Keiji no es asocial, pero tampoco le otorgaron el don de saber unir vínculos fácilmente con otras personas. Es algo que ha venido teniendo claro desde el kínder.
Como siempre, nervioso desde el nacimiento, Keiji ingresa a su primer día en el youchien [1]; con una pizca de emoción oculta en su estoico rostro.
A diferencia de él, el estoicismo sale fugaz con patas sobre colina incapaz de retenerse en los rostros de sus futuros compañeros. Zenón de Citio [2] estaría totalmente decepcionado de esos lloriqueantes críos chillando a moco tendido bajo las faldas de su madre.
No es cuestión de obligación, pero mayoría de niños son matriculados en el youchien a partir de los cuatro años y no desde los tres. Porque tener cuatro ya significa ser grande y maduro, la edad por excelencia para culminar con el establecimiento y toma de consciencia sobre la identidad de uno mismo.
Tener cuatro años es escalar el Everest de la independencia y el poder vestirse solos. Y Keiji puede decir con orgullo que lo ha llevado muy bien. Es un niño muy curioso, y ha aguardado este momento con tranquilidad. Keiji aún no sabe si tiene la suficiente capacidad social de un niño promedio, pero le gusta observar y ahora estará rodeado de tanto por explorar.
"No llores, cariño" En la entrada del youchien, los padres primerizos, desesperados y ansiosos, aún tienen fe de que los cuatro años son la edad perfecta para que sus hijos puedan manejar con eficacia los primeros pasos a su independencia. Pero sus hijos, impiadosos, destruyen sus sueños con más pataletas y rabietas.
"Que te vaya bien" Es todo lo que acota su padre con un suave golpeteo sobre su cabeza que a continuación le sigue una revolvida a sus cabellos negros. En cambio, su madre, que se apresura a abrazarlo, fácilmente podría pasar desapercibida entre los lloriqueantes niños. Zenón de Elea [3] seguramente estaría complacido de ver cómo él y su madre se vuelven un solo todo en el cosmos mientras le constriñen los huesos.
Mantenga la calma
El amor ni siempre llega a tiempo, oh, oh, oh
Mantenga la calma
El amor ni siempre llega a tiempo, oh, oh, oh
Un coche aparca en el parking junto a los demás automóviles. Piano, batería, rasgueos de guitarra; una melodía energética llena el ambiente y los críos lloriqueantes callan por unos segundos, curiosos. Hold on line de Toto suena a lo alto desde la emisora de radio J-wave [4] del transporte.
La puerta del copiloto se abre y un niño de ojos dorados salta al exterior con los brazos extendidos, revoloteando como un pájaro y empezando a dar vueltas por doquier entre corrida y corrida. El crío es una colosal pauta visual; entre un sinfín de puntos negros en un fondo blanco, él es el punto amarillo, tan fluorescente que te obliga a cerrar los ojos.
"Está emocionado" Keiji no da cabida a su entendimiento. Está sorprendido, todos chillan de terror, menos él y ese niño. Pero a diferencia del crío fluorescente, Keiji se siente un punto azul, un océano en constante calma visual que no enfurecerá sus olas y mostrará sus emociones de no ser necesario.
"Koutarou, con cuidado" Un hombre regaña desde el interior del automóvil. Toma la lonchera que su hijo dejó olvidada en el asiento copiloto y se la extiende. El hijo, increíblemente obediente, toma la lonchera y vuelve a correr al interior del youchien para abrazar a su profesora.
"Es mayor" Keiji corrige su erróneo argumento, él ni siquiera sabe qué tutora le tocará o en qué salón podrá guardar su bolso de Pikachu.
El coche que hasta ese momento fue centro de atención, rápidamente vuelve a encender los motores y abandona el parking junto a las canciones de la estación J-Wave. Dream On de Aerosmith se aleja con él.
El automóvil es lujoso, Keiji lo tiene claro. Vivir en Ginza, uno de los distritos más exclusivos del barrio Chuo y Tokio, lo ha hecho acostumbrarse. ¿Pero qué se sentirá viajar en esos monstruos? Él nunca tuvo la necesidad, vive en Ginza y ahora estudiará en un kindergarten en Ginza, basta con caminar o tomar el metro. Su vida apenas gira entorno a Chuo y quizás un poco más allá de Chiyoda.
Su padre trabaja como director en una empresa inmobiliaria, específicamente, en la célebre empresa inmobiliaria Akaashi's Company. Keiji cree que la culminación del establecimiento de su identidad ha sido la identificación con el tamaño de una hormiga entre los larguiruchos rascacielos que lo rodean.
Desde que su padre ha tomado la posición como director tras el fallecimiento de sus abuelos, Keiji nota la hinchazón en los ojos del mayor; su piel parece derretirse y perder gravedad, la oscuridad rodea sus cuencas en grandes ojeras y con cada día parece perder más cabello. Keiji se cuestiona si de grande también perderá cabello y tendrá el futuro físico mediocre de su padre. Decide mejor no ahondar en aquello y asiente cuando su madre le informa que ella lo recogerá al mediodía mientras su padre ve con ansiedad la hora en su muñeca. Ya, su padre solo está ahí porque es el primer día de clases de Keiji, y él lo aprecia, pero odia lo cambiado que está desde que subió al puesto de director.
"Nos vemos" Keiji se despide y se une a la fila de estudiantes sollozantes a la espera de conocer a su futura tutora. Realmente extraña las tardes en las que leía enciclopedias completas en brazos de su padre hasta caer rendidos en el kotatsu [5] del living.
No está en tu forma de abrazarme
No está en tu forma de decir que te importa
No está en tu forma de tratar a mis amigos
Keiji prácticamente sale volando de un salto. La repentina sensación fría y lisa del audífono incrustándose en su oído lo ha sorprendido negativamente.
No está en la forma en que te quedaste hasta el final
No está en la forma en que te ves ni en las cosas que dices que harás
"¡¿Qué te parece?!" Un niño a su lado grita contra su oído, como si su oído pudiera tener más mala suerte. Si Keiji no queda descabellado, indudablemente quedará sordo.
Mantenga la calma
El amor ni siempre llega a tiempo, oh, oh, oh
Mantenga la calma
El amor ni siempre llega a tiempo, oh, oh, oh
Keiji reconoce la tonada al instante, es la misma que se abrió paso pintorescamente esa mañana en el parking del youchien.
"¿Y?" El niño insiste, sus ojos dorados parecen salirse de sus orbitas mientras aguarda una respuesta de su parte. Sostiene con fuerza un viejo walkman [6] negro que hace juego con los audífonos del mismo color. La canción emitida por el casette retumba en las paredes cerebrales de Keiji.
"El niño mayor" Keiji recuerda. Es mucho más fluorescente de cerca, su energía retenida no puede mantener su cuerpo tranquilo, sus pies y manos están en constante tamborileo mientras todo su cuerpo se mece de un lado a otro. Keiji no se identifica como un niño energético, pero aquel niño le recuerda su lado nervioso; aunque un libro y un asiento que taladre sus nervios, es suficiente. "¿Deseas leer?" Ante aquella actitud tan inquietante, Keiji ofrece el libro que llevó consigo para pasar los minutos de recreo. Umbrella [7], una pequeña obra para niños bellamente ilustrada y escrita por Taro Yashima de una exclusiva edición de mil novecientos cincuenta y ocho.
Parece que la respuesta no es la que esperaba el ansioso niño, sus hombros decaen y su cuerpo se detiene un momento ante la confusión. "Aún no sé leer" Informa.
"Oh".
La música se detiene, los dos quedan en silencio. Keiji no tiene nada más que acotar.
"¡Sota-kun! ¿Quieres escuchar?" La fluorescente energía vuelve a estamparse contra el cuerpo del niño al notar a un compañero pasar cerca de ellos tras recoger un balón perdido. "¡Onee-chan me regaló su viejo Walkman!" Corre rápidamente lejos de Keiji para dirigirse donde su amigo y clavarle los audífonos en los oídos antes de una afirmación.
Keiji observa en silencio cómo el tal Sota regaña al niño, pero tras unos segundos de escuchar la canción, los dos ríen y corren para mostrar el aparato a sus demás amigos.
No volvió a cruzarse con el niño fluorescente.
Keiji no se considera una persona aburrida, a veces hace reír a su padre y madre sin siquiera pretenderlo; pero ese juego extraño nunca ha funcionado con un niño de su misma edad. Simplemente hace y dice lo que piensa.
"¿Quieres?" Preguntó una vez el niño que se sentaba a su lado. Tenía todo el rostro meloso y manchado de chocolate.
"No gracias. La torta de chocolate me empalaga" Fue sincero y educado.
El niño lo observó en silencio unos segundos antes de encogerse de hombros y seguir comiendo. A sus ojos, Keiji se sintió un bicho raro.
A sabiendas de Dios, Keiji hizo todo lo posible por comprender el error en sus respuestas. Tal vez, si se detenía a observar el mundo con más detalle, encontraría la respuesta tratando de esconderse entre delgados postes; ¡pero él sería mucho más rápido y lo cazaría como el cazador malo de la serie animada Shazzan!
El plan era perfecto, a Keiji le gusta observar, le gusta mucho observar a la gente. ¿Qué pensarán? ¿Qué habrán comido en el desayuno? ¿Qué sentirán? ¿Cuál será su libro favorito? ¿Qué ocultarán? ¿Les temerán a las arañas? Había magia entre el saber y no saber.
La mayoría de recreos se la pasa enfrascado en un libro, y, si no es el caso, se queda leyendo en el salón porque no desea que le tiren otro balonazo en la cara como la semana pasada.
"¡Perdón!" Gritó el niño fluorescente. Keiji ya lo había observado desde la distancia en algunos recreos, siempre jugaba fútbol con sus amigos.
"Eres pésimo" Quiso decir esa vez, quizás para evitar que siguiera acumulando una larga lista de víctimas con chinchones más grandes que sus cabezas en el cuero cabelludo. "No te preocupes, fue un accidente" Dijo en su lugar. La reverencia de noventa grados con las manos juntadas frente a él, lo compadecieron y no quiso herir la autoestima de alguien más; la primera vez que lo hizo, su compañero de al lado lloró todo el día, creo que quedó traumado porque nunca más lo vio dibujando flores.
"¡Kou! ¿Cuántas veces debemos decirte que no puedes jugar fútbol con las manos?" Desde su salón, Keiji puede escuchar a los compañeros del niño fluorescente regañándolo. "¡Es ilegal!".
"¿Qué tiene de malo? ¡Ni siquiera tenemos un árbitro!" Refuta el de cabellos bicolores. Keiji se pierde en el color de sus cabellos y desenfrena su mente del hilo de la pelea. Vaya, nunca había fijado su atención en los cabellos empinados del niño fluorescente. Son igual de llamativos que su persona, sin embargo, al parecer su personalidad es mucho más llamativa que termina por opacar su propio aspecto.
A la tarde, cuando su mamá lo recoge, Keiji le pide pasar por la biblioteca para comprar libros relacionados al fútbol, penalizaciones y manos.
"¿Te gusta el fútbol? ¿Por qué mejor no compramos una pelota?" Su madre lo observa sorprendida y Keiji niega.
"No me gusta, deja muchos chinchones a las personas" Y la deja más confundida, pero aun así lo ayuda a comprar el conjunto de libros.
Keiji se siente una persona inteligente, y le gusta presumir de aquello, aunque su estoicismo lo oculte. Pero ahora sentado en el kotatsu con la montaña de libros, se siente un fiasco. No puede entender más de una palabra, los kanjis vuelan y vuelan sobre su cabeza sin ninguna dirección aparente, parece un idioma extraterrestre no identificado.
"¿Te ayudo?" Su madre se acerca con una sonrisa luego de lavar los trastes del almuerzo y toma asiento a su lado.
"No" Keiji no voltea a verla, frunce el ceño y hunde más el rostro entre las páginas como si tener los kanjis más cerca de sus ojos ayudara a ver el significado. Joder, su orgullo se siente amenazado.
"Te quedarás ciego si lees de esa forma" Su madre ríe y le revuelve sus despeinados cabellos, no insiste y vuelve a la cocina.
"¿Aún despierto?" Oye la voz de su padre. Acaba de llegar y está sacándose los zapatos en el genkan mientras se desata la corbata y desbotona el cuello de la camisa.
"Ha estado leyendo toda la tarde" Su madre lo recibe y lo ayuda a sacarse el saco para tenderlo en el perchero. "Cosas sobre fútbol y reglas".
"¿En serio?" Su padre voltea a verlo sorprendido. Su desgastado rostro parece gesticular otra emoción que no sea el cansancio. "¿Y qué aprendiste?" Se acerca a él y toma asiento en el kotatsu. A Keiji le tiembla todas las vértebras.
"Uh…" Quiere hundirse en el libro, pero ya no hay espacio para más. Su orgullo, su orgullo está arruinado.
"Déjame ver" Su padre toma uno de los libros dispersos alrededor de él y comienza a leer en voz alta. Keiji finalmente saca la cabeza y lo observa. No tiene los ojos dorados del niño fluorescente, pero está seguro que los suyos brillan con la misma intensidad y emoción. Desde hace meses que no lee junto a su padre hasta quedarse dormidos en el kotatsu para luego ser regañados por su madre. "Qué interesante. ¿Conoces el fútbol gaélico? Este se puede jugar con las manos" Comenta de tanto en tanto entre lectura. Keiji se arropa más contra él con las piernas abrazadas a su pecho mientras observa el texto con kanjis incomprensibles. Sonríe a gusto.
No sabe en qué momento cierra los ojos, pero cuando lo hace, su mente emigra hacia lo más recóndito de las páginas de los libros. Sus bizarros pensamientos se vuelven mucho más bizarros como el país de las maravillas.
Sueña con el niño fluorescente. Es un reconocido jugador de fútbol, aclamado por todos. En el último juego que premiará la copa de oro mundial, compiten el niño fluorescente contra sus compañeros. Sin reparo alguno, el bicolor lanza la pelota contra las cabezas de los demás niños sin ninguna medición de su fuerza; su brazo es un cañón imparable, un auténtico slinger bag futbolístico. Ríe como maniático, con esos dorados ojos saltones que a Keiji le recuerdan al Guasón de una historieta. "¡Esto es verdadero fútbol gaélico!" Exclama el bicolor mientras salta y corre con el premio en manos. La copa de oro es diez veces más grande que él. El niño fluorescente escala hasta la cima y empieza a rasgar el aluminio dorado y comerse el trofeo de chocolate. A Keiji le duele la panza con solo verlo rellenando sus mejillas elásticas como las de una ardilla. Los compañeros del bicolor ahora tienen dos cabezas.
Keiji despierta sobresaltado, lanzando algunos libros que estaban sobre él al suelo. Está oscuro, así que deduce que es de noche.
Cuando se revuelve entre el kotatsu y la manta que quedó enrollada entre sus piernas, nota que la presencia de su padre no está más consigo.
"¿Me dejó durmiendo aquí?" Keiji se espanta. El descarado de su padre no tiene consideración hacia su persona y salud física.
"¡Te lo dije, Kenjirou!" De repente oye voces en la cocina. La puerta está juntada y un haz de luz se escapa desde la abertura. "Aceptar el puesto fue el peor error que pudiste cometer. ¿Ahora qué se supone que hagamos? No tenemos de dónde pagar a todos esos acreedores".
"No lo sé, Hana. Solo… Te prometo que lo solucionaré, ¿sí? No estamos en quiebra. Con algunos agentes decidimos sacar más activos a la venta y negociar con los proveedores. Quizás… también pedir un préstamo a los bancos".
"¿Un préstamo? ¿Con el historial crediticio que tiene la empresa? Joder, nos endeudarás más".
"¿Están endeudados?" Keiji abre la puerta completamente, su rostro somnoliento se deja ver y al instante sus ojos se cierran ante la luz potente que casi sancocha sus retinas.
Keiji está preocupado por sus padres. La primera vez que él se endeudó fue cuando un niño de su salón estaba de cumpleaños, había repartido a todos los del salón un caramelo para cada uno y, luego de que todos se tragaran su caramelo a gusto, exclamó que solo eran prestados y que tendrían que devolverle dos caramelos cada uno por los intereses o de lo contrario irían a la cárcel por empeñados hasta las cejas. Keiji no quería ir a la cárcel así que se pasó toda la semana buscando los benditos caramelos sabor mango junto a su madre que solo rio y le dijo que no iría a la cárcel por endeudamiento.
Y aunque Keiji deseaba ser responsable, dudaba que los caramelos sabor mango existiesen, todo debió ser fruto de sus imaginaciones infantiles que superan las de un yonki. Lo normal era encontrarse con sabores a fresa, limón, menta, naranja, ¡o hasta de damasco!, pero no de mango. Finalmente los encontró en una máquina bundaloo claw en un arcade del centro comercial Akihabara. "¡Joder!" Su madre pateó la máquina tras horas de esfuerzo y dejarlos en quiebra, así que el dueño decidió obsequiarles la bolsa de caramelos para que se retirasen de una vez y dejaran jugar al resto.
"No estamos endeudados" Keiji suspira aliviado cuando su padre responde y lo sienta sobre sus piernas con una sonrisa. No quiere volver a correr por las calles de Tokio como un hámster enjaulado ni endeudarse y quebrar por culpa de una máquina del arcade; de lo contrario, no dudará en patear el bundaloo claw junto a su madre. "¡Que le jodan!" Gritarían los dos.
A la llegada del lunes Keiji está nervioso, no sabe cómo iniciar una adecuada conversación con el niño fluorescente para informarle que no es ilegal jugar con las manos, o si mentirle y decirle que es un pecado porque no quiere que siga dejando a sus compañeros con dos cabezas ni tampoco a él.
"Oh. ¿Te refieres a Kou-kun?" Cuestiona el tal Sota cuando Keiji se acerca a preguntar si sabe dónde está el niño de cabellos bicolores porque no lo ha visto en ninguna parte durante el recreo. "Pescó un resfriado. Y qué te digo, mala suerte la suya. Faltará solo por el mes si es un milagro. Con los chicos apostamos que morirá de insolación" Sota se encoje de hombros tan relajadamente que Keiji no sabe si preocuparse o dejarlo pasar y esperar al fin de mes para hablar con el tal 'Kou-kun' si es que aún sobrevive.
Pero el fin de mes nunca llega y Keiji tendrá por la eternidad la duda de saber si 'Kou-kun' sobrevivió o murió de insolación. Si lo último fue el fatídico caso, espera que tenga una mejor salud en su próxima vida y que tampoco muera de insolación.
"¿Todo listo?" Su padre pregunta cuando Keiji saca su última caja de libros entre tambaleos. Su padre lo ayuda y deja la caja sobre algunas arcas que están siendo metidas en un gran camión de mudanza por los cargadores. Cuando Keiji observa los anchos, atléticos, fuertes, corpulentos, robustos y musculosos brazos de los cargadores, siente que sus debiluchos brazos de fideo se partirán en cualquier momento.
Sacar el Kotatsu fue lo más complicado, su tamaño colosal supera el de los pasillos y puertas. Así que tuvieron que contratar una grúa y otro camión de mudanza adicional.
"¿Grúa? ¿Otro camión? No sé por qué sus padres lo obligaron a estudiar administración si de administrar no sabe nada, menos el dinero" Su madre refunfuña pasando de pasillo en pasillo con cajas en mano recitando la frase como un mantra. A Keiji le parece más un loro eclectus.
"Ya verás Keiji, te gustará nuestra nueva casa en Kokubunji" Su padre rodea sus hombros mientras los tres están apretujados en el asiento copiloto de uno de los camiones. La altura es tanta, que a Keiji le comienza a dar náuseas cuando mira por la luneta hacia la carretera; se siente un ebrio empedernido danzando al borde del abismo, o bien un pirata talasofóbico observando el mar desde la borda.
Para Keiji ir a los suburbios de Tokio es algo nuevo, vivir ahí mucho más. Los rascacielos parecen achicarse hasta solo dejar a la vista viviendas pequeñas y de diseño simple pintadas con colores vetustos. Las luces de neón no son vistos en todas las calles más que en algunos centros hasta perderse entre los adoquines. Las chillonas bocinas dejan de escucharse y la movilidad de los carros es más fluida.
Los camiones terminan aparcando frente a una estación de bicicletas. Una larga fila de los transportes se extiende por casi toda la cuadra junto a una pequeña tienda de herramientas con un decrépito y desentornillado cartel en el que reposa el título 'Watanabe'.
Su padre lo ayuda a bajar del gigantesco asiento y apunta con orgullo lo que será su futura casa.
Al frente de la estación de bicicletas, la cuadra está llena de viviendas apretujadas y estrechas que no conocen el significado de espacio personal. Invaden los terrenos con descaro. Qué desfachatez, qué osadía las suyas.
"Tú pagas el flete" Su madre pasa refunfuñando y con dificultad trata de abrir la cancela oxidada. Al final le da una patada y entra sin más.
En la habitación blanca con cortinas negras cerca de la estación.
País de techo negro, sin pavimentos dorados, estorninos cansados
Caballos plateados corren por rayos de luna en tus oscuros ojos
La luz del amanecer sonríe cuando te vas, mi alegría
Esperaré en este lugar donde el sol nunca brilla
Espera en este lugar donde las sombras huyen de sí mismas
Una vez los cargadores empiezan a descargar todo aleatoriamente por el genkan, Keiji se queda observando sentado en una esquina desde los tres escalones de la entrada con tafones desperdigados por todas partes en el cemento malparado. Desde la estación de radio del camión, J-Wave emite White Room de Cream. Keiji tamborilea los pies, también desearía un walkman como el del niño fluorescente. ¿Se los habrá dejado como herencia a alguien? O quizás la hermana se lo volvió a quedar.
Dijiste que no había ataduras que pudieran asegurarte en la estación
Billete de andén, diéseles inquietos, adiós ventanillas
Entré en un momento tan triste en la estación
Mientras salía, sentí que mi propia necesidad apenas comenzaba
Esperaré en la cola cuando regresen los trenes.
Keiji desea conocer la estación de Kokubunji. Ama ir a las estaciones, le flipan mucho los trenes. ¿Será igual de grande que la estación de metro de Ginza?
Acuéstate contigo donde las sombras huyen de sí mismas
En la fiesta ella fue amable entre la multitud dura
Consuelo para la vieja herida ahora olvidada
Tigres amarillos agazapados en selvas en sus oscuros ojos
Ella solo se está vistiendo, adiós ventanas, estorninos cansados
Dormiré en este lugar con la multitud solitaria
Acuéstese en la oscuridad donde las sombras huyen de sí mismas
"Estamos quebrados, ¿verdad?" Keiji es directo y encara a su padre, quien esquiva sus ojos azulados agarrándose los pelos desde la raíz. La grúa no puede meter el kotatsu a la casa ni por arriba, ni por abajo, ni por la derecha, ni por la izquierda. A Keiji le recuerda al abominable bundaloo claw.
El Kotatsu es inmenso, pero no tan ancho como la vivienda. Qué milagro. Trágicamente las habitaciones y las jambas de sus entradas no tienen los suficientes metros cuadrados para albergarla. Así que la venden al dependiente del decadente cartel 'Watanabe'.
"Ya verás cómo disfrutaremos vivir aquí" Su padre asegura con las manos en las caderas observando las montañas de cajas y arcas en el genkan. Keiji mueve la punta de su nariz tras la picazón de una partícula de polvo. Su madre vuelve a patear la cancela oxidada para lograr cerrarla.
…
Los trenes transitan y chillan contra los carriles. La multitud aborda y apea. Keiji está sentado en un banquillo leyendo a gusto un libro sobre inmobiliaria que encontró en el viejo librero de su padre.
Las habitaciones occidentales con suelos entarimados y pilares de acero no están mal, pero a veces a Keiji le apetece vivir más en una casa tradicional. Un exclusivo minka sostenido por pilares de madera que incluye pisos de tatami, puertas corredizas y terrazas de madera que rodean la casa. Podría ociosear el día entero recostado sobre el engawa [8], escuchando las cigarras y dando forma a las nubes mientras come sandía. Vive en un mundo moderno con barrios pululantes trayendo lo último en diseño occidental, pero Keiji se consideraría una persona un poco más retrógrada.
El antiguo Japón ecologista está perdiendo su belleza. Los recursos sagrados y jardines interiores como exteriores, ya no son más que una cháchara. El engawa no será más que un recuerdo nostálgico. Y para Keiji, un recuerdo nunca vivido, pero que de todas formas le pega la sensación de añoranza.
La única evolución y modernización son la demanda de departamentos y viviendas pequeñas resultado de la escasez de tierra. El centralismo y concentración demográfica en Tokio realmente es una alarma, pero a nadie parece importarle. Si no hay tierra, entonces se extenderán contra el cielo hasta que los rascacielos se mesan beodos.
Keiji sostiene un pequeño mechón entre sus dedos y lo pellizca. Cabello por cabello se resbala sedosamente y ya no hay nada entre su dedo pulgar e índice. Su estrecha casa occidentalista, el precio de propiedades e impuestos y el desequilibrio regional, lo hacen refunfuñar. Si solo el Estado promoviera la descentralización, y la gente, las políticas gubernamentales y los organismos autónomos pintaran a Hokkaido frente a sus narices... Literalmente esa isla está deshabitada, y ni un pio que la salve; pronto sus municipios pasarán a ser ciudades en peligro de extinción. No entiende por qué la gente se niega a vivir bajo el clima templado de Hokkaido de once grados. Si le preguntan, a él le flipan las montañas nevadas. Casacas de plumas y un pasamontaña, y todo arreglado.
Mantenga la calma
El amor ni siempre llega a tiempo, oh, oh, oh
Mantenga la calma
El amor ni siempre llega a tiempo, oh, oh, oh
Keiji se sobresalta, conoce esa tonada de alguna parte. Es un ignorante musical; los géneros pop, rock, jazz, house, El EDM, swing, hip hop, soul, funk, blues, etc., y etc., son nombres extraterrestres no identificados que lo traen sin cuidado. Pero puede identificar las sensaciones que le transmite una canción. Y esta en particular lo hace sentir nostálgico, tan nostálgico que realmente desea tener un engawa donde comer sandía y maldecir al sol que carboniza sus neuronas y lo hace delirar más que Descartes y sus áridas coordenadas cartesianas que tendrá que llevar en preparatoria.
"Puedo verte. Claro, si tu intención no es esconderte" Keiji se dirige a quien sea que esté tras el banquillo, encubierto por la ancha publicidad de ramen. No despega los ojos de su libro. Al instante el bajo volumen de la música se termina por apagar y siente alguien recostarse contra la publicidad y su espalda.
"No lo es… ¿Eso creo?" La voz titubea, parece que lo ha pillado desprevenido.
"¿No tomarás el tren?" Keiji cuestiona en su lugar. Da una ojeada página por página sin realmente leer. Le pica la curiosidad. No es casual esconderse tras un banquillo mal oliente de humedad y moho; al menos que sea un yonqui. Pero tiene la mente lo suficientemente atrofiada que no le importa su repentino apetecimiento por hablar con alguien desconocido para acallar sus pensamientos.
"¿Debería?" Keiji hace un mohín al recibir otra cuestión. Y él qué va andar sabiendo, él necesita respuestas. Muchas, muchas preguntas para alguien que apenas puede responder "No sé" cuando se cuestiona así mismo quién es.
"No lo sé. Tú dime" Keiji se encoge de hombros y prefiere no ahondar en su molestia.
"No sé qué decirte. Simplemente no quiero ir a casa" Los dos quedan en silencio tras el tamborileo de dedos que el desconocido hace contra el cartel publicitario. "… ¿Y tú?".
"Mi mente toma un descanso" Keiji sigue ojeando página por página sin realmente leer.
"¿Cómo lo haces?".
Keiji para de perder el tiempo tonteando con el libro y sus páginas amarillentas. Filosofar como Sócrates lo traen mal los días de verano. Que le den a ese desconocido yonqui por obligarlo a pensar.
"… Yo también sigo buscando la respuesta" Nuevamente quedan en silencio, parece que a los dos se les da bien filosofar y fundirse los sesos en pleno verano. "Solo sé que Sócrates sabe más de lo que yo no sé" Keiji piensa chasqueando la lengua.
Los trenes siguen pasando, las luces de las líneas cambian de color y la voz del comunicador se extiende hasta perderse entre la barahúnda de la estación. Hablar con el desconocido lo hace sentir nadando en una frecuencia de ruido blanco, en un confesionario tras una publicidad de ramen que los oculta como una ventanilla de celosía.
"Me gusta venir aquí a encontrar la respuesta. Siempre aclara mi mente".
"Un lugar favorito… Ya veo" El desconocido sigue tamborileando los dedos, parece reproducir la tonada de la canción que le causa mucha nostalgia a Keiji y a la que no halla nombre aún. "Yo tengo un parque cerca de casa".
"Es un buen lugar. Es más tranquilo" Keiji opina. Se cuestiona por qué su lugar favorito no es un parque, como Tonogayato. Tal vez necesita más ruido en su vida de lo que creyó. Un ruido armonioso que guíe sus pensamientos o los sobrepase hasta olvidar su abrumamiento interno.
"Sí" Aunque esté de espaldas y no lo vea del todo, Keiji puede imaginar la silueta del desconocido asentir en afirmación.
Las bombillas y plafones se encienden. El andén se pintoja de sepia. Keiji cree que el tiempo ha pasado demasiado rápido.
"Ya es tarde. Si no vas a casa temprano preocuparás a alguien" Barajea Keiji guardando su libro en el bolso sobre su regazo.
"No lo creo. Mi familia debe estar preocupada en sus propios asuntos".
Así que se encontró con un depre yonqui, dos palabras perfectas para un estereotipo en común de mezcla homogénea. Keiji revuelve sus cabellos con una mano, pensante.
"Yo ya me tengo que ir, pero te deseo suerte" Vaya animador que es. "Las noches son peligrosas hasta para un yonqui" Keiji se cruza la bandolera y se pone de pie. "Adiós".
"Adiós" Simple y escueto.
No está en tu forma de abrazarme
No está en tu forma de decir que te importa
No está en tu forma de tratar a mis amigos
La canción vuelve a ser reproducida tras un efímero adiós de entre millones de despedidas pasajeras que revolotean entre el sin parar del tiempo. Un hola y adiós al mundo.
No está en la forma en que te quedaste hasta el final
No está en la forma en que te ves ni en las cosas que dices que harás
Tiene un buen sabor de boca, le ha hecho bien hablar con un desconocido, sin planificaciones, improvisado y sin vínculos de por medio. Antes de abandonar el cobertizo de espera, Keiji gira sobre sus pies y observa el reciente tren deteniéndose en su respectiva vía. Logra observar la espalda de la última persona embarcando el transporte. Ya no hay nadie tras el banquillo húmedo y mohoso.
Mantenga la calma
El amor ni siempre llega a tiempo, oh, oh, oh
Mantenga la calma
El amor ni siempre llega a tiempo, oh, oh, oh
Por alguna extrañeza empática y humanista, se siente aliviado.
...
[1] En Japón existen dos principales opciones para atender a los niños menores de seis años: los Youchien (jardines de niños) y los Hoikuen (escuelas infantiles). La diferencia es que en la primera se ingresa desde los tres años con el fin de educar y preparar a los niños para la primaria; en cambio, el hoikuen está destinado para solo cuidar niños desde los cero años, pero, eso sí, debes tener una buena excusa para dejar a tu hijo al cuidado de estas escuelas ya sea por trabajo o alguna otra situación.
[2] Zenón de Citio es un filósofo fundador del estoicismo. Los estoicos pensaban que no se puede controlar lo que pasa a nuestro alrededor, pero sí podemos controlar lo que pensamos sobre estos eventos. Su doctrina filosófica estaba basada en el dominio y autocontrol sobre los hechos, cosas y pasiones que perturban la vida, valiéndose de la valentía y la razón del carácter personal. Como seres racionales, su objetivo era alcanzar, junto a la tolerancia y autocontrol, la eudaimonía (felicidad o bienaventuranza) y la sabiduría en aceptar el momento tal como se presenta, al no dejarse dominar por el deseo de placer o por el miedo al dolor, por usar la mente para comprender el mundo y tratar a los demás de manera justa y equitativa.
[3] Zenón de Elea fue otro filósofo griego nacido en Elea (no me digas). Muy conocido por sus intrincadas paradojas que te revuelven las neuronas y te dejan más lelo que antes. No voy a entrar en detalles sobre su discusión de la pluralidad de entes, el movimiento y la paradoja de Aquiles y la tortuga que me dejó con los sesos volados igual que Dark en su temporada final. La cosa es que para Zenón el ser tiene que ser homogéneo, único y, en consecuencia, que el espacio no está formado por elementos discontinuos sino que el o entero es una única unidad. Va contra la pluralidad, el espacio, la realidad del movimiento y el transcurrir del tiempo. Todo es una infinidad que converge en un cero, ¡fua!.
[4] J-Wave, fundada en 1998, es una estación de radio con sede en Tokio, Japón, que transmite desde el Skytree de Tokio para toda la región de Kanto. J-Wave está dedicada principalmente a la música, cubriendo una amplia gama de formatos. La estación es considerada la más popular entre las emisoras de FM en Tokio.
[5] En pocas palabras el kotatsu es una mesa chata de madera cubierta desde los bordes por una cobija grande y pesada. Cuenta con un calefactor apuntando hacia la zona de las piernas para proporcionar calor y relajación. Para mí es una mesa-cama que hubiera deseado tener en mis días de colegio, aunque ahora también la necesito más que el oxígeno. Una pieza de mobiliario esencial para sobrellevar cómodamente los fríos días del gélido invierno de Japón.
[6] El walkman es un reproductor de audio estéreo portátil que fue lanzado al mercado en 1979 por la compañía japonesa Sony, y que tuvo un gran éxito en los años ochenta. Qué tiempos aquellos. Recuerdo que mi tía tenía uno y me lo regaló cuando mis dientes de leche apenas caían. Y yo, como toda cría, lo terminé perdiendo. Desearía saber qué fue de él...
[7] Umbrella, de Taro Yashima, es un libro bellamente ilustrado para niños publicado en 1958 y reimpreso en 1977. "Trata de Momo, que en su tercer cumpleaños recibe de obsequio un paraguas y botas de goma rojas. Ella está ansiosa por utilizarlos, pero el clima no hace más que solo solear o hacer vientos fuertes. Su mamá le dice que no puede usar el paraguas aún porque puede disfrutar mejor de la luz del sol sin el paraguas, o el paraguas puede salir volando si lo usa en un día ventoso. Después del tedioso tiempo de espera, finalmente llueve y Momo no espera a lavarse la cara, corre de frente a ponerse sus botas de goma y usar su paraguas. Ese día es mágico porque por primera vez escucha la asombrosa melodía de las gotas de lluvia contra el paraguas. Ella siempre olvida sus guantes o chalina en la guardería, pero ese día no olvida su paraguas cuando su padre la recoge para llevarla a casa. Ahora Momo es grande y esta es una historia que no recuerda en absoluto. Recuerda o no, no solo fue el primer día en su vida que usó un paraguas, fue también el primer día en su vida que caminó sola sin las manos de su madre o padre". Yo lloré, porque pensé que los padres habían quedado tiesos jskajskaj. Pero no, tranquilos. La historia trata sobre la paciencia y la independencia, nada más que eso. Les recomiendo leerlo, es muy bonito. ¡Amo los dibujos! ¿Ya dije que amo sus dibujos? Pueden leerlo en YouTube, solo pongan el título y el autor y ya la tendrán disponible.
[8] El engawa es como una pasarela o pasillo de madera que rodea toda la casa de una vivienda tradicional japonesa. Es un espacio semicubierto conectado con las ventanas y puertas corredizas. Es característico de los minkas, casas de campo japonesas construidas de manera tradicional con bambú, tierra y paja.
