Los Dioses del Amor

PoV Margareth: La médico de Aub

–¿Justus, está seguro de esto?

–Por supuesto, milady. ¿No será que se arrepintió luego de llevarme al baile? –le respondió una voz femenina y coqueta que la hizo abrir mucho los ojos.

Era la noche del baile de cierre. Tal y como Justus había prometido, asistieron juntos. El descarado asistente llevaba, además de una túnica roja con bordados negros y blancos, un abanico de terciopelo rojo con encaje negro que no tardó en usar para ocultar la mitad inferior de su rostro cuando se sentía divertido y con el que incluso le había enviado un beso antes de proveerla de bebida y canapés.

Justo ahora estaban en casa de ella. Su propia asistente se había sorprendido cuando Margareth le pidió que le mostrará la habitación de invitados a Justus y luego la ayudará a ella a retirarse el vestido rojo con detalles en verde esmeralda y negro.

Su última orden antes de despachar a su asistente, fue que le entregará el vestido a Justus y le llevará a ella la ropa que el hombre hubiera descartado.

En ese momento estaba frente a la puerta de la habitación de invitados, sonrojada y ansiosa porque el desvergonzado pretendiente le había prestado hasta la ropa interior para la ofrenda de flores que habían acordado… la ofrenda donde Justus sería la flor.

–¿Necesita ayuda con el vestido?

Estaba nerviosa e impaciente. Era su primera vez usando ropa de varón… ropa usada por un varón.

Una risilla coqueta la sacó de equilibrio. Tuvo que recordarse de nuevo que su acompañante era un hombre travestido, no una mujer.

–¿Estamos impacientes acaso? ¿La belleza toma su tiempo, milady? –la puerta se abrió, dejando ver a una mujer de ojos caídos y cabellos grises recogidos en un rodete con algunas trenzas intrincadas y un adorno de flores rojas enfundada en el vestido rojo que ella había usado más temprano. Un par de cuántos negros le daban un toque delicado a las manos que, sabía, eran demasiado grandes para una mujer. Quizás lo que más impresionó a Margareth fue notar que la persona frente a ella tenía un busto similar al suyo, haciéndola dudar de nuevo de lo que estaba pasando–, ¿O prefiere que le diga "Milord"?

Era de lo más perverso que hubiera visto nunca. Margareth tragó con dificultad antes de ajustar su monóculo y recomponer su cabello, el cual había atado en una cola baja de lo más sencilla, atándola con un listón negro y nada más.

El sonido del abanico al desplegarse la hizo mirar de nuevo. Su acompañante le sonreía con coquetería desde atrás del abanico que estuvo usando en la fiesta, dándole la certeza de que era Justus y no otra persona.

–¿Muy bien… Lady…?

–¡Gudrun, por favor! Puede llamarme Gudrun esta noche, milord.

El abanico se cerró de golpe antes de reposar en la muñeca a la que estaba atada. Justus… o Gudrun comenzó a arreglarle el corbatín negro y los botones de la túnica de inmediato, pasándole los dedos de un modo desvergonzado aquí y allá antes de arreglarle el cabello también.

–Si milord usará también un aparato especial para modificar la voz, sería bastante popular entre las jovencitas de Alexandria.

Margareth observó una mano enguantada pasar de manera delicada y sutil sobre una gargantilla negra con una piedra fey bastante pequeña, rodeada de perlas y con un pequeño dije en forma de lágrima. Margareth sonrió divertida al darse cuenta de que su acompañante no escatimaba en gastos a la hora de usar disfraces.

–¿El cabello también salió de una herramienta?

–¡Por supuesto que no, milord! –respondió "Gudrun" en un tono entre ofendido y tímido, dedicándole una mirada de lo más incitante antes de dar unas palmaditas en su cabello para darle realce y volumen–. Es una peluca. Así podrá "soltar" mi cabello cuando lo desee.

Perverso y divertido. El hombre estaba tan metido en su papel que casi le creía que era una tímida damisela coqueteando con un enamorado. Decidió divertirse también. Para eso estaban en su casa, ¿o no?

Dejando ver una sonrisa retorcida, Margareth comenzó a caminar alrededor de Gudrun, mirándole con ojo crítico y cerrando la puerta cuando terminó. De verdad que parecía una mujer, con cintura y todo.

–¿Milord? –preguntó Gudrun cuando Margareth no se detuvo, sino que siguió caminando hasta quedar a su espalda de nuevo.

–Es usted muy hábil, casi no puedo creer que se halla vestido sin ayuda.

–¡Gracias, milord!

Margareth dio un paso al frente y Gudrun uno atrás. La mujer siguió haciéndolo hasta que la persona frente a ella chocó de espaldas con la puerta, momento que aprovechó para asegurar la puerta con una mano sin dejar de mirarla, tomándole de la barbilla igual que algunos días atrás en el laboratorio de botánica.

–Incluso tu maquillaje te muestra con un rostro delicado –comentó pasando su dedo pulgar sobre los labios de Gudrun–, me pregunto que tan detallado será…

No pudo terminar, su mano en la barbilla de su invitado bajó despacio por su cuello, delineando su escote y el hueso de la clavícula antes de poder alcanzar a tocar los senos falsos de Gudrun, quién atrapó su mano con una risita nerviosa, obligándola a mirarle de nuevo. Estaba sonrojado.

–Milord va muy rápido, ¿no cree?

–Milady estuvo de acuerdo en volverse mi ofrenda –contraatacó Margareth tomando a Gudrun de la cintura y jalándole hacía ella, pegando ambos cuerpos solo para sorprenderse al sentir dos montículos blandos y redondos contra su propio pecho.

–¿Pretende que la diversión terminé demasiado rápido, milord? ¿No le gustaría hacer otra cosa antes?

De pronto recordó a uno de los pretendientes que había tenido. El muy patán solía excusarse a la mitad de sus fiestas de té para irse un par de minutos y volver con sonrisas enormes. La última vez, decidió seguirlo en silencio, encontrándolo sobre una de las chicas del servicio a la que estaba manoseando desde atrás y recordándole que no se le ocurriera hacer ruido o tirar la charola con bocadillos. Por supuesto, ella había cancelado el compromiso en ese momento y salido hecha una furia… ahora, sin embargo…

–Antes de continuar con esto, Gudrun, ¿Hay algo que no me vaya a permitir hacer?

Su acompañante lo consideró un momento, mirándola con coquetería y acercándose a su oído.

–Solo le pido que no intente clavarme una espada, milord. No tengo un cáliz dónde guardarla.

Ambos estaban sonrojados en ese momento, Margareth no tenía palabras. A pesar de lo que estaban haciendo, esa idea no se le había pasado por la cabeza en ningún momento.

Cuando logró recomponerse, volvió a sonreír como todo noble y soltó a Gudrun, dando un paso atrás y abriendo la puerta.

–En ese caso, ¿Por qué no damos un pequeño paseo por el jardín y luego tomamos un poco de té? El cielo se veía divino esta noche y me gustaría escoltarle de manera adecuada, Lady Gudrun.

Para su sorpresa, apenas doblar su brazo, la persona a su lado aceptó, tomándole el brazo con delicadeza antes de tomarse la mejilla con su mano libre, ladeándola de un modo demasiado femenino como para estarlo fingiendo apenas ahora.

–¡Es usted todo un galán, milord! Casi no puedo esperar a que se vuelva mi Dios Oscuro.

Contener la risa fue difícil.

En efecto, ambos salieron de la casa y comenzaron a caminar por el jardín trasero. Gudrun actuaba como una joven dama, hablando de moda, telas, dulces y algunas fiestas de té a las que había ido al tiempo que comentaba sobre lo diferente que era el clima invernal en comparación con su Ducado de origen, o lo bellas que parecían las flores de los macizos en el jardín. Margareth solo siguió la conversación como haría su primer pretendiente. Todo un caballero en mente y cuerpo, educado para simular interés incluso cuando no lo sentía, esperando obtener a cambio una esposa sumisa que rescindiera de los laboratorios y la investigación en pos de darle hijos a su casa y educarlos.

Cuando volvieron a entrar, Margareth fue la primera en entrar a la cocina y sacar las cosas que necesitarían.

–¡Milord! ¿quiere que yo sirva?

–Soy… el anfitrión está vez. Lo correcto es que yo sirva.

–¡Oh, no, no, no! ¡Nada de eso! Ya me ha mostrado donde está todo, solo tome asiento y permítame servirle.

Era divertido y desconcertante. Entonces recordó que su colega era también asistente… quizás los asistentes eran, de hecho, personas quisquillosas, ¿o no?

–Hagamos esto. Yo llevaré el té que está preparando y usted los bocadillos. ¿Qué le parece?

Gudrun le sonrió con dulzura, haciendo un movimiento que solo podía calificar como "femenino" al momento de aceptar.

Margareth llevó el servicio de té a la mesa y luego volvió para abrirle a Gudrun la puerta de la cocina, dado que no estarían usando el carrito de servicio.

Cuando ambos se sentaron, Gudrun sirvió el té y las galletas con elegantes movimientos practicados y comenzaron a hablar de la última investigación en la que ambos participaban.

Aquella charla amena entre iguales era estimulante y liberadora. Al no traer falda, Margareth no tenía que cuidar sus piernas o su postura. Tampoco necesitaba estar retocando su cabello cuando se movía demasiado rápido y por supuesto, que sus comentarios sobre el trabajo fueran tomados con seriedad en una fiesta de té con "otra dama" era refrescante.

Pronto se terminaron el té y las galletas. Gudrun se levantó de inmediato, colocando la bandeja con el juego de té sobre la bandeja de galletas antes de levantarla y comenzar a andar. Margareth ya no esperó más, agradeciendo que su servicio entero era de metal y no de porcelana.

Gudrun no había dado ni dos pasos cuando Margareth se le abalanzó encima, presionando los aparatos que servían para simular un busto y revisar el resto del cuerpo de su invitado con la otra mano.

–¿Milord?

–Quería comprobar que tan precisa es está herramienta tuya, Gudrun.

–Espero que la talla sea de su agrado.

–Si no supiera lo que es, pensaría que son reales.

–Gracias por el halago, milord. Debo admitir que no sería el primero en confundir este artefacto con un busto real.

Estaba dando un paso atrás para soltarle cuando Gudrun dejó la charola de vuelta en la mesa de la que casi no se habían alejado y luego le tomó las manos, jalándola hasta quedar por completo pegada a Gudrun.

–Si vamos a jugar a este juego, milord, entonces debe usted similar que tiene una espada y pegarla a mí, frotarla un poco incluso sin dejar de masajear de esta manera –el hombre la instruyó, asegurándose de que hubiera contacto entre ambos cuerpos–. Luego, sin soltarme, debe bajar está mano de esta forma y tirar de mi falda con paciencia. Si se siente muy osada, incluso podría intentar besar mi cuello antes de colar su mano para sentir mi ropa interior.

–Pensé que no había hecho "esto" con otra persona.

–No de manera voluntaria, milord. Trabajar para Lord Ferdinand significa que a veces debo aguantar lo mismo que mis compañeras para conseguir información.

La mano de Margareth que Gudrun guiaba bajo la falda no tardó mucho en encontrar algo singular. Una especie de listón de encaje elástico que corría por el frente de las piernas de su acompañante. Lo recorrió hacia arriba, encontrando una prenda de ropa interior suave, elástica y demasiado corta para ser normal. Apenas dejar que su mano resbalara por el muslo de Gudrun, se encontró con un bulto firme que sobresalía demasiado.

Una risita nerviosa escapó de Justus y la curiosidad le ganó conforme trazaba el largo de esa espada oculta con la punta de su dedo.

–¿Y también te han tocado de este modo, Lady Gudrun?

–¡No~! Siempre logró zafarme antes de que descubran lo que soy.

Usar solo su dedo dejó de ser suficiente. Margareth comenzó a acariciarle con la mano entera, entretenida por la confusión que le suponía a su cuerpo acariciar senos ajenos y una espada en el mismo cuerpo. Su boca no tardó mucho en alcanzar la piel expuesta del cuello de su visitante, excitándose al escuchar un ligero gemido femenino saliendo de Justus.

–¿Y… debo esperar a llegar a una habitación o puedo reclamar mi ofrenda aquí mismo?

–¡Cómo milord lo desee! Estoy aquí para servirle y sacarle hasta que acepte tomarme como su Diosa.

Era tan bizarro escuchar todo esto en esa voz femenina, que dejó de acariciarle el busto por un momento solo para quitarle la gargantilla y lanzarla al sofá. La nuez en la garganta de Justus se hizo visible en ese momento y la mano de Margareth volvió a dónde estaba.

–Quiero escuchar eso de nuevo con tu voz. ¿Exactamente cuánto tiempo vas a satisfacerme con esta ofrenda?

–Hasta que milord me acepte como su diosa. –repitió la voz grave de un hombre, de su colega de laboratorio, de su pareja de baile, obligándola a meter la mano en la pequeña prenda extraña que se ocultaba bajo la falda de su vestido y guiar la cara de su pareja para poder besarlo con dificultad.

–De rodillas, Gudrun. Muéstrame que tanto deseas que yo sea tu Dios Oscuro.

El hombre giró con la gracia de una jovencita recién egresada de la Academia Real, cayendo de rodillas gente a ella con tal elegancia, que su falda había roja cubría la alfombra a su alrededor.

Justus se apresuró a desatar los cordones del pantalón y la ropa interior, bajando todo con reverencia y un profundo sonrojo en las mejillas antes de mirarla con fingida inocencia.

Margareth alargó su mano, retirando el adorno de flor que mantenía el cabello falso en su lugar y si riendo cuando el peinado se deshizo.

–Sin guantes, Gudrun.

Justus le sonrió debajo de la peluca que le cubría la mitad de su rostro maquillado antes de comenzar a quitarse los guantes, jalando dedo por dedo y luego tirando del resto de la tela de manera seductora, repitiendo el proceso con su otra mano y usando sus dientes para jalar el último dedo de tela satinada sin dejar de mirar a Margareth a los ojos con un brillo divertido.

Una vez sus manos estuvieron libres, el hombre en vestido coló sus manos por entre las ropas masculinas hasta tocar su piel, bajando la ropa despacio, sin dejar de acariciarla hasta que la ropa alcanzó sus rodillas.

–¿No la bajaste demasiado?

–No hay una espada que sacar, de modo que esto es lo mejor que puedo hacer. ¿Desea que continúe… mi Lord~?

–Si. Compláceme.

Cuando Margareth confesó que había estado recibiendo ofrendas en el Templo de Bremwarme y Beischmacht no mentía. Los hombres que fingían de flores en Ibiza habían resultado ser de los mejores amantes que hubiera tenido nunca… hasta conocer a Justus.

La forma en que la tocaba. Los lugares donde usaba su lengua y aquellos donde usaba sus labios. La manera en que sus dientes tiraban con suavidad de su piel. La maestría con que dedos y boca trabajaban en equipo para estimularla.

Margareth lo estaba disfrutando tanto que en algún momento una de sus manos tuvo que sostenerse de la mesa en tanto la otra se sujetaba del cabello falso de Justus, empujándolo para sentir aún más, quemándose sin control en los fuegos de Bremwarme y quedando sin aliento en muy poco tiempo.

Margareth lo soltó entonces dando un paso torpe hacia atrás para poder mirar a Justus, cuyo maquillaje alrededor de su boca se había arruinado por completo.

–¿Desea que le satisfaga de otra forma, mi Lord?

–Quítame los zapatos. Necesito quitarme estos pantalones justo ahora.

La sonrisa divertida en aquel rostro desarreglado no le pasó por alto, o la velocidad y maestría con que le retiró unos zapatos incómodos, demasiado grandes para ella, al grado de haberse puesto calcetines doblados en la punta de los pies antes de cubrir los tres pares con un par nuevo.

Una vez descalza, Margareth dio su siguiente orden.

–De pie, Gudrun. Da la vuelta.

El hombre sonrió complacido, cruzándose de brazos para ella antes de levantarse y girar. Parecía más alto de lo normal justo ahora. ¿Porqué?

Margareth desató los cordones del vestido con prisa, jalando la tela hacia abajo cuando consideró que el vestido caería sin problemas. Desató luego los dos fondos y la cadera falsa de tela que portaba Justus, sorprendiéndose al ver un corsé bastante ajustado en la cintura del hombre y lo que parecía la parte de arriba de un vestido de tirantes asegurado con extraños ganchillos alrededor del busto de Justus.

Lo obligó a girar de nuevo, encontrando la perversa visión de un par de senos perfectos. Sus ojos no tardaron en encontrar los de su amante en turno, quien sonría divertido y desinhibido.

—¡Adelante, mi Lord! Toque lo que guste.

Paseó sus manos por aquellos pechos que parecían reales, amasando de nuevo solo para observar como se contraían de manera natural. Muerta de curiosidad, Margareth bajó con delicadeza un tirante del hombro de Justus nates de liberar despacio el seno falso y… carente de pezón.

Las manos de Justus se escondieron tras de su espalda y en menos de dos segundos, la prenda completa estaba siendo retirada para que Margareth pudiera inspeccionarla a placer.

Entonces se dio cuenta de que, pegadas al fondo de la extraña prenda se encontraban dos pequeñas piedras fey con varios círculos tallados en ellos.

—¿Cómo funcionan?

—Es simple. Las piedras se adhieren al "sostén" como mi señora llama a esto. Luego lo coloco sobre mi y me aseguro de liberar dosis pequeñas de mana para ajustar el volumen, así.

Justus pasó uno de sus dedos por encima de una de las piedras y esta comenzó a inflarse de inmediato, adquiriendo una textura suave, elástica y tan blanda como un slime.

—Es menos engorroso de este modo, ¿sabe? Antes tenía problemas para asegurarlas en las camisas interiores que solía utilizar. Podían deslizarse en cualquier momento, pero estas prendas nuevas… además de hermosas, son una verdadera maravilla inventada por nuestra Aub.

Esa información la descolocó. ¿Aub Rozemyne inventó esa prenda? ¿porqué no había visto más al momento de ir a las tiendas de ropa que se encontraban en la ciudad?

Justus debió leer su rostro porque una sonrisa divertida apareció en su cara y el hombre retiró las piedras, dejándolas sobre la mesa del té.

—¿Le gustaría probárselo? Es solo un prototipo, pero podría incluirla en la lista de damas que se encargan de probar esta ropa.

—Tal vez en otra ocasión. Cuando no esté vestida de hombre sería una buena ocasión.

—Solo si me permite ser quien la vista, Margareth.

La piel se le enchinó al escuchar su nombre siendo ronroneado de ese modo tan incitante. Sus ojos se desviaron entonces, abriéndose bastante al notar la curiosa ropa interior que el hombre llevaba en su cadera y sus piernas.

La prenda era, en verdad, una versión mucho más corta de ropa interior. Ajustada. Delicada a causa del encaje en algunos puntos estratégicos y la suave tela del mismo color que la del sostén, con hermosas tiras de encaje y listón saliendo al frente y atrás para mantener en su lugar un par de medias negras con rosas pintadas que llegaba hasta medio muslo y más abajo…

—¿En serio, Lord Justus? ¿Zapatillas de tacón?

Esa era una moda que reconocía bastante bien. Había sido el principal tema de conversación de todas las mujeres que conocía por espacio de dos temporadas enteras.

—Si voy a travestirme, debo hacerlo con estilo, mi Lord~.

Al menos ahora se explicaba porque se veía más alto de lo usual.

Soltando un suspiro, Margareth caminó hasta una silla cercana, sentándose antes de hacerle una seña a Justus de acercarse, notando su espada asomando de la delicada prenda, demasiado femenina, como si también esa parte de él se estuviera travistiendo.

—Hizo usted un gran trabajo ahí abajo, lo justo es que le devuelva el favor, ¿no cree?

—Por supuesto, no esperaba menos caballerosidad viniendo de usted, mi lord.

Margareth lo jaló del bajo del corsé, haciéndole una seña para que girara despacio y él obedeció. La tela se pegaba al trasero de Justus de una forma tan obscena y sus piernas se veían tan torneadas, delicadas y apetecibles, que todo eso le seguía pareciendo solo algo bizarro e interesante a la vez. ¿Sería lo interesante de este encuentro lo que la tenía tan excitada? ¿o estaba descubriendo una posible preferencia por cuerpos más femeninos? ¿estaría mal mostrar ese tipo de apetitos o desarrollarlos? Si era sincera, esto era lo más cerca que había estado de recibir ofrendas de flores de otra mujer, así que no sabía si la excitación se debía a que Justus en verdad había aparentado ser una… o a que sabía que solo estaba aparentando.

—¿Algo que le preocupe, milord?

—¿Sería malo si me gustaran otras damas?

Esperaba encontrarse con una mueca de asco o una mirada cargada de rechazo. No hubo tal.

Justus la miraba todavía divertido y con algo de comprensión, justo antes de que una de sus manos encontrara su rostro y lo acariciara con ternura.

—Mientras me encuentre deseable, no me molesta que desarrolle otro tipo de atracciones. Es más. Si lo desea, podemos experimentar juntos en el Templo de Ibiza antes de nuestro nudo de estrellas. Hombres. Mujeres. Usted pida y yo le daré lo que desee.

—Justus —suspiró sin dejar de acariciar la tela con el pequeño bulbo de carne rosada asomando a pocos centímetros del bajo del corsé—, si por puro milagro atamos nuestras estrellas y logro concebir… ¿qué harás conmigo?

—¿Cómo dice?

No quería cegarse por el deseo, la lujuria o la reciente promesa de saciar su curiosidad en temas escabrosos para una dama de sociedad. Necesitaba saber si valía la pena. Necesitaba constatar cual era el precio, cuánto tiempo duraría esta "libertad" que el hombre frente a ella parecía ofrecerle, embutido en ropa femenina, portando una larga cabellera falsa y todavía adornado con maquillaje arruinado.

—¿Qué pasará conmigo si llego a embarazarme, Justus?

Hubo un silencio breve que le pareció largo e incómodo. Levantó sus ojos y observó al hombre poner un rostro serio por primera vez en toda la velada, considerando las opciones antes de hablar.

—A menos que nuestra encantadora y poco convencional Aub encuentre una solución, temo que deberá quedarse en casa durante el embarazo y la lactancia…

Lo sabía. Ningún hombre podía ser tan maravilloso ni tan…

—… si pudiera tomar esa carga por usted, lo haría. ¡La cantidad de información que podría conseguir solo por ser yo quien gestara otra vida! Por supuesto, es un deseo imposible, lo que si podría hacer es garantizarle que buscaré la manera de que vuelva a sus laboratorios tan pronto como fuera posible. Podría quedarme en casa varios días a la semana para encargarme, aunque, me parece haber escuchado a la Aub considerar abrir el ala de niños para todos los hijos en edad prebautismal de los trabajadores del castillo. Si por, milagro, fuéramos a ser padres, le insistiría a mis señores que nos permitieran hacer uso de la instalación para seguir desempeñándonos como hasta ahora. Aub Ferdinand lamentaría mucho perder una mente tan brillante como la de usted solo por convertirse en Wigenmitch.

Era como un rayo de esperanza. Uno demasiado bueno para ser verdad, pero… Aub Rozemyne no era alguien ordinaria. Su visión iba mucho más allá.

Una sonrisa se dibujó de nuevo en su rostro. Margarth liberó la espada de Justus y la engulló con placer, feliz al notar ese sabor dulce que le prometía que la necesidad de usar una poción de sincronización sería poca o nula. En verdad, era todo un milagro encontrarse con alguien tan compatible.

Esa noche, Margareth y Justus compartirían los placeres del buen libro en el sillón de la sala de té y luego una vez más en la alcoba principal. Por la mañana, la asistente de Margareth los encontraría a ambos durmiendo a pierna suelta entre las sábanas de la cama, tan desnudos como el día que llegaron al mundo y tan felices que no se atrevió a despertarlos, limitándose a salir de la habitación y tocar con fuerza varias veces para despertarlos sin que supieran que los había visto.

Las visitas de Justus a la casa de Margareth y viceversa se volvieron frecuentes en poco tiempo.

La semana previa a que Justus partiera junto con el resto del séquito archiducal a la Academia Real para la Conferencia de Archiduques, la pareja la pasó en el Templo de Ibiza experimentando juntos con hombres y mujeres por igual.

Margareth no tardó en descubrir que no era el cuerpo de otra mujer lo que le atraía, sino la idea de saber que sus ojos la engañaban… o que le gustaba observar a otros hombres puliendo la espada de Justus, quien se había mostrado un poco reticente la primera vez. La advertencia de su primera noche seguía en pie, nada de ensartarlo en la espada de nadie.

Luego del nudo estelar, y de haber participado con Justus para explorar un poco más las posibilidades de tener encuentros íntimos con dos o tres hombres a la vez para el buen libro, la pareja pareció calmarse un poco. Justus era un hombre bastante abierto, pero se volvía en extremo posesivo con ella por semanas luego de una de esas pruebas, como si tuviera que demostrar que él solo se bastaba para complacerla de cualquier modo.

La introducción de juguetes de alcoba provenientes de Drewanchel la hicieron experimentar todo tipo de juegos extraños con su esposo. De hecho, nada la excitaba más que llamar a Justus su "Diosa de la Luz" o su "Diosa del Agua" cuando tenían el día libre. El hombre solo sonreía, llamándola su "Dios Oscuro" y disfrazándose para ella. El juego en que ambos intercambiaban ropas le parecía tan estimulante, que ella misma había empezado a observar a sus colegas a detalle para poder imitarlos y actuar más varonil en la alcoba, el resultado siempre era el mismo. Justus y ella terminaban dando la bienvenida al invierno con más entusiasmo del que habría esperado.

Cuando escuchó que Aub Rozemyne no solo permitía, sino que invitaba a todos los padres y madres en el castillo a hacer uso de la sala de niños en el ala de infantes para que todos pudieran seguir trabajando sintió que un peso caía de sus hombros.

Quizás lo siguiente que la descolocó, fue ser llamada un día por Aub Ferdinand a su despacho en los laboratorios. Justus estaba ahí con él haciendo de asistente, portando un rostro serio que pocas veces le veía en realidad.

—Margareth, tome asiento por favor.

—Por supuesto, Aub Ferdinand. ¿En qué puedo ser de utilidad?

Su jefe de laboratorios y Aub dejó escapar un suspiro de cansancio, mirando pensativo hacia un punto en la pared, como recordando algo antes de mirarla de nuevo, entrelazando sus dedos sobre el escritorio en una pose de negocios que parecía incomodarlo en cierto modo.

—¿Hace cuanto que no trabaja como sanadora?

La pregunta la tomó desprevenida. Recordó sus días en la academia. Cuando manifestó que deseaba ser erudita, su madre la orilló a tomar la especialización en sanación durante la temporada invernal. Las otras especialidades solía tomarlas en el verano. Antes de irse a la soberanía pasó cinco años fungiendo como la médica de su casa, atendiendo a sus hermanas, sus primas y alguna que otra amiga de su madre, como si quisieran convencerla de dedicarse únicamente a la salud y no a la investigación.

Cuando se fue a la Soberanía, esos estudios y esa práctica quedaron relegadas. Solo hacía uso de ellas en casos de emergencias.

—Más del que quisiera admitir, Aub. Solo trabajé como sanadora por espacio de cinco años, después se volvió algo… solo para emergencias.

—Entiendo. Esto me causa un problema.

—Aub, puedo preguntar, ¿qué problema?

Aub Ferdinand miró a Justus, que acababa de colocar un par de tazas de té en el escritorio. Margareth miró a su esposo. El hombre hizo un par de gestos a los que el Aub respondió con otros, como si tuvieran una conversación solo con eso. Al final, Justus sonrió divertido y el Aub volvió a mirarla a ella.

—Usted es una de mis eruditas más confiables, además de ser la esposa del más antiguo asistente y erudito en mi séquito. Si le diera espacio de cinco días para retomar sus conocimientos, ¿podría ponerlos en práctica de nuevo?

Algo en eso no le gustaba del todo. Parecía como si fuera una trampa o la estuvieran poniendo a prueba de algún modo. Una mirada a Justus y este le sonrió, asintiendo para darle el valor a comentar lo que pensaba.

—Aub, sea claro. ¿Exactamente que espera de mí? ¿pretende prescindir de mis servicios como investigadora dentro de los laboratorios?

—No.

La respuesta fue seca y firme. No entendía nada.

—Lady Margareth, lo que voy a decirle no debe salir de esta habitación.

Ella asintió, enderezando su espalda y poniendo más atención a su Aub, sintiendo el corazón latirle con furia en el pecho a causa del nerviosismo.

—Aub Rozemyne está embarazada de nuevo y ha solicitado que le consiga una sanadora mujer que se haga cargo de su salud… y la de… eso.

¿Eso? Era una forma extraña de referirse a un hijo o hija… ¿quizás fuera el desconocimiento del género de la vida gestándose en el cáliz de la Aub?

—Si le dijera que puedo ponerme al día y atender a nuestra señora… ¿qué pasaría con mi trabajo aquí?

—Seguirá trabajando en sus investigaciones. Por supuesto tendría algo menos de tiempo para ello, pero solo un poco. Por supuesto, obtendría una compensación adecuada por su segundo trabajo y… deberá cumplir con un requisito más.

—¿Cuál?

—Necesito que la persona a cargo de la salud de mi esposa, le entregue su nombre. No quisiera arriesgar a todas mis diosas o… al… ser… dentro de ella a contaminación por mana, así que… ¿está dispuesta?

Esa era otra de las razones por las que había huido de Arsenbach, su madre había querido obligarla a entregarle el nombre a una de las esposas de Aub Arsenbach o a alguno de sus hijos a fin de asegurarse un lugar… que también podría ser su perdición.

—Aub Ferdinand, lo que pide es demasiado.

—Lo sé, pero puedo asegurarle que mi esposa le devolverá el nombre si llega a sentir que su vida corre peligro o bien cuando haya decidido que me dejará descansar y no traerá más… niños… al mundo.

Esto era esclarecedor. A pesar de los rumores corriendo de que Aub Ferdinand era un padre amoroso y protector con su primera hija, podía notar que los rumores de que era un celoso Ewigeliebe tenían bastante más peso en este momento.

Los dioses encarcelaron a Ewigeliebe porque sentía celos de sus propios hijos, llegando al grado de enclaustrar a Geduldh en su hielo y cazar a sus propios hijos… ¿Cuál sería la verdad en este caso?

—Si puede asegurarme que mi nombre será devuelto, entonces lo haré, Aub.

—Bien. Tienes hasta el próximo día de la tierra para entregarle tu nombre a mi esposa y ponerte al día con todo lo que haya sobre sanación a mujeres embarazadas. Un solo ordonanz perdido sobre este asunto y Justus tendrá que buscarse una nueva diosa de la luz. ¿Eh sido claro?

En definitiva es todo un Ewigeliebe.

—Por supuesto, Aub Ferdinand. Se hará como ha pedido.

—Bien, puedes marcharte.

No le gustaba nada tener que formular una piedra de nombre. No le gustó nada usar sus ratos libres para buscar literatura actual sobre sanación o pedir permiso en el edificio de sanación creado a principios del verano para revisar a las pacientes de embarazo, primero en el pabellón de plebeyos y posteriormente en el pabellón de nobles para volver a afinar sus sentidos y sus instintos.

Al menos eso último no le había tomado nada de tiempo.

Cuando el día de la fruta llegó, Margareth solicitó una audiencia privada con Aub Rozemyne. Para su sorpresa, la solicitud no solo fue aceptada, sino que se le llevó casi de inmediato, dos campanadas después, a una sala de té donde los dos Aubs la esperaban, con Justus y la chica de cabellos grises y grandes pechos que debía ser Grettia, asistiéndolos.

—Margareth dio su saludo de primera reunión a Aub Rozemyne y la mujer le sonrió de inmediato, dándole una bendición considerable antes de comenzar a tomar el té.

—¡Así que tú eres la esposa de Justus? —preguntó la joven que sería su paciente dentro de nada—. He oído cosas bastante interesantes por parte de Ferdinand y de Justus acerca de ti. Moría de ganas de conocerte, pero…

El ceño de Aub Rozemyne se arrugó un poco antes de dedicarle una mirada de fastidio y desaprobación a Aub Ferdinand.

Margareth agradeció a su madre por el intenso entrenamiento noble que le había dado en su juventud o se le habría escapado una risilla de burla al notar el casi imperceptible movimiento de labios de Aub Ferdinand.

—Me honra que sepa usted de mí, Aub Rozemyne. Espero que los ordonanz en su oído solo hayan cantado bellas canciones.

—¡Lo han hecho! Lo que me recuerda que debo pedirte una disculpa, Lady Margareth.

—¿Una… disculpa?

Un Aub pidiendo disculpas a un mero archinoble era algo inconcebible para Margareth. Los Aubs y la realeza misma solían dar reconocimiento a los logros y errores de otros, a los logros propios y de vez en cuando, disfrazaban disculpas como recompensas e imponían la carga de la culpa en los hombros de terceros. Nunca se disculpaban y menos de manera tan directa.

—Si. Lord Ferdinand me ha explicado que, para permitirme tener una médico mujer que se encargue de cuidar de mi salud y monitorear a mi pequeña semilla de Bluanfah, debe entregarme su nombre. Lamento mucho esta petición. Intenté disuadirlo, pero fue imposible.

—Te lo expliqué varias veces, todas mis diosas. No voy a permitir que ninguno de ustedes enferme por contaminación de mana.

Margareth no lo había notado antes, pero Aub Ferdinand se volvía un poco más expresivo alrededor de Aub Rozemyne. Como si su expresión facial carente de emociones comenzara a romperse, dejando pequeñas grietas aquí y allá solo por estar junto a la joven encarnación de Mestionora.

—Si, si, me lo explicaste tantas veces que seguro es lo próximo que voy a vomitar.

Por el tono, parecía que la futura madre se estaba burlando, haciendo un gesto de dejarlo ir con la mano y luego agregaba algo más que no logró escuchar… a pesar de que Aub Ferdinand le respondió también sin pronunciar un solo sonido o mirarla siquiera, con los brazos cruzados en una actitud demasiado arrogante que la otra pareció ignorar.

—De todas maneras, Lady Margareth, lamento mucho el inconveniente. Dado que no me darás tu nombre por voluntad propia, juro que te devolveré tu nombre en cuanto sienta que es absolutamente necesario o cuando esté satisfecha y no desee traer más intentos de mini Ferdinands al mundo.

Margareth se cubrió la boca con la taza de té para disimular la sonrisa divertida que emergió de inmediato, dando gracias a que no estaba dando un sorbo todavía o se habría ahogado por las palabras dichas con tanta seriedad… y eso sin tomar en cuenta el enorme y visible sonrojo en las orejas de Aub Ferdinand.

—Le agradezco mucho su consideración, Aub Rozemyne. ¿Cuándo le gustaría llevar a cabo la ceremonia?

—Lo antes posible —respondió Aub Ferdinand mirándola a los ojos—. Lo antes posible. Entre más pronto terminemos con este asunto, me sentiré mucho más tranquilo de dejar… la salud de mi esposa… en sus manos, Lady Margareth.

Nuestro Aub es la encarnación de Ewigeliebe, entonces. No puedo creer que esté tan reticente a permitir que alguien más sea la médico de Aub Rozemyne.

—Cómo ordenen, Aubs… solo…

Su mirada se dirigió a Grettia, notando como el cuello y las orejas de la chica se teñían de rojo antes de mirar a Aub Rozemyne sin atreverse a moverse.

—No te preocupes, Grettia… ah, cierto, esto será temporal —se lamentó de pronto Aub Rozemyne, rascando su cabeza de manera inconsciente—. Grettia, ¿te importaría salir un momento, por favor? Informa a mis caballeros y asistentes que Margareth será mi sanadora a partir de hoy. Ella tiene permiso absoluto para entrar y salir de mis habitaciones.

—Cómo ordene, Aub.

El leve movimiento de hombros cayendo de la joven la hizo pensar que Aub Rozemyne había estado a punto de cometer alguna equivocación. Margareth prefirió ignorarlo. Aub Alexandría era demasiado joven cuando reclamó el ducado, muchos decían que esa era la verdadera razón para que aceptara tomar un consorte catorce años mayor que ella… claro que luego de verlos interactuar tan de cerca, Margareth tenía sus dudas.

—Justus, tú y Ferdinand serán los testigos. Lo haré rápido para evitar que ella sufra, ¿está bien?

—Se lo agradezco, Milady.

La ceremonia se llevó a cabo. El dolor fue terrible… y rápido, muy rápido. ¿Cuánto mana tenía esa mujer para haber teñido su piedra del nombre con tanta facilidad?

Justus la ayudó a ponerse en pie y recobrarse. La sensación de tener el mana de Aub Rozemyne rodeándola le pareció abrumador. Una mirada a su esposo y la sonrisa confiada del hombre la hizo sentirse un poco mejor. Después de eso, los dos hombres las escoltaron a la habitación de los Aubs y Margareth procedió ha realizar el primer chequeo, notando no solo que el pequeño dentro del cáliz estaba bien y muy vivaz, sino también detectando una fuente de alimentación de mana constante que la dejó bastante sorprendida.

Cuando preguntó, Aub Rozemyne se puso en pie, invitándola a tomar asiento en el escritorio que había en su habitación y mostrándole un pequeño boceto de lo que parecía una esfera con un cordón atado a… ¿qué era eso? ¿un pez?

—Margareth, tengo entendido que antes que sanadora eres investigadora, así que me gustaría que me uses como sujeto de investigación a lo largo de los próximos años. Esta es una bolsa de alimentación de mana y este de aquí es mi pequeño en este momento…

Aub Rozemyne siguió adelante, haciendo más dibujos y explicando cómo había intentado algo similar en su embarazo anterior, experimentando hasta dar con un modo de dosificar y mantener su mana para transmitirlo a su pequeño.

Margareth se sintió mejor luego de eso, llevando consigo los bocetos y discutiéndolos con Justus esa noche.

—Considéralo, Maggie querida. Yo he sido un asistente juramentado de Aub Ferdinand desde que él era un jovencito asistiendo a la Academia Real, que permanezcas como una de las eruditas juramentadas de mi señora no me parece tan mal. Encontrarás con que, los juramentados de la pareja archiducal de Alexandría somos los primeros en ver todo tipo de innovaciones de parte de nuestros señores.

—Casi suenas como esos terribles amigos tuyos de cabello rojo que siguen haciendo investigaciones para el Buen Libro.

—¿Harmut y Clarissa? Para nada, yo solo encuentro divertido y estimulante estar cerca de nuestros Aubs para ver de primera mano cualquier cosa que se les ocurra… los otros dos tienen a Aub Rozemyne al mismo nivel que los dioses en su imaginación desde que los tres asistían a la Academia Real. Y hablando de diversión y estimulación… ¿te gustaría ver que tan compatibles somos ahora que el mana de Aub Rozemyne sostiene tu nombre, Maggie querida?

Una sonrisa perversa debió asomarse a su rostro, porque Justus no tardó nada en tomarla de la barbilla para poder besarla, sorprendiéndola de nuevo. Su mana era tan dulce ahora, que le parecía peligrosamente adictivo.

.

Notas de la Autora:

Me tomó tiempo encontrar un momento para escribir esto, así que se los traigo recién salido del horno, jajajajajajaja.

Alguien quería saber que pasó con estos dos luego del Pov de Justus... bueno, ahora ya lo saben, siguieron coqueteando y se casaron, muajajajajajajajaja. Se vienen más reformas a Alexandría, aunque tendremos que dejar descansar un poco a nuestros Aubs porque... bueno... antes de irnos directo al nuevo embarazo, creo que sería interesante ver a otros personajes y sus actividades durante las próximas temporadas.

¿Qué les pareció? Espero que se hayan divertido leyendo tanto como yo me divertí escribiendo.

También una disculpa si no he contestado mensajes por aqui. He estado tardando en actualizar desde la laptop y en el celular la App todavía no me permite tanta interacción con ustedes. Una disculpa.

Sin más por el momento y agradeciendo su apoyo constante a esta historia poco convencional, me despido.

Cuídense mucho, tengan un excelente inicio de semana y díganme ¿qué otras cosas les gustaría ver por aqui?

SARABA