Los Dioses del Amor

SS Eckhart & Angélica. Un matrimonio de verdad.

La primera vez que conoció a Rozemyne no era más que un mocoso en la Academia, demasiado preocupado por perder a Lord Ferdinand por las constantes maquinaciones de la odiosa primera dama de Erenfhest. Era algo que no podría soportar, así que se aseguró de mostrar su descontento sobre la extraña joven que no dudaba en acercarse a su señor con descaro por 3 días. Los dioses intervinieron y así como todos los involucrados, perdió todo rastro de sus recuerdos.

La segunda vez que conoció a Rozemyne, ella era solo una niña plebeya con devorador que, en apariencia, no representaba ninguna amenaza para el hombre a quien le había dado su nombre.

Con el tiempo, la niña fue adoptada por su familia. Aún así, a pesar de ayudar a sus padres a mantener la historia de que era hija de su padre, el no la veía como alguien importante. Era amable con ella porque la criatura no le había echo nada ni a él, ni a Lord Ferdinand, ni a los Linkberg.

Su "hermana" pasó a ser suma sacerdotisa y luego a ser adoptada por el Archiduque de Erenfhest. Le tenía un poco más de aprecio para ese momento. La pequeña niña con

reminiscencia a Mestionora había logrado que su señor llevará una vida mucho más sana. Era toda una hazaña… o eso pensó.

Cuando su hermana asistía a su segundo año en la Academia Real, Lord Ferdinand fue convocado por ella al Templo por un asunto que la había sorprendido.

Estando ahí, la niña le concedió permiso a Lord Ferdinand y a Justus de mirar en la biblia. Eckhart no supo que era, pero lo que fuera, había preocupado a su señor. Justus no lo había notado en absoluto.

–No podemos hablar de esto con nadie. Lo entiendes, ¿verdad? –le había dicho su maestro a la niña con calma, antes de dejarlos atrás para entrar con ella y el libro en el cuarto oculto.

Ambos permanecieron ahí por una campanada entera, tal vez más, luego de eso, habían vuelto al castillo dónde Lord Ferdinand había regañado por bastante tiempo a su hermano mayor, el Aub de Erenfhest.

Todo iba bien, al menos, hasta que los tres salieron para dirigirse a la mansión de Lord Ferdinand.

–Eckhart, ¿qué es lo que sientes por Lady Rozemyne?

–Le estoy agradecido por cuidar de usted, mi Lord.

–¿Algo más?

El caballero había considerado la pregunta mientras Justus hablaba bien de ella, de lo interesante y competente que era la pequeña, de su intención de protegerla siempre que no tuviera que elegir entre ella y Lord Ferdinand. Al final, Eckhart respondió con sinceridad.

–Es una hermana menor agradable a la que le tengo algo de aprecio, mi Lord. Usted sigue siendo más importante para mí, en todo caso.

Lo observó dándose algunos golpes en la sien, pensando antes de mirarlo decidido.

–Si alguna vez llego a ponerla en peligro de algún modo, quiero que me detengan. Si por cualquier situación tomo su vida, abandónenme. Su vida es más valiosa que la mía, solo necesita seguir una guía adecuada.

Tanto Justus cómo él se habían mirado el uno al otro sin comprender nada. Aún así, adoptaron una posición de sumisión y juraron seguir sus órdenes. Fue esa noche cuando a Eckhart le quedó claro que para proteger a su señor, debía proteger también a su hermana.

No estaba equivocado. Ella lo arriesgó todo para salvar a Lord Ferdinand, lo aceptó como prometido cuando fundó un nuevo ducado e hizo cuánto pudo para no dejarle a Lord

Ferdinand todo el trabajo del territorio sobre sus hombros. Luego lo convenció a él mismo de casarse de nuevo y volver a aceptar a Angélica.

Su pequeña hermana se preocupaba demasiado por los demás y él la respetaba por eso. Con el tiempo, había comenzado a apreciarla de verdad como al resto de sus hermanos, llegando al punto en que daría la vida por ella también. Era una pena que no pudiera entregarle su nombre a ambos.

Su hermana y Lord Ferdinand unieron sus estrellas no mucho después de que ella concluyera su sexto año de estudios. Y él se casó con Angélica durante el verano siguiente a la conferencia Archiducal de ese año.

Estar casado con Angélica era interesante. Su esposa y él entrenaban a diario toda la primera campanada sin falta. Luego servían a sus amos y al volver a casa, solían hablar sobre lo que habían observado o hecho.

Él aprovechaba para relajarse después de la cena mientras ella se entretenía bordando círculos mágicos que hubiera encontrado interesantes. Estaba seguro que después de sus Aubs, nadie estaba tan protegido como ellos dos. Angélica bordaba no solo en las capas de ambos, también ponía círculos mágicos en la ropa de ambos y les colocaba hermosos diseños complicados para que fuera imposible notarlos siquiera.

Su esposa era tan hermosa como una muñeca fina de aparador. Era más hermosa de lo que había sido Heidemarie a su edad. A veces pensaba que las dos se habrían llevado bien. La chica era fácil de tratar, tenía unos reflejos impresionantes para proteger a otros y su aparente falta de comprensión por cosas complejas como política e indirectas nobles la hacían parecer adorable. Heidemarie la habría mimado muchísimo y seguro que también le habría dado alguno que otro sermón para luego consentirla con dulces y ropa bonita.

–¿Lord Eckhart sabe porqué en el palacio todos hablan a escondidas de la intensidad del invierno en la habitación de mi señora? –había preguntado Angélica una mañana, antes de la segunda campanada.

La caballera se había mostrado mucho más violenta y letal que en entrenamientos previos, cosa que él pagó con algunos cortes y varios moretones nuevos.

–¿Te molesta lo que escuchas? –pregunto él conforme volvían a casa para asearse, tomar el desayuno y prepararse para el día.

–Si, es solo que… no entiendo porque todos parecen tan… extrañados. ¿Es tan malo recibir con frecuencia el invierno?

No supo cómo sentirse al darse cuenta de que, fuera de los entrenamientos o las curaciones mutuas, no la había reclamado.

No es que no la encontrará atractiva, es que incluso verla cambiarse de ropa se sentía tan natural, que no la había mirado con una doble intención y ella no había intentado seducirlo en ningún momento.

–¿Quieres experimentar el invierno, Angélica?

Ella se había sonrojado con una sonrisa tan tenue, que había acelerado su corazón solo con eso, haciéndolo olvidarse de Heidemarie por primera vez.

–No quiero ser una carga para Lord Eckhart… o interferir en sus asuntos. Si Lord Eckhart no desea el invierno, estoy bien con eso. Disfruto mucho hacerme más fuerte a su lado y compartir una casa, Lord Eckhart.

Nunca se había sentido tan miserable antes como ese día de otoño.

El siguiente día de la tierra, cuando ambos tuvieron su día libre, Eckhart la ayudó a preparar una poción de sincronización. Horas después la había desflorado teniendo en cuenta su experiencia previa con su difunta esposa.

Trató de ser gentil.

Se contuvo hasta que ella pudo asimilar la sensación de su espada en el cáliz y se movió despacio, intercambiando algunos besos y nada más.

Por supuesto, la carga de Geduldh no vino luego de aquel encuentro. Él se había asegurado de tomar té especial toda la semana previa para asegurarse. Angélica solo quería experimentar, no convertirse en madre y dejar su puesto. Si bien la vida volvió a la normalidad, su esposa dejó de llamarlo por un título luego de aquella vez. Ya no se contenía al entrenar y su mirada lo seguía mientras ambos se cambiaban sin decir palabra alguna. Incluso se mostraba más solicita para curarlo.

Fue así como llegaron las prácticas de baile. Angélica parecía esperarlas con ansias. Incluso la había visto practicar sus pasos un par de veces durante la noche, cuando sus asistentes los dejaban solos y ella parecía considerar que él estaba demasiado ocupado para notarla.

El día del baile, Angélica se había visto tan hermosa y graciosa, con sus movimientos elegantes y perfectos, portando esa brillante sonrisa de felicidad, que Eckhart perdió el aliento y el paso un par de veces por contemplarla. Esa fue la segunda vez que llegó el invierno, está vez en la habitación de Eckhart, quien estaba sorprendido y complacido de que ella tuviera varias pociones de sincronización ya preparadas desde antes.

Cuando despertó aquella mañana, con la joven desnuda a su lado, notó algo raro en ella. Angélica no era una persona muy reflexiva, tanto él como la espada con la voz de Lord Ferdinand solían reprenderla o guiarla por su falta de interés en asuntos de intelecto.

–¿En qué piensas? –la interrogó él, notando la mirada perdida de su joven esposa en el techo del dosel.

–Hay cada vez más chismes sobre mi señora y el tuyo en los pasillos, creo que empiezo a comprender el porqué.

Se sentó entonces. Estaba oscuro afuera. La primera campanada sonaría pronto, ambos deberían estar alistándose ya para ir a los campos de entrenamiento pero, así como le había pasado al experimentar por primera vez las bendiciones de Beismachart con Heidemarie, su cuerpo se negaba a abandonar el lecho o despegarse del calor que desprendía el cuerpo de Angélica.

–¿En verdad? –dijo el peliverde con curiosidad, observando encantado algo que, sabía, nadie más había visto antes.

–El invierno es… emocionante y sabe bien… pero… no es algo necesario. Es raro que mi Lady esté tan interesada en dormir todas las noches con tu señor… o en buscarlo en su laboratorio y encerrarse con él, invierno o no.

A pesar de compartir su opinión se sentía un poco decepcionado.

Angélica lo miró entonces, todavía pensativa, cómo cavilando algo.

–Anoche y la vez anterior, parecías disfrutarlo mucho. Siento que estoy haciendo algo mal y por eso no puedo disfrutarlo también.

Fue como un baldazo de agua fría. Heidemarie nunca se había quejado de sus encuentros, si acaso le había comentado del dolor sentido la primera vez, tampoco lo había buscado con insistencia para compartir el lecho con regularidad. Que ella quedara embarazada había sido más por su falta de previsión que porque lo hubieran buscado. ¿Sé habría sentido igual que Angélica?

–No estás haciendo nada mal, Angélica. A lo sumo, mi hermana es una persona excéntrica.

–¿Entonces es esto normal?

–Eso supongo.

Ella desvío su mirada, pensando todavía antes de sentarse también, cubriéndose con las sábanas cómo si no recordara que él la había visto y tocado entera la noche anterior.

–Tal vez no debería preguntar, pero… ¿Ella disfrutaba recibiendo el invierno?

Suspiró. Hacía tiempo que no sentía dolor por hablar sobre Heidemarie. Tampoco era su tema favorito de conversación. Además, era raro que Angélica la mencionara.

–No lo sé. Empiezo a pensar que no era algo que disfrutara de manera particular, aunque tampoco le disgustaba.

Ella asintió despacio, sopesando sus palabras antes de mirarlo una vez más. ¿Cómo una mujer de su edad, completamente desnuda, podía poner esa cara de inocencia e ingenuidad absoluta luego de haber pasado la noche con un hombre?

Tuvo que sonreír antes de levantarse, ayudándola a salir de la cama y obligándola a soltar las sábanas con que se cubría.

–Por favor, no te ocultes de mí. Aun si solo parecemos dos compañeros compartiendo una casa, sigo siendo tu esposo.

Fue la primera vez que le exigió algo. Ella le sonrió, abrazándolo y dándole un beso en la mejilla antes de caminar como siempre, arrodillándose para tomar su ropa y ponérsela antes de ir a cambiarse a su propia habitación.

–Eckhart.

La miró, él estaba desnudo y de pie, con su ropa interior en la mano a punto de sentarse para comenzar a vestirse.

–Gracias por ser tan paciente conmigo.

Él solo sonrió, asintiendo con la cabeza y recordándole que debían ir a entrenar, recuperando así a su entusiasta compañera de guardia.

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Ninguno de los dos había vuelto a tocar el tema del invierno.

No lo hicieron durante las clases de baile en las que ella apoyaba a los profesores. Tampoco cuando Cornelius y Leonore tomaron un permiso de dos semanas para buscar hacerse con la carga de Geduldh, sino después.

Estaban en la Academia Real, escoltando a sus Aubs para la ceremonia de graduación, la entrega de reconocimientos y el Torneo interducados.

Eckhart había aprovechado que terminaron antes su entrenamiento matutino para llevarla al mirador de Dreganhurn. La diosa de la luz estaba en un abrazo íntimo con el dios de la oscuridad, preparándose para iluminar un nuevo día mientras ambos observaban, tomados de las manos e intercambiando mana de forma lenta.

Angélica observaba el amanecer con un sonrojo demasiado visible y adorable en su rostro, similar al que había notado en ella durante su primera vez juntos, después de besarla hasta la saciedad y antes de penetrarla para reclamar su flor.

–Nuestros Aubs son nuestros dioses marido y mujer, ¿verdad?

–¿Por qué lo preguntas?

–Solo mira. Es tan conmovedor cómo cuando se miran el uno al otro e intercambian besos. Y los colores del mana de los dioses en el cielo es… eso es lo que deben sentir nuestros maestros.

Inocente e ingenua cómo una niña pequeña, adorable y hermosa como Efflorelume. Nadie lo sabía, pero Angélica no era realmente una cabeza hueca sin remedio, solo era demasiado feliz para estropear su existencia con preocupaciones innecesarias según la veía él.

Eckhart puso más atención, soltando la mano de su esposa para abrazarla sin quitar los ojos del cielo, besándola en la coronilla por mero impulso. No sabía que era más conmovedor. El escenario de luces cambiando o la interpretación de Angélica. Lo que fuera, quería que ella experimentará algo así.

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–¿Cómo dices, Eckhart?

Leonore lo miraba con una sonrisa noble mientras ambos comían. El peliverde le había pedido a su compañero de séquito Sthral que le permitiera comer primero para hablar con su cuñada.

Un poco reticente, el hombre concedió y aquí estaba ahora, metiéndose en cosas que no deberían de importarle para hacer feliz a una persona que no sabía que quería consentir hasta esa mañana.

–No sé cómo complacer a Angélica –murmuro esta vez sin convocar a Grammarature–, y desde que tú y Cornelius se tomaron esas dos semanas… luces radiante.

Leonore se sonrojó apenas un poco, mirándolo sin dejar de comer.

Cuando los asistentes retiraron el servicio y ambos se levantaron, Leonore le dio un aparato antiescucha que se apresuró a aceptar.

–Tu hermana nos obsequio un libro sobre el tema. Incluso Cornelius ha disfrutado mucho más con nuestros encuentros. Lo he extrañado estos días.

–¿Un libro? ¿En serio?

No era tan descabellado que su hermana hubiera regalado un libro, lo sorprendente era que él libro, de hecho, hubiera funcionado tan bien aun si no era para lo que, suponía, había sido entregado.

–Hablare con tu hermano para que te lo preste, a cambio, ni una palabra del libro a Aub Ferdinand.

Él se detuvo en seco. Ella también. El frunció el ceño y ella le sonrió.

–¿Puedo preguntar porqué debo ocultarlo información a mi maestro?

Estaban a dos pasos de entrar a la habitación donde Sthral y Angélica esperaban para cambiar de lugar con ellos.

–No estoy muy segura, pero parece que él no sabe sobre este libro y Aub Rozemyne piensa que luego de ser regañada, el libro podría dejar de producirse. Sospecho que sería una perdida enorme para todos en Yurgesmich dejar de contar con esa información, así que, por favor querido cuñado, no le comentes al respecto a tu señor. Estoy segura de que se enterará en algún punto, que no sea por ti.

Asintió con seriedad. No le gustaba ocultarle nada a Lord Ferdinand… de hecho tampoco le gustaba verlo regañando a su hermanita o jalándola de las mejillas al grado de tener que curarla después. Decidió cooperar y no decir nada.

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Un par de días después, todo el contingente había regresado del Torneo Interducados.

Cornelius le había prestado el susodicho libro y él lo había hojeado durante uno de sus descansos sin poder creerse todo lo que contenía.

Su hermanita era una genio de la que se sentía por completo orgulloso… aunque no haría alarde de ello con este libro en especial, no podía ser bueno para la reputación de Rozemyne.

Esa tarde verificó su horario y el de su esposa antes de pedir permiso a Lord Ferdinand de cambiar su día de descanso del día de la fruta al día de la Tierra. Aub Ferdinand aceptó y Eckhart se encontró aliviado al día siguiente por haber conseguido ese cambio. Su hermana se había tomado el día y cuando su maestro apareció por fin, varias horas después, tenía el peor humor del que lo hubiera visto desde su compromiso con Detlinde.

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Angélica no era la persona más brillante del mundo, pero era buena en lo que hacía.

Cuando su Lady tomó el ducado de Arsenbach para salvar a Lord Ferdinand y convertirlo en Alexandria, la familia de su maestro Bonifacius empezó a hablar con ella y su familia para retomar el compromiso que había hecho con Eckhart. Ambos aceptaron.

Tenía poco que habían unido sus estrellas para que Angélica pudiera seguir a su señora. La vida era genial.

Podía seguir con el trabajo que amaba, tenía un hogar del que no debía preocuparse mucho a causa de los hábiles asistentes que su esposo había contratado y tenía al mejor compañero de casa que podía desear.

Eckhart era disciplinado, paciente y tolerante. La dejaba hacer lo que deseara y no dudaba en apoyarla cuando deseaba algo.

Angélica, que sabía que su marido era viudo y había perdido un hijo no esperaba que él la reclamaría cuando ella manifestó curiosidad.

La experiencia había sido cálida. Sabía que había experimentado un poco de dolor y bastante incomodidad, pero Eckhart había sido tan gentil, que ella había comenzado a disfrutarlo un poco, sorprendiéndose al darse cuenta por primera vez que un hombre le parecía atractivo, sintiéndose esperanzada a qué la siguiente vez fuera mejor… pero, la siguiente vez tardó una temporada entera en llegar.

No supo si fue el baile o que Eckhart la deseara esa noche, solo sabía que por fin podía intentar de nuevo… pero seguía sin comprender la necesidad de sus Aubs de pasar tanto tiempo juntos en la misma habitación. El invierno no era algo por lo que estaría dispuesta a soportar rumores y miradas extrañas, tampoco es como si fuera tan fácil averiguar que rumores circulaban sobre ella y su esposo.

Algún tiempo después, estando de escoltas en la Academia Real, Eckhart había tenido lo que su hermana mayor denominaría "un detalle romántico" mucho tiempo después. La llevó a un mirador para ver el amanecer. En ese momento lo entendió.

Su cuerpo relajándose luego de exigirle el máximo en el entrenamiento. La quietud del día dando inicio. Los conmovedores colores vibrantes y apasionados en el horizonte. No pudo evitar recordar la manera en que sus Aubs se miraban el uno al otro, sus gestos al tomarse de la mano, la atmósfera tan cargada de amor cada vez que se daban algún beso como si solo existieran ellos dos en el mundo, y por primera vez en su vida, Angélica envidió a otra persona.

–Nuestros Aubs son nuestros dioses marido y mujer, ¿verdad?

–¿Por qué lo preguntas?

–Solo mira. Es tan conmovedor cómo cuando se miran el uno al otro e intercambian besos. Y los colores del mana de los dioses en el cielo es… eso es lo que deben sentir nuestros maestros.

Él la abrazó después de eso. La besó en el cabello y ella se sintió sonrojada y feliz, recargándose en su pecho, deseando que la segunda campanada no llegara jamás.

Volver a Alexandria había significado, en parte, volver a la rutina. Ella solo estuvo de guardia de su señora una vez esa semana, luego los caballeros del séquito de Aub Rozemyne fueron reorganizados para proteger diversos puntos del castillo, verificar que nadie entrara en sus aposentos salvó por Lord Ferdinand y Lieseleta y que la peliazul no saliera. Los shumils guerreros habían sido todos trasladados a la habitación principal para montar guardia de día y de noche, así que tener un caballero ahí era casi irrelevante.

Era el día de la Tierra. Habían entrenado como de costumbre. Estaban volviendo a casa para asearse cuando Eckhart le hizo una petición extraña.

–¿Te gustaría asearte conmigo?

Ella se sintió sonrojar. El cuerpo de Eckhart no solo era de su agrado, le parecía satisfactorio pasar tiempo juntos y el intercambio de mana se había comenzado a volver de alguna manera, reconfortante.

–Si estás bien con eso, entonces me gustaría… me gustaría mucho.

No tuvo que decir más. Apenas llegar a casa, Eckhart pidió a sus asistentes concentrarse en preparar el desayuno y limpiar la casa.

Ella no estaba segura de que esperar, al menos, hasta que Eckhart le instruyó para llevar un vial con poción de sincronización y ropa cómoda al baño de él.

Apenas entrar, Eckhart tomó con cuidado la ropa que ella llevaba entre sus manos, antes de ofrecerle un vial con su propia poción. Ambos bebieron y Eckhart dejó los pequeños tubos de vidrio en alguna parte sin dejar de mirarla.

–Lamento haber sido negligente contigo, Angélica.

Él acunó su rostro sin dejar de mirarla con seriedad, haciéndola temblar un poco de antelación. ¿Qué le estaba pasando a su cuerpo?

–Eckhart está siendo un buen esposo. Mi familia no podía creer que volvería a aceptarme a pesar de… ser yo.

Él le sonrió acercándose despacio, sosteniéndola de la barbilla.

–No, Angélica. Eres mi esposa y yo suelo tratarte como un compañero más –murmuro él, besándola en los labios con dulzura, acelerando su corazón en el proceso.

Un beso, luego dos, luego tres.

Los besos de Eckhart eran como pequeñas galletas con chocolate. Deliciosos y breves, haciendo contacto con sus labios uno detrás del otro, dejándole un sabor de boca agradable y una sensación de felicidad que no deseaba que terminara.

Lo sintió desvestirla con calma, masajeando su cuerpo con mana y caricias tan dulces como sus besos que la hicieron suspirar de manera repetida.

Cuando Angélica estuvo desnuda, se sorprendió al notar que el peliverde también lo estaba. ¿En qué momento se había desvestido?

–Vamos, te ayudaré a asearte esta vez –ofreció su esposo con una sonrisa amable que le veía solo en casa.

Ambos entraron en la tina. Eckhart se dedicó a besarla con dulzura en el cuello y los hombros sin dejar de enjabonarla desde la espalda. El mana del hombre no solo era delicioso, no solo era reconfortante, la anticipación le hacía cosquillas entre las piernas, le robaba el aliento, le aceleraba el corazón y la hacía sentir como si tuviera pequeñas cosas removiéndose dentro de su estómago. Cuando Eckhart dejó de enjabonarla desde el cuello hasta la punta de los pies, le pidió que se pusiera de pie y se volteara. Él se sentó en el centro de la pequeña tina y ella se sentó a horcajadas. La espada de su esposo estaba fuera de su funda ahora, palpitante y dura contra su vientre.

Eckhart la besó en los labios sin dejar de abrazarla, paseando sus una mano llena sobre su piel y la otra frotando con la esponja con que la había lavado hacía nada.

–¿Te gustan los dulces, Angélica? –preguntó su marido cuando ambos se separaron apenas un poco.

Angélica se sentía sonrojada y feliz, asintiendo incapaz de producir sonido ante la hipnotizante sensación que las manos de Ekchart le producían en su espalda.

–Entonces cierra los ojos y abre un poco tu boca.

Ella obedeció. En efecto, algo delicioso fue introducido en su boca, moviéndose a tiempo para que ella no mordiera y en cambio comenzó a succionar. La sensación de un gemido entrando en su boca la hizo abrir los ojos, dándose cuenta de que el postre que estaba degustando era la lengua de Eckhart.

El descubrimiento, que en otro tiempo le habría provocado repulsión, hizo palpitar el jardín entre sus piernas con necesidad.

Ella lo soltó a él, antes de abalanzarse de nuevo para introducir su lengua en esa boca hambrienta que parecía dispuesta a complacerla de las maneras más extrañas. Lo sentía jalar su lengua y acariciarla, haciéndola gemir ahora en tanto las palpitaciones se transformaban en ondas eléctricas que la recorrían de un modo embriagador.

El beso se rompió sin que ella lo deseara. En su desesperación, ella le mordió el labio inferior, chupándolo con ganas, haciéndolo gruñir. Los ojos de Eckhart se veían oscuros y extraños, demasiado seductores. No recordaba haber visto esa mirada en él antes, sintiéndose de algún modo feliz y un poco orgullosa. Le mordisqueó la barbilla y el cuello, sintiendo que necesitaba escucharlo hacer más ruido, estimulándolo con los dientes al seguir mordiendo y succionando la piel de un hombro y luego del otro.

–¡Angeeeelicaaaa! –suspiró Eckhart en su oído, haciéndola perder el control sobre su cuerpo, el cual se había movido con voluntad propia buscando algo. Su flor contra la espada se sentía realmente bien, necesitaba más mientras llenaba su boca de Eckhart, así que se movió de nuevo, encontrando pronto una forma de frotarse una y otra vez, incrementando las sensaciones placenteras y llameantes de su interior.

–A, Angélica, para... hmm... para por favor.

Ella quería seguir, pero estaba demasiado acostumbrada a obedecer a las personas en las que confiaba, de modo que su cuerpo se quedó estático, con sus músculos reclamando y gimiendo en agonía por perder la estimulación.

Su marido se puso en pie, entregándole una esponja llena de espuma.

–Sé que quieres continuar, pero temo que las cosas se acaben demasiado pronto. Ayúdame a enjabonarme y cuando los dos estemos limpios, podremos continuar.

Sonrió divertida y complacida, poniéndose de pie para besar a Eckhart una última vez antes de aceptar la esponja y concentrarse en asearlo todo, resistiendo la urgencia de mezclar mana como había hecho él, sonriendo divertida al ver la espada de su esposo grande, roja y saltando ante cada caricia como si estuviera suplicando por afecto.

–¿Quieres que te lave a ti también?

La espada comenzó a moverse desesperada por un momento, haciéndola reír.

–¿Qué haces? –le preguntó Eckhart un poco confundido, mirándola sonrojado de oreja a oreja.

–Tu espada se parece a Stenluke, solo que en lugar de tener voz, responde con movimientos.

Eckhart soltó una leve risa y ella sonrió, pasando un dedo por aquella espada de carne, cuyo calor había sido demasiado adictivo un momento atrás.

–¿Esto te gusta?

Aquel apéndice había vuelto a moverse, haciéndola sonreír como una niña pequeña.

–¿Quieres que te toque más?

De nuevo, la espada se movía, ella miró hacia arriba. Eckhart se había cubierto la mitad de la cara un una mano, pero el sonrojo era demasiado evidente incluso en su cuello.

–¿Eckhart? ¿quieres que deje de hablar con tu espada? es más divertido que hablarle a un shumil.

El hombre no le respondió, solo dejó de cubrir su cara, tomándola de las axilas para ponerla en pie antes de tomar una jarra especial y comenzar a enjuagarla.

–Es incómodo que hables... con mi espada... pero parecías feliz...

–¿Puedo nombrarla Stenluke segundo?

Ella le sonrió, sosteniendo su rostro con una mano tal y como le habían enseñado su madre y su hermana mucho tiempo atrás, escuchándolo suspirar en rendición, sintiendo que el agua dejaba de caer sobre ella y luego sintiendo los labios de Eckhart en su frente y en sus labios apenas un momento.

–Ponle el nombre que desees, solo no lo menciones si hay más gente cerca. ¿Puedes hacer eso?

–¡Si!–respondió emocionada.

Eckhart se enjuagó y luego la ayudó a salir. Ella no dejaba de pensar ahora en nombres para su espada. Llamarlo Stenluke podría ser confuso, no quería llamarlo mini Eckhart, por alguna razón, los hombres parecían tristes cuando alguien insinuaba que sus espadas eran pequeñas y algo le decía que nombrarlo Bonifacius solo le traería confusiones.

–No quiero confundirme –murmuró ella, notando que Eckhart volteaba a mirarla sin dejar de guiarla aun desnuda por la puerta hacia la habitación.

–¿Confundirte?

–Si, tu espada no puede llamarse Stenluke... creo que podría llamarse... Alfons.

Eckhart se detuvo a dos pasos de la cama, mirándola con una sonrisa divertida y ojos llenos de incredulidad.

–¿Alfons? ¿En serio vas a ponerle un nombre a mi espada?

–¡Por supuesto! es de mala educación no llamar a las personas por sus nombres cuando les hablas –razonó la joven antes de agacharse hasta quedar a la misma altura que el miembro de su esposo–, ¿no lo crees, Lord Alfons?

Lord Alfons se movió de manera afirmativa. Angélica sonrió entonces, enderezandose hasta encarar a Eckhart de nuevo.

–¿Lo ves? Lord Alfons está de acuerdo.

Eckhart se cubrió la cara de nuevo, sonrojado y sonriendo, como si intentara suprimir una carcajada que pudiera acabar con su rostro siempre serio y formal.

Angélica sintió de pronto los brazos de Eckhart en su cintura y que era levantada y colocada en la cama de inmediato, después Eckhart se arrodilló sobre ella, con sus piernas a ambos lados de su cabeza y la espada demasiado cerca de su vista.

–Lord Alfons quiere un beso antes de irse a jugar al jardín, anda, ¿pregúntale?

Sonrió conforme, sacando sus brazos de entre las piernas de Eckhart para sujetarlo de las caderas, enderezándose lo suficiente para quedar frente a la espada.

–¿Es eso cierto, Lord Alfons? ¿quieres un beso?

Lord Alfons volvió a moverse. Ella miró a Eckhart, él asintió sin dejar de sonreír y ella procedió a colocar sus labios sobre la punta de la espada. Un líquido dulce se esparció por sus labios y Eckhart hizo un sonido raro, como si estuviera tragándose un quejido.

–Abre tu boca, Angélica, Lord Alfons quiere un beso más... profundo.

Ella abrió sus labios, paladeando y sintiendo aquel miembro moverse feliz. Lo acarició con la lengua para disfrutar más de aquel delicioso sabor antes de de sentir que Lord Alfonse entraba un poco más para luego salir, golpeandola en los labios cuando estuvo fuera, como si estuviera agradecido, sembrando besos con sabor a dulce sobre su boca.

–Tienes razón, le gustan esos besos –comentó Angélica antes de darle otro beso igual, y luego otro y otro más.

Eckhart gruñía cuando le arrebató a su nueva mascota, moviéndose despacio hasta sentarse en la orilla de la cama.

Angélica se asomó, notando que Lord Alfonse parecía estar haciendo un berrinche, moviéndose en círculos antes de "saltar", haciéndola reír.

–Deja de burlarte de mí, Angélica y ven acá. Tu mascota quiere ir a jugar al jardín.

Lo miró extrañada antes de sentarse a su lado, mirando de Alfons a Eckhart y de regreso.

–¿No vas a meter a Alfons mientras estoy acostada?

Lo escuchó suspirando.

–No... eso no servirá. Sube y déjame abrazarte para que seas tú la que tenga el control.

Era nuevo para ella que alguien le cediera el control de cualquier cosa. La única cosa sobre la que había tenido el control desde el inicio era en su bordado. Ella seleccionaba los hilos de colores, los hilos teñidos de mana, los círculos mágicos, los adornos y el área donde pasaría hilo y aguja hasta terminar el patrón deseado. Aun así, se sentía bien que Eckhart confiara en ella para ser quien guiara esta vez.

Se sentó sobre él, doblando las rodillas a ambos lados de su esposo, guiando a Alfons hasta su jardín y abrazándose de Eckhart antes de bajar con calma. La sensación no era mala, solo un poco placentera. Angélica se movió de manera tentativa un par de veces hasta encontrar un movimiento que la llenaba de inmenso placer. Eckhart atrapó sus labios y ella comenzó a moverse, llevando el ritmo y deleitándose en las manos de su esposo llenándole de mana la espalda, los brazos, las piernas y los gluteos. Pronto ambos comenzaron a jadear en la boca del otro, Eckhart la aferró con fuerza y los giró a ambos, sacando a Alfons del cáliz para seguir penetrándola y acariciándola con una mano, besándole el vientre y los senos como si ella fuera un postre delicioso que debía comer con pequeñas mordidas y succiones al extremo placenteras.

–Eckhart, ¡Eckhart! creo, creo que voy, a enfermar, ahhhh, ¡Eckhart!

Pudo sentir como su esposo frotaba a Alfons sobre su flor con desesperación antes de volver a introducirlo en el cáliz, obligándola a subir sus piernas sobre uno de los hombros de él, cerrando sus piernas por completo y aumentando las sensaciones.

El mana que se frotaba en su interior la estaba enloqueciendo. Las veloces y fuertes estocadas de su esposo le arrancaban gemidos casi sin descanso. Tuvo que aferrarse de las sábanas con fuerza, sintiendo la adrenalina de un combate en proceso recorrerle todo el cuerpo y luego, luego Eckhart debió aplicar una mejora física sobre Alfons, estaba segura de que la súbita sensación de ser llenada por completo se debía a eso. No le dio muchas vueltas a ese asunto, su cuerpo vibraba con violencia, nunca en su vida había experimentado algo tan satisfactorio antes o tan intenso como ese cúmulo de ondas y explosiones recorriendo su cuerpo desde el cáliz. Que Eckhart siguiera moviéndose con fuerza dentro de ella y Alfonse volviera a su tamaño normal antes de expandirse de nuevo un par de veces solo la hizo sentir que las explosiones se repetían una y otra vez, haciéndola gritar en medio de aquel éxtasis novedoso y adictivo del que no podía salir ahora.

Eckhart soltó lo que le pareció un rugido que terminaba en gemido y luego en suspiro sin dejar de aferrarla de las piernas, saliendo de ella en algún momento y soltándola, dejándose caer a su lado. Era como si hubieran tenido un entrenamiento extremo con Lord Bonifacius. Ambos tenían problemas para controlar su respiración, estaban bañados en sudor y al menos ella sentía que su cuerpo gemía y se quejaba en medio de esa flama agradable del ejercicio haciendo efecto sobre sus movimientos.

–Eckhart.

–Llamó ella cuando pudo recobrar un poco de autocontrol.

–Creo... creo que ahora... lo sé.

–¿Qué cosa? –le respondió el peliverde, atrayéndola para besarla de nuevo en la frente.

–La razón... de tantos chismes...

–¿A sí?

Parecía divertido y cansado. Exhausto pero feliz.

Se abrazó a él en ese momento, haciendo lo posible por regular su respiración de nuevo antes de murmurarle al oído.

–Bluanfah ha bailado ante mis ojos mientras Eckhart me traía el más estimulante de los inviernos.

Él la besó en ese momento, abrazándola con fuerza y frotándola como si ella tuviera mucho frío.

–Entonces, haré lo posible por traerte inviernos como este con regularidad. No esperes a que yo te lo pida, Angélica, quiero que seamos un verdadero matrimonio.

Ella sonrió. Bluanfah no había bailado para él todavía pero tal vez, con el tiempo, la diosa de los brotes bailaría para ambos, entonces le pediría compartir una habitación por el resto de sus vidas como hacían sus maestros y nunca más lo dejaría ir.

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Notas de la Autora:

Tardé un poco con este. No fue una buena semana... ha sido una de las semanas más agridulces de mi vida hasta el momento. No entraré en detalles, solo diré que apenas hoy pude concluir. Me divertí tanto terminando la última escena que incluso me salté una comida, pero está bien, necesitaba esto.

Quiero agradecer a todos los que han dejado Favs, Follows y Reviews en esta historia y avisarles que, mi amor por Halloween y Día de muertos es tan grande, que del 31 de octubre al 2 de Noviembre, mis novelas de fantasía estarán gratis en amazon en formato ebook. Solo pongan "Crónicas de Ametis" en el buscador de libros de Amazon y les debería aparecer tanto "Lorg Antaq" como "Yami Boh Luei", espero los disfruten y bueno... quiero poner otro capítulo de SS antes de volver con mi pareja preferida, así que, se aceptan sugerencias.

SARABA