Disclaimer: Los personajes de InuYasha no me pertenecen, son propiedad de la Mangaka Rumiko Takahashi. Solo esta historia es de mi autoría.


Esta historia participa en la dinámica #ElFestínDelHorror y #Fictober2023 de la página de facebook Inuyasha Fanfics.


¡ADVERTENCIAS!

*Contenido que puede herir la susceptibilidad y sensibilidad de algunas personas. No leer si eres sensible a la crueldad, o a los actos macabros y violentos.

* Muerte de personaje.


Kohaku no sabe qué diablos le está sucediendo.

Es como si algo le hubiese caído encima y está intentando con mucha fuerza atravesar la barrera de su piel.

Es asfixiante.

De pronto, su vista se nubla repentinamente y su lengua se queda trabada contra su paladar impidiendo que hable con normalidad o pueda siquiera gritar. Comienza a desesperarse y mientras más lucha y se retuerce, el dolor que parece oprimir cada uno de sus órganos internos y fragmentar en pequeños pedacitos sus músculos y nervios, lo hace creer que va a morir.

Algo se está metiendo en su cuerpo. Lo siente a través de su sangre; lo siente a través de su piel.

No luches… Es totalmente inútil ―dice una voz ronca y masculina.

Sus ojos se ponen blancos, su cuerpo está totalmente rígido y arde como si algo lo quemara por dentro; ya no lo soporta más.

Eso es… pequeña basurita humana ―habla nuevamente la voz―. Ya eres todo mío.

Tras unos cuantos minutos, el dolor que lo estaba matando por dentro disminuye gradualmente. Sus ojos vuelven a la normalidad, pero pestañea rápido al sentir el picor del sudor dentro de ellos, sus venas se desinflaman y su respiración ―aunque aún agitada―, comienza a funcionar con su ritmo natural.

Se endereza con la mano en su pecho como si quisiera contener el palpitar de su acelerado corazón. Mira a su alrededor y nota que aún está en su habitación, solo que, su futón está lejos; al parecer rodó un par de metros desde ahí mientras se retorcía.

Solo recordar todo ese sufrimiento insoportablemente doloroso, y esa voz, hablando desde quién sabe dónde; le produce escalofríos y se abraza a sí mismo. Piensa en esa voz, mira hacia todos los rincones de su dormitorio, pero todo parece estar en orden. Las paredes de un tono celestial se iluminan pacíficas a plena luz del mediodía. ¿En qué momento se durmió?

No.

No ha dormido. Está seguro de que no se ha vuelto a dormir desde que sintió a su hermana levantarse para ir a trabajar, y tampoco ha tenido ese reflejo de cuando las personas despiertan de golpe sentadas en la cama y dicen: «Uff… solo fue una horrible pesadilla». Kohaku medita al respecto y siente cómo el temor lo comienza a embargar.

Todo fue real…

Kohaku no solo lo sabe; siente que no está solo en esta habitación, pero teme preguntar, así que, espera a que la voz regrese.

Estoy aquí ―le habla la voz otra vez.

Kohaku abre exageradamente sus ojos al escucharla con claridad, parece que está en su cabeza.

Espantado, retrocede impulsándose con sus talones y arrastra su trasero por el suelo hasta que su espalda se estrella contra la pared. Se agarra la cabeza despavorido sin saber quién le está hablando. Sigue mirando a todos lados pero no hay nadie. Lo que sea que le habla, ¡realmente está en su mente!

Estoy más allá de tu cabeza, niño. Estoy en todo tu ser―Kohaku no quiere responderle a la voz, quiere pensar que lo está imaginando. Pero esta, continúa diciendo―: Puedo controlar todo lo que dices o haces. Puedo hacerte avanzar y retroceder; puedo hacer que te suicides lentamente y puedo evitarlo si así lo quiero.

―No es real… No es real―reniega Kohaku comenzando a ponerse de pie. Tiene clases en un par de horas y debe ir a ducharse.

¿No me crees? Puedo probarlo si quieres ―insiste la voz.

―¡Vete al demonio!... No hablaré contigo, no estoy loco.

Ya lo estás haciendo… Y, coincido contigo; no estás loco. Pero pronto lo estarás…

―Cállate.

Tal vez quieras comer un poco de la tierra que hay en ese macetero ―sugiere la voz.

Kohaku mira hacia su escritorio. Ahí tiene un pequeño macetero con una planta que su hermana le regaló.

«No haré eso», piensa con algo de valor y se dirige hacia el armario para sacar una toalla. No obstante, casi de inmediato se da cuenta de que ha llegado junto al escritorio y acaba de levantar con su propia mano el macetero.

«¡¿Qué pasa?!», se cuestiona asustado e intenta detenerse, pero su mano pareciera tener vida propia y lleva a su boca el macetero vaciando toda la tierra en su boca que además está totalmente abierta y no es capaz de cerrar. Comienza a masticar y traga con dificultad; la tierra raspa en las paredes de su garganta. Kohaku se atora y tose tratando de escupir lo que más puede; ha recobrado el control de su cuerpo. sus dedos intentan limpiar su lengua y se golpea el pecho por reflejo ante la tos.

¿Me crees ahora?...

―Me niego, ¡solo jugaste con mi mente! ―responde aterrado. Piensa que esto no puede estar pasando. Es imposible, ¡no puede ser cierto!

Entonces te lo mostraré de otra forma.

Un dolor insoportable se hace presente en el interior de su cuerpo. Kohaku cae de golpe al suelo y comienza a chillar. Y mientras esto sucede, la voz comenta:

¿Sabes?... Esto sienten los gusanos cuando son atravesados por el anzuelo mortífero que los convierte en carnada para peces.

―¡AHHH! ¡BASTA! ¡BASTA! ¡DETENTE! ¡NO MÁS! ¡DUELEEEEE!

¿Lo entiendes ahora, pequeño gusano?

―¡SII! ¡DUELE! ¡NO SIGAS! ¡NO, POR FAVOR! ―grita Kohaku derramando lágrimas mientras continúa en el suelo retorciéndose de dolor.

El dolor se detiene.

¿Ya me crees, Kohaku?

El aludido no tarda en responder.

―Sí… ―Solloza y en seguida pregunta―: ¿Quién eres?

Soy quien los hará pagar por todo lo que me hicieron, y tú, me vas a dar ese gustoso placer.

―No, no te ayudaré. Ya déjame en paz, no sé de qué hablas, ¡no tengo nada que ver en esto!

Oh… Claro que tienes que ver. Hace más de 500 años tuviste mucho que ver con el intento de mi destrucción. Aunque antes de eso, bajo estas mismas condiciones fuiste mi aliado.

―¿500 años? ¿De qué hablas? ¡¿Sabes que estamos en el siglo veintiuno, imbécil?! ¡Yo no estaba hace 500 años!

Tienes la misma esencia de aquella vez. aunque estás algo mayor. Tu nuevo cuerpo tiene 17 años, pero tu alma tiene muchos años más, así que, sí, te conozco Kohaku… a tí, y a todos los que te rodean.

―No, no es verdad… ¡Ya basta!

La voz siguió diciendo:

Eres mi marioneta, el arma que me dará el goce de ver a esos malditos suplicar para que los mate. ¡No! Más bien, te suplicarán… ¡ A tí te rogarán! Jajajajaja… Llorarán lágrimas de sangre para que dejes de hacerlos sufrir.

Kohaku se niega a seguir escuchando. Se tapa los oídos inútilmente e intenta buscar una explicación. Transcurren un par de minutos y lo único que se le ocurre es lo que una vez vio en la televisión. Era un caso médico; una persona que padecía alucinaciones con un familiar muerto a causa del tumor maligno que crecía en su cerebro lo que a la vez le traía mucho dolor.

«¿Debería ir al hospital?», se pregunta temblando.

No soy un tumor ―responde la voz ante aquel pensamiento de su marioneta―. Soy un demonio muy poderoso que tú y tu gente quisieron destruir. Soy un sobreviviente que dejó un pedazo de su esencia en una débil criatura; un bebé. La criatura se reprodujo y me fui trasladando de cuerpo en cuerpo, mi esencia permaneció y perduró a través del tiempo, consumí sus cuerpos para no desintegrarme y volverme fuerte. Yo soy Naraku.

―¡No conozco a nadie con ese nombre! ¡NO TE CONOZCO!

El timbre de la casa suena. Kohaku se levanta del suelo y se da cuenta que no fue controlado por el demonio esta vez. Su habitación está en el segundo piso de la casa, por lo que decide echar un vistazo desde su ventana. No quiere que lo vean en este estado de desesperación, así que, con mucho cuidado, abre la cortina, solo un poco para no ser visto, pero al ver quién es la persona parada frente a su puerta, su rostro palidece.

La voz del demonio susurra:

Adelante, baja a abrir la puerta.

―No lo conozco ―miente Kohaku.

Jajajaja… Tus reacciones te delatan. Lo conoces y lo conozco. ¡Es el maldito monje! Solo está usando un ridículo atuendo y, ohhh… en esta época no tiene su agujero negro.

―Es una persona normal que no conozco. No hay monjes en este pueblo ni esas cosas de agujeros que hablas, ¡déjalo ir!

Entonces, los dolores regresan y Kohaku cae al suelo apretándose el abdomen, quiere gritar, pero esta vez, su garganta está cerrada y no puede respirar. Duele y se ahoga a la vez. ¡Es una terrible tortura!

De pronto, el dolor se pasa, pero Kohaku sigue ahogándose con desesperación. No sabe de qué manera acomodar sus manos alrededor de su garganta para que, de alguna manera, se abra paso el anhelado aire y logre respirar. Entonces, cuando el color de su piel se torna morado; al fin, el demonio le permite tomar una bocanada de aire y le advierte:

Si no obedeces, esto te pasará; una y otra vez. Durante toda tu vida te causaré toda clase de dolor y sufrimiento, tanto que, desearás morir. Pero por supuesto, no permitiré que mueras. Eso sería muy aburrido.

―¡No, por favor! ¡No lo hagas! ¡No más! ―Kohaku se seca las lágrimas―. No más… Haré lo que me pidas, pero no lo hagas más.

Bien, ya nos estamos entendiendo. Ahora baja las escaleras, ¡y deja entrar a ese maldito monje!


El cantar de las cigarras acompaña la noche en calma.

Como siempre a las 10 pm, el riego automático del jardín delantero se enciende comenzando a rociar el agua sobre el césped y las plantas que crecen allí.

Una pareja de amantes se besan frente al jardín de la casa. Un hombre pasa por la vereda mientras pasea a su perro.

Pero ninguno oye ni ve nada.

Sin embargo, Kaede, una anciana que vive sola con su gato en la casa de enfrente y que siempre está atenta a todo lo que pasa con sus vecinos, está algo curiosa. Se supone que hoy es viernes, y los viernes, el muchachito que vive enfrente tiene clases por la tarde. Pero al pasar las horas, el muchachito no salió de su casa para acudir a sus clases. Kaede pensó que tal vez, podría estar enfermo. Así que, preparó un canasto con medicina para llevarle, después de todo, el muchachito es bastante amable y respetuoso con ella; siempre la saluda con una bonita sonrisa y le ayuda con la basura cuando la bolsa está muy pesada. No obstante, cuando Kaede estaba por salir de su casa con el canasto en la mano, ve por su ventana que, el apuesto joven que parece ser el cuñado del muchachito, está parado en la puerta. Entonces, la anciana creyó que ya le llevaban medicina, así que, desistió de atravesar la calle para ir hasta allá.

Al atardecer, la anciana vio cuando la hermana del muchachito llegó a la casa; puntualmente a las 8 pm como siempre. Pero lo que es realmente extraño, es que la hora avanza, el día se torna oscuro y ninguna luz está encendida en esa casa. Es imposible que se trate de un corte de energía eléctrica, porque de lo contrario, siendo las 10 de la noche, los regadores automáticos del jardín no se habrían encendido.

Es curioso, en verdad, es muy curioso… Pero, ¿quién es ella para entrometerse en asuntos ajenos?

Finalmente, Kaede apaga su luz y se duerme sin siquiera imaginar que del otro lado de la calle, en el sótano de esa casa, el aroma a sangre mezclada con vómitos es nauseabundo y casi no se puede respirar.

Su linda vecina, cuyo nombre la anciana Kaede desconoce ―al igual que desconoce el del muchachito y el novio que ve bastante seguido por allí―, está de rodillas en el suelo, sus manos han sido atadas hacia atrás. Está aterrorizada y tiembla sin parar. Siente que en cualquier momento morirá de pánico, asco y desolación. Pero sin duda quien peor lo está pasando no es ella, sino el apuesto novio que al parecer hace no mucho le pidió matrimonio. Debió ser aquel día en que ella llegó con ese radiante vestido rojo y una sonrisa que desbordaba felicidad. Sí, ese día la anciana Kaede acariciaba a su gato en la ventana cuando los vio muy acaramelados llegando a la puerta de la casa.

Es lamentable que esos imparables gritos del joven novio sean sofocados por el paño de la mordaza que separa sus dientes, de lo contrario, la anciana Kaede se enteraría del sufrimiento inhumano por el que Miroku está pasando.

Y la intención de llamar a la policía para reportar el horrible crimen que se está suscitando enfrente de su casa; no se presenta.

Tal vez, si la anciana se levantase a beber un poco de agua, oiría el llanto de Sango que rápidamente fue acallado por un golpe. Se dejaría llevar por su curiosidad y decidiría ponerse su bata para ir a ver qué pasa. ¡Por algo no tienen luz!

Nadie le abriría la puerta, así que, rodearía los regadores y entraría por la parte de atrás. Lo primero que escucharía serían los desgarradores sonidos de auxilio emitidos por ese pobre joven. Gritos aulladores que se reducen a lamentables: «¡Mmmh! ¡Mmmh! ¡Mmmh!». Y seguramente, la curiosidad de la anciana la llevaría más lejos, bajaría las escaleras del sótano y allí, podría apreciar la escena completa.

Trágica…

Aterradora…

Un panorama tan espantoso que cualquiera que lo viera, jamás podría recuperar la cordura.

Seguramente, la primera reacción de la anciana sería gritar horrorizada, pero por miedo a lo que le pueda suceder a ella, sofocaría este impulso de pánico con sus propias manos y taparía su boca. O quizás, ¿moriría si viera esto? ¿Moriría de un ataque al corazón al ver el rostro de su joven vecina empapado en una mezcla de lágrimas, sangre y mocos colgando de su nariz que se meten a su boca cuando esta llora? ¡¿Kaede se cagaría en su pañal de noche si viera a Miroku en este estado?! Sentado y atado a un pilar de madera, sin nada de ropa de la cintura hacia abajo con su entrepiernas derramando borbotones de sangre y su miembro a medio arrancar. ¡Porque esa mujer que él ama con locura lo está castrando con sus propios dientes!

¡Dios mío! ¡La anciana Kaede debería golpear sus dientes con una roca y agradecerle a medio cielo por permitirle dormir en paz esta noche! De lo contrario, si estuviera de testigo en ese sótano, estaría sintiendo cómo los colores abandonan su cuerpo mientras la sangre se le congela al conectar su mirada con los vidriosos ojos azules de Miroku; inyectados en pánico y terror, retorciéndose y llorando, intentando inútilmente escapar de ahí, incluso, escapar de su novia. Pero es inútil.

Nadie puede escapar. Y en efecto, la anciana Kaede tampoco lo habría logrado.

―No puedo más… —le dice Sango a su hermano entre llantos, mientras los trozos de carne humana se le cuelan entre los dientes y resbalan de su boca. La sangre ha inundado todo el interior de su cavidad bucal, y no puede evitar sentir las náuseas con la textura y el olor; es tibia y espesa, con un asqueroso sabor tan amargo como el metal—. Por favor, Kohaku, basta… déjame ir―le ruega y su cuerpo convulsiona antes de volver a vomitar.

―¡Te sacaré los ojos si no le arrancas la verga de una vez por todas, Sango! ―la amenaza con el cuchillo a milímetros de su cara—. ¿O prefieres que empiece por tus dientes?

―¡NO! ―grita horrorizada y llora―. ¡NO por favor…!

―Entonces, continúa ―le ordena su hermano fríamente y sin titubear.

Consternada, Sango mira a su hermano menor e intenta hallar en sus ojos una esperanza de que todo esto acabe siendo una maldita pesadilla de la que seguramente va a despertar, pero en la mirada de Kohaku no se distingue ni un solo ápice de bondad. Solo hay un halo misterioso de rojo fulgor que parece flotar alrededor de sus iridiscencias y que se proyecta desde adentro.

Aquellos no eran los ojos de su hermano.

Miroku no puede dejar de temblar. Parece que sus ojos saltarán de sus cuencas debido al gran temor que siente. Sacude rápidamente su cabeza, de lado a lado. Como una súplica; como un ruego horrorizado que grita: «¡Por favor, no lo hagas! ¡Por favor!».

―Mi… Miroku… ―Sango quiere suplicar que la perdone, pero solo puede llorar babeando hilos viscosos de intenso carmesí―. Yo… no… yo… ―Es imposible articular alguna palabra. Agacha la cabeza, sus hombros saltan por los espasmos del lloriqueo. Y se niega a lastimarlo otra vez.

―¡HAZLO! ―le grita su hermano.

Sango suelta un lloriqueo entrecortado, pero se obliga a arrastrar sus rodillas otra vez hacia la entrepierna de Miroku, este comienza a hiperventilar con pavor.

―¡Mmmh! ¡Mmmh! ¡Mmmmmh!

Sango abre su boca temblorosa, aprieta los ojos para no mirar y encaja con fuerza sus dientes una vez más en la base del falo. Tira asqueada y con fuerza hasta desgarrar la carne y arranca el miembro por completo.

Los gritos sofocados y agónicos de Miroku son la melodía siniestra que acompaña el ambiente de este sótano. Y ve cuando su novia escupe la carne a un lado y simultáneamente, vomita la bilis de sus entrañas porque ya no le queda nada más que vomitar.

Miroku se desangra rápidamente. Ha perdido su hombría de la manera más horrorosa posible. No puede más que emitir quejidos de agonía y dolor.

Sango pierde el habla. Solo es capaz de quedarse estática como una estatua frente a su novio mientras los ojos de ambos están frente a frente. Pareciera que se miran, pero en realidad, todo se ha nublado para ellos; en realidad, están mirando a la nada, y apenas son conscientes de que siguen respirando. Miroku ya no siente dolor, así que, solo cierra sus ojos y se deja abrazar por el entumecimiento que se apodera de su cuerpo, deseando con todas sus fuerzas que lo dejen morir.

Sango ni siquiera tiene las fuerzas y la lucidez que se necesita para acercarse más y contenerlo, aún sabiendo que…

Miroku ya no volverá a despertar.


Es sábado por la mañana, y como es habitual, la anciana Kaede sale a regar su bonito jardín. No ha visto a su joven vecina salir aún rumbo a su trabajo, pero ve al muchachito que sale y entra de la casa, acarreando en cada trayecto varias bolsas de basura que deposita en los contenedores.

El atuendo que lleva es algo diferente; demasiado formal para un muchachito de diecisiete años. ¿No usaba ropas más holgadas? Aunque sin la coleta habitual en su cabello, luce algo mayor y, definitivamente, sigue siendo el mismo muchachito apuesto de siempre.

«¿Cuál será su nombre?», se pregunta Kaede, cayendo en cuenta que, de todas las veces en que él la ayudó nunca se presentaron. Él solo hacía el trabajo de ayudarla en algo puntual y ella solo le daba las gracias.

«¡Vah! ¡Qué más da! ―se anima― Será mejor que le vaya a preguntar». Convencida de esto, cruza la calle mostrando una genuina sonrisa.

Cuando llega junto a él, la anciana aclara su garganta y lo saluda.

―Hola, jovencito, ¿cómo estás?

El muchachito parpadea algo confundido, y pronto la saluda con la misma cordialidad. Por poco, Kaede se siente incómoda, pero al notar que él dibuja en su rostro esa sonrisa jovial igual que siempre; ella se relaja.

El joven aprovecha de comentarle que a partir de ahora, vivirá solo, ya que su hermana, Sango, y su cuñado se fueron de viaje en un vuelo de madrugada y por un largo tiempo.

Kaede les desea buen viaje y el muchachito le agradece. Entonces, luego de un pequeño silencio, la anciana —algo apenada—, se disculpa por nunca haberse presentado como es debido. Y le dice que puede llamarla anciana Kaede.

Entonces el muchachito se presenta:

―Mi nombre es Kohaku.

¡Anciana Kaede, aléjese de él! ¡No soy yo! ―grita Kohaku desde algún recóndito lugar de su propio cuerpo, sin embargo, ninguna de sus palabras pueden ser escuchadas por los demás, a excepción del mismo Naraku.

La anciana sonríe y enseguida piensa en que el pobre chiquillo estará algo solitario ahora que no vivirá con su hermana y le dice:

―Jovencito Kohaku, ¿tienes planes para mañana?

―Ninguno, la verdad.

―Entonces, ¿Te gustaría venir a cenar a mi casa? Mañana vendrá mi hermana. Es algo mayor que tú, pero mucho más joven que yo. Es un poco seria, pero es una buena chiquilla.

―No lo sé… no quisiera incomodar.

―No te preocupes, estoy segura de que Kikyō estará encantada de conocerte.

―Oh… ―Los ojos que le pertenecen a Kohaku, pero que están siendo dominados por Naraku, parecieron brillar de anhelo al oír aquel nombre―. En ese caso, estaré encantado de conocerla también.

«O mejor dicho… de reencontrarme con ella. ¿No crees que será divertido, pequeño gusano?».

¡Maldito demonio! ¡Puedo percibir tus retorcidos pensamientos asesinos!

―¡Estupendo, jovencito! Te espero mañana a las 7 de la tarde.

―Allí estaré. Muchas gracias, anciana Kaede. ―Naraku se despide muy alegre, pero pronto se le ocurre algo, y dice―: ¡Oh! Por cierto, señora, usted tiene un gato, ¿verdad?

―Así es, ¿Qué sucede, eres alérgico?

―No, no… para nada ―sonríe encantador―, me gustan los gatos, es solo que, tengo el corazón de un cerdo que no me comería por nada del mundo, pero a la vez, no lo quiero desperdiciar. La familia de mi cuñado trajo partes de un cerdo ayer y ese corazón fue la sobra. Así que, me preguntaba si podía dárselas a su gato.

―¡Vaya! Claro, no hay problema. Este gato era callejero antes de vivir conmigo y le gusta comer de todo; si quieres me lo pasas ahora.

―¡Perfecto! Entonces, aquí está… es esta bolsa pequeña de acá.

―Muchas gracias, eres un amor.

―No se preocupe, es para mí un gusto, anciana Kaede.

¡¿Acaso no te bastó con matar a mi familia y destruir mi vida, escoria demoníaca?!

Yo no hice nada, Kohaku. Todo lo hiciste tú. Que no se te olvide—, le responde Naraku a su marioneta.

Kaede regresa a su casa, se dirige a su cocina y deja caer el corazón a un sartén, no quiere que su gato enferme con carne cruda de cerdo, así que, la cocinará un poco antes de dársela.

Una sensación extraña de escalofríos recorre su espinazo cuando se queda pegada con la vista observando el corazón; luce muy rojo y fresco, como si al animal lo hubieran faenado hace muy poco. Pero tristemente, hay algo que la anciana Kaede desconoce por completo, y es que ese corazón que comerá su gato no es de ningún cerdo, más bien, es el corazón de una joven que hace no mucho se había mudado frente a su casa con su hermano menor; la mujer bonita de cabello castaño; enamorada de su novio guapo. La jovencita cuyo nombre conoció hoy, y se llamaba Sango.

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Hey... tú.

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Tú que estás aquí leyendo esto. ¿Sabes?... Necesitaré otra marioneta cuando tenga que absorber a Kohaku. Así que, no sería extraño si te visito cualquiera de estas noches. Tal vez, me veas en el espejo, o te observe desde alguna ventana.

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Aunque probablemente, te des cuenta de mi presencia cuando sientas que estoy justo detrás de tí…

Fin.


N/A: ¡Aaaahhhhh! ¡Qué difícil es escribir de este género! .

Aquí dejo mi aporte para la dinámica #ElFestínDelHorror. No saben lo mucho que me enrollé para hacer que se sienta aunque sea algo de incomodidad o suspenso. Espero haberlo logrado, amistades T.T

Muchas gracias si llegaron hasta aquí, los quiero montones.

Abracitos.

Phany.