"Es Alzhéimer".

Dos simples y directas palabras que hacen eco entre aquellas cuatro paredes blancas que luchan por emanar tranquilidad, pero que guardan en su pasado la testificación de pesados diagnósticos que asfixiaron el corazón de más de una persona.

Koutarou lo puede notar en los ojos de aquel doctor frente a ellos, sabe que no es la primera vez que destruye la felicidad de una familia con tan cortas y escuetas palabras, donde los ojos de aquel hombre mayor, tan profundamente oscuros y rasgados, guardan en su interior la pesadez de haber sido el espectador que abrió las puertas a ese interminable dolor a muchas familias. Nunca se acostumbrará, de eso está seguro porque Koutarou tampoco podría hacerlo.

A esa edad tan corta que le espera muchos años de vivencia y experiencia por delante, Koutarou se compadece del hombre y agradece no estar en su lugar, y espera no estarlo en algún futuro.

Con tan solo diez años, lo triste es darse cuenta que aquel puesto de doctor no es el único lado del pequeño dado.

Tiene poca información sobre lo que significa 'Alzhéimer' [1]. Quizás realmente no sabe absolutamente nada más allá de que su abuelo paterno también lo padeció antes de que él siquiera existiera.

Sus padres solo le pidieron acompañarlos ese día porque no había quién lo cuidara y ellos tenían que salir con urgencia a una cita médica. No es la primera vez que se encuentra en aquella consulta, ya había acompañado a su padre otras ocasiones y se había hecho amigo de la recepcionista Aki, quien siempre le regala un caramelo al entrar y salir de la recepción con la condición de no volver a romper una de las ventanas con su balón de vóley. Llevan una buena relación de acuerdo mutuo y el doctor también es una persona muy amable que puede seguir su interminable verborrea sobre vóleibol y entender las palabras técnicas que sus padres nunca hacen, aunque se esfuercen por escucharlo. ¡Hasta le había dado consejos y nuevas estrategias de jugadas que aprendió en sus momentos de gloria en la secundaria y preparatoria!

No le molesta acompañar a sus padres, es genial siempre visitar a Aki y el doctor, pero es inevitable no notar que el ambiente no es el mismo ese día, justo en ese preciso momento. Y Koutarou solo puede acomodarse en su asiento, incómodo, observando a los tres adultos a su alrededor tras el silencio formado.

Luego de las dos escindes palabras que pronunció el doctor sin titubear, su madre cubre sus labios con la palma de su mano para oprimir un sollozo y su padre no dice ni una palabra más que seguir con la mirada fija en algún punto perdido tras la ventana que da al parque vecino.

Quizás el doctor guarda una culpable pesadez en su interior que siempre resurge cada que tiene que cumplir con su deber y no puede hacer nada más que mirar con frustración el inicio de un tratamiento para una enfermedad incurable. Pero el otro lado del dado es quien tiene que ingresar a esa puerta de dolor, recibirla y aprender a vivir con ella mientras el corazón se estruja hasta no quedar nada.

Ver a la persona que más amas decaer lentamente por una enfermedad no es lindo para Koutarou, pero si no le toca estar en el puesto del doctor, tendrá que cumplir su imprescindible rol como cuidador. Esos tan solo son los dos lados de las seis caras del cubo.

Koutarou siempre ha sido susceptible a enfermarse; desde un dolor de estómago, por sus cuestionables hábitos alimenticios, a quedar postrado en cama bajo una fiebre alta de cuarenta grados a moco tendido. En cambio, su padre siempre fue alguien que gozaba de salud, incapaz de sucumbir a alguna recaída; y Koutarou siempre lo admiró por aquello. Su padre fácilmente podría jugar innumerables partidos de vóleibol sin tener la obligación de quedarse en casa para descansar hasta que la fiebre se le baje. Pero, ¿qué tan difícil podría ser ahora cuidar de su padre? Cuidó de su madre y hermanas, así como ellas lo hicieron con él. Pero nunca se preocupó de más por la salud de su padre, él siempre lucía impecablemente inmutable. Era el hombre más fuerte que hubiera conocido; un caballero de brillante armadura que siempre luchaba contra las enfermedades, virus y bacterias.

Está seguro que será un proceso tedioso. Tiene falta de conocimientos, su familia nunca ha pasado por una situación como esta. Pero Koutarou ama los desafíos y su familia, lo último que hará será dar un paso hacia atrás.

Sí, su padre se recuperará con el apoyo de toda la familia. Y mamá preparará una barbacoa para festejar.

El inocente Koutarou de diez años está seguro de ello. Alza la mirada, deseoso de transmitirle aquella seguridad a su progenitor. No cruzan miradas, pero los ojos de Koutarou están sobre los del mayor. Inamovible, observa el brillo apagándose en los ojos de su padre. Entonces una pequeña duda vacila en tanto el vacío silencioso ahoga a todo aquel que se encuentra en esa habitación.

En una era tan joven, la adversidad da un duro golpe a la familia, el cual será el inicio de la destrucción de lo que alguna vez fue una perfecta armonía.

"¡Koutarou, no corras mientras bajas las escaleras!" Al segundo de oír los estridentes golpes de las zapatillas contra los tablones de madera, la mujer frunce el ceño con desaprobación tomando en manos el envase del refrigerio listo para entregárselo al joven bicolor que ingresa a la cocina haciendo caso omiso al regaño.

"¡Hoy es el primer día del campamento! ¡No puedo llegar tarde!" Con torpeza el menor recibe el bento envuelto impecablemente en una tela con diminutos diseños de búhos, el animal favorito de Koutarou desde el kínder. A su madre solo le queda suspirar mientras observa cómo su hijo arruga la tela hasta desacomodarla y desnudar el envase una vez dentro de la mochila.

"No es mi culpa que pospongas la alarma cada cinco segundos" La mujer, sin perder de vista la hora en su reloj de muñeca, se dispone a salir también de la cocina detrás de su hijo. "Tendré que cubrir a una compañera esta semana, así que mi turno comenzará dos horas antes. Probablemente esté llegando mañana por la misma hora si no ocurre ningún percance. ¿Estarán bien hasta entonces?" Toma su bolso del perchero, se coloca los zapatos reposando en el genkan [2] y con preocupación observa a sus hijos antes de girar la perilla de la puerta principal.

"Sí" Los dos hermanos responden a la vez, acostumbrados a la rutinaria pregunta desde que su madre tomó más turnos tras los gastos exorbitantes que fueron acrecentándose más y más con los cuidados y tratamientos especiales de su padre. Shiro, la hermana de en medio, en cambio, tuvo que retirarse temporalmente de su trabajo tras su embarazo. Sentada junto a su padre en el sillón central, toma un té de hierbas con una revista de diseño ambiental reposando sobre su pequeño y abultado vientre. "No tienes de qué preocuparte, cuidaré perfectamente de mi padre. No voy a parir un titán, doctora. No tienes por qué ver mi panza de esa forma" Resopla haciendo que la mujer mayor, acostumbrada al desliz de sus contradicciones, enfoque su atención en el menor de la casa.

"Hasta luego" Koutarou reposa la palma de su mano en la frente de su padre, la entibiece, aleja unos cuantos mechones castaños y besa la piel cálida del mayor, quien tiene la mirada curiosa de un pequeño niño enfocada en la televisión. Se coloca con acelerada torpeza los zapatos en el genkan y se dispone a salir disparado hacia su madre, quien le arregla el cuello de la chaqueta sin parar el andar apresurado de los dos.

"¿Estás seguro que lograrás llegar? Puedo inventar una excusa en el trabajo" La mujer cierra la puerta tras ella y revuelve el interior de su bolso hasta dar con el manojo de innumerables llaves que probablemente en su mayoría ya no se les da uso. Presiona el botón del llavero remoto para activar la puerta del garaje del coche y voltea a ver a su hijo.

"Estaré bien. Te descontarán en el trabajo, ya abusé mucho de tu nobleza. ¿No confías en la fuerza de estas piernas?" Koutarou muestra su mejor sonrisa, haciendo el esfuerzo de extenderla como el gato Cheshire para mostrar sus perfectos dientes blancos, en tanto, trota.

"No usarás esas piernas en un tren repleto de gente loca que se quedó dormida como tú" No es la sonrisa, pero su madre termina por desistir al observar la hora en su reloj nuevamente mientras el trote ansioso de su hijo también la pone de los pelos. "Está bien. Solo por favor no te quedes dormido. Recuerda, cuando notes el letrero publicitario de Gu es porque la estación a la que debes bajar ya está cerca. Así que-.".

"Ma, te amo. Pero no puedo llegar tarde" Koutarou le da un rápido beso en la mejilla y acelera su trote una vez se dirige a la dirección contraria a la de su madre.

La mayor observa la figura de su hijo alejarse hasta desvanecerse unas cuadras más adelante. Suspira, preocupada. Koutarou tiene quince años, pero puede contar con los dedos las veces que se subió a un tren, y con una mano las veces que lo hizo solo. No son una familia de exorbitantes lujos, pero tampoco escasa de recursos, así que pueden darse el lujo de transportarse por la concurrida ciudad de Tokio en un coche individual sin recurrir a la tarifa diaria de un tren aglomerado de gentío. Pero desde que su esposo enfermó las cosas comenzaron a complicarse; mantener un coche no es barato, hay que pagar tasas, impuestos de circulación, el shaken [3] y el seguro. Y agradece no tener que pagar el alquiler de un garaje obligatorio. Así que tuvieron que vender el segundo coche y comenzar a usar el transporte público. Sus hijas ya eran personas adultas y no tuvieron mayores problemas en adaptarse, pero Koutarou tan solo aún era un niño despistado en el centro de un mundo inmenso. Y aunque haya hecho lo posible para acompañarlo en su camino, no ha podido evitar verlo crecer y el miedo que siente de dejarlo volar ahora con sus propias alas. "Cuídate".

Luego de tres cuadras Koutarou cruza a la calle de enfrente observando cómo el coche de su madre gira hacia la dirección contraria hasta desaparecer. Y como si fuera más consciente del tiempo, apresura el paso y rodea el recodo en la que se encuentra su panadería favorita. El olor de pan recién horneado invade sus fosas nasales exhalando profundamente el aroma con el mayor de los gustos.

Una vez transita la larga calle Renga Dori, en la lejanía, el sonido del ajetreo matutino comienza a expandir sus ecos hasta llegar lentamente hacia su audición. Las tiendas ya han abierto sus puestos y el famoso ramen local de Hachioji comienza a imbuir las cuadras con el particular olor de su lardo a base de salsa soja junto al dulzor de su cebolla picada; que personalmente a Koutarou le hace sacar la lengua al solo recordar el amargo sabor de la cebolla. Al instante que pasa por un restaurante especializado en el yakiniku, olvida su disgusto.

Las luces de los letreros publicitarios y los semáforos colorean la calle en el que con cada minuto más gente transcurre. Unos pasos más adelante, al terminar de transitar la calle Renga Dori, el bullicio finalmente se estampa contra él. La estación de Hachioji se alza frente a él, de donde la gente entra y sale; sin nada en mano, con portafolios ligeros o con bolsos que parecen cargar sacos de cemento como el suyo.

Entre pisadas apresuradas y ansiosas de los transeúntes, Koutarou decide seguir avanzando hasta ingresar al gran recinto y dirigirse directamente a la máquina expendedora de tickets.

Traga en seco. Repentinamente, siente que el espacio entre él y las paredes se ha extendido llegando a compararse con la expansión del universo. Se siente un punto negro dentro de un fondo blanco, en el que el simple movimiento de otro punto ocasiona el movimiento de otro y así sucesivamente hasta ocasionar un vals sin fin entre danzantes puntos que confunden la mente y marean la visión.

Contadas veces ha podido movilizarse libremente en una estación de tren en solitario. Su primera experiencia fue un poco traumática a su pesar, en el que terminó perdido y con la determinada decisión de nunca más subirse a un tren local, metro, shinkansen, o lo que englobara lugares extremadamente amplios como las estaciones.

Tokio siempre ha llevado en alto su etiqueta como metrópoli más populosa del país. Los innumerables nombres y caminos siempre lo confundieron y le tomó un largo tiempo poder entenderlos y recordarlos a largo plazo. Estaba acostumbrado a que sus padres lo trasladaran, tenían dos carros y eficazmente supieron organizarse. La estación de tren para él era un mundo desconocido, escuchando solo de él historias sobre reencuentros, largas esperas de la línea y los grandes tumultos.

Entrar a una estación era ingresar a un mundo en el que el tiempo corre sin detenerse y la gente tiene que esforzarse por seguirle el paso; de lo contrario, caerá y no habrá nadie que esté dispuesto a arriesgarse a también parar. Aquel ajetreo siempre ha asfixiado a Koutarou.

Y encontrarse en la estación principal del barrio tampoco lo ha ayudado. Hachioji desde algún tiempo viene siendo catalogada como una ciudad dormitorio, y no hay cómo negarlo. Más de la tercera parte de los habitantes trabaja en el centro de Tokio. Cada mañana la estación es invadida por desesperados empleados que toman la línea Chuo a la Estación de Tokio rezando por llegar a tiempo a sus oficinas; una hora completamente martirizante llena de plegarias y empujones que te amasan contra las ventanas.

Y aunque aún no sea uno más de los empleados de Tokio que trabaja bajo presión en la gran metrópolis, Koutarou con el tiempo ha logrado comprender que aquella carrera ansiosa sin fin no es más que la carrera que uno da en su vida sin importar la edad. La estación de tren es un lugar que ha sido creado para aglomerar a la gente y su carrera, ofreciéndoles la posibilidad de reducir su maratón y alargar su tiempo mientras toma un respiro tras el vagón.

Tanto empleados como estudiantes sofocan la estación abarrotada de tiendas de ropa, puestos de comida y pequeñas bibliotecas establecidas para el comercio; todo enredado entre sí con los senderos de cada persona, con el temor de no ser lo suficientemente rápido y quedarse atrás. "Ser un fracaso o ser un éxito".

Koutarou finalmente retira su ticket. Una emoción pura nace en él, es la tercera vez que ha podido comprar un ticket por sí mismo luego de la enseñanza de sus padres. Y no ha tenido que usar el complicado mapa colocado en la entrada principal con títulos y flechas rojas que unen innumerables nombres de estaciones tanto en japonés como en inglés, así como el precio de las líneas para llegar a cada uno de los destinos. Si antes estaba confundido, leer los mapas lo confunden más.

Camino al andén y las largas colas formadas, Koutarou visualiza a una persona apoyada en una de las columnas. Es un vagabundo, viste ropajes rasgados y oscuros por la suciedad. Haciendo caso omiso a los pasados regaños de sus padres, Koutarou se acerca sin mostrar temor y deja en el sombrero con agujeros las últimas monedas que le quedaron de su compra.

"Gracias, muchacho" Koutarou se exalta y da un pequeño brinco cuando el hombre rodea su muñeca con sus dedos callosos. Por un momento piensa que debió haber hecho caso a sus padres y no cruzar camino con el hombre porque de lo contrario acabará siendo titular en una de las noticias matutinas sobre homicidios que su hermana comenzó a ver.

Pero tan rápido como sucedió, el hombre lo suelta y vuelve a recostarse en la columna. Había sido un simple gesto de agradecimiento y Koutarou puede volver a respirar.

La cola de la línea Chuo comienza a avanzar cuando los pasajeros antiguos del tren terminan de retirarse como una ola de mar dispersándose al llegar a la arena. Koutarou se apresura a ingresar y trata de no ser aplastado como las mañanas infernales en las que su madre no puede llevarlo a clases en el coche.

"Tus notas deben mejorar o terminarás como ese señor" Oye decir a uno de los pasajeros que bajó último, regañando a su hijo. Da un vistazo final al vagabundo cuando las puertas se cierran y el tren comienza a avanzar hasta difuminar el paisaje y pasar de casa en casa.

Koutarou observa las imágenes bizarras en silencio hasta que los vidrios de las ventanas se empañan y su reflejo desaparece frente a él. La sensación de frío, que antes sonrojó sus mejillas y la punta de su nariz, se convierte en un sofocante calor ante el apretujo de numerosas temperaturas corporales a su alrededor. Será un largo viaje de veinte minutos.

Tras cuatro paradas de la línea, la gente ya no lo aprieta hacia una esquina y puede respirar más tranquilo. Aún está lleno, y estaciones más adelante lo estará aún más, pero por ahora el pasamanos es sostenido por unas cuantas personas y aprovecha en soltarse para sentarse en un asiento que queda vacío por suerte. Al observar la ventana a su lado, alcanza a notar la opacidad evaporarse escasamente hasta dar nuevamente con su reflejo difuso. Sus puntas están un poco decaídas y el gel en su cabello parece que no resistirá el día completo.

Antes de seguir inspeccionándose, su vista se clava en el lejano letrero publicitario de Gu, una marca de ropa muy popular. Recuerda las palabras de su madre y sabe que la estación en la que debe bajar ya está cerca. Decepcionado por estar sentado solo unos minutos, se pone en pie y avanza hacia la puerta; el cristal de esta deja ver líneas coloridas y deformes del paisaje. El andar del tren es demasiado rápido, así que es fácil notar cuando este detiene su marchar brusco; porque la imagen de la Estación Kokubunji ahora es clara.

Más que una estación, la fachada tiene finta de un simple apeadero si no fuera por las paredes que fronteriza el recinto. Tras la zanja y los carriles, no hay más que un banquillo con una ancha publicidad de ramen en descuento como espaldar y un largo cobertizo empolvado que cubre a los pasajeros en los días más soleados del año.

Aunque esa mañana nublada solo hace presencia el alma solitaria de un joven vestido con el uniforme de una secundaria de la cual Koutarou no recuerda el nombre. Se encuentra tan éticamente sentado, que podría jurar que no hay ninguna arruga en su saco, camisa o pantalón. Lo único que discierne de su conjunto meticuloso es su cabello oscuro, un negro profundo y revoltoso.

Antes de que Koutarou pueda cuestionar la presencia de aquel chico, un pequeño sobre, descansando prolijamente entre sus manos, llama su atención.

Como si fuera una experiencia terrorífica, Koutarou irgue instintivamente su espalda y testifica cómo la serenidad del joven súbitamente evoluciona a la personificación del enojo hasta arrugar el sobre y convertirlo en una inservible bola deforme.

"Ser un fracaso o ser un éxito".

Las lágrimas comienzan a caer y empapar lo que en el pasado fue un liso y pulcro sobre.

"Tus notas deben mejorar o terminarás como ese señor".

Koutarou entre abre los labios, cree entender por lo que está pasando ese chico. Pero apenas alza la mano, las puertas son desplazadas y el gentío avanza sin pensar quedarse o retroceder.

Tras un trastabillo, Koutarou logra recuperar el equilibrio para encaminarse hacia la nueva estación siguiendo el andar del grupo de personas.

"¡Bokuto!" Sus ojos vuelven a dirigirse al chico pelinegro, quien, ante la llegada del tumulto, rápidamente se recompone y se dirige fuera del andén. "¡Ey, llegaremos tarde!" Siente un tirón en la tela de su chaqueta. Lo último que ve son las siluetas de las personas obstaculizando su visión, perdiendo la ubicación del joven.

"Konoha" Pronuncia una vez reacciona y es consciente de que está siendo jalado por su amigo fuera del recinto camino al instituto.

"Sabía que tu cháchara de poner alarmas no serviría" El rubio se burla sin molestarse en ocultar su sonrisa.

"¡Ey! Tú también estás tarde" Contraataca, obviando su presencia junto a la suya.

"Más tarde podemos discutirlo cuando logremos alcanzar el bus. Ahora tienes suerte de haberte cruzado conmigo" Koutarou deja ser al ego heroico de su amigo. Es fácilmente distraído y en ese momento tiene más de una cosa en la qué pensar. Llegar a tiempo al bus, su refrigerio, jugar mucho vóleibol en el campamento, y en el chico de la estación de tren.

Con una última mirada, Koutarou pierde de vista la estación que es opacada por las viviendas de cada cuadra que pasa corriendo.

Akinori aún sostiene la tela de su manga hasta hacerla una bola de arrugas entre sus dedos. Con el brazo extendido se deja guiar y es consciente a los segundos de la aceleración de sus latidos y como su frecuencia respiratoria aumenta ante la agitación de su cuerpo.

Kokubunji es un barrio pequeño, no es ni la cuarta parte del tamaño de Hachioji. Pero, aunque sea un diminuto relieve plano, que no está rodeado casi en su totalidad por cadenas montañosas como Hachioji, Koutarou siente que la carrera de sus piernas es infinita.

Como si se encontrara en una de esas aterradoras y extensas estaciones de tren que temió de niño, ahora se encuentra recorriendo su propio sendero tratando de no ser alcanzado por el tiempo. Con todas sus fuerzas, ahora está luchando por no quedarse atrás y lograr su meta, no perder el bus que trasladará a su equipo al instituto de Nekoma para jugar vóleibol, tanto vóleibol como desee.

Koutarou está seguro que, cualquier problema que haya tenido que afrontar el chico de la estación de tren, este está tratando de hacer lo mismo que él, correr y no parar.

Sus caminos se cruzaron por unos segundos, una pequeña conexión que nuevamente lleva a alejar sus caminos como si de dibujar una pequeña equis se tratase. Tanta gente sale y entra de nuestras vidas constantemente. Es un simple juego de la vida o el destino.

Para Koutarou la vida está llena de equis dibujadas y redibujadas, conexiones infinitas con milisegundos infinitos que podrían ser una fracción mínima de tiempo, pero un cambio inmenso en uno. Cualquier cosa que uno observe, por más insignificante que a uno le parezca en el momento, puede influir drásticamente en nuestro pensamiento o decisión sin que uno sea consciente de ello. O, por el contrario, marcar un recuerdo memorable como de aquellas experiencias que uno relata en su vejez innumerables veces, aunque se haya olvidado que ya ha sido contada.

"Parece que hoy también será un infierno" Akinori resopla, parando su andar y sosteniendo los brazos contra sus rodillas. La mañana nublada ha quedado en segundo plano para dar pase a sus respiraciones agitadas y el calor asfixiante que ocasionan sus bufandas y guantes. "Al menos hemos llegado a tiempo" El rubio se recompone y extiende el brazo fuera de la acera para pedir que el bus pare antes de llegar a la esquina en la que se encuentran. Aún les falta extensas cuadras para llegar al instituto, pero Akinori nunca subestimaría su suerte.

Apenas las puertas se abren, el entrenador ofrece un energético y largo regaño sobre la importancia de la responsabilidad y puntualidad que termina por caer también sobre sus demás compañeros inocentes en una charla que durará todo el viaje de cincuenta minutos.

Pudieron tomar directamente la línea Chuo en la Estación Kokubunji y ahorrarse diez minutos menos. Pero aquello hubiera significado una parada en la Estación Nakano para tomar la línea 03 hasta la Estación de Nerima y, por consiguiente, abordar un autobús hasta Nekoma. Liderando la tutela de un club de menores inmaduros, Indiscutiblemente, el entrenador optó por el largo viaje de cincuenta minutos en el viejo bus del instituto. El transporte se ha mantenido aceptable a pesar de sus años, pero todos odian el olor que quedó impregnado en el ambiente, resultado de una rara entremezcla de sudores corporales de adolescentes deshechos luego de un reñido partido.

Koutarou toma asiento al lado de la ventana y confirma las pasadas palabras de Akinori. El cielo gris está despejándose lentamente para dar paso a los rayos de sol que irán intensificándose hasta llegar el mediodía.

"Las vacaciones de verano son un engaño, son un infierno" Repite Akinori, ondeando su mano contra su ya sudorosa frente, desanimado y con las energías escurridas similares a las de una exprimida esponja. Pero Koutarou siente que sus energías son renovadas, como una flor en pleno brote necesitada de los rayos del sol para lograr realizar una adecuada fotosíntesis que lo mantendrá fuerte y resistente. No es un alumno destacable en biología, pero desde que escuchó que el ser humano necesita de la vitamina D para seguir funcionando, ha prendido a apreciar más el sol.

La carrera de la estación al bus no había sido más que un precalentamiento. El entrenador se encargó de borrar de sus mentes la impuntualidad y masacrar sus almas.

No hay nada peor que rodear la cancha de béisbol de Nekoma en pleno verano. El mediodía apenas se acerca y el sol ya está incandescente. Fukurodani apenas ha tenido tiempo de recoger su equipaje del maletero y ganarse un espacio modesto en uno de los gimnasios desocupados para armar sus futones.

Akinori, delirando en sus deseos por lanzarse al futón, fue detenido por la orden clara del entrenador. Ese día no habría hora de ocio para ellos, serían los primeros en poner en marcha su calentamiento antes del inicio de los partidos de práctica con las otras escuelas. Así quizás aprenderían lo que era la puntualidad.

Nuevamente en el punto de partida de la cancha de Béisbol, Koutarou detiene su andar cuando su amigo rubio también lo hace. "¿Estás bien?".

"¿Eres alguna especie de panel solar?" Akinori responde con otra pregunta, aunque esté sin aliento. Está desconcertado; pues, aunque Koutarou está igual de bañado en sudor, es como una brillante estatua de oro que brilla aún más con los rayos de sol. Tan resplandeciente y energético que lo irrita a él y sus ojos.

"Solo llevamos una vuelta" Comenta genuinamente, cosa que molesta más a Akinori, quien solo tiene ganas de tirarse en el pasto y hacerse uno con la maldita naturaleza.

"Ugh, ahí viene el entrenador a pisarnos los talones" Koutarou voltea a ver hacia atrás, donde su amigo también mira. Como oyó, el entrenador se está acercando al equipo para examinar su entrenamiento. Pero para su sorpresa, no viene solo. "Vamos antes de que nos caiga otra charla" Akinori retoma su trote y Koutarou lo sigue sin despegar la vista del nuevo acompañante de su entrenador.

Es joven, seguramente otro estudiante que participará del campamento. No tiene claro si es de primer año como él o si es un senpai por la forma fluida y de confianza en la que se desenvuelve. Su cabello negro y alborotado le recuerda al chico de la estación de tren. Y, a diferencia de las caras largas que todos muestran ante el clima tórrido, él muestra con orgullo una extensa sonrisa mejor parecida a la del gato Cheshire.

"Bokuto, mira al frente" Escucha la advertencia de su amigo al lado.

El joven desconocido de sonrisa Cheshire comienza a reír tras alguna broma que planteó al entrenador y que Koutarou no logró escuchar desde su ubicación.

"Bok-.".

El golpe resuena en su oído como dos platillos chocando entre sí insistentemente. Un pitido sobrepasa el bullicio y lo único que puede hacer es retroceder unos pasos mientras dirige una mano hacia una parte de su mejilla y mandíbula. El dolor es lo suficientemente intenso para hacer que un simple roce de dedos contra su piel fortalezca el dolor.

Con los ojos achinados y la vista desenfocada, logra visualizar frente a él uno de los postes metálicos que enmarcan la cancha.

La risa que hace algunos segundos había escuchado en la lejanía, ahora vuelve a sonar mucho más energética sin descaro alguno, acompañada por la de Akinori.

"Te lo dije" Pronuncia a duras penas el rubio.

Koutarou frunce el ceño, aunque el dolor hinque su orgullo. Tiene suficiente con oír aquella frase viniendo de su madre y hermanas.

"¿Practicando para las penalizaciones?" La voz burlona del joven ahora está a metro y medio suyo, se ha acercado para simplemente seguir burlándose.

"Ríes como una hiena" Responde Koutarou aún con el ceño fruncido y la sensación de hinchazón en el pómulo. No tiene tiempo para sentirse ofendido y enojado al mismo tiempo por la gracia que vieron en su golpe y porque aquel pelinegro los acaba de subestimar hasta el suelo.

En respuesta, lejos de sentirse insultado, el joven vuelve a reír con más fuerza como si se encontrara envuelto en un ataque epiléptico; sobresaltando al entrenador, a Akinori y a Koutarou.

"Puedes llamarme Kuroo" Se presenta, aún con pequeñas secuelas de su risa. La presentación más extraña para Koutarou.

"Bokuto" Responde, contagiado por la curvatura en las comisuras de Tetsuro. "Y no. Estamos practicando porque les ganaremos".

Como si el pelinegro no pudiera sorprenderlo más, su actitud socarrona es desplazada para corresponder el fulgor en su mirada apenas escucha sus palabras.

"Bloqueador central".

"Punta receptor y futuro As de Fukurodani" No hay cuestiones de por medio, solo simples y directas palabras que acompañan el intercambio de miradas. Tampoco hay necesidad de agregar más, porque la intensa mirada del otro es el suficiente motor que los reta a rivalizar por la gloria.

Conocer a Tetsuro para Koutarou fue una experiencia casi exótica, una montaña rusa que recorrió la llanura del enojo, bajó las risas epilépticas y escaló la encumbrada pasión de la rivalidad.

Conocer a Tetsuro fue como obtener la llave maestra que abrirá la puerta de su carrera hacia el éxito.

"Ser un fracaso o ser un éxito" La gente teme mucho esta frase. Pero, ¿qué es el éxito? Koutarou tiene quince años y aún no lo tiene claro, pero ha podido ver a personas exitosas fracasar, simplemente rindiéndose porque ya no pueden seguir corriendo tras la carrera del tiempo y la vida, completamente cansados deseando poder respirar.

Cuando Koutarou es consciente de su carrera, puede sentir el cansancio y hay veces en las que ha querido gritar el desear parar también; cuestionándose, ¿qué es lo que mantiene aún a la gente corriendo, sin parar como otros lo han hecho? Entonces a su mente vienen su familia y compañeros de equipo; también recuerda a Romero, su mayor ídolo. No puede evitar de repente sentir cómo el cansancio de su trote por la cancha de béisbol desaparece y es destituida por renovada energía como si hubieran recargado la gasolina de un automóvil. El dolor en su pómulo también disminuye y es casi olvidado.

Para Koutarou su objetivo no es correr con todas sus fuerzas hacia el éxito, para Koutarou su objetivo es disfrutar de su camino hacia el éxito; así, aunque se encuentre cansado, deseará seguir adelante por más difícil que sea el camino.

En la secundaria ha visto a muchos compañeros cansarse y aburrirse de su camino, decidiendo ir más lento. Cuando él paraba un momento y volteaba a ver su alrededor, ya no había nadie junto a él.

La gente tiende a decirle que es una fuente de energía inagotable, demasiado con lo que lidiar para un compañero de equipo. Y no tenía esperanza de que fuera distinto en el instituto.

Akinori ha sido un buen amigo, pero tras cinco pases siempre busca escapar; así como lo hacen sus compañeros minutos más antes. Entonces, nuevamente se encuentra corriendo solo.

Kotarou tenía miedo de que el vóleibol se volviera tan aburrido como practicar las complejas técnicas. Sin embargo, tan exótico como su extraña presentación, Tetsuro ingresó descaradamente a su vida con la sonrisa de Cheshire sellada en sus labios.

"Maldita sonrisa" Maldice Koutarou mientras es bloqueado por el gato Cheshire. El inicio de su rivalidad es tan caótico que la confusión y seguimiento ciego de sus compañeros ha encendido el juego. "¡Una vez más!" Grita al colocador de tercer año. La sangre le hierve, la gloria lo aclama.

El vitoreo de la victoria es una de las cosas que Koutarou más ama del vóleibol. Y aunque su actitud vigorosa rozó en un inicio con el club de Fukurodani solo siendo un kouhai de primer año, el entrenador vio en él aquella hambre y pasión que necesita el equipo para seguir emergiendo.

Yamiji sonríe para sí con los brazos cruzados sobre su pecho, satisfecho con los resultados que está teniendo la inclusión de la presencia de Koutarou en el equipo.

Koutarou es apenas una estrella naciente, un conjunto de nubes de gas y polvo que giran entre sí para tomar calor y comenzar a brillar. Pero su afán a seguir empujando hacia el éxito obliga a sus compañeros a tampoco rendirse. Es una luz en la oscuridad que los guía y les grita desde la lejanía que, si él puede, ellos también.

"¡Una vez más!" El colocador de tercero devuelve el grito. La recepción del líbero, que se lanzó hacia el balón ignorando el cansancio de sus piernas, llega a las yemas de sus dedos y realiza el pase sin ninguna duda. El hambre de victoria lo envuelve como plantas trepadoras que activan su instinto. Koutarou flexiona las rodillas y salta, recibiendo perfectamente su pase. "Es como una estrella" Piensa el mayor, absorto en el estruendoso remate que acalla el gimnasio.

"¡Hey, hey, hey!" En medio del silencio, la voz de Koutarou se hace notar, tan fuerte y jubilosa ante su victoria. Alza sus puños y gira hacia sus compañeros. Sus rostros están cansados, con sus pechos subiendo y bajando frenéticamente; sin soltar palabra, apenas pueden respirar mientras el sudor resbala por sus frentes.

Koutarou duda por un momento, comenzando a bajar los puños. La imagen de sus compañeros de secundaria se muestra frente a él, cansados de tener que seguir la velocidad de su carrera.

"¡Así se hace, Bokuto!" Y aunque la fatiga los quiera anclar contra el suelo, la carrera del equipo comienza. Koutarou, sin estar preparado, es estrujado por sus compañeros hasta ser alzado en el aire.

"¡Maldición, ese remate estuvo increíble!" Apenas puede mantener el equilibrio y corresponder el repentino fulgor que no pensó recibir.

"¡Es mi kouhai, obvio que tenía que ser grandioso!" Una mano alborota su cabello haciendo que el poco gel que resistía se elimine por completo hasta que sus puntas bicolores piquen sus ojos.

La sorpresa pasa y es digerida. Koutarou está siendo aclamado. Y el vitoreo de la victoria es una de las cosas que más ama del vóleibol.

"¡Hey, hey, hey!" Y no importa si las puntas de su cabello pican sus ojos, es su momento. Vuelve a alzar los brazos y a exclamar a lo grande su triunfo.

"Nekoma celebrará mejor en las nacionales" Puede leer la mirada de Tetsuro desde el otro lado de la red. Y corresponder su sonrisa no es más que una aceptación a la invitación de su reto.

Finalmente, Koutarou puede decir que el vóleibol es divertido.

"Bokuto será una futura estrella imponente".

...

[1] El Alzheimer es un trastorno cerebral que destruye lentamente la memoria y la capacidad de pensar y, con el tiempo, la habilidad de llevar a cabo hasta las tareas más sencillas. Las personas con Alzheimer también experimentan cambios en la conducta y la personalidad. En resumen, pierden la memoria, dejan de ser ellos mismos y no pueden hacer cosas cotidianas como caminar o comer por sí mismos porque terminan como un cascarón de huevo vacío gracias a que las células cerebrales se degeneran y mueren.

[2] El genkan es un lugar de entrada tradicional japonés para una casa o departamento, donde la gente se quita y deja los zapatos antes de entrar al hogar. Es como una versión japonesa de un tapete de bienvenida, solo que más grande y no son unos cochinos como nosotros que entramos con todo y caca de paloma a la casa.

[3] El shaken es una inspección vehicular obligatoria que se realiza en Japón cada dos años, un control técnico puntilloso y caro. Creo que ir a mi dentista saldría más barato.

¡Hey, hey, hey!

¡Bienvenidos! Me alegra mucho saber que les ha interesado la historia.

Solo quería dar una pequeña advertencia sobre los temas tocados. Entre los primeros capítulos no habrá mucho problema, pero conforme avance la historia se tocarán cosas más delicadas y temas +18, depresión, intentos de suicido, palabras vulgares y, claro está, los episodios que sufrirá el personaje en su proceso con el Alzheimer.

Esta historia es muy especial, porque la empecé a escribir cuando pasaba por un momento muy difícil. De cierta manera todo lo que sentía lo transmití en esta obra que me sirvió como un pequeño desahogo y rehabilitación.

He tratado de dejar claros muchos mensajes a lo largo de los capítulos y espero puedan llegar a entenderse. Porque no sé, pero supongo que a lo menos habrá una personita que esté pasando por lo mismo y los sucesos inspiracionales del fic le ayuden un poquito a encontrar su camino.

Me sorprende que sigas leyendo, así que una cosita final: cada cap está dividido en dos partes. Uno es un suceso pasado y el siguiente el presente. Sabrán qué fecha es leyendo el título del capítulo.

Y como último dato, informo que escribí toda la historia con Experience, de Ludovico Einaudi, como fondo. Tuve que escuchar la versión de 10 horas, madre mía. Solo les digo por si quieren escucharla mientras leen, pues la melodía tiene mucho que ver con el título de la historia.

Aunque también escuché a Beethoven, George Michael, Nirvana, Soundgarden, Audioslave, The who, Pixies, las rolas de La La Land, Interstellar, etc., etc., etc. Así que... En resumen, escuchen lo que les apetezca. Si desean, los ronquidos de su perro son buena opción.

Hasta aquí mi reporte.

¡En serio espero que disfruten! ¡Abrazos!