Notas: Sailor Moon y sus personajes son propiedad de Naoko Takeuchi.
Malditas sean las Rosas
.
.
.
Sus amigas organizaron un picnic en el parque con la intención de que Serena encontrara distracción. Se esforzó por participar de la conversación y fingió que reía con ellas, cuando solo quería volver a su desordenada habitación. No disfrutó la frescura de la limonada, ni el sabor de la tarta de manzana que Lita preparó. Estuvo demasiado consiente de las parejas que paseaban tomadas de la mano, se daban de comer en la boca mutuamente, y los más pícaros se escabullían entre los árboles para buscar intimidad.
Arruinó el domingo de todas con su tristeza y mal humor.
Antes de ir a casa, decidió caminar a solas por el centro de la ciudad, mirar un poco de ropa, accesorios y zapatos. Un bonito vestido llamó su atención: corto, blanco, con rosas rojas estampadas. Rosas rojas. Las ganas de llorar que se esforzó por reprimir toda la tarde la invadieron. Se sintió patética y expuesta. Podía jurar que los maniquíes de la vitrina sonreían de forma burlona ante su dolor.
Qué estúpida fue. Un universitario que salía con estudiantes de secundaría y preparatoria. Su amiga Rei había caído bajo sus encantos y fue engañada ¿por qué ella iba a ser la excepción?
Recordaba la amarga experiencia en el aeropuerto, la violenta bofetada de realidad. Darién creyó que como ella tenía clases no iría a despedirlo. Quiso darle una sorpresa, pero los roles se invirtieron y la sorprendida fue ella al encontrarlo con Saori... su "compañera" y "solo es una compañera" de la universidad. Se iban juntos a Estados Unidos.
¡Basta!
Se forzó a sí misma a levantar la cabeza y mirar a su alrededor. Tokio estaba viva, en movimiento, iluminada. La torre brillaba, las pantallas emitían anuncios, las personas paseaban por las calles, los negocios exhibían sus productos. La vida sigue. El mundo gira a pesar del desamor. No debía desperdiciar más tiempo en lamentos de esa manera.
De repente estaba en el piso. Había chocado con alguien.
—Ten más cuidado por donde caminas —recriminó una voz masculina.
Ella venía distraída, no podía negarlo, pero el tono que usó el tipo le molestó.
—¡Fuiste tú el que no se fijó! —mintió.
Él se tomó un momento para observarla. Serena pensó que iba a discutir con ella, pero dijo: —Eres esa chica...
¿Qué? ¿Se habían visto antes? No podía recordarlo.
Se puso de pie y preguntó: —¿Te conozco?
Él se quitó las gafas. Evidentemente esperaba que ella lo reconociera tras verle la cara descubierta. Serena se limitó a negar con la cabeza.
—Qué extraño —suspiró—. Cualquier chica se pondría feliz de tropezar conmigo.
¿Qué?
—¿Y por qué sería eso? —quiso saber.
Él le guiñó el ojo. Volvió a colocarse las gafas y antes de marcharse le respondió: —Porque yo soy un hombre muy atractivo. Nos vemos, bomboncito.
Lo conoció por accidente, bajo el cálido sol de verano, cuando Serena caminaba las transitadas calles de Tokio con el corazón roto.
.
.
.
Al salir de clases notaron un tumulto de gente en el parque. La razón del escándalo era el set de filmación de una novela protagonizada por una de las actrices más queridas entre los jóvenes.
Logró pasar la muchedumbre de chicas emocionadas y las vallas de seguridad. No sabía cómo era la actriz a la que Mina queria pedirle un autógrafo, Serena supuso que una artista tan famosa sería muy bonita, con una luz propia que la haría fácil de reconocer.
—¡Está prohibido pasar por ahí!—gritaron a sus espaldas.
¡Maldición! La atraparon. Volteó, preparada para dar una excusa, pero... Era él. El creído de cabello largo con el que había chocado hace unos días, estaba recostado en un banco.
—Otra vez tu bombón.
Se quitó las gafas de manera presuntuosa.
—Esa no es manera de hablarme, grosero. Además, ¿qué es lo que haces aquí?
—Eso debo preguntarlo yo.
Serena recordó su primer encuentro y aunque odiaba admitirlo, notó que tenía razón. En verdad era guapo, tenía el cutis limpio y delicado, una sonrisa traviesa y los ojos del color del cielo nocturno.
El engreído murmuró algo que ella no logró escuchar. Se levantó y caminó hacia la zona que, según él, estaba prohibida.
—Dijiste que no se podía pasar por ahí —reclamó ella.
—Yo sí tengo permitido pasar. Nos vemos después, bombón.
¿«Bombón»? ¿Quién se cree que es para llamarla de esa manera? ¿Tenía permitido pasar? No le creyó. Seguro se trataba de algún fan pervertido que quería espiar a las actrices.
.
.
.
El espacio estaba lleno de gente, la música a volumen alto y Serena estaba divirtiéndose más de lo que esperaba. A Mina le había llegado el rumor de que los idols más importantes del momento solían ir a esa discoteca, y basándose en esa información de dudosa procedencia, el grupo de amigas decidió acudir a ese lugar el fin de semana. Incluso Ami hizo a un lado los estudios y tareas para intentar conocer a sus cantantes favoritos.
Los juegos de luces proyectaban diferentes colores y sombras. Los rostros sonrientes y jóvenes realzaban su belleza con maquillaje; los cuerpos bailaban al ritmo de las canciones de moda.
—¿Acaso has estado siguiéndome, bombón?
Otra vez esa voz. No necesitó verlo para saber que era él. Serena giró para encararlo y decirle lo ridícula que era su pregunta, pero la desconcertó ver que llevaba capucha y lentes de sol en un lugar cerrado.
—¿Por qué te seguiría? Eres tan creído.
Le mostró una sonrisa vanidosa y contestó:—Creeme, me pasa más seguido de lo que piensas.
De nuevo con cosas extrañas. Qué tipo más raro. Actuaba como si fuese una estrella de cine.
—¿Estás sola?
—Vine con mis amigas.
Él sonrió. La razón era obvia, le alegraba saber que no estaba con un chico.
La tomó de la mano y la llevó a la pista.
El Creído era un buen bailarín, sabía cómo moverse y con cada canción que pasaba su cercanía se volvió más próxima. Pudo oler su perfume y descubrió que le gustaba.
—¿Vamos arriba?
Serena pudo negarse, pero no lo hizo. En lo que llevaba de la noche no bebió una sola gota de alcohol, estaba sobria, en total control de sus sentidos.
La llevó a una habitación para estar solos y cerró la puerta con llave. Privacidad, silencio.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó él.
Ella aceptó.
Era una habitación repleta de objetos prolijamente ordenados. Al fondo había media docena de guitarras electricas, micrófonos y equipos de sonido. En el centro una mesa grande llena de regalos, chocolates, caramelos, cartas y peluches.
Tomó asiento en el sofá, ante la amplia pantalla del televisor, era como tener un cine personal. Serena quiso preguntarle si era hijo del dueño, pero descubrió que la mesa ratona que tenía delante estaba decorada con una rosa roja y una vela aromática.
Él regresó y le ofreció una lata de gaseosa.
—Detesto las rosas —dijo con odio.
El tono de su voz reveló que era más que un simple desagrado. Como si él pudiera ver el pasado a través de sus ojos, tomó la flor y quemó los pétalos con la llama de la vela.
—Son un cliché —contestó él.
Quizá fue porque dijo lo que ella quería escuchar, o en realidad porque era una chica joven y soltera en compañía de un muchacho atractivo. Ambos sabían porque estaban allí.
Serena dejó la lata sobre la mesita. Miró al Creído, le quitó los lentes para el sol, le bajó la capucha, vio que tenía unos pendientes de luna en color plateado muy bonitos. Lo besó, lo besó con ganas y él respondió de la misma manera.
Sabía a naranjas, pimienta y chocolate amargo. Dulce y picante. Tentación y capricho.
Llegó un momento en que el contacto no fue suficiente, quería más, necesitaba más. Se sentó encima de él y sintió su deseo por ella.
—¿Estás segura, bombón?
Era evidente que sí.
—¿Tienes... ¿tienes protección? —preguntó Serena. Increíblemente sintió cómo le subía la sangre a las orejas.
Él sacó un preservativo del bolsillo de sus pantalones. Por supuesto que tenía... Seguro estaba acostumbrado a llevarse chicas a esa habitación.
—Oye, no me mires así, bombón. No suelo hacer es...
¡Silencio!
Lo calló con un beso. No necesitaba excusas, no quería escuchar mentiras, ni pensar en la cantidad de chicas a más que llamaba "bombón" para no tener que aprenderse sus nombres. Sólo quería sentirse bien, y sospechaba que él sabría cómo hacerlo.
Sería cosa de una sola vez. Una aventura de fin de semana.
Dejó de besarlo para quitarse la camiseta. Estaba contenta de haber elegido un buen conjunto de ropa interior.
La tomó por la cintura, la recostó y cambió las posiciones. Estaba sobre ella, había tomado el control.
La hizo sentir bien, la besó y acarició en maneras que nunca había sido tocada. Era apasionado y delicado. Serena sintió que se derretía como helado de vainilla bajo el tacto de sus dedos, le pidió más y él la consintió.
Se durmió en sus brazos, exhausta y complacida.
...
Su celular rompió el hechizo y los despertó. Él le dió los buenos días y sonrió con picardía, se había dormido encima de él. Se enderezó y contestó la llamada, sus amigas querían saber dónde estaba. «En casa» mintió.
No pudo evitar temblar al sentir que le acariciaba la espalda. Era temprano, tenía que irse. Afortunadamente sus padres y hermanito estaban de viaje, no tendría que dar explicaciones.
Serena comenzó a vestirse.
Se ofreció a llevarla, pero rechazó la oferta. Cuando estaba lista para marcharse, él le pidió prestado su teléfono, después de unos segundo le mostró la pantalla. Había agendado su número con el nombre «Creído».
Sonrío. Quizá podría llamarlo, pero no quería involucrarse demasiado y salir lastimada, el Creído era un seductor nato. Además era alumna de preparatoria, con Mina prometieron esforzarse mucho ese año. No había tiempo para chicos... no volvería a ese lugar. La ciudad era bastante grande para evitar que coincidieran otra vez.
Le dio el último beso.
—Adios —susurró.
.
.
.
Serena Tsukino tenía como meta esforzarse, ser una alumna aplicada, de las que no se quedan dormidas ni llegan tarde a clases, pero las viejas costumbres difícilmente mueren.
No sólo no escuchó el despertador, sino que también olvidó su almuerzo al salir de casa.
Un escándalo a las puertas de la preparatoria le dió la ventaja que necesitaba. Subió directo al salón y fue de las primeras en ocupar su asiento.
Poco a poco sus compañeros varones iban ingresando, pero las chicas se demoraban en el pasillo. Cuando se levantó para averiguar qué sucedía, un fuerte grito del profesor hizo que sus compañeras —incluidas sus amigas— ingresaran al aula en silencio. Todas tenían una gran sonrisa y los ojos iluminados.
El profesor anunció que tendrían nuevos compañeros.
Se le congeló la sangre. Él estaba ahí, al lado de dos muchachos más. Tenía el largo cabello negro azabache atado en una coleta. Llevaba el uniforme escolar y los mismos pendientes de luna que a ella tanto le gustaban.
El maestro los presentó ante la clase, pero Serena no lograba escuchar bien su voz, palabras sueltas le llegaban, como si estuviese sumergida bajo el agua.
"Cantantes... Seiya... Taiki... Three Lights"
Él caminó en su dirección y ocupó el banco que estaba a sus espaldas.
—Yo me sentaré aquí. Tratame bien, bombón.
El Creído se llamaba Seiya Kou. Era una estrella del pop, de las más grandes del país. Su aventura de una noche, el desconocido al que no planeaba volver a ver sería su compañero de clases por el resto del año.
Notas: ¿Más fics de Sailor Stars?
