TRÉBOLES
RANCHO NAMIKAZE
Hinata todavía estaba aturdida, aunque solo la había rozado. No daba muestras de ser un hombre afectuoso. Quizá era su manera de trasmitirle coraje.
Como a dos millas y media de Konohan Creek, en la siguiente bifurcación, avistaron un letrero con las iniciales «R. U.».
—Por ahí se va al rancho Umino. Linda con el mío. Esta tarde volveremos, quiero que conozcas a mi familia.
—Podríamos pasar ahora, ya que estamos aquí.
—A estas horas los chicos están en la escuela y prefiero que los conozcas a todos.
—¿Es la hermana de la que me hablaste?
—Si. Se llama Shizune y tiene diez años más que yo. Está casada con Iruka, mi cuñado. Tienen cinco hijos.
—¿Cinco? Su casa debe de ser muy alegre con tantos niños.
—Lo es, pero no son tan niños. Su hijo mayor es casi de tu edad, tiene diecinueve años.
—Es un muchacho, yo tengo veintitrés.
Naruto se encogió de hombros. Por lo visto a ella le parecía mucha diferencia.
—¿También crían reses?
—Como todos los rancheros, pero no muchas. Se dedican a la cría y venta de caballos de rancho.
—¿Qué diferencia hay? Creí que todos los caballos eran iguales.
—Pues no lo son. No es lo mismo una yegua de paseo que un caballo de tiro como este. —Señaló al que tenían ante ellos—. Las monturas de rancho, como el caballo que ves ahí detrás, reciben un entrenamiento especial para conducir ganado. No todos sirven.
Hinata se obligó a callar. A punto estuvo de decir que los caballos que ella mejor conocía eran al principio broncos salvajes, hasta que se les domaba para conducir a un jinete al lomo, cuanto más rápido mejor. Pero si él se enteraba de su experiencia, no tardaría en hacer preguntas.
Tras una breve pugna silenciosa, la curiosidad pudo con la discreción de Hinata.
—¿Hace mucho que conoces a Shion?
—Bastante, pero no es asunto tuyo.
Hinata recordó su advertencia acerca de las preguntas personales. La sospecha de que Shion se trataba de un asunto personal le causó una incómoda desazón.
Miró al frente y a lo lejos divisó una enorme portada rotulada «Rancho Namikaze» junto al emblema de un trébol.
—A partir de ahí —Naruto señaló el letrero—, comienzan mis tierras. Es un rancho muy grande, demasiado quizá.
—¿Puedo preguntar una cosa?
—Puedes.
A Naruto le irritó su excesiva cautela.
—¿Por qué has dicho que es demasiado grande?
—Porque da mucho trabajo, más del que puedo soportar. Necesitaría más peones.
—Y ahora no puedes permitirte contratar a más gente —comprendió Hinata.
—No siempre las cosas marchan bien y los últimos años han sido duros. Pero pronto empezaremos a ver resultados. Más adelante contrataré a más hombres.
—¿Más adelante?
—No sabes nada de esto, ¿verdad? —preguntó mirándola por un momento—. En un rancho se crían reses; cuando crecen y engordan, se venden. En eso consiste el negocio. Cuando venda el ganado, dentro de dos meses, dispondré de liquidez y podré contratar a alguien más. Pero, hasta entonces, lo más importante es que todo el personal pueda cobrar sus salarios. Si alguien debe trabajar sin recibir nada a cambio es el patrón.
Hinata apreció su punto de vista, lo consideró de una gran honestidad. No se había equivocado al juzgarlo.
—No me importa trabajar duro —aseguró para tranquilizarlo.
—Mejor así, porque no dispondrás de ayuda y tendrás mucho de qué ocuparte.
—Tendrás que enseñarme, nunca he pisado un rancho.
—Dejemos eso para más tarde. No creo que te cueste mucho aprender.
—¿En qué consistirá mi trabajo?
—Enseguida lo sabrás —aseguró.
El sendero empezó a ascender y en cuanto tuvo ante sus ojos el que sería su nuevo hogar, el corazón de Hinata se llenó de júbilo. Sobre una pequeña colina se elevaba la casa de sus sueños. Su aspecto era mucho más imponente de lo que había supuesto.
El tejado a dos aguas destacaba en un color oscuro y en la parte superior distinguió una ventana con mansarda, poco habitual en ese tipo de construcciones. Salvo la parte trasera, toda la casa estaba rodeada por un porche sostenido sobre elegantes postes hexagonales que se ampliaba en la fachada delantera.
En las laterales contaba con barandilla y, al frente, tres escalones lo separaban del nivel del suelo. Un banco y una mecedora conferían a aquel espacio un aspecto acogedor. Para su extrañeza, las fachadas estaban pintadas de blanco —hecho poco usual en una casa de campo—, salvo las ventanas y postigos que mantenían el color de la madera.
Alejadas de la casa, se alzaban varias construcciones para aperos y arreos, establos y un granero.
El rancho cubría una gran extensión de zona verde. Tan solo un par de árboles en la parte trasera y otros tres junto a los establos destacaban en aquella extensión de hierba. Pero, como a media milla de distancia, se veía una amplia zona boscosa que trepaba montaña arriba. Y, a su alrededor, prados, inmensos prados y pastos a uno y otro lado del camino hasta donde alcanzaba su vista. Su nuevo hogar era hermoso. Más de lo que había llegado a imaginar.
Mientras paraba el Surrey, Naruto observó orgulloso la expresión exultante de Hinata antes de preguntar:—¿Qué te parece?
—Es blanca —acertó a responder ella.
—Ah, eso. Sí, es extraño. Mi madre siempre quiso una casa sureña. En realidad, no da más que trabajo, porque hay que repintarla de tarde en tarde.
—Es preciosa —aseguró mirando a su alrededor—. Todo lo es.
—Si no has visto nada —alegó él satisfecho—. Baja, tengo que presentarte; después te enseñaré todo esto.
Naruto cogió el escaso equipaje y se dirigió hacia la casa. Hinata lo siguió sin dejar de admirar cuanto la rodeaba.
—No está Biwako —comentó Naruto haciéndose a un lado para que entrase—. Debe de estar en la parte de atrás.
Al traspasar la puerta, Hinata se vio en una enorme cocina. No la esperaba tan bien provista y se alegró de contar con horno además de fogones. A un lado, observó una alacena y le encantó la ventana sobre el fregadero desde la que se divisaban los pastos. En la pared contigua, otro par de ventanas situadas sobre la zona destinada a comedor llenaban la estancia de luz.
Se encontró ante una gran chimenea y una mesa larga con varias sillas. A la vista del mobiliario, imaginó que hubo un tiempo en que aquella casa debió de estar habitada por bastantes personas. Pero no había sillones ni otro tipo de mueble que invitase a la comodidad. Sin duda, el trabajo era demasiado absorbente.
—No hay un salón —comentó Hinata.
—No, no lo hay —dijo molesto—. Ya te dije que esto no se parecía en nada a tu elegante mansión.
—No importa, de verdad —se excusó arrepentida por haberlo comentado—. ¿Y las habitaciones?
—Pasa y verás mi habitación, que será la tuya —le informó con hosquedad.
Se adentraron por el corredor que discurría bajo una escalera hasta el que, a partir de ese momento, sería su dormitorio. Pese a que toda la casa denotaba cierto desaliño, la habitación le encantó. La impresionó el armario repujado, también la cama y la cómoda, así como las mesillas auxiliares que contaban con bellas tallas.
Naruto dejó la bolsa de Hinata sobre la cama y la hizo seguirlo hacia la habitación contigua.
—Este dormitorio ahora no se usa. Lo utilizo como despacho, para llevar las cuentas del negocio, ya sabes.
Hinata observó una cama con el colchón al aire. Junto a ella y bajo la ventana, un escritorio atestado de papeles y una silla con reposabrazos. Había también una estantería con libros de cuentas numerados en el lomo. Naruto se desató el cinto y dejó el revolver sobre un pequeño armario que completaba el mobiliario.
—Arriba está el desván —comentó Naruto—. Ya lo verás en otro momento.
—¿Puedo colocar mi ropa en tu armario? —preguntó tratando de no molestar.
—Tendremos que compartirlo. De todos modos, creo que sobrará sitio —concluyó mirándola de arriba abajo.
Naruto la hizo salir para enseñarle los alrededores. Hinata tomó buena nota de sus obligaciones. En un primer momento, se sintió abrumada. No pensó que tendría tanto trabajo. Debía encargarse de la casa, de las comidas, de la ropa y de las provisiones. Y además, hacerse cargo de los animales de corral y de un pequeño huerto.
Le presentó a Hiruzen y Biwako, un matrimonio que llevaba empleado en el rancho toda la vida. Ambos la recibieron con alegría. Hiruzen trabajaba como peón y, en ausencia de Naruto, asumía las tareas de capataz. Su esposa Biwako ayudaba por el cariño que sentía hacia el dueño del rancho. En cierto modo, casi lo consideraba como un hijo. Biwako echaba una mano en todo lo que podía, pero con más de sesenta años estaba más que claro que no resultaba suficiente.
—A los peones ya los irás conociendo. Están en los pastos. Tengo trabajo, volveré a la hora de cenar.
Sin más explicación, se adentró en el establo más cercano a la casa y lo vio salir al trote a lomos de un appaloosa.
Hinata se quedó parada a las puertas de la casa sin saber muy bien qué hacer. No podía evitar sentirse decepcionada al verse tratada como una empleada, pero era hora de emprender su trabajo con optimismo.
Entró en la cocina y dio un vistazo general. Aquello pedía una limpieza a gritos. Lo primero que haría sería fregar a conciencia los cristales y confeccionar unas abrazaderas para las cortinas. Quería luz a su alrededor, mucha luz.
Paso después por el dormitorio, también allí hacía falta una buena limpieza y mucho orden. Deshizo el equipaje y, al guardar sus vestidos, comprobó que tampoco él contaba con demasiada ropa. Lamentó su situación económica y se propuso hacer todo lo posible para cambiarla. Su esposo no se arrepentiría de haberla escogido. Decidió comprarse unas botas cuanto antes: sus botines y zapatos no resultaban el calzado más adecuado para aquel lugar.
Se sintió un poco tonta al guardar su libro en el fondo del armario, pero le daba vergüenza que él descubriera el aprecio que tenía a un pasatiempo tan infantil.
Dispuesta a emprender sus nuevas obligaciones, revisó la alacena y encontró un delantal. Y, puesto que se acababa de convertir en una ranchera, tomó la decisión más descarada de su vida: en el rancho, el corsé quedaba desterrado. Lo reservaría para las visitas al pueblo.
El resto de la tarde paso volando. Entretenida en averiguar donde se guardaba cada cosa, limpiar la cocina y hacer la cama con sábanas limpias, Hinata se encontró con que había llegado la hora de cenar.
De camino al rancho Umino, se la veía contenta y con ganas de conocer a la familia de su nuevo esposo. Naruto decidió aprovechar que se mostraba más habladora que de costumbre.
—¿Y tú?, no me has contado nada. ¿Siempre has vivido en Kiowa?
—La viuda Nii me adoptó hace ocho años. Hasta entonces, viví con mis padres de un sitio a otro.
—¿Eran misioneros? —quiso suponer Naruto para explicarse la sobria vestimenta de su esposa.
—Cuando ellos murieron, vivíamos en Montana —evitó responder.
Pronto vislumbraron una gran casa de madera. Parecía una sencilla construcción con tejado a dos aguas, pero había sido ampliada con un ala en la parte posterior, lo que le daba el aspecto de una gran «T». Frente a ella había varios cercados y zonas valladas, dentro de las que pastaban caballos y potros. Y, un poco más lejos, distinguió varias cuadras y graneros separados entre sí.
Naruto frenó el Surrey junto a un establo del que salía un muchacho alto y desgarbado con un cubo de maíz en la mano.
—Iwabee, ¿Dónde está tu madre?
—En casa, creo —respondió, mirando a Hinata con cara de sorpresa.
—Ve a llamarla, he de daros una noticia.
Hinata bajó y se desanudó el gorro dejándolo caer a su espalda.
El muchacho intuyó que la noticia tenía que ver con la chica. Dejó el cubo en el suelo y fue hacia la casa.
Pronto lo vieron correr de vuelta y tras él, su madre secándose las manos en el delantal. Naruto tomó a su hermana por los hombros y la besó en la mejilla.
Shizune Umino permaneció agarrada a la cintura de su hermano mientras observaba a Hinata. Suponía que por fin había decidido sentar la cabeza y venía con su prometida. Las solteras disponibles en Konohan Creek eran demasiado viejas o demasiado jóvenes, e intuía que las correrías de su hermano por Kiowa tenían que ver con faldas. Pero nunca hubiera imaginado que se decidirla por una chica como aquella.
—Bueno, ¿no nos vas a presentar? —preguntó acercándose a Hinata—. Yo soy Shizune Umino, la hermana de Naruto.
—Shizune, te presento a mi esposa: Hinata Namikaze.
—¿Te has casado? ¿Cuándo? —preguntó con los ojos muy abiertos—. No sabía que... ¿No pudiste esperar a casarte aquí? Nos habría gustado acompañaros.
—Fue algo precipitado. Nos hemos casado esta mañana, en Kiowa Crossing. Hinata vivía allí.
—Un día muy especial —dijo Shizune en voz baja.
Los hermanos Namikaze se entendieron con una mirada. Pero Shizune no añadió nada más. Sabía que su hermano se negaba a celebrar desde hacía años el 10 de octubre.
Se acercó a su nueva cuñada y le tomó las manos.
—Hinata, me alegro mucho de conocerte. No sabes las ganas que tenía de ver casado a mi hermano.
—Yo también me alegro —aseguró Hinata devolviéndole la sonrisa.
—Iwabee, ve a avisar a tu padre y a Konohamaru.
Naruto presenciaba las presentaciones cruzado de brazos, sin demasiado interés. Su nueva esposa parecía gustar a su familia, y eso era lo único que importaba. Pero en cuanto se acercaron su cuñado y su sobrino, se acercó a ellos y su saludo consistió en una sucesión de palmadas y amagos de golpe entre los tres. Hinata se sorprendió ante la actitud jovial de su marido, que agarraba al chico por el cuello en tanto este intentaba zafarse a base de codazos.
—Iruka, esta es mi esposa, Hinata. Nos hemos casado hoy.
Este miró de reojo a Naruto con media sonrisa y se dirigió a Hinata con gesto afable.
—Es un placer conocerte. Perdona mi aspecto, pero estaba con un caballo —dijo estrechándole la mano—. Soy Iruka Umino. Y, ahora, Naruto: ¿nos vas a decir cómo has conseguido atrapar a esta bella dama? —preguntó girándose hacia él.
—Hinata, este es mi sobrino Konohamaru —dijo Naruto evitando responder.
—Es un placer —contestó sonriente.
—Lo mismo digo, Konohamaru —respondió admirada.
Era casi tan alto como su padre y su tío. Más que un muchacho parecía un hombre, y muy atractivo.
Al conocer a Iruka, Hinata entendió el aspecto de aquellos chicos. Pese a superar los cuarenta años era apuesto y los hijos habían heredado sus rasgos. Su expresión era amable. A su lado, a Naruto aún se le veía más serio. Si en él la sonrisa era una rareza, en Iruka por el contrario afloraba a cada instante.
—Os quedareis a cenar —convino Shizune—. Vamos, Hinata, tienes que conocer al resto de la familia.
Durante la cena, Hinata se ofreció a tomar en brazos al más pequeño de la casa, Eren, para que Shizune pudiese terminar su plato. Mientras entretenía al bebé, charló con las chicas: Mika, una bonita niña de diez años, y Azami, de dieciséis. Los cinco hermanos eran adorables. Los hermanos Namikaze no se parecían. Ella era pelinegra, su esposo era rubio, pero la hermana mayor de Naruto era una mujer muy agradable y, pese a ser madre de cinco hijos, lucía una espléndida figura.
—Vamos, Hinata —dijo Shizune dejando los cubiertos sobre el plato—. ¿Qué tal si me ayudas a acostar al pequeño?
Su madre lo cogió y lo acercó a Iruka para que le diese un beso de buenas noches. Eren se despidió de todos moviendo la manita. Shizune tomó a Hinata por la cintura y la llevó con ella hasta el cuarto de los niños.
—Toma, ve quitándole la ropa mientras voy a por una toalla húmeda.
Jugueteando con él, consiguió que colaborase en la tarea de desnudarlo. Cuando Shizune volvió, la sorprendió haciéndole cosquillas en la barriguita y en las plantas de los pies, lo que al bebé le hacía reír a carcajadas.
—Te gustan los niños, ¿verdad? —le preguntó mientras aseaba a su hijo.
—Claro que me gustan. ¿A quién no?
—Luego crecen y entonces dan más problemas. Pero no los cambiaría por nada del mundo. Imagínate: con los mayores ya criados y cuando nadie lo esperaba, mira qué regalo nos envió el Cielo.
Shizune hablaba aseando al bebé con la destreza de quien ha criado a cuatro hijos.
—¡La tela azul! —no pudo evitar exclamar Hinata cuando miró sobre la cómoda.
Shizune echo un vistazo a su izquierda y reparó en la pieza de tela que permanecía plegada sobre el costurero desde hacía días.
—¿Te gusta? La compré con intención de coserle una falda a Azami, pero no veo el momento.
—Sin duda es la más bonita que hay en la tienda. Pero demasiado cara. Además, ¿para qué necesito un vestido nuevo en el rancho?
—Pero, mujer... Se que vallar los pastos ha constituido un gasto enorme, pero no creo que suponga una ruina añadir a vuestra cuenta un dólar y treinta centavos —replicó.
Shizune pensó que la situación económica de la pareja quizá fuese más delicada de lo que suponía.
—No puede ser. Creo que estás confundida. La señorita Mōryō me dijo que costaba tres dólares la yarda.
—Pero ¡¿qué...?! Debe de tratarse de un error, no le demos más vueltas.
Shizune prefirió cambiar de tema. Ya averiguaría el motivo de semejante muestra de hostilidad, aunque lo intuía.
Entre las dos le pusieron al pequeño el pañal y la camisita de dormir. Una vez en la cuna, no tardó en cerrar los ojos.
Cuando Hinata volvió a la mesa, la conversación giraba en torno a las bodas y al momento de abandonar la casa familiar. Azami aseguraba que ella permanecería siempre junto a sus padres, e Iruka reía diciéndole que se lo recordaría el día que apareciese con un novio, comentario que la hizo enrojecer como una amapola.
Hinata, sentada junto a Iruka, mantenía la actitud queda de un lirón. Él notó que a ojos de su esposo no parecía existir.
—Tus ojos son únicos —preguntó para entablar conversación—. ¿De quién los heredaste?
—No lo sé. No conocí a mis padres y fui adoptada cuando era muy pequeña.
—No pretendía ser entrometido —añadió en tono de disculpa.
—No tiene importancia —dijo Hinata con sinceridad—. ¿Y tú? Tu acento no es de Colorado.
—Soy tejano.
—Es asombroso, estarás orgulloso de tus hijos, son todos guapísimos.
Hinata bajó la vista aturdida porque, sin proponérselo, acababa de alabar también la belleza de su cuñado.
—Mi padre era ingles, de Gibraltar; él nos legó a todos el porte. Pero el cabello lo hemos heredado de mi madre, que era portuguesa —añadió divertido ante su repentino ataque de timidez.
—¿Gibraltar? —preguntó con curiosidad—. Jamás lo había oído. Iruka le explicó la decisión de sus padres de abandonar la diminuta colonia inglesa en busca de espacios extensos y su llegaba al territorio de Texas, donde su dominio del español les permitió conseguir trabajo de inmediato. Hinata aprendió un montón sobre la geografía de Europa, La batalla de El Álamo y La independencia de Texas.
Mientras conversaba con ella, Iruka la juzgó con ojos masculinos y llegó a la conclusión de que, bien por ignorancia o por ingenuidad, no era consciente de su atractivo; en tal caso, no mostraría ese exceso de modestia. Sintió una repentina simpatía por su nueva cuñada, pues nada en ella resultaba arrogante o vanidosa. Y se sorprendió al ver que suscitaba en él un afecto paternal; no en vano debía de ser solo un poco mayor que su hijo Konohamaru.
Naruto, enfrascado en una discusión trivial con sus sobrinos varones, de tanto en tanto lanzaba miradas furtivas hacia Hinata, que parecía encontrarse muy cómoda hablando con Iruka. Con él no sonreía nunca y acababa de descubrir que, cuando lo hacía, se le formaban unos deliciosos hoyuelos en las mejillas que le gustaban más de lo que estaba dispuesto a reconocer.
—Me pregunto cómo decidiste instalarte en Colorado —continuó Hinata deseosa de seguir charlando.
—Amaba Texas, pero siempre soñé con vivir en un lugar rodeado de bosques y verdes prados. En el último transporte a Dodge City, decidí que ya estaba cansado de arrear ganado. Llegué a Colorado, conocí a un irlandés extraordinario, que más tarde se convertiría en mi suegro, y me contrató de inmediato como capataz.
—Te enamoraste de este territorio, ¿verdad? Es difícil no hacerlo —aseguró.
—Me enamoré de Colorado y de un par de ojos negros desde el primer día que llegué —dijo señalando con la barbilla a su esposa—. Y decidí que aquí fundaría mi verdadero hogar. Las consecuencias de esa decisión las tienes ante ti, sentadas alrededor de la mesa.
Hinata le sonrió agradecida porque aquella era la conversación más larga que había mantenido en mucho tiempo.
Shizune llevó el café a la mesa atrayendo en ese momento la atención de todos. Y Azami, a la que le encantaban las historias románticas, sacó su tema preferido.
—Mamá, cuéntanos cómo te casaste con papá —pidió con voz suplicante.
Su madre se hizo de rogar un poco. Hinata la miraba sorprendida, Naruto divertido y su esposo orgulloso. Por fin, accedió ante los ruegos de las chicas, ignorando las protestas de sus dos hijos varones, que se sabían la historia de memoria.
—Pues tenía yo diecinueve años cuando tu padre llegó al rancho Namikaze. Yo empecé a fijarme en aquel capataz. Él tenía veinticinco años y era el hombre más apuesto que había visto en mi vida. —Su esposo la miraba encantado—. Pero no se fijaba en mí.
—Eso creías tú, pero yo hacía mucho más que fijarme —dijo esquivando con el codo un golpe de su cuñado.
—Te fijaste tú y cincuenta más —interrumpió Naruto—. Tu madre era la chica más perseguida de aquí a Arkansas y la abuela me obligaba a acompañarla para espantarle a los pretendientes. Yo odiaba tener que ir con ella a todas partes.
Hinata escuchaba la historia, imaginando a su esposo de niño.
—La verdad es que, aunque esté mal reconocerlo, yo era bastante guapa por entonces.
—Aún lo eres —atajó su esposo, besándole la mano.
—Una tarde, para provocar a tu padre, cité en casa a tres pretendientes a la vez.
—¡Qué emocionante! —aseguró Azami—. ¿Y te dejó el abuelo?
—El abuelo sabía que esos tres no tenían nada que hacer —dijo sacudiendo la mano.
—Si el viejo llega a sospechar que podía haber algo entre tú y alguno de aquellos idiotas —afirmó Iruka—, te hubiese encerrado en la alacena y a día de hoy aún estarías allí.
—Seguro —corroboró—. A veces pienso que mi padre sabía lo que estaba tramando mejor que yo.
—Papá era más inteligente que todos nosotros juntos —dijo Naruto con voz grave.
A Hinata le intrigó la melancolía que emanaba de la voz de su esposo.
—Así que estaba yo en la puerta de casa y aquellos tres esperando en el porche. En eso apareció Iruka, que regresaba de los pastos. Siempre montaba un mustang negro como el carbón. A lomos de aquel animal, su porte era poderoso. —Ambos se sonrieron—. Sin bajar del caballo, se acercó a los tres chicos. No sé qué les diría, pero se fueron tan rápido como pudieron.
—Todo un carácter el de tu padre —añadió Naruto entre risas—. Yo tendría entonces nueve años y estaba riéndome en lo alto del cercado; me dirigió una mirada asesina que me hizo salir corriendo con aquellos tres.
—Yo estaba furiosa, no era asunto suyo y se comportó para mi gusto con una actitud demasiado paternal. Así que me puse frente a tu padre con los brazos en jarras. Él bajó del caballo de un salto y se me acercó tanto que casi me muero del susto.
—No era susto lo que yo vi —añadió Iruka con su más cadencioso acento tejano.
Su mujer le dio un golpecito de reproche en el hombro.
—¿A que no sabes qué me dijo, Hinata? —Ella negó con la cabeza—. Con la cara pegada a la mía y yo todavía sin palabras, me soltó con una voz que asustaba: «Vamos a hablar con tu padre, nos casamos la semana que viene». Imagínate qué declaración de amor.
—¿Y después? —preguntó Mika anhelando que la historia no acabara.
—Lo que viene después —dijo mirando a Iruka con media sonrisa— no se puede contar. Venga, a la cama todos vosotros.
Hinata se quedó admirada con aquella pareja que después de veinte años parecían estar en plena fase de cortejo. Notó una punzada de envidia y se juró que algún día conseguiría tener una familia como aquella.
.
.
Naruto se alegró de llegar a casa, el día había resultado agotador. Al entrar en la cocina, observó a Hinata mientras encendía un farol. No había pensado hasta ese momento en su nueva situación: estaba casado y esa era su noche de bodas.
Lo que menos le apetecía era lidiar con una joven inocente, pero al imaginar el cuerpo de ella bajo el suyo empezó a excitarse. Hacía demasiado tiempo que no disfrutaba de ese tipo de placer y ya iba siendo hora. Aquella mujer era esbelta, pero apuntaba unas bonitas curvas. Se preguntó cómo sería su cuerpo.
Se acercó a ella y torció el gesto al ver que daba un respingo.
—Mírame —ordenó.
Hinata se giró hacia él, aunque mantuvo la mirada baja.
—¿Has besado a un hombre alguna vez?
Ella levantó la vista y negó con la cabeza. Naruto se recreó en la contemplación de aquellos labios que aún no conocían el calor de otra boca y sintió un extraño deleite al saber que sería el primero y el único en probarla.
Jamás había tenido ante sí a una mujer tan inexperta. Se acercó sin tocarla y, al comprobar que no se apartaba, decidió continuar. Rozó sus labios y la besó con suavidad. Volvió a besarla con delicadeza una y otra vez. La sintió suspirar entre sus labios y la acercó hacia él tomándola por la cintura.
—¿Te gusta?
Hinata asintió con la cabeza y volvió a ofrecerse a él. No esperaba que fuese tan cuidadoso. Había temido la llegaba de la noche, pero aquel contacto sutil invitaba a seguir. Durante un buen rato, Naruto continuó acariciándola con leves roces.
Al ver que le complacía, entreabrió la boca y comenzó a mordisquearle los labios con una lentitud exquisita. Se retiró un momento para contemplarla: con el rostro alzado hacia él y los ojos cerrados, era pura tentación.
—Quiero verte. —Ella abrió los ojos confundida—. Deshazte las trenzas.
Hinata obedeció, aunque las manos le temblaban. Naruto entrelazó los dedos en su pelo admirando todos los matices de su larga melena. Se preguntó por qué ocultaba tanta belleza bajo un peinado como aquel y de nuevo la atrajo para volver a besarla con idéntica suavidad.
—Tienes que hacerme a mí lo mismo que yo te hago —murmuró en sus labios.
Hinata se armó de valor y le devolvió la caricia, besando sus labios con torpe timidez.
—Ahora vamos a ir un poco más allá —susurró.
Naruto le tomó los brazos y los colocó alrededor de su cuello. Con cuidado, le entreabrió los labios y profundizó el beso. Hinata pareció sorprenderse en un principio con aquella invasión, pero las sensaciones que su boca le provocaban eran tan asombrosas como inesperadas y lo estrechó rogando en silencio que no parara. Naruto se excitó al verla entregada en su primera vez y comenzó a acariciarle la cintura, las caderas, la espalda. Pero al acercarse a sus senos, ella se tensó y se retiró de golpe.
Estaba yendo demasiado deprisa y se obligó a mantener la calma. Con lentitud la soltó y se quedó contemplando sus labios húmedos.
—Ve al dormitorio, te sentirás más cómoda si yo no estoy.
Hinata entendió lo que le pedía. Era una de sus obligaciones como mujer casada y agradeció que no la obligase a desnudarse en su presencia.
Naruto se sentó a esperar. Pasados unos minutos, entró en el dormitorio y le costó reconocer a la mujer que tenía delante. Estaba un tanto rígida. Descalza, con el camisón blanco y el pelo suelto, le pareció de una belleza extraordinaria. Mientras se quitaba la camisa y el cinturón, no dejó de observarla.
El fino tejido del camisón dejaba entrever la leve sombra de sus pezones que coronaban una maravillosa redondez agitada por la respiración contra la tela. Ella no dejaba de mirarlo mientras él se desnudaba. Parecía asustada, pero no apartaba la vista de su pecho. Naruto no pretendía intimidarla. Por ello, se quitó las botas, pero se dejó los pantalones puestos.
Hinata tenía la garganta seca y el corazón le latía cada vez más fuerte. El miedo empezó a apoderarse de ella, pero trató de no pensar.
Naruto recorrió su contorno con ambas manos, pese a que la sintió temblar. Acarició unas caderas redondeadas que acababan en una cintura breve. Subió por el largo talle hasta alcanzar sus magníficos y erguidos pechos, a la medida de sus enormes manos. La miró por un instante y la deseó de tal modo que la atrajo por la nuca y volvió a besarla con pasión.
Hinata se tensó al notar que la delicadeza se convertía en urgencia. Naruto la rodeó con los brazos y se dejó caer en la cama con ella en brazos. Aferrándola cada vez con más fuerza, comenzó a acariciarla. Había dado rienda suelta a su deseo y sus esfuerzos se centraron en no perder el control antes de tiempo, olvidándose de sutilezas.
Estaba demasiado cansado y llevaba mucho tiempo esperando. La besaba con tal ardor que le impedía respirar. En un giro rápido, se colocó sobre ella y le alzó el camisón sin miramiento.
Hinata tiritaba de miedo bajo el peso de su cuerpo, se sintió atrapada e indefensa y todo el pánico que creyó controlado se adueñó de ella. El terrible recuerdo de aquel indeseable sobre ella, su repulsiva boca sobre la suya y su lucha feroz por apartarlo, hizo que comenzara a respirar como si le faltara el aire y a empujar a Naruto, pero él no parecía darse cuenta.
—¡Déjeme...! ¡Me da asco! ¡Lo odio! ¡Nunca me tendrá! ¡Nunca! —gritó con auténtico terror.
Aquellos gritos devolvieron a Naruto a la realidad. Se revolvía descontrolada, presa de un ataque de pánico. Él se hizo a un lado, su excitación se esfumó de modo instantáneo al verla en tal estado. No entendía nada, hacía un momento se había entregado a sus besos y ahora se abrazaba las rodillas con la mirada perdida. Tenía veintitrés años, no era ninguna chiquilla. ¿A qué venía entonces tanto pavor?
—¡Cálmate! —le gritó—. No te estoy pidiendo nada que no me corresponda por derecho.
Hinata no contestó, se limitó a mirarlo como si no lo viese. Naruto notó cómo se le subía la sangre a la cabeza. Se sintió estafado. Ni siquiera podía echarla de su vida porque estaban casados. Se levantó de un salto y apretó los puños.
—¡Fuera! —Hinata lo miró aterrorizada—. He dicho que te vayas. Si no eres capaz de cumplir con tu parte del trato, no te quiero en mi cama.
La levantó cogiéndola de un brazo y la empujó hacia la puerta. Hinata no tuvo conciencia de lo que estaba pasando hasta que se encontró descalza en medio de la cocina. Necesitaba aire. Salió de la casa con paso vacilante y, en cuanto estuvo bajo las estrellas, comenzó a respirar hondo.
El pecho le dolía, hubiese deseado llorar, pero no pudo. A trompicones, se encaminó al granero. Por suerte había luna llena y no necesitó más luz para orientarse. Se dejó caer sobre un montón de heno y rezó para que la noche pasase rápido.
Naruto no necesitó ni dos minutos para comprender lo que acababa de hacer. Se maldijo por haber perdido el control, jamás lo hacía, pero de nada servía arrepentirse. Buscó a Hinata por la casa y no la encontró. Al ver la puerta principal abierta de par en par, la rabia se apoderó de él. No la quería en su cama, pero en la casa había otros dormitorios. ¡Qué bajo concepto tenía de él si pensó que la obligaba a dormir a la intemperie!
Tomó el farol de la cocina, que aún permanecía encendido, y buscó a Hinata en el granero. La odiaba por su rechazo, pero no merecía un trato tan duro. La tomó en brazos, ella ni siquiera abrió los ojos.
En dos zancadas llegó a casa y la depositó sobre la cama sin ningún miramiento. Ella se acurrucó todavía temblorosa. Naruto apartó la vista, acabó de desnudarse y se tumbó de espaldas a ella. Toda su vida apartándose las mujeres de encima y, por segunda vez, se veía rechazado por la que él había elegido.
Solo quería dormir y olvidar aquella pesadilla.
Continua
