Advertencias: corta descripción de escenas sexuales (+18). Leve mención de violencia y suicidio.
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Temari había ido preparada al bosque, por los cambios de la luna podría aún saber cuánto tiempo había pasado, no obstante sentía que había pasado una eternidad.
Era simplemente una prisionera ahora, sólo una criatura a merced de otra, de una figura de sombras.
De una diosa, como había dicho días antes.
Temari ya lo sabía todo mejor, la bestia habiéndole revelado mejor qué era, o al menos lo que la figura de sombras consideraba que era: una deidad que había esperado mucho tiempo por ser amada, tanto que ahora sólo tenía odio en su corazón. Había existido por mucho tiempo, desde tiempos en que sólo existieron nómadas en las áridas tierras que ahora eran Suna, dueña del territorio que Temari misma pisaba ahora, antes lleno de color verde y no de la oscura tierra de lodo.
Poco tiempo después de eso fue la época del Gran Conquistador, y Temari reconocía la leyenda porque también estaba en los libros de Suna, también había sido contado de generación en generación a lo largo de muchos años. Lo tenía también muy presente porque Matsuri había estado más que interesada en su lectura durante los pocos tiempos libres que tuvieron dentro del Palacio en Konoha.
La diosa también le había hablado de aquel Gran Conquistador:
«Tiempo atrás, mucho antes de los primeros antecesores de los que aún llevas su sangre en tus venas, ese "imperio" desde el cual has venido y tu reino, fueron uno solo; y todo ese mar que los rodea no era la inmensidad a la que le temen ahora. Y mis tierras que los separan sólo eran otra extensión bajo un mismo dominio. Lo que has caminado antes no se compara con las montañas gobernadas, paraísos y desiertos que nunca has visto en tu vida… Lo que ahora llaman "imperio" no es comparable a lo que existía gracias a mí. Habría tomado décadas trazar un mapa aproximado de la forma en que pretendiste hacerlo con mi bosque. Y había alguien mejor que ese inservible rey de Konoha ahora. El más heroico de los grandes conquistadores que ha existido, todo gracias a mí, todo porque sentía su amor por mí en cada templo erigido a mi nombre. Muchos lo consideraban a él también un dios y sólo yo sé que podría haberlo conseguido. No puedes cerrar los ojos e imaginarte los límites de lo que fue su imperio ¡porque tenía mi favor!»
Pero entonces, también en palabras de la diosa, los mortales la habían dejado de adorar: el Gran Conquistador había dejado de existir a pesar de que en los cuentos se relatara que había sido un inmortal humano, y ante su muerte todos quisieron luchar por un pedazo de tierra en lugar de seguir sus enseñanzas, sus creencias y mantener el gran imperio. En ese entonces la mayoría prefirió la avaricia y terminaron por darle la bienvenida a otro tipo de dioses terrenales, a mejores figuras a las cuales idolatrar: oro, dinero, venganzas, poder.
Así, la diosa cada vez recibió menos visitas, y en cada visita que recibió había caído en cuenta que no era por ella como tal sino por los favores que podían obtenerse de sus poderes; así, cada vez que venía un nuevo mal llamado líder no volvía jamás a ella luego del oro o el poder que ganaba. Los importantes hombres no cumplían sus promesas, o no todas las promesas que le hacían. ¿Todos esos cuerpos que ahora estaban bajo sus dominios? La diosa podía hacerlos revivir con el chasquido de sus dedos (o es lo que prometía). ¿Volverse más inteligente, más fuerte, más importante? Sólo bastaba, como con cualquier otro dios, ofrecerle a ella algo a cambio, sacrificar algo. No obstante los humanos a su alrededor empezaron a dejar de venir, habían empezado incluso a temerle como a un demonio.
Y no había importado si otros morían de sed o que los frutos no crecieran porque para importantes hombres sólo había sido necesario ganar un dominio bajo su apellido; a nadie más le importó que sólo podría haber sido suficiente levantar los ojos y pedírselo a una diosa.
Temari por su parte entendió en lo que la figura de sombras se había realmente convertido: más que una diosa —como aquellos benevolentes seres divinos retratados en libros y pergaminos– parecía ser una rencorosa araña esperando por cualquier criatura en su bosque a la cual atrapar, y entonces decidir si sólo sería carne a la cual consumir o si eran lo suficientemente dóciles o interesantes para jugar con ellos.
«Ves ceniza, pero este bosque está más vivo que otros corazones. Cada pisada en el suelo es percibida por mí, nadie entra ni sale sin que yo lo sepa» también le había dicho la diosa a Temari. Había sido, en realidad, lo último que le había escuchado decir.
Por ahora la prisionera del bosque decía en voz alta preguntas que pudiesen llamarle la atención a su captora, otras veces sólo se quedaba murmurando acerca de imperios y sacrificios hasta que el sueño por fin llegara a ella.
Hoy había intentado cazar malsanas aves mientras vociferaba más preguntas.
—¿Por qué desperdiciar a alguien como Kankurō no Sabaku, anterior príncipe del Reino de Suna? —preguntó esta vez a la nada—. Mi hermano…
—Hm —interrumpió la voz de la diosa, quizá de nuevo mostrando su presencia sólo por capricho—. Era demasiado ruidoso, princesa.
Temari apretó fuertemente su quijada, su cuerpo ahora condicionado a temblar cada vez que escuchaba su sombrío tono, pero se forzó a seguir hablando, era de todas formas lo que había esperado por días:
—Si realmente hago lo que pide, ¿podría entonces revivirlo? ¿A mi hermano? —Por supuesto que no, pensó de inmediato Temari. O quizá sólo sería algo con el aspecto de su hermano pero nada más, no sería él. Aún así, cuanto más pudiera hacer hablar a la diosa y saber de ella, mejores herramientas tendría Temari cuando saliera de allí.
—Sólo si me das tu vida a cambio. No te atreverías a pedirme algo sin sacrificio, ¿no es verdad? —La voz entonces se tornó de nuevo a una más terrenal, menos lúgubre. Temari no la pudo reconocer pero probablemente pertenecía a una de las tantas almas que había perecido en ese bosque—. Pero ya te he dicho lo que espero de ti, y sólo podrás aceptarlo: ser mi mensajera a cambio del cuerpo de ese hombre de Suna que tanto te preocupa. Claro, si aún no mueres antes de la luna que aún falta por venir y su primera nevada.
Antes de que Temari pudiese seguir sintiendo su sombras y dijera otra pregunta, volvió a sentir que se quedaba sola en medio de un bosque oscuro.
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De nuevo, Hinata no había podido verlo en todas las visitas que Sasuke había hecho durante las lunas llenas o nuevas. Por eso, cuando escuchó en medio del silencio la entrada oculta abrirse y tan pronto el cuerpo de él fue percibido en medio de la poca luz en su habitación —sólo una vela y la luna como fuentes de brillo—, Hinata no pudo hacer más que lanzarse a sus brazos.
Sasuke la besó sin ceremonia, sin espera, sus fuertes brazos agarrándose de la cintura de su esposa y la guiaron hasta la cama, el único lugar en donde habían estado juntos todas las últimas veces, demasiado pocas para ambos, sus encuentros demasiados lejanos para lo insaciables que parecían ser cada vez más con el otro.
Las manos de Sasuke bajaron entonces por su delicado vestido, metiéndose bajo éste hasta que sus pulgares presionaron sobre las elevaciones de la cadera de ella, y con no poco desespero obligó a Hinata a caer sobre la cama con él.
En ambos cuerpos recorrió una placentera onda de choque mientras una mano de él por fin se deslizó entre las piernas de ella, todavía besándola en medio de inhalaciones temblorosas por parte de ella, sofocantes por parte de él.
—Sasuke —interrumpió por un momento Hinata el beso, su caja torácica subiendo y elevándose sólo por la presencia de él entre sus piernas y las sensaciones que de nuevo obtendría de él, las que había extrañado tanto.
—Estoy aquí —murmuró él sólo disminuyendo por un segundo el ritmo para depositar un beso en la frente de ella, para volver a asegurarle lo real que era su presencia ahí.
Así, presionando su cuerpo más al de Hinata, escuchó un gemido de ella, suave y quieto y que intentaba que sólo él pudiera escuchar. Las piernas de ella entonces se flexionaron instintivamente, rodeándolo y presionando las caderas de Sasuke hacia ella.
—Lo siento —dijo él pegado a su boca, una suave disculpa a medida que entró en ella sin espera alguna.
—E-está bien —respondió también contra los labios contrarios, sus manos extendiéndose hasta rodear el cuello de él y pegarlo lo más posible a ella, casi acurrucados uno contra el otro mientras Sasuke daba lentos golpes en sus vaivenes, esta vez nada de besos escandalosos, llenos de frustración o afán. Esta vez los movimientos de Sasuke fueron suaves y tiernos, casi como adorándola.
Siguieron así aún cuando la vena palpitante de la erección de Sasuke estaba más que lista para entra y salir del otro cuerpo en un ritmo más vicioso; aún cuando los endurecidos pezones de Hinata clamaban por toques más atrevidos.
Estaba bien porque podían ser cariñoso como ahora y aún así sentir lo apretada que ella estaba, los jadeos estrangulados de sus labios, a sus estómagos tensarse y sentirse ser arrastrado por un borde hasta el precipicio más placentero.
Aún así no bastó mucho para Sasuke hundirse en ella de lleno, ganándose más suaves gemidos abandonando el interior de ella. Así, con el paso de los minutos la visión de ambos revoloteó por los bordes húmedos de sus ojos hasta convertirse en manchas blancas, el semen de Sasuke inundando el interior de Hinata en olas anhelantes.
Se quedaron abrazados por un largo tiempo.
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Ambos sabían cómo empezaba la historia. Una leyenda que se susurró mucho tiempo antes que la de sus abuelos, cuando las paredes del Palacio aún no habían sido del todo construídas, incluso antes de la llegada de los Hyūga a Konoha, antes de que el verde y bendecido territorio en el que vivían ahora hubiese sido sólo una aldea con una población muy reducida bajo el lejano mando de otros hombres de los que sólo los pueblerinos conocieron a través de retratos pintados y de las bocas de otros.
Hinata y Sasuke conocían la leyenda del Gran Conquistador, había existido antes de los cuentos que engendraban miedos en adultos o que se usaban para asustar a los niños. Antes de los murmullos hechos sobre el Bosque Oscuro.
La historia de tal figura histórica había sido a veces contada como un cuento de hadas, una herramienta últil para las madres campesinas que pronunciaban a los niños más pequeños antes de que cerraran los ojos para dormir. Otras veces era un mito que algún borracho en su mente recordaba y murmuraba entre sorbos de barato alcohol a otros como él. En festividades a veces se cantaba en cortos versos y en ocasiones era una historia plasmada en libros a los que sólo los nobles y personas nacidas en altas esferas de ese imperio podían acceder y leer.
El pequeño libro que Sasuke le había llevado a Shikamaru superficialmente no era más que eso, la historia del Gran Conquistador plasmada en finas hojas, narrado en sus aventuras y en una simplificación de su vida: nació en un antiguo reino junto a un río abundante y reluciente, creció formidable, cabalgó con fieles compañeros y construyó el más grande imperio que cualquier pudiese señalar.
El pequeño libro, sin embargo, no había sido sólo eso para Shikamaru.
—¿Qué… quieres decir? —preguntó Hinata recostada al lado de Sasuke.
—Deberías haber visto su rostro, como si acaso hubiese visto un fantasma. Luego murmuró acerca de cuánto había estado buscando, sin levantar sospechas, una edición exacta del libro.
Hinata entonces elevó su desnudo torso para observar mejor a Sasuke a su lado.
—¿Por qué? No tiene sentido.
Él simplemente optó por también incorporarse hasta acercarse a ella y darle un corto beso.
«Ella no necesita saberlo, Sasuke» le había casi advertido Shikamaru. Quizá haría que su cabeza se llenara de información innecesaria, quizá incluso sin relación con la propia Konoha.
Aún así Sasuke no sentía poder mantener más secretos, por mínimos que fueran, a Hinata.
Volvió a reposar su cabeza sobre la suavidad bajo él.
—Tomó un tiempo, pero Shikamaru pudo descifrar en su mayoría lo que las palabras escritas a manos en el libro se referían. ¿Recuerdas que en la versión del libro el Gran Conquistador se casa con una princesa de pelo rojo como el fuego ardiente? —Hinata lentamente asintió, su ceño un poco arrugado ante la inusitada pregunta—. Lo escrito en los bordes del libro o casi superpuesto sobre algunos texto, es una versión diferente de la historia. Si bien el… protagonista nace en un buen reino antiguo, crece fuerte e inteligente, y sale de sus tierras para conquistar otras, quien fuera que escribió encima de las hojas del libro relata que no fue por deseo de expandir su territorio, imponer su nombre y buscar riqueza, sino que la gente de su reino, aunque por un tiempo vivieron felices y sus vidas fueron buenas, durante los años jóvenes del nuevo rey, Hashirama, se extendió la enfermedad entre ellos y su poca labor sobre la tierra hizo que cada cosecha esperanzadora se pudriera antes de tiempo. Por esa razón el rey salió, no por los aventureros relatos que dice el libro oficialmente, sino por real necesidad, por buscar ayuda, quizá de algún mago u otros reyes.
Sasuke silenció ahí sus palabras, buscando la mirada de Hinata en medio de la noche oscura, sus ojos claros ya fijos en él.
—¿Entonces eso es lo que piensa las personas en Suna sobre el origen del Gran Conquistador?
—Puede que tengan más de una versión de su leyenda, lo curioso es que alguien haya sentido la necesidad de hacer la comparación con lo que se nos es contado en Konoha desde niños.
—¿Crees…? —Hinata frunció aún más su ceño antes de seguir con lo que tenía en mente—. ¿Crees que fue Lady Temari la interesada en hacerlo?
Sasuke soltó un pesado suspiro consciente de que ese era otro secreto fuera del rango de Hinata: un probable y misterioso interés de Suna en Konoha.
—No sabemos —se limitó entonces él a decir, luego frunció su ceño antes de sus siguientes palabras—: Pero espero que no la volvamos a ver.
Así, antes de que Hinata lo reprimiera por su ruda expresión, Sasuke extendió sus brazos hasta hacerla caer sobre su pecho, luego sólo sonrió de lado recordando más de lo que le había dicho Shikamaru, en su voz tratando de sonar lo más sereno posible para no generar más preocupaciones en Hinata.
—¿Quieres saber qué más dice de diferente? —Sólo sintió el asentir de la cabeza de ella—. Dice que llegó a oídos del rey que existía un lugar que cumplía deseos, así que tomó a su caballo y varios de sus hombres y se dirigió allí. Al parecer lo que se encontró fue un demonio, tan viejo como la misma tierra a donde el rey llegó, que había surgido a su superficie ansiando por algo. El demonio se autoproclamó como una diosa, y la falsa diosa le otorgó al rey el poder de nunca ser herido. Nunca nadie lo heriría. Así, se convirtió en el Gran Conquistador, colonizó otros lugares y su reino natal recibió todos los alimentos y medicina que necesitaba. Con el poder otorgado, El Gran Conquistador nunca tuvo una herida de batalla y nunca nadie tuvo éxito en hacerle daño y destronarlo.
—¿Como un… inmortal? —Hinata susurró, la simple palabra pareciéndole herejía dicha de sus propios labios.
—Sí, sin embargo, eso resultó ser un castigo. Se veía venir, ¿no crees? Porque el poder de cualquier falso dios, cuya real naturaleza es la de un demonio, no podría ser cosa diferente a la de una maldición.
Hinata rodeó a Sasuke con sus brazos, pegándose a él en un abrazo firme y ubicando su frente contra el fuerte pecho de él.
Sasuke acarició levemente los oscuros azulados cabellos.
—Es mejor que me detenga aquí —dijo él, aún así Hinata giró su cabeza de lado a lado silenciosamente afirmándole que siguiera—. Bueno… El Gran Conquistador, dicen las notas en el libro, murió a manos de él mismo.
Hinata entonces elevó su cabeza, de nuevo el ceño fruncido en sus bonitas facciones.
La mención de ello por parte de Shikamaru también le había sorprendido a Sasuke. De niño se le había sido contado una historia feliz; que el hombre se hubiese suicidado era completamente opuesto a lo que su madre Mikoto le había relatado y lo que desde luego se le había dicho a Hinata de niña.
—«Nadie más te puede hacer daño» es lo que le había prometido el falso dios. Por tanto, sólo él mismo podía hacerse daño.
—¿Por qué…? ¿Por qué lo hizo?
—Porque el Gran Conquistador no podía ser realmente amado, porque el amor a veces hiere. Así como nunca tuvo una herida en batalla, para que nadie quebrara su corazón, nadie nunca se enamorarían realmente de él. Tampoco podría tener descendencia, porque ver sufrir a sus hijos lo haría sufrir a él también, lo lastimaría.
—Qué… desdichada vida —comentó Hinata con suavidad—. ¿Para qué todas esa tierras, castillos, oro y personas conquistadas si cada día se… se sentía menos amado?
Sasuke le regresó una triste mirada.
—Tienes razón; incluso aunque volvió a la falsa diosa y ésta le refutó que podía tener a cualquier mujer que deseara, el Gran Conquistador estaba consciente de que ninguna de ellas lo amaría.
—Yo- Yo… —Hinata cerró por un momento sus ojos pero los volvió a abrir incluso aunque sentía un peso dentro de sus garganta. Volvió a mirar fijo a Sasuke, a sus curiosos ojos ahora en ella. El rostro de él y su suave expresión ahora fueron entonces suficientes para ella—: Sasuke, yo nunca voy a dejar de amarte.
Era desde luego la primera vez que uno de los dos pronunciaba que amaba al otro, que lo confesaba. Nada de expresiones o gestos indirectos.
Hinata sintió la rigidez en él y estuvo a punto de ocultar su rostro de la oscura mirada, sin embargo Sasuke salió pronto de su estupor, ambas de sus manos tomando el rostro de Hinata en ellas.
—Te juro que te amaré siempre —afirmó él también antes de besarla.
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Contrario al capítulo anterior, no estoy tan segura de este y además he entrado a un bloqueo de escritor con la historia. Este capítulo pude entregarlo porque ya tenía avances, pero ahora cada vez que abro una página para seguir con D&D termino escribiendo sobre otra cosa o mi atención se va por otros lados.
Desde luego voy a seguir, simplemente no prometo más actualizaciones regulares del fic en lo que queda del año. (Pero esto puede cambiar.)
De todas formas mil gracias por leer!
