Los Dioses del amor
Tus besos
Su esposa cerró su libro de repente, dejando un dedo en el medio de las páginas para señalar donde se había quedado.
Ferdinand terminó de hacer un par de anotaciones más en su cuaderno de investigación justo antes de devolver la mirada de aquel par de ojos dorados que lo observaban con insistencia.
–Si tuvieras que poner un nombre a cada tipo de beso, ¿qué nombres les pondrías?
La observó desde el otro lado del escritorio, notando que el libro en sus manos era la última novela de romance de Elvira. ¿Acaso estaba poniendo algo tan descarado como la descripción de un beso en sus libros?
–No sé, ¿por qué tendría que poner nombre a los besos?
Rozemyne se sonrojó al instante, desviando la mirada un par de segundos antes de sonreírle de forma rara. No podía darle un nombre específico al gesto más allá de desordenado.
Ferdinand golpeó lentamente su sien con dos de sus dedos, pensando un poco en el tema. ¿Sería que ésta era otra extraña maniobra de todas sus diosas para conseguir contacto físico?
No pudo evitar sonreír divertido, dejando su pluma en medio de las hojas de su cuaderno de investigación antes de ponerse en pie para caminar hasta la silla donde Rozemyne permanecía sentada sin dejar de observarlo. Se agachó entonces, tan cerca que podía apreciar el delicado aroma a rinsham floral de su cabello, con la suficiente distancia para observar todo el rostro de su esposa aún tintado con el noble color de Gedhuld.
–¿Es algo que hacían en tu mundo de sueños?
Ella asintió, colocando un marca páginas a su libro antes de incorporarse también, tomándolo de los hombros a lo que él respondió sosteniéndola por la cintura, girando al ritmo que ella había llamado vals, deteniéndose apenas ella se puso en puntas para frotar la punta de su nariz con la de él.
–Este es un beso [esquimal] –explico Rozemyne antes de frotar su mejilla contra la de él–, a este le llamaban beso de mariposa.
Sentir su mana sobre su piel, la textura de la misma y percibir su aroma eran suficientes para acelerar un poco su corazón. Mentiría si dijera que esto era inútil. En realidad le parecía divertido.
–¿Hay más?
Rozemyne le sonrió, sosteniéndolo por la ropa y obligándolo a agacharse lo suficiente para juntar los labios de ambos en una caricia de bocas cerradas.
–A este le decían beso casto.
–¿No te parece que está equivocado el nombre? ¿Cómo podría ésta invitación a la intimidad considerarse casto?
–Porque nuestras bocas están cerradas –justifico la peliazul entre risitas suaves–, siéntate, te daré un beso [francés].
Por como habían girado, Ferdinand solo tuvo que apoyarse la mesa y el respaldo de la silla tras él para poder sentarse sin dejar de ver a su mujer.
Rozemyne acunó su rostro, acercándose a con lentitud en tanto frotaba su dedo pulgar contra el labio inferior de él, guiándolo para que abriera un poco la boca antes de hacer contacto.
El dulce sabor del mana de Rozemyne lo invadió como el hielo de Schneeast durante una tormenta invernal en una casa con las puertas y ventanas abiertas. La lengua de su esposa danzaba con la suya despacio, su boca haciendo una leve succión que le exigía un beso húmedo, pasional y cargado de mana dulce y reconfortante.
Cuando ella lo liberó del beso y se alejó, él abrió los ojos, suspirando al sentir su corazón latiendo más rápido y sus manos ansiosas. Su cuerpo entero había despertado y ahora deseaba tomarla.
¿Debería llevarla de nuevo a su cuarto oculto? No habían pasado ni cuatro días desde que su adorable gremlin con la pinta de un shumil irrumpiera en otro de los laboratorios cubierta por un amuleto de Verbenger para obligarlo a prestarle atención… todo tipo de atención.
–Ese me gusta –confeso Ferdinand antes de tomar a Rozemyne de las manos para jalarla a su regazo, abrazándola y ocultando el rostro en su cuello, tratando de calmarse para no cometer una locura en horas en las que, sabía, había otros eruditos, caballeros y asistentes en el edificio todavía.
–Lo sé, yo también disfruto mucho con ese.
–¿Hay más, además de esos?
–Los hay, pero tendría que retirar mi ropa interior para darte los nombres y la demostración, hay uno para el que tendríamos ya pasaron varios días, pero no creo que te agrade.
La miró con el entrecejo arrugado, no muy seguro de querer indagar más en el asunto.
La sintió recargarse contra su pecho, de modo que reajusto su postura y sus brazos alrededor de ella para acunarla cómo cuando era más pequeña.
Recordaba con claridad que la atracción que había sentido por ella mientras estaban en el templo era fascinación por su mente y nada más, quizás un poco de curiosidad por como parecía funcionar su cuerpo, como si fuera un sujeto de investigación al cual podría disectar una vez desentrañados todos sus secretos en vida… este deseo físico de cercanía había nacido apenas verla con un cuerpo adulto y bien proporcionado, luego de una larguísima ausencia a la cual no deseaba someterse jamás.
La sintió frotar su rostro contra su pecho, inhalando profundo, como si quisiera grabar su aroma en su recuerdo. Tuvo que sonreír. Ésta era la razón de que todas sus diosas fuera la única que pudiera determinar en pocos segundos si había tomado pociones, cuántas y de que tipo sin tener que mirarlo siquiera.
La puerta se abrió.
Raimund entró de manera descuidada sosteniendo unos papeles, deteniéndose frente a ellos sin ponerles la más mínima atención.
Rozemyne se revolvió un poco entre sus brazos. Él afianzó su agarre, haciendo un leve sonido de shhh con los labios entreabiertos para tranquilizarla. Nadie podría decirles nada si decidía tomar un descanso con ella por dos razones: ambos eran Aub Alexandria a ojos de sus súbditos y solo la estaba abrazando. Hacía un par de meses que hacía cosas más vergonzosas y faltas de decoro con ella a plena vista, un abrazo era lo de menos.
–Aub Ferdinand, parece que las semillas reaccionan diferente a los estímulos con mana de atributo de Aire que con el resto de los…
El chico guardó silencio. Ferdinand lo miró entonces con una sonrisa noble, notando cómo su protegido temblaba un poco, devolviéndole una sonrisa social y dando un paso atrás.
–¿Interrumpí algo?
–Aub Rozemyne y yo estábamos tomando un descanso justo ahora.
–Entiendo… ahm… avisaré que no estará disponible por los próximos…
–Media campanada será suficiente, gracias Raimund. Si no pueden continuar con la experimentación de mana en las semillas, procedan a verificar los componentes, afinidades y reacciones a los elementos con los minerales de la segunda caja de muestras.
–Como ordene, Aub Ferdinand.
El chico salió con apuro de ahí. Ferdinand lo escuchó dando indicaciones a los guardias apostados en la puerta y luego sintió la mirada cortante de su cuñado Cornelius. Una suerte que Ekchart estuviera de guardia también en la puerta, debió ser él quien cerró la mirilla de la puerta con una tabla de madera para darles privacidad.
–Así que, ¿media campanada?
–Parece que iniciaste una investigación conjunta conmigo… aunque no es necesario registrar los resultados está vez, ¿no estás de acuerdo?
Su mujer soltó una risita que lo relajó de inmediato, luego se enderezó para verlo a los ojos. Poner nombres a los besos le parecía una idiotez, pero podría sacar provecho de ello y disfrutarlo, ¿no?
Con delicadeza la tomó de la mano, guiándola hasta sus labios para besarla sin dejar de verla a los ojos, tomando nota de cómo se sonrojaba está vez.
–Este podría ser el beso de Schutzaria, es lo más casto que podría imaginar, ¿tú no?
Notó el brillo iluminando sus ojos y una sonrisa satisfecha floreciendo en sus labios.
Acunó sus mejillas con ambas manos, acercándola hasta posar sus labios en la frente de Rozemyne, besándola con calma, disfrutando del breve contacto con su piel.
–Y este el beso de Mestionora.
–Es un nombre adecuado –respondió ella, encerrando las manos que la acunaban con las propias, acercándose a él para besarle la mejilla con afecto–, ¿y este?
–¿Qué tal, el beso de Eflorelume?
Ella sonrió, calentando su corazón antes de acercarla y depositar en sus labios lo que ella había denominado antes como un beso casto.
–Este debería ser el beso de la diosa de la luz. No debería practicarse a menos que la pareja esté casada.
–¡Eres un aguafiestas, Ferdinand!, me diste uno de estos antes de casarnos.
Una sonrisa retorcida se le escapó en ese momento. Sus dedos pellizcaron una mejilla suave y la escuchó quejarse por ello.
–No es mi culpa que ALGUIEN acabará con todo mi autocontrol.
Ella se rio cuando la soltó, sobando su mejilla ofendida antes de abrazarlo por el cuello para poder besarlo de nuevo, ingresando su lengua en lo que antes había llamado beso francés.
–Entonces este debería ser el beso del dios oscuro, ¿no, Ferdinand?
Él asintió. Esto era divertido, de hecho había dejado de parecerle estúpido.
Se besaron de nuevo. Ferdinand comenzó a succionar despacio el labio inferior de Rozemyne, robándole pequeños gemidos en el proceso, antes de morderla con suavidad, jugando aún con ese mismo labio antes de alejarse, dando un pequeño jalón, sonriendo complacido al ver el enorme sonrojo atravesándole el rostro, notando que la respiración de su esposa se había vuelto errática.
–Este podría ser el beso de Leidenshaft, a menos que tengas una mejor idea –bromeo Ferdinand, disfrutando bastante notar a su esposa tratando de reacomodarse o ganar control sobre su cuerpo.
–¿Cómo le pondrías a éste entonces? –pregunto Rozemyne con una voz que lo hizo estremecer.
Los labios suaves y carnosos de Rozemyne se posaron en la base de su cuello. Podía sentir la lengua de su esposa haciendo un leve contacto mientras succionaba despacio, provocando que el mana de Ferdinand se moviera impasible y su espada despertara por completo, anhelando de pronto la calidez y humedad del cáliz de su Gedulhd.
–Chaosipher… o bien de Bremwärme… es un beso peligroso.
–Brenwärme entonces, veo que he encendido sus fuegos en ti, mi Dios Oscuro.
Podía sentir el calor subiendo a sus orejas ante el comentario. Se sentía extraño que su amada admitiera notar su espada cuando aún traían ropa… fuera de su habitación.
Decidió voltearla, retirándole el cuello con mangas que mantenía oculta su espalda y sus hombros, aprovechando su cabello levantado para crear un camino de besos por su columna, desatando con presteza los lazos del corsé que la joven llevaba puesto sobre el vestido en turno, aflojando este ultimo en el proceso.
–¡Ferdinaaaaand! ¡Tu mana me hace cosquillas!
–¿Es así? –se mofo él, reteniéndola por la cintura con la zurda y acariciando sus pechos con la diestra–, tal vez ya no estoy interesado en este juego de solo besos.
Siguió besándole uno de sus hombros, mordiéndole despacio y con suavidad. Su mano derecha había abandonado sus senos para recorrer un muslo sobre la tela de la falda, jalando hasta sentir piel cálida y suave, enjaulada por un par de amuletos… ¿Dónde estaba la ropa interior de Rozemyne? ¿Y el listón que debía mantener sus calcetines en su lugar?
–¿Notaste algo… interesante, Feeerdinaaand?
Quería tumbarla en la mesa de anotaciones y reclamar las bendiciones de Bremwärme, estaba considerando seriamente como asegurarse de que la puerta no se abriera cuando su esposa escapó de entre sus brazos.
Lo miraba sonriendo divertida y sonrojada, sus ojos nublados, un espejo de sus propios deseos según podía notar. Ella sonrió aún más antes de tomar su falda y levantarla despacio frente a él. Ferdinand se agarró con fuerza de la mesa y el respaldo para mantenerse en su lugar, sintiendo como su corazón se aceleraba con cada centímetro que esa maldita falda seguía subiendo.
Las calcetas eran semitransparentes, podía apreciar diseños de flores cubriendo parcialmente las piernas de su diosa hasta debajo de las rodillas. Ahí estaba el listón que debía sujetarlas en su lugar… y luego lo notó, un par de correas negras se ajustaban arriba de sus rodillas, sosteniendo sus calcetas.
Ferdinand se mordió el labio, no podía ver ninguna tela en ese par de muslos que conocía de memoria. Divisó poco a poco los amuletos que había hecho para que ella llevará escondidos, a juego con los que portaba más abajo en los tobillos. Hermosas cadenas doradas creadas con su mana sujetaban pequeñas escamas blancas alrededor de la piel pálida que nunca había sido tocada por el sol. Llevaba 4 en total, 2 en cada pierna, pero la falda seguía subiendo y no había rastro de la ropa interior de su diosa de la luz.
La idea de que esta mujer podría haberse estado paseando por el despacho, el comedor, la sala de reuniones y la biblioteca antes de acudir a él sin nada debajo provocó que su espada se moviera inquieta, su corazón se acelera y todo su cuerpo lo urgiera a reclamar a esta mujer escandalosa y desvergonzada a la cual amaba con locura… al menos, hasta que los pétalos de hilo de pequeñas flores azul claro como su cabello asomaran, decorando una bombacha cuyo largo era casi nulo.
Rozemyne subió más su ropa, mostrando como su pequeña ropa interior solo cubría el área alrededor de sus caderas. Peor aun, la tela solo cubría su flor y un poco de encrespado vello azul medianoche, el resto de la prenda iba a juego con las calcetas, dejando ver más piel de la que cubría con sus patrones florales.
–¿Te gusta? –pregunto todas sus diosas con un toque de picardía.
–¡Son escandalosas! ¿Qué tenías en la cabeza cuando mandaste a hacer semejantes prendas?
–A ti.
Su mente quedó en blanco por un momento.
Esa ropa estrafalaria y desvergonzada… sugerente… lasciva… ¿Era para él?... ¿Era está la razón de que su esposa decidiera leer su última adquisición en el despacho del laboratorio y no en la biblioteca? ¿Era por esto que había sugerido nombrar…
Su tren de pensamiento fue cortado. Rozemyne ya no se encontraba de pie frente a él mostrándole su ropa interior sin un solo ápice de decencia, no, su mujer estaba de rodillas, afanada en complacer su espada usando solo su boca, robándole el aliento y devolviéndolo a la realidad.
–Este puede ser el beso de Gedhuld, ¿No crees, Ferdinaaaand?
No pudo responder, ella lo había engullido de nuevo, mimándolo tanto que lo único que salía de entre sus labios eran suspiros, un vano intento de contener los gemidos provocados por ella.
Se concentró en activar el manos libres, Ekchart no le diría nada, pero Cornelius lo tomaría a mal si los escuchaba.
–¿Tanto estás disfrutando este beso, mi Dios oscuro? –la escuchó burlándose en el oído. Ella también había activado su manos libres entonces.
–Tanto que me parece injusto.
–¿El qué?
La tomó del rostro, guiándola hasta su boca para poder besarla antes de tomarla de las asentaderas para cargarla lo suficiente como para sentarla en la mesa, levantar el vestido de nuevo y jalar hacía un lado la pequeña ropa que no cubría lo suficiente la entrepierna de Rozemyne.
La besó en los pétalos de la flor. Lamió el interior de sus muslos. Introdujo su lengua en el cáliz y luego de escucharla gemir, comenzó a usar su boca y sus dedos en las formas que, sabía por experiencia, su diosa encontraría más placenteras, deleitándose al escucharla gemir en su oído, incorporándose para besarla en los labios y observarla en tanto sacaba sus dedos con lentitud.
–¡Ferdinand, no! –se quejó ella.
Él le dedicó su mejor sonrisa de Rey Demonio antes de llevar sus dedos a su boca, relamiendo la dulzura con que el mana de Rozemyne los había empapado, notando el rostro sediento de la peliazul.
–Según tú, ese debería ser el beso de Ewigeliebe entonces, ¿o me equivoco?
Ella lo atrajo con manos y piernas, besándolo con desesperación, aferrando su espada con una mano para guiarlo al borde de la mesa. Ella se reacomodo, sentándose tan a la orilla como le fue posible antes de apresarlo con las piernas.
Su espada estaba en el cáliz. Casi podía sentir el fondo mismo cuando la sintió estremecerse, pellizcándole la espalda con fuerza y gimiendo sin más.
Apenas el agarre se soltó alrededor de su cuerpo, Ferdinand comenzó a bombear con desesperación, cargándola para evitar que la mesa siguiera crujiendo y haciendo sonidos que pudieran descubrirlos. La ayudó a mecerse entonces con tanta fuerza como le era posible antes de sentarse de vuelta en la silla, apretándola contra él, besándola con demasiada necesidad, sintiendo como las piernas de su diosa dejaban de encerrarlo para reacomodarse a ambos lados de su asiento.
–¿Hace cuánto que planeas seducirme en mis laboratorios? ¿Hm?
Ella lo besó un par de veces con menos ímpetu antes de responder, incapaz de fingir inocencia o desconcierto.
–En realidad, planeaba hacer esto en la biblioteca. El sofá donde me gusta leer es más mullido que tú mobiliario.
La observó un momento antes de sentirla moverse de nuevo.
Se veía un poco despeinada, con los hombros descubiertos y algunas manchas rojizas asomándose en ellos. Sus manos lo sujetaban con fuerza de los hombros para llevar el ritmo. Sus ojos mostraban el mismo fuego cargado de pasión que ardía en él.
El peliazul alargó una mano, bajando la tela que mantenía oculta la ropa interior y los senos de su esposa. Bajó la tela que había debajo, deleitando sus ojos en el sutil bamboleo de aquellas curvas suaves y erectas antes de reclamar una con sus labios, ayudándola a moverse más rápido aún.
Esta vez no solo la escuchaba gimiendo con apuro en sus oídos, también sentía la calidez de su aliento acelerando el proceso por el cual podría desahogarse y desatar sus sentimientos dentro de ella.
–Te amo, Rozemyne.
Ella lo empujó contra el respaldo, reclamando sus labios y moviéndose con calma, retorciéndose de pronto ante su propio placer. Cuando la joven recobró el aliento se separó de él, retirándole con presteza el pañuelo que cubría su cuello, luego desabotono la parte de arriba de su camisa, abriendo lo suficiente para dejar su cuello y sus clavículas expuestas antes de lanzarse por su cuello y moverse más rápido.
Él la abrazó. Sintiendo que no duraría demasiado, sacó un par de clips y adornos del cabello de su esposa para enredar sus dedos en su cabello, hundiendo su nariz entre ellos antes de ser inundado por placer, soltando un gruñido fuerte cuando ella mordió la piel que había estado succionando con deleite.
La apretó más contra sí. Sentirla apretándose de nuevo, convulsionando con fuerza alrededor de su espada era un suplicio dulce y doloroso a la vez, aún así no la alejó, esperó a que ella terminará, a qué recobrará el aliento y luego cantó washen para tratar de que ambos estuvieran un poco más presentables.
–¿Qué voy a hacer contigo, hm? –suspiro Ferdinand antes de depositar un beso en la coronilla azul de Rozemyne–, no es correcto que hagamos estás cosas fuera de la habitación.
–No fue lo que me pareció el día que me llevaste cargando a tu habitación oculta.
Sonrió divertido antes de cubrir su cara con una mano. Sin importar que estúpida idea se le ocurriera a esta mujer en particular, su vida no había tenido nada de aburrida desde que la conociera… y no podía ser más feliz tampoco, sin importar cuántas reglas rompiera con ella.
–Sabes que Cornelius va a montar un verdadero escándalo si se le ocurre asomarse por esa mirilla, ¿verdad?
–También se que el hermano Eckhart no le va a permitir asomarse, además pienso darles el día de mañana a él y a Leonore.
–¿En verdad?
–¿Por qué no? Leonore quiere tener un hijo pronto, no podrá hacerlo si no les doy oportunidad, ¿no crees?
Ferdinand la tomó de la barbilla, obligándola a hacerse un poco hacia atrás aún si el movimiento se le hacía incómodo por seguir en su interior, mirándola a los ojos con una sonrisa socarrona.
–Dale a Leonore ropa interior como la que traes puesta, te aseguro que no tardará mucho en quedar embarazada
Cuando la vio sonrojarse por completo sintió que había ganado.
La curó entonces. Por mucho que le gustará verla llena de sus marcas, Aub Alexandria no debía mostrarlas a nadie. La instó a ponerse en pie para poder arreglar su propia ropa, observándola mientras cubría su pecho y se ponía de nuevo las mangas y el cuello de su vestido, después la ayudó a reajustar la espalda de su ropa y le sonrió antes de robarle un beso de esos que ella había llamado "casto" antes de que empezará toda esa locura. Tal vez el nombre no le quedará tan mal a ese beso si lo pensaba ahora.
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Notas de la Autora:
No pude esperar hasta el sábado T _ T shame on me! en todo caso, espero que disfrutaran esto.
¿Qué porqué Rozemyne le preguntó de repente sobre los besos? bueno, por un lado sabemos que no comprende todos los nobles eufemismos que utiliza Elvira en sus novelas románticas. Por el otro lado, podemos afirmar que sus "ayudantes para hacer manuales" comentaron que sería bueno tener una sección sobre besos al inicio del primer manual... así que ahí los tienen, jejejejeje, Ferdinand ha sido engañado para cooperar en la creación del volumen 1 del manual del amor... esperemos no se entere demasiado pronto, muajajajajajajajajaja.
A todos los que han dejado comentarios, dado follow o favorite, mil gracias por su tiempo, me hace muy feliz saber que este fanfic está gustando, y bueno, tenemos un largo camino por delante todavía, quiero aprovechar que estoy más que obsesionada para explorar diferentes escenarios, tiempos y edades... no se preocupen, ningún menor de edad según las leyes de Yurgesdmith aparecerá haciendo cosas para mayores de edad en esta historia, miren que por eso me brinqué toda la novela y el Side Story de Hannelore.
SARABA
