Advertencia: A pesar del parecido de la primera escena con un capítulo de "Enhebrando el primer hilo", este sigue siendo un capítulo erótico de Los Dioses del Amor. Proceda con precaución.
Los Dioses del Amor
En la Tierra de Leidenshaft
La primera campanada sonó, despertándolo del agradable sueño que había tenido a la sensación agradable de calor del lecho y de estar recostado sobre algo mullido y acogedor.
Ferdinand abrió sus ojos, sonriendo al notar que ella seguía ahí, entre sus brazos. La joven que se parecía a Mestionora y que había dicho que sería su esposa en un futuro. Ambos estaban cubiertos por un par de capas a falta de ropa de cama al interior de la extraña bestia alta de la joven.
Ferdinand se sintió sonrojar al constatar que la ropa de ambos reposaba doblada y limpia en la silla en la que ella había pretendido dormir la noche anterior.
El muchacho levantó un poco la capa que los cubría para cersiorarse. La ropa interior de ambos era blanca, aunque la de ella estaba bordeada por listones de un azul en el mismo exacto color que el cabello de él, haciéndolo sonrojar solo por la idea.
La estudió un poco, sintiéndose tranquilo al imaginar que, en algún punto, podría despertar así con frecuencia.
Acomodó un par de cabellos rebeldes detrás de la oreja de Roz, sonriendo divertido cuando ella frunció el ceño, balbuceando algo sobre leer un poco más.
–Puedes seguir leyendo, todas mis diosas –murmuro él, notando cómo el ceño de Roz se relajaba y una sonrisa era desplegada en su rostro.
–Gracias, Ferdinand.
Estaba profundamente dormida. La boca entreabierta luego de balbucear aquella respuesta.
Encantador.
Ferdinand siguió peinándole un poco el cabello, fascinado ante la sedosidad y el brillo que tenían. Estaba seguro de que nadie tenía el cabello tan bien cuidado como ella. No pudo evitar llevar uno de esos cadejos a su nariz, Regodeándose en el aroma agradable y femenino que emanaba de ella antes de acomodarlo con suavidad atrás de la espalda de Roz. ¿Le permitiría peinarla de nuevo? Podría ser su forma de agradecerle por todos sus cuidados.
La boca entreabierta de Roz era tentadora. Sus labios sonrosados e invitantes, ni muy delgados, ni muy rellenos. ¿Cómo, en el nombre de todos los estúpidos dioses, era posible que no la hubiera besado aún? ¿Se debería a la diferencia de edad? ¿Era mucha?
En ese momento no se llevaban ni siquiera un año, y seguían estando comprometidos. Y estaba convencido de que Bluanfah había bailado para ambos, ¿o estaría equivocado? ¿sería solo él? Ella hablaba de su YO del futuro con tanta admiración y agradecimiento… claro que… podría no sentir lo mismo, después de todo ella no había dicho nada sobre tener una rifa creciendo por él, solo que se conocían desde hacía mucho tiempo y que él era su mejor opción para un matrimonio.
La abrazó con un poco más de fuerza, sintiendo cómo el abrazo y el apretón le eran devueltos junto con un leve gemido que lo hizo sonrojar, levantando a su espada de inmediato.
–Todas mis diosas, ¿estás despierta?
No hubo respuesta.
Ferdinand peinó un poco su propio cabello, notando que su trenza estaba casi prolija a su espalda, haciéndole saber que habían pasado abrazados toda la noche.
–Justus dijo que debía comportarme, pero… ¿en serio debo esperar a encontrarnos de nuevo?
Ella no respondió. Aunque, juraría que la escuchó suspirar.
Ferdinand sentía una angustia y una anticipación extraña en él. Que ella se hubiera movido más cerca, dejando que la sintiera con el cuerpo entero no ayudaba en nada.
El recuerdo del dulce sabor de su mana era tan tentador…
–Por favor, Roz. No me odies.
El joven Ferdinand la alejó lo suficiente para besarla, succionando apenas el labio inferior a su alcance antes de meter su lengua, demasiado ansioso por degustar el mana de su futura esposa.
Sus ojos se abrieron asustados al sentir como el beso le era devuelto, con ella succionando con su pequeña boca antes de enredar una de sus manos entre los cabellos de él, aferrándole la ropa con la otra mano.
Las manos de Ferdinand no tardaron en trazar la forma de su espalda, precipitándose a la zona más suave y redonda que se hallaba al final de la misma. Se sentía tan suave y cálido, que no pudo detenerse de estrujar y amasar esa zona prohibida en cualquier cuerpo femenino, deleitándose cuando ella soltó un leve gemido dentro de su boca.
Ferdinand se separó de Roz. Podía sentir sus mejillas y sus orejas cálidas como si tuviera una fiebre primaveral o algo así.
Los ojos de la joven del futuro se abrieron entonces. El tono era de un dorado más profundo y oscuro de lo usual. Sus mejillas estaban tintadas del noble color de Geduldh y la respiración errática de ambos parecía ir al mismo ritmo extraño.
–¿Ferdinand? ¿Qué…?
–¡Te amo! –le dijo ansioso, mirando su rostro con duda en busca de horror, asco o repulsión.
–¿Fer… Ferdinand?
No encontró tal. Podía notar afecto en sus ojos, preocupación también… esperanza de algún tipo.
Sus manos volaron al bello rostro frente a él, acunando sus mejillas antes de besarla en la frente.
–Por favor, por favor, ¡por favor, Roz! –suplicó él como rezándole a alguna deidad, con la esperanza de obtener una respuesta–, por favor, déjame probarte… no me hagas esperar solo los dioses saben cuantos años para tenerte. Por favor.
Estaba tan solo, tan desesperado por afecto… tan hambriento de su mana, tan esperanzado por un futuro junto a una joven tan hermosa, brillante y exótica, ¿cómo no iba a suplicarle permiso para seguir avanzando ahora que había enterrado las palabras de Justus en el rincón más alejado de su consciencia y ella había despertado?
–¿Probarme? –la chica sonrió paseando una de sus manos por el rostro de él sin dejar de mirarlo–, no soy un postre, ¿sabes?
Ferdinand tomó la mano en su mejilla para llevarla a su boca, besando cada dedo, la palma y la muñeca sin dejar de mirarla.
–¿Puedo? ¿por favor? No quiero que me odies y yo…
No pudo terminar. La abrumadora sensación de estar junto a ella debajo de las capas compartiendo mana y calor era demasiado. La besó de nuevo sin esperar una respuesta, pasando una pierna y una mano sobre el cuerpo de Roz antes de girar para dejarla de espaldas en el extraño lecho dentro del grun amarillo pálido que era su bestia alta.
Con cuidado, sintiendo que las capas comenzaban a resbalarle, Ferdinand se despegó como pudo de la boca de ella. Era todo lo que podía controlarse. Una mala mirada o una palabra y desistiría de su intento, por muy desesperado que estuviera, no planeaba rogar más, ni tomarla por la fuerza.
–¿Estás seguro de que no te vas a arrepentir de esto después, Ferdinand?
Sus ojos se abrieron con sorpresa. ¿Dónde estaba su vergüenza o su sentido del honor? ¿De verdad iba a dejarlo continuar?
–¿En serio quieres esto… conmigo?
Roz parecía sorprendida por alguna razón. Ferdinand se acercó a ella, paseando su nariz por el cuello y las mejillas de ella antes de besar la concha de su oreja.
–No podría desear esto con nadie más.
Se separó de ella para mirarla a los ojos, sonriendo al notar el enorme sonrojo debajo de esos ojos tan abiertos.
Ferdinand bajó despacio, mirando de sus labios a sus ojos de manera alternativa sin encontrar ningún tipo de rechazo, cerrando los ojos en cuanto sus labios hicieron contacto de nuevo con los de Roz. Ella correspondido al beso entonces, acunando una mejilla de él y llevando su mano hasta su cabello de nuevo.
Ese era todo el permiso que necesitaba. Apenas el beso se rompió, Ferdinand despegó una de sus manos del colchón para comenzar a desabotonar con urgencia los botones frontales de la ropa interior de la chica debajo de él, besando con urgencia la piel nívea de su cuello antes de abrir del todo la blusa en que ella estaba durmiendo, paseando su mano de forma tentativa por su cintura y su vientre hasta alcanzar un seno firme y esponjoso, escuchando el gemido de sorpresa sonando junto a su oído.
Ferdinand se alejó lo suficiente para mirarla sonrojándose y apreciar los diferentes colores en su pecho, paseando uno de sus dedos para probar la textura, encontrando interesante el momento en que la cúspide rosada parecía retraerse y encogerse.
La besó ahí también, sacando su lengua para probar el sabor de esa piel rosada, encontrando intoxicantes los suspiros de su lady ante aquel contacto.
Se dejó caer sobre ella de inmediato, sosteniendo ambos senos, uno en cada mano para experimentar con su textura y su elasticidad, alternando besos entre uno y otro dejándose llevar aún más al sentir los dedos de ella revolverle el cabello con afecto.
–¡Ferdinand, eso!... ¡oh, dioses!
–¡Te dije que invocaría al invierno para ti! –explicó antes de reclamar sus labios de nuevo sin soltarla en ningún momento–. Efflorelume estaría celosa de ti al conocerte, y Bluanfah no dejaría de bailar por ti. Si vas a ser mía de todos modos…
No sé digno terminar de expresarse, solo la besó de nuevo como si fuera un vagabundo sediento que acaba de encontrar un pozo de agua fresca.
La recorrió con sus labios hasta alcanzar la bombacha blanca, adornada con los mismos listones azules que decoraban su blusa interior y la removió sin dejar de mirarla a los ojos.
Roz era adorable, con su enorme sonrojo cubriendo su rostro, sus ojos dorados que refulgían con asombro en medio de la oscuridad y su boca semiabierta, incapaz de formular nada.
La besó aún más.
Sus pies, sus piernas y rodillas, sus muslos. Ferdinand no podía parar de besarla, llegando al extremo de obligarla a voltearse para darle acceso a su espalda para seguirla besando y tocando por todos lados.
Quería que la próxima vez que aceptara haber sido teñida por él, recordara cómo la había bañado en sus besos y en su mana en lugar de la poción de la que había hablado.
–Roz, mi Roz. ¡Déjame mostrarte cuánto deseo atar mis estrellas a las tuyas!
La hizo girar de nuevo, sonriéndole de manera sincera antes de retirarse la camisa interior y observarla apreciar su cuerpo. Sus pantaloncillos interiores no tardaron mucho en ser retirados también.
Ferdinand la tomó de las piernas entonces, preparándose para poner su espada en el cáliz sin dejar de mirarla a los ojos. Quería ver qué cara pondría cuando estuvieran convocando al invierno, quería oírla y…
–¡Dioses! –la escuchó gemir en su oído con un tono entre divertido y adormilado antes de sentir su espada siendo manipulada de un modo placentero. ¿Era normal que sus manos se sintieran tan húmedas? ¿había entrado en ella?
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Los ojos de Ferdinand se abrieron.
Al principio estaba desconcertado, no era el techo de Lessy lo que había sobre su cabeza y él no estaba hincado de modo alguno, pero la sensación de placer seguía ahí, en su espada, mucho más clara y palpable que…
–¿Roz?
Una cabellera azul medianoche se levantó en medio de sus piernas, ella lo miró divertida entonces.
–¿Roz? Hacía tiempo que no me llamabas así —se mofó ella—. ¿Estabas soñando que teníamos la misma edad?
Se cubrió los ojos con el antebrazo antes de asentir. ¿Por qué había soñado con eso?
–¿Quieres que prosiga, my love?
Asintió de nuevo, dejándola divertirse a sus anchas con su espada antes de terminar de despertar.
Él no era un jovencito a poco tiempo de cumplir los quince y ella no era más una viajera enviada por Dreganhurn. No, esto era mejor. Ella era Aub Alexandria y él era su consorte, estaban en los aposentos que compartían en el segundo piso de la zona residencial del antiguo castillo de Arsenbach, hacía dos días había hecho feliz a todas sus diosas con un obsequio por su aniversario de alumbramiento y… en cuanto diera la tercera campanada se dirigirían a Dunkelferger por medio de la Academia Real con todo su séquito para estar ahí por espacio de una semana.
Rozemyne debió engullir su espada en su totalidad porque la sensación era tan sublime que cortó de inmediato su tren de pensamientos, arrancándole un gemido nada noble y bastante mana en ese momento. Luego ella volvió a encararlo con una enorme sonrisa orgullosa y divertida.
–Gremlin pervertido –bromeó Ferdinand.
Rozemyne hizo un gesto de desagrado antes de que él la tomara del hombro para obligarla a besarlo, tomando la cabeza de ella con ambas manos para estabilizarla en una posición que le permitiera tanto acceso como fuera posible.
Cuando la soltó, ella estaba sentada a horcajadas sobre él, mirándolo con picardía y la boca torcida hacia un lado.
–Y luego no quieres que cobre venganza llamándote tío.
La besó de nuevo, atrayéndola, abrazándola y dejándole ir una nalgada antes de comenzar a amasar la zona ofendida con afecto.
–No serás un gremlin, pero actúas como uno y eres una mujer bastante pervertida.
Ella se enderezó cuánto pudo, mirándolo con suficiencia ahora y una sonrisa un tanto mordaz.
–Pues tú no serás mi tío biológico, pero todo el mundo cree que si.
–También soy mayor que tú por trece años y todo el mundo cree que te hice exactamente esto mientras eras una niña. Es casi como compararme con ese viejo repulsivo de Bezewants.
Las cejas de Rozemyne se acercaron demasiado entre sí. La notó arrugando su nariz ante el nombre del fallecido antiguo Sumo Obispo de Ehrenfest y luego la escuchó suspirar.
–¿Por eso te ofendes si te llamo tío?
Él solo asintió.
–Pero tú no eres igual a ese falso [Santa] y nunca me hiciste nada indebido antes de casarnos... no importa cuánto te tentara.
Fue su turno de fruncir el ceño. Su sueño estaba demasiado fresco en su memoria y se entremezclaba con los recuerdos de aquella lejana vez en que se habían conocido dentro del bosque de la Academia Real.
–¿Estás segura? Recuerdo haberte ofrecido traer el invierno de manera constante hace muchos años. Intenté besarte… varias veces… y ahora no estoy seguro si pude contenerme o no.
Ella ocultó el rostro en su pecho, temblando un poco antes de dejar escapar la risa que intentaba contener.
La sintió besarle la piel de su pecho. En ese momento se dio cuenta de que los dos seguían vestidos con sus ropas de dormir… bueno, su espada colgaba fuera de sus ropas abiertas, pero ese era un asunto a parte.
–¿Querías…? Jajajajajaja ¡dioses!
La miró sin comprender cuando ella rodó, quedando a su lado, cubriendo su cara con ambas manos sin dejar de reír.
Ferdinand se giró también, lo suficiente para recargarse en su brazo y examinarla un poco.
–¿Qué es tan divertido sweet heart?
La esperó un poco más hasta que dejó de reír lo suficiente para destapar su rostro y mirarlo, cubriendo su boca antes de que los últimos residuos de su risa dejaran de salir.
–Bueno, es que, ahora me explicó que actuaras tan extraño, ¿sabes? No entendía que te molestaras de la nada o que fueras tan insistente en tomarme de las manos en ese momento.
–¿No podías creer que te deseara?
Aquello le hizo gracia. Su mujer siempre había sido demasiado ciega para notar algunas cosas cuando iban dirigida a ella.
–Mis recuerdos de mi guardián, que no dejaba de llamarme "desvergonzada" cada vez que pedía un gyuu, se contra ponían con el quinceañero que me veía de un modo extraño y que no dejaba de acercarse a mí a la menor oportunidad. No estaba segura de que era lo que querías.
Ferdinand se llevó una mano a la cara con algo de agobio, frotando hacia arriba sobre su frente y luego hacia abajo por toda su cara, soltando un suspiro antes de tomar la tela semi abierta de la blusa de dormir de Rozemyne y jalarla con fuerza, sonriendo al escuchar la tela romperse y a ella soltando un chillido de sorpresa similar al de un shumil asustado.
–Rozemyne, tenía casi quince años y había pasado la noche con una mujer hermosa de mi edad que se preocupaba por mi y decía que era mi prometida… ¿qué crees que quería hacer contigo dentro de Lessy?
Ferdinand sonrió divertido al notar el proceso de pensamiento de Rozemyne reflejándose en su cara, llevándola a hacer todo tipo de gestos graciosos antes de mirarlo con los ojos muy abiertos.
–¡Oh, dioses! Ahora no sé si agradecerle o reclamarle a Justus por haberte dado un sermón esa vez.
¿Reclamarle?
El sueño volvió a su cabeza… la parte donde ella lo dejaba besarla y desnudarla sin poner resistencia… si Justus no hubiera hablado con él y hubiese sido firme… entonces eso…
Se cubrió la boca con la mano sin dejar de mirarla. Su esposa se enderezó sobre sus propios codos entonces, girando lo suficiente para quedar en la misma postura que él, mano en la boca y todo.
–¿Quién es el pervertido ahora, Ferdinand?
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El viaje a Dunkelferger se llevó a cabo con naturalidad. Desde el traslado ordenado del séquito que los acompañaría hasta las náuseas de Rozemyne por haber viajado con los círculos mágicos, haciéndole gracia a Ferdinand.
Habían tomado el desayuno con Aub Emeritus Werdekraft y su esposa Sieglinde, además del Aub Dunkelferger en turno, Lestilaut y su primera esposa temporal, Enliebe.
Ferdinand no estaba muy seguro de como tomar el entusiasmo del guardaespaldas de Werdekraft y la Comandante de Caballeros. Tanto Heitzchite como Hannelore parecían entusiasmados con la visita, sin poder intervenir por estar en funciones en ese momento.
Más tarde, luego de una apacible fiesta de té con Aub Dunkelferger y su esposa, posterior a revisar el plan de viaje para revisar Amazonia, Hannelore solicitó permiso para llevar a Rozemyne a la biblioteca de su ducado en una obvia maniobra para pasar más tiempo con su amiga. Él en cambio tuvo que aguantar al pesado de Heitzchite.
—¡Por favor, Lord Ferdinand! ¡Un ditter por los viejos tiempos!
—¡He dicho que no, Heitzchite! ¿Eres sordo o estúpido?
El caballero no tardó en ofrecer algunos frutos raros, llegando al grado de mostrar algunos para incentivarlo… en verdad quería negarse, sin embargo, Rozemyne parecía inmensamente feliz cada vez que se descubría una nueva especie de ingrediente para experimentar con sus platillos.
La última vez que su esposa había recibido frutos de Dunkelferger había terminado creando una nueva industria de dulces. El chocolate había terminado en una alianza comercial entre los dos ducados. La variedad de platillos y sus usos para postres y comidas fuertes lo había convertido en un aditamento valioso en todas las cocinas de los altos ducados del país. Ferdinand aun recordaba como todas sus diosas había utilizado galletas con chispas de chocolate para premiar a Angélica por su esfuerzo en el primer baile de invierno. A raíz de ello, el pobre de Eckhart se había convertido en un cliente frecuente de la fábrica de chocolates para hacer las galletas que tanto le gustaban a su esposa.
—¿Un ditter? —intervino Werdecraft entrando en la habitación donde ambos hombres jugaban al gweginen.
—No he aceptado ningún ditter —estableció Ferdinand de inmediato.
La risa de Werdecraft no tardó en llenar la habitación. El hombre se sentó en la mesa con los dos hombres, haciendo señas a un asistente para que sirvieran vize frío y algunos bocadillos salados a base de verduras y cítricos.
—Ya que mañana partimos rumbo a Amazonia, ¿por qué no jugamos un ditter en uno de los campos de juego? —ofreció Werdecraft—. Además de las muestras que te ofrece Heitzchite si ganas, me gustaría agregar un par de libros. ¿Qué dice entonces, Lord Ferdinand? ¿Tendremos un ditter?
Tuvo que aceptar. Por lo menos haría feliz a Rozemyne con las ganancias.
—Bien. Tendremos un ditter en Amazonia entonces. ¿Qué quieren a cambio si… por alguna extraña razón, ustedes ganan?
Ambos Dunkelferger sonrieron entonces, intercambiando un par de miradas llenas de emoción antes de mirarlo a él.
—Queremos un ditter entre Alexandria y Dunkelferger por temporada durante los próximos tres años —solicitó Werdecraft.
Ferdinand se cruzó de brazos, golpeteando su sien en lo que pensaba en algún modo de hacerles ver lo irrazonable de la petición.
–Que sean dos por año –ofreció el peliazul–, uno en la Academia Real y otro con las órdenes de caballero.
Los ojos de Heitzchite brillaban haciéndolo sentir incómodo. La amplia sonrisa de satisfacción de Werdecraft le hizo doler la cara. El principal motivo para retrasar todo lo posible una visita a Dunkelferger era que los hombres del Ducado eran, en su mayoría, puro músculo y un mínimo de cerebro. Ferdinand sospechaba que estaban más fanatizados con el ditter de lo que Harmut y Clarissa estaban fanatizados con Rozemyne.
–¡Hecho! –rugió Werdecraft con voz de victoria.
Más tarde, Ferdinand se sentiría bastante complacido de que todas sus diosas hubiera enviado planos de su baño romano a su querida amiga Hannelore. Al parecer, debido al calor excesivo, los baños romanos se habían popularizado tanto, que el palacio contaba con uno de estos incluso en las habitaciones de invitados, de modo que Ferdinand pudo relajarse con Rozemyne en el agua luego de jugar su propio ditter por Beinsmachart.
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–¡Que calor hace! –murmuró todas sus diosas con una enorme sonrisa y grandes gotas de sudor resbalando por su piel descubierta.
Ferdinand debía admitir que estaba disfrutando de observar a su esposa usando las ropas ligeras y con menos capas de Dunkelferger que dejaba a la vista la enorme cantidad de amuletos que ella portaba, con su rostro protegido por un sombrero de buen tamaño.
–Lady Rozemyne. ¿Puedo preguntar cuántos encantos carga? –le preguntó Lady Sieglinde.
Liesseleta le estaba practicando el tercer washen del día del cuello para abajo. Ferdinand tomó nota del rostro de satisfacción de su esposa al sentirse fresca de nuevo.
–No me lo creería, lady Sieglinde –respondió Rozemyne–, pero si solo portara mis encantos y amuletos, seguiría bastante cubierta.
Una mirada divertida de Sieglinde junto con una carcajada de Werdecraft y Ferdinand sintió sus orejas arder además de la necesidad de pellizcarle las mejillas a ese shumil indiscreto.
–[¿Podrías no ser tan sincera?] –la regañó Ferdinand por el manos libres.
–[¿Vas a negar que en serio traigo tantos que parece ropa?] –se burló ella a su vez.
–[¡Dioses!] –suspiró Ferdinand tratando de mantener su fachada noble.
Unos pasos más y era obvio que Heitzchite estaba más entusiasmado que un zantze frente a una jugosa fruta Fey repleta con el mana de Rozemyne. Ferdinand miró el edificio frente al que se habían detenido y se sorprendió de encontrarse frente a un edificio redondo de piedra blanca con cientos de pequeñas ventanas desde el piso hasta el techo, alejadas de la entrada, cuyo amplio techo era sostenido por estatuas de algunos subordinados de Leidenshaft.
–[¡Santa vaca! ¡Parece un estadio de fútbol en estilo griego!]
Las palabras de todas sus diosas llamaron su atención, haciéndolo sonreír un poco.
Si bien estaba usando su armadura para mantenerse fresco, también era cierto que iba a necesitarla.
Ferdinand miró atrás.
Amazonia parecía un lugar apacible. Un pequeño distrito comercial lleno de una flora exótica y exuberante con fuentes de agua fresca casi en cada edificio. Incluso había una plaza con fuentes cuyos chorros de agua no dejaban de saltar de un lado al otro en diferentes patrones. Niños y jóvenes en edad de Academia parecían disfrutar bastante con estas fuentes al correr entre los chorros.
La comida que habían consumido también había sido una delicia para su exigente paladar, por no hablar del paseo que habían hecho por el río circundando una parte del área.
En realidad, Ferdinand habría querido ir a continuación al Templo de Kuntzeal para averiguar de qué se trataban las representaciones que estaban anunciadas en las paredes del templo con grandes carteles, sin embargo un trato era un trato y si no arrasaba con esos fanáticos del ditter lo antes posible, ninguno de los dos lo dejaría en paz el resto de su estadía.
—Cómo podrán ver, tenemos el mas grande Templo dedicado a Leidenshaft —presumió Werdecraft sin falta—. Está acondicionado con asientos para ver los encuentros y puede dividirse en zonas diversas, dependiendo el estilo de ditter que se vaya a jugar.
El retirado Aub Emeritus de Dunkelferger prosiguió con su explicación de los diferentes tipos de ditter que solían practicarse en el templo, siendo seguido de cerca por Ferdinand, Rozemyne, Lady Sieglinde y los séquitos de ambas parejas.
Para cuando terminaron el recorrido, se encontraban frente a un pasillo con algunos carteles que impedían el paso a los espectadores.
—Lord Ferdinand, usted y sus dos subordinados de mayor confianza deben seguir este pasillo y luego abrir la puerta de la derecha, es su sala de reuniones. Heitzchite y yo estaremos con nuestro tercer jugador en la puerta de la izquierda. Salimos al campo en quince minutos.
En realidad, no le gustaba mucho el poco tiempo que tenía para prepararse, sin embargo, entre más pronto terminara con el estúpido juego de ditter, mejor.
—Eckhart y Angélica, conmigo.
—¡JA! —gritó la pareja de caballeros antes de caminar en la dirección que se les había indicado.
—[Ten cuidado, mi Dios Oscuro] —dijo Rozemyne sin dignarse a utilizar el manos libres.
—[¿Cuidado, dices, todas mis diosas? No esperaba tan poca confianza de tu parte]
Su esposa sonrió divertida antes de negar lentamente con la cabeza, aferrándose un poco más a su brazo antes de dar un paso atrás para soltarlo sin dejar de mirarlo.
—[Me refiero a que no los mates, Ferdinand. Lo último que quiero es salir de este jardín por una emergencia médica antes de poder inspeccionarlo todo]
Ferdinand tuvo dificultades para no dejar escapar del todo una carcajada, tomando la cara de su esposa como si fuera a pellizcarle las mejillas solo para depositar un beso en su frente sin dejar de mirarla.
—[Cómo mi Aub ordene]
Ferdinand se dio la vuelta para ir con su equipo a preparar su estrategia. Lo último que escuchó antes de entrar fue a Lady Sieglinde preguntándole a Rozemyne que acababa de pasar y que idioma era ese, seguido de la respuesta de Rozemyne sobre el idioma secreto de Alexandria. Si los demás supieran de donde había venido ese idioma… y todos los otros inventos de su esposa…
Ferdinand sonrió ante ese último pensamiento y luego entró a la habitación designada.
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Cuando Eckhart y Angélica llegaron a su lado Ferdinand procedió a explicarle a la pareja su estrategia, enfocándose más en Eckhart y la extraña espada que el maná de su esposa había creado hace tantos años.
—¿Entendido? —preguntó Ferdinand.
La chica asintió con todo el fervor. Por la cara de Eckhart, Ferdinand suponía que a la caballera le había entrado la información por un oído y salido por el otro.
Un sonido extraño llamó la atención de los tres y una puerta que no habían visto antes se abrió en ese momento, guiándolos al campo de ditter.
Los tres se pusieron en posición. Los Dunkelfergianos miraban directamente a ellos como un grupo de zantzes hambrientos y listos para atacar.
La persona que hacía de árbitro levanto su schattpe, canto un hechizo y un rayo azul salió del mismo dando inicio al encuentro.
Eckhart salió directo a cazar a la bestia como Ferdinand le había indicado y tal como predijo, Heitzchite se movió para intentar bloquear su camino. Para sorpresa de Ferdinand, la espada de Heitzchite chocó con la Angélica en vez de la Eckhart.
Sin poder moverse un centímetro, Heitzchite solo pudo contemplar como el leal caballero de Ferdinand se escapaba.
—Tch —chasqueo su lengua el dunkelfergiano—. Eres muy rápida.
—Ese es mi deber —respondió Angélica con su rostro impasible.
Werdekraft reía a carcajadas, mientras Heitzchite seguía chocando su espada con Angélica.
El primero en regresar fue Eckhart, cargando un winfalke que le entregó de inmediato a Ferdinand para que lo inspeccionara. Cuando revisó a la criatura asintió.
—¡Angélica, deja de jugar con ese tonto y regresa!
La caballera dio un leve salto hacia atrás y extendió su capa, pero Heitzchite, con sus años de experiencia no la iba a dejar escapar. Si la incapacitaba estaría más cerca de la victoria.
Su espada tomó un ángulo de noventa grados a gran velocidad y descendió más rápido aún gracias al refuerzo de maná.
—Tan predecible como siempre —se burló Ferdinand apareciendo detrás de la capa de Angélica. El movimiento había obstruido la visión periférica del caballero y por eso no notó el rápido acercamiento de su rival.
Ferdinand dejo caer una pequeña esfera entre las piernas de Heitzchite, lo que lo hizo dar un salto hacia un costado para esquivar la herramienta que desconocía. Ferdinand sonrió de medio lado, a pesar de su reputación como un vicioso era increíble como sus estrategias nunca dejaban de tomar desprevenido a su antiguo compañero de escuela.
Pronto Heitzchite estuvo rodeado de las esferas. Tenía una a su izquierda, derecha, al frente y atrás.
Las esferas se abrieron y de inmediato salió una cadena que tomo su brazo izquierdo, otra su brazo derecho hasta seguir con sus tobillos, quedando inmovilizado.
El ex Aub Dunkelfelger abrió los ojos como platos al ver a Heitzchite encadenado sin poder moverse.
—Como se esperaba del Rey Demonio —rugió Werdekraft, justo cuando su sobrino llegaba con su tesoro.
La alegría del Emeritus no duro demasiado, la sorpresa de ver a su caballero encadenado lo distrajo lo suficiente para perderse el momento en que Angélica había desaparecido.
El sonido de metal contra metal resonó detrás de él. Lanzartak estaba casi de rodillas deteniendo el fuerte impacto producido por la velocidad a la que Angélica se movía.
El momento fue idóneo para que Eckhart se lanzará por Werdecraft, quien con suma destreza canto "Lanze", invocando una lanza para cortar el movimiento del caballero peli verde. Su velocidad no era tan alta como la de su esposa, lo que ayudó a Werdecraft a detenerlo.
Ferdinand tenía al Winfalke en su brazo extendido, alimentando a la bestia fey con forma de ave de la manera más tranquila, casi como si fuera una mascota y no un tesoro. Werdecraft no tardó en verlo.
—¿Nos estas despreciado? —habló Werdecraft mitad emocionado, mitad ofendido.
—¿De qué hablas? —preguntó Ferdinand con calma—. El partido terminó en el momento que este idiota quedo encadenado.
Ferdinand señaló a Heitzchite con la barbilla, sonriendo complacido por haber terminado tan rápido con el molesto juego de ditter.
—¿Cómo? —preguntó Werdekraft cuando miró el área designada de su tesoro.
Solo había una piedra fey con una flecha de mana incrustada.
Ferdinand se tocó la sien con la mano libre y habló.
—Fue bastante fácil predecir el momento en que Lanzartak regresaría. Como es un tres contra tres, supuse que su tesoro sería una bestia no demasiado difícil para cazar —explicaba el peliazul acariciando las plumas del ave—, así que cuando Angélica obstruyó su visión extendiendo su capa, lancé una flecha hacia el cielo en el ángulo justo y altura suficiente para que cayera directamente en el área designada.
Werdecraft lo miraba incrédulo, volteando a los diversos puntos de la arena, como si intentara mirar lo que Ferdinand le estaba explicando.
—Luego solo basto distraerlos para que la flecha cayera.
La mandíbula del Emeritus de Dunkelferger se abrió de forma tan poco noble que se sintió exasperado—. En fin hace demasiado calor aquí. Regresemos adentro.
Heitzchite estaba estupefacto por lo tanto que Ferdinand había cambiado. El idiota solo podía parpadeaba mientras lo miraba escoltar a su esposa y ella le sonreía. Lo más extraño fue que Ferdinand se llevó el Ave en su otro brazo en tanto Rozemyne la alimentaba como si fuera lo más natural del mundo.
Ferdinand sonrió al salir, deduciendo que Heitzchite saldría de su estado de estupefacción cuando ya no quedara nadie en el campo. No podría ni alcanzar su bolsa con herramientas para enviar un ordonnanz para que lo liberaran. El pensamiento le resultaba divertido y fastidioso a partes iguales.
—¿Qué harás con esa ave? —preguntó todas sus diosas en tanto salían del Templo de Leidenshaft.
—Su piel es un ingrediente bastante valioso —comentó Ferdinand—. Recuerdo que Heitzchite siempre portaba un poco con él por su color rojo. Imaginó que es rico en atributo de tierra.
Ferdinand le entrego el ave a Justus para que la procesara luego y de pronto se detuvo en seco como si acabara de recordar algo.
—¿Sucede algo? —preguntó ella con una mano en su mejilla.
—Nada en realidad —respondió Ferdinand con su sonrisa de Rey Demonio.
—Bien, entonces —Dijo Rozemyne en un tono más alto, mirando a su alrededor—, Lady Sieglinde, Emeritus Werdecraft, ¿nos acompañarían a cenar? Quisiera acordar el itinerario de mañana y luego retirarme a los aposentos que se nos han preparado en el Templo de Besuchweg. Temo que el calor es demasiado para mí.
—Por supuesto —respondió Lady Sieglinde, quien parecía divertida ante el rostro todavía estupefacto de su marido.
—[Ni creas que te voy a dejar dormir aún, todas mis diosas] —susurró Ferdinand por medio del manos libres.
—[Contaba con que estuvieras ansioso, mi Dios Oscuro] —respondió Rozemyne con una sonrisa cortés antes de retomar, lo que parecía, una amena conversación que había dejado pendiente con Lady Sieglinde al acabar el juego.
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Cuando la diosa de la luz estaba por terminar su recorrido y el dios oscuro estaba por extender su capa, un solitario caballero en un campo de entrenamiento gritaba sin césar.
—¿Oigan? ¿Hay alguien? ¡Aún estoy encadenado! ¡Ayuda!
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Notas de la Autora:
Antes que nada, tengo que agradecerle de manera infinita a Samu, mi compañero escritor en "La Flor y El Demonio" por la escena de ditter. Muchas, muchas, muchísimas gracias, Samu, no sé que habría hecho sin ti.
Por otro lado, el sueño de Ferdinand fue culpa de algo que dijo Rozemyne y de mi otra compañera de escritura Anemolti, jejeje, me mostró un par de imágenes de Ferdie quinceañero con Rozemyne y bueno... la imaginación se me fue muy lejos, jajajajajajajajajaja, en todo caso, espero que lo hayan disfrutado. Si leyeron "Enhebrando el primer hilo" y reconocieron la escena, debo confesar que la tuve que reescribir dos veces. En la primera versión, Ferdinand se dedicaba a besar a Rozemyne tratando de no despertarla, luego recordé que ese no podía ser su primer beso... y que Ferdinand se sentiría culpable cuando lo recordara... y por eso esa vez no hubo acción.
Ya para acabar y solo porque olvidé hacerlo en el capítulo anterior, TODAS LAS BROMAS SOBRE EL TÍO FERDINAND fueron causadas por Fey_Storyteller y Minnette34 con su fanfic "Shumil en piel de lobo" de Ao3. Si Lavinia no hubiera hecho enfasis en qué una vez adoptará a Rozemyne ella sería su guardiana y Ferdinand solo su mentir Y familiar... noup, no nos habríamos desternillado de risa telegrama haciendo bromas sobre el tío Ferdinand al que le gusta darle duro a la sobrina malcriada.
Yo sé, debí aclarar eso en el cap anterior... bueno, aclarado ya está.
Gracias por leer, chicos. Ando inspirada y el lunes es feriado en mi país, así que tal vez les dé una sorpresa.
SARABA
