Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.
Universo Lovecraft-Park
Karen, en las Tierras del Sueño
III. Viaje a Celephaïs
La primera vez que Karen vio los puertos majestuosos de la gran ciudad de Celephaïs, se maravilló de una forma que antes de eso no creía posible.
Las casas de mármol blanco, las galeras de remos y los veleros que llegaban y salían de sus puertos cargados con toda clase de riquezas. Las naves que llegaban navegando los mares etéreos del sueño, y aquellas que descendían flotando desde islas fantásticas que se hallaban suspendidas entre las nubes. Estas últimas eran las que más le llamaban la atención, pues le recordaban aquella legendaria tierra flotante de los Viajes de Gulliver: la ciudad de Laputa, en donde diversos eruditos estudiaban todas las ciencias existentes…
Pero las Tierras del Sueño eran distintas. Este mundo estaba formado por los sueños de las personas. El profesor Carter le había hablado tiempo atrás de los viajes que él mismo solía hacer en su juventud. Le contaba las historias de gules, galeras y ciudades que estaban más allá de las tierras que ella había conocido hasta ese momento.
Disfrutaba de aquellos relatos, no obstante, Karen no podía evitar sentir que había cosas que Carter ocultaba. Sus historias siempre eran magníficas, asombrosas y maravillosas; sin embargo, en el trasfondo, había un deje de oscuridad que parecía ser imposible de eliminar de las palabras, por más que el profesor lo intentaba.
Aun así, cuando Karen se sumergía en las profundidades de las Tierras del Sueño por propia voluntad, olvidaba aquellos hechos siniestros y se perdía entre las sensaciones de ensueño que le producían aquellos parajes de fantasía, sintiéndose una Alicia en el País de las Maravillas o viajando a otro mundo a través del espejo.
Y Celephaïs era por mucho la ciudad más fantástica de cuantas había conocido. Con sus mercados, sus puertos y las procesiones casi interminables de personas que subían por la calle principal, rumbo al templo de Nath-Horthath, al que, sin embargo, nunca se atrevió a entrar.
Aquel primer viaje lo pasó observando las joyas, pieles, vestidos, túnicas, animales exóticos y toda clase de artilugios que para quien venía del mundo vigil resultaban curiosos y llamativos; siempre lamentándose de no tener dinero para poder adquirir alguna de esas cosas. Estaba segura de que a Kenny le encantaría poder ver alguno de aquellos artículos exhibidos con orgullo por los vendedores.
Karen se divirtió mucho con todo esto, pero, lo que más llamó su atención, fue el imponente palacio de cuarzo rosa y ónice que parecía brillar con un esplendor distinto al del resto de la ciudad.
Recordaba haberlo visto por primera vez al subir a un mirador cerca del faro del puerto, que ofrecía una excelente panorámica de la ciudad. Si bien el templo de Nath-Horthath era majestuoso, aquel palacio, que se elevaba sobre una colina a menos de un kilómetro del anterior, le llamaba más la atención con sus torres y la cúpula negra que resplandecía bajo el sol. Se imaginó que una construcción como aquella debía estar rodeada de jardines con flores exóticas. Imaginó los maravillosos banquetes que sus habitantes debían celebrar, como si estuvieran en la antigua Roma.
—¿Qué es ese palacio? —preguntó al hombre que cuidaba del faro.
—Allí mora el rey Kuranes seis meses del año —respondió él—. Él es rey de las tierras de Ooth-Nargai.
Karen hubiera querido saber más sobre eso, pero entonces el sueño terminó y se encontró siendo zarandeada por su madre, riñéndole porque llegaría tarde a la escuela.
- ULP -
La segunda vez que Karen visitó Celephaïs no tuvo tiempo de admirar la ciudad. Su visita a las Tierras del Sueño esta vez correspondía a una misión demasiado importante como para posponerla y dejar que las mil maravillas que había en la capital de Ooth-Nargai la distrajeran. Abordó una galera en el puerto blanco y cruzó el mar etéreo para ir en busca de Ulthar, la ciudad en donde no se puede matar ningún gato. A pesar de eso, mientras la nave se alejaba del puerto al atardecer, no podía evitar contemplar la maravillosa ciudad que quedaba atrás.
- ULP -
La tercera vez que visitó el sitio, tenía ya doce años. Acababa de vivir una horrible experiencia en Leng unos días atrás, y se sintió aliviada cuando sus sueños le llevaron a aquella magnífica ciudad que sin duda le haría olvidar la mala experiencia sufrida antes.
Sin embargo, ese no era un día normal en Celephaïs. Se notaba un ambiente de fiesta. Las calles estaban adornadas con guirnaldas de flores aromáticas y la gente parecía vestir sus mejores ropas; mientras reían y bailaban al son de rítmicas melodías, que en cierta forma le hacían pensar en el lejano oriente, tocadas por músicos en los quioscos de las plazas. La procesión en la calle principal era más numerosa que las observadas comúnmente.
Karen no tardó en enterarse de que muchas personas de todo Ooth-Nargai habían acudido a celebrar el Día de la Fundación del reino, y que esa procesión era para agradecer a los Dioses Arquetípicos, quienes desde tiempos inmemoriales habían bendecido a la ciudad con la paz y la abundancia de riquezas.
—Esta misma noche —dijo el mismo anciano que cuatro años terrestres atrás le había indicado donde abordar un barco con destino a Ulthar— el mismo rey Kurares bajara a celebrar con su pueblo. Se ha dicho que otros grandes soñadores vendrán también.
—¿Otros soñadores? —preguntó Karen—. ¿Acaso el rey viene del mundo de la vigilia?
Era algo que ya había escuchado, pero desconocía los detalles que, quizá, solo los nativos de esa majestuosa ciudad podrían conocer.
El anciano la estudió con cuidado.
—Eso es lo que se dice —respondió finalmente—. Se dice que, en otra vida, el rey Kuranes vivió en un mundo que está más allá de los sueños, y él soñó esta ciudad. Los más viejos, puesto que en Celephaïs todo parece ser inmortal, ya que su gente vive miles de vidas humanas, aseguran que el rey fue visto por primera vez siendo un niño, quizá no más grande que tú, mientras paseaba por las calles observando todo con aquel brillo especial que solamente la mirada de un chiquillo puede transmitir.
El hombre soltó un suspiro, quizá debido a que la siguiente parte de la historia era triste.
—Pero un día, él ya no volvió. Desapareció durante milenios, y su figura parecía estar destinada a ser solo un recuerdo entre aquellos que habían habitado la maravillosa ciudad en aquellos primeros días luego de que fuera soñada.
»Pasados los milenios, Kuranes volvió. Ya era un hombre mayor, y el mismo rey salió a recibirlo. Se cuenta que habló entonces de cómo había recorrido todas las Tierras del Sueño en busca de una forma de volver a Celephaïs, pero parecía que los Dioses del Sueño no querían que retornara, puesto que le costó mucho trabajo. Cuando finalmente volvió, ya nunca se marchó. Fue nombrado príncipe, y con el tiempo sucedió al rey en el trono.
Karen decidió ir a la plaza principal para observar a la gente bailando. Se sentía realmente extraña. Mientras ella vestía desgastadas ropas modernas obtenidas del ejército de salvación, toda la gente de esa ciudad llevaba vaporosas vestimentas de fiesta. Sentía que resaltaba demasiado de manera negativa entre ese mar de gente feliz que celebraba la fundación de su nación.
—¿Karen?
La anciana voz del profesor Carter se alzó por encima de la música, y la chiquilla se volvió para ver al alto, delgado y siempre elegante profesor caminando hacia ella, abriéndose paso entre la multitud.
—Profesor Carter —saludó ella una vez que el hombre llegó hasta donde estaba, con una ligera inclinación de cabeza.
—Has crecido mucho —dijo el hombre mientras le revolvía el cabello en un gesto cariñoso.
Carter le invitó a comer en una de las grandes mesas que se habían dispuesto para los banquetes. Hablaron sobre Celephaïs y la gran celebración que estaba viviendo en ese día la ciudad. Él le confirmó detalles sobre el Rey Kuranes y le contó algunas otras anécdotas. Le habló de los tiempos de antes, en los que el rey respondía a otro nombre, un nombre inglés, cuando escribía narraciones fantásticas de sus viajes por las Tierras del Sueño y las publicaba en aquellas viejas revistas pulp tan populares en los años de entreguerras.
Se habían conocido, dijo Carter, en la ciudad de Boston durante una reunión organizada por la asociación de escritores independientes. En aquellos días, Carter había publicado un libro de «cuentos» titulado Viajes por las Tierras del Sueño, que a Kuranes, siendo un gran soñador por sí mismo, le llamó mucho la atención.
Recordó haber pasado horas, luego de la reunión, en una taberna con reminiscencias de las épocas coloniales, hablando sobre los viajes a aquellas maravillosas tierras. Kuranes entonces le contó sobre Celephaïs: la majestuosa ciudad que había soñado en su infancia. Cuestionó a Carter si sabía cómo llegar, puesto que llevaba poco más de una década intentando encontrar el camino de regreso. Carter le había respondido diciéndole que en los grandes puertos del mar etéreo era posible abordar los barcos que iban a descargar sus riquezas en la magnífica ciudad.
Durante los siguientes años, ambos habían mantenido contacto mediante cartas. Hasta que un día Kuranes no respondió más. Tiempo después, Carter se había enterado de su muerte. Se decía que había caído en un estado de locura inducido por el alcohol y las drogas, y finalmente se había despeñado en un acantilado cercano a Innsmouth, un viejo pueblo de Inglaterra, en cuyo honor cierto puerto embrujado de Massachusetts había sido nombrado.
El profesor lamentó su muerte, y no sería hasta tiempo después que se reencontrará con Kuranes, ahora convertido en rey de su soñada ciudad, en las Tierras del Sueño.
—Algunas veces —explicó a Karen al terminar su relato—, el llamado que las Tierras de Sueño hacen de los soñadores es tan fuerte que, al morir sus cuerpos del mundo vigil, sus almas son arrastradas a este lugar. No encontrarás a ningún gran soñador en el Cielo o en el Infierno. Las Tierras del Sueño nos reclaman con más fuerza que estos dos últimos, que para nosotros podrían considerarse como algo inexistente.
Casi al anochecer, Karen contempló como una guardia de soldados llegaba a la plaza, mientras la gente se movía hacia las orillas para dejar paso a la procesión del rey.
El Rey Kuranes, un hombre alto, barbado y de cabellera entrecana, vestido con una lujosa túnica de bordados dorados, se presentó ante su pueblo. El rey agradeció a las personas por acudir a tan maravillosa noche de celebración y luego se dirigió al templo para orar y pedir prosperidad por los próximos mil años.
Retornó entonces a la plaza para la cena y, para sorpresa de Karen, se sentó en la misma mesa donde se encontraban ella y el profesor Carter. Ambos hombres se saludaron con efusión; y fue entonces que el Rey Kuranes reparó en aquella chiquilla de cabellera castaña que parecía resaltar tanto entre la multitud como el mismo Carter. Sabía reconocer, por las ropas y otros detalles, a aquellos que venían del mundo de la vigilia.
Carter la presentó a su amigo, y el rey pareció realmente maravillado de una soñadora de esa edad. Quiso saber entonces sobre sus viajes, cuántas de las Tierras del Sueño había visitado y sobre las aventuras que había vivido en cada uno de esos lugares fantásticos.
Karen contó al rey sobre sus primeras experiencias, cuando las Tierras del Sueño no eran más que un espejismo que veía en la bruma de sus sueños. Luego, de como el capricho de un dios le había dado finalmente el acceso a ese maravilloso mundo. Sobre aquellos primeros viajes en los que, temerosa y contemplativa, permanecía de pie simplemente observando la actividad de las ciudades y las mercancías exóticas que eran exhibidas en los mercados. Su viaje a Ulthar, su resolución de llevar a allí a su mascota amenazada para salvarle de aquellos que querían hacerle daño en el mundo vigil. No obstante, se guardó para sí sus viajes a Leng. Entendía que una noche de fiesta como aquella no podía ser manchada por tan terroríficas experiencias.
Karen abandonó con cierta reticencia la magnífica ciudad aquella noche y despertó en su cuarto con una cálida sonrisa.
- ULP -
El cuarto viaje a Celephaïs fue a causa de una invitación personal del Rey Kuranes. El mismo profesor Carter le había acompañado hasta el fantástico palacio de cuarzo rosa y ónice. El rey le había recibido con una recepción y le habló de como cuando niño había soñado aquella ciudad. Le contó también lo extraño que era que alguien tan joven llegara a ese mundo.
—En miles de años —dijo el rey—, todos los grandes soñadores que he conocido han sido jóvenes en sus veinte, o viejos que vienen a las Tierras del Sueño a morir cuando sienten que su tiempo en el mundo vigil llega a su final. Pocos, si no es que solo somos nosotros dos, llegan a este mundo antes de sus veinte años mortales.
Y en aquel maravilloso viaje, Kuranes le invistió con un traje de princesa que no era japonés. En aquella noche, a luz de la luna onírica, Karen se consagró como una verdadera princesa.
The Princess ya no era solo el apodo de la hermana menor y protegida del Hijo de Shub-Niggurath, sino el título de aquella soñadora que sucedería al rey Kuranes cuando su inevitable final definitivo se presentara.
