Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Shiori Teshirogi.


Capítulo 13: El hogar de Io.


Milo suspiró. El ambiente era ligero, no se sentía atrapado ni sentía que algo estaba a punto de cambiar en cualquier momento; de hecho, se sentía tan normal como cuando estaba en su departamento, o en su universo, antes de que todo ocurriera. Era tan curioso que pasara de estar en la capital de su querida Grecia a una ciudad en Chile, aún desconocida para él, con tan solo un paso, si los transportes fueran así él sin duda ya habría viajado por todo el mundo antes de que iniciara alguno de sus partidos de fútbol nocturnos. De hecho, pensó, si las cosas continuaban como estaban, se preguntó si lo dejarían viajar por todo el mundo de esa forma, como si fuera alguna especie de compensación por todo lo que había pasado.

Al sentir un golpe en el brazo izquierdo, Milo parpadeó varias veces y prestó atención a su alrededor. Estaba empezando a divagar, algo que nunca le había pasado bajo ese escenario; restándole importancia a lo sucedido, miró a Shura, quien lo había golpeado, con algo de molestia, antes de darle toda su atención a Io, quien estaba frente a él.

—... Bien, como les decía antes de percatarme de que uno de ustedes groseramente no me estaba prestando atención, caballeros, bienvenidos a mi hogar.

Io hizo una reverencia que apenas y se notó debido a la oscuridad de la habitación. Milo pudo notar que mientras el relojero hablaba, estaba buscando el picaporte de la puerta. Al terminar su pequeño discurso, Io la abrió, permitiendo que la luz del exterior se filtrara a la habitación. Al sentir que esta lo golpeaba en la cara, Milo cerró los ojos como reflejo para después parpadear varias veces, y comenzó a caminar hacia el frente junto con sus amigos; no era el momento de distraerse, tenía una misión importante que cumplir.

Al salir de la habitación, los extranjeros miraron con curiosidad el nuevo lugar en el que estaban. Parecía que habían aparecido en la alacena de un pequeño restaurante; ya afuera, el lugar se mostraba como luminoso, con grandes ventanales que permitían ver a la gente caminando afuera del local. Estaba casi vacío; la puerta principal estaba cerrada, y gracias a una pequeña ventanita que daba a la cocina se podía ver que estaba Kanon, quien parecía estar preparando algún almuerzo, mientras que el otro relojero, Baian, sostenía un periódico mientras esperaba a que su compañero terminara su tarea.

Milo aún no conocía mucho de Baian. Sabía que no debía de confiar mucho en los nuevos personajes que le presentaban, en especial de los que eran dobles agentes, a excepción del buen Shion que aún los acompañaba en otra dimensión, pero parecía que era diferente entre relojeros. Hasta dónde había comprendido, todos los relojeros tenían una extraña conexión especial, así como la que él tenía con sus conocidos, pero más profunda. Io le había contado que cuando fue el momento de crisis, todos los relojeros se habían contactado con él de una forma psíquica, absolutamente todos, incluyendo todas sus versiones. Eso había sido tan rápido que apenas y lo había sentido, pero él sabía que estaba ahí, que eso había ocurrido. Ellos podían atravesar todo el Mosaico de una forma diferente a la de ellos, según entendía Milo, incluso podían hablar entre sí. Eran otro nivel, pero aún así tenían reglas; estrictas reglas que estaba rompiendo al estar ahí.

Así que Milo se adentró con cierta precaución, mirando a ambos hombres como si aún no definiera si eran una amenaza o no. Aioria y Shura, por el contrario, se quedaron atrás, viendo a su amigo interactuar con los nuevos. Todo parecía tan extraordinario para ellos que preferían mantenerse al margen, al menos hasta poder ver cómo se desarrollaba su amigo y cómo se desarrollaban las cosas. Apenas estaban procesando todo lo que estaba ocurriendo, todavía se negaban a creer que todo eso ocurriera de verdad.

Milo rápidamente se sentó a un lado de Baian y puso las manos sobre la mesa. Saludó al castaño con un movimiento de cabeza y le sonrió a Kanon cuando este miró hacia la derecha, puesto que la estufa estaba de ese lado, para también sonreírle como saludo.

—Kanon, ¿viste a mi igual? —preguntó con curiosidad y un ligero tono de preocupación que tanto Shura como Aioria notaron.

—Sí, antes de que se fueran a Portugal —comentó el mayor, regresando su atención a su guiso—. Está bien, Saga y Krishna la acompañan, además de tus amigos, Esmeralda e Ikki. Incluso me atrevería a decir que está más segura que tú.

—Eso me reconforta e intanquiliza en partes iguales —murmuró Milo. Estaba por iniciar una charla tranquila con los relojeros cuando vio que sus amigos seguía en su lugar, mirándolo con algo de desconcierto—. Por cierto, ellos son mis amigos, Shura y Aioria. Chicos, ellos nos van a ayudar, son Kanon y Baian.

—Cuántos invitados, es emocionante —murmuró Baian, mientras movía la mano derecha vagamente para saludar.

Shura y Aioria intercambiaron una mirada y caminaron hacia adelante, sentándose al lado de Milo para unirse a la conversación, mientras que Io se sentaba al lado de Baian. Después de un par de segundos, Kanon le apagó al fuego y se acercó a todos con el sartén caliente sostenido por el mango; mientras les servían la comida comenzó a explicar algunos pormenores de sus planes. Le explicó a los recién llegados que estaban en Chile, cerca del centro de la dimensión, donde el Io relojero nación.

Io agregó que específicamente, estaban en un viejo restaurante del que era dueño, y que había abandonado cuando ocurrió todo el problema que los reunía. Al día siguiente tenían planeado comenzar con la operación, por esas horas necesitaban descansar, en especial Milo, quien con el paso de los minutos había desmejorado hasta el punto en el que tenía la cabeza recargada contra la barra y los ojos cerrados. Io aún resistía de mejor forma el malestar que le causaba el desorden en la dimensión.

—Aún no me has dicho a dónde iremos —murmuró Milo cuando Io estaba dando por terminado la ronda de preguntas que Aioria había empezado, en un intento para comprenderlo todo.

Io frunció ligeramente los labios y miró cómo Baian y Kanon lo miraban con interés.

—Una escuela que está cerca de aquí —terminó por responder.

—¿Te contactó cuando estabas en la escuela? —preguntó Baian con una ceja levantada mientras comía una papa frita— ¿Cuántos años tenías? Yo tenía quince, parada de autobuses. Me desmayé por siete minutos; cuando desperté había paramédicos a mi alrededor, una multitud chismosa y mi madre a punto de entrar en crisis.

—Cinco años —dijo Kanon, con una media sonrisa—. Casa de un familiar durante la hora de la siesta; según cuentan me moví tanto que empujé a mi hermano de la cama e hice que se cayera, directo al suelo. Estuvo enojado conmigo por dos días.

Al escucharlos Io entrecerró los ojos levemente. En primer lugar, se suponía que no podía hablar con otros relojeros, y en segundo, si se suponía que no podía hablar con ellos, por obvias razones tampoco podía compartir una experiencia tan íntima con ellos. Sin embargo, ahí estaban, hablando sobre cómo se habían convertido en relojeros como si hablaran sobre el clima.

La experiencia con el primer relojero, con Julián Solo, podía darse en diferentes momentos de la vida de un relojero de primera generación; algunos ya eran lo suficiente mayores como para presumir de una vida ya hecha, otros prácticamente nacían siendo relojeros, el primer segundo de su llegada a una dimensión se marcaba por un trabajo que los perseguiría toda su vida, lo que ellos sabían que duraría.

—Trece. Me estaba durmiendo en mi clase de matemáticas.

Para Io, la experiencia con Julián Solo era más que narrar como un sujeto se le había aparecido en un sueño para cambiar toda su vida. Recordaba con perfecta nitidez cómo se veía Julián, apenas un par de años mayor que él, con una gabardina oscura y una camisa blanca debajo, con las manos tatuadas, desde donde le llegaban las mangas la camisa hasta la punta de los dedos, con el cuello también tatuado, su sonrisa tranquila y ojos azules. Io recordaba perfectamente cómo al verlo acercarse a él sintió que una oleada de tranquilidad lo embargaba, como, sin entender por qué, había llegado a la resolución de que seguiría a ese hombre hasta el fin del mundo si era necesario.

—En fin —continuó después de unos segundos—. Voy a fumar, ¿quién me acompaña?

—Yo.

Baian de inmediato se levantó de su lugar y siguió a su compañero hacia la puerta de entrada del restaurante, dejando a los demás solos. Al verlos partir, Milo sólo levantó levemente la cabeza y después volvió a recostarse, mientras que Aioria se levantaba para ocupar el lugar de Baian y mirar a Kanon con curiosidad.

—Entonces, ¿todo esto es real?

—¿Todavía no te queda claro? —Kanon lo miró divertido mientras que Milo solo soltaba un pequeño gruñido que sonó a un "necio" para todos.

—Sólo quiero aclararlo. Voy a necesitar que me lo repitan un par de veces en las próximas horas —al ver que Kanon asentía, Aioria soltó un suspiro de alivio—. Entonces… ¿cómo es mi otro yo?

—Rubio, de esa clase de rubios que no son tan, tan rubios —divagó Kanon—. También tiene los ojos verdes, eso sí; es un poco más alto, fornido.

—¿Y qué hay de su novia? ¿Cómo es su novia? —más entusiasmado, Aioria se recargó por completo en la barra.

—¿Lyfia? La verdad es que casi no la he visto… Al menos no esa Lyfia. Pero Milo dice que es agradable, lo que es un gran cumplido considerando lo mal que ella se lleva con medio mundo —se sinceró el mayor, sintiendo un escalofrío al recordar a la mujer.

—¿Qué hay de Camus? ¿Cómo es él? —preguntó Shura, interviniendo casi por primera vez, logrando que todos, incluido el inestable Milo, lo volteara a ver.

—Pelirrojo, frío, insufrible, con un tono sabiondo y una mirada de superioridad que pone cuando sabe que tiene la razón —Kanon bufó al recordar al hombre.

—Suena a alguien que le agrada a Milo —observó Shura, serio.

—Claro, por eso es su esposo en algunas dimensiones, ¿verdad, Milo?

—No me lo recuerdes —gruñó el mencionado, recordando cómo durante su entrenamiento se había visto envuelto en un par de situaciones indecorosas con el francés.

—¿Él es tu alma gemela, Milo?—preguntó Aioria, burlón, logrando que su amigo gruñera de nuevo mientras lo golpeaba en el brazo.

Kanon y Aioria se burlaron de él, mientras que Shura, más serio, simplemente entrecerró los ojos, intentando ignorar la picazón de celos que lo invadió al escuchar a los otros dos. Antes de que objetara o decidiera cambiar de tema, las risas se detuvieron cuando Milo se enderezó de golpe y los miró a todos sin ninguna expresión en particular.

—Milo —Kanon asintió en dirección hacia el más joven, quien lo miró de reojo. Para nadie pasó desapercibido que Kanon también se había puesto serio, y sostenía con algo más de fuerza la cuchara que tenía en la mano derecha.

Cómo respuesta, Milo simplemente se levantó de su lugar y salió del lugar, a pesar de que su tez se veía pálida y su paso era tambaleante. Sus amigos lo vieron irse con completa confusión en sus rostros; ambos no tardaron en voltear a ver a Kanon con confusión, esperando a que el hombre les aclarara de nuevo lo que ocurría.

—Esa es la otra versión de Milo —comentó por lo bajo, dándoles la espalda—. El vaquero, como les conté.

—Parece que no te llevas muy bien con él —comentó Shura, alzando una ceja. Lo había intuido con el simple hecho de ver cómo ambos se habían tensado de inmediato.

—Buena observación —apuntó Kanon—. Cuando Io termine de perder el tiempo díganle que les muestre dónde pasarán la noche. Milo no va a regresar hasta la tarde.

Dicho eso, Kanon salió del lugar, internándose aún más en la cocina hasta salir por la puerta trasera, dejando tanto a Shura como Aioria en un extraño ambiente lleno de confusión. Sin embargo, al intercambiar una mirada ambos supieron que a pesar de lo extraño que fuera se quedarían en ese lugar, apoyando a Milo, sin importar cuantas versiones de él se presentara ante ellos o lo singular o incómodo que fuera.

Io y Baian no tardaron en regresar, ambos hablando sobre lo poco agradable que era el Milo reubicador, pero muy pagado de sí y responsable. Al ver a Shura y Aioria en sus lugares, rápidamente los relojeros recuperaron un poco de su seriedad; Baian rápidamente le dio un codazo a Io, para después decir que se iría a descansar, puesto que partirían antes del amanecer del día siguiente.

—Bien, Grecia está seis horas adelantado a aquí, así que todavía tenemos más de medio día —explicó cuando se quedaron solos—. ¿Quieren explorar la ciudad?

—¡Sí! —afirmó de inmediato Aioria, levantándose de su lugar— ¿Puedo tomar fotos?

—Claro, todas las que puedas. Aprovecha que estás haciendo un viaje improbable a un lugar místico y desconocido para ti.

—¿A dónde fue Milo? —preguntó Shura cuando los otros dos se disponían a salir, con él siguiéndolos a pesar de no haber aceptado la oferta.

—A vigilar el terreno, ver cómo se sienten las cosas, estar lejos de nosotros, entrenar… —explicó Io, poniendo las manos detrás de la espalda y entrelazando los dedos—. Cualquier cosa menos permanecer cerca de Kanon.

Antes de que alguno de los dos invitados dijera o preguntara algo más, Io rápidamente desvió la atención hacia la ciudad en la que estaba a su alrededor. Estaban en un puerto importante del país, aunque Io no había dicho con exactitud en dónde, sí había hablado de su país natal con un notorio y ferviente orgullo. También había comentado, como una nota al margen, que Julián Solo se le aparecía a todos los relojeros cuando estaban cerca del mar, por lo que, obviamente, la escuela en la que Io había soñado con él estaba cerca del mismo.

Fuera de eso, Io se dedicó a hablar de su ciudad, de su comida, del clima, de las calles por las que corría cuando era niño, de cómo sus padres construían su local, pensando que en el futuro Io podría continuar con el negocio familiar, mientras él ya había decidido su profesión sin que nadie pudiera hacer algo para convencerlo de cambiar de opinión.

—Si te dedicas a ser relojero toda tu vida, y sólo haces eso, ¿cómo se supone que te mantienes? —le preguntó Aioria después de una hora de caminata. Para ese momento se encontraban sentados cerca del puerto, viendo cómo las olas se movían de un lado al otro con una extraordinaria fuerza que Io les aseguró no era normal.

—Bueno, algunos sí nos dedicamos a otras cosas… —murmuró Io, no sabía a qué, pero imaginaba que, dado lo enorme y basto que en el Mosaico, existían varios relojeros capaces de llevar una doble vida sin ningún problema—. Yo soy doctor.

—Sí, Milo nos lo dijo —comentó Shura, recargándose contra una luminaria.

Io asintió y metió las manos en los bolsillos de la chaqueta que llevaba puesta. A diferencia de los otros dos, él sentía que un frío eterno dominaba el ambiente, como si el Sol se hubiera ocultado tras las tormentosas nubes oscuras, no sólo ahí, sino también en Grecia; y, además del frío, se sumaba lo agotado que se sentía. Sus compañeros relojeros de otras dimensiones también se sentían de la misma forma, pero en él era más notable, puesto que debajo de sus ojos tenía grandes ojeras, asimismo se veía más pálido que Milo y de vez en cuando temblaba, todos lo habían notado en algún momento del día.

Durante el camino de regreso, Io intentó no pensar en el tirón de culpa que lo invadía cada vez que veía el viejo restaurante de sus padres y cómo él lo había abandonado. Debido a los últimos sucesos, todas las decisiones que había tomado a lo largo de su vida desde el momento en el que aceptó el anillo se repetían una y otra vez en su mente; si el fin del mundo volviera a ocurrir de un día para el otro, de un minuto al otro, Io podía presumir de no arrepentirse de nada, de seguir fervientemente el papel que el Mosaico había designado para él, de conocer cómo era el mundo en realidad, de saber que al menos en otra parte del Mosaico él sí estaba cumpliendo el sueño de sus padres al tomarlo como el suyo propio.

Al llegar de nuevo al restaurante, Io se sentó en una de las mesas laterales y sacó su teléfono celular, buscando noticias sobre Julián Solo, suspirando aliviado cuando leyó que todo estaba en orden. Estable, en realidad, era la palabra que se había utilizado.

Una vez confirmado de nuevo que las cosas en Grecia estaban bien, puesto que había revisado tan sólo un par de horas antes, Io recargó su cabeza sobre su mano derecha, viendo cómo en la mesa contigua Aioria y Shura hablaban por teléfono, cada quien sumido en sus propios problemas. Sabía que tanto para ellos, como para él, era demasiado absurdo esperar hasta el día siguiente, pero Io se cansaba con facilidad, al igual que Kanon y Baian, además de que Milo se había ido por su cuenta a hacer quién sabe qué cosas.

Al pensar en él, el relojero frunció el ceño y esperó que Milo no estuviera metiéndose en ningún problema, puesto que hasta donde se había enterado, el reubicador era demasiado inestable, incluso para su propio beneficio.

Lejos de ahí, Milo estaba sentado en la playa. Con el ruido del mar al fondo, estaba revisando algunos parámetros en su reloj, lejos de algunos visitantes del lugar para no llamar la atención. Quería asegurarse de que sus antiguos jefes aún no pudieran entrar a la dimensión, para evitarse los problemas; sabía que si ellos estaban rondándolos las cosas se pondrían bastante complicadas, considerando en especial todo su contexto.

Al ver que todo estaba en orden, y la dimensión continuaba cerrada, volvió a guardar su reloj y se permitió relajarse por unos momentos. Puso sus manos detrás de él y se inclinó, mirando el mar mientras de fondo escuchaba las voces de los visitantes de la playa. A pesar del mal clima y la violencia del océano frente a él, todo parecía estar en relativa calma, su mente se mantenía en blanco, simplemente disfrutando de los breves minutos de paz hasta que el sonido de las olas y las voces se fueron difuminando, para dar paso al silbido del viento; el aire húmedo se convirtió en uno seco y el mar frente a él se convirtió poco a poco en un pasaje desértico, anaranjado, con un Sol abrasador sobre su cabeza.

Milo se quedó quieto en el suelo, viendo cómo todo a su alrededor se transformaba hasta que se notó inmerso en otro escenario. Enderezándose, volteó hacia todos lados, hasta que escuchó a la lejanía una voz que lo erizaba.

—¡Niño!

Tenso, Milo regresó su mirada al frente y vio a un hombre de cabello azul, una chamarra de cuero, pantalones oscuros, botas altas con espuelas que sonaban con cada paso que daba, un estilo muy Clint Eastwood que Milo siempre detestó. Al verlo de frente, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo; Kardia no se detuvo hasta que estuvo a un par de pasos de distancia, con una sonrisa cínica y las manos en la cadera, comenzó a hablar.

—Mira nada más en lo que te has convertido, ya no pareces el mocoso mugriento y llorón que recogí de ese orfanato.

Al escucharlo, Milo aguantó la respiración por un momento. Recordaba perfectamente cada palabra que le había dicho desde que Kardia se lo había llevado del orfanato, después de arrestar a uno de los niños que estaba con él; cada palabra después de cargarlo, delgado y enfermo de la llamada fiebre del valle, la pesadilla de la época. Recordaba cada sílaba, eso jamás se lo había dicho. Es más, Kardia había muerto cuando Milo tenía apenas dieciséis años.

—... Pero sigues siendo el mismo mocoso cobarde que conocí, ¿cierto? —continuó Kardia, ampliando su tétrica sonrisa— ¿Intentas redimirte, Milo? ¿Intentas mostrarle a los demás que se equivocan? —se burló—. No lo intentes, mocoso, no te mientas, sabes que eres un asesino, anormal, bastardo…

—No… —interrumpió Milo en un tenue susurro, con la voz cortada, temeroso, sintiéndose de nuevo ese niño indefenso que fue arrastrado a otro lugar, otra dimensión— Yo no lo hice… fuiste tú…

—¿Yo? ¿Y por qué tienes las manos sucias?

Al escucharlo, Milo rápidamente se miró las manos, comprobando que Kardia tenía razón. Sus manos estaban manchadas de rojo, un líquido espeso y brillante que goteaba, ensuciando la arena bajo él. De pronto, se vio rodeado de sangre, manchando su ropa y su rostro.

—¿Crees que lograrás salvarlos, Milo? —continuó Kardia, pero Milo ya no lo veía, estaba concentrado en la sangre que escurría entre sus dedos y se expandía—. ¿Crees que salvándolos te salvarás a ti mismo? No te engañes, no lo lograrás, estás hundido. Ellos son diferentes a ti, jamás podrás ser como ellos.

El sonido del mar chocando contra el mar lo hizo levantar la mirada. Frente él, una ola teñida de rojo se acercaba lentamente; conforme se acercaba disminuyó su tamaño, hasta que se convirtió en una suave marea que llegó a sus pies en un sucio azul. La gente a su alrededor, las aves y alguno que otro barco volvieron a rodearlo.

Milo los ignoró, en cambio, se arrodilló en su lugar, hundiendo las manos en la arena húmeda mientras cerraba los ojos con fuerza y trataba de controlar su respiración. Al volver a abrirlos, notó que había un par de pequeñas gotas de sangre en medio de sus manos, sangre real, su nariz sangraba e incluso podía sentir el sabor metálico de la misma en el paladar.

Mareado, buscó entre su ropa el teléfono de su igual y encendió la grabadora.

—No podemos esperar —dijo, tratando de controlar el temblor en su voz y su cuerpo —. Ya inició. Va a matarnos si seguimos aplazándolo.

Al terminar, guardó el teléfono, con mucha dificultad, y sacó su reloj. Al abrirlo notó que el vidrio protector estaba quebrado casi por la mitad. Había escuchado sólo teorías sobre lo que había ocurrido y definitivamente no quería volver a vivirlo. Era terrible.


Comentarios:

¡Gracias por leer!

Han pasado 243 años...

Siento hasta vergüenza por haber tardado tanto, pero como dicen, mejor tarde que nunca. Esta historia ya está terminada; de hecho faltan sólo un par de capítulos para terminar, así que los publico de una vez. He estado editando los capítulos anteriores, porque me di cuenta de los terribles errores que tenían y no podía dejarlos así (creo que en parte por eso tardé tanto en publicar el final).

En fin, gracias por leer y llegar hasta aquí, por esperar tanto si ese fue el caso, espero que la historia haya sido de su agrado y espero que nos podamos leer en la próxima.

Muchas gracias!