Los Dioses Del Amor
De vuelta
–¡¿Es que no tienen vergüenza ustedes dos?! –preguntó Cornelius rojo de ira sin dejar de gritar en cuanto Rozemyne y Ferdinand bajaron del círculo de transportación, luego de pasar dos semanas en la Academia Real. La conferencia de Archiduques al fin había terminado y esto era lo último que Aub Alexandria esperaba recibir al llegar.
–¡Cornelius! –regañó Leonore a su marido saliendo detrás–, este no es el lugar adecuado.
Rozemyne miró mal a su hermano justo antes de notar que Letizia los observaba de unos a otros, su cara intentaba esconder la confusión y el susto que había pasado mientras intentaba dar un recibimiento adecuado a sus padres.
–Letizia, querida –dijo Rozemyne saltándose los saludos nobles y bajando del círculo seguida de cerca de Ferdinand, a quien no había soltado, jalándolo consigo a saludar a la chica rubia de primer grado que habían adoptado el día de su ceremonia de anudación de estrellas–, ¿cómo te fue estando aqui sola?
La niña los observó a ambos un momento, luego a Cornelius, Leonore, Harmut y Clarissa en tanto del círculo de transferencia aparecían Eckhart, Angélica y Sergius
–He estado bien, madre, agradezco su preocupación. ¿Cómo han ido las cosas para ustedes durante la conferencia?
–Ha ido bien también –un vistazo a la cara agria de su hermano Cornelius la hizo darse cuenta de que no podía utilizar a Letizia como escudo, de hecho, tendrían que apresurarse a solucionar lo que tenía tan molesto a su hermano lo antes posible–, lamentablemente, creo que aún tenemos algunos asuntos urgentes que atender, ¿qué te parece si te tomas un poco de tiempo libre antes de continuar con tus deberes, eh?, podremos conversar con calma cuando sea hora de la comida.
–Entiendo, madre, estaré esperando con ansias para conversar con usted y con padre.
Letizia hizo una ligera reverencia con la cabeza antes de dar vuelta y retirarse, seguida de su séquito, los cuales cruzaron sus brazos frente al pecho hacía ella y Ferdinand antes de seguir a la pequeña archiduquesa a la cual servían.
–Vayamos al despacho –indicó Ferdinand con calma y su habitual rostro estóico mirando fijamente a Harmut–, avisa a los otros conforme lleguen.
–¡Si, Lord Ferdinand!
Apenas comenzar a caminar, Rozemyne notó las miradas reprobatorias que su hermano les mandaba con el seño todavía fruncido y la mandíbula tensa. ¿De qué estaba tan molesto? Un pequeño apretón en su mano le recordó que ella y Ferdinand no se habían soltado aun.
Pensándolo bien, luego de dos semanas de mantener sus manos unidas cada vez que se encontraban en la misma habitación se les había vuelto un hábito. Si, originalmente habían armado "un escándalo" como le dijeron varias veces, para mantener alejado cualquier ofrecimiento de cónyuges y amantes por parte de los otros Aub, sin embargo, al menos para ella, la cercanía de Ferdinand y sentir su propia mano envuelta, con los dedos entrelazados en los de él era una sensación adictiva. De haber estado en Japón, se habría asegurado de caminar siempre con uno de los brazos de Ferdinand entre los suyos, posicionado de manera directa en medio de sus senos y si, se habría aprovechado de la diferencia de estatura para recargar su cabeza contra el hombro de Ferdinand con frecuencia... ahora en cambio, la situacion era totalmente diferente. Si aqui parecía demasiado descarado que sus manos siempre etuvieran en contacto, no quería ni imaginar lo que sucedería si ella realmente se aferrara a él de esa manera y le coqueteara de manera tan abierta.
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Apenas ingresar al despacho, Rozemyne comenzó a quejarse en voz baja por el súbito dolor en sus mejillas. A diferencia de la primer semana de recibir dicho tratamiento, esta vez lo aguantó con tan pocas quejas como le fue posible. Quejarse o alegar solo aumentaban la presión y el tiempo que Ferdinand dedicaba a castigarla por cualquier comentario que hubieran recibido de los demás, era obvio que con semejante recibimiento, sus pobres mejillas no iban a salvarse.
–¡¿Lord Ferdinand?! –se quejó Cornelius, quien parecía sorprendido y molesto al darse cuenta de lo que sucedía.
Una sola mirada asesina de Ferdinand fue suficiente para que Cornelius guardara silencio. Hasta ese momento terminó el castigo.
Aub Alexandria se llevó las manos a sus adoloridas mejillas, sobándolas y tratando por todos los medios de tragarse las lágrimas que amenazaban con salir. Estaba a punto de decir algo al respecto cuando el resto de los dos séquitos llegó al despacho. La peliazul prosiguió masajeando sus mejillas, tratando de que le dejaran de pulsar lo antes posible.
–¿Bien, cuál es el problema ahora, hermano Conrelius? –exigió ella, tratando de zanjar el asunto lo antes posible.
–¡El problema es que ustedes dos son unos desvergonzados!, pensé que después de atar sus estrellas, desaparecería toda esa... tensión extraña entre ustedes y se comportarían como gente civilizada, pero no, por supuesto que no, ¿tenían que decir todas esas cosas en un pasillo frente a gente extranjera? ¿y encima estarse tocando TODO el tiempo?
–¿Te quieres calmar, estúpido? –soltó Ekhart completamente exaltado y dando un empujón a Cornelius, tan enojado como su hermano menor–, y fíjate cómo les hablas a nuestros Aubs o me aseguraré de enviarte a detención con un ojo morado.
–Perdón por llamarle la atención a tu señor –respondió Cornelius de forma sarcastica, quitándose las manos de Ekhart de encima–, olvidaba que para ti es más importante que él se salga con la suya a defender el honor de nuestra hermana, ¡TU HERMANA!
–Aub Ferdinand y Aub Rozemyne son adultos, ellos tienen sus propias razones para actuar como deseen y no eres nadie para llamarles así la atención o ponerte histérico por algo que consideraron antes.
Rozemyne se soltó la cara en ese momento. Leonore parecía a punto de tener un serio dolor de cabeza, Lieseleta miraba a la nada como si se tratara de un zombie, Clarissa era detenida por Harmut, quien parecía bastante curioso ahora, Justus tenía serios problemas para aguantarse la risa, Strahl tenía sus ojos cubiertos con fastidio, Sergiuss miraba a todos lados de manera aprehensiva junto a la mesita donde ya tenían preparada una humeante tetera y algunas tazas y Angélica...
–¿Entonces –preguntó Angélica con cara de inocencia sin quitarle la vista de encima a los dos hermanos–, Lady Rozemyne tendría que haber soportado más ofrecimientos de aceptar hombres y mujeres como cónyuges por parte de otros ducados?
–¿Ofrecimientos de hombres y... mujeres? –repitió Cornelius conforme el color se escurría de su rostro, dejándolo pálido un segundo o dos antes de volver a sonrojarse de furia mal disimulada–, ¡¿Quién fue el idiota que...?!
–Lord Sigiswald –respondió Leonoré–, así como algunos otros Aubs de ducados inferiores, aunque el más insistente fue Lord Sigiswald, lo sabrías si hubieras esperado a hablar conmigo para que te dijera lo que había pasado, pero como siempre, tenías que actuar por impulso apenas vernos. ¿Crees que estás en Dunkelferger o algo así?
Rozemyne se relajó bastante al notar como su hermano bajaba los hombros mirando a otro lado, exhalando un largo suspiro antes de calmarse del todo.
–Lamento mucho haberles faltado al respeto a nuestros Aubs, sin embargo, deben entender lo dificil que ha sido para mi escuchar de diferentes fuentes que mi hermana menor estaba actuando un tanto... no sabía que era para defenderla de las ambiciones y, al parecer, perversiones de otros ducados.
Tuvo que tragarse la risa para no soltar una carcajada en ese momento. Todo parecía indicar que Cornelius pensaba que los ofrecimientos de mujeres eran para ella y no para Ferdinand, tal vez sería mejor no corregirlo por ahora.
–Aceptamos tus disculpas, Cornelius.
–¿Creen que podrían guardar algo de, decoro, ahora que están de vuelta en Alexandria?
Asistentes, eruditos y caballeros los miraban ahora. Ferdinand la estaba mirando ahora con una sonrisa diabólica en su rostro, haciéndola sonrojar.
–Yo, bueno, va a ser difícil no tomarlo de la mano, es... demasiado reconfortante para mi, pero... supongo que puedo intentar.
Un vistazo y notó que, mientras su séquito parecía más tranquilo y el de Ferdinand relajado, el propio Ferdinand parecía estarse burlando de ella de alguna manera. No pudo evitar recordarlo jugando con las piedras arcoiris de su bastón de pelo luego de que le devolviera a Sigiswald un saco de cuero que en lugar de tener un supuesto permiso real, estaba lleno de polvo de oro de alta calidad. No lo había comprendido entonces, pero Ferdinand se había estado burlando del bajo mana del príncipe... y de que el suyo era comparable y compatible con el de ella, incluso luego de ser teñida por la mismísima Mestionora.
–Si no hay nada más –soltó Angélica con su sonrisa usual–, estaré en mi puesto en la puerta.
–La señorita Angélica tiene razón –acordó Justus–, es hora de volver a nuestras respectivas obligaciones.
Y solo con eso, el ambiente volvió al usual, a tal grado, que media campanada después Rozemyne sentía como si no hubieran asistido a la conferencia archiducal.
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No podía estar más complacida en ese momento. Los deliciosos platillos pesqueros de Alexandría que había creado con ayuda de Ferdinand, Hugo y Hella habían llenado su estómago, dejándole un sabor agradable y nostálgico en el paladar. Su adorado esposo y su preciosa hija adoptiva estaban disfrutando de la comida junto con ella y el ambiente era brillante y alentador.
–... también terminé de practicar en el harspiel las canciones que padre me dejó preparadas y... bueno... estoy por terminar una composición propia.
–Ya veo –murmuró Ferdinand en un tono complacido que, estaba segura, Letizia había pasado por el tono usual en que él hablaba–, te has estado esforzando entonces, bien hecho.
–Nos encantaría escucharte tocar, Letizia querida –dijo la peliazul con una enorme y cálida sonrisa antes de mirar a sus asistentes y los de Letizia–, por favor, revisen nuestros horarios y acomódenlos para que podamos tener una sesión para escuchar a Letizia lo antes posible.
–Si, Aub –respondieron en coro los asistentes, cruzando sus brazos.
Rozemyne observó a su pequeña familia, sintiéndose tranquila y feliz al notar la ilusión en los ojos de su hija adoptiva y la complacencia de su esposo ante el ambiente en el comedor. La gobernante de Alexandria soltó un pequeño suspiro, le gustaría pasar más tiempo con Letizia para ser una buena madre. De hecho, había intentado ser una madre amorosa y confiable como Effa, encontrándose con que estaba tan ocupada, que no podía hacer mucho, esperaba poder hacerlo como Elvira al menos, aun si sentía que todavía le faltaba la elegancia de su madre noble. Entonces se le ocurrió una idea, justo después de recordar algunos eventos de la conferencia archiducal.
–Dime, Letizia, ¿te gustaría ayudarme con una nueva tendencia?
La pequeña rubia de once años la miró con curiosidad, pronto sus ojos comenzaron a brillar con más fuerza y una pequeña sonrisa afloró en el rostro de la misma.
–Me siento honrada de que madre desee incluírme, ¿podría decirme más respecto a la nueva tendencia?
Antes de proceder, miró a Ferdinand, quien la miraba con algo de preocupación ahora. No habían comentado nada sobre esto, probablemente Ferdinand estaba preocupado de que le propusiera a Letizia alguna cosa poco razonable... no era así, tomando en cuenta las habilidades artísticas que la pequeña había manifestadp durante sus días en el horfanato en cuanto al dibujo y otras actividades manuales, Rozemyne estaba segura de que sería ideal.
–Verás, estaba pensando que, como vivimos en una zona costera donde nunca cae nieve, podríamos hacer algo para que las mujeres nobles, además de refrescarse, puedan esconder sus gestos cuando sea demasiado dificil mantener las apariencias.
–¿No será algo demasiado dificil de hacer, madre?
–Es cierto, si no es algo dificil, ¿porqué no lo habías creado antes, Rozemyne?
Los miró a ambos, ladeando su cabeza y reposándo una de sus mejillas sobre una de sus manos con suavidad, sonriendo como toda una noble.
–Es algo sencillo, solo... no había notado lo útil que podría ser, además, como accesorio, seguro se vuelve una nueva tendencia con rapidez por todo el ducado y el reino entero.
Antes de proseguir, pensó con cuidado el nombre que debía darle a esta nueva invención, no quería soltar una palabra en japonés de manera descuidada. Rebuscó en su mente hasta encontrar la traducción al inglés, lamentándose el no haber aprendido alemán cuando aún era Urano, seguro le habría sido de utilidad, dado el parecido del idioma local con el idioma germano.
–Un abanico se crea al juntar varias tablas delgadas, largas y un tanto flexibles de madera. Se unen en el centro de la parte posterior con metal y luego se aseguran las partes superiores con hilo, de modo que cuando lo cierres, parezca solo un conjunto de tablillas, pero al abrirlo, toma la forma de un medio círculo que puedes usar para echar algo de aire en tu rostro o bien, para ocultar la mitad de tu rostro.
–No veo como eso puede servir como accesorio –se quejó Ferdinand.
–Madre, ¿estás segura de que puedo colaborar con esta tendencia? –preguntó Letizia un poco confundida.
–La parte de convertirlo en un accesorio es justo donde entra nuestra habilidosa y bella Letizia. Los páneles superiores de las tablillas van forradas con tela o papel decorado y encaje. Letizia, quiero que me ayudes a crear los diseños que irán en la parte superior de los abanicos. Incluso podrías hacer algunos dibujos sobre un bello labrado para la parte inferior de las tablillas, de modo que sean aún más hermosos. Podemos adjuntarles listón o alguna cadena donde se unan para que sea fácil para las damas cargar con ellos.
Ambos la miraban no muy convencidos. Tal vez debería hacer un pequeño dibujo para mostrarles como debían verse... y tal vez hacer uno de papel doblado para que comprendieran la idea...
–Letizia, Ferdinand, ¿les parece bien si les muestro algunos ejemplos después de que nos reunamos para escuchar a Letizia interpretando el harspiel?
Ambos parecieron relajarse en ese momento. Rozemyne no pudo evitar sentir su orgullo un poco herido. ¿Ninguno de los dos la veía como alguien confiable? ¿o tal vez sería que ambos suponían que nada bueno podía salir de sus ideas? Fuera lo que fuera, Rozemyne volteó de inmediato a ver a Liezeleta y Gretia, quienes parecieron comprender de inmediato, haciendo que el postre llegara antes de lo planeado a la mesa para aligerar el ambiente.
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Esa noche conversó con su marido. Hicieron algunos recuentos de lo que había sucedido durante la Conferencia de Archiduques, sobre la información que Justus había recolectado al hacerse pasar por su hermana Gudrun y sobre la nueva tendencia, así como la preocupación de Rozemyne por pasar algo más de tiempo con Letizia como una familia.
–Se que es normal que los nobles no pasen mucho tiempo con sus hijos –decía ella aún entre los brazos de Ferdinand–, pero no estoy de acuerdo. ¿Qué pasará cuando tengamos nuestros propios hijos si no podemos pasar algo de tiempo con ella?
–¿En verdad es tan importante para ti? ¿Compartir con ella todas las comidas y supervisar sus avances de vez en cuando no es suficiente?
Lo miró perpleja. Él había ansiado afecto y reconocimiento por parte del fallecido Aub Erenfhest... ¿cómo es que no lo comprendía?
–¿Sabes porque mis padres estaban dispuestos a darlo todo por mí cuando nos conocimos?
Él la miró con curiosidad entonces, negando levemente y esperando a que ella respondiera.
–Porque pasábamos tanto tiempo juntos como era posible. Nuestro vínculo como familia se nutría cada vez que compartíamos una comida, cada vez que nos juntábamos para realizar algo, ya fuera una comida, una recolección o una manualidad de invierno... incluso dormíamos todos en una misma cama...
–¿No querrás que Letizia comience a dormir con nosotros, no?
Se notaba molesto. La arruga en su frente era demasiado visible, incluso con las cortinas del dosel cerradas de par en par. Ella le sonrió, acariciando aquella arruga causada por su ceño fruncido, en un intento por hacerla desaparecer.
–No. Letizia no es nuestra hija por sangre y no te veo muy cómodo compartiendo la cama con alguien más.
–Sin olvidar que no puedo disfrutar las bendiciones de ciertos dioses si tenemos la cama llena de niños. ¿Cómo hicieron tus padres para concebirte a tí y a Kamil si compartian la cama con ustedes?
Rozemyne se quedó muda por un momento. En realidad, jamás se le había pasado la pregunta por la cabeza y ahora que lo pensaba... ¿cómo se las había ingeniado su padre para embarazar a su madre sin que ninguno de ellos lo notara?
Sacudió su cabeza con fuerza, sus padres teniendo sexo no era algo en lo que quisiera pensar, era desagradable.
–En todo caso, ¿puedo seguir adelante con mi pequeño proyecto con Letizia?
–Haré lo posible para ajustar nuestros horarios un poco más, si eso es lo que deseas, todas mis diosas.
Un beso en su frente y no pudo evitar frotar su rostro en el hueco entre el cuello y el hombro de Ferdinand con una enorme sonrisa en el rostro.
–Quiero que tú también pases tiempo con ella, por favor. Ya sea que la lleves de vez en cuando a alguno de los laboratorios o que toquen el harspiel juntos. Incluso podríamos ir a la playa una vez cada temporada solo para pasar tiempo juntos mientras caminamos y vemos el paisaje. ¿Tal vez debería introducir [trajes de baño] para este verano? Me gustaría tanto poder nadar y jugar con ustedes en el mar durante el verano...
Podía sentir la mirada de Ferdinand sobre ella. Luego el abrazo a su alrededor intensificándose un momento.
–No sé de qué estabas hablando al último, creo que podemos discutirlo mañana cuando nos tomemos un descanso en el despacho. Y ya que quieres que Letizia pase más tiempo con nosotros, ¿qué tal si le enseñas [japonés] a ella también? ya sea que lo aprenda bien o no, sería un tiempo que podríamos estar los tres juntos.
Lo abrazó con más fuerza, llenando su cuello y su pecho de besos antes de ir por sus labios, feliz de que él hubiera entendido su intención y no la censurara de inmediato. Ya tendría tiempo para pensar en los trajes de baño y algunas otras cosas que quería introducir. Tenían tiempo.
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El diseño de los abanicos estaba resultando ser todo un éxito. Incluso Ferdinand se pasaba por el taller para ver los avances de ambas en el primer diseño. Su marido parecía intrigado ahora, luego de que Rozemyne mencionara que se podía hacer un código oculto con los abanicos. Gestos de afeccto, invitaciones impropias, invitaciones para reunirse a hablar después, llamadas de atención, e incluso cortar una conversación o mostrarse ofendida. Por si fuera poco, los abanicos también podían utilizarse para bailar. Ferdinand no tardó en notar que incluso podrían ser utilizados como armas si en lugar de madera se utilizaba metal y se afilaban las puntas antes de esconderlas entre los encajes. Decir que Letizia lo había visto con miedo todo ese día era poco.
La tarde que habían terminado los primeros cinco diseños había sido un día ajetreado. Además de todas las obligaciones que ambos tenían como Aubs, Rozemyne envió una carta a Benno, solicitando una audiencia en territorio neutral (algún salón de té en el templo) para poder hablar sobre la producción en masa de este nuevo artilugio. En la carta solicitaba que estuvieran presentes algunos de sus Gutenbergs para que ellos se ocuparan de ver que los abanicos fueran creados sin mayor problema. También decidió agendar un tiempo dos días después para preparar a Letizia para presentarse ante sus Gutembergs, después de todo, si esta tendencia la presentaría Letizia y la joven aspiraba a ser Aub Alexandría dentro de algunos años, era mejor que fuera aprendiendo a relacionarse con los comerciantes.
–¿Qué es eso? –preguntó Ferdinand aquella noche, cuando llegó a la habitación que compartían con sus ropas de dormir y una bata ligera que le permitiera deambular por los pasillos de un piso al otro.
–Aceite aromático –respondió ella sin dejar de darle algunas vueltas a la botella de vidrio decorado que tenía entre las manos, mismo que dejó sobre su mesa de noche antes de mirar a su esposo–, llegas tarde, por un momento pensé que no vendrías a dormir.
–Gerlach no está tan lejos y el problema del Giebe tampoco era tan complicado para tener que dormir ahí.
Rozemyne sonrió, sintiendo como se sumía el colchón a un lado suyo debido al peso de Ferdinand sentándose junto a ella, entrelazando su mano con la que ella tenía sobre la cama y acunando su rostro, mirándola con afecto antes de acercarse a darle algunos cuantos besos lentos y dulces que la hicieron suspirar a pesar de ser cortos.
–Siempre dices eso y en ocasiones regresas un poco después de que el día cambie de fecha. Tienes que dormir adecuadamente, no me gusta que tengas que tomar pociones para funcionar bien el resto del día.
Él le sonrió de lado, besándola de nuevo antes de responderle sin dejar de juguetear con uno de sus cadejos, sus dedos todavía entrelazados con los de ella sobre la cama.
–No me gusta dejarte sola, en especial, no me gusta acostarme en una cama en la que no estés tú. Temo que me has malacostumbrado demasiado. Prefiero no dormir y volver tan pronto como sea posible a pasar la noche sin poder descansar a pesar de dormir en alguna parte.
Fue su turno de besarlo y luego sonreírle de corazón. Quería que él descansara lo suficiente... aunque también tenía problemas para dormir cuando él no llegaba antes de que ella cayera dormida.
–¿Puedo preguntar porqué tienes una botella con aceite aromático?
Rozemyne miró de nuevo la botella, sonriendo con repentina emoción.
–Había solicitado que lo prepararan hace tiempo. Me la entregaron hace una campanada. Pensé que tendría que esperar antes de usarla como es debido.
–¿Vamos a cocinar algo?
Una pequeña risa escapó de sus labios. Lo besó de nuevo y luego abrió su bata, antes de comenzar a desanudar la ropa de dormir de su esposo.
–¿Qué haces?
–Te quito la ropa, de hecho, ¿podrías desvestirte para mí y acostarte boca abajo en la cama?
Ferdinand la miró con extrañeza, luego la botella de aceite con desconfianza, haciendola reír. A fin de cuentas, su marido se despojó de sus ropas, de todas ellas y se acostó tal y como ella le había solicitado.
Rozemyne se retiró la ropa también, agradeciendo que el calor comenzara a sentirse ya en Alexandría. Tomó la botella y la destapó, permitiendo que un agradable aroma a hierbas flotara por la habitación antes de ponerse un poco en una de sus manos. Las frotó para calentar el líquido y luego se sentó sobre los glúteos de Ferdinand, riendo un poco al escucharlo soltar un leve quejido... después, el hombre no hizo más sonidos, ella había comenzado a pasear sus manos aceitadas sobre su espalda antes de masajear la piel y el músculo, poniendo especial atención en la espalda baja y los hombros del peliazul, pellizcando y rodando poco a poco la piel bajo sus manos, depositando un beso en la nuca de su esposo cuando se sintió satisfecha con su trabajo.
–¿Cómo te sientes ahora? –le susurró al oído, escuchándolo soltar un suspiro placentero antes de apoyarse en sus codos para erguirse un poco, mirarla y responder.
–Bastante ligero, en realidad. Justus me masajea un poco durante el baño, aunque nada como esto.
Sonrió complacida. Liesseleta y Grettia también la masajeaban durante el baño, sin embargo, era un masaje superficial, más enfocado a asearla que a relajarla por completo.
–¿Hay alguna otra parte que te gustaría que trabaje? –preguntó Rozemyne con entusiasmo, sentándose a un lado de él, tomando nota de la mirada con que él la estaba mirando ahora.
–¿Podría hacer lo mismo por tí ahora?
Ella aceptó con gusto, explicándole brevemente cómo utilizar el aceite y cómo saber donde poner algo más de presión para que el masaje fuera efectivo. Luego se recostó boca abajo, con sus brazos cruzados debajo de su rostro, respirando profundamente luego de escuchar el sonido de la tapa de cristal siendo retirada de la botella, deleitándose en el aroma, relajándose apenas sentir las manos callosas de Ferdinand sobre su espalda y parte de su peso sobre ella.
–¿Así está bien? –preguntó Ferdinand imitando los movimientos que ella había realizado previamente.
–Mhhh, ¡siiiii! justo así.
El calor del aceite se extendía lenta y constantemente sobre su espalda. Sus músculos tensos fueron trabajados de forma lenta y metódica. Poco a poco sentía como todo el estress acumulado por el trabajo se iba deshaciendo al igual que las pequeñas bolitas de tensión retenidas debajo de sus omóplatos y a lo largo de sus hombros.
Cuando el masaje terminó estaba tan relajada, que podría caer dormida en ese momento.
–Rozemyne, ¿podrías voltearte boca arriba ahora?
Habría hecho preguntas si su mente no estuviera casi en blanco. Se dió la vuelta sobre el mullido colchón, colocando sus brazos a ambos lados y tomando una inspiración profunda al notar el aroma del aceite esparciéndose una vez más.
Las manos de Ferdinand volvieron a sus hombros, bajando por sus brazos y luego masajeando su vientre y sus costados. Las manos y los dedos aceitados de su esposo comenzaron a esparcir el calor del aceite alrededor de sus senos poco a poco, intercalando con las atenciones a sus hombros y costados.
Entreabrió los ojos, observando que Ferdinand evitaba sentarse sobre ella ahora, poniendo todo su empeño en mimarla.
Cuando las manos de Ferdinand llegaron a la parte más alta de sus senos, se le escapó un gemido. Una diminuta sonrisa diabólica asomó a los labios de su hombre, el cual la miraba ahora, sosteniéndole la mirada apenas un poco antes de retirarse de la cama para ponerse algo más de aceite en las manos.
Ferdinand comenzó a masajearle las caderas. Le masajeó un muslo y luego el otro, intercalando entre uno y otro conforme se acercaba poco a poco a su entrepierna, excitándola por la anticipación de sentir su tacto sobre sus pliegues, suspirando cuando los dedos de él rozaron su zona más íntima sin dejar de trabajar en sus muslos en ningún momento.
–¡Ferdinaaaan! –gimió ella en un suspiro, llamando la atención de él y notándolo sonriendo abiertamente de forma maquiavélica.
Entonces sintió algo distinto. Algo aún más excitante que la anticipación a sus caricias.
Mana.
Ferdinand había comenzado a esparcir una fina capa de mana sin detener sus manos, masajeándola desde la mitad del muslo hasta sus hombros, arrancándole gemidos cada vez más altos y largos hasta que no pudo más. Estirando su mano lo suficiente, Rozemyne lo tomó del miembro con firmeza. Él estaba más que listo... tal vez tanto como ella.
–Muy bien, Aub Ferdinand, manos arriba en este momento.
–¿No le gusta el masaje, Aub Rozemyne?
Él levantó sus manos y ambos se enderezaron sin que ella lo soltara, besándolo antes de sentarse sobre él para comenzar a moverse despacio.
–Sabes que si.
Lo besó en el cuello y en los hombros. Enredó sus manos en su cabello suave por el rinsham. Disfrutó la sensación de las manos de él recorriendo su espalda y sujetándola por detrás, soltándole algunas descargas de mana en el proceso y arrancándole más gemidos de placer.
Estaba ocupada besándolo, recreándose en las sensaciones dentro y fuera de su cuerpo, en la piel y el cabello en sus manos cuando sintió como giraban apenas un poco y luego, era como si hubiera saltado, aferrándolo con fuerza del cuello y los hombros, riendo nerviosa al notar que Ferdinand estaba de pie, sosteniéndola de los muslos sin dejar de sonreír con socarronería.
La ayudó a moverse sobre él. Sus piernas buscaban en vano un apoyo. Terminó cruzándolas en la cintura de Ferdinand para mantener el equilibrio y disfrutar del vaiven en lugar de preocuparse por caer al suelo. Entonces, en algún punto, estimulada por el mana y las sensaciones su cuerpo llegó al clímax, haciéndola soltar un gemido un poco largo y agudo.
Ferdinand volteó entonces, depositándola en la cama todavía de pie, sin soltar sus caderas. Ella alcanzó una de las almohadas para tratar de acomodarlas debajo, un pequeño apoyo para mantener la altura sin lastimar su espalda. Ferdinand le solicitó la otra almohada y la ayudó a acomodar ambas, después, sin soltarla del todo comenzó a bombear con más fuerza, incrementando la velocidad antes de usar su mano izquierda para pintarle el vientre y los senos con mana, masajeando su pecho para excitarla justo antes de estimular su clítoris.
Un segundo orgasmo la golpeó con fuerza, forzándola a arrugar las sábanas debajo de ella al necesitar aferrarse de algo.
–Rozemyne, voy a voltearte, procura doblar tus rodillas para sostenerte sobre las almohadas.
Ella asintió cuando pudo hacerlo, respirando con dificultad antes de sentir como Ferdinand salía de su cuerpo, la tomaba de las piernas para descruzarlas y luego la giraba, ayudándola a apoyar sus rodillas en la orilla de la cama en tanto parte de su vientre quedaba apoyado en las almohadas y la parte alta de su torso seguía descansando sobre el colchón.
Un pie más grande que los de ella se asentó a un lado de una de sus piernas, luego sintió a Ferdinand entrando de nuevo, haciéndola gemir por la posición. Era como si estuviera pintando con mana una parte de su interior con cada penetración, rozando y estimulando un punto específico cerca de su entrada, haciéndola gemir y suspirar sin que pudiera evitarlo, sintiendo como algo cálido se construía con rapidez en su interior y la anticipación de lo que vendría se apoderaba de ella.
–¡Oh dioses! –murmuró ella de pronto–, ¡Oh dioses!
–No deberías rezarle a los dioses ahora, no son ellos, los que se están ocupando, de complacerte.
Las manos de su marido la seguían pintando y masajeando en los gluteos y la espalda, excitándola hasta que no pudo contenerse más, justo después de que él acelerara de manera considerable.
Ambos gimieron de pronto. La voz de Ferdinand uniéndose a la de ella en un gruñido bajo y gutural apenas un par de segundos después, embistiéndola todavía con fuerza a intervalos cada vez más espaciados, rozando sin parar aquel punto de placer que parecía apagarse poco a poco hasta que él se detuvo, abrazándola, despejando el cabello pegado a su cara y besándola en la mejilla con tanto amor, que podía sentir un par de lágrimas traidoras escaparse de sus ojos.
Levantó una mano para retener el rostro de su amante contra el suyo, sonriendo complacida y exhausta ahora.
Ferdinand se encargó de asearlos a ambos con washen antes de salir de ella, ayudándola con dificultad a acomodar las almohadas y meterse debajo de las sábanas. El hombre estaba tan exhausto, que por un segundo le recordó el estado en que lo había encontrado dentro de la cámara de la piedra fundacional de Arsenbach... claro que, en aquella lejana ocasión, Ferdinand había estado pálido, no sonrojado y sudoroso. Lo recordaba demacrado y débil, no sonriente y somnoliento como estaba ahora... aquella vez tampoco estaba desnudo como ahora.
Se abrazó a él, aspirando el aroma de Ferdinand entremezclado con el suyo y con el de las hierbas del aceite aromático. Si los masajes iban a terminar con un final así de feliz, tal vez debería instaurar un día cada tanto para disfrutar de esto, incluso podría ordenar otros aromas, claro que eso, era un asunto que trataría en otra ocasión, cuando Schlatraum no estuviera reclamándola de manera tan convincente y apurada como en ese preciso momento.
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Notas de la Autora:
¡Y al fin logré terminar este capítulo! ¡Hurra!
Esta ha sido una semana de lo más ajetreada llevando y trayendo a mis hijos a la escuela y a mi marido al trabajo. Sin olvidar que aun seguimos preparando materiales escolares para mis hijos. El regreso a clases es duro para cualquiera, en mi caso, intento no fallar demasiado como ama de casa y me preparo para escribir mi próxima novela en Noviembre, en lo que espero a que mi editora me pase sus observaciones para editar el siguiente libro que publicaré antes de Navidad, jejejeje. Estoy emocionada. Soy escritora de fantasía y pronto estaré trabajando mi tercer novela y escribiendo el manuscrito de la quinta.
También he estado leyendo demasiados fanfics de este fandom. Hacía tiempo que no estaba tan obsesionada con una historia... la última vez estaba más obsesionada con personajes que con una historia en sí, en todo caso, espero no quedarme sin ojos de tanto leer, jajajajajaja, estoy disfrutando demasiado con las creaciones de mis colegas fanfickers que rondan la red.
Y bueno, espero que este capítulo les alegre su fin de semana.
Cuídense mucho, descanse bien y recarguen pilas para regresar a la semana laboral, miren que los fines de semana duran menos de lo que debieran. Dreganhur, por favor, apiádate de nosotros y haz que el tejido vaya un poco más lento.
SARABA
