Historia de la semana en #Escrito_Activo_Semanal. Esta vez de profesiones u oficios y qué puedo decir, adoro imaginarme a Inuyasha con traje de bombero.

Nota: Los personajes son de la grandiosa mangaka Rumiko Takahashi. La historia es un pedacito de mi inspiración que quise compartir con ustedes.

¿Saben esas ocasiones en las que queremos tanto a nuestros amigos de toda la vida que los queremos abrazar tan fuerte que los ahoguemos y mientras piden clemencia y perdón por su vida reírnos maquiavélicamente mientras disfrutamos de su sufrimiento?

Pues así se sentía Inuyasha cada uno de los días de su vida. Todo lo que deseaba era asesinar lo más dolorosa y cruelmente posible a su amigo Miroku, quien lo había convencido en un momento de debilidad (borrachera extrema) de esos en los que los amigos son los mayores responsables de que lo mejor que podía hacer con su herencia demoniaca era convertirse en bombero.

No era que no quisiera salvar vidas, en realidad esa era la mejor parte del trabajo, pero ocultar sus habilidades, por no hablar de algunos rasgos únicos de su aspecto se hacía cada día más difícil.

Sin embargo, a veces ocurren algunas cosas que nos hacen replanteárnoslo todo y agradecer la intervención "divina" de esos amigos. Y el día que la conoció fue una de esas veces.

A partir de ese momento nunca más dudaría de su amigo. Sí, estaban de hollín y cenizas hasta las cejas y llevaban varias horas apagando un incendio en un edificio de apartamentos que se había resistido y además invadido cuatro de los apartamentos. Pero entre las personas que consiguieron huir de él se encontraba un ángel, la mujer a la que él se iba a asegurar de conquistar sí o sí.

Eso del amor a primera vista había sido una tontería en su criterio hasta el momento en el que la vio salir ayudando a un niño pequeño que bien podía ser su hermano y a un anciano. Pero lo que lo convenció por completo fue ver que ante los gritos desesperados de una madre porque su hijo había entrado al edificio en llamas, la joven entró sin siquiera pensárselo y buscó al niño.

Que casualmente hubiese sido él quien apreció toda la escena y quien entró tras ella era un golpe del llamado destino del que Inuyasha nunca más dudaría. Que la ayudara a salir y que ella le sonriera agradecida ella toda la recompensa que necesitaba.

Que ella le comentara que su apartamento no había sufrido daños o al menos no debía haberlo hecho porque estaba dos plantas más abajo de aquel en el que el incendio había iniciado era una suerte que él, de seguro, no juzgaría.

Que ella luciera en su hermosa piel una fea quemadura fue algo que lo enojó a sobremanera.

Que la novia de su mejor amigo estuviese de guardia en el hospital ese día era una casualidad de la que no iba a quejarse.

Pero, por sobre todas las cosas, que su ángel antes de dirigirse al hospital le regalara una sonrisa era todo lo que su alma necesitaba.

Kagome… nunca un nombre había estado tan acertado.

Y nunca habría una profesión mejor escogida que la suya.