, yo nunca he estafado a nadie!

–Te has vuelto tan peligrosa en las negociaciones comerciales que podrías venderle un zantze rabioso a cualquiera a cambio de su peso en libros y oro.

–Me halagaría aún más que le dijeras esto a Benno la próxima vez que estemos de visita.

–¿Y entonces? A más pronto acabe con mi agenda, más pronto podremos retirarnos a tus aposentos.

Rozemyne le sonrió como si fuera una auténtica Santa y desactivó su propio dispositivo antiescucha.

–Escuche que Lord Ferdinand estaba negociando con Klassenberg hace un rato, ¿cómo le fue?

–Temo que abandoné la sala y dejé a cargo a Justus debido a una emergencia –dijo Ferdinand desactivando su dispositivo.

–Espero que su emergencia se haya solucionado.

–Lo hizo.

–Entonces, ¿le gustaría que lo acompañe, Lord Ferdinand?

–Me honoraria con ello, Aub Alexandria.

.

Le preocuparía que los jadeos de su diosa del agua se escucharán por todo el dormitorio si no trajeran puestos y activados todavía los novedosos dispositivos antiescucha que colgaban de sus orejas.

Rozemyne se movía sobre él con tal frenesí, que bien podría parecer un jinete cuya montura galopaba a toda velocidad.

Su cuerpo resplandecía por el sudor. Sus senos saltaban furiosos, igual que cada uno de los encantos adornando su cuerpo, brillando dentro de la cama con el dosel cerrado para aislarlos a ambos de todo lo demás.

–Asi que… todas mis diosas… ¿cuántos cónyuges… te han ofrecido?

–¿Este año… o el anterior?

Se sentía como Ewigeliebe, deseando ocultar a su Geduldh en sus mangas y ser el único que pudiera escucharla, verla, sentirla o percibirla de modo alguno.

Levantó sus manos, atrapando sus senos para amasarlos un momento y forzarla a bajar la velocidad, atrayéndola para abrazarla antes de girar y quedar por encima de ella, llenándole la cara y el cuello de besos, arrodillándose frente a ella antes de montar una pierna sobre su hombro y comenzar a moverse.

–Ambos –exigió Ferdinand dando estocadas lentas a su esposa.

–Demasiadas… creo que solo Drevanchel, Dunkelferger, Erenfhest y la Soberanía no me han propuesto… ningún cónyuge.

Besó la pierna antes de bajarla de nuevo y tomarla de las manos, juntandolas sobre la cabeza de Rozemyne para sostenerse con la otra sin dejar de moverse más rápido dentro de ella, besándola desesperado en el cuello y los labios antes de mirarla de nuevo a los ojos sin perder el nuevo ritmo de penetración.

–¿Tanto les… cuesta entender… que eres mía?

–¡Son idiotas!

La sintió removerse y la soltó, permitiéndole que lo abrazara con pies y manos y lo besara de un modo tan profundo, que tuvo que detenerse para tratar de no terminar aún.

–Me ofrecieron… diosas del agua… para ti… cómo si yo… no fuera suficiente.

–¡Estúpidos!

Se aferró a ella, besándola en el hombro antes de enderezarse sin soltarla, recargandose atrás con un brazo para cruzar sus piernas, de modo que fuera más cómodo abrazarse y ayudarla a llevar el ritmo que ella deseara.

–¿En qué mundo… no serías suficiente? ¿Mhh?

Le besó el rostro poco a poco, olfateo sus cabellos, delineó su espalda y apretó sus asentaderas sin que ella dejara de mecerse en ningún momento, embriagándolo y haciéndolo preguntarse que habría sido de ellos si Urano jamás hubiera muerto sepultada en libros durante un terremoto en el lejano reino de Japón. La respuesta le supo amarga porque tal vez habrían muerto solos, sin conocer nunca el baile de Bluanfah o de los otros dioses del amor que parecían bendecirlos ahora de todas las maneras posibles.

Ella lo besó de nuevo, sacándolo de sus depresivos pensamientos.

–De verdad quiero que duermas conmigo siempre, no me importa el estúpido protocolo.

–Considerando nuestro desplante de hace un rato, es algo tarde para que considere dormir en el primer piso.

Rozemyne sonrió, acelerando de nuevo.

–¿Podrías mostrarme de nuevo, Ferdinand?

–¿Qué cosa?

–Esa… [sexy] sonrisa retorcida… de Rey Demonio.

Fue fácil, solo tuvo que pensar en como ningún noble de ningún ducado intentaría interferir entre ellos de nuevo, o en cómo su adorada esposa había logrado que Klassenberg no solo pagará lo justo por unos planos, sino que además les entregaran un par de semillas de exóticas plantas fey para investigar y dos tomos en préstamo de la biblioteca de dicho ducado para ser traducido a lengua vernácula, impresa y distribuida por Alexandria.

Ferdinand sonrió. Rozemyne aceleró de nuevo con fuerza. Él enredó sus dedos en los lacios y sedosos cabellos de su encarnación de la diosa de la sabiduría y pronto ambos dejaron escapar fuertes gemidos de placer, manteniéndose abrazados y jadeantes cuando no pudieron moverse más.

–Aub Alexandria –llego la voz amortiguada de alguien desde el exterior de la habitación–, Lord Ferdinand, la cena está lista para cuando deseen bajar.

–Danos 10 minutos –ordeno él sin soltarla, justo después de desactivar su aparato antiescucha, tomando aire en lo que estabilizaba su respiración–, luego envía a nuestros asistentes… y ropa limpia para mí.

–¡Como mi Lord ordene!

La besó una última vez antes de invocar un washen. Tenía un par de días que se había dado cuenta que de esta manera era menos estimulante para Rozemyne.

Saliendo con cuidado y sin soltarla, ambos se recostaron uno frente al otro. Pensar que por esta mujer era capaz de romper todas las reglas y convenciones.

Hasta ese momento se tiñeron de rosa las orejas de Ferdinand, cuando recordó el escándalo indecente que había hecho en el pasillo y todo lo que escucharía al día siguiente, en especial de su hermano Silvester, ya podía oírlo riendo a carcajadas y molestandolo.

–¡Awww, Feilang, wuele!

Le soltó las mejillas apenas darse cuenta de que se las había pellizcado, sonriendo un poco más tranquilo

–¿Y eso porque fue? –lo cuestionó ella sobando la zona afectada por su molestia.

–Solo un poco de lo que YO voy a padecer las próximas dos semanas a causa de Silvester, mañana me cobraré un poco más.

Se sintió divertido al verla cubriendo sus mejillas con la cara lívida y los ojos llorosos.

–¡Retiro lo dicho! ¡Tu sonrisa de Rey Demonio no es [sexy]! ¡Da mucho, mucho miedo!

.

Notas de la Autora:

Apenas me enteré, gracias a los primeros SS de Hannelore para el año quinto en la Academia Real, que a Sigiswald y Traokvar les entregaron un ducado a cada uno, Colizdaum en cuarto durante ese año para Sigiswald. Sacando cuentas, este fanfic se ubica después de la unión de las estrellas, unas pocas semanas luego de que Rozemyne termina su sexto año en la Academia y supuestamente cumple los 15 años (en realidad cumple 16 pero... cosas), y pensé que con lo... idiota que parece ser Sigiswald, acostumbrado a que las cosas se hagan solo porque las pide, es posible que ofreciera cónyuges y amantes el año anterior para mantener su ducado a flote (por sugerencia de sus asesores, en realidad no sería raro ese primer año) y decidiera volverlo a intentar y además tratara de obligar a Rozemyne una vez casada, porque Rozemyne es muy descuidada y posiblemente se negara bajo el argumento de "Aún no he unido mis estrellas a las de mi prometido ¿y ya están ofreciéndome cónyuges y amantes? ¿es que no tienen vergüenza?", lo cual, cualquier idiota podría traducir como "Ahorita no, joven, regrese el año próximo"... y es posible que Rozemyne se diera cuenta... un poco tarde... de su error, por eso tantos amuletos y encantos con el mana de Ferdinand, colocados por el mismo Ferdinand con la esperanza de que se llenaran de un poco más de mana de él... por supuesto, eso no iba a funcionar con algunos nobles, creo yo.

Espero que les haya gustado este capítulo. Muchas gracias a quienes me han dejado comentarios, los he leído y atesorado todos, me animan a seguir con este loco proyecto, jejejejejejejeje.

¿Qué debería hacer después? le toca el POV a Rozemyne así que... oh... si, creo que ya sé sobre qué va a ir, jejejejejejejeje.

Cuidense mucho, disfruten el fin de semana y nos leemos pronto.

SARABA