Para la Tobidei Week 2023. Día 2: Estrellas


La hoja amarillenta se desprende del árbol y cae en el puente de madera, justo en un lugar que Deidara acaba de barrer. Rodando los ojos, vuelve sobre sus pasos y la arrastra con el cepillo a la pila de hojas. Los únicos sonidos del lugar son el canto de los pájaros y el chirrido de las cigarras. Nada de tráfico. Nada de voces. Casi se podría decir que están en mitad de la nada, si no fuera por el tendido eléctrico que pasa por encima.

Cuando va por la mitad, ve a Kurotsuchi acercarse corriendo con la red en la mano.

—¡Rápido, Dei! —exclama y le cambia la escoba por la red—. ¡Quita las hojas del agua, yo terminaré de barrer!

—¿Qué está pasando?—pregunta Deidara.

—¡Los Uchiha están aquí, han venido antes de tiempo! —dice Kurotsuchi y empieza a barrer con energía—. Están aparcando ahora mismo así que aún tenemos un rato.

Deidara habría protestado. Prefiere seguir barriendo antes que meterse en el agua, con botas o sin ellas, pero en cuanto escucha ese apellido, todo deja de importar.

—¿Crees que viene el que está cogible también? —pregunta Deidara, estirando el palo de la red para cazar las hojas más lejanas a la orilla.

Concentrada en meter la pila de hojas secas en la bolsa negra, Kurotsuchi tarda en contestar.

—No sé, está el auto del señor Madara y otro más.

—Bueno, pues ojalá venga. Es lo único que hace el día menos aburrido, hm.

Kurotsuchi frunce el ceño.

—Oye, sé discreto. No puedes hacer quedar mal el negocio del abuelo, que algún día será mi negocio.

Deidara se mete en el agua hasta los tobillos.

—No creo que pase nada. ¿No me dijiste que este es el único onsen que los acepta? —dice gesticulando con la red en la mano—. No es como si pudieran ir a otra parte.

—Ese no es el punto, vamos, limpia más rápido.

Él sigue trabajando, justo a la misma velocidad que lo estaba haciendo, si acaso un poco más despacio. Cuando termina se va a tirar la basura y luego a ayudar a Kurotsuchi a doblar toallas. En cuanto puede, se las arregla para mirar quién está metido en el agua. Deidara camina por las baldosas redondeadas y se para junto a un gran arbusto de hortensias con varios grupos redondeados de flores azules. Sonríe cuando ve que el que está cogible está ahí junto con otros. Varios Uchiha que parecen tener todos la misma cara con distintos cortes de pelo, excepto uno que resalta entre los demás con varias cicatrices en el lado derecho de la cara. Clientes habituales, lo que le ha dado tiempo a notar que los Uchihas están bastante delgados mientras que el cuerpo del otro está más musculoso, trabajado. Deidara no puede parar de mirar esos brazos, esos hombros cubiertos en tatuajes y piensa que ojalá pudiera trabajar todos los días con semejantes vistas.

Como si sintiera el peso de su mirada en la nuca, el tipo se gira en su dirección. Hay algo emocionante en saber que se ha dado cuenta de su presencia.

Deidara le sonríe y lo mira con descaro, esperando a ver lo que hace. Pasa un rato hasta que se vuelve, cuando uno de los suyos le pregunta algo.

La casualidad quiere que los Uchiha se vayan a la misma hora de salida de Deidara. Al escuchar voces, corre un poco la puerta del vestuario de los empleados, lo suficiente como para poder ver qué está pasando. No era su intención verlos desnudos, justo cuando se levantan del agua. Sí que lo es cuando se les queda mirando, o bueno, sólo al de las cicatrices, los otros le dan igual.

El tipo tiene un cuerpo tremendo. Piernas y brazos fuertes y un culo que debe obligarse a dejar de mirar. Hay reglas muy estrictas en cuanto a mirones, aunque técnicamente no se aplican a mironear hombres. Todo el mundo trata a los Uchiha con respeto y cuidado exagerado, como si fueran a pegarle fuego al local si alguien comete el más mínimo error. A Deidara le irrita y siempre se dijo que los trataría como a cualquier otro cliente, sin cortesías extra.

Oh, pero al de las cicatrices... Al de las cicatrices lo dejaría hacer con él todo lo que se le antojara.

Ambos Mercedes negros pasan por su lado mientras vuelve a casa en bicicleta. Deidara se queda mirando a las ventanillas ahumadas que no dejan ver quién hay dentro, mientras se pregunta en cuál de los dos autos está él.


—El Uchiha de las cicatrices ha preguntado por ti —dice Akatsuchi, no muy contento.

Deidara deja de frotar el suelo de madera con el trapo y mira a su corpulento amigo desde el suelo.

—¿Ah sí? ¿Qué es lo que quería? —pregunta, interesado.

—Saber tu nombre —responde Akatsuchi—. No lo habrás ofendido de alguna manera. ¿Verdad? Te conozco.

Deidara recuerda como la semana anterior lo vio desnudo, pero no es como si el Uchiha pudiera haberlo sabido. A parte eso, han cruzado miradas varias veces, y Deidara podría o podría no haber sido demasiado descarado. El tipo nunca se quejó, de todos modos, así que probablemente le guste, o no le importe.

—Espero que no, hm —dice al fin.

La expresión de Akatsuchi se torna nerviosa, preocupada.

—¿¡Cómo que esperas que no!? ¡Deidara! ¿¡Has hecho algo que podría haberlo ofendido o no!? ¡Sabes la reputación de esta gente! ¡Podrían secuestrarte un día y hacerte desaparecer!

Deidara ríe con ganas.

—¿Por qué lo haces sonar como si fueran por ahí matando gente sólo porque los miren feo? Son criminales, pero dudo que se preocupen por idioteces.

—También podrían partirte las piernas —responde Akatsuchi—. De todos modos ten cuidado con ellos, el abuelo tampoco quiere perderlos como clientes. Dejan buenas propinas.

—Si tan preocupado estás por tus propinas entonces déjame decirte que estoy casi seguro que no he ofendido a ningún Uchiha —responde con un ligero tono de burla y sigue frotando el suelo.

—Casi —repite Akatsuchi—. Ah, Deidara, esto no me gusta. ¿Por qué preguntó el tipo de las cicatrices por ti, entonces? ¿Qué quiere de ti?

—Tal vez le gusto, hm.

Akatsuchi suspira, como derrotado.

—Te ves muy tranquilo. No le quise decir mucho, pero ve con cuidado. Tal vez esto es una advertencia. Tómatelo en serio.

Aunque fuera una advertencia, Deidara decide que no le preocupa. La gente por lo general piensa las cosas demasiado. Una vez, Kurotsuchi le contó que ocurrió algo feo entre el viejo Onoki y el cabeza de familia de los Uchiha, pero ahora mismo no pueden estar tan mal, de lo contrario no serían bien recibidos.

—¿Qué es lo que preguntó, de todos modos? —pregunta Deidara, incapaz de aguantar su curiosidad.

—Tu nombre, y cuanto tiempo llevabas trabajando en este lugar —responde Akatsuchi—. También si estabas trabajando en ese momento. Le dije que no, pero no le dije que era tu día libre porque pensé que cuentas menos explicaciones le diera mejor.

—Hm. —Deidara asiente—. Bueno, si te vuelve a preguntar, dale todas las explicaciones que quieras. Pero habla bien de mí, déjame en buen lugar.

—Ugh, Deidara... —se queja Akatsuchi, como si eso ya fuese demasiada información, antes de marcharse.


Pasan un par de semanas hasta que Deidara vuelve a ver al tipo de las cicatrices. Está en su descanso, comiendo su almuerzo cuando Kurotsuchi se para frente a él.

—Alguien te busca —dice, con un tono neutro que Deidara no sabe bien como interpretar—. Deidara, ¿qué has hecho?

—¿Yo? —dice, señalándose a sí mismo con los palillos, con su tono de voz más inocente—. ¿Y quién me busca?

—Ven y lo sabrás —dice.

Deidara deja los palillos sobre el cuenco y se levanta. Una corazonada le dice que quien lo busca es el Uchiha de las cicatrices. Esas miraditas que le echa a veces tenían que significar algo. La idea lo hace sonreír, si bien no espera verlo a él realmente. La reacción de Kurotsuchi no le da ninguna pista. Ella sabe de su interés por él, pero los Uchiha son clientes, y ha demostrado que ese tipo de cosas tienen un límite cuando se trata de cuidar el negocio. Deidara se lleva bien con muchos clientes habituales, y tal vez quieran saludarlo. Aunque sí que es extraño que lo hayan molestado para ello en mitad de su descanso. Deidara piensa quedarse cinco minutos más de la cuenta, es lo justo.

Igual se sorprende cuando ve al Uchiha de las cicatrices ahí, escuchando la exageradamente educada charla que le está dando Akatsuchi.

—¡Ah, ahí estás, Deidara! —exclama, con forzada amabilidad cuando lo ve venir—. El señor Uchiha quiere verte.

—Encantado de conocerte, Deidara —dice el tipo, con una voz grave, agradable—. Soy Obito, del clan Uchiha.

—Hola, Obito —dice Deidara, incapaz de reprimir el ligero deje seductor.

—Disculpa que te moleste. ¿Podemos hablar en privado?

Deidara va a decirle que por supuesto que sí, pero entonces Onoki aparece y todos miran hacia él. Debe ser un asunto serio si ha tenido que venir él en persona. Nadie sabe qué es lo que Obito quiere de él y ya todos actúan como si Deidara hubiera deshonrado el negocio de la peor manera.

—Señor Uchiha, espero que mi empleado no lo haya disgustado.

—En absoluto —dice Obito y todos parecen relajarse un poco.

Después vuelve a mirarlo a él, estirando el brazo. Deidara mira la flor que hay en su mano, grande, lozana, de pétalos de un hermoso tono de amarillo dorado. Un girasol. Akatsuchi suelta un pequeño grito ahogado. Todos están nerviosos otra vez, tanto que hacen a Deidara preguntarse si la flor no tendrá algún significado negativo, como esas cabezas de caballo de las películas de gángsters occidentales. No es que haya investigado demasiado sobre mafia. Igual, la toma despacio, mirando a Obito a los ojos.

—Gracias, hm —dice Deidara.

—¿Te gustaría cenar conmigo alguna noche?

Akatsuchi y Onoki se ven terriblemente confusos ahora. Kurotsuchi abre mucho los ojos y Deidara sabe que está concentrándose mucho para no echarse a reír.

—Claro —responde. No hay que arriesgarse a dejar mal el negocio—. Tengo clases por la mañana, pero el viernes por la tarde lo tengo libre.

Un pequeño sonrojo aparece en las mejillas de Obito.

—Me viene bien —dice y le pasa un pequeño papel con su número—. Nos vemos mañana.

Tanto Akatsuchi como Onoki parecen haber desaparecido bajo la tierra en cuanto comprendieron que el temible Uchiha nada más le estaba pidiendo una cita. Cuando Obito se va, Deidara se queda un rato más ahí de pie, mirando el girasol.

—Bueno, felicidades —dice Kurotsuchi, dándole una fuerte palmada en el hombro—. Era lo que querías.

—Ustedes preocupados por si les hundía el negocio y resultó que fue al contrario, hm —responde él, orgulloso de sí mismo.

—¡Disfruta de tu cita! —canturrea Kurotsuchi—. El lunes deberás contarme todo.


Deidara pensó que una cita con un yakuza sería distinta, como más emocionante. Cuando ambos salen del elegante restaurante al que lo ha llevado Obito, Deidara comienza a pensar que no ha sido muy distinta de una primera cita normal; ambos haciéndose preguntas, conociéndose. Pensándolo en retrospectiva, ha sido Deidara quien le ha contado su vida entera, su carrera en bellas artes, sus planes de futuro y sus aficiones. Obito ha escuchado pacientemente, interesado. Es más de lo que Deidara esperaba, siendo honestos.

—¿Dónde te dejo? —pregunta Obito, las luces de las farolas de la carretera pasando veloces.

—¿No piensas llevarme a ningún sitio más?—responde Deidara y Obito se sonroja un poco.

—La próxima vez —responde con calma.

Riendo Deidara vuelve a fijarse en la carretera mientras le da su dirección.

—Te gusta ir despacio, hm —dice mientras Obito toma el nuevo rumbo.

—Espero no haber decepcionado tus expectativas.

—Admito que era lo que esperaba. —No es que Deidara lo haya conocido tanto en esta cita, pero sí lo suficiente para hacerse una idea de donde están los límites. Colocando una mano en la rodilla de Obito, la mueve lentamente hacia arriba. Obito sonríe un poco—. A mí me gusta ir deprisa.

Quitando una mano del volante, Obito toma la mano de Deidara y presiona sus labios contra el revés de la misma.

—Entonces, no te haré esperar mucho.


Una relación estable no estaba en sus planes semanas atrás, pero a Deidara no le importa. Obito jamás le habla de su familia o de los negocios familiares. Incluso parece reacio a ello. Deidara se pregunta si se llevan bien. Su madre se preocupa mucho cuando se entera que está saliendo con un Uchiha, pero después de hablar con él un par de veces cada vez que viene a buscarlo, parece quedarse algo más tranquila.

—¿Y si alguna vez te lleva a hacer algo malo? —pregunta un día, cuando Obito aparca frente a la casa y toca la bocina tres veces, como siempre hace.

—¿Como qué? ¿Llevarme a secuestrar a alguien, hm? —le responde Deidara, burlón.

—Bueno, se ve un buen chico —dice su madre—. Quizá me preocupo por nada.

Deidara se mira al espejo y arregla su pelo antes de tomar las llaves. Está segurísimo que Obito jamás lo involucraría en algún tejemaneje del clan Uchiha, pero no se lo dice. El clan. ¿Quién tiene un clan hoy en día?

—No me importaría tanto —dice, mirando a su madre—. Suena como una cita interesante.

Ella le dedica esa mirada que parece decir que prefiere pensar que está bromeando.

—Abrígate más, es casi diciembre —le dice como despedida.

Deidara se coloca el abigo y la bufanda y sale afuera. Un ruido procedente del interior del maletero lo hace frenarse de golpe. Al ir a la parte de atrás del auto y confirma que se escuchan golpes desde dentro. O tal vez Obito sí que lo va a involucrar después de todo, piensa mientras sonríe.

Obito baja la ventanilla.

—¿Pasa algo? —pregunta, asomando la cabeza.

—Sólo creo que alguien se movió ahí dentro, hm —dice Deidara y Obito abre la puerta y se baja, luciendo confundido.

Tal vez el rehén se suponía que estaba inconsciente. Deidara no se pierde detalle mientras Obito abre el maletero. Una niña de unos cinco años está metida ahí. Es morena y tiene unas gafas de montura roja.

—¡Sarada!

—¡Tío Obito! —exclama la niña.

Deidara es ahora el confundido.

—Te dije que no me iba al parque de atracciones —dice Obito, sereno pero firme.

—El tío Suigetsu me dijo que sí, y que sólo me estabas mintiendo porque eres un tacaño —responde la niña.

Obito la observa de brazos cruzados.

—No deberías creer todo lo que el tío Suigetsu te dice.

Sarada baja del maletero, visiblemente molesta.

—Es un tonto —dice, muy seria—. Se va a acordar de mí. ¡Se lo diré a la tía Karin!

Obito sonríe un poco y coloca una mano en lo alto de su cabeza.

—Vamos, sube y ponte el cinturón. Te llevaré a casa.

—¿Y por qué no vamos al parque de atracciones, hm? —pregunta Deidara. Cualquier excusa es buena para ir al parque de atracciones y hacer de niñeros por un rato no le importa. Cuando llegue la hora de dormir de la cría siempre pueden llevarla a su casa—. Hace mucho que no voy a uno.

—¡Sí! ¡Tío Obito, queremos ir al parque de atracciones!

Deidara ahoga una risa. No ha tardado ni un segundo en hacerlo parte de su plan. Obito se vuelve hacia él.

—¿De veras no te importa? —pregunta y él sacude la cabeza.

—Me gustan los parques de atracciones, hm —dice y se vuelve hacia a Sarada—. Pero nos tenemos que montar en la montaña rusa. Esa con muchos bucles.

Su objetivo era intimidarla. Ni siquiera sabe si dejan pasar a niños tan pequeños, pero Sarada parece mucho más emocionada que antes.

—¡Sí! Mi mamá nunca me deja subir a esa. —Sarada se queda mirando a Deidara atentamente, como si acabase de darse cuenta de que está ahí—. Tío Obito, ¿este es tu novio?

Nunca han tenido esa conversación. Obito le pide ayuda con la mirada. Deidara asiente un poco, sonriendo cuando nota el sonrojo en sus mejillas.

—Sí. Se llama Deidara —responde Obito.

Sarada lo sigue observando.

—Es rubio —dice al fin.

Obito abre la puerta trasera del auto.

—Vamos, sube —dice afectuoso.

Sarada deja de prestarle atención y se sube al asiento.

—¡Al parque de atracciones! —exclama ella, subiendo los brazos.

Obito aparta un el flequillo de Deidara y lo besa en el pelo antes de volver al auto.


De vez en cuando alguien le hace la pregunta sobre si Obito se lo ha llevado alguna vez a cometer crímenes. Algunos incluso se decepcionan cuando les dice que no. Han pasado meses. Los árboles se están llenando de hojas y flores otra vez. Obito ha conocido a su madre. Deidara ha conocido a los familiares de Obito. No fue una experiencia que quisiera repetir pronto, todos tienen un aire de arrogancia que Deidara no soporta. Obito no es como ellos, de lo contrario, Deidara lo habría despachado después de acostarse con él unas cuentas veces.

A veces recuerda sus inicios, cuando la gente le preguntaba sobre sus planes con él y Deidara decía que no quería nada serio. Ahora, puede decir que lo serio símplemente surgió sin buscarlo.

La próxima vez que Deidara piensa que Obito por fin lo va a involucrar en algo turbio, es cuando ve las palas en el asiento de atrás de su auto.

—¿Vamos a enterrar un cadáver? —pregunta Deidara, con morbosa curiosidad—. ¿Puedo ayudar?

Obito le sonríe, mientras arranca el auto.

—Por supuesto que no vamos a enterrar ningún cadáver. Qué imaginación.

Hay algo en su tono de voz que hace que hace que Deidara no se lo crea del todo. Tal vez es parte del juego, piensa él y cambia de tema.

—¿A dónde vamos, hm? —pregunta cuando nota que han salido de la ciudad y tomando una carretera por la que no han ido nunca.

—Ya lo verás.

Tras un rato, las casas y los campos también quedan atrás y todo lo que hay alrededor de ambos es naturaleza.

—¿A quién te has cargado? —susurra Deidara, como si alguien fuera a escucharlos.

No quiere hacerse muchas ilusiones, porque es posible que lo que haya ahí no sea un cadáver, pero tampoco tiene ideas sobre para qué iría Obito a necesitar dos palas sino para ayudarlo a cavar en un lugar remoto.

Obito aparca el auto cerca de un lago cuya ribera está llena de sauces. Hay una mesa y unas sillas de piedra debajo de uno de los árboles, pero no ve ninguna casa cerca.

—Este lugar es un coto de caza que pertenece al abuelo Madara —dice Obito—. Algún día será mío.

Después saca las palas y se las pasa y Deidara. Al abrir el maletero, ve un retoño de árbol, las raíces metidas en un pequeño saco lleno de tierra. Nada más verlo, Deidara se echa a reír.

—¿Por qué no lo imaginé antes?

Obito le dedica una mirada tierna, mientras lleva la maceta a un lugar cerca de la orilla donde no hay árboles.

—Escuché que si una pareja planta un árbol juntos, tendrán suerte en el amor.

Deidara le pasa una de las palas a Obito. Es la cita más extraña a la que lo han llevado nunca. Extrañamente tierno.

—Eres un romántico, hm.

Algún día tal vez, hagan un picnic bajo ese árbol.


Incluso de noche, el aire está tan caliente que a veces parece que se está asfixiando. Deidara no está seguro si es eso lo que le molesta más o es el constante zumbido del ventilador junto a su futón.

Son más de las dos cuando mira la hora en su teléfono. Antes de volver a tirarlo al suelo ante el chat con Obito.

[02:24] Deidara: Odio este calor

[02:24] Deidara: Tú seguro puedes dormir bien con el aire acondicionado

Para su sorpresa, la respuesta no tarda en llegar.

[02:25] Obito: Espérame ahí

No es la respuesta que Deidara esperó. De hecho, no pensó que Obito lo vería hasta la mañana. Deidara tiene varias respuestas en mente, como por ejemplo, que Obito está loco por salir a buscarlo a esa hora. Sin embargo, durmiendo en su casa estaría mucho más cómodo, así que simplemente contesta como si fuera lo más normal del mundo.

[02:25] Deidara: ok

Después va a preparar una muda de ropa y darse una ducha rápida. Es un milagro que no haya despertado a su madre. No lo es tanto que Obito aún no haya llegado después de todo lo que ha tardado en arreglarse. Ya se ha acostumbrado a que lo haga esperar un poco.

Al rato una furgoneta blanca aparca delante de su puerta. Es lo más sospechoso que Deidara ha visto nunca, pero a pesar de no conocerla, sabe que tiene que ser Obito. Hace mucho que perdió la esperanza de ver de cerca algún negocio turbio, pero tal vez el mensaje lo pilló en medio de algo y tuvo que ir a por él con la furgoneta del trabajo.

Al ver moverse las cortinas, el conductor hace parpadear las luces y Deidara sale de la casa. Al menos en la calle, el aire está más fresco y agradable. También en el interior de la furgoneta.

—¿De dónde vienes, hm? —pregunta Deidara, con una media sonrisa.

—De casa. Me despertó tu mensaje —responde Obito—. Espero no ser una decepción.

Antes de ajustarse el cinturón de seguridad, Deidara le da un breve beso en los labios.

—Sólo me pregunto qué es lo que tramas.

—¿Quieres saber? —dice Obito, arrancando el motor.

—Nah, sorpréndeme. Sé que será algo que no pueda adivinar de todos modos, hm —dice y pone un pie sobre la guantera.

Obito lo vuelve a llevar por carreteras apartadas y completamente desiertas. Deidara no está seguro sobre si es el lago al que lo ha llevado tantas veces o no. Nunca han ido de noche. Al llegar, descubre que sí lo es. Obito deja los faros encendidos mientras saca de la furgoneta un sofá.

—Ese es... Erm, el sofá de tu casa —dice Deidara, reconociendo la tapicería negra y roja.

—Lo tomé prestado —dice Obito sin más y a Deidara le entra la risa.

Hay algo terriblemente sexy de ver a Obito maniobrar con el enorme sofá para dejarlo sobre la hierba, como si para él no pesase nada. Lo que sea que esté planeando, Deidara espera que incluya agarrarlo a él y arrojarlo con rudeza ahí. Tras subir los reposapies, Obito lo invita a sentarse.

—Leí que había una lluvia de Perseidas esta noche. Quería verla contigo.

—Ah, así que es eso. —Deidara suspira, sonriendo y se acomoda en el sofá—. ¿Quieres pedir un deseo?

Obito se recuesta a su lado y lo atrae a su cuerpo. Deidara se abraza a él.

—Quien encuentre la primera estrella fugaz, pide un deseo —responde Obito.

—Sabes que vas a perder —replica Deidara, la vista fija en el firmamento lleno de estallas.

Salir con Obito no es como Deidara pensó. Es en cierto modo, como salir con cualquier otra persona corriente. Solo que cualquier otra persona no se lo llevaría a una cita en medio del campo a las tres de la mañana para ver las Perseidas, o a plantar un árbol juntos, o le regalaría un girasol para pedirle salir.

Deidara está seguro ahora. Salir con Obito es un tipo de diferente diferente.


Tarde pero aquí. Este iba para el año pasado. Para el prompt de flores. No lo pude terminar. Así que lo usé para este año y le agregué la escena de las estrellas. ¡Gracias por leer!