Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Toei Animation.
Epílogo.
Milo se despertó con un terrible dolor de cabeza. Todo le daba vueltas, la boca le sabía pastosa y el cuerpo entero le pesaba una tonelada. Mirando al techo, se quedó en su cama varios segundos, intentando procesar quién era y lo que hacía en ese lugar.
Entonces, como una ráfaga, los recuerdos de los últimos meses, o tal vez años, le llegaron. Todos, uno a uno, y luego en manada.
Quitándose las cobijas y las sábanas de encima, Milo se levantó rápidamente. Sin miramientos salió de su habitación y corrió directo a la puerta de su departamento.
Debía averiguar qué había ocurrido.
Debía saber si había funcionado.
Debía saber qué había ocurrido con su igual.
Apenas abrió la puerta se encontró frente a frente con sus amigos. Aioria tenía el cabello revuelto, como si se acabara de despertar, los botones de la camisa puestos mal, de forma que uno de ellos quedaba colgando al final y algunos rastros de baba en el rostro. Camus, por el contrario, lucía reluciente, pero su expresión lo delataba, mostraba la preocupación que le recorría el cuerpo.
Cuando los tres se encontraron frente a frente el silencio reinó entre ellos. Camus y Aioria miraron, como si fuera la primera vez que lo miraban, a Milo, su Milo. Hombre, alto, cabello largo, ojos azules.
Lanzando un grito de júbilo, Aioria abrazó a su amigo de la juventud como si no lo hubiera visto en años. Milo, de igual forma, abrazó a su amigo, con una sonrisa mientras miraba que Camus, detrás de Aioria, también lo observaba feliz, pero reservado.
—¡Eres tú! ¡De verdad funcionó! —dijo Aioria.
—¡Soy yo! ¡Y son ustedes!
Milo señaló a sus amigos, sus amigos. Su Aioria sin perforaciones, feliz con su trabajo y una relación completamente sana. Y su Camus, serio, malhumorado, simplemente Camus.
—¿Qué le pasó a tu cabello? —señaló Camus mientras sus amigos se separaban.
Al escucharlo, Milo se llevó las manos a la cabeza. Rápidamente se dio la vuelta y entró a su departamento, directo a su habitación para mirar el pequeño espejo que tenía detrás de su puerta, en lo que Camus y Aioria también entraban al departamento y cerraban la puerta. Al verse en el espejo, Milo lanzó una exclamación y bajó la cabeza; a su cabello se le había quitado el rojo, pero el azul continuaba en las puntas, como un recordatorio de lo que había ocurrido, de que su cuerpo no le había pertenecido a él por completo.
—Nadie diga nada —sentenció al salir de su cuarto, entrecerrando los ojos y lanzando una expresión de advertencia.
—¿Sobre qué? —preguntó Aioria, encendiendo la televisión.
—Tu otra versión da más miedo —Camus bufó al recordarlo y se sentó al lado de Aioria.
Al verlos, Milo no pudo evitar volver a sonreír, feliz de verlos, feliz de regresar. Sin embargo, pronto su sonrisa se esfumó al recordar a su igual y su otra vida, casi nostálgico.
—Ella está bien —sentenció Aioria al verlo—. Si tú estás aquí, y estás bien, significa que lo mismo ocurrió con ella, ¿cierto?
—Cieerto.
Al escuchar la voz de Esmeralda de la cocina, todos voltearon a verla, asustados. La joven estaba mirando el interior del refrigerador con ojo crítico.
—Todo parece estar en orden, no veo dimensiones superpuestas ni siento que en cualquier momento voy a vomitar —dijo la joven antes de enderezarse y mirar a los adultos—. Bienvenido Milo. Quería asegurarme que estuvieras bien.
—Gracias.
Milo se mantuvo en silencio, había algo en la mirada de la chica que no auguraba nada bueno, al menos no para él.
—¿Sabes? Cuando el ingenio de un relojero y la mente de un experto en magia, por llamarlo de alguna forma, se juntan pueden hacer grandes cosas, algunas cosas aterradoras… Kanon me dio un par de consejos y me contó de algo, algo que me suena a maldición…
'Iidanat alnisyan.
Milo recordó esas dos palabras como si de un presagio de tratasen. Condena de olvido. A él también le sonaban a maldición.
—No puedes hacernos olvidar, después de tanto —dijo de inmediato, señalando su cabello—. Estoy más que involucrado.
—¡¿Qué?! —Camus y Aioria se levantaron de nuevo de sus lugares, sorprendidos, ofendidos— ¡¿Hacernos olvidar?! —dijo Aioria— ¡¿Por qué?!
—Ya todo terminó —murmuró Esmeralda—. No hay razón para que continúen sabiendo…
—Pero somos parte de la resistencia.
—Fueron miembros temporales de la resistencia, lo que es diferente —al ver que Camus iba a refutar esa premisa, Esmeralda continuó—. Al menos denme una razón válida para no borrarles la memoria.
—Me gustaría conservar mis recuerdos, gracias —señaló Aioria, como si fuera obvio.
—Además de que somos importantes para la resistencia —Camus dió un paso al frente y mantuvo una expresión neutral, comenzando a explicar—. Todos ustedes son diferentes, brillan por sí solos, están hechos de oro en su engranaje ficticio; nosotros somos normales, metal puro, plástico si quieres. Nadie sospecharía de nosotros, ni siquiera se atreverían a mirarnos.
Esmeralda frunció los labios, como cada vez que lo hacía cuando ocurría algo que no le gustaba. Antes de que pudiera decir algo, un carcajada salió del baño, e Ikki apareció abriendo la puerta mientras se secaba las manos.
—Vamos, Esmeralda —dijo con un sonrisa—. Ibas a dejarlos conservar sus recuerdos por menos que eso.
Al escucharlo, Milo bufó por lo bajo. Eres un terrible forma de jugar con sus sentimientos. Antes de que pudiera decir algo, Aioria e Ikki comenzaron a hablar, contándole lo que había ocurrido mientras él estaba en la otra dimensión, Esmeralda de vez en cuando añadía algunos comentarios técnicos e insinuaba que quería saber sobre Io, mientras que Camus intervenía cuando los demás comenzaban a exagerar. Todos hablan, y de vez en cuando alguno lanzaba una pregunta para él que no era respondida; la mente de Milo estaba lejos, con su igual.
Se preguntaba donde estaba ella, si estaba bien, si lo recordaba.
Esperaba que lo hiciera.
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Lo primero que sintió fue, extrañamente, un ligero piquete en el costado derecho, después sintió otro en el brazo del mismo lado y luego otro más un poco más arriba, como si formase un camino de piquetes hacia arriba. Después sintió que su mejilla izquierda era picada, una y otra vez.
Entonces comenzó a tomar consciencia de lo que había a su alrededor; se percató del frío suelo en el que estabas recostada, un putrefacto olor a su alrededor y el ruido de algunos vehículos lejanos. Entreabrió los ojos, volviéndolos a cerrar de inmediato.
La luz le molestaba, peor aún, seguían picando su mejilla izquierda.
Arriesgándose, Milo abrió el ojo izquierdo y frente a ella vió a un chico de cabello rosa y una cantidad anormal de relojes en las manos mirándola con una sonrisa.
—Así que no moriste —dijo el chico, recargado contra la pared y sosteniendo un palo largo, con una sonrisa. Al verlo, Milo gruñó por lo bajo, ofendida porque la picara como si se tratara de un animal muerto al lado de la carretera—. Bienvenida, Milo. O, debería decir, ya era hora de que trajeras tu problemático trasero de vuelta.
Al escucharlo Milo frunció el ceño. Al principio estaba confundida sobre lo que el chico decía, pero apenas abrió los ojos por completo las memorias regresaron. Una a una, y después todas de golpe. Recordó al otro Aioria, a Camus, sus problemas originados de una mala noche y a él igual, rubio y de ojos azules, alto, fornido, tan parecido a ella y tan diferente a la vez.
—¿Dónde estoy? —preguntó de inmediato, sentándose en el suelo. En ese momento pudo notar que estaba en un callejón, a su izquierda había una enorme pila de basura y al fondo, frente a ella, se encontraba la salida, por dónde se podían ver los autos pasar y a la gente transitando.
—En un callejón abandonado por todos los dioses en medio de la ciudad de Atenas —dijo el chico, mirándola con fascinación.
—Me refería a…
—Oh, eso, sí, estás en tu dimensión, nuestra dimensión y yo soy tu relojero en caso de que lo hayas olvidado. Io, Escila para algunos.
Milo asintió lentamente. Se había quedado con lo primero, con la confirmación. Estaba en casa, su dimensión. De nuevo vería a su Aioria y a Shura.
El simple hecho de pensar en Shura la hizo emocionarse, lo suficiente como para levantarse de un solo movimiento y mirar a Io con una sonrisa antes de lanzarse a sus brazos.
—¡He regresado! —gritó a todo pulmón — ¡Estoy aquí! ¡Todo se arregló! ¡Lo logramos!
Io correspondió el abrazo torpemente, pero evitó sonreír. Ella estaba ahí, pero no todo se había arreglado. Todavía faltaba, todavía había cabos sueltos y la inquietante sensación de que sólo había tapado una fuga en una tubería llena de hoyos. Sin embargo no dijo nada, dejó que Milo balbuceara sobre su regreso y después saliera corriendo, emocionada.
Ya habría tiempo para las noticias, y ella sería quien las clasificase como buenas o malas.
Milo, ignorante, corrió hacia la salida del callejón, directo a su hogar. Solo se detuvo para evitar morir en un accidente de tráfico, sin dejar que eso eliminara su energía. Su pasos fueron disminuyendo conforme vio su edificio a la lejanía, y a unos cuantos metros, justo del otro lado de la calle, se percató de que Aioria se acercaba.
Tenía la ropa mal puesta y el cabello revuelto, pero era él. Castaño, con su ya famoso arete en el labio inferior.
Apenas se vieron a la lejanía aceleraron el paso, y cuando estuvieron separados por apenas un par de pasos Aioria levantó las manos y la sostuvo del rostro.
—Milo… ¿qué te ocurrió?
Preguntó y Milo creyó que lo decía por lo que había ocurrido, por las memorias revueltas y su versión alternativa.
La mujer estaba por responder cuando Shura apareció, saliendo del edificio de ella, cuya entrada había quedado a espaldas de Aioria. Apenas Shura salió y volteó a verlos, se concentró en ella; su boca se abrió y cerró, sin palabras.
Apenas sus miradas se cruzaron, Milo se alejó de Aioria y se acercó a Shura, taciturna, temiendo la reacción de él. Sin embargo, pronto entendió que no había nada que tener; apenas estuvieron frente a frente Shura la agarró de la chaqueta y la acercó a él, fundiéndose en un abrazo que Milo correspondió de inmediato.
Mientras abrazaba a su amado, Milo sintiéndose en su hogar, completa, pensó en ella, o en él, en su otro yo. Su corazón dió un vuelco y sus ojos se le llenaron de lágrimas.
—Tus ojos son azules…
Escuchó que murmuraba Shura y ella hundió su rostro en el pecho de él.
"Cómo los de él", pensó, antes de corregirse, "como los ellos".
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Observado. Estaba siendo observado.
En sus largos años de entrenamiento Milo había aprendido a saber cuándo alguien lo observaba sin siquiera intercambiar miradas con el acosador. Eres una habilidad útil, digna de cualquier reubicador.
Dando una vuelta en la cama, Milo abrió los ojos y se encontró frente a frente con Hades, quien no dejó de mirarlo. Pronto, ambos se encontraron en una batalla de voluntades, un intercambio que se detenía con el primero que parpadeara. Milo sabía que Hades era complicado; no por nada era un jefe, un líder, un organizador, un revoltoso doble agente.
—Quería asegurarme de que estuvieras bien, me dijeron que dormiste por ocho días seguidos, eso para mí fueron casi tres años —dijo Hades, sin dejar de mirarlo o parpadear.
—Estoy bien.
—Fue una misión agotadora…
—He soportado cosas peores.
—Es posible, pero encontrarás que soy una persona que se preocupa por los suyos. Tu reloj se quebró.
—Me dijeron que lo repararían.
—Es bueno saberlo… En fin, sólo quería que supieras que ellos están bien.
Hades sonrió de lado cuando vió que Milo parpadeó y después frunció el ceño. Todos tenían un debilidad, algo que los había reaccionar; Hades todavía no clasificaba si ese parpadeó había sido sumamente narcisista o sólo la reacción natural a una noticia esperada. Victorioso, Hades desvío la mirada y continúo:
—Cuando te traje aquí te dije que ayudarlos te beneficiaria, pero, además, te ofrecí una salida. Soy un hombre de palabra; cuando hayas descansado lo suficiente te llevaré a tu salvoconducto…
Milo asintió. Ese había sido el trato, pero algo en la postura del mayor le dijo que no había terminado.
—Sin embargo, Milo —continuó Hades, regresando a mirarlo—. Quiero volver a externarte la invitación a formar parte de nosotros; eres más de lo que la gente cree que eres, y aún más importante, eres parte de ellos.
Al escucharlo Milo hizo una mueca. No le gustaba que se lo recordara. Por distintas causas, había terminado unido a los otros dos Milo de una forma única; ellos no lo habían visto, pero él conocía la vida de ellos a detalle, la había visto tan nítida como si hubiera vivido dos vidas más. Ellos también podrían conocerlo, si quisieran, si pudieran, si se ayudaran de un relojero, si él los dejara.
—No voy a mentirte —dijo Hades después de unos segundo de silencio—. Es posible que ellos se unan a la causa después de lo que ocurrió, sino es que ya lo hicieron.
Al escucharlo, Milo bajó su mirada a su regazo. Tenía un salvoconducto, había cumplido con su misión y las cosas, que lo involucraban a él, habían vuelto a un cause cercano al original. Al principio había pensado que su trabajo estaba hecho, pero la verdad era que ya nada volvería ser lo mismo, estaba unido en esencia a dos versiones de él, dos problemáticas versiones. Después de conocerlos a fondo supo que Hades tenía razón, ellos no dejarían las cosas así, se involucrarían.
¿Y él? ¿Regresaría a ser el forajido? ¿El apestado? ¿El excluido?
—Puedes pensarlo, por supuesto. Aún no estás del todo bien, y no podemos darnos el lujo de cantar victoria de inmediato, necesitamos tiempo, recupérate. Tómate tu tiempo.
Sin esperar respuesta, Hades se dió la vuelta y salió de la habitación, dejando tras de sí el suave chasquido de la puerta al cerrarse.
De repente solo, Milo, por primera vez en toda su existencia, supo que era libre de tomar una decisión sobre su propia vida. Y eso le asustó.
Le asustó saber que tomaría la decisión que su consciencia le decía que era la equivocada, la que lo conduciría de vuelta a ellos.
