Los rayos mañaneros del sol le bañaron el rostro, perturbando su profundo sueño. Al principio terco, luego consciente, se percató que el despertador no le había despertado en la madrugada para su rutinaria sesión de estudios previa al desayuno. Con prisa tiro de las sabanas, levantó su cuerpo sobre la cama y colocó los pies sobre el suelo. Hizo ademán para retirarse la playera con la que siempre dormía y, por instinto, estiró una de sus manos hacia el ropero para escoger una de sus incontables camisas blancas. El día de hoy era precisamente caluroso, por lo que deseaba una prenda con mangas cortas para gozar la refrescante brisa de verano.

Su ímpetu frenó al percatarse del ambiente. No estaba en su cuarto, no había ningún despertador, ropero, camisas o mesa de estudios, no había su fiel radio portátil, su ordenador recién adquirido o esas engorrosas enciclopedias…no había nada salvo una amplia ventana con una privilegiada vista al mar azul. Vislumbraba en las lejanías volar a una bandada de albatros, danzantes en el aire, mientras con elegancia se zambullían en las aguas para emerger con un rebosante pez en sus picos. Las pálidas paredes de la habitación albergaban una serie de camillas, cortinas, unas cuantas sillas en la esquina y varias estanterías con frascos y pastillas. Asimismo, afiches que denotaban los variopintos sistemas del cuerpo humano invadían la estancia, junto a un fuerte olor a químico que se entremezclaba con la brisa marina. Esto no era su habitación, estaba en una enfermería.

Por un momento pensó en la posibilidad de haber contraído alguna enfermedad o, quizá, sufrir una descompensación debido a sus extenuantes sesiones de estudio. Era normal, su madre últimamente le exigía demasiado en vistas que los exámenes universitarios eran el próximo semestre y anhelaba, desde el fondo de su alma, que su hijo alcanzara un puesto entre los mejores disponibles. Varios nombres rondaban en los sueños de aquella exigente, aunque amable, madre de dos hijos…aunque quizá ninguno como lo pudiera ser la universidad Orange Star. Podría no ser uno de los institutos más privilegiados, pero tenía la ventaja de ubicarse en una zona de alta actividad comercial (ciudad Satán) anudado siempre a la posibilidad de establecer lazos importantes para el futuro. Era consciente que la situación en casa no era estable, y aún más considerando su reciente paso a la viudez, así buena parte de su esperanza residía en el éxito de su mayor hijo.

Aquel joven estaba al tanto de los deseos de su madre, de sus preocupaciones, intereses y buenas intenciones, pero eso no significaba que gustase de aquella incesante labor. Buena parte de su infancia le fue forzada la adopción de una educación draconiana, por lo que dominaba conocimientos superiores para la mayoría de chicos de su edad (y eso se demostraba en el hecho de que su madre estaba confiada de su ingreso a pesar de apenas cumplir los quince años). No obstante, siempre tuvo el presentimiento que aquello lo alejaba de las cosas importantes, de la efervescencia propia de la vida cotidiana, así como del legado dejado por su difunto padre (un artista marcial sumamente habilidoso, quién múltiples veces usó sus dotes contra personas viles que intentaban propagar el mal). Los estudios eran importantes, lo reconocía, lo sabía, pero quizá deseaba enfocarse en otras cosas primero. Pronto se percató que su mente había comenzado a divagar, por lo que se desligó de ese trance onírico para retornar a la enfermería. Él estaba aquí ahora y quería saber el porqué.

Un ligero quejido al otro lado de la habitación llamó su atención. Dirigió su mirada hacia la izquierda y vio, entre las sábanas, a una chica que dormía en otra de las camillas. Aparentaba ser de su edad, quizá unos cuantos años menos si consideraba su pequeña estatura. Su anaranjado cabello corto se hallaba esparcido por todo su rostro, tenía una nariz pequeña y una figura delgada. Una camisa escolar blanca con corbatín verde sobresalía entre las mantas, vestimentas propias de una estudiante. Un hilo de baba se le escapaba sobre la almohada, gesto bastante tonto pero adorable al mismo tiempo. Incrustado en una placa de metal lateral, al borde de la cama, sus ojos dieron con el acta médica donde figuraban los datos de la paciente. Al parecer se llamaba Miho Nishizumi y había sido internada el mismo día por jaquecas. Al principio de la ficha se hallaba el nombre de la institución en la que se atendía, y en la que presuntamente él estaba ahora: "Clínica médica de la secundaria Oarai". Las fechas eran confusas, tenían alrededor de cuatro dígitos en lugar de los tres habituales. En los papeles figuraba como año vigente el 2010, cuando perfectamente la noche anterior juraba estar en el 768. Mientras meditaba sobre eso, la chica terminó por recobrar la conciencia.

-¿Eh?...¿Qué pasó? ¿Por qué estoy en la enfermería? -musito al vacío, luego le dirigió la mirada- ¿Por qué estoy en la enfermería?-

Se notaba más confundida que él mismo, así que se decidió responderle lo mejor que podía.

-Perdona, pero no estoy muy seguro sobre eso. También acabo de despertar y creo estar tan confundido como tú, Miho-

-¿Cómo sabes mi nombre? No recuerdo haberte conocido-

-No nos conocemos, pero desde aquí puedo ver el acta al lado de tu cama. Mi nombre es Gohan, un gusto conocerte-

Primer escrito, más que todo un borrador bastante ambiguo. Es un crossover con DBZ, así que constituye una narrativa que no ha de tomarse muy en serio. Bizarro, sí, desde luego...la idea nació después de leer el otro crossover de Girls und Panzer y Dragon Ball Z (este no es el primero ni el único) anoche, por lo que me invadió un sentimiento de curiosidad: ¿Era posible unir ambas series sin caer en el intento? De ese primer atisbo nació el presente escrito. De recibir suficiente apoyo, o intriga de mi parte, será continuado. Será hasta entonces, querido público lector. Muchas gracias por su visita y atención.