Los Dioses del Amor
Dirty Dance
—¿Entonces este tururún se registra así?
—Muy bien, Aub Rozemyne. ¿Le gustaría escuchar como suena hasta aquí?
—Por favor, Rossina.
Su música particular se sentó gracilmente en el piano y comenzó a tocar las teclas con demasiada habilidad, leyendo la partitura al mismo tiempo.
"Es una lástima que no tenga idea de cómo crear un acordeón, recuerdo que el tango suena mejor en ese instrumento" se lamentó Rozemyne en silencio, admirada por el nivel de habilidad que la antigua sacerdotisa gris estaba mostrando ahora.
Cuando terminó de interpretar la pieza, Rozemyne volteó a ver al resto de sus músicos. Un plebeyo sostenía el contrabajo, había también un archinoble sosteniendo un harspiel, otro con una guitarra y un mednoble con un violín. Un juego de tambores con bombo y platillo que había estado diseñando durante su encierro descansaban a los pies de otro mednoble y un joven plebeyo se mantenía de pie, al lado de la batería con una caja a su lado. Claves, maracas, lo que recordaba que se llamaba güiro y un triángulo de metal descansaban dentro de la caja. No había visto la necesidad de hacer platillos móviles y en realidad, quería que los siguientes instrumentos nuevos fueran por completo japoneses.
—¿Creen que podrían crear un acompañamiento adecuado? —preguntó mirándolos a todos.
Uno a uno, sus músicos comenzaron a considerarlo en tanto ella se acercaba al bajista de su grupo.
—Sería bueno que, para esta canción, descartes el arco y hagas pulsaciones como si se tratara de una guitarra o un harspiel, me parece que el ritmo para las pulsasiones debería ser algo así como, turú tú tu. ¿De acuerdo?
—¡Si, Aub!... ¿puedo pedir que Lady Rosina toque una vez más?
Rozemyne asintió y la melodía comenzó a sonar de nuevo. Esta vez, la música del piano sonaba mucho más profunda a causa del bajo, con su voz grave en pulsasiones acompasadas, haciéndola dibujar una sonrisa.
El violín y la batería no tardaron en unirse en notas tentativas. Cuando la primera parte de "Por una cabeza" estuvo lista, Rozemyne pidió a Rossina que registraran las partes de cada uno de los instrumentos.
El sonido de la puerta al abrirse llamó la atención de todos. Ferdinand entró entonces llevando a su pequeña Aiko en brazos, seguido de cerca por Liesseleta con Bettina y Frederic, uno en cada brazo.
—¿Es tan tarde? —preguntó Rozemyne sorprendida, caminando hacia su marido y ayudándolo a que Aiko soltara el cabello azul que intentaba llevarse a la boca.
—Recuerdo haberle aconsejado no componer hoy si era posible, Aub Rozemyne —le reprochó Ferdinand con el rostro serio—, las candidatas a retenedoras de Aiko llegarán pronto y la pequeña no ha comido aún.
Rozemyne tomó a su hija en brazos, mirando a su alrededor. Grettia se acercó entonces, dispuesta a ayudarla con su hija, recibiendo a cambio una enorme sonrisa y una negativa.
—¿Y las candidatas han llegado ya?
—Llegaran en cuanto suene la cuarta campanada al ala de niños, milady —respondió Grettia, verificando en su díptico y revisando otro que tenía guardado detrás.
Rozemyne notó la insignia de la casa de Harmut y luego reconoció el díptico como el de Clarissa.
—¿Alguna notica de la dueña de ese díptico?
—No aún, milady —se disculpó su asistente.
La joven Aub Alexandria miró hacia sus músicos, sonriendo antes de llamar a Rosina, la cual no tardó mucho en acercarse.
—Vendré pasado mañana a la misma hora para tratar de terminar la melodía. Hagan los arreglos pertinentes y practíquenla hasta entonces, por favor.
—Se hará como usted ordene, Aub Rozemyne —le respondió la antigua gris con una sonrisa noble cargada de alegría.
Pronto los demás músicos dejaron los instrumentos para postrarse en el suelo y cruzar sus brazos. Rozemyne salió entonces con su marido, su hija y sus dos asistentes, cada una cargando a un niño distinto y un díptico.
—[Todas mis diosas] —dijo Ferdinand en japonés por medio del manos libres—, [Aiko no debería ser vista por otros, por favor no vuelvas a exponerla de esta manera con tus olvidos]
—[¡Lo siento!] —se disculpó ella de manera sincera antes de besar a su bebé en la frente y voltear al otro lado, desde donde podía ver a sus asistentes.
—Liesseleta, ¿no es muy complicado cuidar de tres niños a la vez?
—Agradezco su preocupación, Aub Rozemyne. Los pequeños se llevan bien entre ellos, además, Leonore y yo nos sentimos honradas de que nos permita traer a nuestros hijos para que interactúen y sean educados junto con la princesa Aiko.
La pequeña en sus brazos comenzó a estirar su mano por sobre su hombro, pataleando, haciéndola reír y abrazarla con más fuerza antes de sentir una mano grande y algo fría sobre su cintura. Apenas voltear se encontró con el rostro serio de Ferdinand a su lado, el cual daba algún vistazo esporádico a ambas.
—Gracias por acompañarnos para esto, Ferdinand —susurró ella, tentada a besar a su marido y absteniéndose, recibiendo una diminuta sonrisa por parte del hombre a su lado.
—Si vamos a dejar a nuestra pequeña en manos de… alguien desconocido, quiero estar ahí para ayudarte a elegir a la persona adecuada.
Rozemyne asintió. Sabía que podría dejar a Liesseleta como responsable de Aiko y hacerla la asistente principal de su hija, sin embargo, Liesseleta ya había expresado su deseo de volver a su servicio. Era mejor comenzar a buscar a una asistente apta y que tuviera hijos que fueran mayores de edad para que no tuvieran que depender de ella.
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El ala de niños de Alexandría era un edificio con grandes ventanales y jardines de muros altos a su alrededor. La sala de juegos permanecía impecable luego del largo invierno y el personal se mantenía en movimiento de un lado al otro aún a pesar de no estar albergando a nadie de la familia archiducal en ese momento.
Rozemyne suspiró resignada. Su pequeña tendría que mudarse ahí cuando empezara a dar sus primeros pasos… era posible que tendría que destetarla para ese momento. Era lo que se esperaba de ella, después de todo. Si ya habían sacado a Aiko de su cama y de su habitación, nada evitaría que la sacaran también del edificio principal por algunos años. ¡Estúpidos nobles!
—Mi señora, es un honor tenerla de este lado del palacio antes de que deba irse a la Conferencia de Archiduques —saludó el ama de llaves encargada del ala de niños.
—Gracias, ¿han llegado ya las candidatas a asistentes de mi hija?
—Si, mi señora, por aquí —instruyó la mujer que parecía ser de la misma edad que Rihyarda, moviéndose con la misma disciplina y porte que la asistente de Erenfhest que tan bien había cuidado de ella durante su estadía en la academia real.
Tilsnelda, la asistente encargada del ala de niños había sido su asistente adulta durante su quinto y sexto año en la Academia Real. Ella había sido la responsable de mostrarle el funcionamiento del ala de niños y del cuarto de juegos de invierno. También se había ofrecido a cuidar de Aiko apenas Rozemyne pudo salir de su habitación luego de la cuarentena, sin embargo, la joven Aub se había negado, premiando a la mujer por su largo servicio al hacerla asistente encargada del ala entera.
Tilsnelda abrió una puerta y los tres adultos con los tres niños entraron entonces. Era una sala especial para bebés, con una buena parte del suelo cubierto por alfombras mullidas, un par de muebles cambiadores y un cerco de madera rodeado de cojines mullidos.
Una zona con sillas altas y varios sillones llamó su atención. Tilsnelda los guió hasta ahí, haciendo algunas señas para que el resto de los asistentes del ala de niños les sirvieran té y algunos bocadillos salados de inmediato.
Tres asistentes llegaron de inmediato cargando cunas tejidas y acolchadas, vestidas con telas primorosas y frescas, mismas que colocaron a un lado de los sillones. Ferdinand tomó a Aiko de sus manos antes de colocarla en una de las cunas, luego de lo cual, la asistente responsable se aproximó a colocar un tendedero con un par de muñecos de tela colorida sobre Aiko, la cual comenzó a balbucear sin dejar de mirar los pequeños peluches.
Bettina, la hija de Liesseleta y Frederick, el hijo de Leonore y Cornelius también fueron colocados en las cunitas a ambos lados, recibiendo tendederos con pequeños peluches de colores a la altura de sus ojos. Rozemyne sonrió. Era como si le hubieran colocado pequeños gimnasios para bebés a los tres pequeños.
Tilsnelda hizo una prueba de veneno con el té y los bocadillos antes de que tres tazas de té fueran servidas en la pequeña mesa de bordes achatados, hasta entonces, la puerta se abrió de nuevo y una mujer de cabellos rosas y ojos verdes entró en la sala.
—Aub Rozemyne, Aub Ferdinand, Lady Liesseleta, les presento a Lady Gloria.
La mujer de nombre Gloria hizo una reverencia y luego tomó asiento en la silla frente a ellos. Una taza de té fue servida y entonces, comenzó lo que Rozemyne llamaría posteriormente el Interrogatorio del Rey Demonio.
Asistente tras asistente, Ferdinand y Liesseleta interrogaron a cada una de las diez mujeres que se habían presentado ante ellos, despidiéndolas poco después y asegurando que se pondrían en contacto de manera posterior.
Para cuando sonó la quinta campanada, ya no había más mujeres nuevas en la sala de niños y Rozemyne estaba exhausta.
—¿Cómo pueden hacer tantas preguntas? —se quejó la joven en voz baja, haciendo un esfuerzo por no perder el porte.
—Me sorprende que milady no hiciera más preguntas también —comentó Liesseleta—, después de todo, la mujer que sea seleccionada servirá a Lady Aiko hasta que ella se case.
—Si es que se casa —interrumpió Ferdinand haciendo una seña a Justus, el cual se apresuró a buscar a Aiko en el área de cambiado, entregándosela un poco después.
—¿Porqué no habría de casarse? —preguntó Rozemyne desconcertada.
Ferdinand la miró con un rostro agrio antes de devolver su atención a la pequeña recostada en su regazo, a la cual había comenzado a acercarle y alejarle su enorme mano, haciendo todo tipo de movimientos que mantenían la atención de la bebé mucho mejor que los peluches que le habían colgado de la cunita apenas llegar.
—En todo caso —suspiró Rozemyne—, no logro decidirme entre Lady Helenia y Lady Gloria. Ambas mujeres parecían bastante capaces.
—¡Es cierto! —convino Liesseleta—, sin olvidar que ambas tienen recomendaciones a cuestas. Lady Helenia tiene recomendaciones de Giebe Tudario y Lady Gloriade Giebe Parna. Por otro lado, me gustaría ver a Lady Heidi con los niños, no estoy muy segura de que en verdad tenga tanta experiencia como dice. Se ve muy joven. Por otro lado, la hermana de mi esposo habló muy bien de Lady Suzanne.
La peliazul suspiró. De verdad estaba cansada. Lo único que deseaba ahora era volver al ala principa para comer algo, hacer su inspección a la biblioteca y tal vez leer un poco… una lástima que después de la comida tendría un par de audiencias con Giebe Ibiza y dos giebes más, además de tener que responder algunas cartas de las primeras damas de Freblentag, Drewanchel y Dunkelferger con respecto a los jardines para viajeros.
Una sonora carcajada infantil llamó su atención.
Aiko sostenía con fuerza los dedos de su padre, el cual seguía jugando a alejar y acercar su mano a la pequeña, quien ahora reía cada vez que lograba acercar la mano de su padre. Ferdinand lucía un rostro aburrido para quien no lo conociera. Rozemyne podía notar lo feliz y entretenido que estaba en realidad, sin quitar los ojos de su hija con el rostro ladeado.
—¿Porqué no permitimos que ambas mujeres cuiden de los niños para hacerles una prueba? —sugirió el peliazul luego de un rato.
—¿Una prueba, Aub Ferdinan? —inquirió Liesseleta, a quien le habían entregado a Bettina junto con una amplia capa redonda para cubrirse. Al parecer, su asistente iba a amamantar a su primogénita.
—Si. Lady Helenia puede venir mañana para hacerse cargo de los niños bajo la atenta supervisión de Tilsnelda y Liesseleta. Pasado mañana podemos contar con la presencia de Lady Gloria. Deberíamos reunirnos ese mismo día media campanada antes de la séptima para escuchar lo que ambas asistentes tengan que decir respecto a las candidatas.
Rozemyne sonrió ante la propuesta. En verdad se sentiría mucho más a gusto sabiendo que su hija estaba en buenas manos.
—Por cierto, Aub Rozemyne —la llamó su marido de repente con los ojos muy abiertos—, Aiko parece lista para comenzar a comer ahora.
La joven madre soltó una risilla divertida al notar que Aiko se había abrazado de brazos y piernas a la mano de su padre, succionando uno de los largos dedos del hombre antes de aventarlo y comenzar a hacer un puchero.
Grettia no tardó mucho en prepararla con la capa redonda antes de desabotonarle el frente del vestido y la camisa interior. Ferdinand se puso en pie en ese momento, arrodillándose frente a ella para ayudarla a sostener a Aiko y prenderla de su pecho. La niña comenzó a mamar de inmediato y justo en ese momento, Frederick comenzó a llorar.
Rozemyne miró hacia las cunas. Tilsnelda ya había tomado una botella con un chupón de gomi moka de una pequeña herramienta para detener el tiempo y luego tomó al bebé en brazos, sentándose en el sillón que había ocupado Ferdinand para comenzar a alimentar al pequeño.
En ese momento, Rozemyne recordó que su cuñada había terminado su cuarentena hacía poco, presentándose a trabajar en cuanto Liesseleta y ella misma le aseguraron que Frederick podía permanecer con Aiko durante el día.
Quien quiera que se quedara a cargo de su hija iba a necesitar bastante ayuda. Solo esperaba que Liesseleta y Leonore escogieran pronto a las asistentes de sus propios hijos. No quería imaginar lo difícil que sería para cualquiera atender a tres bebés con tan poca diferencia de edad entre uno y otro.
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—¿Puedo preguntar porque tanto apuro para componer?
Justus, Grettia y Liesseleta se habían marchado hacía poco, luego de cambiarlos a ambos y asegurarse de que Aiko estaba llena y limpia.
Ferdinand la observaba desde el escritorio ubicado de su lado de la habitación, cerrando el tintero y guardando en su lugar la pluma que había estado utilizando para escribir un poco de correspondencia. Ella caminó hasta él, sonriendo antes de abrazarlo y asomarse, notando que era una carta dirigida a Silvester. Le alegraba que la relación entre ambos hermanos hubiera mejorado de manera notable.
—Necesitamos música para algunos bailes sucios, my love, haría las actividades de alcoba un poco más divertidas.
Ferdinand la miró entonces con una ceja alzada y la boca chueca en una mueca de desconfianza bastante obvia.
—¿Disculpa? ¿bailes sucios?
No pudo evitar reír ante el desagrado de su esposo. El tango era un baile de salón bastante refinado, elegante y, para ella, complicado, sin embargo, la música tenía una cadencia especial, un aire sensual que no podía sacar de su cabeza desde que Ferdinand la hubiera "castigado" con una larga noche de sexo por haberle ocultado todo lo relativo al manual, al templo de los dioses del amor y al alcance que su pequeña idea había tenido en todo Yurgenschmidt.
Si era sincera, piezas de música pop americanas y niponas venían a su mente con fuerza cuando pensaba en desvestirse con música. Era lo de menos. La música moderna quedaba por completo descartada en este mundo en el cual apenas estaba introduciendo la idea de usar la música y el baile para mero entretenimiento. Tal vez sus nietos podrían tener música más… adecuada para el dormitorio, si es que tenían suerte, claro.
—Tal vez te muestre después —respondió ella pasando un dedo por su frente, haciendo referencia a las herramientas para enlazar la mente.
Ferdinand sonrió, girando apenas en la silla y recargando una parte de él en el escritorio.
—Una explicación ahora sería bastante bienvenida. No quiero secretos guardados por shumils pervertidos.
Tenía ganas de ser ella quien le jalara de los cachetes. El apodo le desagradaba bastante. Ya era mucho que Silvester la hubiera comparado con un shumil antes de adoptarla como para que Ferdinand, además, añadiera la palabra pervertido al molesto sobrenombre.
—Si, bueno, no estoy muy segura de por dónde empezar a explicarte.
—¿Qué significa eso de baile sucio, Rozemyne? Ya es bastante escandaloso que hombres y mujeres se toquen mientras bailan solo por entretenimiento como para que estés considerando algo todavía más desvergonzado.
Suspiró entonces, pensando en la mejor manera de explicarse, optando por hablar por la importancia de los bailes de salón en su mundo desde su creación hasta la época en que ella había muerto, enfocándose después en describir lo mejor que pudo el tango.
—… por supuesto, me gustaría introducirlo primero en el Templo de Kuntzeal. Los pasos son complicados, pero puedo asegurarte que son muy elegantes… aunque en definitiva podrían considerarse un poco desvergonzados, pero… bueno… puede que te gustara bailar así conmigo una vez que la pieza que intento reproducir esté lista y hayas visto en mis recuerdos.
Ferdinand la miraba ahora con curiosidad. Estaba segura que, de ser por él, ya habría salido de la habitación para buscar esos aros en la Bóveda de Aub. Recrear esos artefactos para suplir los que se habían perdido durante el reinado del último Aub Arsenbach había sido complicado, pero al menos ya no dependían de que Silvester les prestara los de Ehrenfest.
—Dijiste que querías esa música para algo más, ¿o no?
Ahora parecía burlarse, divertido sin dejar de mirarla.
Rozemyne sonrió, caminando hasta tomar el artefacto mágico de grabación donde tenía guardadas las otras canciones, apretando algunos botones en la secuencia que Raimund le había mostrado para grabar algo nuevo. Tarareó entonces la canción entera lo mejor que pudo, llevándola al escritorio de su esposo y presionando otros botones, cortando el flujo de mana para que terminara de grabar.
—No es la música que se usaba en mi tiempo —musitó ella mientras se reproducía la introducción en su voz—, pero haré lo mejor posible por mostrarte.
Ferdinand reacomodó su silla, dándole la espalda al escritorio y ella comenzó a moverse despacio con la música, dando uno o dos pasos antes de girar despacio, desabrochando su bata y desabotonando su camisón, deshaciéndose de él en el cambio de ritmo sin dejar de bailar, acariciándose un poco antes de retirarse su larga bombacha interior y la blusa blanca, quedando tan solo en la corta ropa interior de encaje que había confeccionado ante la mirada incrédula de Ferdinand.
Divertida por la reacción, la joven se abrazó a sí misma antes de dibujar círculos con su cadera, bajando despacio, levantando primero sus caderas y luego el resto de ella antes de bailar hasta la silla de su esposo, subiendo una pierna y colocándola entre las piernas del hombre para deshacerse de un zapato y luego del otro, girando un poco antes de sentarse en su regazo, paseando sus manos entre el cabello de Ferdinand sin dejar de mover la cadera, levantándose de nuevo para retirarse el sostén y luego bajarse las bragas, caminando de nuevo a él y sentándose de tal modo, que sus piernas quedaran levantadas en el aire cuando la música terminó.
—¿Qué fue eso? —preguntó su marido cuando logró salir de su error de procesamiento, retirando de su cabeza la pequeña prenda inferior que había caído sobre su cabeza, mirándola con los ojos muy abiertos, haciéndola más consciente de la enorme erección debajo de ella.
—Eso fue, un verdadero baile sucio, milord —se burló ella, reacomodándose para quedar sentada a horcajadas sobre Ferdinand, robándole un beso, divertida, notándolo pensativo.
—¿Y deseas que yo haga algo como eso, my love?
Se sintió sonrojar de pronto, negando con la cabeza y cubriendo sus mejillas.
—No en realidad. No estoy muy segura de qué tipo de movimientos tendrías que hacer para verte… bueno… mejor de lo que ya te ves, Ferdinand.
Él le mostró una sonrisa arrogante en ese momento, luego sintió las manos de él en sus glúteos y como la levantaba para sentarla en la silla, haciendo algunos ajustes a su reproductor de música y poniéndose de pie demasiado cerca del lugar donde yacían sus ropas.
—Así que solo deseas mirarme mientras me desvisto con algo de música, ¿o no?
Tragó con dificultad, dándose cuenta de que su marido le acababa de crear una necesidad que no había tenido hasta ese momento. En realidad, ella solo había fantaseado con la posibilidad de verse sofisticada y sensual bailando tango con él, divirtiéndose mientras su marido la movía como esas mujeres que había visto alguna vez en televisión mientras su madre veía uno de esos realities en los que gente famosa bailaba con gente desconocida en televisión. Esto era algo que, en realidad, no había esperado.
La melodía que acababa de grabar comenzó a reproducirse y Ferdinand deshizo el nudo de su bata, dejándola caer antes de desabrochar su pijama, siguiendo el ritmo de la improvisada música, girándose para dejar que la prenda resbalara, quitándose la playera interior con rapidez, tirándola al suelo y caminando a paso decidido hacia ella, tomándola de las manos y colocándolas a ambos lados de su pantalón sin dejar de mirarla a los ojos con un rostro inexpresivo que la hizo sentirse angustiada y necesitada de repente.
Rozemyne se arrodilló en ese momento, bajando despacio la ropa interior de Ferdinand sin dejar de mirarlo, admirándolo cuando él dio un par de pasos fuera de su ropa antes de tomarla de las manos, levantándola de golpe y tomándola de la cintura, practicando un par de pasos de los que se usaban para valses y cuadrillas, completamente desnudo, abrazándola por la espalda y paseando su boca por el cuello de ella, haciéndola girar antes de detenerla, sonriendo con descaro cuando la música terminó.
—¿Me concede otra pieza, Aub Alexandria?
—Por supuesto —respondió ella divertida, notando que Ferdinand soltaba su mano para invocar su schtappe y dirigir un poco de mana al aparato reproductor de música sin siquiera mirarlo, demasiado enfocado en ella.
Cuando la música que tenía grabada con toda la orquesta comenzó a tocar, Rozemyne sintió como Ferdinand la hacía girar, la abrazaba, la levantaba y besaba en cada oportunidad, manoseándola con descaro cada vez que giraban, mordiéndole una oreja o pegándola tanto a él, que era imposible no sentir su miembro erecto y húmedo entre ambos cuerpos.
Ferdinand la cargó de repente para girar, ella lo abrazó con las piernas cuando sintió que la bajaba, divertida cuando el falo de su esposo resbaló contra su entrada sin llegar a entrar.
Ambos se besaron. Ferdinand la sostenía con descaro ahora, paseando sus manos por los muslos de ella, apretando y masajeando. Rozemyne introdujo una mano entre ambos para tomar la virilidad de su esposo, levantándose un poco para guiarlo hasta introducirlo en ella, soltando ambos un suspiro de placer.
Ferdinand la meció un poco, bailando todavía con ella antes de acercarse a la cama.
Cuando notó que él se preparaba para recostarla en la cama, la peliazul bajó una de sus piernas al suelo, flexionando su espalda hacia atrás, sonriendo cuando el cuerpo de su esposo reaccionó y una de las manos de él le recorría la espalda hasta las nalgas, en tanto la otra la sostenía todavía de los hombros.
Ella le sonrió con coquetería y él paseó su nariz por su cuello y su escote, besándola en medio de sus senos antes de cargarla del todo para dejarla en la cama, a pesar de salirse de ella en el proceso.
Ella se giró entonces, dándole la espalda, sintiendo como era besada y acariciada. El mana de Ferdinand recorriéndole el cuerpo con dulzura y provocándole tanto placer, que el hombre no tuvo dificultades en volver a penetrarla en esa posición, con las piernas a medio abrir. Ella las cerró entonces, cruzándolas, escuchándolo sisear antes de colocar ambos brazos a los lados de ella para bombear en esa posición extraña.
La melodía terminó, dejando que otra empezara un par de segundos después. El ritmo que Ferdinand llevaba había cambiado y ella no pudo resistirlo, sintiendo una ola de placer consumirla con suavidad, haciéndola gemir y temblar un poco.
Ferdinand salió de su cuerpo, girándola para dejarla acostada de espaldas antes de levantar uno de sus pies, acariciándolo con cariño hasta alcanzar su rodilla, besándola una y otra vez, recorriendo aquella extremidad hasta llegar a su cadera y luego a su vientre, atrapando sus senos entre sus manos y manipulando sus pezones de manera demasiado hábil para la salud mental de Rozemyne.
Cuando la boca de Ferdinand alcanzó su propia boca, ella ya estaba siendo penetrada de nuevo, envolviendo la cadera del hombre en un abrazo con sus piernas, sintiendo las piernas de Ferdinand doblándose a sus lados antes de que él la sujetara con fuerza de los brazos, por arriba de los codos para ayudarla a sentarse a medias.
Su marido la ayudó a llevar el ritmo que marcaba la música sin dejar de mirarla en ningún momento, deteniéndola de pronto para reacomodarse con las piernas cruzadas.
Sin tardar más tiempo, ella misma comenzó a moverse como si saltara, frotándose de vez en cuando abrazada a él, besándolo una y otra vez entre risas divertidas, notando sus ojos febriles y chispeantes enmarcando la sonrisa del Rey Demonio cuando dejó de besarlo, empujándolo un poco hasta verlo acostado sobre sus espaldas para posar sus manos en el pecho más que saludable de Ferdinand y comenzar a moverse con rapidez sobre él.
—Rozzzzemynnne, no voy, no voy a durar mucho, si vas, tan rápido.
No estaba respetando para nada el ritmo de la música pero no le importaba. Estaba frenética ahora, inundada de todo tipo de sensaciones placenteras, arqueándose hacia atrás cuando el siguiente orgasmo la golpeó con fuerza, obligándola a detenerse y apretar al hombre entre sus piernas hasta que pudo relajarse del todo.
Ferdinand se movió entonces, tirándola contra la cama, obligándola a levantar sus caderas hasta quedar sobre sus rodillas con sus brazos, sus hombros y su cabeza recargadas contra el enorme colchón de su cama.
Un sonido de ¡Paf! Acompañado de un leve ardor en su derrier la hizo saltar y reír. No era usual que Ferdinand la nalgueara, después de todo.
Los labios de su marido no tardaron en consentir un poco la zona recién golpeada, luego lo sintió entrar en ella, bombeando de nuevo al ritmo de la música antes de que sus manos pasearan por su cuerpo, obligándola a erguirse del todo para manosearle ambos senos con una mano y estimular su clítoris con la otra.
—¿Te gusta, Rozemyne?
—¡Me encanta, Ferdinand!
Él la besó en el cuello, mordiéndola y dejando chupetones a su paso, acelerando poco a poco cuando la melodía terminó y otra más daba inicio. Rozemyne se deshacía en suspiros ante la cantidad de estímulos en su cuerpo, preguntándose si podría sostenerse o no sin la ayuda de los brazos de su esposo.
El ritmo con que Ferdinand entraba y salía de ella se incrementó de nuevo. Sus manos se volvieron más rudas y feroces con ella, incluso la cantidad de mana con que la estaba pintando había incrementado. Pronto se escuchó a sí misma gimiendo y jadeando ante la tensión extrema de un orgasmo más, para luego sentir como una enorme descarga de mana era enviada directo a sus entrañas, haciéndola entrar a otro orgasmo mucho más fuerte y largo de manera inmediata, sin que Ferdinand dejara de moverse del todo, a lo sumo, dándole estocadas más espaciadas y fuertes, salvajes en toda regla, apretando su cuerpo con los brazos antes de soltarla y caer con ella, rendido, al colchón.
Ambos jadeaban ahora.
Los labios de su marido abandonaron sus hombros y lo escuchó susurrar un washen que les limpió de sudor, saliva y otros fluidos de inmediato.
La mano de Ferdinand estaba ya sobre su hombro cuando ella se volteó, negando con la cabeza sin dejar de sonreír con cansancio.
—En lugar de curarme, ¿podrías hacerme otra flor de Beisnmachart justo aquí?
Ferdinand observó con atención y algo de incredulidad mientras ella le señalaba un área un poco arriba de su seno. Ella le sonrió entonces, tomándolo del rostro.
—¿En otra ocasión entonces? —preguntó ella—, me gustaría mirarme en el espejo y encontrar mi piel marcada por ti… de hecho, me gustaría marcar tu piel también… pero…
Él la abrazó de inmediato, suspirando sin soltarla ni un poco.
—Un día me vas a enloquecer por completo, ¿lo sabes?
Ella le devolvió el abrazo, sonriendo y frotando su rostro contra el pecho de él.
—Mañana —murmuró Ferdinand ahora—, prometo hacerte una marca adecuada mañana siempre que tú me dejes una marca igual, ¿mhh?
Ella asintió entonces, enderezándose lo justo para robarle un par de besos y perderse en esos ojos dorado claro que tanto le gustaban.
—Gracias, mi Ewigeliebe. Quiero algo más que hielo antes de ir a la Conferencia de Archiduques. Si se asoman entre mi ropa, mejor aún.
—¡Eres una verdadera desvergonzada!
—Y tú luces demasiado feliz por mi propuesta.
Ambos sonrieron, besándose una vez más.
Ferdinand tiró de las cobijas para cubrirlos a ambos, resguardándola entre sus brazos antes de soltar un suspiro satisfecho, el indicio inequívoco de que estaba a punto de dormir.
—[Te amo mucho, Ferdinand]
—[Yo te amo aún más, todas mis diosas]
Tuvo que sonreír. Nada era más sexy que su esposo diciéndole esas cosas en su viejo idioma. Y nada la hacía más feliz que dormir entre sus brazos, justo después de hacer el amor.
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Notas de la Autora:
Modificando un poco la nota original, debo agradecer a Dy por darse cuenta de un par de errores míos en la primera versión en cuanto a las asistentes que fueron entrevistadas para hacerse cargo de Aiko. Debo haber tardado varios días escribiendo ese capítulo, así que estaba un poco... distraída porque entre un diálogo y otro hay entre dos horas y dos días sin tocar el archivo, jejeje, también el comentario que hace Ferdinand sobre que nadie debería ver a Aiko fuera del círculo más allegado a ellos fue colocado luego de un comentario que hizo Dy en fanfiction net. Muchas gracias por tus observaciones, el capítulo ya está en mejores condiciones ahora. De hecho, estoy agregando las nanas y asistentes varones al archivo donde tengo lel listado de niños. Es una generación entera, necesito saber quien los parió y cuando, saber quien es la o el asistente principal no está de más.
Muchísimas gracias por los kudos, los suscribe y en especial por los comentarios, me hacen el día, la semana y el mes, todo en uno, así que no olviden pasar a dejar algún comentario.
A, si, este fin de semana tendremos capítulo nuevo en el fanfic de Semillas. Es hora de presentar a la segunda hija de Ferdinand y Rozemyne... y si, espoilearles más cuantos hijos van en esa cuenta... ¡oh cielos! espero lo disfruten, mis coautores de La Flor y el Demonio amaron a Hoshi, espero que a ustedes también les agrade esa malvada mocosa.
SRABA
