Los Dioses del Amor
De viento y oscuridad
Volver a Alexandría había supuesto un alivio y un montón de trabajo a partes iguales para la pareja archiducal.
Esta vez no había secretos, de modo que una visita a Ibiza había sido planeada para mediados del verano. Ferdinand moría de curiosidad por saber que tanto habían estado haciendo Justus, los fanáticos y todas sus diosas con ese lugar en la costa… claro que no contarían con Harmut y Clarissa para el viaje. La erudita de la espada estaba embarazada.
Ferdinand aún recordaba la cara de emoción estúpida que el hombre había puesto cuando les avisó apenas regresar de la Conferencia Archiducal. En su éxtasis, el insensato había tomado el ofrecimiento de Rozemyne de obsequiarles algo para festejar el feliz acontecimiento y Harmut había solicitado una piedra con el mana de Rozemyne para el bebé.
—Harmut, Gramarature debe estar haciendo una broma a nuestros oídos —había dicho Ferdinand de inmediato—, ¿no temes que el mana de Aub Rozemyne pueda contaminar el mana de tu hijo?"
El rostro de Harmut había pasado de la sorpresa a la confusión, luego a la más profunda introspección para luego estallar en su habitual estado exaltado, desviviéndose en halagos para su Aub y Santa.
—... además, Aub Ferdinand —continuó Harmut abrazándose a sí mismo y moviéndose de un modo incómodo de ver—, mi querida esposa y yo ya estamos envueltos en el mana de nuestra señora. ¡Es natural que queramos que su mana divino y poderoso cubra también la vida de nuestro pequeño para protegerlo e inspirarlo en todas las formas habidas y por haber!
Ferdinand se había sentido en shock, al grado de detenerse en el medio del pasillo y soltar la herramienta para evitar escuchas que los tres habían sostenido de camino al ala de niños.
Recordaba bien que se había preguntado como un padre podía ser tan irresponsable por mero fanatismo, comparándolo con el cuidado "excesivo" según Rozemyen que él había tenido de su esposa y su pequeña Aiko el año anterior.
Para su sorpresa, Rozemyne había soltado también el aparato, mirando de pronto a su alrededor con obvia confusión en su semblante.
—Nada de lo que voy a preguntar y ustedes a decirme puede salir de este grupo, ¡es una orden de su Aub! —dijo Rozemyne con autoridad.
Tanto su séquito como el de ella la miraron asombrados antes de cruzarse de brazos y arrodillarse frente a ella. Ahora él también se sentía curioso, de modo que la dejó continuar.
—Debo admitir que mi educación de dama fue incompleta, y es posible que no haya comprendido bien la que recibí de mi madre, así que quiero respuestas claras y directas. ¿Qué tan perjudicial sería para un bebé recibir mana del maestro de sus padres si estos le han dado sus nombres?
Ferdinand observó con curiosidad las caras llenas de desconcierto tanto de quienes venían de Ehrenfest como de quienes habían nacido en la antigua Arsenbach.
Grettia miró a Matthias y luego a Harmut. Ferdinand se dio cuenta en ese momento de que el entendimiento la había golpeado de pronto. Aun así, la chica no dijo nada en lo absoluto.
—Dado que el mana de los padres ya ha sido mezclado por el mana del maestro —explicó Justus cuando nadie más dijo nada—, se espera que el bebé sea protegido por el mana del maestro.
—Si me permite, Aub Rozemyne —ofreció Angélica con su inocencia usual—, si el bebé ha sido concebido luego de que los padres dieran sus nombres, su mana ya habrá sido contaminado por el mana del maestro. No sería raro que el maestro done un poco de su mana a sus sirvientes para mostrar su apoyo para el nuevo bebé, igual que no es raro que los hermanos del pequeño donen mana a su madre. Mi madre a veces comentaba que a mi me gustaba mucho abrazar a mi hermana menor y balbucearle mientras ella estaba dentro de su cáliz.
Liesseleta se había sonrojado de manera furiosa, llamando la atención de su hermana y cubriendo su cara con las manos, robando algunas risas mal contenidas al resto del séquito.
—Nuestro padre solía llevarme al cuarto de nuestra madre cada vez que estaba con la carga de Geduldh, Aub —informó ahora Eckhart—, para que mi mana fortaleciera a mis hermanos menores.
—Por el contrario, nuestro padre nos prohibía la entrada a las habitaciones de sus otras esposas cuando estaban con la carga de Geduldh —dijo Cornelius esta vez.
—En tiempos antiguos —mencionó Sergiuz esta vez, refiriéndose al tiempo antes de Alexandria—, era costumbre que todo maestro diera algunas pequeñas piedras con mana a sus sirvientes juramentados más apreciados al enterarse de que alguno de ellos tenía la carga de Geduldh oculta en su casa. Desconozco cuantos nombres guarden las manos de nuestros Aubs, o cómo se hacían las cosas en su ducado de origen, pero aquí sería muy apreciado el gesto.
—Entonces —dijo Rozemyne luego de considerar la información que Ferdinand no había tenido en cuenta durante el embarazo de Aiko por la preocupación—, si dos de mis sirvientes juramentados fueran a tener un hijo, ¿está bien que les obsequie una piedra fey llena con mi mana?
Para sorpresa de Ferdinand, Matthias lanzó una mirada a Grettia que la hizo sonrojar de una manera escandalosa, justo antes de dar un paso al frente y arrodillarse frente a Rozemyne.
—Si Aub Alexandria fuera a compartir su mana con sus sirvientes juramentados para dar protección a un bebé, puede estar segura de que sería un verdadero honor.
Los demás asintieron, Rozemyne sonrió ý los ojos de Harmut brillaron con gran intensidad. Ferdinand le hizo una pequeña seña para recordarle que debía guardar silencio absoluto.
—Agradezco mucho contar con las bendiciones de Anhaltaung a través de todos ustedes —comentó todas sus diosas haciendo una pequeña reverencia, una de esas reminiscencias de su mundo anterior a la que todos en el castillo se habían acostumbrado—, es mi deseo seguir contando con las diferentes bendiciones de los dioses a través de nuestro talentoso séquito.
Un par de los eruditos originarios de Arsenbach hicieron un gesto de confusión que dejaron ver apenas un segundo debido a la sorpresa. Ferdinand tomó nota de inmediato. Tendría que hablar con la totalidad de su séquito más adelante para dejar en claro que todo lo suyo era también de Rozemyne y viceversa porque así lo deseaban ellos. A ojos de su esposa, no eran dos séquitos sino uno. Que ella se recargara más en su propio séquito que en el de él era más por costumbre que por otra cosa.
Una vez terminada la pequeña discusión, la pareja retomó su camino al ala de niños. Rozemyne no solo había aceptado dar piedras fey para Clarissa, también había asegurado que el pequeño sería aceptado en el ala de niños con los otros infantes en cuanto Clarissa se sintiera lista para volver a trabajar.
Ferdinand regresó de inmediato de su pequeño viaje a "la calle de los recuerdos" como llamaba su esposa a esas evocaciones del pasado, notando la carta sellada de Aub Ehrenfest.
Una misiva oficial.
Ferdinand la abrió entonces, leyendo con rapidez antes de lanzar una mirada a su esposa, sentada al otro lado del despacho en su propio escritorio, revisando su parte del trabajo de oficina, sonriendo.
Su hermano quería ir junto con Melchior para debatir algunas cosas en persona y conocer a su sobrina. Era tiempo, a decir verdad. Aiko había sido destetada dos días atrás y se movía con una velocidad impresionante por la sala de juegos mientras gateaba.
—Aub Rozemyne, ¿podría mirar este documento, por favor? —solicitó Ferdinand con una sonrisa divertida, entregando la misiva a Justus, quien la pasó de inmediato a Harmut.
—Por supuesto, Lord Ferdinand —dijo su esposa aceptando la misiva y leyéndola de inmediato.
Ferdinand no pudo evitar sentirse mejor al notar una sonrisa sincera aflorando en el rostro de su esposa. Sus ojos brillaban bastante también. Sería un alivio poder ver a su hermano en el castillo en lugar de en una sala de té en la puerta de la frontera con el tiempo encima.
—Me parece adecuado —dijo su esposa de inmediato—, Harmut, Justus, les encargo realizar los arreglos necesarios para que esto se lleve a cabo con prontitud. Debemos aprovechar que Lord Melchior va a regresar por una semana a Ehrenfest para descansar de la escuela.
Los dos eruditos acataron la orden de inmediato y Ferdinand miró los papeles que aún faltaban por revisar. Tendría que hacer algunos ajustes a su propio horario para tener tiempo que pasar con Sylvester sin preocuparse demasiado. No es como si no pudiera sacrificar una campanada diaria en sus laboratorios. Seguro que Margareth, Lancel y Mourice se alegrarían por quedar como supervisores principales de los diferentes laboratorios por el tiempo que quedara antes y durante la visita.
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—Padre adoptivo, ¿cuándo vendrá la hermana Charlotte de visita? No la he visto en mucho tiempo.
Estaban sentados en la sala de té particular de Ferdinand. Aiko miraba a un lado y a otro con sus grandes ojos dorados desde el regazo de su madre, dedicándole dulces sonrisas desdentadas cada vez que lo miraba sentado al lado de ambas.
Tanto Melchior como Sylvester estaban comiendo galletas y bebiendo té cuando Rozemyne lanzó la pregunta. Su sobrino miraba de uno a otro antes de mirar a Aiko, quien había comenzado a balbucear algo en su dirección.
—La verdad —comenzó a responder Sylvester bajando su taza con una sonrisa noble pegada al rostro—, tengo miedo de traerla.
Ferdinand miró a Rozemyne con sorpresa y ella le devolvió la mirada. ¿Había algo de lo que no se hubieran enterado? Ferdinand lo pensó con rapidez. Las fronteras entre Ehrenfest y Alexandría eran seguras. Los dos ducados estaban pasando por una época de paz y prosperidad que acababa de empezar. La verdad, la Academia Real le parecía un lugar más preocupante y aún así…
—¡No seas ridículo, Sylvester! —regañó Ferdinand antes de responder a la súplica de Aiko de tomarla en brazos—. ¿Miedo de que?
—No sé —respondió su hermano con esa sonrisa traviesa que ponía cada vez que estaba por jugarle una broma—, luego de leerme el volumen cuatro del buen libro, tú dime, tío Ferdie.
—¿Qué demonios, tu…?
Ferdinand se apresuró a cubrir su boca al notar los grandes ojos de Aiko sobre él. Lo último que quería era que su adorada y dulce hija empezara a maldecir de la nada.
Suprimiendo sus ganas de golpear su sien para pensar, Ferdinand cubrió los oídos de su pequeña con ambas manos, más tranquilo al sentir las pequeñas manos de su hija sobre las suyas y escucharla reír divertida.
—Bien —suspiró su hermano antes de levantar su mano y mostrarle su dedo pulgar, como si fuera a enumerar algo—, Detlinde es tu sobrina y EX prometida…
Un terrible estremecimiento se apoderó de Ferdinand. Su desagrado ante aquel terrible recuerdo sofocado por la tensión en el cuerpo de Rozemyne a su lado. Su mujer estaba tan molesta, que podía sentir su mana arremolinándose alrededor de ella de un modo tan despiadado, que tanto Melchior como Aiko la estaban mirando ahora sin proferir sonido alguno. Tenía que hacer algo para aminorar el descontento de su esposa, de modo que puso su rostro más imparcial y respondió fingiendo aburrimiento.
—¿Y qué tiene eso?
—Bueno, estas casado con mi hija adoptiva —respondió Sylvester levantando su dedo índice sin dejar de sonreír— Y tiene el cuarto libro, y los juegos…
Ferdinand entrecerró los ojos hacia Sylvester, frunciendo el ceño. Había exigido mirar ese famoso cuarto manual apenas volver de la Conferencia Archiducal y le había parecido de lo más desvergonzado que había hecho su esposa… que esa idiota decidiera usar las herramientas de Drewanchel en ambos para aplacarlo un poco y simular que él tenía tres esposas había sido… cambió de pensamientos de inmediato. No podía dejar que sus orejas lo traicionaran.
—… entonces —continuó Sylvester—, comprenderás que tengo miedo de dejar al resto de mis hermosas hijas cerca de ese Gremlin y que la influencíe como hizo contigo.
Melchior los estaba mirando a ambos con desconcierto. La nana de Aiko se apresuró a tomar a la bebé en brazos y salir de inmediato. Rozemyne parecía menos molesta y más curiosa ahora.
—No puedes contenerla y Charlotte la sigue —continuó Sylvester—. Y ahora tú tienes nuevos… Hobbies… hummm… inesperados en la alcoba… tengo miedo que empieces a experimentar con "todas tus sobrinas" Ferdinand.
—Padre —murmuró Melchior en un tono frustrado—, no seas tan dramático. El tío Ferdinand no haría…
—¡De ninguna manera! —gritó Sylvester de modo dramático tomándose la cabeza antes de mirarlos de nuevo simulando estar a punto de llorar—, por eso no puedo traer a ninguna de tus hermanas, Rozemyne. El "tío Ferdinand" es incluso más peligroso que tú.
Estaba más que molesto, sintiendo sus orejas enrojecer solo porque su hermano había hecho alusión a sus actividades de alcoba. Esta era, por mucho, la broma más desvergonzada, fastidiosa, estúpida y…
—Bueno, si lo pone de ese modo —dijo Rozemyne, mirando primero a Sylvester con pena y luego a él mismo antes de dejar escapar una diminuta sonrisa—, tío Ferdinand ¿quieres jugar con nosotras?
Sylvester estalló en una sonora carcajada. Rozemyne sonreía, temblando para evitar reír de un modo tan abierto y Melchior veía para todos lados demasiado sorprendido para poder reaccionar.
¡Esto era el colmo!
—Si ese es el caso —dijo Ferdinand con una voz gélida poniéndose de pie para retirarse—, haré que vuelvan a amueblar mi habitación. Si me disculpan.
—¡Espera, Ferdinand!
La súplica de Rozemyne lo hizo detenerse antes de dar el primer paso lejos de la mesa y fuera de la habitación, sonaba de verdad preocupada.
—Si, tío Ferdinand —insistió Sylvester con esa voz cargada de mofa, disfrutando bastante de haberlo desquiciado tan rápido según parecía—. Que disfrutes del tesoro de tu sobrina Rozemyne no significa que vayas a disfrutar del de tu sobrina Charlotte o del de Henrietta… Espero.
Eso fue demasiado incluso para Sylvester. Ferdinand miraba a su hermano sintiendo su mana descontrolándose por completo. Rozemyne no era en realidad su sobrina y él no estaba interesado en ninguna otra mujer, sobrina, amiga, compañera o lo que fuera. Además, Ferdinand guardaba con cariño el recuerdo de enseñar a Charlotte y Wilfried antes de que lo enviaran a la antigua Arsenbach. El afecto de los dos niños y el respeto de ambos parecía empañarse con las sucias palabras de Sylvester, quien parecía tener dificultades para respirar. Apenas Ferdinand se dio cuenta de esto cerró sus ojos, suspirando y comenzando a retirarse más enfadado de lo que había estado en años.
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—¿Padre? —preguntó el hermano Melchior con preocupación.
—¿Estás bien, padre adoptivo? —cuestionó ella también, preocupada tanto por Sylvester como por Ferdinand.
—Si alguna vez —comenzó a decir Sylvester sosteniendo su pecho, interrumpiéndose para beberse de un trago el resto de su té—, se te sale decirle "tío Ferdinand" durante… Ya sabes… Su tiempo de "esparcimiento" —murmuró Sylvester antes de soltar un suspiro y sonreír demasiado divertido para su propio gusto—, quiero TOOODOS los detalles, Rozemyne.
Sylvester comenzó a reír de nuevo en tanto Melchior se cruzaba de brazos, mirándolo con el ceño fruncido y ella soltaba un suspiro de alivio, recostándose un poco en el respaldo de la silla y cubriendo su boca con su abanico, tratando de no reírse.
—Lo siento, padre adoptivo. Ferdinand no me perdonaría que hiciera algo como eso.
—¿Contarme o llamarlo "tío Ferdinand"?
No pudo más, una pequeña risa escapó de su boca en tanto Sylvester se reía aun más fuerte ante la mirada atónita de Melchior.
—Hermana, ¿no deberías ser más respetuosa de tu esposo y dejar de seguirle la corriente a nuestro padre? —se quejó su hermanito de inmediato. Su voz sonando en un agradable barítono entre los tonos altos de Sylvester y Ferdinand.
—Mi lindo Melchior, déjame darte un consejo —comentó Rozmyne recordando a una joven de cabellos castaños rojizos, con hermosos ojos esmeralda y un aura parecida a la de un shumil asustado—. Algún día, cuando Vittoria y tú hayan unido sus estrellas, es posible que alguien les juegue alguna broma de este tipo. Por favor recuerda que nadie te está atacando, solo es algo inevitable.
Su hermano se cruzó de brazos, dejando caer su rostro de noble perfecto para mostrar cuan ofendido estaba con ese comentario en tanto Sylvester se reía más fuerte todavía.
—Además, Melchior querido —continuó ella mirando a Sylvester, todavía molesta por la mención del estúpido árbol de Navidad que ahora residía en alguna Torre Blanca—, te ruego que por favor no te asustes demasiado si Brunhilde termina llamando "Papi" a nuestro padre.
Las risas de Sylvester cesaron en ese momento. Su boca cerrada con firmeza y sus ojos desmesuradamente abiertos antes de comenzar a negar despacio. Tras él, Karstedt cubría su boca para no soltar a reír con tanto descaro como su primo.
—Brunhilde y yo solíamos ir juntas a la Academia Real, después de todo. Bien podría ser nuestra hermana… ¿no es así, PAAAAAAPIIIIIIII?
Melchior miraba a su padre ponerse rojo por completo, intentando beber el inexistente té de su taza vacía antes de mirar a otro lado.
—¡Cómo si yo fuera a hacer alguna perversión de esas! —se quejó Sylvester.
—Estabas dispuesto a tomarme a mí como segunda esposa, PAAAAPIIIII, tal vez deba preguntarle a Brunhilde si…
—¡No te atrevas, Rozemyne!
Esta vez no escondió su sonrisa venenosa y divertida, notando que Melchior sonreía del mismo modo sin poder evitarlo.
—Claro, claro… no le diré YO a Brunhilde que puede llamarte PAPI en la cama, en especial si Florencia está presente.
Una mirada a Karstedt y notó que el mensaje había llegado. Siempre podía confiar en que sus padres nobles se encargaran de devolver la broma.
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Era una suerte que para la hora de la cena, las bromas hubieran sido olvidadas. Sylvester no dejaba de salivar con cada nuevo platillo presentado. Ferdinand se comportaba como todo un caballero y Melchior había estado aportado algunas preguntas sobre los cursos que tomaría a partir de la semana siguiente en la Academia Real, haciendo que un aire de nostalgia y camaradería se instalara mientras ella y Ferdinand compartían algunas cuantas anécdotas de su propia estadía de verano para sus propios cursos extras.
Mentiría si dijera que su hermanito no la hacía sentir orgullosa. Melchior ya había logrado salir como primero el año pasado para los cursos de caballero, erudito y archiduque, además su relación con Vittoria iba muy bien según los informes de Letizia, quien también estaba de vacaciones en casa. Ella solo estaba tomando como extra el curso de erudita.
Al final, Letizia y Melchior habían solicitado permiso para pasar un poco de tiempo al día siguiente con Aiko, a lo que ambos habían aceptado de inmediato. Sylvester había anunciado que deseaba ir a visitar Ibiza al día siguiente, de modo que Justus fue asignado para guiarlo y mantenerlo tan lejos del castillo como fuera posible. Rozemyne notó de inmediato cuando Ferdinand le ordenaba a Justus reportarle de TODO lo que hiciera su hermano ahí, era posible que esto fuera para buscar algo con qué burlarse de Sylvester durante su último día de visita.
Era lo de menos. Su Dios Oscuro parecía más tranquilo esa noche.
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El segundo día de la visita había sido tranquilo y placentero para Rozemyne.
Con Sylvester visitando Ibiza, había podido relajarse en el despacho hablando con su hermano Melchior y mostrándole algunos planos del lugar, así como la documentación inofensiva respecto a la zona de turismo familiar en la playa. También le había mostrado una de las dos albercas que el castillo ostentaba ahora en el techo. Una al aire libre con camastros, hamacas y un jardín a su alrededor en tanto la otra estaba techada en conjunto con los baños cambiadores.
Su hermanito también estuvo pasando tiempo con Ferdinand ese día. El joven estaba más que interesado en todo lo concerniente a tratos mercantiles y política.
Por supuesto, tuvieron una visita al Templo después de la comida. Melchior parecía extrañado y curioso por el extraño acomodo de Alexandria, con el castillo, la biblioteca, los laboratorios y el templo unidos entre sí al centro de la ciudad, rodeados por el barrio noble que luego era rodeado por un anillo de tiendas. La zona comercial era la que mantenía separados a los nobles de los plebeyos y estos mantenían separada la ciudad del campo.
Había sido un día divertido.
Lo que Rozemyne había disfrutado más fue su visita a la sala de niños. Con Aiko dejando el pecho de manera definitiva, eran menos las visitas diarias que debía hacer.
Letizia estaba acostumbrada a la cantidad de bebés y niños pequeños en esa zona. Era parte de las reformas de Rozemyne para que las mujeres pudieran volver a trabajar en cuanto lo desearan, después de todo.
–Mi sobrina es igual a ti, hermana Rozemyne –comentó Melchior acariciando los cabellos de Aiko, quién parecía estar dando comida a un shumil de peluche verde.
–Lo sé. Es una pena que no haya podido hacer un libro de tela adecuado para ella –se lamentó Rozemyne, notando la sonrisa divertida de su hermano junto con la nieve negación de cabeza del mismo.
–Pensé que los shumils que repiten letras y los libros de hoja gruesa eran suficientes, hermana.
Letizia los miró a ambos desde su asiento en un sillón contiguo, cubriendo su sonrisa con un abanico de tela.
–Tío Melchior, temo que madre invente incluso libros comestibles. A veces nos preguntamos cuál rifa es más grande en su interior, si la que alberga por Mestionora o la que crece por padre.
Rozemyne se llevó un dedo a los labios sin dejar de sonreír, notando que incluso Melchior estaba divertido.
–Letizia, querida, no tienes al Rey Demonio, por favor. Mis mejillas ya no son lo único en riesgo aquí.
Tanto su hija como su hermano adoptivo soltaron algunas risas en ese momento, contagiando a Aiko, a quién tuvo que cargar en ese momento para abrazarla. Adoraba el sonido de su risa, estaba segura de que haría cualquier cosa por ella… igual que Ferdinand.
Algo más tarde, durante la cena, Sylvester discutía los atractivos únicos de Ibiza en un claro debate sobre las semejanzas y diferencias con Vegas. Melchior solo asentía sin dejar de comer o sonreír. Letizia también parecía complacida.
–[Espero que Justus no lo haya llevado a buscar flores] –comentó Ferdinand a través del manos libres.
–[No creo que Sylvester habría querido entrar sin Florencia o Brunhilde] –respondió ella aprovechando que la conversación ahora iba entre Sylvester y los dos menores de edad en la mesa.
–[No lo sé. Pasó años negándose a aceptar una segunda esposa y ahora comparte cama con ambas a la vez. Incluso está considerando tomar una tercera esposa]
–[Es Aub Ehrenfest. Una tercera esposa no le vendría mal. ¿Debería comentarle esto a mi madre?]
La cara de advertencia de Ferdinand fue suficiente para hacerla saber que no quería que metiera sus narices en ello. Rozemyne solo sonrió, sacando su pie del zapato en turno para meterlo entre las piernas de Ferdinand, sonriendo aún más al verlo respingar, fingiendo inocencia para no llamar demasiado la atención.
Ambos miraron a sus otros familiares. Demasiado concentrados en su conversación como para notarlos.
Ferdinand la miró divertido entonces, llevándose una copa de vize a los labios antes de rozarle el brazo por "accidente" junto con una nada accidental descarga placentera de mana.
En verdad era una suerte que Sylvester no hubiera estado ahí en todo el día. Su Dios Oscuro tendría energías para jugar con ella a diferencia de la noche anterior.
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Justus y Grettia ya no estaban en sus aposentos… sus ropas de dormir tampoco los cubrían. En ocasiones como estas, Rozemyne no dejaba de preguntarse porque permitían que los vistieran las noches en que sabían que no las iban a usar… noches como esa.
Besos dulces intercambiados al abrigo del dios de la oscuridad. Caricias cargadas de mana danzando sobre cuerpos desnudos. Bluanfah bailando sin cesar en medio de esa invocación causada por Bremwärme y Beinsmachart.
En medio del desproporcionado entusiasmo de Ferdinand, quien la estaba colmando de afecto como si fuera un adolescente lleno de hormonas y ansias, sintiendo como era penetrada conforme él succionaba y mordía su cuello, una idea traviesa y demasiado impulsiva se apoderó de Rozemyne.
–¡Oh, si! ¡Tío Ferdinand! –suspiró ella.
Ferdinand se detuvo de inmediato, su rostro despegándose de su cuello para mirarla con los ojos muy abiertos. Rozemyne lo observó curiosa, sonriendo divertida al ver el contraste entre la piel pálida en la cara de su esposo y sus orejas de un furioso color rojo.
—No soy tu tío —murmuró Ferdinand todavía pálido, frunciendo el ceño ante el obvio desagrado—. ¡Nunca he sido tu tío!
—Bueno —respondió ella con una sonrisa, todavía sentada sobre el regazo de su amante—, si seguimos mi noble linaje…
—¡He dicho que no, Rozemyne!
Era difícil no reírse por la seriedad con que el hombre estaba hablándole ahora, más si tomaba en cuenta lo joven y despreocupado que había parecido hasta hacía un momento.
Mordiendo su lengua para no soltar a reír ante su pequeña broma, Rozemyne se cruzó de brazos entonces, aguantando un gemido cuando la espada en su interior se movió en protesta por haberse detenido el juego.
—Wilfried te llama tío, igual que Melchior y Charlotte —mencionó ella con un dedo en su mejilla, mirando al techo de tela sobre sus cabezas antes de mirarlo a él con una sonrisa inocente—, ¡y juraría que Cornelius te ha llamado tío alguna vez!
Ferdinand se cubrió la cara. Sus orejas rojas destacando demasiado entre sus cabellos azules al haber tomado un tono mucho más oscuro.
— No, eres, mi sobrina, Rozemyne —respondió Ferdinand en un susurro, abriendo sus dedos para mirarla—, ¡eres mi esposa!
Sin dejar de sonreír, Rozemyne retiró la mano que le impedía ver el rostro de su marido, sembrando besos por todo su rostro, sonriendo aún más al notarlo relajándose bajo sus labios o sentir las manos de él envolviéndola de nuevo.
Más besos. La lengua de Ferdinand dentro de su boca le parecía tan dulce que la hacía suspirar, dejándolo girarse con ella en brazos. Pronto lo sintió entrando y saliendo de nuevo de su cuerpo. Los labios de Ferdinand parecían ansiosos. Si bien habían abandonado su boca para dejarla gemir tanto como quisiera, no habían abandonado su piel. Labios, lengua y dientes repasaban sus orejas, su cuello, sus clavículas, hombros y senos. Las manos de Ferdinand parecían bañarla en mana, pintándola como Ewigeliebe pintaba a Geduldh en las zonas más septentrionales de Yurgensmicht.
Un orgasmo y luego otro, todos causados por el mismo hombre de cabellos azul claro y manos llenas de una avaricia que, sin duda, la habría relegado a algún lugar apartado de ser otras personas. Ferdinand era un hombre bastante posesivo… Rozemyne también lo era, quizás esa era la principal razón de que les fuera tan bien como pareja. Se protegían y deseaban demasiado.
—¡Ahhhh! ¡Así, tío Ferdinand!
Esta vez no había intentado molestarlo. De verdad se le había escapado llamarlo tío en medio de su éxtasis… y no había sido un desliz apreciado por el hombre sobre y dentro de ella.
—¡Rozemyne!
Que se detuviera y molestara por ello, o el rostro cargado de ofensa la estaba haciendo reír. Era difícil aguantarse la carcajada por lo divertida que le parecía la situación. Para mala suerte de Ferdinand, ella se sentía especialmente traviesa esa noche.
— ¿Si, tío Ferdie?
Lo sintió retirarse de ella, dejándole una sensación de vacío interna que la llevó a aferrarlo de las muñecas que permanecían a ambos lados de ella sobre el colchón. Lo miró pasar del enfado a la frustración y de ahí a un gesto que nunca en la vida le había visto hacer que le provocaba sentimientos encontrados. Por un lado, quería pedirle disculpas, abrazarlo y mimarlo y jurarle que no lo volvería a hacer. Por otro lado, quería llamarlo tío Ferdinand una y otra vez solo para reír ante su descontento. En ese momento, Rozemyne sentía que de verdad era una muy mala persona.
—Sabes porque nunca te enseñé a llamarme tío? —preguntó el hombre un poco más tranquilo ahora, como si hubiera llegado a una conclusión con respecto a la situación entera.
Rozmyne lo mira sonriendo, negando despacio y aflojando el agarre sobre las muñecas de Ferdinand.
—¡Porque no, eres mi sobrina! ¡Idiota!
No supo como reaccionar cuando él se jaloneó para soltarse del todo, sentándose a la orilla de la cama y tomando la ropa de la que había sido despojado hacia un rato. Si no hacía algo pronto, ese hombre terco se vestiría y se sentaría en su escritorio para avanzar con algo de trabajo, ignorándola hasta que se hubiera dormir y no la abrazaría para nada en medio de su resentimiento.
Rozemyne se llevó la mano a la cara un momento. La había cagado.
Ferdinand estaba levantando una pierna para introducirla en su pantalón. Se apresuró entonces a colgarse de su cuello, frotando su rostro en su espalda y besándolo en la nuca.
—Ferdinand, no te enojes —suplicó ella con verdadero arrepentimiento—. Estaba bromeando.
—¡Pues no fue gracioso, Rozemyne! —le respondió el hombre con frustración, sosteniendo su pantalón con una mano y tratando de obligarla a soltarlo con la otra.
—Pues a mí no me hace gracia que me digas "gremlin" o "shumil pervertido" —dijo ella en el mismo tono frustrado que él, soltándolo un poco para arrodillarse del todo tras él, adelantándose para besarle en la mejilla.
—No es lo mismo —suspiró su esposo.
—¡Si lo es! —dijo ella con terquedad, tomando aire para calmarse y retomar su objetivo, modulando su voz a una más dulce—. Pero si te molesta tanto, no volveré a hacerlo.
En verdad estaba arrepentida ahora. Su boca no tardó en dar algunos besos en la espalda de Ferdinand conforme sus manos se deslizaban con lentitud por su pecho hasta sostenerlo de los hombros, momento en que apoyó su frente en la espalda de él.
—¿Me perdonas?
Lo escuchó suspirando. Sintió las manos callosas de él apretando las suyas, dándole a entender que ya no se estaba vistiendo y solo con eso, sonrió.
—Si, te perdono.
Su marido volteó entonces, tomando su mentón con una mano para que levantara la cabeza y poder besarla en los labios con dulzura. ¡Cómo amaba a este hombre!
—Gracias, Amo Ferdinand.
Lo notó sonriendo de ese modo sensual y un tanto venenoso que usaba cada vez que jugaban al amo y la esclava. Se dejó tomar con fuerza por los brazos. Cooperó abriendo sus piernas para ser colocada de vuelta en el regazo de Ferdinand. Se perdió con él en un beso pasional, buscando su miembro cálido y erecto con las caderas sin prestar atención a las manos de Ferdinand sujetándola todavía de los brazos, al menos, hasta que sintió que era atada de las muñecas y dejada de lado en la cama.
—¿Bwuh? ¿Ferdinand?
Rozemyne observó a Ferdinand levantarse, mirándola todavía como el Rey Demonio del que circulaban tantas historias malévolas en la Academia Real.
—¿Sabes una cosa? —dijo Ferdinand caminando hacia algún lugar de la habitación.
Rozemyne lo escuchaba caminando, hasta abrir una puerta cercana.
—Si fueras mi sobrina, tendría derecho a corregirte para que me respetaras —comentó Ferdinand en tanto el sonido de algo madera siendo arrastrado fuera de un ropero llamaba su atención, seguida por pasos sobre la alfombra—, si fueras mi asistente o mi sirvienta, por ley, podría castigarte por tu… broma.
La cortina de la cama se abrió. Rozmyne miraba nerviosa a Ferdinand atando su lado de la cortina en la cabecera, haciéndola sudar frío al estar todavía amarrada y observarlo abrir la caja de madera que antes no había estado en la mesita de noche.
—Dado que eres mi esposa… y parece que debo seguirte instruyendo cómo tú guardián —Ferdinand hizo una pausa deliberada, mostrándole las esposas recubiertas de alguna especie de tela mullida que luego le colocó en las manos y los tobillos—, tendré que ver qué asumas las consecuencias de tus actos.
—¡Espera! ¡Ferdinand!
Su boca fue silenciada primero con un beso, luego con la muestra de consolador mágico que le había obsequiado la primera dama de Drewanchel. Su saliva rica en mana no tardó en hacer que el objeto comenzara a vibrar y moverse como si estuviera vivo.
A continuación, sintió las manos de Ferdinand acariciarla y su boca degustar la piel de sus senos… para luego dejar sus pezones apresados por un par de vasos con slime mágico que simulaban ser lenguas. Por supuesto, un gemido ahogado escapó de su boca por el leve espacio dejado por el artefacto mágico que se veía obligada a succionar.
A continuación, Rozemyne sintió como Ferdinand dibujaba un camino de saliva por su vientre y su ombligo. Lo sintió besando y succionando con entusiasmo su sexo y luego… luego lo sintió estimular otra área más. La boca de Ferdinand seguía recreándose con sus labios y su clítoris al tiempo que el hombre iba introduciendo algo en esa otra zona. Perlas de algún material frío y aterciopelado entraban una a una, arrancándole otro gemido y provocándole otro orgasmo cuando dichas perlas comenzaron a cambiar de tamaño a diferentes ritmos.
La boca de Ferdinand se alejó de ella, no así sus manos, una sosteniéndola del vientre y la otra peinando sus cabellos con afecto. Pronto sintió el cálido aliento de su amante en su oído y el tono perverso de su voz grave la hizo excitarse todavía más.
—Ahora bien, Rozemyne —susurró Ferdinand a su oído, sus labios tan cerca que podía sentirlos moverse sobre su piel—, ya que insististe repetidas veces en llamarme "tío", te voy a enseñar a ser una buena "sobrina" y a no volver a decir idioteces fuera de lugar.
Ferdinand la penetró entonces, sosteniéndola de la cadera para darle estocadas fuertes y profundas, mirándola con ese rostro de estatua griega y fría a pesar del ardor refulgiendo en sus ojos oro pálido.
Si al menos no hubiera tenido el vibrador en la boca, habría podido intentar pedirle que la besara, que el hombre hubiera decidido tomar dicho juguete para meterlo y sacarlo despacio de su boca no ayudaba en nada. Era como tener tres Ferdinand, si no es que más a su alrededor.
Rozemyne alcanzó un orgasmo extraño, como si experimentara diferentes tipos, todos encadenados unos de otros, robándole el aliento y haciéndola gemir y derramar lágrimas y saliva sin restricción alguna.
Para cuando Ferdinand terminó también y la liberó de los juguetes de Drewanchel y las esposas de metal, estaba tan exhausta… era una suerte que su verdugo y médico fueran la misma persona, porque una porción de la poción de benryus le fue administrada de la boca misma de Ferdinand.
—Ahora sé una sobrina buena y duérmete —ordenó el hombre con tanta seriedad, que nadie creería lo que le acababa de hacer—, mañana tú te vas a encargar de lidiar con Sylvester, Aub Alexandria.
Estaba tan cansada que no discutió nada, solo le dedicó una sonrisa cargada de cansancio y satisfacción.
—Lo que digas… ¿sabes? En ocasiones como estas… me alegra, de que alguien te haya puesto un alto… cuando volví a salvarte, de ese turnisbefallen.
—¿A qué te refieres?
Rozemyne se abrazó de Ferdinand, moviéndose con la misma torpeza que Aiko solía moverse cuando buscaba ser amamantada y ella la estaba cargando.
—… si lo pienso ahora… seguro habrías reclamado el invierno… o algo lo más cercano posible… si alguien no te hubiera llamado la atención.
—¿Quién te lo dijo?
—Justus… buenas noches, Ferdinand.
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Faltaban dos días para que regresara a la Academia Real, de modo que sus padres, Charlotte con su esposo Leonides y por supuesto su madrastra estaban sentados en la mesa para cenar.
Melchior sonrió para sí mismo, mirando a su hermana y luego a Brunhilde. Un vistazo al alegre y jovial rostro de su padre y supo que el hombre tenía la guardia baja.
—Lady Brunhilde —comenzó Melchior conforme los asistentes retiraban los restos de la cena y comenzaban a servir el postre—, dado que usted y mis hermanas están en un rango de edad similar, ¿está bien si ocasionalmente la llamo "hermana mayor"?
Brunhilde cubrió su sonrisa con un abanico en tanto Charlotte lanzaba miradas de soslayo a su padre, quien se había congelado con una cuchara llena de pudin en su mano y la boca tan abierta, que era difícil no reírse.
—Me sentiría muy honrada de ser llamada "hermana mayor" por alguien tan competente, en realidad —respondió Brunhilde volteando a ver a Sylvester sin el abanico y sonriendo con alegría—, claro que, en ese caso, ¿estaría bien que llame "Padre" a mi Dios Oscuro de vez en cuando?
La cuchara cayó de la mano de Sylvester, cuyo rostro ahora parecía horrorizado. Melchior cubrió su rostro para que no se notara su risa, descubriendo que, de hecho, si era divertido hacer burlas de este tipo a su padre.
—¿Entonces, podemos llamarla "Hermana Mayor"? —preguntó Charlotte juntando sus manos y poniendo unos ojos tan llenos de estrellas, que Melchior casi cree su actuación.
—¡Por supuesto, Hermana Charlotte! —contestó Brunhilde alegremente.
—¡¿Florencia?! —dijo Sylvester en tono de auxilio con las manos en la cabeza mirando de uno a otro.
—Bueno, tus hijos tienen razón, Sylvester —respondió su madre con una sonrisa divertida—, si Rozemyne puede llamar Tío a Ferdinand, no veo porque Brunhilde no pueda llamarte Papá o tratar de hermanos a nuestros hijos mayores.
Melchior pensó que era una lástima no tener una manera adecuada de capturar este momento para enviarlo a Alexandría, seguro de que su tío y su hermana lo apreciarían bastante.
—¿En serio puedo, Florencia? —preguntó Brunhilde entusiasmada.
Su madre sonrió y asintió despacio, llevando un poco de pudín a su boca sin dejar de observar.
—¿Entonces puedo dormir hoy en tu habitación, Papi Sylvester?
Sylvester se cubrió los ojos soltando un alarido lastimero que no tenía nada de noble en tanto Melchior y los demás reían divertidos. Incluso los asistentes habían tenido problemas para contener la risa.
Recordando un poco como había transcurrido la mañana, Melchior recordó como había irrumpido en la fiesta de té del almuerzo de su madre, su madrastra y su hermana.
El joven no solo les había informado de lo que había sucedido con la nada agradable broma de su padre, sino también de la idea de su hermana.
—¿Entonces por eso Lady Elvira dijo que sería divertido? —había mencionado Brunhilde de manera pensativa.
—Bueno, debemos admitir que nuestro esposo puede ir demasiado lejos con sus bromas —admitió Florencia de repente—, no creo que le hiciera mal ponerse en los zapatos de su hermano por una vez.
Melchior sonrió dejando de lado el recuerdo, notando a su padre disculpándose y pasando del postre, alegando que dormiría solo esa noche.
Apenas el Aub se fue, todos los miembros de la familia Archiducal de Ehrenfest soltaron a reír a pierna suelta. Cuando las cosas se calmaron, Melchior tomó una decisión. Nunca, sin importar sus circunstancias tomaría como esposa a alguien a quien pudiera llamarlo "padre" o "tío", ya fuera por edad o por parentesco… estaba seguro de que su padre no olvidaría esto y de verdad, temía no poder controlarse tan bien como su tío Ferdinand.
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Notas de la Autora:
No sé que me divirtió más de escribir esto, si todo el asunto con el "Tío Ferdinand", el regreso de Ferdiesádico o la pequeña broma de la familia archiducal de Ehrenfest contra Sylvester, jejejejeje, lo cierto es que me divertí muchísimo escribiendo esto.
Y bueno, espero que se hayan divertido también y lo hayan disfrutado.
Para el próximo capítulo, no estoy muy segura de qué vaya a tratar, pero la parte picante es culpa de Anemolti por meterme ideas en la cabeza, jajajajajajajaja, al menos la parte picante es culpa de ella, que quería escenas más subidas tono en "Enhebrando el primer hilo". Antes de que pregunten que hizo, me mostró unas imágenes... buen... creo que sin Justus, algo podría haber pasado, así que ya saben más o menos que esperar el próximo fin de semana.
Un saludo a todos, muchas gracias por sus follows, favs y revs, me dan tanta cuerda que parece que seguiré con este fanfic todavía un tiempo más, jajajajajajajaja, gracias por mantenerme inspirada.
SARABA
