Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.
Universo Lovecraft-Park
Karen, en las Tierras del Sueño
IV. Viaje de regreso a Ulthar
Blackeye, el gatito de Karen, creció para convertirse en un enorme y maravilloso felino de un blanco increíblemente puro, salvo por el «antifaz» negro que cubría sus ojos.
A lo largo de la historia, los gatos de Ulthar han ido a la guerra contra sus enemigos, los gatos de Saturno, seres formados de materia cósmica de múltiples colores cuya forma física es muy similar a nuestros gatos terrestres, en muchas ocasiones. Esto debido a que estos terribles seres tienen un pacto de mutua protección con las abominables bestias lunares, criaturas con forma de sapo que son servidores de Nyarlathotep, el Caos Reptante, enemigo jurado de la diosa egipcia Bubastis: protectora de los gatos y uno de los Dioses Arquetípicos.
Blackeye había dirigido con éxito muchos de los asaltos contra estos terribles felinos del lejano Saturno, cuya cruel malicia les había hecho perder la protección de la diosa Arquetípica.
Karen se enteró de todo esto por la propia boca de su amigo, pues debe saberse que los grandes soñadores siempre son afines a los gatos y aprenden a hablar el idioma de los mismos. Por tal motivo, como todo soñador, la ahora adolescente era recibida muy bien en Ulthar, tanto por los gatos como por sus habitantes.
Cada vez que visitaba el pueblo, Blackeye y sus descendientes – pues el gato había tenido ya varias camadas y estos, a su vez, más hijos e hijas–, salían y le recibían con todos los honores. Y cuando ella fue coronada princesa de las lejanas tierras de Ooth-Nargai el mismo sacerdote de Bubastis abandonó su templo y, junto con el jefe del pueblo, ofreció un banquete en su nombre.
Atal, el sacerdote, era un hombre anciano y menudo; quien ya era viejo cuando el profesor Carter visitó Ulthar en su juventud, a comienzos del siglo XX.
El tiempo transcurre de manera muy diferente en la Tierra de los sueños. Y el siglo pasado, desde la primera visita de Carter a la ciudad, pesaba como un milenio sobre el anciano sacerdote. Tal era así que, en el último año terrestre, le fue imposible salir de la cama para atender a su distinguida invitada, la princesa Karen.
A diferencia de los Soñadores, cuyas almas iban a las Tierras del Sueño cuando llegaba la hora de su muerte en el Mundo Vigil, Atal había nacido y crecido en aquellas tierras fantásticas. ¿Adónde iría su alma después de su muerte? Se preguntaba Karen. ¿Dios lo dejaría entrar al Cielo? Después de todo, Atal no servía a Yahvé, servía a Bubastis quien, a pesar de ser una diosa Arquetípica, no tenía control sobre la vida y la muerte. ¿Y si fuera enviado al Infierno? Ella no quería pensar en tal posibilidad para tan amable anciano. Tal vez, supuso, podría convencer a Damien de interceder por él y ahorrarle la tortura en caso de ser así. Por alguna razón estaba segura de que de pedírselo ella el Anticristo la escucharía, fuera por temor a su hermano o por otra cosa.
Las últimas veces que Karen visitó Ulthar fue a verle en su lecho. El anciano había dicho que no era merecedor de tal honor. Que la princesa de Ooth-Nargai y protegida del sabio Rey Kuranes fuera a verle en su convalecencia. Así que la joven soñadora le confesó que lo veía a él como a un abuelo; lo que sin duda hizo muy feliz al hombre.
El sacerdote Atal tenía toda clase de historias que contar. Una vida tan larga como la suya basta y sobra para dar a un hombre una extensa selección de historias y lecciones que impartir a los jóvenes.
En sus visitas le habló de cuando era un niño, época en la que un grupo de misteriosos artistas viajeros y comerciantes visitó Ulthar, de cómo fue uno de los pocos que se atrevieron a visitar la granja de aquellos terribles ancianos que despreciaban a los gatos. Él había contemplado con horror sus esqueletos, y a su retorno al pueblo notó como los gatos se relamían. Estuvo presente cuando el jefe de la aldea y otros grandes hombres de su tiempo, entre ellos su padre, que era el posadero, habían celebrado una asamblea en la cual se decidió crear la ley que dio su fama a Ulthar: la ciudad en la cual no se puede matar a ningún gato.
Habló también de cuándo, siendo un joven aprendiz del gran sabio Barzai, había escalado con su maestro el pico de Hatheg-Kla en el cual se sabía los Grandes Dioses del País de los Sueños danzaban a la luz de la luna. Sin embargo, los dioses habían prohibido a los hombres ver sus danzas, por lo que la intromisión de su maestro no fue bien recibida. Esa noche, mientras la niebla le hizo perder el paso quedándose atrás, su maestro desapareció y nunca más fue visto. Casi trescientos años después, Carter retornó de su viaje a Kadath y le habló de lo que Nyarlathotep le había dicho en la sala del trono de su castillo de Ónice. El sabio Barzai había sido condenado por los Dioses Otros del Exterior, de quienes el Caos Reptante era el servidor, quienes no dudaron en entregarle a los poderosos e informes Dioses de la Corte de Azathoth, el Sultán de los Demonios, cuyo nombre verdadero jamás se atrevieron labios algunos a pronunciar.
Como esas, Atal tenía muchas historias buenas y malas que contar. Karen se entretenía pasando las horas junto a su lecho, escuchándole. Mientras, a lo lejos, Blackeye descansaba sobre una mullida alfombra al calor de la chimenea.
Sin embargo, cuando Karen atravesó el puente del río Skai en dirección a Ulthar aquel día, tras haber conocido al anciano por ya casi seis años del tiempo del Mundo de la Vigilia, después de que visitara Ulthar por primera vez, y dos años después de que Atal la recibiera con los honores que una princesa merecía, una sensación de tristeza parecía envolver el ambiente. El siempre alegre y maravilloso pueblo de Ulthar, con las casitas de techos de paja, sus granjas con cercas de madera pintadas de blanco y las construcciones de techos puntiagudos y chimeneas del centro, lucía sombrío y de luto. Mientras ella recorría las callejuelas de redondos guijarros, pudo notar como los gatos permanecían todos sentados con la mirada fija en el templo que dominaba el paisaje desde una colina, y alrededor del cual se erigían las casas de Ulthar.
Sintió como el corazón se le encogía, al tiempo que la melancolía envolvía su alma. Lo sabía: el sacerdote Atal ya no estaba en ese mundo. Una terrible corazonada, la cual se veía terriblemente confirmada por todas las cosas sombrías que pasaban a su alrededor. Avanzó por el pueblito, viendo cómo las personas abandonaban sus casas de pintorescas fachadas para dirigirse al templo.
Cuando sus pasos la llevaron a la pequeña explanada rodeada de hermosos jardines al final de la cual estaba la entrada del templo de Bubastis, escuchó los llantos de los aprendices y los habitantes del pueblo. Así fue como la triste verdad quedó confirmada.
Vio a lo lejos al profesor Carter, más anciano y acabado de lo que nunca le había visto, con el rostro envejecido cubierto por la sombra de la tristeza y el luto.
Blackeye, su querido amigo, llegó hasta dónde estaba y se frotó contra sus pies para llamar su atención.
La joven se agachó y lo tomó en brazos, mientras el poderoso felino blanco maullaba tristemente y lamía sus dedos, entendiendo que su amiga ahora necesitaba de su apoyo.
Desde lejos presenció como una procesión descendía en dirección al cementerio, ubicado en la parte sureste del pueblo, para despedirse del anciano amable.
Fue hasta allá y en primera fila vio como la caja era descendida a la cripta subterránea en la que eran enterrados los restos de los grandes sacerdotes.
El profesor Carter estaba junto a ella y posó su mano en su hombro en actitud de apoyo.
Una pesada losa cubrió la cripta, y se colocaron los amuletos mágicos que mantendrían alejados a los gules, en prevención del robo de los cuerpos. Sería terrible que el anciano y sabio sacerdote Atal terminara siendo alimento de esos poco agraciados seres carroñeros.
Karen volvió al templo sola. El profesor Carter ya se había marchado de regreso al Mundo Vigil a través del Bosque Encantado, que se alaba más allá del río Skai, el cual es habitado por los zoggs. Entró en el altar en el que se elevaba una estatua de la gran diosa Bubastis. Imaginó al anciano Atal llevando a cabo sus ceremonias mientras el aroma de los inciensos envolvía el ambiente, dándole una atmósfera de tiempos antiguos y perdidos. No pudo evitarlo y lloró por su abuelo. Atal se había ido. ¿Dónde estaba su alma? ¿Dios le había permitido entrar al Cielo? ¿Estaba en los avernos dónde gobernaba el padre de Damien?
—Él está bien —una suave voz de mujer le llegó desde algún lugar del templo.
Karen se volvió en todas direcciones tratando de encontrar a quien hablaba, pero no vio a nadie. Estaba completamente sola… al menos físicamente, puesto que en algún sitio había una poderosa presencia. Poderosa como el Hombre de Negro que atormentara sus sueños años atrás; pero más benigna en lugar de maligna.
—Atal descansa ahora —siguió la voz—. Los dioses le han concedido el acceso al paraíso, intercediendo por él ante el mayor de nosotros. No llores más por él.
Karen se limpió las lágrimas, mientras sentía como la paz regresaba a su alma. Atal, su anciano y benigno abuelo, ahora descansaba.
—Quería hablar contigo, hija —prosiguió la voz—. Ve al pie de la estatua erigida en mi nombre. Allí hay un arco y una aljaba con flechas. Tómalas, son mi regalo para ti, pues pronto el Caos volverá a reptar por la Tierra y deberás enfrentarlo con mis armas.
La voz se apagó, aunque la presencia benigna en ningún momento abandonó el templo.
Karen se dirigió a la estatua de Bubastis. Encontró lo que la diosa había prometido. En cuanto su mano se cerró en el arco y la aljaba estuvo firmemente posicionada en su espalda, sintió el poder de la diosa envolviéndola.
Salió del templo y descendió el camino de piedra principal hasta la salida de Ulthar. En la entrada del mismo, Blackeye y su familia la despidieron, deseándole buen viaje al Mundo Vigil y esperando que su siguiente visita fuera en momentos más alegres.
Cuando Karen despertó por la mañana, no encontró los obsequios de Bubastis. Sin embargo, la próxima vez que The Princess, miembro más reciente de Coon y Amigos, patrulló South Park, su nueva arma estaba allí dándole más valor; aunque también augurando el regreso de Nyarlathotep.
