Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Toei Animation.


Capítulo 15: Regreso a Casa.


El Sol brillaba en lo alto. Surcando el cielo, una parvada de aves interrumpía la azulada calma sobre sus cabezas. Apenas llegaron a su destino, todos gruñeron por el intenso calor que comenzó a atacarlos sin piedad, sin embargo, no permitieron que eso los distrajera de su misión.

Ignorando a los turistas y gente que habitaba cerca de la playa, el grupo caminó con decisión, decididos a llegar hasta su meta. Milo, al centro del grupo, no tardó en borrar su expresión seria y poner una sonrisa al ver cómo actuaban todos los que lo rodeaban, casi parecía que eran dos chicas protegidas por sus hermanos mayores de las miradas indecentes de la gente a su alrededor, un gran sinsentido, puesto que ninguno de ellos, en especial ella y Esmeralda, estaban vestidos para la playa.

Rápidamente se llevó la mano a la boca, intentando ocultar su sonrisa, una acción tardía, comprobó poco después, cuando Aioria le dio un codazo con una media sonrisa adornando su rostro. A pesar de saber que ese no era su lugar, Milo podía sentir una conexión casi inmediata con ese Aioria y Camus, por supuesto, de la misma forma que la sentía con su Aioria. Casi podía decirse que sabían lo que haría o diría el otro con sólo intercambiar una mirada.

Sumado a la seriedad de la situación, Milo podía sentir cierta emoción entre ellos producto de la expectativa. En esa ocasión todo saldría bien, ella se aseguraría de que así fuera.

—Estamos en los límites del centro dimensional.

El anuncio de Esmeralda hizo que todos se detuvieran y miraran hacia el frente, expectantes. Habían llegado a un sector poco concurrido de la playa; contrastando con el brillante y soleado escenario anterior, el cielo se veía más bien nublado, lleno de nubes, el viento mecía el oleaje violentamente, haciendo que el mar chocara contra la arena o algunas piedras que había cerca. Al ver el panorama, Aioria y Krishna miraron hacia atrás, ambos extrañando el clima amigable que habían recorrido con tanta parsimonia.

—¿Estás segura de que es por aquí? —preguntó Aioria.

—Entre más feo que vea el lugar, más seguro podemos estar de ello —afirmó Saga.

—¿Por qué no me sorprende? —Camus rodó los ojos — Bien, entonces continuemos.

Esmeralda asintió ante las palabras de Camus y continúo guiando al grupo a paso lento. Desde que la situación había empeorado con el atentado contra Julián Solo, o accidente en esa dimensión, la salud de la joven también se había visto afectada, como le había ocurrido a Krishna y Saga; el primero, de hecho, se veía un poco peor que ella, Saga todavía mostraba con un poco más de energía, producto de todos los años que llevaba ejerciendo su trabajo. Según explicaron, eso se debía a la conexión casi directa que los relojeros primogénitos tenían con el Julián Solo relojero; entre más generaciones pasaban, y más nuevas eran, más se desgastaba y alejaba esa conexión.

No debían llevar más de cinco minutos internándose en el lado oscuro de la playa, cuando el Sol comenzó a ocultarse, como si la tarde hubiera pasado en un suspiro. Al notar ese cambio, todos miraron al cielo, pero nadie dijo nada, más que conscientes de que esa no sería la única cosa extraordinaria que verían en ese momento. De hecho, esa idea no tardó en asentarse para todos cuando de nuevo la luz del Sol llamó su atención, esta vez apareciendo por el lado contrario por dónde desapareció, indicando el amanecer de un nuevo día.

—¿Cuántos días creen que estaremos aquí? —preguntó Aioria cuando el astro volvía a ocultarse detrás del mar, tiñendo todo de un apagado tono naranja. A pesar de los movimientos estelares, el clima parecía no cambiar, incluso comenzaban a escucharse algunos truenos.

—El diario de Kaza decía que estuvo perdido por seis días —dijo Ikki, sin quitarle de encima la mirada a Esmeralda.

—Seis días.. ¡Wow! —Krishna soltó un silbido, observando con atención el mar— Nunca había escuchado que a alguien le llevara tanto tiempo.

—¿Qué hay de sus padres? ¿Nadie se preocupó? —curiosa, Milo se adelantó para quedar a la par de Esmeralda, a quien le sonrió como apoyo al notar la expresión agotada de la chica.

—Tenía dieciocho años —explicó la joven rubia—. Estaba viajando por el país en ese momento, la gente que lo conocía estaba acostumbrada a que desapareciera por algunos días. El diario dice que el encuentro fue en una cueva…

—Al parecer Kaza estaba haciendo vandalismo público… —Ikki sonrió burlonamente antes de fruncir el ceño — Nunca me dejó hacer lo mismo.

Al pensar en el hombre, Ikki intentó que sus emociones no lo dominaran. Al igual que con Esmeralda, Ikki había sido rescatado de las calles de Japón por Kaza, quien no sólo le dio un techo y comida, sino una razón para sobrevivir, alguien a quien cuidar, alguien a quien amar, a pesar de que lo mantuviera en secreto. Esmeralda jamás debía saberlo.

Estaba amaneciendo de nuevo cuando Ikki notó que a lo lejos una extraña sombra de acercaba. Sabiendo lo que podía significar, el joven intentó poner su mente en blanco, recordándose una y otra vez que el pasado no podía ir por él, que tenía una misión importante y no podía distraerse en otras situaciones. Entonces, de la sombra comenzaron a salir varias sombras más, como si la primera se multiplicara.

—Esmeralda… —dijo Ikki cuando su ejercicio mental no dio frutos, puesto que continuaba viendo a la sombra acercarse lentamente.

Al escucharlo, tanto la joven como los relojes voltearon a ver dónde Ikki miraba. Un par de segundos antes Camus también se había percatado de la extraña sombra, pero al igual que su compañero, había intentando mantener su mente en blanco antes de percatarse de que lo que sea que se acercara, era real, o al menos parecía bastante real.

—¿Qué es eso? —preguntó Milo, sin dejar de mirar las sombras en el horizonte, hipnotizada—. ¿Algún recuerdo? ¿Trauma del pasado? ¡¿Son ellos?!

—Imposible —Krishna negó ante la última pregunta de Milo, también sin dejar de mirar la multitud—. Nos aseguramos de que no pudieran entrar.

—Es… —Esmeralda abrió los ojos cuando las sombras tomaron forma, dejando su estilo sombra y revelando su identidad.

Parecía un pequeño ejército. Frente a ellos había una multitud de hombres con brillantes armaduras completas, cargados con espadas y lanzas. Algunos cargaban largos estandartes con marco rojo y algo que parecía una cruz al centro, hecha con pequeños escudos dentro del fondo blanco. Frente al ejército había un hombre que destacaba de todos, una barba abundante cubría la mitad de su rostro, sobre su armadura, que en el pecho tenía una enorme cruz, estaba una especie de abrigo oscuro, de mangas anchas con líneas verticales doradas, en lugar de un casco usaba una boina también oscura y montaba sobre un caballo blanco que se movía de un lado al otro, inquieto, esperando las órdenes de su jinete para correr al ataque.

—¿Acaso nos metimos en medio de una representación histórica o algo por el estilo? —preguntó Aioria con un ligero toque de humor que pretendía ocultar sus nervios.

—Es el pasado —dijo Saga, sosteniendo a Milo del brazo, ya que era la más próxima, para indicarle que continuaría caminando—. Literalmente el pasado.

—A veces el centro dimensional puede traer tu pasado —murmuró Krishna, sosteniendo a Aioria y Camus; frente a ellos, Ikki había subido a Esmeralda sobre su espalda para comenzar a caminar, siguiendo a Saga—. A veces trae al propio pasado. El pasado, pasado.

—¿Y si todos nos mentalizamos para eliminar este pasado?

—Eso no funcionará —intervino Esmeralda—. Este pasado no lo trajimos nosotros, lo trajo el propio centro dimensional como protección.

Mientras comenzaban a avanzar, una mirada de reojo hacia donde estaba el ejército les comprobaron que los hombres todavía no se movían, para su suerte. Sin embargo, eso no evitó que poco a poco comenzaron a aumentar la velocidad de sus pasos, comenzando con Ikki, quien se puso a la cabeza, con Esmeralda indicándole el camino que debía seguir para llegar al origen.

—Creo que es Vasco de Gama —Camus volvió a mirar hacia el dirigente del ejército.

Desde el primer momento en el que lo vio sintió que lo conocía, que ya lo había visto antes, en un libro o tal vez dos.

—¡Eso no es importante ahora, Camus! —gritó Milo cuando sintió que Saga aumentaba la velocidad de sus pasos, hasta comenzar a trotar, sin soltarla del brazo.

—No todos los días puedes ver a un personaje histórico con más de quinientos años de muerto justo frente a ti —argumentó el francés, siguiendo el paso del grupo—. Quiero hacerle tantas preguntas…

Al escuchar el tenue tono de emoción en Camus, Milo sonrió de lado. En algunos universos más adelante, ya desaparecidos, en lugar de ser un experto financiero, Camus era un historiador multipremiado; como resultado de todo el caos su amigo había mutado en una mezcla de ambas versiones suyas, con un poco de conocimiento en literatura e incluso política para aderezar su nueva personalidad.

Ante el estremecimiento de Saga, que sintió gracias al contacto entre ambos, Milo borró su sonrisa y se concentró en la situación, en especial cuando el mayor anunció que no podrían escapar por siempre, en especial considerando que todavía tenían que trabajar en su reloj y conectarlo con los otros dos.

—... ustedes tres adelántense — le ordenó Saga a Esmeralda, Ikki y Krishna, aún corriendo—. Nosotros intentaremos atrasarlos. Esmeralda, cuando encuentren el centro dimensional me avisas por el anillo. Esperemos que para ese momento las cosas ya estén más tranquilas.

—¿Estás seguro de que vas a poder con esto solo, Saga? —preguntó Krishna antes de adelantarse; frente a él Ikki sólo se dio la vuelta por un breve momento para darle su espada a Camus, y después continúo con el camino, acelerando el paso.

—¿Desde cuando has mostrado tanta desconfianza contra mi?

Krishna rio por lo bajo y sin perder más tiempo siguió a los más jóvenes, sin detenerse o mirar atrás. Milo y los restantes, por el contrario, se quedaron en su lugar, viendo como el pequeño ejército se acechaba a ellos.

—No vamos a poder contra ellos, son demasiados…

—Para eso entrenaste, Aioria, no olvides que ahora eres parte de nuestra resistencia. Se puede con esto y más.

Sin poder evitarlo, Milo sonrió con confianza, sabiendo que Saga sólo había dicho eso para motivarlos. Cosa que funcionó, puesto que Aioria adoptó una postura de defensa, sacando un par de nudilleras, una para cada mano, preparado para la pelea. Camus, al lado de él, desenfundó la katana de Ikki. Saga también se equipó, sacando de sus fundas dos pequeños cuchillos que llevaba a cada lado de su cadera; al verlos armarse, Milo tragó saliva, puesto que era la única que no estaba armada.

—Milo, quédate conmigo —Camus extendió la mano, cuando ella la tomó, la jaló hacia detrás de él, como una forma de protegerla.

—Ustedes están más armados que yo —se quejó Aioria cuando notó las armas que sostenían Camus y Saga—. Voy a morir.

Al escucharlo, Milo quiso golpearlo, pero ya no tuvo tiempo. El ejército había avanzado hasta posicionarse justo frente a ellos y los primeros soldados comenzaron a abalanzarse contra ellos, especialmente contra Saga y Camus, quienes estaban más al frente.

Milo vio cómo al parecer el entrenamiento había funcionado con sus amigos. Camus mostraba una gran habilidad con la katana de Ikki, hasta el punto en el que logró desarmar a un par de hombres y logró lanzarle una espada a ella y Aioria. Su amigo de la infancia, por el contrario, esquivó un par de ataques y logró golpear a algunos soldados en el rostro, despojándolos de sus cascos.

Cada vez que uno de ellos lograba un golpe mortal, como cuando Aioria tiraba a un soldado gracias a un golpe en el rostro y después le clavaba la espada en el pecho como si no tuviera una armadura, o cuando Camus lograba decapitar a otro, para después, casi de inmediato, defenderse de un ataque por la espalda, el enemigo se evaporaba tal cual el agua haciendo contacto con el fuego. Sus ataques eran certeros y reales, a Milo le habían dado un codazo en el costado derecho que la había doblado del dolor, pero cuando los hombres del pasado recibían algún ataque, estos se mantenían intactos, sin sangre o muecas de dolor; sólo ocurría una reacción cuando un golpe mortal los hacía desaparecer.

Todos lo habían notado, pero ninguno había tenido tiempo para compartirlo con los demás, puesto que estaban rodeados y parecía que a pesar de desaparecer, el ejército no mermaba en sus números, mucho menos en su energía de ataque.

El único que se había separado del grupo fue Saga. De un momento a otro, el relojero se vio frente a frente con el sujeto que según Camus era Vasco de Gama. El navegante lo atacó sin piedad, sin darle tiempo de desviar la mirada ni por un segundo; iba y venía, igual que Saga. El relojero no era un inexperto, al igual que su enemigo, Saga se movía de un lado al otro, movía sus cuchillos hacia arriba y hacia abajo, con uno detenía un ataque mientras que con el otro buscaba dañar al enemigo.

Tenía décadas practicando esgrima. En realidad, Saga tenía décadas practicando cualquier tipo de arte de defensa, ataque, o manejo de armas. Pronto comenzó a dominar la pelea; un giro, una pata y sacrificar uno de sus cuchillos logró hacer que el enemigo perdiera su espada y antes de que este pudiera hacer algún otro movimiento, Saga le clavó su cuchillo restante justo en la boca del estómago.

Agotado, Saga dio un paso hacia atrás y vio como el hombre caía arrodillado, sosteniendo el cuchillo con la mano derecha. Con la mano libre, se retiró la boina y apenas lo hizo, dejó caer su largo cabello. Un cabello largo y algo rizado de un tono azul oscuro.

Al ver el cabello caer sobre los hombros del hombre, Saga dió un paso hacia atrás. Tenía los ojos abiertos y la boca seca. El cansancio de la pelea se había evaporado por completo, en su lugar, por su cuerpo lo recorrían una serie de escalofríos que no sabía si eran por el miedo, la sorpresa o algún otro sentimiento más, difícil de clasificar, que le calentaba las venas.

El hombre levantó el rostro, y Saga comprobó que no sólo la barba había desaparecido, sino que también la ropa había mutado a una chaqueta con una banda blanca y pantalones oscuros, el uniforme de los reubicadores.

Frente a Saga, como salido de sus pesadillas, estaba el reubicador del N2476.

Kardia se levantó sin ninguna dificultad, aún sosteniendo el cuchillo en su estómago, con una sonrisa tan macabra que hizo que Saga se congelara. Sus manos estaban manchadas de sangre, pero no era su sangre, Saga lo comprobó cuando Kardia se sacó el cuchillo sin ningún residuo biológico en él.

—Vaya, vaya, así que el hermanito se convirtió en todo un relojero, ¿quién lo diría?

Kardia dio un paso hacia el frente, pasando el cuchillo de una mano a la otra. Saga exhaló por la nariz y asintió levemente, apenas perceptible para cualquier otro; debió sobrepasar la sorpresa inicial, tenía algo pendiente que hacer, no podía dejarse vencer.

O al menos así intentó mentalizarse, Kardia no tardó en lanzarse contra él, el cuchillo en alto, preparado para lastimar. Saga lo esquivó por poco y se lanzó hacia el frente, sosteniendo la mano de Kardia para evitar que este volviera a atacarlo. Debido a la cercanía, Kardia se aprovechó de esta y le dio un cabezazo a Saga, quien pronto se sintió mareado, después le dio dos golpes certeros en los costados, terminando con uno en el rostro que logró hacer que Saga terminara en el suelo, con la nariz comenzando a sangrar copiosamente.

Aprovechando la guardia baja de su contrincante, Kardia levantó la espada que estaba en el suelo y la blandió hacia Saga. Antes de que esta lograra tocar a Saga, el filo de otra espada se interpuso, obteniendo que el arma de Kardia se desviara para que ambas espadas pudieran chocar, filo contra filo.

Aún desde el suelo, Saga vio como Milo sostenía con fuerza su espada, sin dejar de mirar a Kardia. El susodicho, por su parte, sonrió al ver a Milo y dejó de aplicar fuerza en su espada, alejándose un par de pasos de ambos.

—¡Niño! —gritó Kardia, abriendo los brazos, recibiéndolo, festejando— Ya te habéis tardado en unirte a la reunión —continuó, con un tono alegre que estremeció tanto a Milo como a Saga—. ¿Qué tal si recordamos viejos tiempos y me ayudas con el relojero? Después podemos continuar con lo que teníamos pendiente.

Al escucharlo, Saga miró a Milo rápidamente. No tardó en percatarse de que no era ella, sino él. Su postura erguida y orgullosa, la fuerza con la que sostenía su espada, su expresión seria, falta de emoción y sus ojos brillando de algo parecido a la furia fueron suficiente evidencia. Pero, sólo para comprobar, Saga vio que colgando del cuello de Milo estaba un reloj de bolsillo dorado, cuya tapa tenía grabado un escorpión.

—Si no vas a ayudar no me estorbes.

Dijo Milo con tono monocorde antes de lanzarse al ataque, sin aviso ni cuidado.

Pronto, ambos reubicadores se sumieron en una intensa lucha. Saga sabía que ese Kardia no era real, que estaba muerto, olvidado, reducido a más que cenizas, pero lo veía y sentía tan real, producto de él y de Milo, de sus malos recuerdos, de ese día en particular en el que los caminos de ambos se unieron y entrelazaron. Kardia era tan real que cuando Saga se acercó, con uno de sus cuchillos recuperados, volvió a sentir dolor en su cuerpo cuando Kardia le dio una patada en el estómago mientras detenía la espada que sostenía Milo con una mano.

Milo también sabía que no era real, pero lo que lo hacía sentir sí lo era. Lo había visto hacía un par de minutos atrás, en la otra dimensión, y una vez pasada la sorpresa, el miedo y el shock, todo lo que le quedó fue el enojo, la furia, la venganza.

A pesar de que chocaron varias veces, Milo y Saga lograron coordinarse, atacando y protegiendo al otro. Ambos estaban seguros de que ya habían logrado herir a Kardia con la suficiente gravedad como para desaparecer, pero este se negaba a hacerlo, en realidad, cada vez parecía volverse más fuerte, más ágil, más peligroso.

Después de varios minutos, con varios hombres del pasado aún moviéndose a su alrededor, Kardia logró quitarle a Milo su espada, poniéndola contra el suelo, mientras que Saga intentó ayudarla, atacando a Kardia por la espalda. Su acción, sin embargo, se vio interrumpida cuando Kardia se dio la vuelta rápidamente y le clavó la espalda en el estómago, un poco más abajo de dónde Saga se la había clavado al enemigo del pasado.

Kardia retiró la espalda de un movimiento, la sacudió tres veces, para retirar la sangre y después buscó clavársela a Milo de la misma forma, sin embargo, Milo logró detenerlo con las manos, dejando que ambas fueran atravesadas justo en medio.

Kardia comenzó a aplicar más fuerza, intentando clavarle la espada a Milo justo en el corazón, mientras que esta intentaba evitarlo, sosteniendo con más fuerza, intentando no mostrar dolor o cansancio.

Apoyada en el golpe de adrenalina, Milo juntó los pies, encogió las piernas e impulsada por la espada, le dio una patada en el pecho a Kardia que logró alejarlo.

—¡Milo!

Al escuchar el grito, Milo levantó la mirada para ver a Aioria y Camus acercarse corriendo, aún esquivando a algunos soldados que aparecían de la densa niebla que se había formado. Aioria rápidamente se encargó de mantener a Kardia ocupado mientras que Camus, sin miramientos, tomó la espalda por el mango y la jalo, liberando las manos de Milo.

Al hacerlo, la mujer exhaló por lo alto, aún evitando gritar, y se quedó en el suelo, en lo que Camus se deshacía de algunos soldados.

—¿Cuál es tu plan? —preguntó Camus, mirándola de reojo.

—¿Mi plan..?

—Sí. Nosotros teníamos un plan, que evidentemente no funcionó. ¿Cuál es el tuyo?

Ambos compartieron una mirada que le hizo comprender a Milo que Camus sabía que no era ella, la dueña de ese cuerpo. Sin poder evitarlo, y por primera vez en mucho tiempo, Milo sonrió, fue una sonrisa ladina y muy pequeña, apenas perceptible para Camus, quien sabía que no le creerían, si decidía contar ese momento.

Como si no estuviera herida, o sangrando, Milo se quitó su reloj y se lo arrojó a Camus, quien lo sostuvo en el aire.

—Cuida mi reloj, Camus Dubois, si le pasa algo te mato.

—¿Qué vas a hacer?

—Ella puede regresar el tiempo.

Respondió Milo con simpleza, Camus, por su parte, entrecerró los ojos y pensó en todas las cosas que podrían salir mal, pero no dijo nada sobre el plan, y se hizo a un lado, creyendo que no recordaría nada de lo ocurrido. Sin embargo, después de ver cómo Milo se tronaba los dedos de las manos y el cuello, sintió que el mundo entero a su alrededor daba un salto, que todo se movía como si de un microsismo se tratara. Primero una vez, después otra, y otra y otra, hasta que no pudo ni contarlas, de lo rápido que ocurrían, de lo confundido que lo dejaban.

A excepción de Esmeralda y Milo, todos esperaban afuera de un pequeño restaurante frente a la playa, a que sus compañeras terminaran de prepararse. Ese era el gran día, el día que regresarían a Milo a su dimensión y esperarían que al menos ese lado del caos se arreglara.

Ikki, el más cercano a la puerta del local, miraba con expresión ceñuda a cualquiera que se le quedara viendo, puesto que para todos era llamativa la katana que traía colgando en la cintura. El joven estaba por quejarse, de nuevo, cuando una mirada rápida al interior del restaurante lo dejó con la boca abierta.

—Mi… Mi… ella… —balbuceó, señalando hacia el lugar con ambas manos.

Saga y Aioria intercambiaron una mirada al ver al joven tan descompuesto, mientras que Krishna no pudo desperdiciar la oportunidad de burlarse un poco a costa de él. Camus, por su parte, frunció el ceño al notar que colgando de su cuello llevaba el reloj de bolsillo de Milo. Estaba preguntándose cómo era que lo tenía cuando frente a él pasó aun persona corriendo que llamó su atención y la de todos.

—¡No perdamos tiempo!

Frente a ellos, Milo pasó corriendo, cargando a sus espaldas a Esmeralda, quien les dedicó una mirada de apuro. La sorpresa inicial de Ikki, y la de todos, se debía a que la apariencia de Milo había cambiado en lo que ellos consideraban apenas un par de minutos. Su cabello había crecido, hasta llegarle poco más abajo de los hombros, de un tono azul en las puntas, incluso se veía más alta, y cuando la alcanzaron, pudieron notar que sus ojos se habían hecho azules, profundos, de un tono cobalto que los extrañó aún más que su cambio de cabello.

—¿Cuántas veces? —preguntó Krishna, el primero en reaccionar. El primero en darse cuenta que no estaban con ella, sino con él— ¿Cuántas veces regresaste usando su cuerpo?

—Eso no es importante —respondió Milo, su tono delataba su agotamiento.

—No lo lograremos —intervino Esmeralda—. No con el plan original, debemos llegar y resistir. Es la única alternativa.

Todos asintieron, confusos pero decididos a cumplir con las órdenes de la titular de la dimensión. Mientras se adentraban al centro dimensional comenzaron a sentir dolor en su cuerpo, como si en algún punto del tiempo, del pasado, hubieran sido heridos de gravedad.

Milo corrió, a pesar de sentir que en cualquier momento las piernas le fallarían. Había regresado el tiempo 1953 veces, lo suficiente como para presumir de poder manejar la habilidad de ella mejor que ella, lo suficiente como para crear alguna especie de lazo con ella, uno involuntario, y lo suficiente como para ver a todos morir en algún momento. En el peor de los escenarios, todos caían antes de siquiera poder unir el reloj de ella con el suyo; en el mejor… esperaba que ese fuera el mejor.

Cuando llegaron a una zona rocosa de la playa, Milo bajó a Esmeralda de su espalda y los guio a través de las rocas y el agitado mar, diciéndoles incluso en dónde exactamente debían pisar para no resbalar.

—Milo… ¿cúantas veces…? —repitió Krishna mientras se sostenían de unas rocas y el mar chocaba contra ellos, empapándolos.

—Mil novecientas cincuenta y tres.

—¿Justo aquí?

—Sí.

Al escucharla, Krishna volteó a ver a Saga, quien se había mantenido en silencio desde que se percataron de la presencia del reubicador.

—¿Qué tan malo crees que sea?

—No es malo para la dimensión, no siento que haya algo alterado —respondió Saga después de varios segundos, cuando entraban a una cueva oscura y abandonada—. Tal vez lo malo sea para ella, dudo mucho que esos cambios sean temporales…

—Shhh —los interrumpió Esmeralda, entrando al lugar—. Es aquí, puedo sentirlo.

Sin perder el tiempo, la joven le quitó su mochila a Ikki y buscó al interior una lámpara. Después de sacarla caminó por todo el lugar, apuntando al suelo, hasta que llegó al centro de la cueva; Ikki no tardó en pararse detrás de ella, sosteniendo la lámpara mientras que Krishna y Saga se unían a ella en su tarea de mover la arena, buscando el sello del relojero principal: un tridente.

—Cuando los relojeros se pongan a arreglar los relojes ellos apareceran en la entrada de la cueva —le dijo Milo a Camus y Aioria, Ikki, detrás de ellos, volteó a verlos con notorio interés—. Debemos resistir, al menos hasta que se pueda hacer el cambio, no puedo quedarme mucho tiempo con ustedes.

—¿Quiénes van a venir? —preguntó Camus, quitándose el reloj de Milo para entregárselo, sin agregar nada más.

—El ejército portugués del siglo XVI.

—¿Qué? ¿Es alguna broma o algo así? —Aioria sonrió con sorna, al menos hasta que se percató de que Milo no se estaba riendo.

—No miren a Vasco de Gama a los ojos, o se convertirá en su peor pesadilla.

—¿Cómo un boggart?

Al recibir una mirada fulminante de Milo, Aioria cerró la boca y asintió varias veces, dando a entender que comprendía las instrucciones. Y no volvería a hablar.

Pronto no hubo tiempo para charlas, instrucciones y pequeñas bromas. Los relojeros encontraron el sello de Julián Solo, impreso en la roca, marcado en ella como si llevará miles de años ahí, y comenzaron a trabajar en el reloj de Milo, uniendo los cabellos con el engranaje, en lo que Esmeralda creaba un lazo con la dimensión A-82. El grupo restante, por el contrario, estaba concentrado en luchar contra los enemigos que sí habían aparecido, mientras intentaban evitar mirar Vasco de Gama cuando este se parecía frente a uno de ellos.

En algún momento del enfrentamiento, Milo había regresado a ser ella misma, justo cuando estaba a punto de ser decapitada por un soldado portugués. Ikki la salvó justo a tiempo, dándole una sonrisa y un guiño de ojo.

—Es bueno que hayas regresado —le dijo—. Pero debo decirlo, voy a extrañar verlo pelear, es una máquina.

Milo se había quedado en blanco al escuchar eso, pero se recompuso cuando vio que Aioria comenzaba a tener algunos problemas. Había algo en ella que se sentía diferente, sentía que era más rápida, más ágil, incluso más alta.

No supo cómo, pero de un momento a otro sintió que ya había llegado el momento, como si un tirón en su interior la llevara a él, a reunirse, a verlo. A su alrededor, en la entrada de la cueva, se había formado una especie de neblina, producto de las derrotas del pasado; Aioria, Ikki y Camus se mantenían alerta, y Milo aprovechó la relativa calma para acercarse a Aioria y abrazarlo por la espalda.

—Te veré en tu dimensión, Antares —le dijo Aioria, dándole un apretón a las manos de ella sobre su pecho.

—Dile a Lyfia que es la mejor novia que pudieras tener.

Al escuchar, su amigo soltó una risa suave y asintió, soltándola. Milo se alejó de él, se despidió de Ikki con un choque de puños y la promesa de él sobre cuidar a Esmeralda, y después se acercó a Camus, quien había dejado su postura de batalla y la miraba intensamente.

Ambos se abrazaron con fuerza. Su relación con Camus era extraña, a veces lo sentía como un amigo, a veces como algo más; al separarse, Camus la sostuvo de la mejilla con su mano izquierda, y sin previo aviso, le dio un suave beso en los labios.

—Cuídate, Milo —le dijo mientras la soltaba y daba un paso hacia atrás—. Tal vez nos encontremos en otro universo.

Milo asintió y sin decir nada se alejó, corriendo hacia el interior de la cueva, donde encontró a Krishna y Saga guardando sus herramientas, mientras que Esmeralda se mantenía agachada, con el reloj en sus manos.

—Rápido, Milo, ya todo está listo —le dijo Saga—. Te está esperando.

Milo asintió ante la indicación. Sin titubear, se sentó en el suelo al lado de Esmeralda, quien le puso el reloj.

—Cuenta hasta diez y presiona el botón —le indicó, sonriendo de lado—. Espero no volver a verte. Y no lo digo por ser grosera o porque no me agrades.

Milo soltó una risa por lo bajo y comenzó a contar mentalmente.

Uno, dos, tres…

El segundero comenzó a moverse, al igual que la vez anterior, mostraba varios comandos que ella no entendió, a excepción de su destino. Su dimensión. Su hogar.

Cuatro, cinco…

Krishna y Saga se alejaron, yendo a ayudar a los demás.

Seis, siete, ocho…

Esmeralda se levantó y dio un paso hacia atrás, Milo observó como los tatuajes de la joven casi parecían resplandecer.

Nueve..

El lugar comenzó a dar vueltas y por un breve momento a Milo le pareció ver a un chico pelirrosa, con varios relojes en los brazos, que mantenía extendidos, frente a un pizarrón verde.

Diez.

Cerrando los ojos, Milo presionó el botón.

Se sintió absorbida, como si fuera jalada hacia atrás, retrocediendo. Y mientras era tirada, le pareció ver que en dirección contraria iba su igual, su yo masculino, con una extraña mezcla de colores en el cabello.

—¡Milo!

Gritaron ambos. Extendieron sus manos, en un intento por alcanzarse cuando pasaron uno al lado del otro, pero justo antes de que las puntas de sus dedos llegaran a siquiera tocarse, todo se volvió oscuro.

Lo habían logrado. Eso fue lo último que pensaron.

Y era cierto.


Comentarios:

¡Gracias por leer!

He aquí el final, final, final. Definitivo y absoluto, al menos de esta parte de la historia. Aún falta el epílogo, pequeño, pero aclarador, o eso espero. Pero en definitiva, hemos terminado.

Muchas gracias por leer, por estar aquí, por mantenerse y esperar. Espero que el final haya sido de su agrado, siento que no em alcanza el tiempo para disculparme por dejar esta historia inconclusa tan cerca del final, y terminarla hasta ahora, de la misma forma que no me alcanza para agradecer por llegar hasta aquí.

Gracias, infinitamente, y nos leeremos en la próxima historia.