Capítulo tres:

Segunda invocación.

Cantos del presente.

Albayalde.

Sobresaltado, Severus despertó tras sentir que el alma se le iba a los suelos, e intentó acomodar sus pensamientos. Estaba sentado en la cama, cobijado hasta la cintura y con la bata puesta; los doseles estaban en su sitio y tenía la sensación de que las campanas de su alarma pronto teñirían. Pero no sucedió nada. Un Tempus le dijo que eran las dos, inquirió que de la madrugada y con esa idea decidió quedarse mientras las siete campanillas de su alarma descompuesta se repetían. No iba a volver a subir a comprobar nada. No iba a dejar que alguna alucinación, invocación, eco, sombra o lo que fuera, alterara de nuevo su ciclo de sueño. Colocó un hechizo silenciador en el laboratorio, fijó la tela de las cortinas en su sitio y se acomodó para volver a dormir las horas que le faltaban.

Pero la sensación de una mirada pesada sobre de él hizo que su corazón se agitara y empezara a retumbar dentro de su cabeza. Severus volvió a sentarse, se decidió a quitarse la bata y a meditar, si el sueño se rehusaba a acompañarle (como casi siempre). Con los ojos cerrados, su cuerpo y su magia percibieron un movimiento inaudible. La madera superior de su cama rechinó como si unas diminutas garras se hubieran posado con delicadeza en una esquina y la sensación de ser observado se hizo más intensa.

Severus hizo memoria, no conocía a nadie que tuviera visión astral y que pudiera proyectar su aura en la materia. Tampoco había retirado o habían flaqueado sus protecciones anti animagia; y no podía pensar que algún animal hubiera tenido la suerte de llegar hasta sus aposentos con vida. Mucho menos a su cama.

De golpe fijó la mirada hasta donde provenía la presencia, dándose cuenta que la silueta de una pequeña ave se formaba entre las sombras.

Un lumus evidenció los colores brillantes de la diminuta criatura. Los verdes, rojos, morados y azules resaltaban como si fueran joyas preciosas fundidas en lugar de plumas; pero no podía ser un animal de verdad ni mágico que Severus conociera. El pequeño pico negro parecido a una aguja señaló a Severus y, de una velocidad impresionante, la pequeña ave llegó a su regazo.

Severus ya no tenía duda de que se trataba del siguiente mensajero, enviado por cortesía de Lily. O lo que haya sido.

—Buenas noches, Severus —dijo la pequeña ave en la cabeza del maestro y, aunque parecía un susurro ronco, Severus reconocería esa voz en donde fuera. Y en especial el aroma a dulce de limón.

—Dumbledore.

—Ah, sí. Supongo que no me esperabas a mí, pero espero que no te resulte un inconveniente.

—Por supuesto que no —mintió, mientras acomodaba todas las barreras mentales en su sitio y desvió la mirada para asegurarse que el anciano no estuviera usando al animalito como chivo expiatorio—. ¿Eso es todo? ¿Ninguna luz misteriosa, un escenario extraordinario o un banquete de bienvenida como en los viejos tiempos?

—Me temo que no, Severus. Estoy seguro de que no sería de tu agrado.

Severus miró con ironía los colores tan llamativos de lo que suponía era la representación del antiguo director de Hogwarts y se dijo que podía aceptar que, en efecto, se trataba del anciano.

—¿Y ahora de qué se trata? ¿Una nueva misión, un emocionante enigma, o alguna obra de caridad de mal gusto?

—Tu sentido del humor siempre me resultó interesante, Severus; pero no. Me temo que en esta ocasión es mi misión hacer de escolta. Tal vez los dos estaremos a punto de participar en más de un enigma, pero confío que no encontraremos nada desagradable.

—¿Y por qué el ave cualquiera?

—¿Un ave?

—No sabía que eras un animago, aunque siempre creí que tomarías la forma de tu Patronus.

—Ah, sí. —Agitó un poco sus pequeñas alas—. Debo decir que desconozco la forma que poseo actualmente, pero no soy un animago, ni un metamorfomago. Sólo pensé en algo que no fuera alarmante.

—Y la magia se hizo cargo del resto.

—Así parece.

Severus pudo imaginar el gesto resuelto de Dumbledore, ese que con una sonrisa te decía que no ibas a obtener una verdad directa, o una explicación completa ni satisfactoria. En consecuencia, el silencio se empezó a hacer cargante entre ambos y Severus sabía que no se desharía de Dumbledore hasta que cumpliera el nuevo capricho del anciano. De hecho, le sorprendía que había aceptado su presencia tan fácilmente, aunque todavía dudaba si el viejo director estaba vivo o muerto, o si él mismo había pasado al otro lado y el anciano lo había recibido con su torcido sentido del humor. Tratándose de él, a pesar de tanto tiempo, cualquier cosa era posible: un vívido ensueño o un ataque de locura. El anciano era como una caja de grageas Bertie Bott de todos los sabores (un peligro en cada bocado). Lo único que Severus tenía en claro era que no estaba dormido, porque sus pesadillas nunca eran tan amables.

—¿Me escoltarás, a dónde?

—Veo que estás ansioso. De acuerdo —el pajarillo batió sus alas y aterrizó en el hombro de Severus—. Supongo que querrás ponerte la bata —aconsejó picando levemente el mentón de Severus.

—Sí es como la experiencia pasada, no podrán verme y el clima no podrá afectarme.

—Te sorprenderías los trucos que puede obrar la mente. De acuerdo. Como gustes.

En un instante, Severus se encontró sentado en medio de un sendero de tierra amarilla mientras el tibio sol de la mañana despertaba a los primeros gallos y hacía brillar como perlas al rocío dejado por la noche. Los pétalos de las flores de las jardineras empezaban a abrirse y los insectos nocturnos regresaban a sus escondites.

En el pequeño pueblo que Severus jamás había visitado, árboles tupidos y amarillos enmarcaban los caminos y sus hojas sueltas tapizaban el terreno a los lados del camino. El aire fresco empezó a agitar las campanillas de las ventanas a su paso y a mover las veletas que adornaban algunos de los techos más altos de las vistosas cabañas con formas redondas. Todo parecía tan perfecto, que a Severus le dio escalofrío el ambiente tan cálido. Muchas de las verandas tenían alguna variedad decorativa compuesta de sillas que se mecían calladamente aún en ausencia de sus dueños, que debían ser ancianos; o hamacas para los que habían perdido las playas en medio de tanto árbol; juegos de mesa de té para los que soñaban tener un jardín privado como la realeza muggle; o camastros para quienes soñaban con broncearse bajo la sombra de los árboles y que algún animal los atacara estando boca abajo; bancos que bien podrían pertenecer a un parque, si no se los robaron; o pequeños huertos o jaulas con pájaros para los que tenían el sueño frustrado de ser campesinos y vivir del subsidio del Ministerio o ser expropiados por los funcionarios que les pagarían sus tierras con dinero acumulado y obtenido del pueblo. En algunas casas se adivinaban dos o tres niveles, cubiertos por varios tipos de plantas de sombra, pero en general eran las gruesas columnas las que relucían frente a sus jardines perfectamente podados. Los colores de cada cuadra parecían distintas capas de la tierra, que iban desde el natural de la madera, hasta barnices rojos cobrizos, semi-negros, blancos no muy puros o desgastados, beige con gris y amarillos pastel. Pero algo, si no se hubiera podido contar la veta mágica, le dijo a Severus que ellos se dirigían a la única fachada rosa pálido.

Su veranda era la única que no tenía algún mueble o adorno, más allá del enrejado blanco, unos pinos altos y delgados y unas discretas enredaderas que le daban ese toque verde alrededor de las ventanas. En el balcón de la primera planta que daba al Este, las cortinas verdes estaban abiertas y la silueta de una mujer en bata cargaba a un bebé de menos de un año de edad.

Severus la reconoció desde la distancia sólo por su elegante forma de caminar. Era Astoria Malfoy, en una casa de campo como el sanador le había recomendado para favorecer su salud. Cuando entraron a la cabaña, una delicada pero interminable cantidad de pétalos de rosas rojas empezaron a circular por el piso de madera blanca. Severus se vio horrorizado por la cantidad de objetos fijos en forma de corazón. Burbujas de colores iban de un lado al otro y, cuando una explotaba, salía la voz de Draco con algún apodo de amor o una frase cursi dedicada a su esposa o a su bebé. Las fotos familiares no eran tantas, la mayoría eran de Draco y Astoria en sus primeros años de noviazgo, de su hijo en cada mes cumplido y una de los tres juntos. Ninguna de los abuelos, o de algún conocido. Los paisajes de diferentes partes del mundo abundaban más, de piso a techo, como portales a otras realidades entre cuatro paredes. Siete Puffskeins esponjosos iban de un lado al otro por las escaleras, saltando y rebotando, y Severus se alegró de no poder ser visto y que tales mascotas no lo hicieran tener que patearlas para dejar en claro que no estaba dispuesto a mimarlas. Aunque hacerlo hubiera alegrado la actual experiencia de Severus.

Cuando por fin llegaron con la señora de la casa, lo que era el cuarto de Scorpius parecía un pedazo arrancado del cielo nocturno. Pequeñas nubes viajaban por el techo, las paredes brillaban con pequeñas luces que asemejaban estrellas y el baúl de sus juguetes tenía en la superficie una caja de música con abraxanes, granians y eathonans volando en la madera tallada. El niño no lloraba, pero aún así su madre lo paseaba; mientras Scorpius jugaba y jalaba los mechones de cabello suelto de Astoria. Ella lo veía como queriendo grabar en su memoria cada pequeño movimiento y gesto.

Tras un humo rosa, en la esquina apareció un platón con hojaldras de calabaza cubiertas por una salsa de mostaza y miel, al lado de un servicio para dos tazas de té, Meisssen Crossed Swords, de porcelana antigua con detalles en oro de duende; y un biberón suave y caliente para el pequeño heredero.

—Buenos días, cielo —la voz arrastrada de su ahijado le dijo que el desayuno había sido mandado a pedir por él para su pequeña familia.

Astoria sonrió, complacida.

—Querido, todavía es muy temprano.

—El banquete estará caliente y esperando para cuando les dé apetito.

—Desearía que la leche no se me hubiera ido tan pronto.

Draco guardó silencio y Severus endureció la mirada. Si mal no recordaba, su aprendiz había puesto especial interés en las pociones sexuales de Severus casi en forma de displicentes insultos y en la combinación de la transfiguración de la sangre a otros fluidos vitales. Severus le mostró la teoría y Draco se detuvo en la parte donde, usando la sangre, se podía conseguir una poción que ayudara a regenerar el esperma y a generar mayores orgasmos en menos tiempo. El maestro despreció los intereses de su aprendiz porque creía que era lamentable que no lograra sacar su cabeza y su talento de los pantalones. Pero vio la botella de leche con el toque amarillo que caracterizaba la ligera cantidad de grasa de las muestras maternas. No le fue difícil concluir que tomaba la sangre de su mujer para seguir alimentando a su hijo y a la vez cuidar de Astoria con pociones nutritivas y re-abastecedoras de sangre. Eran pociones sencillas pero que consumían gran cantidad de tiempo y atención al detalle. Sin tomar en cuenta que crear leche materna adecuada a cada etapa no debió ser sencillo. Y encima de todo, su ahijado no se auto-glorificó; sinó que puso el dolor de su esposa primero y la abrazó junto a su bebé a su vez en brazos.

—¿Puedo cargarlo? —Draco le preguntó tras ver las bolsas que se estaban empezando a marcar bajo los ojos de Astoria. Ella apretó un poco más a su bebé, pero después de un par de segundos accedió ante la mirada de completa adoración de su esposo—. Toma un poco de té, te hará bien.

—Quisiera que pasaras más tiempo con nosotros, cariño.

—Sabes que el trabajo me tiene ocupado, querida.

—¿Trabajo? Entonces no sé para qué has contratado a tantos asistentes.

—Porque sería imprudente confiar sólo en una persona, ¿no crees?

—Yo confío en ti, Draco.

—Y haces bien —sonrió, dejando a un dormido Scorpius en su cuna para acompañar a su mujer a desayunar.

—¿Vendrá el maestro Snape para el cumpleaños de Scorpius?

—No lo sé, cada vez está más enfrascado en su laboratorio.

—Ya es una lástima que tu madre no se nos una. Tal vez si dejo de tomar mis dosis por un mes, podría hacer algo de tiempo. ¿Podrías proponerle eso?

Draco tomó su taza para esconder su rostro y evitar hacer algún gesto delator.

—Le haré llegar tu petición, cielo.

En cuanto la hora cambió, las paredes estrelladas dieron paso a un lento remolino de arcoiris que hizo brillar todo lo que estaba dentro de la habitación, haciéndolo cambiar de color.

—Qué pena que Scorpius se haya dormido, este tapiz es de sus favoritos —comentó Astoria.

—A mí me marea.

—Es raro que digas que eso te molesta, después de todo, eres un excelente bailarín.

Draco sonrió complacido.

—Bailar se transforma en un arte y un placer cuando tú eres mi compañera.

Astoria se sonrojó y sonrió mientras recordaba una de todas sus experiencias en la pista con su esposo.

—Deberíamos incluir un baile en los planes de Harry, seguro agradecerá la sugerencia.

Draco amplió su sonrisa.

—No tienes idea.

—Me gustaría volver a ver a tu padrino en la pista, es de los pocos que rivalizan con el talento de tu padre.

—Ya le dije que está invitado. Y no se atreverá a hacerte un desaire.

—Sí sigues diciendo eso y Harry te escucha, tal vez se rehuse a hacer la fiesta. Nunca lo había visto tan inseguro y desesperado… ¿Crees que sea una buena idea?

—Es una buena idea, tanto si funciona como si no. De cualquier forma podrá seguir adelante.

—Tienes razón. La vida es muy corta para vivir en la zozobra.

—No importa el tiempo, lo importante es hacer que cada segundo cuente.

—De nuevo hablando de dinero. Nada de negocios en esta casa, querido.

—Es importante que se traten ciertos temas. Pero tienes razón, éste no es el momento. —Draco tomó la mano de Astoria sobre la mesa y siguieron con su desayuno antes de que Scorpius despertara.

—¿Has tenido noticias de tu padre?

—No por el momento.

—Yo nunca le daré la espalda a Scorpius, pase lo que pase. Es increíble que en especial ellos, con todos sus discursos de sangre, nos hayan abandonado. Nunca lo creí posible.

—¿No?

—Draco, amor… Sé que es un tema que te duele, pero tarde o temprano tenemos que hablarlo.

—Sí les importa la sangre, su pureza —dijo Draco tras un estudiado silencio y, al ver que Astoria no cambiaría el tema, siguió—. Mi madre nunca perdonará nuestra unión, ni que apoyemos la igualdad de oportunidades para los que tengan la magia suficiente para entrar a Hogwarts. Mi padre se auto exilió sólo por la vergüenza que representó para él la anulación y tiene el dinero suficiente para hacer lo que quiera. Al ganar el indulto, el Wizengamot no logró ni siquiera multarnos. Otros no tuvieron tanta suerte. Fue una fortuna que mi madre no lograra su amenaza de quitarme mi bóveda personal ni la herencia de las tierras de cultivo si nos uníamos.

—Tampoco mis padres lo lograron. Nos protegieron sus mismas amadas tradiciones que tanto defienden. Pero, está más que probado ya que no existen los "sangre-pura", ¿por qué se aferran todavía? No lo entiendo.

—Porque los magos como mi padre, de la élite minoritaria, creen que tenemos que buscar el ideal de la pureza. De otra forma se teme que los magos se extingan y adoptemos cada vez más las costumbres primitivas de los muggles; como la corrupción del Ministerio y el amarillismo de El Profeta. Ven a los muggles como si tuvieran una maldición espiritual, Astoria, y ven a los magos más puros como el pináculo de todo lo bueno, correcto y civilizado. Mi padre cree, o creía, espero, que estaba protegiendo la magia y los valores primordiales y auténticos de la comunidad mágica. Por eso mis antepasados no se opusieron de verdad a que las Artes Oscuras se ilegalizaran, para que sólo los privilegiados pudieran acceder a ellas, y no evitaron su difamación para que los impuros no las buscaran. Y otros como él, apoyaron el Detector en menores de edad, que sólo es reconocible en comunidades muggles, para que los nacidos de los no mágicos no pudieran practicar y superar a los magos legítimos. Un atropello tras otro que varios magos oscuros usan a su favor para colocarse como las víctimas y defensores de la magia.

"Porque las Artes Oscuras son parte del equilibrio. No puedes condenar la muerte sin condenar la vida, sin muerte no conoceríamos y no entenderíamos la vida. Y tanta legislación en contra no sólo ha frenado, sinó que ha atrasado nuestro desarrollo en comparación con reinos como el de los duendes y hasta de los muggles, mal que me pese aceptarlo. En Hogwarts ni siquiera se nos permite hacer magia en los pasillos, por ejemplo, y cada nuevo Ministerio pinta la línea en dónde se le da la gana, y somos nosotros los que quedamos de un lado o de otro. Como las políticas de Umbrige, que estuvo a punto de lograr que suspendieran Defensa Contra las Artes Oscuras, es ridículo, no podemos depender por completo de los Aurores o quedaremos no sólo indefensos ante los muggles, sinó ante los diferentes gobiernos mágicos. Y no hablo sólo de los humanos. No vayamos muy lejos, es que casi nadie se atrevía a alzar la varita contra los mortífagos ni siquiera para lanzar un Protego.

"Entre ser monstruos salvajes, como los mortífagos, o perros de ataque pura-sangre, como los Aurores o "Miembros de la Brigada Inquisitorial", a este paso no seremos diferentes a squibs gobernados por algunos magos con el derecho exclusivo a practicar magia, cuando es nuestro derecho natural.

Astoria bajó el bocadillo que estaba comiendo y volteó a ver a la cuna donde descansaba su hijo.

—Aunque resultara Scorpius ser un squib, no lo alejaría de mi lado, o le negaría su herencia o su legado.

—Scorpius no será un squib, mi cielo.

—Todavía no lo sabemos, aunque empiezo a desearlo. Mi madre me dijo que al momento de que explote su primera chispa de magia sabremos si también heredó mi maldición… no podría soportar eso, Draco. Todo, menos eso.

—No lo hará. Es un mago sano y será feliz. Te lo prometo —Draco besó a su mujer y el silencio se hizo entre ambos.

Y al parecer tanta meticulosa y tensa tranquilidad le dio a Dumbledore la libertad de comentar a sus anchas.

—Le has enseñado demasiado bien a tu ahijado, Severus.

—No le enseñé a ser cursi ni a consecuentar a las personas. Él siempre ha sido demasiado sensible, no tuve absolutamente "nada" que ver con eso.

—Y encontró a alguien que lo ama por ello. Me refería, Severus, a no hacer evidente todo lo que hace por los que ama para hacer sus cargas más… ligeras.

—La decepción y el engaño siempre son útiles. Un arte del que también eras muy asiduo, me parece.

—¿Y a qué hemos venido, Severus?

—A presenciar la decadencia de un joven enamorado. Esta cabaña está más recargada que una tarjeta de San Valentin o buenos deseos.

—A mí me parece adorable.

Severus no comentó nada más, pero saber que Draco se estaba rompiendo el culo por Astoria y por su hijo fortaleció su determinación por encontrar la cura definitiva a la maldición de Astoria. No quería que su ahijado sufriera lo mismo que él y perdiera a la mujer que amaba. Aunque eso no quería decir que participaría en sus cursis planes.

—Quisiera que el maestro Snape fuera el padrino de Scorpius —confesó Astoria, y a Severus se le borró cualquier oposición a pasar más tiempo con ella y su familia.

—Pero ya es mi padrino, no sé qué tan apropiado sería.

—Entonces Harry. Si todo sale bien, tendremos a ambos pendientes de Scorpius.

Draco dio un ligero bufido, casi tan imperceptible como su madre lograba hacerlo.

—Sí estás buscando una pareja, podríamos considerar una familia consolidada. Como Blaise y Pansy, o los Weasley.

—¿George y Hermione? No sabía que los tenías en tan buena estima.

Draco entrecerró los ojos y Severus hizo una nota mental de indagar más en el tema entre su ahijado y la nacida de muggles. Porque era obvio que Draco ya no reparaba en el estatus de sangre.

—Tampoco es que tengamos tantas opciones.

—Pero son buenas y sinceras, cariño.

Draco volvió a tomar la mano de Astoria y la apretó.

—Lo dejaré en tus manos. Estoy seguro que incluso mi padrino estará encantado, si así lo decides.

Astoria sonrió y fue a ver a Scorpius, que había empezado a hacer ruiditos incómodos.

—Tienes una hermosa familia, Severus —dijo Dumbledore con una tierna sonrisa y su brillo tan característico en los ojos.

—Si así te lo parece. —Severus se dio cuenta entonces que no había puesto atención al momento en que el anciano recobró su forma humana, pero no iba a dejar que la sorpresa se reflejara en su cara—. ¿Es todo o tienes más trucos bajo el sombrero?

—Tal vez todo un grill de gnomos de jardín entre mis barbas.

.

Cuando Severus desvió su atención de los ojos de Dumbledore, se dio cuenta de que ya no estaban en la casa de campo de los Malfoy; sinó en la Madriguera que sobresalía del paisaje como un farol en medio de la tormenta. Sólo que la tormenta era la construcción y la calma eran los campos de cultivo que alimentaban a la familia. Una luz brillaba en la planta baja y ahí se dirigieron.

En el interior de la construcción de barro y piedra se encontraban Molly y Arthur Weasley cerca del calor de la estufa de leña, y la mayoría de sus hijos, con los nietos, se habían reunido para celebrar el aniversario del connubinato de sus padres.

William y Fleur, de vacaciones desde Francia, llevaron a que conocieran a sus hijos de cuatro y dos años. Percy, que había cambiado de sección en el Ministerio, al parecer había llevado a la joven con quien planeaba unirse. George cuidaba de su primogénito enseñándole su oreja partida y le decía que, si no se portaba bien, las suyas también se le caería, y Hermione alimentaba a su bebé de pecho, los únicos castaños entre tanto pelirrojo. Ronald se encontraba solo y buscaba más la compañía del mayor de todos sus hermanos, y los Weasleys faltantes debían estar trabajando en el extranjero.

Los platos del desayuno se estaban fregando por magia y el rechinar de la madera que luchaba por mantener afuera al viento no apagaba la alegre voz del patriarca. Frente a su pequeña audiencia, Arthur interpretaba la canción que los unió a él y a su compañera en su ceremonia; pero la sonrisa de Molly no alcanzaba sus ojos y veía a sus hijos con un toque de amargada tristeza.

Cuando los más jóvenes se retiraron a jugar una partida de Verdad o Poción, dejando a sus hijos al cuidado de sus abuelos, el rostro de Arthur perdió su sonrisa; aunque su mirada no perdió su amabilidad y su paciencia. Por su parte, Severus y Dumbledore se quedaron a un lado de la pareja Weasley para, junto con ellos, poder observar a los más jóvenes y divertirse a la distancia.

—Otro año sin que Charlie venga a casa y ahora Ginny va por el mismo camino. Sólo espero que mis nietos no hagan sufrir a sus padres de esta manera —dramatizó la matriarca Weasley.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete. Pues a mí me parece que seguimos teniendo siete hijos. No a todos los pariste, pero estamos completos.

—La felicidad de una madre nunca es completa. Y ni Fleur ni Hermione dejan que cuide a los niños a menos que sus familias estén ocupadas. Como si yo no fuera también su abuela. Mínimo con Ginny hubiera sido diferente. Si esa jovencita no hubiera sido tan exigente y se hubiera unido a Harry antes de irse, podría haber disfrutado de alguno de mis nietos; aunque Ginny no se hubiera quedado en casa como una bruja decente. Y Harry cada vez nos visita menos aunque es como de la familia. A este paso, tendré suerte de llegar a conocer a alguno de sus hijos.

Arthur suspiró, tomó la mano de su esposa y besó lo que llegó a sus labios.

—Otra vez estás viendo el caldero agujereado, calabacita.

—¿Entonces tú cómo lo describirías?

Arthur se aclaró la garganta y se cruzó de brazos, gesto que no le duró mucho porque el pequeño Dominique le pidió que lo cargara para escapar de su primo Fréderic. Quien se apresuró a hacerse el desentendido junto a su prima Victoire. Su abuelo se rió al ver que el pequeño Fred era idéntico a su padre. O a su tío. En realidad le hubiera gustado que George escogiera otro nombre para su hijo, aunque nunca podría reprocharle.

A Severus le hubiera gustado que los Gryffindor aprendieran lo básico de oclumancia.

—Yo digo que es consecuencia natural de cómo los hemos criado, calabacita.

—¡Ah! Ahora me echas la culpa. Pues no recuerdo que tú te involucraras demasiado, Arthur. Más que para apoyarlos en sus travesuras.

Arthur rió de uno de tantos recuerdos.

—Ambos participamos, incluso mi ausencia tuvo gran peso sobre ellos. Tal vez, si me hubiera preocupado más por hacer algo, no los hubieras presionado tanto y Bill no se hubiera tardado tanto en regresar y tendría más confianza para hacerle frente a Fleur y podrían dejarnos a Victoire y a Dominique. Charlie no hubiera tomado un vuelo sin regreso o montaría un dragón para venir a visitar. Percy nunca hubiera creído que el mejor trabajo era lamiendo la escoba del Ministerio, aunque tuviera que traicionarnos en el camino. Fred y George se hicieron fuertes para no hacerte caso y se fueron al lado opuesto desde el principio y gracias a Merlín les funcionó. Ron vivió siempre a la sombra de sus hermanos y, después de su ruptura con Hermione, la muerte de Lavender y el alejamiento de Harry, no sé si algún día podrá recuperarse. Y Harry siempre tendrá las puertas abiertas, siempre. No creas que no sé que Ginny siguió tus pasos hasta que vio que una poción de amor no le resolvería la vida.

Si antes Molly dejó que su furia creciente se escapara por sus ojos, el miedo tuvo campo abierto para reflejarse en toda su cara.

—¿Desde cuándo…?

—¿Lo sé, me desintoxiqué? —Ante la interrogación, Molly guardó silencio y se concentró en el pequeño Hugo que traía en brazos. Era obvio que nunca creyó que esa conversación tendría lugar y menos frente a sus nietos—. Desde que el maestro Snape me salvó la vida —Arthur siguió—. Me desintoxicaron y el antídoto borró cualquier rastro de sustancia dañina. Admirable en verdad, todavía sigo pensando en cómo podría pagarle la oportunidad de seguir con mi familia. Desde ahí me desintoxico una vez al mes, o cada vez que me empiezo a sentir ausente.

—¿Por qué no me pediste la anulación?

Arthur la miró con un poco de dureza.

—¿Para qué? Nuestra unión fue arreglada, así que no puedo culparte por querer un connubinato más amable para ti. Me diste siete hermosos hijos, aunque es cierto que me hubiera gustado hacer mi parte para educarlos; y aún creo que todavía no es demasiado tarde —Dejó a Dominique con su hermanita mayor y su primo, que jugaban con piezas cambia-forma en el tapete calorífico—. Y, poción o no, la verdad es que me gusta la vida y la familia que tenemos. No es perfecta, pero es nuestra —sonrió más ampliamente al ver como a Bill le salían orejas de conejo del otro lado del salón—. Y me gustaría que disfrutaras de lo que tienes enfrente, en lugar de fijarte en todo lo que nos falta. No es justo para los muchachos, ni para ti, calabacita.

—Mínimo podrían escribir para saber que están bien —reprochó Molly a sus hijos ausentes.

—Ya son adultos, quieran o no, tarde o temprano tendrán que hacerse responsables y no culpar a sus padres de todas sus decisiones como unos adolescentes. Y verán que son los hijos a los que les toca estar al pendiente de sus padres. No que algún día dejaré que quedes en sus manos, calabacita; eres mi esposa y es mi deber cuidarte.

A Molly, después de tragarse su fachada de indignación, se le atoraron las disculpas, el amor y la gratitud en la garganta. Y por primera vez se preguntó cómo hubiera sido su vida si no se hubiera esforzado tanto en controlarla. Y hasta se vio tentada en confiar en ese hombre que había permanecido a su lado por diez años por voluntad propia y, en especial, después de saber exactamente la clase de bruja que era. Porque los años anteriores, que lo tuvo medio sedado con dosis mínimas de Amortentia, no contaban mucho en su escala.

—Supongo que puedo intentar relajarme un poco y disfrutar de la segunda mitad del viaje —susurró, buscando la mirada de Arthur con un poco de desconfianza todavía.

—Inténtalo, yo estaré a tu lado mientras vas progresando o fallando en ese intento. Lo peor que puede pasar es que sigamos como hasta ahora y, si te soy honesto, no es tan malo. Me gusta tener la casa para nosotros —la sonrisa pícara de Arthur hizo reír y ruborizar a Molly, quien se fijó en que sus hijos no se dieran cuenta de su reacción.

Era una mujer afortunada y deseó que los connubinatos de sus hijos fueran iguales o mejores. Que, por lo que veía, iban con buena brújula moral y aspiracional.

Severus tuvo una sensación agridulce en la boca al comprobar que no se había equivocado al desintoxicar a Harry por precaución y sin que se diera cuenta, cada que tenía la oportunidad. Por un lado había sido en parte responsable de su ruptura con Ginevra Weasley y por otro lo había rescatado de una unión no balanceada. A ese paso, Harry se hubiera dedicado a algo que no quería y hubiera hecho todo cuanto a esa bruja se le hubiera ocurrido. Incluso tener hijos para que los criara la abuela, que era igual o peor que ella.

—Arthur es un hombre admirable. Me parece que muchos subestiman la fuerza que se necesita para ser amable, gentil y honorable.

—Los Gryffindor son demasiado románticos, al punto de ser irrealistas.

—Y aún así, parece que es una cualidad de la que te gusta rodearte.

—Alguien debe tener la cabeza fría y ponerles los pies en la tierra.

—Cada cualidad es necesaria y valiosa, mientras se usa con prudencia y bondad.

—Y en especial si es por un bien mayor —espetó con cruel ironía.

—Sí —acotó Dumbledore sin ofrecer siquiera alguna excusa o justificación.

.

Y como si fuera una broma de mal gusto, al siguiente lugar que llegaron fue a las afueras de los terrenos de Hogwarts. Una prisión para Severus a la que no tenía la más mínima intención de regresar.

—No sé qué juego retorcido estés planeando, pero no pienso participar.

—A mí me ha sorprendido tanto como a ti, Severus; pero no tenemos que ir si no quieres. Como dije, mi papel sólo es acompañar. No soy un guía, ni un superior que te pueda obligar.

Severus bufó una risa torcida.

—¿Entonces podemos regresar si así lo decido?

—No lo sé. Pero algo me dice que no estás negado del todo; de lo contrario no nos hubieras traído hasta aquí.

—¿Yo? —Dumbledore asintió y se quedó esperando como si fuera una sombra más del bosque prohibido. Severus oteó alrededor, buscando un indicio o pensando en cualquier otro lugar para ver si así se podrían marchar o terminar toda esa locura. Pero nada pasó. La única respuesta parecía seguir hacia adelante y llegar hasta el final de esa mundana alucinación—. ¿Alguna vez te arrepentiste de algo en tu vida? —preguntó Severus al ex-director, mientras caminaban por el sendero que recorrían los carruajes de Hogwarts.

—De muchas cosas. —Severus alzó una ceja ante la confesión—. Tú y Harry fueron de mis mayores retos y los que demostraron mis más grandes desaciertos. Uno creería que la edad y el estudio constante cura la ignorancia, pero entre más se sabe, más te das cuenta de que ni siquiera puedes estar seguro de tu conocimiento.

—Suena aterrador.

—Lo es.

—No es una confesión muy Gryffindor de tu parte, Dumbledore.

—Al contrario, se necesita sabiduría para identificar las limitaciones humanas y valor para reconocer las propias debilidades y aún así no dejarte vencer por ellas. Algo con lo que sé te sentirás identificado, amigo mío.

—No lograrás que simpatice contigo, Albus.

—Nunca me atrevería a esperar una gentileza así.

Severus miró a Dumbledore cuando no agregó el "de ti", como si en realidad no esperara que nadie fuera capaz de perdonarle, como si él mismo no fuera capaz de perdonarse. Y eso era algo que Severus sí conocía muy bien.

—Lo bueno de morir es que, al parecer, ya no importa la gravedad de los pecados.

—¿Tú perdonaste a tu padre, o a tu madre, o a James, o a Sirius?

—No hablo de perdón. En realidad no creo que perdonar sea necesario para seguir adelante. ¿De qué sirve perdonar cuando hasta los lazos más queridos se pueden romper de forma irreparable? Cuando el brillo de la mirada amada se ha extinguido, pero se puede seguir adelante. El mundo no se detiene porque una voz sea silenciada para siempre, nadie es tan grande.

—Nunca creí que algún día intentaras consolarme.

—No intento consolarte, es como dije antes: alguien debe poner los pies en la tierra a los dramáticos Gryffindor. Quien tú hayas sido, no cambia quien soy.

Albus sonrió mientras el castillo empezaba a aparecer frente a ellos.

En menor tiempo del que les hubiera llevado con cuerpos reales, Dumbledore y Severus se encontraron en la oficina de la actual directora McGonagall, quien revisaba papeles junto a un servicio de té cargado con demasiada leche fresca de cabra.

—Algún día debería tratar de pedir leche sola —gruñó Severus, intentando reprimir un bufido.

En la mesa de la directora había varios pergaminos y, apartada en la esquina, dos listas de invitados. Al parecer, que el aniversario de la batalla de Hogwarts cayera tan cerca del ritual para fortalecer las protecciones del colegio era una tarea difícil de coordinar. El nombre de Severus aparecía en ambos pergaminos con tinta roja y se preguntó porqué la directora no le pedía a Flitwick que la ayudara a automatizar algunos papeleos.

Hablando del medio duende, el pequeño profesor de encantamientos y jefe de la casa Ravenclaw apareció en la puerta y se sirvió una taza de té para él mismo.

—¿Tenemos noticias de Severus? —preguntó Flitwick con su característica voz alegre y chillona.

—Aurora no trajo buenas noticias, Filius.

—Sí quieres, yo puedo entregar la siguiente invitación. Nuestra relación nunca fue aversiva.

La directora arrugó los labios. Era evidente que preferiría no expresar su opinión.

—Esta será la última oportunidad que tendremos y no hay ni un signo de cambio positivo y, la verdad, Filius, si yo fuera él haría lo mismo. ¿Quién querría ayudar o siquiera convivir con los que lo traicionaron? Es cierto que nunca llegamos a ser más que colegas, pero asumimos que lo conocíamos y, a pesar de nosotros, protegió el colegio y a los alumnos. Por Merlín, Filius, si casi le cuesta la vida. Si no fuera por el joven Potter, todo habría terminado en tragedia.

—¿Y si le pides al joven Potter que interceda? Estoy seguro que a él no podría negarle nada. Se lo debe. Y un mago honorable debe pagar sus deudas. —Severus pensó que la naturaleza duende del profesor salió a brillar en ese instante.

—Pero la deuda no es con el joven Potter, es el colegio el que está en deuda con el maestro Snape y todavía lo necesita.

—Y en lugar de expresar directamente eso, prefirieron el camino de la persuasión. Mal empleado, por supuesto. —Severus estudió el rostro contrariado de la directora a la que una vez llegó a considerar una amiga. Y lo llegó a conocer tan poco. No se lo dejó fácil a nadie, pero la creía más inteligente que al resto. Severus no se sentía traicionado, estaba decepcionado. Y no quería regresar a un lugar cargado de tantos malos recuerdos.

—Tal vez, si usamos la magia de su retrato, podríamos hacer que el ritual funcione —continuó Filius, quien prefirió buscar soluciones alternativas para intentar alegrar a su superior.

—¿Y que el retrato pierda su firma mágica? No, no comprometeré todavía más su legado para con la escuela. Es más importante que su memoria quede guardada para la posteridad —volteó a ver el cuadro durmiente de Severus y el de Dumbledore.

—Todavía está vivo, se puede volver a hacer.

—¿Cuántas veces se tiene que sacrificar? Sería como intentar que Harry se vuelva Auror, sólo por si otro mago oscuro aparece y tenga que pelear otra guerra que no le corresponda, mientras los "buenos" se emboscan y le reclaman por no protegerlos. Por suerte Shacklebolt paró esos artículos y ha estado reformando a El Profeta, sinó seguiríamos con propaganda amarillista.

—Pero tienes que admitir que El Profeta era más divertido, tuve que cambiar mi suscripción a El Quisquilloso para no agobiarme por las mañanas. Tal vez te convendría hacer lo mismo.

—Tan bien lo leo, Filius. Es irresponsable dejar que tu opinión se forme con una sola fuente, o corremos el riesgo de cometer más injusticias.

—Como con Severus.

McGonagall asintió, derrotada.

—Pronto será tu siguiente clase; no te entretengo más, Filius.

—Debería aceptar un subdirector, directora. Aprovechar que El Consejo aceptó aumentar la plantilla y regresar a Hogwarts a sus días de gloria.

—Lo pensaré. Gracias, Filius.

El semi-duende se retiró y la directora se volvió a sumergir en su trabajo.

—Vaya, me sorprende que Shacklebolt lograra aumentar el presupuesto del colegio. El Ministerio no debe estar muy alegre con los recortes a las otras áreas —opinó Dumbledore con una sonrisa de suficiencia en los labios.

—A mí también me hubiera gustado ver sus caras cuando volvieron a aceptar la posibilidad de abrir clubes y torneos internos —Harry se lo había mencionado a Severus como un logro. Draco y él habían conseguido manipular a los funcionarios del Consejo Escolástico, diciendo que si ellos hacían las donaciones al colegio, usarían la información y sus Escaños Señoriales en el Wizengamot para que en menos de dos años todos quedaran fuera, o podrían apoyarlos a ellos y a las nuevas generaciones, y seguir teniendo trabajo. Harry se aseguraba que sus donaciones fueran bien implementadas con contratos de sangre y juramentos inquebrantables de por medio. Draco se interesó por ampliar el plan de estudios, rescatar en lo posible el conocimiento de las familias extintas, facilitar el acceso celosamente guardado por los sangre-pura, desestigmatizar y legalizar las Artes Oscuras que no ocuparan magia oscura y la investigación de nuevas formas de prácticas mágicas que venían con ellas—. Este ciclo escolar será el catorceavo concurso de Pociones. Aunque todavía no aparece nadie con la pasión y el talento para un tutelaje.

—Suenas complacido, Severus.

—En efecto, por ahora no tengo tiempo para volver a tener a ningún alumno a mi cargo.

—O tal vez, se deba a que conocen tu reputación y prefieren evitar el rechazo.

—Por eso digo que todavía no nace alguien con la suficiente pasión para intentarlo y el talento para lograrlo. —Severus odió admitirlo, pero había extrañado sus pláticas con el anciano.

—Pasión y talento —repitió el ex director, con una sonrisa maliciosa mientras acariciaba su larga barba—. Eso me aclara por qué no has alejado al joven Harry del todo.

.

Después de esas palabras, Severus y Dumbledore se encontraron en medio de un parque de apariencia muggle.

A lo lejos, en los enormes juegos infantiles, estaban reunidos una pequeña cantidad de infantes no mayores a los ocho años y una silueta conocida los vigilaba en la distancia. Con un poco más de atención se dio cuenta de que un pequeño niño con cabello naranja se divertía con sus pares. No era un tono pelirrojo, sinó un color vivo que reflejaba su estado de ánimo. Severus tenía el privilegio de que Edward Lupin se pusiera rojo o azul metálicos, intentando parecer peligroso para que Severus no lo atacara. En consecuencia, Harry los había hecho convivir muy poco, pero Severus tenía presente que procuraba hacerse cargo de su ahijado, tanto como la abuela del niño, Andrómeda Tonks, se lo permitía.

A Severus no le parecía que tomara una responsabilidad que no le correspondía, porque no era su cabeza de familia aunque fuera su padrino. Pero jamás intentó disuadirlo. El pequeño no sólo era la única familia mágica que le quedaba, sinó que era casi seguro que tomara esa convivencia como una forma de intentar compensar su propio pasado. Si Harry tenía un incentivo para mejorar el mundo mágico, ese era su ahijado de seis años, porque al parecer salvarlo de un mago Tenebroso no había sido suficiente.

Severus no entendía cómo, después de tener una infancia y una adolescencia marcadas por el abuso, la violencia, el dolor, la muerte y la guerra, Harry seguía teniendo el corazón generoso de su madre. Una gran compasión, macerada por la soledad y la tristeza. No había nada que Harry no se atreviera a hacer si era por contrarrestar la injusticia; aunque sólo fuera la más evidente. Por eso Severus fue uno de sus enemigos de la infancia, una muestra del mundo al que se enfrentaría cuando ya no estuviera blindado tras los muros de Hogwarts. Una muestra de que son los encargados del sistema los que mantienen las prácticas dañinas contra aquellos que están bajo su soberanía.

—Harry es mejor hombre de lo que tú y yo fuimos, Severus —comentó Dumbledore melancólico.

—No te cuelgues esa medalla. Sigue siendo un arrogante que cree que todo se solucionará si deja pasar el suficiente tiempo sin poner atención, ni involucrarse en el proceso; un flojo que cree tener todas las respuestas cuando lo único que hace es correr en la misma rueda hasta agotarse y se molesta cuando lo enfrentan a un razonamiento o camino distinto; un débil de carácter que se deja ningunear por sus emociones y prejuicios.

—Y tú te seguirás amargando la existencia intentando hacer de Harry la mejor versión de él mismo.

—Puede llegar a ser mucho más, si tan sólo tuviera una gota de ambición en su espíritu.

—A mí me parece que la ambición de Harry es más sencilla y al mismo tiempo más compleja y difícil de alcanzar.

—Espero que no vayas a salir con idealismos. O peor, sentimentalismos. Tiene tanto potencial y lo desperdicia preocupándose por mí, o intentando esconderse del mundo. No te imaginas el trabajo que me costó quitarle esa figura desvaída de niño y que no sólo se dedicara a existir del dinero de su padrino después de la guerra. Les dio a Draco y a la Señora Granger Weasley una fuerza en común aunque sus objetivos fueran distintos. La gente lo mira y hay quien emulará su ejemplo. La cantidad de poder que tiene no le debería dar el lujo de ser egoísta, pero también debe aprender a ver por él y no dejarse devorar por las masas descerebradas.

—Exiges tanto de él como de ti mismo, Severus. Pero me pregunto, ¿dónde están sus descansos? ¿Quién los espera al final de un largo día de trabajo? Harry y tú necesitan más para sobrevivir que sólo objetivos cumplidos. Por lo que veo hasta ahora, es la esperanza del amor la que a él lo mantiene vivo y a ti la resignación de seguir respirando.

Severus quiso estar ahí, de verdad, sentado al lado de Harry disfrutando del silencio, como cuando vivieron juntos durante su recuperación; pero tenía cosas qué hacer, una base que terminar para seguir con su siguiente proyecto mientras velaba por el mismo Harry y Draco. Simplemente, no tenía tiempo.

—Dime, Severus. Si en el remoto caso Tom hubiera cumplido su promesa y hubiera ganado la guerra. Si hubieras logrado volver a estar con Lily Evans y disfrutar de la posición y protección que Voldemort prometía. ¿La hubieras ignorado con tal de mantener la posición y el poder por la que tanto luchaste para estar con ella? ¿No fue esa misma ambición la que los alejó en primer lugar y la que ahora te separa de lo que tu corazón atesora?

—Harry debería hacer lo mismo que su madre.

—Mientras tú lo proteges desde la distancia y las sombras. No, Severus, Harry no es Lily. Deberías escucharte e intentar un nuevo camino, tal vez en el proceso encuentres lo que buscabas en un principio.

—Para que ese sueño tenga la posibilidad de convertirse en pesadilla.

—O para que descubras que la imaginación es lo único posible, y lo demás es realidad.

Su discusión se vio interrumpida cuando vieron llegar a un joven rubio de la edad de Harry, mucho más alto, ancho y fornido; de rostro pequeño, pero de una alegría contagiosa. Nerviosa, en opinión de Severus.

Ambos jóvenes se saludaron con un intento de abrazo que se convirtió en un apretón de manos. "Big D", lo llamó Harry. Y Severus se sorprendió de no haber reconocido antes al muggle. Su primo había cambiado considerablemente y al parecer había sido una coincidencia que volvieran a encontrarse.

Demasiada plática mundana después, Harry, Teddy y Duddly se dirigieron al callejón Diagon con el fin de comprar una lechuza para que el muggle tuviera cómo comunicarse con Harry y posteriormente se dirigieron a la heladería de Florean Fortescue a petición del ahijado de Harry. Ahí se encontraron con la señorita Cho Chang y la conversación se tornó un poco más absurda todavía hasta su despedida.

Duddly había quedado prendado de la bruja, tan obviamente que dolía a la vista. Y, en consecuencia, le preguntó a su primo por su vida amorosa. Harry se ahogó con el helado, pero no se salvó de responder que tenía pésima suerte en ese terreno.

—Vamos, Harry. No puede ser tan malo. En la primaria muchas veces te golpeé porque varias chicas te encontraban lindo. En un colegio mixto, sin mi o mis padres, seguro te lo pasaste de lo lindo.

Harry rió para sus adentros.

—Pues no tanto. —Era obvio que Harry no quería dar detalles de todo lo que ocupó su atención durante esos años—. Ok, digamos que ni siquiera tenía muchos amigos que vieran más allá de… bueno, no era bueno haciendo amigos; y cuando descubrí que alguien me atraía hasta yo mismo me sorprendí. Fue bastante confuso, de hecho.

—¿Confuso?

—Sé… descubrí que mi persona más importante era mi mejor amigo, y después de eso tuve que admitir que no eran las acosadoras las que no me gustaban, sinó que desde antes me sentí atraído por un profesor y algunos jugadores de quidditch desde mi tercer año, y no era sólo admiración. Él nunca se enteró, no; de hecho sentía que hasta nuestra amistad era más frágil de lo que había creído, y tenía tanto miedo de que se volviera a alejar que decidí olvidarlo; sí, preferí hacer como que nada había cambiado a perderlo como amigo.

—Harry… ¿eres marica?

Harry descubrió una mirada que no le gustó nada en el rostro de su primo, y tampoco a Severus. Harry no estuvo cerca de la magia cuando niño y después no estuvo cerca de los prejuicios muggle, porque decidió desde su primer año que todo lo que venía de sus tíos eran ataques o mentiras. Severus mismo se vio sorprendido cuando descubrió que los muggles rehusaban de lo homosexual como los sangre-pura a la mezcla de magos con seres, criaturas o bestias; o peor, muggles. Prejuicios que no existían en el mundo del otro. Harry se veía confundido, sin saber cómo responder ni qué esperar más que el habitual juicio y rechazo.

—Ese término no existe en mi mundo, Duddly —dijo Harry con retó en su voz y en sus gestos.

—¡Ah, perdón! No quise insinuar nada malo, sólo que me sorprendió. Hasta ahora no he conocido a nadie… bueno. Ah… —A Severus le pareció patético comprobar que la falta de vocabulario hacía eco con la falta de cultura y criterio del muggle. En esas ocasiones, recordaba su antiguo desprecio hacia ellos.

Harry suspiró y decidió pasar por alto la pregunta de su primo.

—Después de eso, am… me empezó a interesar una chica de otra casa que también tenía la posición de buscadora. Pero… sólo me gustaba porque era linda y también era popular y era buena en quidditch y… digamos que esa relación estuvo destinada al fracaso. Después descubrí varias cosas sobre alguien en un libro y toda mi atención se centró en él… pero era más que nada un producto de mi imaginación y después me enteré que en verdad era peligroso; así que terminé saliendo con la chica más bonita de la escuela. Me gustaba, y le gustaba, y era divertida, y era buena en quidditch. Sé…—Harry pareció reflexionar en lo parecidas que le resultaban Cho y Ginny—. Rompimos hace como dos años, creo. Y ahora… es complicado.

—Ah, así que te gustan ambos, qué cool. Creo que puedo entender eso. Puedo admitir que hay muchos tipos buenos en el gimnasio al que voy, pero la verdad sólo me atraen las chicas, ya sabes. No podría imaginarme con un tipo.

Harry dio una media sonrisa ante la lucha mental de Duddly por empatizar con él y mejor se distrajo con el cabello de Teddy que pasaba de amarillo a rosa entre bocado y bocado de helado.

—En el mundo mágico no he notado que nadie señale algo raro, especial o extraordinario al ver a dos hombres o dos chicas juntos. Ni siquiera tienen una palabra para eso. Hacen más escándalo por especies, incluso personas sin magia. Pero no es un tema que escuches todos los días, de hecho hacen como si él sexo no existiera. Es raro.

Duddly tenía una cara de que sólo había entendido menos de la mitad de la historia, pero no iba a preguntar; en su lugar, aportó un poco de sus experiencias con antiguas relaciones también y los dos primos se sorprendieron cuando el pequeño Teddy comentó que él sí tenía una novia. Severus aguantó una risa al ver la cara de perdedores que les quedó tras semejante declaración. Era obvio que el niño había sacado la locura de su madre y el valor de su abuela.

Harry intentó sacarle más información a su ahijado, pero el niño sólo dijo que la pequeña bruja era muy linda y divertida. Todo lo necesario para encantar a cualquier niño, Severus podía estar de acuerdo.

—Parece que llamaste la atención del joven Harry mucho antes de lo que habías imaginado, Severus.

—Tengo su atención desde su primer año en Hogwarts, eso no significa nada —Severus no le iba a decir que no creía que hubiera sido un accidente que Harry conociera parte de su pasado en el pensadero, sinó una manipulación más para que el tonto confiara en su bondad y lealtad hacia Dumbledore; sólo para que la traición pareciera real a ojos de los mortífagos y de ese demonio. Y cobrarse su mal trato hacia Harry en el proceso, con lo que más le dolía. Un movimiento digno de alguien con la astucia del ex-director.

—Es cierto, pero no conozco a nadie que le provoque emociones tan intensas y complicadas. Desde finales de su primer año ha tenido la lucha por conocer tus lealtades. De hecho, tuve que mencionar la deuda con James para no revelar tu verdadero ser.

—Entonces desde ahí empezó a idealizar al cerdo de su padre.

—Nunca entendí por qué te sentías impelido a llamar así a James Potter. En la comunidad mágica el cerdo está asociado a la abundancia y la buena fortuna.

—Sonaba despectivo.

—Por favor, Severus. Ni siquiera de niño dejabas que una razón tan infantil y muggle guiara tus movimientos.

—Los ricos empresarios y los funcionarios, los cerdos, "dicen" que quieren proteger el mundo, pero únicamente quieren mandar como si el mundo fuera uno más de sus negocios, se sienten dueños del patrimonio del pueblo y actúan como si todos les debieran la vida. En su soberbia, avaricia y pereza, degradan la tierra y viven de excesos decadentes que tienen que pagar tanto amigos como enemigos, pero nunca ellos; porque la justicia sólo es aplicable para aquellos cuyo único pecado es no tener suficiente poder, dinero heredado o sobre pagado, ni recursos, porque no se dan cuenta que se los han arrebatado.

"Y les encanta tener de mascotas a las ratas zalameras que sólo buscan mejores migajas que los demás y los traicionarán cuando aparezca un amo con una oferta mejor; o a los perros idiotas que quieren romper con las cadenas del pasado, como si todas las costumbres antiguas fueran malas porque no son a su gusto, pero no saben a donde ir y dejan que los demás decidan por ellos, hasta sus sueños, dando sus vidas a cambio de discursos bonitos; o a los parias conmiserados que aceptan ser excluidos y vivir en la miseria con tal de no ser perseguidos, cuando podrían ser los más poderosos de todos porque son la prueba del abuso y corrupción de sus amos. Pero todas esas mascotas creen que peleando entre ellos respaldan su futuro y a sus amos, y que estarán protegidos, que su sufrimiento los vuelve automáticamente buenos y justos, cuando sus amos los necesitan donde están para que ataquen a quien quiera un serio pedazo de la tarta.

—Entonces, al ser un paria y estar en la parte baja de la pirámide, por eso escogiste el lado que atacaba al sistema que mantenía a los grupos que te atacaban y te prometía estar en la cima sólo por encajar mejor en su esquema, por méritos por los que no tendrías que luchar. Como tener la especie y parte de la sangre adecuada. Un discurso que enaltecía a las diferencias entre especies, mientras pensaran igual, fueran útiles y aceptaran su lugar, casi siempre inferior. Que veía a cualquiera que se saliera de ese esquema como un peligro. Que se creía con el derecho a intervenir, controlar, subyugar y podar vidas, familias y hasta otras naciones; a cualquiera que se saliera de ese esquema, ya no sólo por contradecirlo, sinó por factores que se salían de su completo control, como haber nacido y ser lo que son.

—Por lo menos no acabé con menos que nada como ese perro sarnoso que se contentó con ser una buena mascota bien adiestrada. Las armas siempre son útiles. Fue el conocimiento y mi talento el que me ayudó y me ayuda a beneficiarme de cualquier bando sin importar quien muera o caiga en el proceso. Sí, Albus, no necesito que nadie me diga la clase de monstruo que soy.

—Y aún así, al único que ayudaste, sin la posibilidad de obtener o querer nada a cambio, fue a alguien que está dispuesto a sacrificarse por los demás, sin hacer distinción alguna de especie o de clase; incluso por los nadies, los invisibles, los olvidados, los ninguneados; los miserables que no tienen cómo defenderse ni retribuirle, porque ni lloviendo les cae la buena suerte. Y lo hizo sin que nadie se lo pidiera o se enterara.

—Y odié cada asqueroso minuto.

—Me lo pregunto.

—Es así, Albus. No vas a hacer que justifique la infancia a la que enviaste a Harry, ni los métodos con los que lo condicionaste en Hogwarts; como tampoco lograrás que cuestione la realidad de mi pasado para darla por buena sólo porque fue conveniente a tus fines. La verdad siempre es algo infinitamente más terrible e increíble. No tengo bondad en el fondo. Un arma sólo vive para asesinar, eso es todo. Ayudo a Potter y a Draco porque es eso o vivir en el exilio y mientras tanto los alineo a mis fines. Me convienen. Nada más. Ningún discurso tuyo me santificará, como tampoco volverá a la vida a los que asesiné directa o indirectamente. Una vez mortífago, siempre mortífago, ¿doy "asco", no es cierto?

—Y aún así no has vuelto a caer en la tentación de la magia oscura.

—Tuve excelentes ejemplos para dejarlo, no te cuelgues el mérito.

—Y has logrado obtener la atención del joven Harry en tres diferentes ocasiones y por razones distintas.

—Porque es un egocéntrico que cree que el universo está en su contra, un estúpido al que le gusta que alguien más le diga qué hacer, un terco que sólo sabe atacar sin pensar, un sentimental que cree merecer mientras sólo se sienta a lamer sus heridas y menea la cola con cualquiera que le muestra un poco de aceptación y cariño. Un cerdo con complejo de mártir y perro sarnoso, de hocico a rabo —gruñó Severus, casi arañando sus brazos que no se había dado cuenta que había cruzado. Y estuvo dispuesto a arrancarlos al ver la tristeza en los ojos de Dumbledore.

—Piénsalo, Severus. Tú mejor que nadie sabe que las oportunidades llegan y se van sin previo aviso.

—"Mejor que nadie".

—Miéntele a quien quieras. Jamás podrás engañarte a ti mismo.

—¿Un mentiroso reconociendo a otro? No. Albus. Lo cierto es que nunca hubiera logrado convencer a nadie de nada, si ese hubiera sido el caso.

—Y por eso el engaño es un arte. Pero no se puede juzgar a un artista ni por toda su obra, sólo vislumbrar sus diferentes etapas de vida y de pensamiento; y tú vida todavía no termina, amigo mío.

—¿Qué quiere, ex-director? ¿Un cambio, una promesa? Ya no tiene el poder para obtener nada de mí.

—Sólo quiero que quieras lo que te has negado hasta ahora. Siento que te lo debo.

—He estado haciendo lo que he querido desde que volví a sobrevivir a la Casa de los Gritos, y de nuevo no gracias a usted.

—Supongo que: te hace bien decirlo, pero tampoco te haría mal darte algunos lujos. Como estar con alguien para el que tu presencia no es un puesto a ser ocupado; y que reconoce y respeta tu poder y habilidad sin buscar cambiarte u obtener nada de ello. Alguien que es feliz tan sólo por tenerte en su vida aunque eso le traiga "complicaciones". Alguien que también está dispuesto a defenderte a la distancia, sin que lo veas, por la sencilla razón de que para él eres importante. Alguien como lo fue Lily. O ahora vas a decirme que te arrepientes de haber sido su amigo y de todo lo que vivieron juntos.

—Jamás. —Severus escupió sin reflexionar.

—Te has esforzado tanto porque Harry no siga actuando como un arma y creo que es tiempo de que tengas la oportunidad de hacer lo mismo. En especial cuando por fin has encontrado a alguien que busca evitar que más personas tengan la infancia y la vida por la que los dos pasaron, y por eso ha empezado a escucharte, más allá de la amargura y el resentimiento de ambos. Tanto que está dispuesto a fortalecer reformas sociales, a rechazar ser un títere, ya sea como seguidor o líder, y vivir su vida a su manera. Y, por alguna razón que es incapaz de definir, te quiere a ti en ella.

Cuando Albus Dumbledore terminó de hablar, Harry le entregaba a Teddy a su abuela. Severus no pudo hacer ojos ciegos a esa mirada de ilusión y doloroso anhelo. Nostalgia, quizá. Pero ese fuego tan suyo le impedía caer en una resignación paralizante. Fue entonces que Severus entendió que, con o sin él, Harry llegaría algún día a ser padre. Tal vez no con la señorita Weasley, tal vez no en los próximos años ni al lado de alguien, porque Severus no sentía que fuera algo que podría respaldar; pero Harry tenía tanto amor para dar, que sería prácticamente inevitable.

Severus se volvió hacia Albus para preguntarle su opinión, pero fue demasiado tarde. La neblina oscura que había definido casi toda su vida era lo único que lo rodeaba y, como un eco lejano, las siete campanillas volvieron a sonar. Un tempus no verbal marcó las tres de la madrugada. La hora más fuerte de la noche. La hora en que el Señor Tenebroso planeó dar el golpe a los Potter como parte de un ritual oscuro de Samhain, y que terminó con la vida de su mejor amiga.

Un calor lo hizo mirar hacia el suelo y Severus se vio en medio de las tres espirales de un triskel de fuego, cuyas afiladas. lenguas intentaban lamer sus pies desnudos.

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