LXXXI
Henry tiene un plan. Por supuesto que sí. Y es por eso que se pasa horas encerrado en su despacho, devorando libro tras libro de anatomía, física y química, con la firme intención de adquirir los conocimientos necesarios para llevarlo a cabo.
Eleven es joven. Una adolescente, apenas más que una niña. Pero ¿él? Él está en su mejor momento. No obstante, difícilmente los dos coincidan: cuando Eleven finalmente esté lista, es posible que a él le suceda lo contrario; que su salud y, por ende, su cuerpo y sus habilidades, empiecen a declinar.
Henry es sumamente adaptable, sí. Pero hay cambios que sencillamente no permitirá que ocurran.
Es durante el mes de cumpleaños de Eleven cuando un cambio inesperado —e indeseado— se le presenta.
—¿Ya pensaste qué quieres de regalo de cumpleaños? —le pregunta Henry unos días antes del descubrimiento, cuando ambos están sentados sobre el césped tras un entrenamiento bastante ligero.
Eleven levanta la vista hacia el cielo. Henry sonríe: es un gesto casi reflejo suyo, el mirar a las nubes al pensar. Es posible que haya adquirido el hábito de hacerle preguntas que la obliguen a reflexionar solo para ver esta particular ocurrencia.
—Hm… ¿Tal vez un nuevo vestido?
Esto lo sorprende.
—¿Un vestido? ¿No preferirías algún juguete nuevo?
Eleven ríe y niega con la cabeza.
—Ya no soy una niña. Prefiero atuendos bonitos.
Esto lo acalla.
—Oh. —¿Qué más podría responderle?—. Está bien. ¿Algún color en particular, o prefieres que lo elijamos juntos…?
La muchacha aprieta los labios en una fina línea. La expresión no le agrada, para nada.
—En realidad…, estaba pensando ir con Max. Hay un nuevo centro comercial —explica—. Y nos gustaría ir de compras juntas.
Es un pedido sencillo, Henry lo sabe. Razonable.
—Está bien, te daré el dinero necesario —le dice al fin con el tono más razonable con el que puede responder al razonable pedido de Eleven—. No hay problema.
El día de su cumpleaños, Eleven baja las escaleras no con un vestido, sino con un enterizo negro con diversos motivos de colores. Luego de felicitarla, le pregunta al respecto:
—¿Y ese atuendo?
—Es tu regalo —le responde ella con una sonrisa, y hasta da una breve vuelta para que él pueda admirarlo—. Al final me compré este jumpsuit.
—Te queda muy bonito —la halaga él—. Ahora, ¿tienes hambre?
Mientras ambos desayunan —eggos, por supuesto, como dicta la tradición impuesta en sus cumpleaños—, Henry le revela su sorpresa:
—Tenemos muchos planes para el día de hoy. Para empezar, haremos un viaje a un parque estatal cercano donde tengo entendido que hay unas cascadas muy bellas y…
—Uh…, hoy tengo clases —replica Eleven con la vista clavada en su plato.
Henry frunce el ceño.
—¿Y acaso no puedes ausentarte? Es tu cumpleaños.
Eleven inspira hondo y levanta la vista. La mueca que deforma sus facciones no augura nada bueno.
—La verdad… es que olvidé decírtelo, pero… tengo planes. Para hoy.
El ruido de su tenedor estrellándose contra el plato la sobresalta.
—¿Perdón? —murmura Henry—. ¿Tienes planes?
—Eh… Después de clases, iré con… Max y… Mike, Lucas, Dustin y Will… al centro comercial.
—Pero vendrás a cenar conmigo, ¿verdad?
De vuelta, el rictus. El nudo que se le forma en la garganta al no obtener una respuesta inmediata es sumamente desagradable.
—En realidad…, queremos… Queremos comer pizza ahí y… luego tomar un helado…
—Oh. Ya veo.
Es Henry quien baja la vista ahora, como si el insípido eggo frente a él fuese lo más interesante del mundo.
—¿Estás… molesto?
—No, para nada —miente, ofreciéndole una sonrisa—. Ya haremos algo otro día. Espero que te diviertas. —Vuelve la vista a su plato—. Comamos, que se enfría.
Si Eleven sonríe o vuelve a esbozar un rictus, no lo sabe, pues se rehúsa a mirarla.
No cree ser capaz de disimular su ira.
