Ezio escuchó una voz conocida en el puerto y se olvidó de su destino por completo.

-¡Querida mía! El destino ha vuelto a cruzar nuestros caminos. Dos italianos, perdidos en Oriente. ¿No sientes el magnetismo?

-Siento muchas cosas, señor. Sobre todo náuseas.

La segunda voz le hizo sonreír de forma inconsciente. Sofía. Se acercó en silencio por detrás de Duccio.

-¿Te está molestando, Sofía?

-Disculpa, amigo, pero la dama y yo...-Duccio se giró y su expresión cambió a una aterrorizada-. ¡Ah! ¡El diablo en persona! ¡Atrás!

-Duccio, un placer.

-¡Corre, querida mía! ¡Sálvate!

Huyó lo más rápido que pudo. Ezio observó la retirada de Duccio con una diversión largamente ganada. Recordaba casi con cariño las dos palizas que le había dado, la primera en Florencia cuando aun era un joven inocente y la segunda en Roma, en plena guerra contra los Borgia.

Sofía parecía confundida y divertida.

-¿Quién era ese?

-Un perro. Estuvo prometido a mi hermana, hace muchos años.

-¿Y qué pasó?

-Que también estaba prometido a otras seis. Disculpa, ¿qué te trae por estos muelles?

-Me he tomado un descanso para recoger un paquete, pero dicen que el capitán no tiene los papeles en regla. Estoy esperando-Sofía hizo un gesto de cansancio que Ezio deseó no volver a ver-. Qué fastidio. Podría perder aquí el día entero.

Él podría perder el día entero por ella.

-Veré qué puedo hacer. Sé más de un modo de manipular las reglas.

-¿No me digas?

-Sí. Te veré de vuelta en tu tienda.

Sofía le sonrió agradecida y Ezio quedó aturdido por un momento por su belleza, pero se repuso rápidamente. Ya no era un joven atraído por todas las mujeres de sus alrededores. Y Sofía merecía ser tratada como una dama.

Llegó a la tienda un par de horas después con el paquete. Sofía se levantó del escritorio en cuanto le vio.

-Hola, Ezio. ¿Hubo suerte?

-Señorita Sofía Sartor, librera, Constantinopoli.

Le entregó el paquete con cuidado.

-¡Oh, no! Qué estropeado está. ¿Lo han usado para defenderse de piratas?-lo abrió sobre la mesa-. Bueno, de momento bien. ¡Ah! Precioso, ¿verdad? Es una copia de un mapa de Martin Waldseemüller. ¡Mira! Son las nuevas tierras descritas por Américo Vespucio.

-Pobre Cristóbal Colón. Curioso modo tiene la historia de desarrollarse.

-¿Qué crees que es esta masa de agua de aquí?

-¿Un nuevo océano, quizá? La mayoría de los eruditos que conozco afirman que se ha subestimado el tamaño del globo.

Si esos eruditos eran Cristóbal Colón, Maurizio y Alessandro con los mapas de Tazim Ibn-La'Ahad, era algo que mantendría en secreto.

-Increíble. Cuanto más descubro sobre el mundo, menos parezco saber. Bueno, has cumplido tu promesa, haré lo propio con la mía-le entregó un trozo de papel-. Si tenemos razón, esto debería indicarte la situación del primer libro. He de admitir que me da vueltas la cabeza ante la perspectiva de ver estos libros. Son conocimientos que el mundo ha perdido y debería recuperar. Quizá podría imprimir algunas copias para distribuirlas yo misma. Una tirada pequeña, 50 o así, bastaría...-Ezio sonrió-. ¿Te ríes?

-Disculpa. Es un placer ver a alguien con una pasión tan personal y noble. Resulta... inspirador.

-Vaya, ¿a qué viene tanta emoción?

-Gracias, Sofía. Volveré pronto.

Mientras buscaba el libro no dejaba de pensar en Sofía. Era una mujer única. Inteligencia, belleza y genio. Además de apasionada, lo que siempre era lo primero que le llamaba la atención en una mujer.

Lo encontró en los tejados de Santa Sofía. Relatio de Legatione Constantinopolitana de Liutprando de Cremona. No le sonaba de nada, esperaba que a Sofía sí. Entre las páginas encontró un pequeño mapa con la indicación de la siguiente llave. Solo esperaba que fuera más fácil que la anterior.

– O –

Ezio entró en el cuartel general del Gálata agotado. Por suerte la salida de la tumba estaba cerca. Encontró a Alessandro en la biblioteca, buscando algo en las estanterías. Enseguida se alarmó y corrió hacia él.

-¿Qué ha pasado?

-Algunos accidentes buscando una llave.

-Siéntate ahí-señaló la silla frente al escritorio-. ¿Qué sientes?

-Me duelen los brazos, demasiada escalada, creo. Y siento punzadas en el izquierdo.

Tazim frunció el ceño.

-Ya no tienes veinte años, Ezio. No puedes ir saltando de un lado a otro como si nada. Voy a prepararte un té para ayudarte a controlar el ritmo del corazón y nada de ejercicio durante varios días. Incluso te prohibiré salir de aquí si es necesario.

Ezio suspiró y se recostó en la silla, intentando controlar su respiración. Las punzadas iban disminuyendo, pero no cedían.

Una taza de té fue colocada junto a su mano en la mesa.

-Bebe, te sentará bien.

Olía a diferentes plantas endulzadas con manzanilla y menta.

-¿Puedo pedirte algo?

-Sabes que sí.

Sacó el libro de donde lo había guardado entre el cinturón y su vientre, el lugar más seguro en el uniforme de los Asesinos.

-Lleva esto a Sofía Sartor, la dueña de la librería en el antiguo puesto comercial de los Polo. ¿Sabes dónde está?

Alessandro cogió el libro con reverencia y asintió.

-Sí, lo conozco. ¿Por qué allí?

-Me está ayudando a encontrar las llaves. La entrada a la primera se encontraba en su tienda y junto a ella encontré un mapa. Se lo dejé para que lo descifrara.

Una sonrisa pícara cruzó el rostro de Alessandro.

-Con razón te he notado diferente-se sentó a su lado-. Ya puedes ir contándolo todo.

Ezio envolvió una mano alrededor de la taza caliente.

-Sofía es... como un rayo de sol en la oscuridad. Es apasionada, inteligente, hermosa y atrevida. Una auténtica dama sin miedo a la aventura. ¿Por qué habré tardado tanto en encontrarla?

-A veces, encontramos lo que no buscamos. Dejaste de buscar el amor después de Caterina.

-Estuve muy ocupado desde que llegué a Roma.

-Siempre hay tiempo para el amor, hermano-notó la expresión de Ezio-. ¿Qué pasa?

-No quiero que se involucre en esta guerra. No quiero que salga herida por mi culpa.

Alessandro se inclinó hacia atrás en la silla, meditando sus palabras.

-En todos mis años he llegado a comprender que solo podemos hacer daño a quienes más amamos. El dolor y el amor son dos caras de la misma moneda. Puedes protegerla, pero si el amor entre vosotros es real, ella también querrá protegerte a ti.

-¿Esa es la definición de amor?

Alessandro rió.

-No, el amor no tiene definición. Definir algo lo limita y el amor es eterno. Por eso nos cuesta tanto encontrar las palabras para describir lo que sentimos.

Ezio le observó.

-Nunca antes lo había pensado, pero eres muy sabio. Es un honor para mí haberte conocido.

-El honor es mío, Mentor, por ser capaz de responder a tus preguntas cuando las haces-cogió de nuevo el libro y se puso en pie-. Bebe el té, yo iré a conocer a esa mujer que ha robado tus pensamientos.

Dio unos pasos hacia la salida antes de que Ezio le detuviera.

-Sandro. Cuida de ella.

-Por supuesto, Ezio.

Caminó tranquilamente por las calles, confiando en su aspecto para alejar a los ladrones y posibles asesinos. Cruzó el Cuerno de Oro en barco y avanzó por las calles serpenteantes hacia la librería. Observó el edificio con cuidado, evitando cualquier pensamiento inadecuado, antes de entrar.

Sofía levantó la mirada de su nuevo mapa y pareció decepcionada cuando vio que no era Ezio, pero reconoció sus rasgos más occidentales.

-Buongiorno, ¿qué puedo hacer por usted?

Alessandro se inclinó ligeramente.

-Vengo en nombre de Ezio.

Ella se enderezó de inmediato.

-¿Está bien?

-Algo cansado. Como su médico le he recomendado reposo. Me ha pedido que traiga un libro a Sofía Sartor.

Sofía se acercó con curiosidad para coger el libro.

-Relatio de Legatione Constantinopolitana de Liutprando de Cremona. ¡Esto es impresionante! Leí sobre este libro hace mucho y ahora lo tengo en mis manos. Estoy deseando leerlo.

Pasó con cuidado las páginas mientras Tazim se fijaba en el mapa.

-¿Eso es un mapa de Martin Waldseemüller?

-¿Lo conoces?

-Por supuesto. Mi hermano menor tiene cierta afinidad por los mapas-se inclinó para verlo mejor-. Este es maravilloso.

Sofía dejó el libro a salvo y también se inclinó.

-Sí, es absolutamente maravilloso-le miró de nuevo-. Perdona, creo que no conozco tu nombre.

-Cierto, ¿dónde están mis modales? Alejandro Tazim Santamaría, médico.

-No conozco tu acento...

-Soy español, del sur.

-Estás muy lejos.

-Todo por el conocimiento y mis hermanos. Y hablando de hermanos...-miró distraído hacia la puerta-. Creo que debería preocuparme por ellos... pero es demasiado trabajo.

Sofía sonrió divertida.

-¿Puedo hacerte unas preguntas sobre Ezio?

-Por supuesto, le he conocido casi toda mi vida.

Se sentaron en dos sillas enfrentadas a ambos lados de la mesa.

-Quiero saberlo todo sobre él, no me atrevo a preguntarle.

Alessandro sonrió ligeramente y procedió a contarle todo lo que podía. Desde que le conoció en Florencia hasta su viaje a Estambul, por supuesto sin mencionar a la Hermandad.

La noche llegó demasiado pronto y Alessandro se despidió de Sofía con una sonrisa, esperando haber sido de ayuda en ese nuevo amor. Sofía ciertamente no parecía decepcionada por lo que había descubierto.

Ezio estaba nervioso cuando regresó, pero hacía todo lo posible para no mostrarlo. No funcionó frente los agudos ojos del médico.

-Has tardado mucho.

-Decidí responder algunas preguntas suyas. Eres muy poco comunicativo cuando quieres.

-Sandro...

Alessandro apoyó una mano en su hombro, al parecer notando el verdadero motivo de su nerviosismo.

-Tranquilo, hermano. Soy incapaz de enamorarme de dos mujeres a la vez y mi corazón sigue atrapado desde hace años.

Ezio frunció el ceño.

-¿Tú...?

-Prefiero no hablar de eso, aun es una herida abierta.

Desvió la mirada, pero Ezio vio el dolor en sus ojos. Maldijo en voz baja la terquedad de Alessandro en hablar de sus sentimientos aunque estaba metido en los asuntos de todos los demás.

-Te toca descansar. Luego te llevaré algo de cena.

-Gracias, Ezio.

Desapareció en la biblioteca y bajo un montón de cojines y almohadones.