Los Dioses del Amor

De Asistente a Primera Dama

Brunhilde estaba observando por la ventana. Sería el primer año que entraría junto a Sylvester para dar el discurso de inicio de invierno y de la temporada de socialización.

Repasó todos los arreglos en su mente. El discurso de bienvenida. Los bautizos nobles. La ceremonia del regalo. La cena y luego… luego presentaría junto a Sylvester y algunos miembros del séquito archiducal los bailes que Aub Rozemyne introdujera en su propio Ducado dos años atrás.

Conseguir las partituras y formar a los músicos no fue tan difícil. Incluso los pasos presentados, si bien representaron un reto, fue más lo que disfrutó de las sesiones de práctica. Sylvester había resultado una pareja de baile confiable… o quizás su desenvoltura se debiera a qué ya no estaba incómodo alrededor de ella.

–Ha sido difícil llegar hasta aquí, pero… parece que ha valido la pena –murmuró la actual primera dama de Ehrenfest antes de mirar atrás.

Durante el cortejo, Lord Sylvester siempre fue caballeroso y respetuoso, sin embargo, los halagos que él le hacían era vacíos. Sin vida ni sentimientos.

Ella siempre supo que era una imposición. Brunhilde se había arrojado a los brazos de su Aub, no por qué sintiera algún Rafel por el hombre. No. Era por gratitud. Gratitud a la señora que servía y que en su corazón siempre serviría.

Desde pequeña, Lady Rozemyne trabajó más que nadie. Se sacrificó más que nadie y su recompensa siempre fue insuficiente. Fue ella quien salvó a su clan, a su familia, al ducado, al país y a ella misma. ¿Acaso su antigua señora no merecía una recompensa equivalente a eso?

Así que Brunhilde se ofreció como esposa del padre adoptivo se su señora.

Sylvester, Aub Ehrenfest. El dios oscuro cuyo corazón pertenecía solo una mujer. El hombre de quién se contaban un sinfín de historias de como persiguió con ahínco su Rafel. El mismo hombre quien juró jamás casarse con nadie más y que, sin embargo, por cuestiones políticas y presión tuvo que casarse con ella.

Debía admitir que jamás esperó tener un matrimonio por amor. En la sociedad en la que vivía era difícil que eso sucediera, así que, que su dios oscuro solo amara a una mujer para ella no representaba un problema… o al menos eso pensó en un principio.

Cuando por fin llegó el día de atar sus estrellas, él no llegó a su noche de bodas. No se presentó al día siguiente, ni al que le siguió a ese.

Si, sabía que eso podría suceder, así que no le importaba, tenía suficiente en que entretenerse manejando la sociedad femenina. Lady Elvira la había tomado bajo su ala y protegido. La facción de la mujer pronto pasó a ser la suya, aunque está seguía llamándose cómo la entonces primera dama.

El tiempo pasó. Su dios oscuro seguía sin visitar sus aposentos y ella seguía diciéndose que no importaba. Pronto sus amigas comenzaron a tener hijos. La felicidad de estás era evidente, así como era evidente la mirada de lastima que le dirigían cuando pensaban que no las veía.

Este fue un punto de quiebre en su vida. ¿Qué se suponía debía hacer? Una dama no se ofrecía ni siquiera a su esposo. Decidió esperar un poco más, aunque su corazón y mente le decían que solo era una perdida de tiempo, nada cambiaría.

'¿Qué haría mi lady en esta situación?' Se pregunto , solo para luego agitar la cabeza con una sonrisa amarga y divertida. Ella cargaría contra cualquier muro para cumplir sus objetivos, ojos chispeante y sonrisa llena de Angriff.

Esta certeza le dio el valor de confrontar a su dios oscuro.

—No espero que Bluanfah baile para nosotros —admitió la muchacha bajo la protección de una herramienta antiescuchas—, pero parte de mis obligaciones como su esposa es traer más hijos a la casa archiducal. No es algo que pueda cumplir por mí misma.

Sylvester se veía en verdad apenado, suspirando antes de soltar la herramienta para servirse una copa de vize, ofreciéndole una a ella la cuál rechazó, antes de que Sylvester se sentara de nuevo en la pequeña sala de su despacho casi vacío por la hora, observando pensativo el líquido que daba vueltas junto con su mano antes de tomar de nuevo la herramienta, tomar un sorbo de su bebida y mirarla una sola vez, desviando sus ojos hacia la ventana.

—Me disculpo por mi negligencia… Brunhilde. Es solo que… no es… no es fácil soltarle el cabello a otra que no sea Florencia.

—Cómo dije, no estoy esperanzada a que Bluanfah se nos presente… quiero cumplir con todas mis funciones y dado que puedo sentirlo, me gustaría que este no sea un matrimonio blanco. Deseo ser Entrinduge, milord. Es lo único que le pido para mí.

Tardo dos semanas, pero por fin, una noche Sylvester llegó a su habitación.

El Aub se acercó de manera torpe a ella, soltando su cabello, diciendo palabras dulces a su oído. La consumación del acto no fue desagradable aunque tampoco fue una maravilla, la verdad que es ella no sabía que esperar tampoco. Hubo dolor como le advirtieron, pero no fue tan terrible, casi podría decir que fue bueno, no por las sensaciones, si no por qué el hombre la hizo sentir amada. Hasta ese momento no sabía que necesitaba sentirse así.

Cuando todo terminó, su dios oscuro se acomodo a un lado de ella. Exhausto por la actividad física, Sylvester la hizo recostarse contra su pecho, envolviéndola con sus brazos de un modo protector. La delicadeza del movimiento conmovió algo en el corazón de Brunhilde, algo que la hizo sonreír y pegarse un poco más al cuerpo a su lado.

Medio adormilado, Sylvester se volteó un poco hacia ella murmurando en su oído y provocando que el corazón de Brunhilde latiera a con demasiada rapidez.

—Es hora de descansar mi diosa —suspiró el archiduque, afianzando más su agarre—. Duerme bien, mi querida Florencia…

—¡Brunhilde! —replicó la chica en automático, sintiendo un dolor sordo instalándose en su pecho.

—¿Cómo dices? —preguntó Sylvester al tiempo que sus brazos se tensaban sin un ápice de afecto.

—Soy Brunhilde, no Florencia —respondió la joven, odiándose por el dolor que se filtró en su tono.

Esto hizo al hombre reaccionar, sentándose de pronto en la cama para mirarla.

—Yo lo siento, no quise….

—Si. Sé que no quisiste llamarme por su nombre, sin embargo, lo hiciste. Supongo que te mentalizaste pensando que era ella para poder invocar el invierno con… conmigo.

Su voz se quebró a mitad de la última palabra. Se sentía tan indefensa, dolida y despreciada…

—Brunhilde… —estiró la mano hacia a ella y Brunhilde se la aparte de un golpe.

—¡Un hijo! Invitaremos el invierno hasta que me des un hijo sano, luego de eso puedes olvidarte de cumplir este deber conmigo. No seré yo quien obligue a Milord a sacrificarse. También tengo mi dignidad —declaró la muchacha poniéndose de pie, cubriéndose con la sábana de la cama antes de caminar hasta su cuarto oculto donde permaneció encerrada todo el día siguiente.

Antes de que la puerta se cerrara, Brunhilde pudo ver cómo el rostro de hombre en su cama se oscurecía por la culpa.

Desde ese día solo invocaron el invierno tres veces más. Pronto la chica quedó embarazada de su primer hijo.

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Ese tendría que haber sido el final de sus roces con Brennwarme y Beischmacht… claro que, como todo el mundo, ni siquiera Brunhilde podía oponerse a los deseos de su señora, Aub Rozemyne.

Una vez Brunhilde pudo volver a desenvolverse en la sociedad noble, su apoyo en el despacho comenzó a ser cada vez más obvio.

Las fiestas de té que Brunhilde ofrecía hacían palidecer las escazas fiestas de Florencia y la manera en que la chica invertía tiempo y recursos en averiguar sobre modas de otros ducados para adaptarlas a Ehrenfest no era algo que hubiera pasado desapercibido, así que la joven comenzó a invitar a la primera dama a fiestas de té solo para ellas y sus pequeños niños antes del bautismo.

Al principio, la joven intentaba apoyar a la primera dama al ofrecerle alguna adaptación de tendencia o hacerle sugerencias para socializar sin olvidar que Brunhilde pronto se encontró pasando más y más tiempo con Lady Florencia y su hija Henrrieta, debido a su pequeño hijo, Nicodemo.

Tal vez fuera por está razón que Lady Florencia comenzará a charlar con ella sobre las interacciones que tenía dentro o fuera del Ducado. Así fue como se enteró de que la mujer había rechazado una invitación de Lady Sieglinde para el nuevo proyecto empresarial de su señora… o de qué se trataba aquello debido a que Lady Florencia era hermana de Aub Frenbeltag.

Poco después de que el Ducado se viera desbordando por peticiones de papel y Brunhilde sugiriera una solución provechosa a la pareja archiducal, las alianzas con otros ducados madereros llevaron un flujo de dinero estable y las relaciones con todos estos Ducados medios y pequeños se fortaleció. Fue poco después de que se vieran estás ganancias que Sylvester la llamó a su despacho de manera formal, estando Florencia y Bonifatius presentes.

—¿Están seguros de esto? —fue lo primero que salió de su boca a causa del shock.

Ella que pensó que estaría relegada a un mero aliado político, a un mero pilar sin conocer nunca la danza de la diosa de los brotes o el orgullo de ser reconocida por sus esfuerzos, pero…

—Llevo un par de temporadas diciéndole a Sylvester que lo haga, pero es muy terco —respondió Florencia antes de dar un sorbo a su té.

Sylvester parecía contrariado en su asiento, mirando a todos lados como si alguien pudiera escuchar lo que estaban hablando bajo la herramienta antiescuchas de rango específico.

—Sé que lo sugeriste, Florencia, pero…

La mirada que le dirigió era una cargada de vergüenza. El hombre parecía en serio abochornado, a saber los siete porqué con exactitud.

–Entonces, Brunhilde… –Sylvester soltó un suspiro angustiado antes de enjuagar sus labios con el té y mirarla con esperanza y lo que parecía una disculpa–. ¿Te importaría convertirte en la primera dama de Ehrenfest?

La chica lo consideró. De sobra sabía que sus compromisos y responsabilidades aumentarían. También estaba segura de que Florencia la apoyaría con el cuidado de Nicodemo y que Frenbeltag seguiría manteniendo su alianza con ellos, pero…

–Mi Lord, por más que esté en la disposición de hacer todo lo que esté en mi mano para mantener y elevar mi Geduldh… soy solo una archinoble. ¿Cómo podría ser la primera dama del Ducado?

Lord Bonifatius la había estado observando desde hacía un rato sin hablar, poniéndola nerviosa por lo intenso de su mirada. El hombretón miró entonces a su sobrino y Aub con una enorme sonrisa sincera.

–Te dije que tenía una corazonada con ella. Fue miembro del séquito de mi adorada nieta, así que es obvio que está más que calificada para ser tu diosa de la Luz, Silvester.

–¡Lo sé! ¡Lo sé! Pero no quería quitar a Florencia de su puesto y…

Lady Florencia tomó entonces la mano de Lord Sylvester, mirándolo con una sonrisa comprensiva antes de asentir.

–Sylvester, no hay nada de malo en esto. Brunhilde está más capacitada que yo en todos los aspectos. Si la elevas, incluso habrá menos quejas por parte de la facción Leisengang. ¿No era esa la razón por la que habías comprometido a Rozemyne con Wilfried en un inicio?

El hombre se cubrió los ojos un momento antes de voltear a ver al padre de su caballero comandante y luego a Brunhilde.

–Sé que no he sido el mejor Dios Oscuro que se podría esperar… para ninguna de las dos, y lo que pido ahora es mucho, pero si estás dispuesta, te elevaremos a candidata a archiduque. Tendrías que asistir a la Academia Real fuera de temporada para hacer el curso de candidata a archiduquesa y acompañarme a las conferencias archiducales, además de a las visitas mensuales para verificar que los Giebes tengan todo bajo control. ¿Estás dispuesta?

–¡Lo estoy! –afirmó sin rechistar, determinada a apoyar a su Ducado y a su señora con todos los recursos a su disposición.

–En ese caso –comentó Lord Bonifatius–, señorita Brunhilde, sé que es muy mayor para esto, pero ¿me honraría con la dicha de adoptarla cómo mi hija? No solo porque sea la forma más rápida de elevarla a candidata y primera esposa. He visto de cerca los frutos de su trabajo, he observado su determinación y esfuerzo. Nada me haría más feliz que ser el padre de una mujer tan capaz.

La joven sonrió entonces, halagada y conmovida por las amables palabras del viejo caballero.

–Acepto ser su hija, Lord Bonifatius. Me siento honrada de poder unirme a su casa a pesar de contar ya con un hijo propio.

–Muy bien –dijo Sylvester con una sonrisa que mostraba cuan complacido estaba–. En ese caso, preparemos todo para elevarte a Diosa de la Luz de Ehrenfest, Brunhilde.

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Ese invierno se anunció de manera formal la adopción de Brunhilde y se dio aviso en la Academia Real que la joven estaría asistiendo fuera de temporada para tomar el curso que le faltaba. A causa de esta adopción fue que pudo asistir al Torneo Interducados y reunirse de nuevo con su señora. Aub Rozemyne se veía radiante. Más aún, la mujer había aprovechado las buenas nuevas para hacerle algunos obsequios entre los que figuraban un par de libros de lo más variopintos escondidos entre un juego de la biblia infantil para Nicodemo algunas telas para ayudar a confeccionar un guardarropa adecuado, un abanico de plumas con los colores de su estación de nacimiento y una bolsa de galletas con pequeñas esferas marrones en su interior a las que Aub Rozemyne llamaba "chocolate."

–¿Entonces tienes copias de ese misterioso nuevo libro, Brunhilde querida?

Lady Elvira había sido más que un apoyo desde su compromiso. La mujer era inteligente, hermosa, elegante, proactiva… Brunhilde se había preguntado como su señora carecía tanto de sentido común teniéndola cómo madre… hasta que recordó con quienes había tenido la mayor parte de su educación.

–Así es. Aub Alexandria en persona tuvo la amabilidad de conseguirme dos ejemplares. Estoy segura de que encontrará este… inspirador.

El libro fue entregado de manos de la hermana menor de Brunhilde a la asistente de Elvira, quién lo examinó en busca de veneno antes de entregarlo a la mujer de cabellos verdes.

–Le recomiendo que lo hojee en un lugar privado, Lady Elvira. Las imágenes que contiene pueden considerarse escandalosas en exceso.

–¿Es así?

–Puede creerme. Moriría de vergüenza si alguien llegara a mirar sobre mi hombro mientras lo leo.

–Le agradezco que sea Anhaltung para mí, Lady Brunhilde. Lo veré después entonces.

–Lady Florencia, a usted le he traído el otro ejemplar –anunció a la dama sentada junto a ella en la pequeña fiesta de té.

Su hermana repitió el procedimiento y Florencia agradeció, prometiendo mirar el ejemplar cuando tuviera oportunidad.

–Lamento mucho no haber traído otro para usted, Lady Aurelia. De momento, me temo que solo pueden conseguirse en la Conferencia Archiducal y en algunos otros Ducados cómo Alexandría, Frenbeltag y Dunkelferger. Supe que este año estarán recibiendo visitantes para un nuevo tipo de locación llamado Jardines de Besuchweg donde esperan recibir personas de otros Ducados con un permiso especial.

–Suena interesante, Lady Brunhilde. ¿Sabe porque estaría interesada en viajar a estos jardines?

Brunhilde sonrió, llevándose a la boca un bocado de pastel de libra cubierto con rhorhes en vize para luego tomar un pequeño sorbo de té.

–Tengo entendido que son lugares planeados para descansar. Los viajeros pueden acceder a comidas placenteras, conseguir ropa de la región, libros de la imprenta local, escuchar música o ver gente representando alguna historia como en Klassenberg además de dormir en un ambiente acogedor y visitar algo característico. Dunkelferger ofrece una caminata por un aviario selvático si mal no recuerdo y apostar en ditters de robo de tesoros todos los días. En Frenbeltag me parece que depende de la estación. Escuché que en el verano puede ir a comer en un jardín aromático, tratar de salir de un laberinto de flores o bien sentarse a ver fuegos mágicos un cuarto de campanada después del anochecer.

–Eso suena encantador, aunque no estoy segura de que Lamprecht esté muy interesado en ir. –respondió la joven detrás del velo verde con florecillas estampadas en rosa.

–¿Por qué no le dices a ese hijo mío que pida unos días para visitar tu Ducado natal? –ofreció Lady Elvira de inmediato–. Podrían visitar a Rozemyne o bien dar una vuelta por la ciudad. Seguro extrañas la tierra donde naciste, querida.

–Aunque suena encantador, no estoy muy segura de que Aub Rozemyne nos diera la bienvenida en el castillo. Además, ya no es Ahrensbach.

Brunhilde sonrió sin poder evitarlo, recordando la emoción de su señora mientras hablaban.

–El jardín que se abrió en Alexandria está en la playa. Pensado para que las personas puedan comer pescados y mariscos junto al mar, caminar descalzos sobre la arena o dar un paseo en un bote. Usted podría visitar lo más emblemático de su antiguo Ducado y Lamprecht visitar a Cornelius y Eckhart. Me dijeron que están revisando la documentación pertinente para nombrarlos familia colateral de la familia archiducal así como a otro no le que es originario de Ahrensbach.

Aurelia llevó su taza de té bajo su velo un momento, luego Brunhilde detectó una sonrisa en su voz.

–Lo comentaré con Lamprecht entonces, Lady Brunhilde. Muchas gracias.

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Brunhilde siguió con su rutina después de eso. Asistir a clases tres días a la semana, socializar con su facción un día a la semana, verificar el presupuesto de Ehrenfest y ayudar con el despacho tres días a la semana, pasar tiempo con Nicodemo en la mañana y en la noche cuando estaba en Ehrenfest.

Era un horario agotador pero se sentía orgullosa. Pensaba que no podría tener nada más hasta que él la visitó en su alcoba, dos semanas más tarde.

–¿Milord? ¿Qué…?

–Vas a ser mi diosa de la luz, Sylvester está bien, Brunhilde.

Se sentía cohibida. Encargó a su hermana, que fungía como su asistente principal y a las otras asistentes que estaban a punto de cambiarla por su ropa de dormir que en cambio prepararán té y algunos bocadillos.

–¿A qué debo el honor de su visita, Sylvester?

–Yo… que tus asistentes sirvan dos tazas de té, pongan una herramienta antiescuchas y salgan. Por favor.

La chica volteó. No tuvo que decir nada para que se hiciera tal y como su Aub ordenó.

Cuando ambos estuvieron sentados y comenzaron a tomar el té, de sorprendió que Sylvester se saltara toda la costumbre completa y dejará los bocadillos sin tocar.

–Leí el libro que le regalaste a Florencia y hablé con ella… sé que dijiste que solo invocaríamos el invierno hasta que quedarás con la carga de Geduldh pero… eres mi esposa. Florencia piensa que debes sentirte muy sola si no soy capaz de amarte, así que me hizo memorizar todo el libro completo…

–¿Qué quiere decir con eso… Sylvester?

–Que eres mi esposa.

Los ojos de Sylvester refulgían con intensidad, poniéndola nerviosa al no estar segura de que no era lo que estaba viendo, así que solo asintió, dejando al hombre continuar con su explicación y olvidándose por completo del té y los bocadillos.

–Te esfuerzas mucho por ser una primera dama confiable y una buena madre para Nicodemo. Has resultado ser también una compañera comprensiva y bastante competente, además de inteligente y arriesgada. Es vergonzoso darse cuenta de todo lo que carecemos Florencia y yo incluso juntos si te miró a ti… y eres hermosa. No es justo que tengas que vivir… así…

–¿Así como, Sylvester?

–Sin amor.

Su declaración dolía. Estaba consciente de que quería ser amada… solo no por la fuerza, no por obligación. Amada y ya como su señora. Cómo Florencia misma.

–Si vas a ofrecerme un amante o traerme el invierno por mera obligación, entonces debo declinar. Estoy bien así.

Sylvester soltó un largo suspiro que, luego de todo el tiempo que había pasado con él en la oficina sabía que era pura frustración. De todos modos, no esperaba que el hombre se pusiera en pie, caminara hasta ella, se arrodillara a su lado y la tomara del mentón, recorriendo su cara con esa mirada gentil que se volvía apasionada y cargada de ilusión cuando miraba a Florencia.

–No voy a ofrecerte un amante que no sea yo. Tampoco vine a darte el invierno por obligación y ya… quiero enamorarme de ti también. Ya te admiro lo suficiente para que nazca una rifa pero necesito algo más… necesitas algo más… no sé cuánto tarde, pero quiero que te sientas tan amada y segura como Florencia porque seas amada de verdad. ¿Estás de acuerdo?

Había tal intensidad en su mirada justo ahora, tal vehemencia en sus ojos… quería creerle y tomar lo que le lanzara, pero… le aterraba encontrarse cómo al principio… usada y consciente de que nunca obtendría nada real.

–¿Qué pasa si no funciona?

–Funcionará… funcionará porque eres la madre de Nicodemo y yo amo a todos mis hijos.

La hizo beber una poción de sincronización, el sabor era un tanto amargo con un regusto ácido al final, pero era mejor consumirlo si iban a hacer esto.

Luego la besó de un modo distinto al usado en sus encuentros anteriores. Con cautela al principio, cómo pidiéndole permiso para continuar, dándole besos cada vez más profundos, más cargados de algo diferente a las veces anteriores.

Sylvester soltó su cabello y la ayudó a levantarse. La desvistió sin dejar de besarla despacio y la guío hasta el lecho.

Su esposo era un hombre bastante atractivo, a decir verdad. Era un hombre vanidoso. No entrenaba cómo los caballeros para mantener el Ducado o a si mismo a salvo, solo lo suficiente para mantener su cuerpo en forma, de modo que, igual que en sus encuentros previos, Brunhilde había disfrutado de mirar ese cuerpo que sentía que no era para ella.

Las manos de Sylvester la acariciaron después. Podía sentir cariño, pero no amor. Notar que el hombre no dejaba de mirarla a la cara conforme la tocaba era extraño, pero no preguntó, solo lo dejó hacer, hasta que Sylvester capturó una de sus manos y la paseó por su propio cuerpo.

–Tócame también, Brunhilde. Tócame todo lo que quieras, quiero que sea divertido para ti también.

–¿No será que quiere que lo toque, milord?

–¡Sylvester! –dijo él antes de tomar uno de los dedos de ella para llevarlo a su boca y succionar sin dejar de mirarla a los ojos, haciéndola enrojecer y jadear por la sorpresa–. Y quiero que me toques como sea que lo desees. Puedes pegarme incluso. No he sido un buen esposo para ti.

Brunhilde frunció el ceño antes de darle un manotazo de prueba en el pecho, haciéndolo sonreír. Le dio otro manotazo y otro más hasta que sus manos se volvieron puños que comenzaron a pegarle sin descanso.

–¡Ouch! ¡Ouch! ¡Ouch!... ¡Oye, si duele!

–Solo hago lo que me pidió que hiciera.

–Si, yo sé, pero…

No lo dejó terminar, llevó una de sus manos detrás de Sylvester y lo nalgueó sintiendo cierta satisfacción ante el sonido.

–Dijiste que como yo quisiera, porque no has sido un buen esposo. Si fueras un buen esposo no estaría tan… fastidiada contigo.

–¿Fastidiada?

Ella no contestó, pegándole de nuevo solo para escuchar de nuevo ese sonido, dándole una tercera nalgada y pensando que eso era lo que merecía un niño maleducado como él.

Luego lo escuchó reír un poco, atrayendo su atención.

–Al menos tu rostro se ve más relajado ahora, Brunhilde. Parece que estás satisfecha.

–¡Yo no…! ¡Yo nunca…!

–Claro, claro, ahora incluso tus mejillas se han coloreado –siguió burlándose ella antes de acercarse tanto, que casi podía sentir la punta de la nariz de Sylvester con la suya–. Te ves adorable cuando los colores de Geduldh adornan tu rostro. Tanto que casi siento que podría enamorarme de ti.

Se sintió sonrojar más, tanto, que sus manos se encargaron de esconderla, cómo si toda la situación pudiera desaparecer con dejar de ver a Sylvester, sorprendiéndose pronto al sentir una caricia extraña en su ombligo.

Abriendo sus dedos para mirar entre ellos, Brunhilde notó a Sylvester delineando su ombligo con la lengua antes de besarla más y más abajo, abriéndole las piernas con afecto antes de besarla ahí, en su parte más privada, arrancándole algunos gemidos contra su voluntad. Esto era nuevo. Sylvester nunca la había besado de esa forma. A su jardín, a sus pétalos, a su cáliz solo habían llegado la espada de Sylvester y uno o dos de sus dedos para guiar a la espada.

Podía sentir su lengua acariciándola, sus labios depositando besos en zonas sensibles, sus dientes jalando de forma juguetona aquí y allá, su boca entera succionando y enloqueciéndola con las deliciosas sensaciones a su disposición y luego sus dedos entrando para estimular su cáliz desde el interior. Ver el cuerpo de Sylvester a sus pies con su cabeza entre sus muslos, sabía, era una visión que la perseguirá con frecuencia por las noches para robarle el aliento y negarle el descanso.

Los besos y las caricias se intensificaron de pronto. La lengua de Sylvester no dejaba de estimularla en tanto los dedos del hombre entraban y salían de ella con más velocidad, haciéndola jadear y gemir más y más cada vez hasta que su necesidad fue demasiada y lo tomó de los cabellos, presionando lo contra ella mientras sus caderas se movían con descaro para pedir más. La angustia que sentía era tal que ya no le importaba cuan ruidosa estaba siendo. Un poco después, Brunhilde estaría soltando un gemido ronco y fuerte mientras su cuerpo temblaba y sentía por vez primera como era engullida en las flamas de Brennwarme.

Cuando el fuego se extinguió, sintió como sus rodillas, antes flexionadas y tensas, caían lánguidas a ambos lados y su cuerpo entero se relajaba, dando paso a una sensación de paz que no recordaba haber experimentado.

Sylvester siguió besándola un par de veces más antes de sacar sus dedos de ella y llevarlos a su boca, sonriendo de una manera estúpida antes de arruinarlo todo con esa misma boca estúpida.

–Bendito sea el que inventó la poción de sincronización. Ustedes siempre saben al más fino licor después de que las bebemos.

–Trata de decirle a Florencia lo que acabas de hacerme justo después de hacérselo a ella, a ver si le agrada.

Sylvester se movió de un modo extraño y torpe, abriendo mucho sus ojos, sorprendido, cómo si se acabará de dar cuenta de que había cometido un error garrafal.

–Yo… bueno… lo, lo siento, Brunhilde.

No tenía nada en contra de Florencia, solo era doloroso recordar que ella existía después de que este idiota la hiciera sentir bien. Así le había roto el corazón la primera vez, después de todo.

Estaba mirando fuera de la cama. Las cortinas seguían abiertas, así que su habitación era visible. Estaba preguntándose en qué momento vería a Sylvester ponerse su ropa y salir cuando sintió sus senos ser pellizcados. Estaban sensibles, así que no estaba segura de si había sido doloroso o placentero, ni siquiera luego de que la sensación se repitiera un par de veces más, volteando solo para encontrar a Sylvester con cara de niño regañado.

–Lo siento –se disculpó él–. Lo que dije fue inapropiado.

Parecía estar a punto de decir otra cosa antes de reconsiderar y sentarse junto a ella tomándola de la mano y obligándola a sentarse.

–¿Vamos a seguir? –preguntó incrédula.

Sylvester asintió, mostrándole una sonrisa suave.

–Quiero que disfrutes de esto un poco más, así que, en lugar de acostarme sobre ti y llevarme toda la diversión, siéntate sobre mí y decide que tanto deseas hacer. Te ayudaré cuanto pueda.

Sentía que había truco en eso pero no pudo llegar siquiera a formular la pregunta, moviéndose insegura, pasando una de sus piernas al otro lado de Sylvester antes de tomar su espada con mano decidida y guiarla a su interior. Luego de haber tenido los dedos del hombre, la sensación era mucho mejor que las otras tres veces. Se tragó el suspiro de satisfacción, apreciando por completo el suspiro de Sylvester, quién giró junto con ella hasta quedar sentado en la orilla de la cama. Brunhilde buscó la forma de estar más cómoda, experimentando a moverse despacio en cuclillas, rodeando la cintura de Sylvester con las piernas hasta que al final se arrodilló sobre la cama, sintiendo las manos de Sylvester en su espalda o sus caderas en todo momento.

–¡Oh, vaya! Esto ha sido una mejor idea de lo que esperaba –murmuró él llamándole la atención.

Ni bien Brunhilde volteó a ver a Sylvester para preguntarle a qué se refería, el hombre enterró gustoso su cara entre sus senos, frotándose contra ellos de manera perezosa antes de acariciar uno de ellos con su lengua y besarla, arrancándole un gemido.

Las manos de Sylvester se pasearon entonces por su espalda, bajando hasta tomarla de más abajo y comenzar a masajearla, asegurándose de acariciarla con los dedos sin que su boca dejara de besarla o su rostro de frotarse contra ella. Las sensaciones eran demasiado buenas como para quedarse inmóvil. Pronto las caderas de Brunhilde tomaron vida y comenzaron a moverse, descubriendo que la sensación era todavía mejor si se frotaba contra el cuerpo de él, tomándolo de los hombros para usarlos como apoyo antes de empezar a incrementar la velocidad. Brunhilde podía sentir como el fuego se encendía de nuevo en su bajo vientre, entre sus piernas y en cada parte de su piel tocada por aquel hombre que había despistado por el bien de su Ducado y de su señora.

Las caricias no hicieron más que aumentar esa angustia extraña en su interior. Su garganta no dejaba de cantar la melodía de Beischmacht y sus brazos terminaron por aferrarse a él, a sus cabellos azul índigo que ahora danzaban sueltos, pegándose a la espalda del hombre mientras ella perseguía aquellas flamas increíbles de hacia un rato, acelerando más y más hasta sentir que algo estallaba en su interior, provocando que toda ella se tensara y se deshiciera de un modo tan placentero que le costaba respirar.

Estaba abrazada a él, todavía temblando por la sensación sublime recién experimentada cuando sintió los brazos de él rodeándola por la cintura, obligándola a girar y recostándola en la cama.

Sylvester se puso en pie, acomoda do las piernas de ella sobre sus hombros antes de comenzar a bombear sin dejar de mirarla, paseando uno de sus dedos por el jardín hasta dar con la zona más receptiva y viva de ella en ese momento.

–Brunhilde… esto… te ves, tan hermosa…

Lo sentía torpe al hablar, pero no tuvo el coraje para pedirle que se callara y siguiera penetrándola cómo si sus vidas dependiesen de ello. Quería que él se esforzara por ella. Quería que le cumpliera esa promesa, la única que le había echo y tratara de amarla de verdad.

La mano entre sus piernas se recorrió hasta uno de sus senos, amasando, acariciando y pellizcando en tanto el bombeo entre sus piernas se volvía feroz y los ojos verdes de Sylvester parecían atravesarla. Esta vez podía estar segura de que la estaba mirando a ella y no a Florencia, estaba segura de que el hombre no había intentado engañarse a sí mismo… estaba con ella de verdad.

Quizás fuera que ya se había consumido dos veces ese día, tal vez la mirada de reconocimiento y profundo deseo sobre ella o la esperanza de ver esa promesa cumplida, lo cierto es que cuando las dos manos de Sylvester se apoyaron en su pecho y el hombre se retiró sus piernas de sobre los hombros para que ella pudiera acomodarlas dónde quisiera, la fuerza y la velocidad con que estaba siendo reclamada la terminaron por llevar a incendiarse una vez más… notando cómo Sylvester liberaba una nevada potente y abundante en su interior. La idea de quedar embarazada de nuevo le pasó por la cabeza un momento antes de que la lanzará hasta lo más profundo de su cabeza, recibiendo a un Sylvester cansado y bañado en sudor entre sus brazos.

–Brunhilde… ¿puedo dormir aquí el día de hoy?

Carecía del aliento necesario para contestar así que solo asintió. Se sorprendió al sentir los labios de Sylvester en su cuello, en su mandíbula o sobre sus labios. Se sorprendió aún más cuando el hombre se esmeró por acomodarla bajo las cobijas antes de seguirla y abrazarla también, besándola en el hombro y en la espalda para luego acomodarle el cabello en alguna parte donde no le hiciera cosquillas a él.

–Vendré más seguido. Hasta que memorice cada parte de ti. Hasta que pueda oírte gemir incluso cuando no estemos en la misma habitación. Y… con algo de suerte… podré amarte sin problemas muy pronto.

–Solo evite embarazarme pronto, por favor. Hay mucho que hacer para levantar al Ducado.

Lo escuchó suspirar y reír en silencio. Lo sintió besándola entre sus cabellos y luego, lo escuchó murmurando su nombre y no el de Florencia mientras era reclamado al reino de Schlaftraum.

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Con el tiempo, Sylvester cumplió con su promesa de visitarla muy seguido. Un segundo libro llegó a ella por medio de Sylvester y pronto se encontró cuchicheando con Florencia sobre lo extraño que era que Sylvester estuviera tan entusiasmado releyendo ambos libros y mejorando como amante para ambas. En algún punto, las dos mujeres se dieron cuenta de que su Aub llevaba más de dos temporadas sin dormir en su propia habitación. No había día que no amaneciera en el cuarto de una o de otra y en lugar de sentirse molestas o intrigadas… ambas se sentían a gusto con eso, al grado de comenzar a bromear entre ellas.

–¿Deberíamos poner un horario para que vaya a nuestras habitaciones o decidir cuál de las dos irá a su cama? –preguntó Florencia un día bajo la protección de una herramienta antiescuchas.

–¿Y ahorrarle el trabajo de decidir y caminar? No, no, no. Creo que es bueno que Sylvester siga tratando de buscar el modo de complacernos a ambas en igual medida –respondió Brunhilde divertida antes de dar otro sorbo a su té–. Sería más fácil si pudiéramos compartir una sola cama los tres… sería mucho más practico, pero…

–Terriblemente doloroso. Lo sé –se quejó Florencia.

Brunhilde tomó un sorbo y miró a la otra mujer con cuidado. A pesar de los años transcurridos, Florencia seguía siendo una belleza y ambas se sentían a gusto en la compañía de la otra. Se sentía bien ser amiga de la otra esposa y no su rival. Poco sabía que la semana siguiente, Florencia llegaría con un tercer libro y una enorme sonrisa.

–Brunhilde querida, ¡tienes que mirar esto conmigo!

–¿Qué es? –preguntó la joven entregando a Nicodemo con su nana antes de sentarse junto a Florencia en el mismo sillón del invernadero recién construido.

–¿Recuerdas que estábamos comentando el otro día que sería más sencillo si los tres pudiéramos…? ya sabes… ¿misma habitación?

Florencia estaba tan emocionada que Brunhilde no estaba muy segura de comprender a qué quería llegar… hasta que abrió el libro y lo vio.

Tuvo que cubrir su rostro con su abanico para que nadie fuera capaz de notar el inmenso sonrojo en sus mejillas ante las imágenes.

Todo el libro hablaba de practicar el baile de Brennwarme entre tres personas y no en parejas.

Ya fueran dos mujeres con un solo hombre o dos hombres con una sola mujer. Incluso había una receta al inicio para crear una poción de sincronización especial para que el acto no fuera doloroso en modo alguno.

Su corazón latía desbocado. Con el pasar de sus días en el castillo y sus constantes interacciones con uno y con otro, Brunhilde se había sorprendido enamorada no solo de su esposo y esto… esto le permitía llevar su otro enamoramiento a otro nivel… cuando Florencia levantó el rostro para mirarla con una sonrisa extasiada y ojos esperanzados, supo que no era la única que albergaba una segunda rifa que no debería de existir en primer lugar.

–¿Cómo deberíamos mostrarle esto a Sylvester?

La voz de Florencia la sacó de sus pensamientos. Esto debía ser una verdadera bendición. Su mente voló un segundo a su señora, pequeña y envuelta en su traje blanco de suma Obispa soltando un "Alabados sean los dioses" en pose de oración, sintiendo de pronto una ligera fuga de mana.

Ambas mujeres notaron las pequeñas luces de bendición escapando hacia alguna parte y se volvieron a mirar, perplejas.

–Florencia, ¿fuiste tú?

–Iba a preguntarte lo mismo, Brunhilde.

Por instinto, Brunhilde miró a su alrededor. Al parecer nadie se había percatado del pequeño desliz conjunto, muy por el contrario, las asistentes y caballeros de ambas estaban demasiado ocupadas persiguiendo a Henrrieta y Nicodemo por todo el jardín.

Brunhilde sonrió tomando el libro entre sus manos, sintiendo algo incómodo y placentero cuando sus dedos rozaron los de Florencia que la hizo sonrojar, deleitándose al darse cuenta de que no era la única con los colores de Geduldh en el rostro.

–Le daré el libro después de la comida y le pediré que espere en su habitación. Deberíamos ir juntas, después de todo, tenemos que formular los tres juntos para que esa poción funcione.

Florencia le sonrió acercándose a ella detrás del abanico y dándole un beso rápido y gentil en la mejilla.

–Cuento contigo entonces, Brunhilde querida.

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–¿Es el tomó tres? ¡Brunhilde, no sé que decir!

Sylvester la estaba mirando con esa sonrisa demasiado pagada de sí mismo y esa pose coqueta que tomaba cuando estaba jugando con ella o con Florencia.

La primera vez que lo vio hacer eso le pareció que el tipo era un estúpido de primera… ahora en cambio sabía que estaba agradablemente sorprendido y tratando de coquetear con ella, así que solo le siguió el juego, agachándose lo suficiente para dejar parte de su escote a la vista de él, sonriéndole divertida porque el hombre no se imaginaba lo que pasaría después.

–Llegó apenas, Sylvester. Florencia y yo ya lo leímos y decidimos que hoy deberías revisarlo en tu habitación.

–¿Y alguna de ustedes irá a hacerme compañía? –preguntó el hombre sin dejar de sonreírle demasiado confiado, apoyando su cara en una de sus manos de forma perezosa.

–Bueno, eso lo veremos después, Aub. Por favor terminé en tiempo su trabajo para que no tenga que esperar demasiado para… leer el libro… o llegar a su habitación.

La joven usó su abanico cerrado para lanzarle un beso y Sylvester se hizo hacia atrás, chocando contra el respaldo de su silla y tomándose el pecho con una enorme sonrisa, cómo si hubiera sido aplastado por el beso, haciéndola reír y negar un poco con la cabeza.

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Esa noche las dos mujeres entraron a la habitación de Sylvester con toda la intención de probar algunas cosas, sorprendiendo al Aub quién estaba incrédulo no solo por el contenido del libro, sino por qué ellas estuvieran de acuerdo en compartirlo a él.

Cuando la poción estuvo lista y los tres la bebieron, Florencia comenzó a acariciarlos a ambos. La sensación era tan placentera que Brunhilde no pudo evitar besarla en los labios antes de besar a Sylvester.

El hombre las tomo a ambas de las manos, incrédulo y confundido mirando de una a otra.

–¿Qué está pasando aquí?... ¿Querían estar con la otra?

–Bueno, Sylvester, querido… –intentó justificarse Florencia.

Brunhilde en cambio decidió ser directa.

–Sylvester… eres muy apuesto y todo, pero Florencia es hermosa y la verdad es que paso tanto tiempo con ambos, que me sorprende que no se te ocurriera que podría tener una rifa para cada uno de ustedes.

–… ¿Qué?... –el rostro de Sylvester era de tanta confusión que le parecía cómico, que el hombre volteara a ver a su otra esposa sin salir de su estupor solo lo hacía más gracioso–… ¿Florencia?

–Silvester, ¿Qué puedo decir? Brunhilde no solo es hermosa, es tan inteligente y confiable. ¡Fue más que un pilar mientras fui la primera dama! Y siempre es taaaan comprensiva y valiente que yo…

–¡Basta, Florencia! ¡Casi parece que la prefieres a mi! –dijo Sylvester de manera dramática antes de tomar a Brunhilde y esconderla detrás de él–. Además, Brunhilde es MI esposa, no la tuya.

Que Sylvester se volteara para besarla de forma apasionada antes de abrazarla y ver a Florencia con una sonrisa para atraerla y besarla también la hizo reír.

Sin importar lo que sucediera, Sylvester tenía un modo juguetón y travieso de ser que solo mostraba cuando se sentía en confianza.

Esa fue la primera de muchas noches que compartieron los tres juntos. La relación entre ellos no podría ser mejor.

Sus hijos crecían juntos y bromeaban con ellos y entre ellos. Sylvester procuraba preguntarles a qué habitación ir cada noche para dejar descansar a una u otra.

En alguna ocasión fue a buscarlas a la habitación de Florencia, encontrando las a ambas inmensas en un beso de lo más íntimo, mirándolas hasta que ambas se dieron cuenta de su presencia.

–¿Sylvester, que…? –había dicho Florencia en aquella ocasión, nerviosa y limpiando su boca con disimulo antes de que Brunhilde la jalara con fastidio para besarla de nuevo.

–Brunhilde, sigo aquí, ¿sabes?

–Lo sé, Sylvester. Estábamos leyendo uno de los libros de Elvira. ¿Necesitabas algo?

–Además de que preferiría que me besen a mí… o que se besen cuando estamos los tres, si. Abriremos un jardín de viajeros y necesito que me ayudes con los preparativos.

La joven sonrió feliz. Luego lo miró con desconfianza.

–¿No deberías haberme buscado en mi habitación?

–¿De dónde crees que vengo, Brunhilde?

La joven sonrió, jalándolo del cuello de la camisa para darle un beso igual que el que le había dado a Florencia, dándole un segundo beso, más rápido y y juguetón antes de sonreírle.

–Bien, vayamos a ver eso, podemos terminar con este asunto de los besos más tarde en tu habitación, ¿O no, Florencia?

–¡Por supuesto, Brunhilde querida! Ahora, vayan a trabajar ustedes dos. Iré a ver a los niños y a leerles un poco.

No podía sentirse más reconocida que en ese momento. Eligió con cuidado la zona más conveniente para colocar el nuevo jardín y anotó todas las ideas de aquello que podrían necesitar y los comercios que recordaba, habían sido colocados en los otros jardines de los que había escuchado. Preparó un informe y una carta solicitando las especificaciones para que fuera enviado a Alexandría a la brevedad y discutió con Sylvester cuál podría ser la especialidad de su jardín. Incluso agendaron cuando podrían ir a visitar el lugar para hablar con el Giebe encargado y proponerle la nueva idea de negocio.

Para la siguiente Conferencia de Archiduques, Vegas estaba casi lista. Luego de no ver a su señora el año anterior en la conferencia, la joven se sentía jovial. Había hablado con Aub Rozemyne y con sus antiguos compañeros, recibiendo no solo la noticia del primer bebé de su antigua lady, sino también más ideas para mejorar el lugar y aprovechar a los niños y jóvenes con devorador de Ehrenfest. Hasta el momento y debido a la escases de mana, Sylvester estaba dando permisos a los niños con devorador de asistir al templo por las mañanas para donar mana y recibir una educación, volviendo a casa poco antes del anochecer. Solo aquellos que tuvieran un nivel suficiente de mana y fueran patrocinados por una familia podían asistir al templo como túnicas azules.

Vegas pronto estuvo lista para recibir visitantes. Lo más emblemático era su templo a Willkürspab, el Dios de los juegos. Lugar donde podían elegirse jugar a las cartas, la ruleta, gweginen, reversi, go, loto de dioses y cualquier otro juego de azar por una módica apuesta que permitía ganar dinero real en caso de ganar.

Además de esto, al fin estaban por dar el primer baile de invierno ese año. Luego de lo descrito por Elvira en pláticas, leer una escena de baile en una de sus novelas de romance y otro en una de sus novelas Bremróticas (y mucha ayuda de Florencia), al fin habían convencido a Sylvester. Solo esperaba que los visitantes de Alexandria reportaran un éxito a su señora cuando regresarán, después de todo, había tomado a cuatro de los maestros de baile de su señora prestados durante todo el verano y un día a la semana durante el otoño.

–¿No sería bueno que esa hija adoptiva mía se inventara bailes para tres? –se quejó Sylvester la última noche del otoño–. Es injusto que puedo tener ditters por Beischmacht con ambas pero todavía debo escoger con cual voy a bailar que cosa.

–Puedes decírselo a tu hermano la próxima vez que hablen por el espejo de agua, Sylvester –respondió Florencia en un bostezo, acomodándose de nuevo sobre el pecho de Brunhilde.

–Ferdinand ha estado demasiado gruñón estos días. Más de lo usual.

–Entonces habla con Rozemyne –propuso Brunhilde tallándose un ojo sin dejar de abrazar a Florencia y disfrutando de la mano de Sylvester peinándola en tanto ella misma descansaba sobre uno de sus brazos.

–No me dejan hablar con ella… es como la última vez que se embarazó… solo que peor… Ferdinand pasa de ser una persona razonable a un idiota casi cada semana.

–Talvez se embarazó de nuevo –murmuró Florencia.

–Idear tantas maneras de divertirse en el lecho no puede venir sin un costo –convino Brunhilde antes de bostezar.

–¿Saben qué? Ustedes están a punto de dormirse, así que lo haremos como siempre. Ustedes deciden que hacer conmigo para el baile, yo solo las voy a obedecer, ¿de acuerdo?

–¡Mhm! –respondieron ambas demasiado cansadas como para seguir charlando con él.

–Qué Schlaftraum las bendiga con un sueño dulce y reparador –les dijo Sylvester antes de pegarse a Brunhilde lo suficiente para abrazarlas a ambas y dormir.

La chica solo soltó un largo suspiro antes de caer vencida por el sueño.

Tal vez podría hablar con Florencia y Sylvester para tener un segundo hijo. Quería dejar todo en orden. Quería darle un hermano o hermana a Nicodemo… y seguir siendo tan feliz como hasta ese momento. Rodeada de una enorme familia que la apreciar.

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Notas de la Autora:

Antes que nada, quiero agradecer mucho a Hikaryto por facilitarme la primera parte de la vida de Brunhilde cómo consorte de Sylvester. Ella ya había escrito antes al respecto y me permito usar su escrito sobre que tan desdichada era la pobre, al menos hasta el nacimiento de Nicodemo.

Segundo, creo que por ahí había leído sobre un dios de los juegos pero no logro recordar donde ni con quién, así que aquí mi propia versión.

Willkürspab (willkürlich=azar) y (Spaß=diversión) vendría a ser uno de los subordinados de Schutzaria, así que si deseaban un dios de los juegos para sus propias historias, no duden en tomarlo.

Por último, gracias por el apoyo a esta historia y una disculpa por la demora. La verdad es que he estado absorta en otros proyectos y no había podido terminar este capítulo hasta hoy. Espero que haya sido de su agrado.

SARABA.