Ella busca información acerca de la verdadera naturaleza del que parece ser el amor de su vida. Él está dispuesto a todo por salvar a la mujer que cree amar. Ambos creen tenerlo todo aunque en realidad no tienen nada. Saben que sus vidas son malas, pero desconocen que juntos podrían ser muy buenos.
(Sucede en el viaje de Bella y sus amigas a Port Angeles, y durante la 2da temporada de The Vampire Diaries) (Basada principalmente en la canción "So good" de Halsey)
Los libros de Twilight es propiedad de Stephanie Meyer. Los libros de The Vampire Diaries es L. J. Smith. También la historia puede contener partes de las películas y la serie de los respectivos libros.
Isabella POV
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Me di cuenta de que afuera hacía mucho frío, sobre todo ahora que no tengo nada para cubrirme. Rápidamente entré a la casa en busca de calor y sorprendentemente me sentí aliviada estando en casa. Charlie estaba viendo el partido de baloncesto en el televisor, cuando me vio me sonrió levemente y me preguntó qué tal había sido el viaje. No pude evitar recordar lo que casi me pasa, pero sabía que si le contaba, se pondría muy furioso y correría a la comisaria para hablar con los oficiales de Port Angeles. Opté por contarle que las chicas habían conseguido vestidos bonitos y que la cena había estado deliciosa, él pareció contento con la respuesta.
Fui a la cocina a buscar un par de analgésico para soportar el dolor de los moretones que tenía en mi piel, de repente me sentía muy cansada y adolorida. Mi teléfono me sobresaltó cuando sonó de repente. En la pantalla apareció el nombre de Jessica.
— ¿Diga? —pregunté entrecortadamente.
— ¿Bella?
— Hola, Jess. Ahora te iba a llamar.
— ¿Estás en casa?—su voz reflejaba sorpresa y alivio.
—Sí. Se me olvidó la cazadora en tu coche. ¿Me la puedes traer mañana?
—Claro, pero ¡dime qué pasó! —exigió.
—Eh, mañana, en Trigonometría, ¿sí?
—De acuerdo. En ese caso, mañana hablamos —percibí la impaciencia en su voz—. ¡Adiós!
—Adiós, Jess.
Asomé mi cabeza para despedirme de Charlie, me dio un asentimiento sin despegar la vista del televisor. Subí las escaleras con más cuidado de lo usual, pues me sentía demasiado torpe y agotada. En mi habitación, me dispuse a buscar mis cosas para irme a la cama, la verdad era que no ponía mucha atención a lo que estaba haciendo, sé que me metí a la ducha, pero, únicamente me percaté de que estaba helada hasta que estuve debajo del chorro de agua caliente. Mi cuerpo comenzó a temblar con la sensación del frio contra el calor.
Miré los moretones sobre mis brazos, mi abdomen y mis piernas. Solté un sollozo, en toda la noche no me había permitido llorar, había estado demasiado ocupada que mi mente se guardó todo ese dolor, asco, miedo y frustración para que no me interrumpiera el momento de felicidad que sentí en el restaurante con Edward. Tomé la esponja, la llené de jabón y la comencé a frotar con mi piel. Hubo lugares donde el ardor y el dolor fueron demasiado altos que me mordí el labio varias veces para evitar soltar un grito que alertara a Charlie.
No sé cómo terminé sentada en el suelo de la ducha, mi cabeza estaba escondida entre mis rodillas, mi piel ardía por lo lastimada que la había dejado y el chorro de agua ahora salía fría. Cuando me sentí lo suficientemente tranquila salí dando trompicones y envolví mi cuerpo con una toalla en un intento de conservar un poco de calor. Rápidamente me puse el pijama y me acurruqué debajo de la colcha, abrazándome a mí misma.
Sé que debía dormir, que mañana era día de escuela y tenía que levantarme temprano, pero, la cabeza me seguía dando vueltas, se me llenaba de imágenes acerca de todo lo que había pasado hace unas horas, había cosas que no lograba comprender y mi mente las estaba analizando en busca de alguna respuesta, pero lo único que estaba logrando era causarme una horrible jaqueca.
Gruñí frustrada. Pateando la colcha me senté al borde de la cama y volví a gruñir. Ahora estaba molesta, molesta con Jessica y Angela por haberme invitado, molesta con Charlie por no evitar que las acompañara, molesta con la población de Port Angeles por tener personas malas entre ellos, molesta con el hombre de negro por haberme quitado mi libro y por besarme. Estaba injustamente molesta con Edward por alguna razón, pero estaba demasiado molesta conmigo misma, por dejar que todo lo anterior pasara, me molestaba que me sintiera tan estúpidamente emocionada por ver a Edward de nuevo y por nuestra salida. Pero lo que me hacía enojar más, era que mi mente comparaba a Edward con el hombre de negro.
Me apreté fuertemente la cabeza con las manos, ese sentimiento no me iba a dejar tranquila. Se suponía que cuando enfrentara a Edward sobre mis sospechas, y él me confirmara su verdadera naturaleza, mis pensamientos se iban a poner en paz, y podría planear mi vida, pero pasó todo lo contrario, creo que estaba enfrentándome a algo que no podía controlar.
El sonido de la lluvia golpeando mi ventana me sacó de mis tormentos. Aunque el frio y la humedad no me gustaban demasiado, la lluvia era algo tranquilizador. Cuando llovía, significaba que todo lo malo que había sucedido ese día, lo arrastraba el agua, y después era muy probable que un arcoíris saliera en el cielo e hiciera un mejor día. Claro, eso pasaba en cualquier lugar menos en Forks.
Mis ojos se volvieron a la puerta de mi habitación, pude escuchar a Charlie entrando en la suya. Bien, mis divagaciones no lo habían alertado, aún. Volví a mirar hacia la ventana, debajo de esta, estaban un par de bolsas que estaba segura que no habían entrado en la casa conmigo. El emblema de la librería parecía llamarme para que tomara lo que había en el interior.
Después de la cena con Edward, recordé que antes de que él llegara, las había tratado de usar como arma de autodefensa, pero en algún punto del ajetreado momento los había soltado. Estaba muy segura que cuando llegue a casa no las tenía en mis manos. ¿Las habría traído Edward? No, porque incluso en su auto no estaban esas bolsas. ¿El hombre de...?
Casi me rio. Vaya Isabella, que cosas se te ocurren.
Me levanté de mi cama y me estiré para tomar las bolsas. Saqué los libros y los extendí a mi lado. Tomé uno de ellos, abrí las primeras páginas y leí un poco. Mi lectura comenzó bien, el problema fue que mi desesperación atacó y me impulsó a buscar las palabras que quería leer:
"Sangre, beber, cazador, monstruo, noche, maldición, colmillos, vampiro, muerte".
Aun con la vista pegada en el libro, me acerqué a mi escritorio y me senté mientras buscaba a tientas un cuaderno para anotar todo lo que mis ojos estaban leyendo.
Así pasé las horas investigando en los libros, uno tras otro los tomaba y los ojeaba hasta que encontraba lo que buscaba. A veces encontraba bastante información, otras veces las páginas me guiaban a otras que estaban relacionadas, y a veces me decepcionaban.
Cuando me llegó la curiosidad por saber la hora, miré mi celular. La pantalla marcaba las 4AM. Creo que ahorita ya sería inútil tratar de dormir. Me puse de pie para estirarme un poco, me quedé helada cuando descubrí el desorden que tenía a mí alrededor.
Había estado sentada en el piso cerca del escritorio, a mí alrededor estaban esparcidos todos los libros, cada uno tenía más hojas con dibujos y notas a sus lados, Algunos post-it de colores descansaban sobre las palabras que buscaba resaltar. Encima de la cama tenía más libros en iguales condiciones, y sobre el escritorio había un ¿mapa? Parecía de esos que hacen en las series policiacas donde los investigadores hacen sus teorías y las conectan con hilos. ¿Yo de donde había sacado hilo?
Estiré el cuello buscando obtener una mejor vista de lo que me tomó horas hacer. Tomé varios minutos para procesar toda la información que mi mente había captado. Gracias a mi buena memoria semántica y eidética, podía recordarlo todo, pero aun sentía que necesitaba analizarlo con cuidado.
Mis ojos se pasaban de un lado a otro mirando mi obra de arte de la investigación. Sonreí satisfecha de mi esfuerzo.
Y luego grité.
Puse mis manos en mi boca recordando que Charlie estaba dormido en la habitación de al lado.
Mi cuerpo se sacudió por el escalofrío que recorrió mi espalda. Mis manos se fueron a mi rostro cubriéndolo por completo, las lágrimas mojaban mis manos y los sollozos estaban ocasionando que mi pecho me ardiera. Mis piernas no soportaron más mi propio peso y sentí cuando mis rodillas chocaron contra el suelo frio de mi habitación.
Mi menté volvió a trabajar a demasiada velocidad, conectando las palabras en los libros con lo que mis ojos habían visto a lo largo de mi vida. Los distintos escenarios me mostraban tantas cosas que había decidido ignorar, pero que ahora estaban muy presentes. Mis sollozos y los temblores de mi cuerpo solo aumentaron.
Carajo
¿En qué me he metido?
—En muchos problemas, si me preguntas.
Salté cuando escuché la voz masculina. Mi cabeza se levantó para buscar al dueño de la voz. Pese a mis ojos llorosos, noté la silueta que se encontraba en mi ahora abierta ventana. El hombre de negro, el que conocí en la librería en Port Angeles, se encontraba asomado sobre el marco del lado exterior de la ventana.
—¿Qué...?Co…cómo?¿Qué... Que estas?¿Por.. Porque? —mis palabras salieron entrecortadas. Los temblores de mi cuerpo causados por el llanto y la sorpresa, me hacían difícil la tarea de hablar. Una sonrisa burlona apareció en su rostro.
—Te dejo sin habla ¿Verdad? —sus cejas se levantaron sugestivamente. Yo salí de mi estupor y rodé los ojos. Sí es guapo lo admito, pero no para tanto.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté curiosa y un poco temerosa.
Soltó un profundo suspiro. —No lo sé. —sus ojos azules se apagaron de repente.
—¿Estás bien? —me puse tímida. No era normal preguntarle eso a alguien que acabas de conocer. Bueno, tampoco era normal que ese alguien esté afuera de tu habitación en el medio de la noche.
Me miró con una ceja levantada. —Yo siempre estoy bien.
Ahora fue mi turno de mirarlo con los ojos entrecerrados. Algo en mi sospechaba que eso era una mentira.
—No te creo —dije.
—No me importa —respondió.
—¿Qué estás haciendo aquí? —volví a preguntar para cambiar de tema. Sus respuestas no me convencían.
—No estoy seguro.
—¿Qué haces aquí? —ataqué de nuevo.
—¡No lo sé! —gritó con molestia. Abrí los ojos sorprendida por su cambio de humor. También recordé que Charlie dormía en la habitación de al lado, y lo menos que deseaba era que se asomara para ver qué pasaba. Puse un dedo en mis labios como gesto para que se callará.
El hombre de negro pareció comprender mi gesto, sus ojos se posaron en algún punto detrás de mí, pero asintió mientras su atención volvía a mí. Un suspiro se escapó de sus carnosos labios.
—Yo también quiero saber porque estoy aquí. —su voz sonó suave. Su rostro parecía haber envejecido 10 años en los minutos que había estado frente a mí.
—Quizás… —comencé a hablar, un poco insegura si debía decirlo o no. —Quizás tu realidad es tan mala, que, que decidiste venir a la mía para escapar.
Una mueca de dolor atravesó su rostro tan rápido que pudo haber sido mi imaginación, pero su postura rígida me decía que había acertado. Su cabeza se movió como si asintiera, pero también fue casi imperceptible el movimiento.
—Quizás —respondió secamente. Pero luego su rostro se volvió tierno, casi parecía inocente. Casi. —¿Me invitas a entrar?
Miré directamente a sus ojos azules buscando una señal de que sus intenciones eran buenas. Quería creer que me decía la verdad. Detrás de la inocencia que quería mostrar, había dolor, pena, rabia y venganza. Esos diamantes azules tenían demasiadas emociones negativas en ellos y eso le daba ese aire peligroso que en un inicio me pareció que era característico de él. Era muy probable que sus emociones no fueran enfocadas a mí, pero no quería arriesgar a Charlie.
—No, —dije decidida. —No te pasará nada si te quedas afuera.
—Chica lista —me apremió. Sus ojos brillaron de nuevo. —Veo que has hecho tu tarea.
Su mano se movió, señalando todos los libros, cuadernos y notas a mi alrededor.
—Podría haberla hecho mejor, si alguien —lo señalé,— me diera el libro que tanto esfuerzo me costó encontrar —crucé las manos sobre mi pecho, mostrando mi molestia, pero mis labios se curvearon en una sonrisa. Aunque estaba molesta, había una parte de mí que agradecía que él lo tuviera.
—No cualquiera puede leerlo —bufó. —Te estoy ahorrando un mal momento.
—Gracias, pero, no gracias. —respondí. —Yo quiero decidir cómo catalogarlo, después de que me lo des y pueda leerlo, claro.
—No lo puedes leer —su rostro era serio.
—¿Y porque no?
—Ese libro es demasiado peligroso para alguien como tú. —dijo apartando la mirada.
—¿Alguien como yo? —pregunté ofendida. ¿Qué demonios significaba eso?
—Sí, ya sabes —se encogió de hombros. —Alguien tan…
Puse mis manos en la cintura. Estaba dispuesta a darle pelea si completaba esa frase.
—No te detengas —lo amenacé. —Dilo.
—Alguien tan linda e inocente —murmuró y trató de sonreír, pero su cabeza se ladeo hacia la derecha.
—Mentiroso. —le lancé lo primero que tuve a la mano. Su mano se levantó para evitar que el objeto, que resultó ser un cuaderno, chocara contra su sorprendido rostro.
—¿Me lanzaste un cuaderno? —su voz sonó sorprendida pero divertida.
—Si vuelves a mentir —me agaché a recoger uno de mis zapatos. —Esto va a ser lo siguiente y ten por seguro que se va a estampar en tu cara.
Su carcajada fue inevitable. Verlo tan sonriente y animado de repente, causó que mi humor se contagiara del suyo, uniéndome a sus risas. Ambos recordamos que mi padre podía escucharnos y despertarse en cualquier momento, tratamos de controlarnos pero nos miramos sonriendo.
—Bien, sin mentiras —me prometió.
—Sin mentiras —concordé.
Nos quedamos en silencio. Ninguno se atrevió a decir ninguna palabra y la verdad me sentía agradecida. El silencio no era incomodo, al contrario, fue relajante. El hombre de negro se giró dándome la espalda. Noté que se acomodó de una manera que quedó sentado en el marco de la ventana, extrañamente, su espalda parecía estar recargada contra un muro invisible.
Maravillada con la magia que lo mantenía afuera de mi casa, traté de avanzar para acercarme a él. Moví mis pies con cuidado de no caerme, y de no mover nada de mi círculo de cuadernos, libros y más cosas de información.
Sé que notó mi presciencia, pero no me miró hasta que me encontré a su lado en la ventana. Sin despegar mis ojos de los suyos, extendí mis brazos hacia el exterior, lo hice con cuidado, esperando sentir en mis dedos esa barrera invisible que mantenía al extraño tan cerca pero tan lejos de mí. Por supuesto, a mi nada me impedía moverme con libertad.
Giró su rostro al frente, y soltó un suspiro. Hice lo mismo.
El paisaje oscuro frente a mí se iluminaba con la luz de la luna y las estrellas parecían miles de diamantes resplandeciendo en el cielo. El ambiente se sentía frio y un poco pesado. Ya no llovía, pero viento se sentía helado contra mi piel, incluso podía sentir como navajas atravesando mi rostro y mis brazos descubiertos.
—¿Por qué estas realmente aquí? —pregunté de nuevo.
—¿Te han dicho que haces muchas preguntas? —me miró sobre su hombro, el enfado se podía notar en su rostro.
—Sí, me lo han dicho. —dije presumida. Puse las manos sobre el marco de la ventana, recargándome para mirar mejor afuera. Era sorprendente que mi ventana fuera lo bastante amplia para los dos, siempre me ha parecido pequeña, pero esta noche era perfecta para ambos.
El silencio de la noche nos envolvió de nuevo, él seguía reacio a responder mi pregunta, y honestamente yo ya no quería presionarlo más sobre el tema. Mis pensamientos me envolvieron de nuevo, analizando la situación en la que me encontraba.
El extraño hombre de negro me tenía intrigada. Sé que es peligroso, que en un movimiento me podía matar, pero también sé que a su lado podía estar segura, No podía confiar en él lo suficiente como para dejarlo entrar, porque la seguridad de Charlie me seguía preocupando, sí puedo mantener a mi padre lejos del mundo sobrenatural lo haría, sin importar el costo. Quizás soy estúpida por sentirme así respecto a alguien que acabo de conocer, y no, no tiene nada que ver el beso en la librería, pero algo en el me atraía.
—¿Vas a responderme? —le pregunté rompiendo el silencio. Lo miré, su respiración se aceleró, pero su vista no se apartó de algún punto en el bosque frente a nosotros.
—Vine porque… —comenzó, pero pareció dudar un poco. Sus hombros se encogieron y tomó aire. —Vine porque, una parte de mí… una parte muy pequeña —sus dedos hicieron una señal para afirmar lo que decía. —Una parte de mi necesitaba, digo, no… no, digo quería… quería asegurarme de que estabas bien.
Su rostro se giró en mi dirección, la luz de la luna hacia que su piel tuviera un tono frio, que complementaba el color azul de sus ojos que ahora me miraban de una extraña manera.
—Estoy bien —le sonreí levemente. —No te pude agradecer que me hayas salvado de esos tipos.
Un gruñido se escapó de su pecho.
—No me los menciones —gruñó. —Esos malditos hijos de… —cerró la boca de golpe. Bufó molesto, pero volvió a hablar más tranquilo. —Al menos el múltiple homicidio no fue en vano
—¿Homicidio? —lo miré confundida.
—Si, ya sabes —se encogió de hombros. —Cuando una persona mata a otra persona.
—¿Los mataste? —lo miré sorprendida. No me sorprendía que los haya matado, me sorprende la tranquilidad con la que me lo dice.
—¿Qué querías? ¿Qué los felicitara? ¿Qué les invitara un trago?
Me miró como si de repente tuviera 3 cabezas.
—Yo… pues no. —respondí torpemente. —Pero tampoco esperaba que los mataras por mí culpa.
—¿Tu culpa? —me miró furioso de nuevo. —¿Tú que hiciste para que fuera tu culpa?
—No, no me refiero a eso —volví a temblar, su rostro cuando estaba molesto no era agradable de ver. —Es decir, que hayas tomado ¿venganza? Por mí.
—No te emociones —dijo. — No fue por ti.
Todo el sentimiento de esperanza y un poco de felicidad que habían llenado mi corazón al saber que los había matado, se desvaneció con esas cuatro palabras. Al menos no debía preocuparme por toparme con esos sujetos de nuevo.
—Supongo que, —titubee. Me aclaré la garganta tratando de que el nudo que sentía, se fuera.— Fueron tu cena.
Sonrió ladinamente y su postura se relajó. —No.
—¿No?
—¿Te parece que alguien como yo, va por ahí, cenando a tipos como esos? —me preguntó. Su voz sonaba presumida y socarrona, pero su rostro se veía divertido.
Lo analicé de arriba abajo. Sus negras secas se levantaron como a la espera de una respuesta.
—He visto mejores —dije simplemente. Sus hombros cayeron al escuchar mis palabras, pero rápidamente volvió a parecer que no le importaba nada más que él mismo.
—Aun no puedo creer que los mataras.
—Tranquila muñeca —sus ojos se posaron en mí nuevamente. —Después podrás devolverme el favor.
—¿Crees que debo pagarte por salvarme la vida?
—Pues, —pareció pensarlo. —Sí, deberías.
Lo miré con la boca abierta. Su varonil risa volvió a llegar a mis oídos.
—Idiota —murmuré volviendo a mirar al frente.
El viento del amanecer se hizo notar, y también noté que mi pijama no era lo suficiente gruesa como para cubrirme del frio amanecer de Forks. Coloqué mis brazos en el pecho abrazándome a mí misma tratando de darme calor.
—¿Cómo me encontraste? —le pregunté tratando de contener los temblores de mi cuerpo. Necesitaba saber la respuesta a eso, una cosa era conocerlo por casualidad pero es muy diferente a tenerlo, relativamente en mi casa.
El peso en mis hombros aumentó, miré hacia abajo topándome con una gruesa chaqueta cubriendo mi cuerpo. Miré al hombre de negro, estaba en la misma posición que antes, pero ahora podía ver la playera negra que usaba en lugar de la chaqueta, que recién me daba cuenta, tenía sobre mis hombros.
El calor que su cuerpo le había trasmitido a la chaqueta de cuero se sentía muy bien contra mi piel.
—Respóndeme. —le demandé.
—Tu aroma es… muy llamativo —respondió sin ánimos.
—¿Gracias? —le pregunté dudosa.
—No lo tomes como un cumplido —dijo molesto. —Te va a traer más problemas de los que ya tienes.
—¿Tengo problemas? —pregunté demasiado confundida.
—Este junto a uno —se señaló. —Y tu novio es otro.
El rostro de Edward se vino a mi mente. ¿Novios? ¿Somos eso?
—No se sí es mi novio —dije más para mí.
—Él si lo cree
—¿Ahora lees mentes? —dije divertida.
—No —me miró. —Solo lo digo, porque tú quieres eso.
—¿Tú qué sabes sobre lo que yo quiero?
—Quieres lo que todo el mundo quiere. —se encogió de hombros.
—¿Y qué demonios es eso? —pregunté irritada.
—Quieres un amor que te consuma, quieres pasión, aventura, e incluso un poco de peligro.
Solté una risa seca. —¿Le dices eso a todas las que acabas de conocer?
Su rostro se puso pensativo, pero sus labios se curvearon suavemente antes de responder.—Sí
—Pues no, —dije aclarándome la garganta. —Soy una pésima aventurera, tengo más peligro del que necesito. —me encogí de hombros. —Sobre las otras dos cosas, quizás pasión sí, pero no un amor que me consuma.
—¿No?
—No, no quiero verme consumida por un amor.
—¿Entonces qué quieres?
—Si voy a tener amor, quiero que me haga sentir segura, que me enseñe a ser más fuerte, que de verdad me sienta amada. No quiero un amor que me destruya.
Me miró, pero aunque hizo el intento de hablar, parecía que no tenía el valor de decirme nada.
—¿Y tú? ¿Tú qué quieres?
Sus ojos azules me miraron sorprendidos. Pude notar que lo había tomado en un momento donde estaba vulnerable, el hielo que siempre parecía reflejar su mirada, no estaba. Tragó ruidosamente, pero no dijo nada.
Frente a nosotros, la vista de los primeros rayos del sol sobre la copa de los arboles me hizo caer en cuenta que debía volver a mi realidad. Al parecer a él también lo trajo de vuelta.
—Debo irme —suspiró. Asentí. Yo también debía moverme para prepararme para ir al instituto. Tome un par de bocaradas de aire y levanté mis brazos tratando de sacudir mis hombros para tratar de quitarme la chaqueta y devolvérsela.
—No, no te la quites. —me detuvo. — Quédatela.
—Pero, ¿no la necesitas? —dije dudosa. No estaba segura si él podía sentir frio.
—Sí, pero me la darás la próxima vez que nos veamos.
—¿Habrá otra vez? —la esperanza llenó de nuevo mi corazón. Su mano izquierda se levantó a la altura de mi rostro. Gracias a que tenía mi cabeza afuera de la ventana, sus dedos pudieron tocar la piel de mi rostro. Su dedo pulgar recorrió con demasiada suavidad mis labios.
—Eso espero.
Me sonrió y lo vi saltar. Sus pies tocaron con gracia el suelo húmedo. Comenzó a caminar hacia el interior del bosque mientras su mano se sacudía al lado de su cabeza. Mi mano se levantó y se sacudió para decirle adiós, aunque sabía que ya no me vería.
La alarma de mi celular sonó.
Mierda. Debía ir al instituto.
Volví a cruzar, con cuidado de no caerme, mi mapa de información. Me sentía como si caminara en un campo minado. Llegué hasta el ropero donde se encontraba mi ropa, saqué lo necesario y apresuré mis pasos para ir a ducharme.
Me di un baño rápido, más que nada para recordarme que necesitaba mantenerme despierta. De regreso en mi habitación me dispuse a buscar las cosas necesarias para poder irme a la escuela. Me asomé en la ventana, el día era brumoso y oscuro. Perfecto. Edward no tenía razón alguna para no asistir a clase hoy. Me vestí con ropa de mucho abrigo al recordar que no tenía la cazadora, otra prueba de que mis recuerdos eran reales. Aunque... podía ponerme la chaqueta de cuero, pero, no, no quería dar explicaciones a nadie. Escuché a Charlie salir por la puerta, y el motor de la patrulla encenderse y arrancar.
Bajé las escaleras casi corriendo, pero con cuidado, fui hasta la cocina y tomé una barra de cereal que me devoré en tres bocados, no traía mucha hambre, pero tampoco estaba segura si mi estómago resistía hasta la hora del almuerzo en la escuela.
Tomé mi mochila y salí a toda prisa por la puerta. Con un poco de suerte, no empezaría a llover hasta que me hubiera encontrado con Jessica.
Había más niebla de lo acostumbrado, el aire parecía impregnado de humo denso que parecía tener vida propia, el contacto gélido que se sentía cuando se enroscaba en mi piel expuesta del cuello y el rostro se sentía como las manos del extraño hombre de negro sobre mi rostro. ¿Pero que estoy pensando? Debía darme prisa si quería tener las respuestas de Edward. Además, no veía el momento de llegar al calor de mi vehículo. La neblina era tan densa que hasta que no estuve a pocos metros de la carretera no me percaté de que en ella había un coche, un coche plateado. Mi corazón latió despacio, vaciló y luego reanudó su ritmo a toda velocidad.
No vi de dónde había llegado, pero de repente estaba ahí, con la puerta abierta para mí.
— ¿Quieres dar una vuelta conmigo hoy? —preguntó, divertido por mi expresión, sorprendiéndome aún desprevenida. Percibí incertidumbre en su voz. Me daba a elegir de verdad, era libre de rehusar y una parte de él lo esperaba. Era una esperanza vana.
—Sí, gracias —acepté e intenté hablar con voz tranquila.
Al entrar en el caluroso interior del coche me di cuenta de que su cazadora color canela colgaba del reposacabezas del asiento del pasajero. Cerró la puerta detrás de mí y, antes de lo que era posible imaginar, se sentó a mi lado y arrancó el motor.
—He traído la cazadora para ti. No quiero que vayas a enfermar ni nada por el estilo.
Hablaba con cautela. Me di cuenta de que él mismo no llevaba cazadora, sólo una camiseta gris de manga larga con cuello de pico. De nuevo, el tejido se adhería a su pecho musculoso. El que apartara la mirada de aquel cuerpo fue un colosal tributo a su rostro.
—No soy tan delicada —dije, pero me puse la cazadora sobre el vientre e introduje los brazos en las mangas, demasiado largas, con la curiosidad de comprobar si el aroma podía ser tan bueno como lo recordaba. Era mejor, pero, no tanto como la chaqueta que se quedó en mi habitación. Ambos aromas eran muy buenos, pero muy diferentes a la vez.
— ¿Ah, no? —me contradijo en voz tan baja que no estuve segura de si quería que lo oyera.
El vehículo avanzó a toda velocidad entre las calles cubiertas por los jirones de niebla. Me sentía cohibida. De hecho, lo estaba. La noche pasada todas las defensas estaban bajas... casi todas. No sabía si seguíamos siendo tan amigos hoy. Me mordí la lengua y esperé a que hablara él.
Se volvió y me sonrió burlón.
— ¿Qué? ¿No tienes veinte preguntas para hoy?
— ¿Te molestan mis preguntas? —pregunté. Al parecer a todos les molestaban.
—No tanto como tus reacciones.
Parecía bromear, pero no estaba segura. Fruncí el ceño.
— ¿Reacciono mal?
—No. Ese es el problema. Te lo tomaste todo demasiado bien, no es natural. Eso me hace preguntarme qué piensas en realidad.
—Siempre te digo lo que pienso de verdad.
—Lo censuras —me acusó.
—No demasiado.
—Lo suficiente para volverme loco.
—No quieres oírlo —mascullé casi en un susurro.
En cuanto pronuncié esas palabras, me arrepentí de haberlo hecho. El dolor de mi voz era muy débil, a veces me sentía muy dolida por sus reacciones negativas hacia mí. Sólo podía esperar que él no lo hubiera notado. No me respondió, por lo que me pregunté si le había hecho enfadar. Su rostro era inescrutable mientras entrábamos en el aparcamiento del instituto. Ya tarde, se me ocurrió algo.
— ¿Dónde están tus hermanos? —pregunté, muy contenta de estar a solas con él, pero recordando que habitualmente ese coche iba lleno.
—Han ido en el coche de Rosalie —se encogió de hombros mientras aparcaba junto a un reluciente descapotable rojo con la capota levantada—. Ostentoso, ¿verdad?
—Eh... ¡Vaya! —musité—. Si ella tiene esto, ¿por qué viene contigo?
—Cómo te he dicho, es ostentoso. Intentamos no desentonar.
—No tienen éxito. —Me reí y sacudí la cabeza mientras salíamos del coche. Ya no llegábamos tarde; su alocada conducción me había traído a la escuela con tiempo de sobra—. Entonces, ¿por qué ha conducido Rosalie hoy si es más ostentoso?
— ¿No lo has notado? Ahora, estoy rompiendo todas las reglas.
Se reunió conmigo delante del coche y permaneció muy cerca de mí mientras caminábamos hacia el campus. Quería acortar esa pequeña distancia, extender la mano y tocarle, pero temía que no fuera de su agrado.
— ¿Por qué todos ustedes tienen coches como ésos si quieren pasar desapercibidos? —me pregunté en voz alta.
—Un lujo —admitió con una sonrisa traviesa—. A todos nos gusta conducir deprisa.
—Me cuadra —musité recordando el viaje de regreso de Port Angeles.
Con los ojos a punto de salirse de sus órbitas, Jessica estaba esperando debajo del saliente del tejado de la cafetería. Sobre su brazo, bendita sea, estaba mi cazadora.
—Jessica —dije cuando estuvimos a pocos pasos—. Gracias por acordarte.
Me la entregó sin decir nada.
—Buenos días, Jessica —la saludó amablemente Edward. No tenía la culpa de que su voz fuera tan irresistible ni de lo que sus ojos eran capaces de obrar.
—Eh... Hola —posó sus ojos sobre mí, intentando reunir sus pensamientos dispersos—. Supongo que te veré en Trigonometría.
Me dirigió una mirada elocuente y reprimí un suspiro. ¿Qué demonios iba a decirle?
—Sí, allí nos vemos.
Se alejó, deteniéndose dos veces para mirarnos por encima del hombro.
— ¿Qué le vas a contar? —murmuró Edward.
— ¡Creía que no podías leerme la mente! —susurré.
—No puedo —dijo, sobresaltado. La comprensión relució en los ojos de Edward—, pero puedo leer la suya. Te va a tender una emboscada en clase.
Gemí mientras me quitaba su cazadora y se la entregaba para reemplazarla por la mía. La dobló sobre su brazo.
—Al parecer, también Angela planea emboscarte, ¿Qué les vas a decir?
—Una ayudita —supliqué—, ¿qué quieren saber?
Edward negó con la cabeza y esbozó una sonrisa malévola.
—Eso no es elegante.
—No, lo que no es elegante es que no compartas lo que sabes.
Lo estuvo reflexionando mientras andábamos. Nos detuvimos en la puerta de la primera clase.
—Angela solo está preocupada por ti, pero, Jessica quiere saber si nos estamos viendo a escondidas, y también qué sientes por mí —dijo al final.
— ¡Oh, no! ¿Qué debo decirle?
Intenté mantener la expresión más inocente. La gente pasaba a nuestro lado de camino a clase, probablemente mirando, pero apenas era consciente de su presencia.
—Humm —hizo una pausa para atrapar un mechón suelto que se había escapado del nudo de mi coleta y lo colocó en su lugar. Mi corazón resopló de hiperactividad—. Supongo que, si no te importa, le puedes decir que sí a lo primero... Es más fácil que cualquier otra explicación.
—No me importa —dije con un hilo de voz.
—En cuanto a la pregunta restante... Bueno, estaré a la escucha para conocer la respuesta.
Curvó una de las comisuras de la boca al esbozar mi sonrisa pícara predilecta. Se dio la vuelta y se alejó.
—Te veré en el almuerzo —gritó por encima del hombro. Las tres personas que traspasaban la puerta se detuvieron para mirarme. Genial, ahora si tenía más problemas.
Hola holaaaaaaaaaaa ¿Comó les va? ¿Qué les parece? ¡Cuentenme!
Nos leemos despues
