Los pajarillos del alba cantan jocosos mientras Obito abre los ojos lentamente, notando que está rodeando a Deidara con sus brazos, y que se han acurrucado durmiendo. Y entonces, recuerda el día anterior de sexo desenfrenado, cuando perdió su castidad. La situación es impensable, horrorizante incluso.
"¿Qué hice?"
No, tiene que ser una broma.
"¿¡Qué demonios hice!?"
Una mala broma.
"¿Acaso yo...?"
Una muy mala.
"Como que yo tuve... Tuve... Yo tuve... ¡Oh, no puede ser!"
Despacio, se lleva las manos a la cabeza. Esto no puede estar pasándole a él, a Obito Uchiha, al heredero del plan de Madara.
"Y ahora qué haré esperando que Rin reviva en el tsukuyomi mientras yo lo vigilo, y si se me aparece Deida... ¡Oh no, qué he hecho!"
"Yo... Yo... Yo tuve..."
La realización termina de formularse en su cabeza.
"¿Tuve sexo?"
Sí.
"¿Tuve sexo con un subordinado?"
Se responde solo.
"¡Pero qué!"
Deidara despierta sacudido por los hombros.
–Hm… Tobi, qué…– se apretuja contra el moreno.
"¡Do-dormimos juntos y todo!"
Como siguiera sacudiéndole, Deidara despierta un poco más y con los ojos cerrados, se estira hacia su boca.
–Tobi, basta– murmura con suavidad y le deja un beso en los labios, volviendo a su lugar, dispuesto a dormir un ratito más.
Obito enloquece: ha estado toda la noche sin máscara, ha despertado y ni siquiera se ha dado cuenta del hecho. Su guardia es un desastre, comprueba mientras la alcanza entre sus ropas desordenadas en el suelo y vuelve a ponérsela.
–¡Senpai, no puede ser! ¡¿Qué hicimos?!– chilla con la voz de Tobi, o quizás Tobi chillando es su verdadera voz de desesperación.
Deidara murmura una protesta pero se niega a abrir los ojos, todavía remolón.
–Esto está mal, senpai. Yo me levantaré.
Pero una fuerza hercúlea lo retiene justo donde está.
–Senpai, tenemos que cumplir la misión del tres colas. Mejor me voy– dice aún alterado, como la mejor escapatoria que encuentra.
Su intento de ponerse la máscara falla. Es Deidara, quien trepa por su pecho hasta llegar a su boca para comenzar a besarlo con cadencia. Lo lame también, con un sensual y parsimonioso ardor que deja a Obito más perdido que nunca.
–Iremos otro día, hm. Ayer hicimos mucho.
Obito siente el alma caerse al piso.
"No. Me acosté con un subordinado. No es correcto. No lo es."
–Pero senpai, yo no... No esperaba...
Los recuerdos del sexo salvaje que tuvieron comienzan a asediarlo. Los sonidos de Deidara vuelven a repetirse en su mente, y se le hace difícil articular ideas.
–Además tú, a ti te gustó que te...
Es evidente que Deidara es homosexual, pero por su carácter jamás hubiera imaginado que quisiera tomar el rol pasivo, aunque ahora Obito tiene sus serias dudas de llamarle así.
Como fuera, no iba con la imagen que se había hecho del orgulloso chico.
–¿Hm? –Deidara se remueve un poco –. Claro que me gustó. Estuviste genial.
Obito se congela en su lugar, olvidándose de que tiene a Deidara colgando de su cuello y observándole el rostro al descubierto.
Aprieta los ojos y los dientes antes de mirarlo a los ojos.
–¿E-en serio?
–Si realmente no me mientes, parecías muy convencido de lo que hacías.
Obito se brotó de rubor. Realmente no sabía nada del sexo, pero Deidara fue tan sensual que no pudo resistirse a alocarse por completo.
Deidara despierta más y se trepa otro poco más arriba de Obito.
–Anoche no te creí que no supieras nada, hmm– y su voz vuelve al ataque, sensual como ayer.
–Pe-pero…
–Shhh– Deidara le toca los labios con un dedo índice y se entretiene recorriéndolos.
–Diste todo lo que un hombre puede desear.
El bochorno de Obito dio paso a la curiosidad.
–Con tu carácter... Creí que tú... Bueno, no creí que llegaríamos a ningún lado, pero quisiste que yo...
–Oye– Deidara se irguió del todo –, dejarte abrirme el culo no me quita el carácter, hm.
–¡Lo, lo sé! No quería decir eso, sino que...– se miran a los ojos y los celestes le hacen marearse aún más –. Y-y elegirme a mí…
Llegados a ese punto, Deidara comienza a creerse lo de la falta de experiencia de Tobi.
–¿Por qué no te elegiría? Me gustan los musculosos como tú hm.
Obito piensa en la mitad de Akatsuki.
–Espera, entonces los otros Akatsuki...
Deidara frunce el ceño, extrañado.
–¿A qué va esto? ¿Y por qué habría estado o querría hacerlo con alguno de esos idiotas?
–Pero el senpai siempre dice que Tobi es idiota.
–Tonterías, tú eres distinto, no me das asco– la respuesta es rápida y contundente.
–Y-yo…
–Mira, una vez intenté penetrar, ¿sabes?– el sonido de la voz es ahora confidente, por lo que Obito escucha con mucha atención –. Fue el peor sexo de mi vida. No podía venirme y lo dejé antes de terminar demasiado flácido. Me dio mucho asco, créeme, hm.
Obito intenta imaginárselo, no sin cierta dificultad. Deidara ha estado tan duro ayer.
–No puedo soportar que ésta– y se sostiene vulgarmente la verga– esté adentro de algo caliente que me la apriete. No me gusta para eso. Salvo que me la chupen, claro.
Obito enrojece.
–Pero– y el tono de su voz vuelve a cambiar– me gusta más chupar una –continúa abriendo sus ojos bien grandes, de modo que a Obito casi le da un sangrado nasal –. La tuya es perfecta, es de las que me gustan– le aprieta el pene y el escroto.
Obito se queda sin respiración. Y de paso, sin sinapsis cerebral.
Deidara sonríe:
–Lo que más me gusta es que me la den bien dada, y tú lo hiciste, Tobi. Ahora olvida la misión, me has hecho calentar de nuevo hm.
–¿Eh, q-qué?
La cuestión va de mal en peor. O le pone un fin, o ya no sabrá qué hacer con el plan Ojo de Luna.
–Oiga, senpai– empieza, pero es demasiado tarde, Deidara le está lamiendo con la lengua de su mano mientras se sienta a horcajadas encima suyo.
Se lo ve hermoso y radiante. Desnudo y con el cabello suelto llegándole ahora hasta el trasero, su masculinidad comienza a hincharse y a soltar un poco de precum.
Enseguida coloca el ensalivado miembro también erecto de Obito contra sus nalgas; lo posiciona contra su pequeño agujero.
El corazón de Obito se dispara a mil mientras lo siente jugar con toda su extensión entre aquellas nalgas.
Deidara vuelve a ensalivarlo en todo su ancho y largo, hace lo propio con la línea de su trasero, y se sienta sobre su vientre, moviendo las ancas hacia arriba y abajo, pasándose toda la extensión de carne por la raja de su culo.
Obito jadea y Deidara prosigue, jugando a auto-torturarse.
Lo ve tan necesitado, que Obito decide sostener su pene en un ángulo que permita a Deidara deslizarse con más rapidez, lo que inmediatamente hace el chico.
Puede sentir sus pezones crisparse y endurecerse mientras siente todo el bálano contra la carne de su culo. Su respiración comienza a agitarse más y más, mientras baja la velocidad un poco para incrementar su presión, empezando a volverse loco.
El pene de Tobi larga cada vez más precum, y Deidara se desliza contra él como si miembro y trasero estuvieran encerados. Gime con fuerza y sus jadeos aumentan, partido entre el deseo de la penetración y el de seguir deslizándose contra ese duro y mojado tronco.
–¡Tobi!– gime mientras su propia erección comienza a soltar una sustancia transparente.
Perdido en el espectáculo de sus caderas moviéndose y sus nalgas bien abiertas contra su deseo, Obito no lo ha visto con suficiente atención hasta el momento. Enseguida va a masajear y tironear el miembro del rubio para aliviarlo. Deidara lanza un gemido prístino mientras sus ojos se cierran y su expresión le transmite alivio.
Momentáneamente debilitado, su movimiento pierde fuerza, y Obito abandona la bella verga para colocar ambas manos contra las redondeadas largas y abrirlas más. Comienza a subir y bajar con sus caderas. Los brazos de Deidara se vencen, evita a tiempo caer sobre el pecho de su compañero. Su boca se abre groseramente para dejar paso a la salida de su lengua, en respuesta al sentir de cómo Tobi le cierra las nalgas apretándolas contra su pene cada tanto, mientras sigue subiendo y bajando, restregándoselo contra la hiper resbaladiza superficie.
Un grito disfrazado de gemido. Obito siente el peso de Deidara contra él, quien comienza a ayudarlo moviendo la cadera con una violencia rayana a la locura. La boca busca un trozo de piel contra el que aprieta labios y dientes, mientras mueve su lengua del mismo modo que su culo, subiendo y bajando, sintiendo la misma suavidad de las pieles mojadas.
Obito siente el extraño contacto contra su pecho, e instintivamente responde haciéndole un chupón en el borde superior del trapecio. Su boca no quiere soltarlo y él no es quien para impedirla. Aprieta más el trasero ajeno con las yemas de sus dedos, y sigue deslizándose hasta sentir que podría venirse.
–Deidara...
El leve susurro no es escuchado por el rubio, quien gime con una voz insoportablemente aguda, fuerte y caliente, hermosa para sus oídos.
Mirarle a la cara es su más grande error. Los ojos casi en blanco y la boca roja presionándose como si le estuviera haciendo una mamada, pero esta vez a su pecho. Las uñas aferradas con fuerza al futón, y la expresión poseída, concentrada a la vez en el roce. Enseguida Deidara grita, contorsionándose como una serpiente herida de muerte, mientras sus ojos alcanzan el blanco total y su rostro se vuelve más obsceno que el de las prostitutas que le gritaron una vez por una aldea incomodándole. Pero esta vez no tiene pensado huir, menos cuando comienza a sentir un líquido caliente expandirse contra su torso.
Es tan malditamente excitante, y a la vez un momento perfecto para acariciar más a Deidara hasta el límite sin tener que penetrarlo de nuevo para no empeorar las cosas. No importa lo mucho que lo quiera su miembro, no lo vuelve a penetrar. En cambio se recrea en el roce cada vez más suave y en seguir contemplando esa expresión de quien se ha entregado alegremente en derrota al placer.
Deidara, habiendo subido al paraíso, intenta mover sus codos temblorosos dispuesto a bajar al infierno de nuevo. Antes de que Obito se diera cuenta, una mano con lengua aprieta la base de su miembro contra el pequeño agujero, y entonces Deidara se sienta con fuerza y grita de dolor.
–Házmelo– ordena con su último aliento. Moverse así para empalarse le ha quitado todas las fuerzas de su cuerpo luego de aquella sesión de roce y orgasmo.
Obito no logra comprender la situación, pero al ver a su fuerte senpai débil y ordenándole con la mirada borrosa, comienza a pujar su cadera para enterrarse más en él, retirarse otro poco y volver a empezar.
El rubio grita incoherencias entre sus brazos, como si lo estuvieran torturando, y se desploma contra el cuerpo de Obito, mientras apenas intenta mover el trasero ahora atravesado por aquel mástil marino, mojado y duro como la madera ante un tifón.
Los movimientos de cadera siguen, pero al verlo tan desarmado, Obito acaba girando para terminar encima suyo y hacérselo con todas sus fuerzas. Deidara grita, aferrado a los cojines que son su último sostén antes de ser arrastrado por la tormenta de su compañero.
Cuando comprende que debe naufragar, se sostiene de los musculosos hombros y empieza a soltar maldiciones y suspiros, hasta que la boca ajena hace su aparición para tratar de silenciarlo un poco. Deidara se entusiasma en un beso fogoso del cual no quiere librar al otro, mientras sus rodillas y muslos llegan a descansar sobre ambos lados del suelo del enorme nivel de apertura de su cadera. Con el ombligo relajado, esa postura cómoda para el rubio implica el incremento constante de la presión sobre la verga de Obito, quien empieza a pujar enloquecido, alcanzando una velocidad que le arranca lágrimas al artista y sudor a sí mismo.
Obito sólo puede sentir lo caliente y suave que era ese interior, lo fácil que es deslizarse por él y lo mucho que quiere rebalsarlo con su leche. Dándose cuenta de que no tiene escapatoria, aprisiona el cuerpo de Deidara contra el suyo, empujándole la cabeza contra su plexo solar mientras lo oye plañir por más.
Se suelta y se lo hace con demencia, dispuesto a crear para ambos la mejor explosión de sus vidas.
