Los Dioses del Amor

Un Jardín en la Jungla

–[¿Náuseas, todas mis diosas?]

El tono era más de burla que de preocupación. Rozemyne hizo lo posible por contener el enfado e ignorar las náuseas, poniendo su mejor sonrisa noble cuando bajaron del círculo de transporte en Dunkelferger.

–[Sigo preguntándome porque soy la única a la que le afecta esto]

Apenas alzar la mirada y bajar auxiliada por Liesseleta y Ferdinand, Rozemyne se encontró con varios pares de ojos rojos y brillantes. La familia archiducal de Dunkelferger estaba ahí, todos listos para recibirlos según parecía, ahora que todos sus asistentes, eruditos y escoltas habían llegado.

—Aub Alexandria, Lord Ferdinand —dijo Lestilaut dando un solo paso al frente para llamar la atención de los recién llegados—, nos complace ver que nuestros hilos se han juntado de nuevo, esta vez bajo el auspicio de los rayos de Leidenshaft.

Rozemyne, Ferdinand y los dos séquitos alexandrinos se apresuraron a arrodillarse y cruzar los brazos, siendo Rozemyne quien respondiera los saludos al ser quien tenía mayor rango.

Una vez puestos en pie, luego de intercambiar algunas bendiciones, Werdecraft, el antiguo Aub se puso al lado de su hijo luciendo una enorme sonrisa sincera.

—En verdad es un placer tenerlos aquí al fin. Dultzentzen sabe cuanto hemos orado algunos para recibir la visita del Rey Demonio de Ehrenfest y la Santa de Alexandría.

Rozemyne soltó una risa nerviosa, sintiendo que se sonrojaba sin poder evitarlo para nada. Al parecer, Lestilaut había notado la incomodidad que el saludo en exceso familiar de su padre había provocado, pues no tardó nada en intervenir.

—La tercera campanada sonará dentro de poco. Creo que podemos seguir esta convivencia bajo el auspicio de Coucoucaloura.

—Nos sentiremos muy honrados de compartir las bendiciones de la diosa en Dunkelferger —repuso Rozemyne tomando el brazo de Ferdinand para ser escoltada.

El calor y la humedad le habían parecido similares a los de Alexandría a esa hora, de modo que había estado tranquila y a gusto durante la mañana.

El desayuno con el antiguo y el actual Aub había transcurrido en calma. Rozemyne estaba feliz probando algunas de las recetas que ella misma había traído a Yurgensmitch al estilo de Dunkelferger, ofreciéndole nuevos sabores y un par de texturas extra.

Lo que no había disfrutado fue ver a su vieja amiga Hannelore de pie junto a la puerta mirándola bastante enfundada en su armadura. Habría querido abrazarla para mostrar su emoción por verse de nuevo y tomar el desayuno junto con ella, pero de sobra conocía las reglas… que a veces se las saltaran en Alexandria era parte de ser mimada en exceso por su esposo y su séquito.

Con el final del desayuno, el joven matrimonio había recibido un tour por el palacio de Dunkelferger.

Rozemyne había tenido algunos problemas en esconder su sorpresa al notar la cantidad de zonas de entrenamiento que albergaba el lugar… o lo incómodo que se había puesto el clima de un momento a otro. Hacía mucho más calor que en Alexandría, el aire era incluso más pesado y asfixiante también. A diferencia de su ducado, el aire en Dunkelferger no era salado y algo húmedo, sino muy cargado de un aroma a tierra húmeda, a plantas y especias además de una humedad más sofocante conforme el día y el calor avanzaban.

Por un momento, la joven de cabello azul oscuro se encontró a sí misma preguntándose si podría sobrevivir en ese entorno, recibiendo un washen por parte de Liesseleta apenas terminar el recorrido.

Algo más tarde, Rozemyne se había cambiado de ropa. Era una suerte que Lady Sieglinde le hubiera proporcionado telas y patrones durante el primer día de la Conferencia Archiducal, eso le había dado un margen suficiente a la compañía Gilberta de prepararle algunos atuendos para la visita, de modo que tuvo que cambiarse para sentirse más cómoda.

En tanto Lestilaut se encargaba de sus deberes como archiduque, Werdecraft y Sieglinde habían tenido una fiesta de té con ellos para planear del todo la visita a Amazonia. Al parecer, habían implementado un par de ideas nuevas que querían compartir con ella, sin olvidar que la nueva tienda de artefactos lúdicos de Drewanchel no habían tenido el éxito esperado, contrario a Vegas e Ibiza.

Apenas la fiesta de té terminó, Hannelore se había presentado con un permiso para deslindarse de sus deberes el resto de la tarde. Rozemyne se había sentido tan feliz al escucharla, que poco le faltó para saltar sobre su amiga, deteniéndose a tiempo al sentir la mano de Ferdinand en la suya.

—[Hagas lo que hagas, recuerda comportarte en esa biblioteca… y con tu amiga] —había murmurado Ferdinand por medio del manos libres.

—[Por supuesto, Darling. Me comportaré a la altura]

—Lord Ferdinand, padre, madre —continuó Hannelore sin ponerles mucha atención a ellos dos—, en verdad espero no estar interrumpiendo nada con esta invitación.

—Aub Alexandria y tú deben extrañar sus interacciones en el Comité de la Biblioteca, Hannelore —respondió Sieglinde con una sonrisa suave—, vayan.

—Lo agradezco mucho, madre —respondió Hannelore antes de mirar a Rozemyne.

Mirando a su marido y obteniendo una afirmación y una sonrisa microscópica por parte del hombre, Rozemyne salió de la sala de té seguida de Liesseleta, Grettia y Albamarie, la erudita mednoble originaria de Arsenbach que estaba supliendo a Clarissa y Harmut en este viaje como jefa de eruditos.

Cuando las chicas llegaron a la biblioteca, Rozemyne se sentía en el paraíso, controlándose al escuchar una risita de parte de su mejor amiga.

—Veo que no ha cambiado nada, Lad… Aub Rozemyne. Eso me alegra bastante.

Rozemyne sonrió, mirando a su alrededor y tomando nota del escaso personal a su alrededor.

—Lady Hannelore, somos amigas. Mientras estemos dentro de la biblioteca, ¿le gustaría seguir llamándome Lady Rozemyne?

—Eso sería agradable en verdad —respondió la pelirosa haciendo lo posible por esconder su emoción.

Luego de eso, las dos chicas pasearon un poco entre los estantes, con Hannelore dándole breves reseñas de lo que escondían ciertos tomos que llamaban su atención. Había tantos libros que Rozemyne no había leído antes, que pronto había pulverizado todas las piedras fey en su saco.

—Lady Rozemyne, ¿le importaría tomarse un momento para sentarse conmigo en la sala de lectura? Prometo dejarla leer un poco luego de haber hablado.

Grettia no tardó nada en retirarle el saco de piedras que Liesseleta sustituyó de inmediato con piedras nuevas. Las dos jóvenes le sonrieron de manera cómplice, justo antes de que una de las asistentes de Hannelore llegara con una jarra de cristal y algunos vasos en una charola.

Pronto las dos amigas estaban instaladas en una de las mesas de la sala de lectura con vasos helados de té frío con frutas y algunas hojas frescas además de una fuente de frutas frescas cortadas a manera de flores, esferas y cubos que no tardaron mucho en llamar la atención de Rozemyne.

—¿De verdad podemos comer aquí? No me sentiría cómoda estropeando este santuario de Mestionora —comentó Rozemyne haciendo reír a Hannelore.

—Está bien. Es importante mantenerse bien hidratado en este ducado, Lady Rozemyne. Cuando acabemos, mis asistentes se encargarán de asear el área para que pueda usted proceder a su lectura.

Hannelore hizo una prueba de veneno, ambas comentaron un poco sobre el clima y la moda en Dunkelferger antes de que Albamarie preparara una herramienta de evita de escuchas de rango específico. En ese momento, Hannelore se relajó lo suficiente para dejar ver los nervios que parecía estar sintiendo.

—Así que… ¿mañana parten rumbo a Amazonia? —preguntó Hannelore antes de llevarse una pequeña esfera azul a la boca.

—Así es. Me emociona mucho conocer el jardín de Besuchweg en Dunkelferger, solo he visto en persona el de Ehrenfest y el de mi propio ducado. Es increíble lo diferentes que son a pesar de estar basados en el mismo concepto.

—Ya veo —comentó Hannelore—. Yo solo he ido una vez a Amazonia.

—¿Lord Kentrips la llevó ahí?

Las mejillas de Hannelore se colorearon de un tierno color rosado mientras la joven miraba a otro lado con una sonrisa nerviosa.

—Bueno… si… no esperaba que… No sé si sea correcto comentar al respecto en este lugar, parece un poco inapropiado.

Rozemyne sintió que una sonrisa ladina florecía en su rostro. Hannelore era demasiado adorable como para no molestarla solo un poco.

—¿Se refiere al Templo de Bremwärme y Beinsmachart, Lady Hannelore?

La piel del rostro de Hannelore se tornó un poco más oscuro que su propio cabello rosado, un par de tonos entre su cabello y sus ojos, haciendo reír un poco a Rozemyne ante aquella afirmación involuntaria.

—¿Y qué le pareció la experiencia, Lady Hannelore? ¿Pidieron una copia de El Buen Libro o recibieron iluminación por parte de los sacerdotes del Templo?

Hannelore estaba sonrojada hasta el cuello y tal vez más aún, mirando con preocupación a todos lados y temblando un poco antes de desactivar la herramienta anti escuchas y ordenar a todos que voltearan hacia la pared. Rozemyne la imitó y pronto, la barrera antiescucha fue erecta de nuevo.

—¡Lady Rozemyne! —chilló Hannelore de un modo tan adorable, que era nostálgico.

—Solamente pregunto por curiosidad. Ferdinand se ha negado por completo a poner un pie en el Templo de Ibiza, fuera de los planos y los arreglos que diseñé con ayuda de Justus, Harmut y Clarissa, y tomando en cuenta las peticiones de algunas de las sacerdotisas… no tengo idea de cómo sea la experiencia ahí dentro.

—Usted… ¡¿QUÉ?!

No estaba segura si reír o sorprenderse de que su amiga no supiera dado que eran sus padres quienes se encargaban de verificar el lugar.

—¿No lo sabía, Lady Hannelore? La idea de los jardines para viajeros como encubrimiento para el Templo del Amor fue mía.

Las manos de Hannelore volaron a sus mejillas, evitando que Rozemyne pudiera notar hasta que punto se había sonrojado en esa zona. Su amiga la miraba con los ojos muy abiertos ahora, sin poder creérselo.

—¿Usted?... ¿cómo?... ¿PORQUÉ? ¡Pensé que era devota a Mestionora!

Rozemyne se llevó una pequeña flor de sabor cítrico y fresco a la boca, sonriendo con amabilidad ante la confusión en la cara de Hannelore para luego dar un pequeño sorbo a su vaso.

—Es por eso y porque no soy célibe, Lady Hannelore. No sé si se enteró del… escándalo que protagonizamos Ferdinand y yo en la Conferencia Archiducal luego de nuestra unión de las estrellas.

Hannelore asintió, sosteniendo el vaso frío con ambas manos con el cuerpo adelantado ahora. Su rostro aunque sorprendido estaba lleno de curiosidad.

—Bueno, pues fui convocada por varias primeras damas que necesitaban saber porqué quería compartir mi habitación con Ferdinand incluso durante la Conferencia Archiducal y… bueno… una cosa llevó a la otra, fue bastante preocupante ver la cantidad de esposas frustradas por no conseguir suficientes bendiciones en sus dormitorios, ¡algunas lo veían como una mera obligación para engendrar sucesores!

El rostro horrorizado de Hannelore la hizo saber que, al menos ella no había pasado por la decepción de ser utilizada por su esposo en la alcoba. Un sorbo más a su té helado y Rozemyne prosiguió a explicar lo que había pasado y como había llegado a la conclusión de que, además de crear manuales para compartir su sabiduría de alcoba era necesario construir templos a los dioses del amor y una zona turística. Para cuando terminó su explicación, Hannelore ya no se veía incómoda, confundida u horrorizada, su mirada solo estaba cargada de curiosidad y un leve rubor en sus mejillas.

—Entiendo, Lady Rozemyne. Me parece que ha hecho bien en compartir sus conocimientos, pero… ¿también es responsable de las… historias?

—¿Qué historias?

Hannelore comió un poco más, tomando té helado también antes de voltear a los estantes, sonriendo antes de salir de la barrera antiescuchas, tomar un libro en formato alexandrino y entrando de nuevo para tendérselo.

Solo por los colores del lomo y la portada, Rozemyne ya sabía que tipo de libro era. Aún así lo tomó en sus manos, abriéndolo con una sonrisa y leyendo solo el título de la obra y el nombre de la autora.

"El Jugador Apasionado"

Por Lirio Rojo

La peliazul cerró el libro antes de sumergirse entre sus páginas, no por primera vez, y comenzar a leer hasta llegar al final. Vaya que conocía esa historia.

—Debo admitir que me sorprendió de manera grata lo que Lady Sieglinde hizo con esta historia en particular. Fue la primera en terminar de adaptar el relato breve que les entregué a todas como ejemplo.

—¿Mi madre es…? —murmuró Hannelore, llamando su atención.

La pelirosa tenía los ojos muy abiertos y se había cubierto la boca con las manos a pesar de llevar un abanico colgando de su muñeca.

—¿No lo sabía? Lo lamento mucho, Lady Hannelore, pensé que sabían. Mi madre, Lady Elvira, también escribe este tipo de historias, claro que en lugar de usar el pseudónimo de Lady Erantura, ella utiliza el pseudónimo de Orquídea de Invierno. Aun no entiendo porqué todos los que escriben erótica usan nombres de flores. Siento que tuvieron su propia reunión y no me invitaron.

Hannelore pareció salir de su estupor, momento que Rozemyne aprovechó para refrescarse con un poco más de líquido.

—Así que por eso… ¡Oh, dioses! Pensar que Kentrips lo sabía, ¡qué vergüenza!

El vaso de Rozemyne estaba vacío ahora. Lo deposito sobre la mesa sin darle mucha importancia antes de inclinarse un poco más al frente, sonriendo cuando Hannelore volvió a mirarla.

—La ficción a veces es necesaria para… activar la creatividad y convertir algo rutinario en algo divertido. ¿No lo cree, Lady Hannelore?

Rozemyne sonrió y Hannelore no tardó en calmarse e imitarla, bebiendo lo último de té en su vaso con el rostro pensativo.

—Puedo preguntar, ¿de donde ha sacado la inspiración para crear el libro que inspira todos estos, Lady Rozemyne?

Fue su turno de sonrojarse ahora. No podía confesar que venían de su mundo de ensueños, así que tenía que dar la OTRA respuesta.

—Bueno… mi noche de las estrellas y las noches subsecuentes no fueron… lo que habría esperado, Lady Hannelore. Convencí a Ferdinand de experimentar otro tipo de encuentros conmigo… y salió ese manual. Cuando incluí a mis eruditos principales y al de Ferdinand en la investigación y elaboración del manual, todos se mostraron más que entusiasmados.

—Entiendo —sonrió Hannelore mucho más tranquila ahora, con una sonrisa divertida en el rostro—. Debo agradecerle entonces, supongo. Cómo sabe, yo contraje matrimonio al año siguiente que usted. Mi entonces prometido insistió en darme tiempo para prepararme y prepararse él mismo. No fue sino hasta hace un par de temporadas que encontré una colección completa del Buen Libro oculta entre sus cosas. Ha de imaginar, que no puedo quejarme de esa parte de mi vida matrimonial.

Rozemyne sonrió entonces, tomando la jarra con té para servir ambos vasos ante la actitud preocupada de Hannelore por esto, sintiéndose divertida por su pequeña travesura.

—¿Podemos beber este jugo por tener esposos comprensivos y amorosos entonces?

A Hannelore le tomó un poco de tiempo comprender la intención, sonriendo divertida y asintiendo con la cabeza. Rozemyne chocó su vaso con el de Hannelore y luego ambas bebieron.

Su pequeña reunión terminó un poco después, con Rozemyne leyendo una pequeña transcripción de uno de los tantos libros que había, dándole el tiempo justo de lectura para retomar sus actividades, lo cual fue un alivio, lo último que deseaba era que Ferdinand irrumpiera en la biblioteca para quitarle nada de las manos. En lugar de eso, el hombre se aseguró de asearla y consentirla con entusiasmo en la bañera romana de su habitación de invitados antes de dormir.

.

–¡Ferdinand, si me pones más amuletos no voy a necesitar usar ropa!

La segunda campanada había sonado hacía un rato y su marido había dado instrucciones al séquito de no preocuparse por ellos, así que era él quien se estaba encargando de vestirla hoy.

–Estamos en Dunkelferger, my love, dónde los hombres tienen la sangre caliente y la cabeza vacía –explicó Ferdinand con una sonrisa venenosa–. No quiero ni imaginar de que son capaces en su hábitat natural.

Una carcajada escapó de labios de Rozemyne ante la broma de su esposo. Era poco frecuente que las hiciera.

–Dame tu otro brazo, por favor.

La joven obedeció, observando como su marido le colocaba con cuidado el enorme amuleto para prevenir ser contactada por los dioses, observando después las largas cadenas de mana que colgaban cómo armazones de braletes alrededor de sus senos y por su cuello junto a su collar de matrimonio, las que rodeaban su cintura adornadas con escamas del color del arcoiris, así como los brazaletes ajustados en sus muslos y sus tobillos.

La joven rememoró algunos bikinis que había visto alguna vez en revistas de Tokio hechos con cadenas o lentejuelas… más le valía que Ferdinand no conociera esas prendas o sin duda las usaría de inspiración.

Estaba pensando en eso cuando sintió como algo era colocado dentro de su ombligo, refrescándola de inmediato.

Apenas voltear, Rozemyne observó la hermosa gema engarzada que ocupaba su ombligo ahora.

–¿Y esto?

–No puedo evitar que te sientas abochornada a causa del clima en esta región, sin embargo, espero que esto te ayude a hacer nuestra estancia más tolerable.

No pudo contenerse, solo se lanzó a sus brazos para besarlo, sintiendo los dedos de Ferdinand recorriendo la piel desnuda en su espalda.

Los encantos de Ferdinand hacían un ruido curioso al chocar con los de ella, cómo diminutas campanas a su alrededor.

Se besaron un poco más antes de que ella decidiera mirarlo.

Además del manos libres en su oreja y el collar de matrimonio, Ferdinand portaba un par de brazaletes en las muñecas para protegerlo de ataques físicos, otro par en los bíceps que repelían ataques mágicos y un par de cadenas largas que ella había confeccionado para purificar venenos.

–¿Vestirme con tu mana es una especie de [fetiche, mi querido Ewigeliebe?

Notó sus orejas sonrojarse y luego lo escuchó fingir que aclaraba su garganta, sacudiéndose cualquier rastro de vergüenza.

–Eres la persona más frágil que he conocido en toda mi vida. Solo me esfuerzo por mantenerte sana, todas mis diosas.

Era difícil no reírse a pesar de estar paseando su mano por el pecho desnudo de su esposo de un modo demasiado apreciativo.

–Eso lo entiendo. Aún así, me preocupa que pronto no encuentres un modo de colgarme más cosas y termines pegándome [pezoneras] o algo así.

Lo observó hacer ese gesto amargo cuando no comprendía algo… una palabra en este caso.

Todavía divertida, Rozemyne se paseó sus índices sobre los pezones, disfrutando bastante con el error de procesamiento de su marido, seguido de un fuerte sonrojo.

–Eso… –dijo Ferdinand cuándo al fin volvió a estar en línea, mirando a otra parte–, ¡no soy tan desvergonzado… o vulgar!

Las miradas de soslayo que estaba lanzando a sus senos le decían otra cosa, seguro estaba pensando cómo podrían sostenerse en su lugar.

–Di lo que quieras, Ferdinand. No vas a descansar hasta encerrarme por completo en tu hielo. Debería devolverte el favor –mencionó ella con una sonrisa ladina–, seguro te ves bien con joyas y cadenas por todas partes.

Orejas, pómulos y cuello se pintaron de carmín, enmarcados por hermosos cabellos azul claro que Rozemyne no tardó en peinar un poco, orgullosa por la reacción de Ferdinand.

–Incluso me encantaría hacer decoraciones para tu cabello. Es una lástima que ya no lo uses tan largo. Te quedaba muy bien.

Lo había logrado, era lo más sonrojado que lo había visto nunca.

–Shumil pervertido.

–[Científico loco]

¿Era su imaginación o algo se había movido demasiado ahí abajo?

Un vistazo y notó que la virilidad de su esposo estaba algo interesada en esa conversación. Y ella pensando que el hombre había tenido suficiente la noche anterior.

Consideró brincarle encima, besarlo y dejar que todos sus amuletos tintinearan y sonarán mientras cabalgaba en él… deteniéndose antes de intentar cuando alguien tocó a su puerta.

–¡Milord! ¡Milady! –sonó la voz de Justus desde el otro lado–, ¿están seguros que no necesitan ayuda? Los asistentes del Emeritus comentaron que se espera que estemos listos para partir en unos quince minutos.

Ferdinand la miró de arriba abajo por un momento antes de llevar su mano a su espada y soltar un suspiro… no, recitando una oración en un susurro camuflado que hizo saltar un par de luces verdes de su anillo. Cuando retiró la mano, estaba tan tranquilo como cuando se habían ido a dormir.

–¡Estamos bien! ¡Asegúrate de que todos estén listos para partir en tiempo!

–¡Si, mi Lord!

Ferdinand tomó unas telas de la cama que le lanzó de inmediato, antes de tomar otras y comenzar a vestirse solo.

–Ferdinand, ¿qué fue esa oración?

El hombre ya se había puesto calcetines y sus pantaloncillos interiores, estaba terminando de atarlos cuando volteó a verla.

–Nada importante. Apresúrate por favor, todas mis diosas. Te ayudaré con el vestido en un momento.

No dijo nada más, solo comenzó a colocarse la ropa interior con algo de prisa, dejando escapar una bendición al notar las pocas capas de tela que estaría llevando.

Cuando salieron para reunirse con los demás, estaban vestidos por completo. Ferdinand le había practicado incluso un peinado sencillo que mantenía todo su cabello levantado en su nuca para que pudiera usar un sombrero de ala ancha decorado con flores y lazos a juego con el vestido que portaba.

–¡¿Listos para conocer Amazonia?! –preguntó el Emeritus.

Ambos asintieron y Rozemyne notó a un caballero fuera de lugar. Por alguna razón, Lazantark, el antiguo prometido de Hannelore se encontraba en el séquito de Werdecraft.

No le dio más vueltas, solo formó a Lessy y abordó. Habría querido cabalgar con Ferdinand en su león alado, sin embargo, el calor y la humedad habían comenzado a aumentar con rapidez. Dentro de Lessy al menos podría tener un respiro del apabullante clima.

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–¡Aún Alexandria! –gritó Werdecraft fuerte y claro todavía en el aire–, ¡Lord Ferdinand! ¡Bienvenidos a Amazonia!

Rozemyne miró abajo y sonrió extasiada.

El pequeño distrito comercial bajo sus pies se notaba de una intensa escala de verdes salpicados con otros colores brillantes a causa de la exuberante y extensa vegetación selvática que rodeaba y mantenía un poco ocultos los edificios blancos con decoraciones azul oscuro en contraste con líneas amarillas aquí y allá.

Apenas tocar el suelo, lo primero que Rozemyne notó pasando la arcada que hacía de puerta fue una enorme fuente que abarcaba lo que bien podría ser la plaza principal, con niños corriendo y jugando entre los chorros de agua que saltaban del suelo en diversos patrones, recordándole algunos espectáculos de fuentes danzantes que había visto por televisión cuando era Urano.

No fue la única, conforme avanzaron guiados por el Emeritus y su primera esposa, los visitantes de Alexandria pusieron atestiguar la gran cantidad de fuentes de agua limpia en el lugar. Rozemyne no sabía si eran producto de la ingeniería que tendría que derivar de sus bombas de agua o si funcionaban con mana, pero era sorprendente y agradable. Solo mirar las fuentes ayudaba a sentirse menos acalorada.

Todos comieron en uno de los locales, rodeados por lianas y enredaderas que formaban parte de la decoración. Rozemyne tenía que aceptar que la comida típica de Dunkelferger era interesante, incluso las adaptaciones de los platillos diseñados por ella eran un manjar.

El recuerdo de que Ferdinand había aceptado un ditter para ese día a cambio de ingredientes nuevos y libros la hizo sentir más entusiasmada. Había sido por uno de esos ditters que habían descubierto semillas similares al cacao hacia un tiempo, haciéndola temblar de anticipación ante las posibilidades.

Después del almuerzo realizaron un breve viaje en barca sobre el río que circundaba el distrito. Emeritus y Lady Sieglinde comentaban orgullosos sobre los edificios que iban señalando como si fueran guías de turista de su mundo, haciéndola sonreír.

Cuando el recorrido acabó, justo después de atravesar un túnel de ramas, hojas y enredaderas tan tupidas que no dejaban pasar los rayos del sol, Rozemyne cayó en la cuenta de que no habían visto el Templo principal.

–Aub Rozemyne –le dijo Sieglinde cuando preguntó luego de bajar de la barca y comenzar a hacer su camino hacia la zona de tiendas–, tal y cómo usted sugirió, ese templo está oculto. Pasamos detrás de él durante el paseo, pero lo ocultamos con el túnel para que solo las personas interesadas sean guiadas ahí.

–Entiendo –respondió Rozemyne sonriendo–. ¿Qué visitaremos ahora?

–Pasaremos por el Templo de Besuchgweg para que puedan registrarse y sus asistentes preparen sus habitaciones –indicó Werdecraft–, luego los llevaremos a conocer algunos locales, por supuesto.

El calor pareció dimitir un poco ante el primer washen practicado por Liesseleta, quién se mantuvo a su lado en todo momento.

Tiendas de ropa, de joyería y de calzado, una sala de té con una tienda de dulces a base de fruta y un recorrido por una finca donde se creaba el vize con algunas degustaciones fueron lo siguiente en el recorrido. Otro washen fue necesario a la mitad de dicho recorrido, el tercero llegaría justo al acercarse al Templo de Leidenshaft que parecía más un estadio de futbol americano con decoraciones griegas o romanas.

Rozemyne tuvo que admitir que ser recibido por los dioses subordinados de Leidenshaft era reconfortante en cierto modo.

Molestar a Ferdinand cuando Lady Sieglinde hizo un comentario sobre la cantidad de amuletos que portaba había sido divertido.

El ditter, por otro lado, había sido tan rápido que casi era una lástima.

–Parece que Lord Ferdinand solo se ha vuelto más vicioso en sus estrategias con los años –comentó Lady Sieglinde cuando ellas y los séquitos observaron a Ferdinand disparando al aire desde las gradas.

–No creo que Lord Ferdinand tuviera muchas ganas de un ditter –comentó Rozemyne antes de dar un sorbo al té helado que le habían servido en la mesa del balcón desde el que observaban.

–¿Qué le da esa impresión?

–De todas las estrategias que pudo haber usado, eligió la que le asegura la victoria más rápido. Mire.

La flecha cayó y el tesoro de Dunkelferger se convirtió en una piedra Fey. Angélica y Eckhart se habían encargado de distraer la atención el tiempo suficiente y Ferdinand parecía más interesado en mejorar el estado del ave que habían tomado como tesoro que en el juego en si.

'¡En serio! Sus amigos solo querían tener un encuentro divertido con él'.

Liesseleta y su contraparte en el séquito de Sieglinde retiraron los refrigerios y las dos mujeres bajaron de las gradas. Werdecraft y el árbitro acababan de darse cuenta de lo que había pasado.

—¿Qué harás con esa ave? —preguntó Rozemyne conforme salían del Templo de Leidenshaft.

—Su piel es un ingrediente bastante valioso —comentó Ferdinand—. Recuerdo que Heitzchite siempre portaba un poco con él por su color rojo. Imaginó que es rico en atributo de tierra.

Ferdinand le entrego el ave a Justus como si acabara de recordar algo, descartando lo que fuera que colgaba de su mente en ese momento, con todos caminando por las calles empedradas de Amazonia. El cielo ya había comenzado a cambiar de color. En verdad se había divertido demasiado, el día se había ido en un parpadeo.

—Lady Sieglinde, Emeritus Werdecraft, ¿nos acompañarían a cenar? –preguntó Rozemyne–. Quisiera acordar el itinerario de mañana y luego retirarme a los aposentos que se nos han preparado en el Templo de Besuchweg. Temo que el calor es demasiado para mí.

Estaba bastante segura que si tratara de continuar le daría una fiebre. El amuleto que intentaba mantenerla fresca y los washen que había recibido resultaban insuficientes ante el clima extremo del Ducado selvático.

—Por supuesto —respondió Lady Sieglinde.

—[Ni creas que te voy a dejar dormir aún, todas mis diosas] —susurró Ferdinand por medio del manos libres.

—[Contaba con que estuvieras ansioso, mi Dios Oscuro] —respondió Rozemyne con una sonrisa cortés antes de retomar, seguir comentando con Sieglinde sobre las diferencias agradables que había encontrado durante su recorrido.

La cena pasó en calma. Risas, vize, guisos de frutos con carne y pan esponjoso llenaron buena parte de la sexta campanada.

Con los estómagos llenos y e agobiante calor húmedo y pesado comenzando a disminuir, el matrimonio se despidió en los pasillos del Templo para viajeros.

La habitación era sencilla, recordándole a Rozemyne la sala de té de Dunkelferger y la habitación que habían compartido en el castillo, la única diferencia era la enorme hamaca colgando de dos postes y cubierta por una especie de carpa colgando del techo.

–Aubs, mis compañeros y yo nos disculpamos por la falta de un lecho apropiado –dijo Justus en nombre de los asistentes de pie a su alrededor–. Cuando preguntamos, nos informaron que el calor en esta zona y en especial esta época del año es demasiado para manejarse con normalidad incluso durante la noche. Si bien hay un aparato en la habitación que permite refrescarla, tiene un límite.

–¿Un límite? –preguntó Ferdinand cómo solicitando una mejor explicación.

–Si, mi lord. El aparato refrescará la habitación solo en lo que ustedes se duermen, después de eso va a desactivarse y la habitación volverá a calentarse. Los encargados del templo comentaron que esos… columpios… evitarán que se deshidraten durante la noche.

Ferdinand golpeaba su sien, pensando en todo antes de mirarla a ella y al séquito.

–Gracias por todo. Pueden retirarse ahora. Mañana estaremos listos un poco antes de la tercera campanada, descansen hasta entonces.

Iradas confundidas, rostros intentando esconder sonrisas pícaras y un montón de "¡Si, Aub!" los envolvieron antes de que los séquitos los dejaran solos.

Ferdinand la tomó de la mano entonces, guiándola a la puerta que, en efecto, llevaba al área de aseo, con la enorme bañera romana llena con agua tibia.

–¿No fue suficiente con un ditter, Ferdinand? –se burló ella, sintiendo como los dedos de su marido desataban de inmediato El cinturón de algodón grueso que hacía de corsé para luego sacarle las mangas y el vestido.

–Sabes que no –murmuró el hombre en un tono divertido, hundiendo la cara en su cuello para besarla–. No puedes esperar que tenga suficiente de ti.

Lo notó sacando un vial de entre sus ropas que le ofreció, al parecer Ferdinand había aprovechado su cercanía para practicarle un improvisado chequeo médico.

Esa noche jugaron un rato en el agua, llevando sus juegos a la enorme hamaca hasta caer rendidos.

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Un desayuno ligero y revitalizante seguido de una visita a la librería y luego a la tienda recién instalada de Drewanchel le dieron a Rozemyne la información que necesitaba.

–Temo que no veo por aquí objetos para plebeyos, Lady Sieglinde.

La aludida la observó confundida en tanto Rozemyne daba un último vistazo a los objetos desplegados en el mostrador y al encargado.

–¿Los plebeyos?

–Si, así es. De tener aquí herramientas para plebeyos, se habrían introducido también geles humectantes, tintas de sabores, esencias corporales y masajeadores, sin olvidarnos de los precios.

Lady Sieglinde verificó la lista de precios, mirándola un poco confundida.

–¿No sería mejor abrir una tienda solo para plebeyos? Por otro lado, ¿dónde se consiguen las cosas que ha enumerado, Aub Rozemyne? –preguntó la mujer en tono confundido– Drewanchel solo nos ofreció ésta mercancía que ve aquí.

Rozemyne lo pensó un momento, notando al instante el problema cultural.

–Puede que sea porque desde que vivía en Ehrenfest siempre he tenido en cuenta a los plebeyos, Lady Sieglinde –comenzó a explicar–, de modo que tanto en mi Ducado de origen como en el de residencia nos aseguramos de solicitar que se fabricaran y enviaran también herramientas que funcionaran sin mana y complementos para utilizarlos. Por supuesto, al no ser necesario el mana para usarlos, se han vuelto mucho más baratos y accesibles. La mayor aparte de los ingresos de esta tienda en Ibiza viene de los plebeyos.

–Entiendo –respondió Lady Sieglinde luego de considerarlo–, imagino que las esencias y humectantes de los que habla son utilizados también por los nobles.

–Por supuesto –respondió tranquila–. Si gusta, puedo facilitarle la última novela de Orquídea de Invierno. Parece que la autora estuvo experimentando con los productos para incluirlos en una de sus historias, lo cual incrementó las ventas de la tienda la semana siguiente de su lanzamiento hace menos de un mes.

Rozemyne suponía que eso tendría algo que ver, de modo que cuando Lady Sieglinde asintió, su erudita ya tenía lista la copia ofrecida.

–¿Terminaron su asunto ahí dentro? –preguntó Ferdinand con el semblante fruncido cuando salieron.

Rozemyne sonrió. Por alguna razón todos los hombres se habían quedado afuera, salvo por Justus.

–¿No se aburrieron mucho esperándonos? –preguntó Rozemyne tomando a su marido del brazo.

–Lord Ferdinand nos estaba explicando la razón de que puedan estar aquí más tiempo del esperado –comentó Werdecraft–. Me sorprendió un poco que ascendieran la casa del caballero comandante Sthral a familia colateral.

Rozemyne sonrió recordando a los parientes de Letizia que seguían viviendo en Alexandria. Podía parecer complicado y casi un paso en falso a nivel político, sin embargo, el embarazo de Aiko los había tomado desprevenidos a ambos. Ferdinand había estado seguro de que tomaría más tiempo embarazarla… al parecer tenía la misma puntería que su hermano.

–Nuestra familia es todavía muy pequeña, Emeritus Werdecraft –explicó ella–. Dado que no tomaré más consortes y todavía planeo embarazarme algunas veces más, necesitábamos designar a más gente en nuestra familia. Reconocer el apoyo y la lealtad del caballero comandante de esta manera nos pareció la mejor manera de conseguirlo.

En realidad, no podía permitir que Ferdinand y Letizia volvieran a cargar con el peso de Alexandria. Preparar piedras de mana no le parecía que fuera a ser suficiente. Su Ducado estaba creciendo e innovando, no podían darse el lujo de descuidarlo por el bien de sus moradores y de sus propios hijos. No sabía quién seria el siguiente Aub, pero quería asegurarse de dejar un Ducado estable y próspero cuando se retirara a la Biblioteca Central.

–Ya veo –murmuró Werdecraft, deteniéndome frente al Templo de Kuntzeal para mirarlos–. Recuerden mantenerse vigilantes. Habrá muchos nobles que tratarán de tomar la oportunidad para colocar a Sthral en la silla del Aub.

–Agradecemos su preocupación, Emeritus –respondió Ferdinand esta vez–, prometo tener en cuenta las palabras de Anhaltaung en este asunto particular.

Los dos hombres asintieron y fue el momento de entrar al lugar que tanto había llamado la atención de Ferdinand el día anterior.

El espectáculo había resultado entretenido.

Un recital con coros y tambores seguido de una interpretación emocionante de la danza de espadas para rematar con una muestra de baile que hizo sonrojar a Rozemyne.

Estaban reproduciendo el baile de invierno de Alexandria, interpretando el último vals, balada y baile de cuadrilla que habían introducido sus músicos ese invierno. Habría sido magnífico que incluyeran un tango, sin embargo Ferdinand le había prohibido usarlo para los bailes cuando le mostró por medio de sus recuerdos como se bailaba. De momento, la música de tango estaba reservada para acompañar las comidas y nada más.

–Vayamos a comer ahora –ofreció Lady Sieglinde–. Necesitarán sus fuerzas para el evento principal.

Algo en el modo en que la ex primera dama de Dunkelferger lo había dicho la hizo sentir un poco incómoda. Incluso Ferdinand se había tensado. Rozemyne se sorprendió pensando en el equipo de formulación que Justus había dejado más temprano en la habitación esa mañana… seguro que Ferdinand planeaba hacerle aún más amuletos y esto solo reforzaría su determinación.

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La comida y las sonrisas cómplices que compartían Werdecraft y Sieglinde habían echo difícil disfrutar de la comida.

Cuando salieron del restaurante sus anfitriones los guiaron por varias calles hasta la entrada del Templo por el cual habían surgido estos jardines.

Los muros estaban cubiertos de lianas y flores. Un poco de agua brotaba de los muros a ambos lados de la puerta y la estructura hacia que Rozemyne pensara en los jardines colgantes de Babilonia. Era una estructura magnífica, camuflada por la espesa vegetación selvática y la falta de más adornos en los muros blancos.

Tenía que admitir que poner decoraciones a todas las otras tiendas ayudaba a entrenar a la mente para pasar el templo desapercibido.

–Entremos –ofreció Werdecraft escoltando a su esposa–. Sieglinde y algunos eruditos nuestros diseñaron un dispositivo interesante para esta construcción. Nos gustaría que la probaran y nos dieran su opinión experta.

Ferdinand había comenzado a hacer micro movimientos que delataban cuan incómodo estaba. Luego de visitar Ibiza, seguro ya había deducido en donde estaban.

Incapaz de negarse, Rozemyne lo sintió forzándose a caminar. Una mirada atrás y notó la enorme sonrisa divertida de Justus y los pasos incómodos de Albamarie.

El templo era similar por dentro. Incluso las túnicas usadas por los sacerdotes y sacerdotisas y el tipo de decoración.

–Imagino que no desean compañía, ¿o me equivoco? –preguntó Lady Sieglinde frente a la sacerdotisa principal.

–Está en lo correcto, Lady Sieglinde.

Rozemyne tuvo que morderse la lengua después de eso para no decir más.

Estaba por indicar a Justus que pagará la cuota requerida cuando uno de los asistentes de Werdecraft produjo varios oros grandes que entregó a la sacerdotisa.

–Aura los guiará a una de las tres salas con el aparato especial –comentó Werdecraft–. No deben preocuparse por el tiempo, nos encargaremos de pagar el excedente en caso de haber tal.

–¿Tiempo excedente? –Ferdinand parecía confundido.

Rozemyne se apresuró a inyectar una cantidad descarada en el brazo de su esposo para silenciarlo. A pesar de conocer el funcionamiento del Templo, no había podido entrar a constatar algunas cosas a causa de Ferdinand.

–Es muy amable de su parte, Emeritus –respondió Rozemyne de inmediato–. Agradeceremos mucho que nos guíe, señorita Aura.

–Claro, Milady. Por aquí, por favor.

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–Rozemyne… ¿Qué es esto?

La pregunta de Ferdinand parecía salida de la mente de Rozemyne.

La habitación era única en realidad.

El suelo era pasto mullido con florecillas aquí y allá. Había un sillón columpio en forma de huevo tejido colgsndo de las ramas de uno de los dos árboles gruesos que enmarcaban una fuente a manera de cascada de dónde salía vapor. Una especie de tumbona de gran tamaño reposaba en una esquina y las paredes estaban pintadas de tal modo, que daba la impresión de que estuvieran a campo abierto, a kilómetros de cualquier poblado, con columnas blancas sosteniendo un perímetro de piedra blanca que enmarcaba el cielo…

¡EL CIELO!

Rozemyne estaba segura de que se había visto justo así antes de entrar. El delicado movimiento de una nube atravesando el perímetro la hizo preguntarse si no tenía techo esa parte del templo o si sería como el techo embrujado del Gran Comedor de las películas de Harry Potter.

–Que yo sepa, en Ibiza las habitaciones son… normales –respondió ella cuando logró salir de su asombro–. Si acaso todas cuentan con un librero lleno de manuales y novelas eróticas.

–Tu obsesión con los libros no deja de sorprenderme.

En ese momento, Ferdinand hizo lo menos romántico que podía. Escaló uno de los árboles hasta alcanzar el límite del perímetro, levantando su mano hasta que no pudo moverla más, bajando sin dejar de mirar el techo en modo científico loco.

–De algún modo, estamos viendo el cielo a través del techo de mármol. Es extraño. Estaba seguro de que habían volado esa parte del techo.

Tuvo que asentir junto con él, maravillada por la herramienta creada en Dunkelferger y bastante segura de que en Drewanchel se sentirían más que interesados en conseguir los planos para estudiarlo… igual que su consorte, a decir verdad.

–Ahm… ¿Ferdinand?

El hombre dejó de murmurar sus hipótesis luego de un momento, mirándola luego de haber estado golpeando su sien con insistencia.

–Creo que la función de esta habitación es dar la idea de… [tener sexo] al aire libre.

Las orejas de Ferdinand cambiaron de color casi de inmediato, aún así, él no se movió.

Rozemyne sonrió de repente al pensar en lo que tendría que hacer ahora. Lo primero fue sentarse en el césped mullido y retirarse los zapatos y las calcetas, sintiendo la mirada de su marido en ella y haciéndola sonreír.

Con algo de dificultad procedió a retirarse el vestido, el fondo y la pequeña ropa interior que llevaba debajo, quedando tan solo con los amuletos y encantos que Ferdinand le había colocado más temprano. Esto de verdad iba a crear música en honor a Beinsmachart.

Una vez terminó, caminó hacia su esposo, poniéndose en puntas antes de tomarlo del rostro para obligarlo a agacharse y besarlo. Eso fue suficiente para que Ferdinand reaccionara, desnudándose de inmediato con ayuda de ella, dejando la ropa ahí donde caía antes de derribarlo para ayudarlo con las botas y las calcetas, sonriendo al sentir las caricias cargadas de mana en su cadera y su espalda.

–Parece que te gusta este entorno, my love.

Tuvo que reír antes de besarlo de nuevo, asegurándose de acariciar un de las piernas de su Dios Oscuro con la misma cantidad de mana que él estaba usando.

–Es emocionante. Además, no tenemos que preocuparnos porque alguien entre o se asome a mirar.

–¿Asomarse?

Había hablado demasiado. Lo supo en el momento que notó una ceja levantarse y el ceño fruncirse en el rostro de su marido.

Lo besó de nuevo, usando su lengua para estimular su boca y sus labios antes de ponerse en pie y correr hasta la cascada, soltando una carcajada divertida cuando lo escuchó gruñir su nombre. Ferdinand no tenía porque saber del sistema de seguridad que permitía verificar que los clientes estuvieran haciendo un uso adecuado del templo y no siendo lastimados.

Ferdinand no tardó mucho en ponerse en pie, siguiéndola a un paso más tranquilo mientras ella metía los pies en el pequeño lago falso al que caía el agua de la cascada.

Rozemyne se sorprendió al notar que el fondo era cada vez más profundo, llegándole por arriba del ombligo cuando alcanzó la cascada, descubriendo un par de escalones a los lados para poder salir y sentarse debajo de la cascada o tomar una ducha de agua tibia.

Estaba comenzando a subir las pequeñas escaleras, sosteniéndose del suelo falso bajo la cascada cuando Ferdinand la tomó de la cintura, jalándola con fuerza y obligándola a voltear, pegándola a su cuerpo y besándola de inmediato. El hombre estaba en verdad entusiasmado ahora. Rozemyne podía sentir con claridad cuan entusiasmado estaba, sonriendo divertida cuando se despegaron un momento, con el agua de la cascada empapándolos a ambos y dejándolos escurriendo agua.

–Debo admitir que han desarrollado algunos artefactos… interesantes.

–Por favor, apaga tu modo de [científico loco] por un rato, Ferdinand. No es romántico y tampoco divertido.

El peliazul le sonrió con suficiencia antes de mirar alrededor besándola en una mejilla antes de doblar las rodillas para quedar sumergidos hasta el cuello.

–¿Pusiste algo así en Ibiza?

–No. Ya te dije, las habitaciones de ese templo son más… tradicionales. Esta idea me gusta bastante, de todos modos. Es increíble.

Los dos levantaron la mirada, notando la luz del cielo cambiar poco a poco de color. Si era sincera, jamás había fantaseado con hacer el amor al aire libre en medio del atardecer. Le parecía casi poético ahora.

–No sé si los dioses aprecien que su trabajo sea utilizado con fines tan frívolos.

Lo besó de nuevo, suspirando después, tomándolo de la mano para salir de la fuente.

–Creo que se sentirían honrados de que su trabajo inspire más amor en el mundo. Esto es como una fiesta para los sentidos. Muy estimulante, ¿no estás de acuerdo, Ferdinand?

No estaba segura de si quería rodar con él por el pasto, montarlo en la enrome tumbona o sentarse en su regazo para columpiarse en el sillón tejido que estaba cerca.

–Así debía ser antes de que se comenzarán a construir todos los Ducados –murmuró Rozemyne–. Gente viajando por el descampado y buscando un lugar apartado bajo las estrellas.

–Tus pensamientos nunca cesan de sorprenderme –respondió el en su oído, abrazándola por la espalda y guiándola al columpio cercano.

Rozemyne sonrió al notar el cojín al interior del columpio. La tela parecía ser alguna especie de toalla con círculos mágicos de viento y fuego bordados como decoración. Ferdinand los miraba desde un lado, todavía detrás de ella sin atreverse a soltarla.

–Parece que lo planearon todo, incluso utilizar este extraño mobiliario para secarnos.

–¿Tú crees? –preguntó divertida.

Él no respondió más, tomándola de una mano para girarla en un paso de baile practicado antes de recostarla en el cojín. Una brisa cálida salió de inmediato, secando su cabello, su torso y sus brazos al ser los únicos en contacto con el cojín.

Ferdinand se recostó apenas sobre ella, besándola, activando de nuevo el círculo mágico y tocando luego su propio cabello.

–Malvado. Deja de usar me de [conejillo de indias] –se quejó ella con una sonrisa.

Ambos se enderezaron entonces. Ferdinand le sonreía de ese modo malévolo que mostraba cuando tramaba algo.

–Shumil de pruebas sería más exacto –la corrigió–. Ya que te mostraste más que complacida de que nos trajeran aquí…

–No he visto que estés sufriendo con la idea.

Se puso en pie, golpeando apenas el columpio y sonriendo cuando Ferdinand se sentó ahí con las piernas cruzadas, recibiendo más aire tibio para secarse antes de que ella se sentara sobre él, rodeándolo de pies y manos tan excitada que lo sintió resbalando en su interior al tiempo que el aire la envolvía y secaba como una toalla mullida y cálida.

–Esto… me gusta, Ferdinand.

El aludido la besó entonces, obligándola a hacerse atrás para darle acceso a su pecho, soltando un pequeño grito de sorpresa cuando una corriente de aire salió del frente del cojín, balanceando el columpio y a ellos también.

Ferdinand temblaba con su rostro oculto entre sus senos, intentando aguantar la risa sin éxito alguno.

–¡Tú!

Una segunda ráfaga los impulsó un poco más, en ese momento Rozemyne notó que una de las manos de su esposo estaba en el filo del cojín y no en ella. Al parecer, los círculos también estaban bordados en algunos lugares estratégicos para poner el columpio en movimiento.

Al menos dos ráfagas después, Rozemyne gemía y jadeaba sin dejar de subir y bajar en aquel sillón en movimiento. El éxtasis reclamándole luego de un rato y las piernas de Ferdinand estirándose para caminar con ella encima en cuanto la sensación dimitió.

–¿A dónde vamos?

–A un lugar más cómodo, todas mis diosas.

Pronto ambos estuvieron recostados uno junto al otro en la tumbona, ella no tardó mucho en obligarlo a girar, quedando arriba y llevando el ritmo por un rato, girando con cuidado de no dejarlo salir hasta darle la espalda, moviendo la cadera hasta alcanzar otro orgasmo.

Ferdinand parecía que no estaba dispuesto a dejarla hacer lo que quisiera, tomándola con fuerza de las caderas antes de sentarse, doblando sus piernas para dejarla a ella en posición de gateo.

–¿Ferdinand?

Los dedos de su esposo comenzaron a pintarle la columna vertebral, produciéndole un escalofrío que la hizo retorcerse antes de que el hombre le pintara espirales de mana sobre sus senos, estimulándola sin dejar de moverse en esa posición.

Los besos de Ferdinand le hablaban de un amor cálido y dulce, su mana y la posición la hacían pensar en cuanto quería tenerla para él solo. Habría querido bajar de la tumbona después de su siguiente orgasmo para jugar con él en el césped fresco y mullido, sin embargo, Ferdinand no tardó mucho en salir de ella y voltearla, llenándola de besos antes de penetrarla una vez más, sujetándola de las caderas para moverse tan rápido y fuerte como le era posible, haciéndola gemir y venirse una vez más, sintiendo la electrizante descarga de mana y algo más por parte de Ferdinand.

Su esposo se acurrucó sobre ella luego de un rato. La respiración de ambos era errática. Su piel estaba sensible en todas partes, haciéndola sentir leves cosquillas por el aliento de Ferdinand en su cuello. Estaba exhausta, a pesar de ello, sus manos no tardaron en rodear el cuerpo fuerte y varonil que parecía envolverla entera.

Ferdinand se giró entonces, quedando ambos de costado, mirándose con adoración. Había una pequeña sonrisa cansada y complacida en los labios de Ferdinand, atrayendo sus manos, peinándolo y delineando sus facciones, disfrutando de verlo cerrar los ojos y relajarse ante su toque.

–Ferdinand.

–¿Mmh?

–Te amo. ¿Podemos dormir en este lugar hoy?

Lo sintió envolverla en sus brazos, jalándola hasta pegarla por completo a su pecho, besándola en la coronilla antes de recargar ahí su barbilla y suspirar.

–¿No te basta con ir por ahí diciendo que esos manuales son resultado de nuestros encuentros, Rozemyne?

Los colores se le subieron al rostro al darse cuenta de las implicaciones, bajando sus brazos para posarlos en los hombros de Ferdinand y doblando sus rodillas y piernas, enredándolas con las de su marido, cuyo corazón latía cada vez más tranquilo junto a su cara.

–¿Puedes disculparme por mis… indiscreciones?

Lo sintió besarla de nuevo, acariciando su espalda con ternura.

–He lidiado con tus indiscreciones y locuras desde que me convertí en tu Erwachlehren, esto no es nada.

Un poco de risa escapó de sus labios antes de levantar su rostro para ver a Ferdinand a los ojos, robándole un pequeño beso.

–¿Debería llamarte Todos mis dioses, Ferdinand?

Él le sonrió de medio lado. Parecía divertido.

–Bueno, en realidad eres más que todos mis dioses –rectificó ella, peinándolo un poco sin dejar de mirarlo–. Además de Leidenshaft, Ewigeliebe y mi Dios Oscuro, también sueles ser Anhaltaung que me aconseja, Fairberuken que guarda mis secretos, Lungschmer que me cura y tantas otras deidades.

Él suspiró de nuevo, tomando su mano para besarla sin dejar de verla.

–Eres la única persona en todo Yurgensmith…

Ferdinand no terminó de hablar, solo la besó de nuevo antes de dejarla descansar.

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–Gracias por venir –dijo Lady Sieglinde tres días después en la sala de teletransportación de Dunkelferger.

–Ha sido un verdadero placer para nosotros –respondió Rozemyne–. No sabía cuánto necesitábamos de un descanso como éste.

–Por favor, vuelvan cuando gusten –invitó Werdecraft–. Siempre pueden contar con Dunkelferger para descansar o jugar al ditter.

–Disculpe, Emeritus Werdecraft –comentó Ferdinand conforme los últimos asistentes abordaban el circulo–, ¿no debería ser Aub Lestilaut quién hiciera ese tipo de invitaciones?

Todos voltearon a ver al actual Aub, quién observaba todo el intercambio con los brazos cruzados y una cara que parecía malhumorada mirando a sus padres.

–Mis padres y mi hermana seguro esperan que nuestros hilos vuelvan a ser revueltos en el mismo tejido por Ventuchite, la diosa del tiempo. Cómo Aub Dunkelferger espero que estos encuentros llenen de bendiciones a ambos Ducados. Que Anhaltaung, Gebodornung y Forsternte acompañen el tejido entre ambos Ducados.

La despedida prosiguió según las reglas de etiqueta usuales. Rozemyne y Ferdinand subieron al círculo de transporte junto a Eckhart. Luces negro y dorado los envolvieron de inmediato así como una sensación de incomodidad más intensa para Rozemyne. Cuando reaparecieron, ahora frente a su séquito, Ferdinand tuvo que tomarla en brazos para bajarla y hacerle un chequeo de inmediato. Las náuseas solo habían sido así de molestas una vez pero no dijo nada, esperando a que el chequeo terminará y pudiera recuperar el control de sí misma. Tendría que esperar para verificar sus sospechas.

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Notas de la Autora:

No podía quedarme quieta con esos dos en Dunkelferger, en cuanto a Heitzchite, no se preocupen, alguien lo liberó la madrugada siguiente al ditter y luego lo enviaron a descansar a su finca.

Cuídense mucho, gracias por los follows, favs y reviews, los aprecio mucho. Nos leemos la otra semana.

SARABA